24 jul 2017

Reseña: El cuarto mundo, de Diamela Eltit

Diamela Eltit, El cuarto mundo (Santiago: Seix Barral, 2011 [1988]. 152 páginas.
Pocas veces me he enfrentado a un texto que, de entrada, me haya parecido tan deliberadamente opaco para su interpretación como esta breve novela de la chilena Diamela Eltit, publicada por primera vez en 1988. Digo de entrada, porque conforme uno avanza en su lectura, los elementos que conforman el significado, las metáforas escondidas tras las palabras, se vuelven más evidentes, y dada su brevedad el lector progresa rápidamente hasta la conclusión (quizás un término más apto que desenlace).

Lo que no debería extrañarnos es que, dada la fecha en que la escribió, Eltit tratase de imbuir de simbolismo el lenguaje de una novela que le habría granjeado más de un problema con el régimen de Pinochet. Tras la extrañeza inicial que produce, uno no deja de admirarse de los portentosos amagos, fintas y subterfugios que emplea la autora para decir lo que dice, sin hacerlo explícitamente. Tiene su mérito.

El cuarto mundo comienza con la gestación del narrador, y la gestación de su hermana melliza al día siguiente. Desde ese momento los dos cohabitan y a un tiempo compiten por el espacio vital. Su vida, no obstante, es descrita como algo caótico, siempre enfrentada a peligros exteriores. El narrador habla de la casa como refugio, aunque también los enfrentamientos y preferencias de la figura del padre y la de la madre pueden suponerles riesgos o situaciones de velada amenaza.

Pronto los mellizos empiezan a intercambiar roles, y para confundirlos todavía más, la madre menciona durante el bautizo que el varón se asemeja a la hembra: “Mi madre, solapadamente, me miró y dijo que yo era igual a María Chipia, que yo era ella” (p. 32). Poco después, la paz llega al domicilio familiar: “Su encuentro con el amor materno fue la primera experiencia real que tuvo, y la encandiló como a una adolescente alucinada por el poder de los sentidos. Plena en su estado, se volcó a nosotros, amparándonos del peligroso afuera.” (p. 32)

La cosa cambia radicalmente cuando nace la hermana pequeña, a la que los padres bautizan como María de Alava. Ella pasa a ser la favorita: “Sin dolor fuimos testigos de su preferencia por ella y asistimos a su constante proteccionismo.” (p. 55)

En sus andanzas por la ciudad, el joven tiene contactos con “jóvenes sudacas”, que son sin embargo personajes extraños y hostiles cuyo idioma no entiende; el narrador cuenta su primera experiencia “genital” en las callejas, aunque unos meses después es “atacado brutalmente por una horda de jóvenes sudacas furibundos” (p. 90). La vida en la casa sigue confusamente amenazada, la relación entre el padre y la madre se deteriora, pero la mayor amenaza la constituye “la nación más famosa y poderosa del mundo”.

El cuarto mundo está dividida en dos partes. La primera, ‘Será irrevocable la derrota’ es la que narra en primera persona el hermano, y concluye con su aceptación de “depositar la confesión en [su] hermana melliza”. Es en la segunda parte, ‘Tengo la mano terriblemente agarrotada’, donde la hermana melliza relata que su hermano ha adoptado oficialmente el nombre de María Chipia y se ha travestido. El tono y el estilo de esta segunda parte son muy diferentes: es ahora un texto mucho más mordaz, y el blanco de la parodia es la pervivencia de formulaciones patriarcales, machistas y ultraconservadoras de los sexos y de la noción de familia.

Mural "Los Prisioneros", en el Museo a cielo abierto (San Miguel, Santiago) Fotografía: Josedm.
Esta es, a grandes rasgos, mi lectura de este libro, el cual me ha resultado ser intencionadamente indeterminado en sus objetivos. Un libro difícil, no por su lenguaje sino por la falta de pistas. Eltit no dota el texto de demasiados indicios o insinuaciones interpretativas, por lo que el lector queda en un limbo en el que no es fácil progresar. En la lectura han quedado remarcados temas importantes, como el incesto, la violencia sexual, la marginación social de las clases populares chilenas… Todo está (o parece estarlo) sugerido, pero a El cuarto mundo hay que sacarle el sentido con mucho esfuerzo, y quizás una profunda relectura.

