11 dic 2014

Reseña: Dinero para fantasmas, de Edgardo Cozarinsky

Edgardo Cozarinsky, Dinero para fantasmas (Buenos Aires: Tusquets, 2012). 134 páginas.

Un relato que nos es presentado en forma de diario y situado dentro de otro relato, un sutil encaje de historias, escenarios y perspectivas configura esta nouvelle del argentino Cozarinsky. Martín es estudiante de cinematografía (otra de las vertientes creativas del autor argentino) en la capital bonaerense. Mientras busca posibles escenarios donde filmar un cortometraje para sus obligaciones académicas cree reconocer a un viejo cineasta que escribe solo sentado a la mesa de uno de los tropecientos cafés de Buenos Aires. Cuando, ya convencido de que el viejo es Andrés Oribe, regresa al local, el dueño de éste le entrega los cuadernos que el viejo Oribe ha dejado para él tras su última visita. Oribe no va vuelto desde entonces a pisar el café.

Martín y su compañera de estudios Elisa se enfrascan en la lectura de los cuadernos de Oribe, que se inician con el relato de cómo Oribe conoció a Celeste, una jovencita de provincias (de la hermosa Catamarca) llegada a la capital para buscarse la vida en el cine. Tras acompañarla una noche en su auto, Celeste desaparece, y Oribe trata de encontrarla adentrándose en los barrios marginales. Allí conoce a Ignacio, quien había sido compañero sentimental de la joven, y por él averigua que Celeste se ha ido a Alemania a perseguir su sueño cinematográfico.

Cuando Oribe acude a Berlín invitado por académicos alemanes, Ignacio le ruega que la encuentre. Es justamente tras el pase de la película en la que había participado Celeste que ésta vuelve a presentarse en la vida de Oribe. Pero la vida de la muchacha ha cambiado tanto como la ciudad que Oribe había visitado muchos años antes, cuando un muro (tanto físico como ideológico) separaba en dos Berlín. Celeste es ahora una pieza de ostentación, una joya dotada de bolsos de piel y teléfono celular que exhibe un millonario ruso con negocios de dudosa moralidad. Oribe la acompaña por las calles de Berlín mientras una limusina los sigue a velocidad de transeúnte. Celeste le explica a Oribe el porqué de su huida y transformación: “Sé que vos me vas a entender. Mirame bien. ¿Qué era yo en Buenos Aires? Una negrita del interior, una cabecita negra…Para Yuri soy una belleza exótica. Como lo oís, así me lo dijo cuando me conoció. Me enseñó a estar orgullosa del color de mi piel, de mis ojos, de mi pelo. A no sentirme inferior a nadie. A mirar a la gente sin miedo.” (p. 67)

Por alguna razón no totalmente explicitada, el relato de Celeste sacude a Oribe en algo muy recóndito de su ser. En el aeropuerto duda de si quiere regresar a Argentina. Lo hace, pero al llegar toma la determinación de desaparecer. Acude a su departamento y se lleva lo mínimo sin que nadie le vea. Luego viaja a ver a su padre, internado en una residencia geriátrica. La conversación (por decirlo de alguna manera) que Oribe mantiene con su padre enfermo es una de las secuencias más conmovedoras de Dinero para fantasmas. Después se instala en un hotel de mala muerte y deja pasar los días, hasta que una tarde encuentra en recepción una citación. La policía le pide que acuda a una comisaría. ¿Cómo han dado con él? ¿De qué quieren hablarle?

Martín y Elisa terminan de leer sus cuadernos y se embarcan en la filmación del corto, inspirado por el relato de oribe sobre Celeste e Ignacio. Martín recibe un premio por el film, y gracias a eso también son invitados a un festival en Salta. Allí Elisa cree descubrir algo que revolucionaría totalmente la idea que Martín (y Oribe) tenían de Celeste. Un sorprendente final (que no desenlace).

El tema central de Dinero para fantasmas es nuestra identidad y los titánicos esfuerzos que entraña toda huida de ella. Oribe busca evaporarse pero, cuando ya cree haberlo conseguido, aparece en la recepción del hotelucho una orden policial para que se presente a declarar qué es lo que sabe de Ignacio y del viaje que éste hizo a Alemania, con un final aparentemente trágico. ¿Pero realmente fue ese el final?, se pregunta Elisa. ¿Vale la pena compartir lo que ella ha descubierto?

El título del libro hace referencia a la costumbre muy extendida en toda Asia de quemar billetes falsos en una ofrenda a los difuntos. Es Elisa la que al final de la historia quema un billete (auténtico) de dos pesos en el cuarto de baño del hotel mientras Martín duerme, y lo hace con el fin de alejar el pasado (a Oribe, pero también a los fantasmas de Celeste e Ignacio) de su presente, de su juventud. “«Somos jóvenes. […] El pasado no puede alcanzarnos.»

Si fuera tan fácil como quemar un billete, celebrar un ritual para que el pasado nunca nos hostigue…

9 dic 2014

Reseña: Tim Winton: Critical Essays

Lyn McCredden & Nathanael O'Reilly (eds.) Tim Winton: Critical Essays (Crawley: UWA Publishing, 2014). 341 páginas.

Han transcurrido ya casi veinte años desde que nació en mí un interés por la obra de Tim Winton, cuando una amiga me prestó su copia de Cloudstreet, un fragmento de la cual llegué a utilizar en mis clases durante el único año en que ejercí como docente en la Universitat de València. Desde entonces ha llovido mucho, y por fortuna Winton ha continuado escribiendo novelas, narraciones cortas, memorias y teatro. Por mi parte, he seguido leyéndole y reseñando sus nuevos libros.

