Edgardo Cozarinsky, Dinero para fantasmas (Buenos Aires: Tusquets, 2012). 134 páginas.
Un relato que nos
es presentado en forma de diario y situado dentro de otro relato, un sutil encaje
de historias, escenarios y perspectivas configura esta nouvelle del argentino Cozarinsky. Martín es estudiante de cinematografía
(otra de las vertientes creativas del autor argentino) en la capital bonaerense.
Mientras busca posibles escenarios donde filmar un cortometraje para sus
obligaciones académicas cree reconocer a un viejo cineasta que escribe solo
sentado a la mesa de uno de los tropecientos cafés de Buenos Aires. Cuando, ya
convencido de que el viejo es Andrés Oribe, regresa al local, el dueño de éste
le entrega los cuadernos que el viejo Oribe ha dejado para él tras su última
visita. Oribe no va vuelto desde entonces a pisar el café.
Martín y su compañera
de estudios Elisa se enfrascan en la lectura de los cuadernos de Oribe, que se
inician con el relato de cómo Oribe conoció a Celeste, una jovencita de
provincias (de la hermosa Catamarca) llegada a la capital para buscarse la vida
en el cine. Tras acompañarla una noche en su auto, Celeste desaparece, y Oribe
trata de encontrarla adentrándose en los barrios marginales. Allí conoce a
Ignacio, quien había sido compañero sentimental de la joven, y por él averigua
que Celeste se ha ido a Alemania a perseguir su sueño cinematográfico.
Cuando Oribe acude
a Berlín invitado por académicos alemanes, Ignacio le ruega que la encuentre. Es
justamente tras el pase de la película en la que había participado Celeste que
ésta vuelve a presentarse en la vida de Oribe. Pero la vida de la muchacha ha
cambiado tanto como la ciudad que Oribe había visitado muchos años antes,
cuando un muro (tanto físico como ideológico) separaba en dos Berlín. Celeste es
ahora una pieza de ostentación, una joya dotada de bolsos de piel y teléfono celular
que exhibe un millonario ruso con negocios de dudosa moralidad. Oribe la acompaña
por las calles de Berlín mientras una limusina los sigue a velocidad de transeúnte.
Celeste le explica a Oribe el porqué de su huida y transformación: “Sé que vos
me vas a entender. Mirame bien. ¿Qué era yo en Buenos Aires? Una negrita del
interior, una cabecita negra…Para Yuri soy una belleza exótica. Como lo oís,
así me lo dijo cuando me conoció. Me enseñó a estar orgullosa del color de mi
piel, de mis ojos, de mi pelo. A no sentirme inferior a nadie. A mirar a la
gente sin miedo.” (p. 67)
Por alguna razón no
totalmente explicitada, el relato de Celeste sacude a Oribe en algo muy recóndito
de su ser. En el aeropuerto duda de si quiere regresar a Argentina. Lo hace,
pero al llegar toma la determinación de desaparecer. Acude a su departamento y
se lleva lo mínimo sin que nadie le vea. Luego viaja a ver a su padre,
internado en una residencia geriátrica. La conversación (por decirlo de alguna
manera) que Oribe mantiene con su padre enfermo es una de las secuencias más conmovedoras
de Dinero para fantasmas. Después se
instala en un hotel de mala muerte y deja pasar los días, hasta que una tarde
encuentra en recepción una citación. La policía le pide que acuda a una
comisaría. ¿Cómo han dado con él? ¿De qué quieren hablarle?
Martín y Elisa
terminan de leer sus cuadernos y se embarcan en la filmación del corto,
inspirado por el relato de oribe sobre Celeste e Ignacio. Martín recibe un
premio por el film, y gracias a eso también son invitados a un festival en
Salta. Allí Elisa cree descubrir algo que revolucionaría totalmente la idea que
Martín (y Oribe) tenían de Celeste. Un sorprendente final (que no desenlace).
El tema central de Dinero para fantasmas es nuestra
identidad y los titánicos esfuerzos que entraña toda huida de ella. Oribe busca
evaporarse pero, cuando ya cree haberlo conseguido, aparece en la recepción del
hotelucho una orden policial para que se presente a declarar qué es lo que sabe
de Ignacio y del viaje que éste hizo a Alemania, con un final aparentemente trágico.
¿Pero realmente fue ese el final?, se pregunta Elisa. ¿Vale la pena compartir
lo que ella ha descubierto?
El título del libro
hace referencia a la costumbre muy extendida en toda Asia de quemar billetes
falsos en una ofrenda a los difuntos. Es Elisa la que al final de la historia quema
un billete (auténtico) de dos pesos en el cuarto de baño del hotel mientras
Martín duerme, y lo hace con el fin de alejar el pasado (a Oribe, pero también a
los fantasmas de Celeste e Ignacio) de su presente, de su juventud. “«Somos jóvenes.
[…] El pasado no puede alcanzarnos.»
Si fuera tan fácil como
quemar un billete, celebrar un ritual para que el pasado nunca nos hostigue…