21 jul 2017

Territorio del Norte: Notas de un viaje (3)

Aunque infrecuente, la lluvia horada brechas y hendiduras entre las rocas en Kings Canyon.
Kings Canyon
La mejor (en realidad, la única) manera de llegar a Kings Canyon por carretera asfaltada implica dar un rodeo de cerca de 300 kilómetros, tomando la Lassiter Highway y después Luritja Road. Estos tramos de carretera atraviesan, como en casi todo el Territorio del Norte, un enorme vacío despoblado, bastante monótono y sin demasiados alicientes. La cosa cambia cuando la carretera te lleva hasta Kings Canyon.

Kings Canyon
En el extremo occidental de la cordillera MacDonnell se encuentra este rincón espectacular y ciertamente único, cuyo nombre en la lengua nativa es Watarrka. La erosión de agua y viento han labrado con el paso de los siglos las formas de este cañón y las moles de piedra arenisca que lo coronan y limitan. Las vistas son espectaculares, tanto desde debajo, en el lecho del arroyo King, como desde arriba. En el entorno del Parque Nacional se le ofrecen al visitante varios senderos, desde lo muy sencillo a lo largo del lecho del arroyo, hasta lo más dificultoso, como el Sendero de Giles, que los guardias recomiendan tratar de completar en dos días. Durante el verano la dirección del Parque cierra los senderos tan pronto la temperatura ambiente llega a los 35 grados, pues los casos de deshidratación e insolación son muy numerosos. Hay que llevar agua abundante, sombrero y crema de protección solar, tanto en verano como en invierno (cuando la temperatura a mediodía puede alcanzar los 30 grados).
El arroyo King. La mezcla de colores, tonos y texturas es única.

Esta roca fue fondo del océano hace millones de años. Hoy forma parte de uno de los senderos señalizados en el Parque Nacional de Watarrka.
Dentro del Parque está prohibido acampar, como es lógico. El alojamiento más cercano es el Kings Canyon Resort, donde los precios de comestibles y combustibles triplican los de una ciudad cualquiera de Australia. En las inmediaciones no es raro avistar rebaños de camellos salvajes, y por el camping se pasea algún que otro dingo en busca de sobras, de la comida que algún incauto campista haya podido dejar sin resguardo o, al menos las dos noches en que paré por allí, los vómitos de mi hijo, que se había comido una hamburguesa de canguro. Como ocurre con los precios, también en este aspecto el outback no perdona.

Acantilados de Kings Canyon.

Parte del Sendero de Giles, que recorre la sierra de occidente a oriente siguiendo los acantilados.
Uluru
A trescientos kilómetros de Kings Canyon existe una gran roca arenisca en mitad del desierto. Una gran duna petrificada. Ante Uluru uno puede adoptar el criterio puramente científico y escéptico y ver la roca como lo que parece ser: una impactante masa de dimensiones realmente descomunales que ha devenido icono y símbolo innegable de Australia. O uno puede considerar un enfoque más metafísico o espiritual, y ver la roca como el símbolo o incluso refugio de una cultura milenaria amenazada por la imparable anexión de la civilización occidental. Para muchos es el centro espiritual de Australia.
El centro espiritual de Australia para unos - una gran fuente de divisas para otros.
Mi sentido más pragmático me hace pensar que estoy ante un impactante e interesante fenómeno geológico; sin embargo, otra vertiente algo más imaginativa que hay en mí me hace pensar que hay algo más, que esta enorme mole de piedra arenisca en medio del desierto es algo más que una roca. Trato de pensar en cómo habría sido nacer y crecer en un lugar donde el horizonte es tan plano, donde todo el suelo es una finísima arena roja, donde el calor es la por lo general la norma asfixiante: en definitiva, crecer en un lugar tan remoto en el que esta montaña y otras muy similares que pueden verse en la distancia son el único punto de referencia del entorno.
La cima de Uluru vista desde la base.
A unos quince kilómetros de Uluru la industria turística se ha inventado una pequeña ciudad, Yulara, que incluso cuenta con su pequeño aeropuerto. El centro principal de Yulara es el Ayers Rock Resort. El eslogan que emplean es ´Touch the silence´. Quienes nos alojamos en el área de tiendas de campaña y caravanas sin acceso a electricidad sufrimos sin embargo el ruido de los generadores que durante toda la noche rompen monótona y latosamente ese silencio, que para muchos va a resultar intocable.