Durante varios años de esas casi dos décadas (el plural produce una sensación de vértigo) me enfrasqué en el laborioso proyecto de traducir Cloudstreet al castellano, albergando la (vana) esperanza de que, en alguna parte, algún editor quisiera publicarla. Ni la producción de una serie televisiva basada en la novela ni algún que otro ensayo o trabajo que he publicado en libros o revistas de naturaleza académica parece haber despertado interés alguno por el libro en el mercado editorial de la lengua española.

Ellos se lo pierden.

Tim Winton: Critical Essays apareció este año, editado por Lyn McCredden y Nathanael O’Reilly y publicado por University of Western Australia Press. En el prólogo, los editores señalan que esta colección de ensayos se enmarca en un renovado intento por aportar más voces a la crítica literaria, cuyo objetivo debe ser “contribuir a los debates culturales, a la reflexión sobre la obra individual y sobre el estado de la cultura en la que participa la obra literaria.” (p. 2-3, mi traducción)

El mismo prólogo apunta la inherente cualidad contradictoria de la obra de Winton: “las tensiones entre la capacidad humana para construir significado y el poder destructivo de un accidente o la temporalidad; entre la intimidad tangible, dichosa, y los estragos de la violencia en las relaciones; entre las exigencias y placeres de la existencia material y las insinuaciones de un mundo sagrado, trascendente, que se presiente en lo palpable y lo cotidiano.” (p. 4, mi traducción)

Es indudable que Winton es uno de los narradores australianos contemporáneos más populares, y sin embargo su popularidad no es óbice para que se reconozca su intrínseca cualidad (y calidad) literaria. Winton escribe novelas ‘literarias’ que atraen a un público bastante heterogéneo, y por lo tanto su obra debe en teoría reflejar en buena medida qué es lo que se cuece en la escena cultural australiana en su sentido más amplio.

La colección de ensayos es, como cabría esperar de una recopilación tan variada, bastante desigual en su calidad. De hecho, si los editores hubiesen decidido descartar un par de ellos por su lenguaje excesivamente academicista y reducir el volumen a 10 ensayos, a lo sumo 11, pienso que el libro resultaría todavía más atractivo.

De todos los ensayos que integran el volumen, son dos los que me han cautivado, tanto por su temática como por su riguroso pero muy asequible análisis. El primero se titula simplemente ‘Water’, y lo firma Bill Ashcroft. Se trata de un estudio exquisitamente redactado en torno al agua como símbolo virtualmente omnipresente en la obra de Winton. Ashcroft trata el símbolo desde diversos puntos de vista, desde el litoral (de Australia Occidental) como límite o punto geográfico/moral/psicológico que no se puede sobrepasar al “medio de huida y libertad” (p. 24), pasando por el carácter onírico que el agua adquiere en novelas como Shallows (1984), Breath (2008) o Dirt Music (2001) o como símbolo de la muerte o el renacimiento de índole religiosa. El agua, el río, es el espejo/umbral que Fish cruza finalmente en el desenlace de Cloudstreet para regresar a un pasado y a una muerte interrumpida. El de Ashcroft es una delicia de ensayo, y en tanto que ocupa el primer lugar en la colección, sitúa el listón muy alto para el resto de contribuyentes.

El otro ensayo que quiero destacar es el segundo, ‘“Bursting with voice and doubleness”: vernacular presence and visions of inclusiveness in Tim Winton’s Cloudstreet’, cuya autora es Fiona Morrison. Tras hacer mención del hecho de que Cloudstreet haya pasado a engrosar la lista de títulos publicados por la prestigiosa editorial The Folio Society (ya estaba en la colección Clásicos Modernos de Penguin), Morrison analiza detalladamente cómo emplea Winton el lenguaje corriente, el habla popular en la novela o saga de las dos familias que comparten una enorme casona en una calle del Perth de la posguerra. Dice Morrison de la novela: “Cloudstreet es una obra que demuestra un don especial para reunir diversas formas de plenitud cómica y una reconciliación final: modismos junto a momentos de extremado lirismo, cuentos de tipo colonial junto a un neo-romanticismo postcolonial, lo natural junto a lo sobrenatural, el pasado y el presente.” (p. 56, mi traducción)

Hay otros interesantísimos ensayos en este volumen, por supuesto. Nicholas Birns realiza en ‘A not completely pointless beauty: Breath, exceptionality and neoliberalism’ una curiosa lectura de Breath, con un trasfondo histórico-político que nunca me habría pasado por la cabeza, pero que al menos a mí me resulta harto convincente. Cuando leí la novela en 2008 y escribí esta reseña para la revista Espéculo no intuí en modo alguno los paralelos que pueden perfectamente establecerse entre la trama de la novela de Winton y la relación geopolítica de Australia con los Estados Unidos de América en la década de los 70.

También resulta original la aportación de Per Henningsgard, ‘The editing and publishing of Tim Winton in the United States’, donde analiza las modificaciones y alteraciones que ha sufrido la obra de Winton en los EE.UU.


Se echa en cambio en falta un estudio de cómo (y en qué condiciones) se ha recibido la obra de Winton en otras lenguas. Como ya he comentado en otras ocasiones, constato una sensación de extrañeza o incluso estupefacción ante la falta de criterio o lógica respecto a qué autores australianos contemporáneos resultan ‘premiados’ con el honor (o fustigados con la desgracia, como fue el caso de Tim Winton y Música de la tierra) de la traducción al castellano. Uno puede perfectamente entender que una novelita tan graciosa como El proyecto Rosie se traduzca casi instantáneamente a una veintena o treintena de idiomas. Las editoriales ganan dinero con los best-sellers, and that’s fair enough. Lo que nunca terminará de cuadrarme es que exista un buen número de otros autores y obras surgidas en Australia que, por lo que se ve, nunca van a poder leer los lectores de lengua castellana. ¿Hasta cuándo?

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