15 sept 2015

Reseña: The Shearers, de Evan McHugh

Evan McHugh, The Shearers (Penguin Books Australia, 2015). 292 páginas.
Hace un par de semanas, Chris el carnero perdido se convirtió en fenómeno viral global. A Chris lo encontraron en uno de los montes que rodean la vasta conurbación que se conoce como Territorio de la Capital Australiana, es decir, Canberra. Cargando sobre su cuerpo con más de 40 kilos de lana, Chris probablemente habría perecido de no haber sido encontrado y posteriormente esquilado.

Baa, baa, fat sheep, have you any wool? Fotografía de Temmy Ven Dange
Si has jugado alguna vez al billar o al tenis, quizás sepas que estás un poquito en deuda con las ovejas, si bien no necesariamente las australianas. Para la fabricación de tanto el tapete de la mesa de billar como del pelillo que cubre la goma de la pelota de tenis se utiliza lana de oveja.

Es bien sabido que hay muchísimas más ovejas que personas en Australia, aunque a veces me asalta la duda en torno a si algunas de las segundas tienen comportamientos más propios de las primeras. La importación de la raza merina procedente de Castilla fue una de las estrategias más exitosas de la colonización de las tierras de este continente. La oveja merina se adaptó perfectamente a las condiciones áridas y semidesérticas, convirtiéndose en fuente de riqueza para muchísimos granjeros desde finales del siglo XIX. Fue por eso que durante tanto tiempo se dijo que la fortuna de Australia (‘the lucky country’, la llamaban) iba montada en la espalda de las ovejas.

En The Shearers, Evan McHugh se centra especialmente en los hombres que extraen el producto (la lana) que todavía se exporta a todo el mundo. Es la historia de la Australia rural de la segunda mitad del siglo XIX y todo el XX desde la perspectiva de los esquiladores, y el libro es un sincero homenaje a los hombres que se partían (casi literalmente, como atestiguaba la encorvada espalda de mi suegro, quien durante muchos años trabajó como esquilador).

Click go the shears! Fotografía de Cstaffa
Es un dato harto interesante saber que en un principio, la esquila era manual y se hacía por medio de tijeras. No es de extrañar que una de las canciones más populares de la época (y que lo siguió siendo por muchas décadas) sea “Click Go the Shears”, que en el video que adjunto interpreta la inolvidable Olivia Newton-John. Hacia la última década del siglo XIX comenzaron a aparecer las primeras máquinas esquiladoras, que cambiarían para siempre la ocupación del esquilador y cómo se desenvolvían en los cobertizos o galpones de esquila.


Pocos Travoltas en el outback, methinks...

La vida de los esquiladores era muy dura: las distancias entre un lugar de trabajo y el siguiente podían ser enormes – McHugh menciona que en algunos casos, el esquilador se perdía en el outback y perecía de sed o hambre, o ambas cosas. Los conflictos laborales entre los propietarios de las estancias y los esquiladores fueron recurrentes. La lucha de estos por unas mejores condiciones de trabajo y por una remuneración acorde con el esfuerzo realizado afloró una y otra vez a lo largo de los años, resultantes en huelgas y boicots en distintos puntos del país.

Para poder trabajar de esquilador, es fundamental estar en una excelente forma física. Escribe McHugh: “La ciencia moderna del deporte ha investigado qué grado de estado físico deben tener los esquiladores y ha descubierto que se hallan en una misma liga que los atletas de elite. Por ejemplo, los esquiladores que totalizan unas 160 ovejas al día mueven cada uno de ellos el equivalente a 9 toneladas recorriendo una distancia total de 2 kilómetros. Empujan una herramienta de unos 2 kilos de peso a través del vellón al menos unas 5440 veces al día. Al hacerlo, queman unos 25.000 kilojulios diarios (un adulto medio quema unos 8.700). Resulta increíble que suden unos 9 litros de líquidos en cada uno de los turnos de esquila de dos horas de duración, o 36 litros en un día entero de esquila. Considerando que en el cuerpo de un varón adulto hay unos 40 litros de agua, el esquilador que no reponga líquidos y electrolitos corre un riesgo muy grave de morir deshidratado. Cabe añadir respecto a los esquiladores más rápidos, que esquilan unas 200 ovejas al día, que su consumo de energía corresponde al de los ciclistas que compiten en el Tour de Francia.” (p. 242-3, mi traducción)