La roca es, desde luego, un imán: hay quien insiste en hacer el ascenso (la traducción al castellano de las normas y recomendaciones al pie de Uluru es otro llamativo ejemplo de la incompetencia profesional que acecha a la profesión, por cierto) desoyendo los ruegos de los propietarios tradicionales de la región. La mayoría de visitantes simplemente realizan el paseo circular alrededor de la roca, que se puede completar en apenas tres horas, y no es nada exigente. Sus dimensiones son impactantes, y no me cabe duda de que su magnetismo seguirá creciendo con el paso de los años. Pero no debemos negar la evidencia: Uluru se está cayendo a pedazos – lo ha estado haciendo durante milenios, pero pocas generaciones podrán ser testigos del fenómeno.

Kata Tjuṯa
Este grupo de montañas (también llamadas las Olgas) se encuentran a unos 40 kilómetros de Uluru. Es el único punto de referencia visual en el horizonte aparte de la gran roca roja, y lugar de especial significación espiritual para los pobladores originales de estas tierras. Se pueden realizar dos paseos.

Valley of the Winds, Kata Tjuṯa.
Valley of the Winds. Mirador Karingana
El primero te lleva al llamado Valle de los Vientos: incluso en días de poca brisa las moles de piedra se constituyen en enormes barreras que dirigen el aire hacia el valle. Justo allí escucho palabras de una lengua que me es entrañable. Una familia catalana, de varias generaciones, incluida la iaia més valenta del món, está recorriendo partes de Australia en este mes de julio. Cuando me preguntan cuánto tiempo llevo en Australia y les contesto que 21 años, una de las señoras me dice: ‘Déu n'hi do!’ Casi la misma cantidad de años que no oía esa expresión, le confieso.
A diferencia de Uluru, Kata Tjuta se compone de piedras, en su mayor parte cantos rodados, unidas por una argamasa de arena prensada. 
El segundo paseo es más corto y más asequible para todos los públicos. Desde el estacionamiento te lleva a Walpa Gorge, un desfiladero labrado por la lluvia y el viento durante milenios.
Walpa Gorge
Esa noche, la última noche en el outback, se pone de repente a llover. Lo que empieza como una llovizna se transforma en un fuerte aguacero que dura apenas unos diez minutos, suficiente sin embargo para sembrar el caos en Yulara. Y mientras me duermo, sonrío: todas las huellas que mis pies (y los de otros miles de visitantes) han dejado en estos dos últimos días en la finísima arena del centro de Australia desaparecerán bajo esta inopinada lluvia. Algo de justicia poética hay en ello.
Mount Conner. Otro nombre apuntado para una próxima visita. 
A modo de epílogo
Los riesgos de viajar en el outback no son una broma. Uno no debe detener su vehículo y hacerse un paseíto en solitario. Perderse es muy, muy fácil. Un litro de agua te durará, a lo sumo, dos horas. Después de eso, no habrá nada que te salve.
Sheilas y Blokes. Sin palabras.
La fascinación que miles de australianos sienten por este vasto erial es real, sin embargo. La mejor manera de abordar un viaje por esta región es con un potente vehículo todoterreno, bien pertrechado de agua, víveres y combustible.
Desert she-oak (casuarina). Este ser vivo sí ha sabido adaptarse a un entorno hostil y duro.
En un vehículo estándar las distancias se hacen interminables. Conducir de noche es muy desaconsejable, solamente lo hacen los camioneros.


La mejor canción para acompañar este viaje. Y de una banda australiana, claro está. Carretera al infierno.

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