25 ago 2014

Reseña: Drown, de Junot Díaz

Junot Díaz, Drown (Londres: Faber & Faber, 2008 [1997]). 166 páginas. 

Ahora que el gobierno de los Estados Unidos de América más trastabilla en su política de inmigración y emprende la expulsión no ya de adultos latinoamericanos (que entran en su mayoría de forma clandestina en su territorio), sino también de miles de niños, pasa por mis manos este breve pero descarnado volumen de cuentos de Junot Díaz, estadounidense nacido en la República Dominicana. Drown se publicó originalmente en 1996, pero el ejemplar que ahora tengo en mi biblioteca es una edición rústica de 2008.

Los cuentos de Drown tienen en común no solamente la voz (o las voces) de su narrador, por lo general un joven dominicano que se expresa en un inglés directo y coloquial salpicado de hispanismos. Los cuentos también tratan temas muy similares en todos ellos: los intentos de los chicos jóvenes emigrados a los EE.UU. por re-crear una identidad de apariencia externa dura mientras la estructura familiar se está colapsando irremediablemente. Son jóvenes machistas que han crecido en la miseria de la República Dominicana y han aprendido a valerse por sí mismos. Cuando son trasplantados al durísimo entorno neoyorquino saben cómo abrirse camino, aunque sea en el inframundo del comercio de drogas ilegales.

Las narraciones alternan la República Dominicana y los EE.UU. como lugar en el que se desarrollan. Aunque el efecto en ocasiones sea algo extraño (ese ir y venir, en realidad, pocas veces refleja la realidad de los emigrantes, que casi nunca logran ahorrar capital para hacer el viaje de regreso a la Isla), sí resulta llamativo el contraste entre las barriadas y el campo dominicano y los guetos suburbanos en los que se quedan anclados por la pobreza, la falta de educación o su propia indolencia.

Hay cuentos con los que, como en el caso de ‘Fiesta, 1980’, Díaz arranca más de una sonrisa al lector con una espléndida narración de una celebración de dominicanos en un apartamento desde el punto de vista de un niño, Yunior, al que su padre castiga cada vez que se marea cuando viaja en el automóvil familiar (lo que ocurre indefectiblemente siempre que sube al coche). Otros se centran en los dilemas en torno a la sexualidad de un joven emigrante en la sociedad estadounidense, como en el caso de ‘How to Date a Browngirl, Blackgirl, Whitegirl or Halfie’, o en ‘Drown’.

En ‘Aguantando’, el tema es la inabordable soledad que siente una mujer emigrante entregada a la lucha y al esfuerzo titánico diario empeñada en sacar adelante a sus dos hijos después de que el marido la haya abandonado.

Una veta oculta que recorre subrepticiamente casi todos estos relatos de Drown es la violencia, a veces explicitada (como en el caso del hermano mayor de Yunior en ‘Ysrael’), otra veces sutilmente soslayada. Estas son narrativas de diáspora, relatos de ausencias y bruscos cambios de hábitos y costumbres, historias de familias truncadas y separadas, en las que la figura paterna está ausente o representa una imagen violenta, autoritaria y opresora. 

Drown se publicó en España como Los boys (vaya usted a saber por qué), en traducción de Eduardo Lago para Mondadori, y reeditada en 2009 por Debolsillo. Quizá algún día podremos leer otras historias, de otros niños latinos que fueron expulsados del territorio de los EE.UU. de América porque la agenda política interna así lo dicta.

18 ago 2014

Reseña: California, de Edan Lepucki

Edan Lepucki, California (Londres: Little Brown, 2014). 392 páginas.

‘It’s the end of the world as we know it’, cantaban REM a finales de los años 80. La fascinación por el apocalipsis o una versión más o menos llevadera del final del mundo lleva décadas presente en la literatura occidental. Desde la más que sugestiva The Road de McCarthy a la papilla facilona ideada para ser llevada a la televisión (The Leftovers de Tom Perrotta), o las novelas de Margaret Atwood, hay para todos los gustos.

Impulsada por el grupo editorial Hachette en su particular guerra comercial con Amazon, pronto llegará a las estanterías (o a su dispositivo electrónico, si así lo prefiere) California, la primera novela de la estadounidense Edan Lepucki. En California, una joven pareja, Calvin y Frida, han logrado huir de un escenario post-apocalíptico en la ciudad de Los Ángeles. A los cataclismos sobrevenidos con el cambio climático y algunos brutales terremotos se han añadido el colapso del gobierno, de la economía y del orden público. En algún momento, y por culpa de los continuos apagones, internet dejó de funcionar (yeah!), nos cuenta la voz omnisciente de esta entretenida (ojo, pero solamente a ratos) novela.