Esquiladores en Queensland en 1898
McHugh señala en el libro la circunstancia histórica de la aportación australiana al esfuerzo militar inglés en las dos guerras mundiales. En ambas conflagraciones, Australia vendió a los ingleses la lana a un precio fijado de antemano en vez de aprovechar la fuerte demanda existente. En cambio, cuando los EE.UU. quisieron las mismas condiciones en los inicios de la guerra de Corea, el primer ministro por aquel entonces, Menzies, les respondió a los estadounidenses que tenían que pagar el precio del mercado. Los EE.UU. respondieron con el desarrollo de fibras artificiales, y el precio internacional de la lana se desplomó.

Una vez esquilada, la oveja baja por la rampa y se reúne con el rebaño. Fotografía de Jez Arnold.
The Shearers incluye un breve glosario de términos relacionados con la esquila y los esquiladores, además del listado y una breve semblanza de los esquiladores que han pasado a formar parte del Salón de la Fama de los Esquiladores, y la lista de los records históricos de la esquila de ovejas. Añado, como una intrascendente curiosidad, que en el año 2001, al menos durante un par de días, eché una mano como rouseabout, sin tener ni idea de que lo era (por rousie se entiende a un jornalero no cualificado que presta ayuda y limpia en el galpón). Puedo asegurar que el trabajo de un esquilador es más que duro. Sigo prefiriendo ver a las ovejas en forma de chuletas, asadas a la brasa y acompañadas de un buen tinto, por ejemplo, un shiraz del valle de Barossa.

10 sept 2015

Reseña: There but for the, de Ali Smith

Ali Smith, There but for the (Nueva York: Pantheon Books, 2011). 236 páginas.

Siempre me han encantado los juegos de palabras, los retruécanos, las combinaciones juguetonas de letras. “¿Quién te lo contó?”, le preguntaba yo a mi hija Clea cuando ella tenía tres o cuatro años, y sin esperar respuesta, le decía: “Me lo contó el melocotón”. Creo que, en gran medida, el hecho de haber podido aprender otras lenguas me ha servido para apreciar aún más si cabe el aspecto lúdico del lenguaje.

El hechizo que el lenguaje ejerce sobre nosotros es uno de los aspectos más atractivos de esta penúltima novela de la escritora escocesa Ali Smith. Ya el título (There but for the) es un juego de palabras, resultante de la yuxtaposición de la primera palabra de cada una de las cuatro partes en que se divide el libro. Es, por lo tanto, potencialmente intraducible, aunque se trate de una expresión que en realidad está inacabada. Cabe de entrada preguntarse dónde queda, o qué es, ese “there” al que nos refiere el título: es posiblemente un objetivo, un destino, al que se podría llegar, si no fuera… ¿por qué?

Hay, por supuesto, mucho más que juegos de palabras en There but for the. Hay una situación de tintes absurdos que funciona como detonante de la trama: en mitad de una cena en casa de los Lee, Genevieve y Eric (o GenEric, jaja), justo antes de que Gen sirva la crema quemada del postre, uno de los invitados, Miles, sube al piso de arriba, se encierra en el cuarto de los invitados y se queda allí sin decirle nada a nadie. Solo al día siguiente se dan cuenta los dueños de la casa de lo que ha sucedido. En la primera parte, ‘There’, es una mujer escocesa llamada Anna Hardie la que acude a la casa en respuesta a la petición de ayuda de Genevieve, quien ha encontrado su dirección de email en el móvil que Miles dejó en su abrigo.

"¿Te gustaría pasear por el túnel luego? ¿Sí, quizás?, le dijo la niña a Anna. Lo construyeron en 1902 y pasa por debajo del río, ¿has pasado por él alguna vez?" (p. 12, mi traducción). Fotografía de John Sparshatt.
La segunda parte, ‘But’, es una de las sátiras más mordaces que he leído en mucho tiempo sobre el sistema de valores de la clase inglesa acomodada, una burla feroz de la insoportable hipocresía, petulancia y prejuicios de los que hacen gala los anfitriones y sus amigos más cercanos. En esta segunda parte se incluye el relato de la cena anterior al encierro de Miles desde la perspectiva de Mark, un cincuentón gay que había conocido a Miles unos días antes durante una representación de The Winter’s Tale groseramente interrumpida por el pitido de un teléfono móvil.

