En la primera de
las cartas que integran este libro, Thomas Mayor le recuerda a su hijo la
ocasión en la que rechazó tomarle de la mano en público. El hijo tenía a la
sazón 9 años. Thomas Mayor adujo que el niño era ya demasiado mayor como para ir
cogido de la mano de su padre. El autor de la carta lamenta y se arrepiente de
haber rechazado la mano de su hijo.
La idea de este
libro nació de un encuentro entre Mayor y la escritora indígena australiana
Tara June Winch, quien escribió el prólogo.
Se trata de una
antología de sentimientos fruto de la experiencia, de los recuerdos y los
relatos de generaciones anteriores de hombres Indígenas australianos: reflejan
la frustración, la irritación, la rabia, la indignación y la humillación que
han sufrido ellos y sufrieron sus padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos… Es
una recopilación en la que la comunicación directa con padres o hijos, según
sea el caso, dignifica y reivindica a sus autores.
|
En cierto modo, es como si el tiempo no hubiera pasado... El calendario del pueblo Nyoongar. Fotografía de Orderinchaos |
En muchas de
ellas se menciona la opresión colonial y la violencia ejercida contra los
pobladores originarios de esta tierra. Hablan asimismo del hurto de sus
tierras, de las generaciones robadas por un sistema social racista, del
sufrimiento y la lucha constante por mejorar sus vidas y las de sus hijos, de la
aniquilación de sus lenguas y costumbres.
Un ejemplo
profundamente llamativo es este episodio que relata el periodista Stan Grant en
la vida de su padre:
“Esa fue la
misión de vuestro Abuelo: salvar nuestra lengua. De pequeño había pasado algún
tiempo con su Abuelo, Budyaan, en los matorrales del bush. El viejo
Budyaan hablaba siete lenguas y le enseñó la lengua de los Wiradjuri a Papá. Un
día, en la calle principal del pueblo, Budyaan le dijo algo a Papá en voz alta
y un poli lo oyó. Al viejo lo arrestaron y lo encarcelaron.
Cuando salió,
dijo que nunca más volvería a hablar nuestra lengua. Se la guardó solamente
para cuando Papá estaba con él, lejos, allí donde ningún hombre blanco pudiera
oírlo. Vuestro Abuelo pasó muchos años simplemente sobreviviendo. Simplemente
poniendo comida en la mesa. Los Indígenas vivían a salto de mata. Día tras día,
un pueblo tras otro, un trabajo agotador y luego otro y luego otro.
El Abuelo tiene
cicatrices repartidas por todo el cuerpo: cicatrices de sobreviviente. Son
cicatrices adquiridas en las carpas de boxeo, cicatrices de los aserraderos,
cicatrices de los polis. Y luego están las cicatrices que no vemos: las
cicatrices que él mantiene escondidas. Cicatrices en el alma que no curan.
Vuestro Abuelo tiene cicatrices infligidas por Australia.” (Stan Grant, p. 28,
mi traducción).
La Australia
blanca anglosajona sigue ignorando, cuando no menospreciando, a los pueblos
originarios de este continente. Gobierno tras gobierno, las reivindicaciones de
los pueblos Aborígenes siguen siendo desdeñadas y arrinconadas en la agenda
política y económica del país. La parte que juegan los medios de comunicación
no es nimia, pues desde muchos de ellos se les denigra e insulta. El caso del jugador de fútbol australiano
Adam Goodes es claramente ilustrativo.
Cada
una de las cartas incluye detalles reveladores y únicos, pero todas tienen algo
muy importante en común: el hartazgo. “Porque somos padres Indígenas y cuidamos
de nuestros hijos. Los hemos amado, criado y sostenido; los hemos protegido y
les hemos enseñado cómo sobrevivir y a sentirse orgullosos de su cultura. Hemos
hecho igual que hicieron tus padres, y los padres de tus padres, y así durante
generaciones que se remontan a decenas de miles de años.” (Thomas Mayor, p.
179, mi traducción)