Cal y Frida escapan en un automóvil cargado de enseres y se adentran en una región boscosa de lo que se supone es el estado de California. En un principio se instalan en un cobertizo, apartados del mundo y de los pocos seres humanos que, según parece, habitan esa parte del mundo. La costa este de los EE.UU. y el midwest han quedado devastados por supertormentas. Del resto del planeta – ¿a quién podría importarle el resto de la humanidad? – no se sabe nada. Casi mejor, diría uno: ¿no sería deliciosamente irónico que esta hecatombe solo afectara a unos pocos ‘escogidos’ in God’s own country…?

El caso es que Cal y Frida sobreviven en su cobertizo, cultivando hortalizas, recolectando setas y frutillas y cazando animalitos en el bosque; cuando están aburridos (no hay tele, no hay libros, no hay internet) se entregan al sexo (lo cual, parece sugerirnos Lepucki, les sucede casi todo el tiempo). Al poco tiempo hacen contacto con otra familia, los Miller, que también se han establecido en la región. Bo y Sandy subsisten, al igual que ellos, a duras penas, pero están sacando adelante a sus dos hijos, Jane y Garrett.

Hay también una especie de buhonero, August, quien desde su carreta tirada por una yegua se dedica al trueque. Tanto los Miller como August transmiten a los jóvenes desconfianza y miedo. El mundo es un lugar peligroso, y es recomendable no explorar los alrededores, en concreto un asentamiento cercano que Bo Miller le enseña un día a Cal.

Todo cambia, sin embargo, cuando Cal descubre que toda la familia Miller ha muerto envenenada. Después de darles sepultura, Cal y Frida se mudan a la casa de los Miller, mejor dotada y preparada para el invierno. Pero la curiosidad les azuza, y Cal y Frida emprenden el camino hasta adentrarse en una especie de laberinto construido con enormes estacas.

Tanto va el cántaro a la fuente que al final Frida se queda embarazada (o eso sospecha ella). Al llegar a esa colonia que protegen las estacas (que los lugareños denominan ‘The Land’, la tierra), Frida se llevará una enorme sorpresa que la deja sin habla. Su hermano, Micah, al que ella creía muerto tras un acto de terrorismo suicida, es el líder de ese extraño poblado.

Lo cierto es que no les reciben con los brazos abiertos. En The Land hay muchas reglas que los recién llegados deben cumplir a rajatabla; además, la suspicacia parece ser la característica conductual más extendida. Poco a poco Frida y Cal van averiguando cosas acerca del pasado de esta extraña comunidad aislada del mundo. En ese lugar no hay niños, y por lo tanto la decisión de comunicar el posible embarazo de Frida se convierte en un significativo elemento de suspense.

La narración retrocede constantemente a un pasado indefinido: a cuando Micah y Cal eran estudiantes en Plank, o a cuando Micah comenzó a coquetear con un grupo clandestino de cariz activista, The Group. Quizás se deba a este hecho que la novela parece por momentos avanzar a trancas y barrancas.

Como contrapunto a esta existencia espartana y laboriosa, los personajes hacen constante referencia a las Comunidades, enclaves formados tras el colapso del sistema político que había existido hasta el comienzo de esta ‘vida de ultratumba’, tal y como Cal y Frida describen su nueva vida alejados de Los Ángeles. En las Comunidades viven los ricos, y el acceso a ellas está fuertemente restringido.

El principal problema de California es que el nuevo mundo distópico no está bien definido en ningún momento. Las interrogantes sin respuesta son tan numerosas que el lector debe optar por seguirle la corriente a la autora hasta el desenlace, dramático y efectista, sin duda alguna. Que Lepucki mantenga y alargue el suspense (no siempre con pericia) no soslaya los muchos peros y limitaciones que encierra esta historia. California no llega a profundizar en ninguno de los temas que toca someramente: la innata atracción que el ser humano siente por ejercer el poder, o la división social entre sexos y la asignación de roles a mujeres y hombres, entre otros.

Una de las incongruencias de la novela es la vehemente reacción que la visión del color rojo produce en las mujeres de The Land. Cuando Frida se hace un pequeño corte en un dedo mientras trabaja en la cocina, por ejemplo, o mucho antes, cuando Sandy ve el saco de dormir rojo en el cobertizo donde viven Cal y Frida. Si esa reacción tan colérica es, como parece serlo, una premisa fundamental de la historia, ¿qué ocurría exactamente en The Land cuando sus mujeres tenían la menstruación? ¿Cerraban los ojos, y santas pascuas?

Dado el mediocre poder creativo que demuestra tener Hollywood en la actualidad, no será de extrañar que California se convierta en su momento en una miniserie o en un largometraje para el consumo de masas. Más papilla, gracias, tenemos hambre.

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