La tercera parte, ‘For’, nos traslada a una habitación de un hospital en Reading, donde la anciana May Young pasa sus últimos días, empeñada en evitar por los medios que sean necesarios que la trasladen a una residencia de la tercera edad que detesta. Cuando aparece Josie, una joven a la que Miles Garth le ha encargado que vaya a visitarla en el día del aniversario de la muerte de su hija Jennifer ocurrida décadas antes, May aprovecha la ocasión y huye del hospital en compañía de Josie y un amigo suyo.

En la última parte, ‘The’, el personaje central es Brooke, la niña de 9 años que en cierto modo sirve de nexo entre las tres partes anteriores, y que estaba presente en la cena en casa de sus vecinos Eric y Gen cuando Miles se refugió en el cuarto de los invitados. Brooke está casi obsesionada con los juegos de palabras y posee unas increíbles dotes lingüísticas para una niña de tan corta edad, además de una inacabable curiosidad y una importante propensión a la cháchara, pero es por boca de Brooke que Smith considera las cuestiones narratológicas más pertinentes de la novela, y por ende en torno a la ficción como género. ¿Qué es un hecho? ¿Qué es la historia?, se pregunta y pregunta una y otra vez Brooke a los adultos con los que pasa largos ratos. Puede ser que la seriedad de estas cuestiones esté muy por encima del intelecto que cabría esperar de una niña, pero Smith crea un personaje ciertamente creíble además de divertido, que nos fuerza a enfocar nuestra atención en la historia de Miles y en las tramas secundarias.

A Smith parece gustarle provocar al lector y desafiar los gustos acomodaticios imperantes, como ya pude comprobar en los relatos de The Whole Story and Other Stories. Además de la alteración del lenguaje que suponen los numerosísimos juegos de palabras de los que parecen disfrutar todos los personajes (a Mark le habla su difunta madre desde el más allá en pareados, Anna Hardie ha renunciado recientemente a su puesto en un “Centro de Permanencia Temporal”, May Young rememora su juventud y la vida de su familia en clave a ratos humorística, a ratos conmovedora) la novela cuenta con características un tanto díscolas e inusuales: es un desafío literario a la literatura facilona de usar y tirar.

"El reloj galvano-magnético de Shepherd es un reloj esclavo. Un reloj esclavo es un reloj dirigido por un reloj maestro, cuyo mecanismo está en otra parte diferente del reloj esclavo. El reloj galvano-magnético de Shepherd tiene también marcadas 23 horas en lugar de las 12 habituales, como si fuese un reloj de duración doble con un 0 en la parte de arriba donde tendrían que estar la medianoche y el mediodía, para hacer un total de 24. Lo que quiere decir que a veces es la nada en punto. ¡La nada en punto! ¿Qué hora es? Es la nada y cuarto. Es la nada y media. Doctor, doctor, creo que soy un reloj. Bueno, pues no le dé usted mucha cuerda al asunto. Un chiste de los días antes de las pilas para relojes y de los relojes digitales." (p. 189-90, mi traducción). Fotografía de Christine Matthews 

Smith es juguetona al escribir, crea un texto inteligente e ingenioso, y deja algunas frases de un humor sutil pero inolvidable: “La verdad, es un alivio que el cuarto cuente con baño propio”, explica Genevieve respecto al cuarto para invitados el que se ha encerrado Miles. Pienso que la trama está manejada con mucha soltura, y los tiempos narrativos son los adecuados para cada uno de los personajes. Todo en ello en pos de una feroz sátira de la sociedad del tercer milenio. There but for the será un durísimo reto de traducción para quien se enfrente a ella. Por mi parte, ya tengo ganas de hincarle el diente a How to Be Both, la última entrega de Ali Smith, que se publicó hace ahora un año. Como suele decirse: ‘Watch this space’.

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