Ceridwen Dovey, Only the Animals (Melbourne: Penguin, 2014). 248 páginas.
Vaya por delante
la admisión de que no tengo mascota alguna ni la he tenido durante décadas, quitando
de los perros de la granja donde estuve viviendo un año entero. No me sorprende
que haya tanta gente que tiene animales en su casa, pero sí me parece
paradójico que algunas mascotas reciban mejor trato que personas que, por
alguna u otra razón, se hallan en condiciones deplorables. No creo que ese dato,
hoy en 2019, indique algo positivo de la humanidad.
Este difícilmente
clasificable libro de Ceridwen Dovey lo componen diez relatos narrados por “almas”
de animales fallecidos. Obviamente, la autora nos invita a creer en algo perfectamente
inverosímil; pero esa invitación, a la larga, creo que merece la pena
aceptarla.
Los relatos
tienen variados puntos en común: todos los animales cuentan sus historias
después de fallecer a causa de conflictos bélicos o situaciones problemáticas creadas
por seres humanos. Cada uno de los relatos rinde homenaje intertextual a un
escritor distinto, entre ellos algunos tan ilustres como Kerouac, Grass, Kafka,
Sylvia Plath, Stoppard o el australiano (mucho menos conocido) Henry Lawson.
Los suyos no están en una bolsa. Tumba de Henry Lawson en el cementerio de Waverley, Sydney. Fotografía de Sardaka |
En el primero,
‘The Bones’ [Los huesos] un camello en el árido interior de Australia a finales
del siglo XIX observa y escucha las conversaciones de un grupo expedicionario
que transporta un extraño saco lleno de huesos amarillentos (¡qué pena, no son
lingotes de oro!). El camello interrumpe la narración para dar cuenta de
su propia historia, y termina muerto por los disparos de uno de los viajeros
que, borracho de ron, intenta matar a un gran lagarto que ha estado
acechándolos durante días. El relato insinúa la violencia de la expansión
colonial de Australia, una atroz guerra que sigue siendo negada por la historia
oficial.
El siguiente
animal en contar su historia es un gatito, perdido entre las trincheras de la I
Guerra Mundial, donde encontrará la muerte. En otro de los cuentos, el alma de
un delfín hembra escribe ‘Una carta a Sylvia Plath’, en la que cuenta sus
experiencias dentro de un grupo de élite de cetáceos entrenados por la Marina de
los EE.UU. para tareas de detección de amenazas submarinas.
Los relatos están
presentados en un orden cronológico, si bien el lector bien podría alterar el
orden de lectura a su gusto. Los demás animales incluidos en el libro son un
chimpancé, un perro, un mejillón, una tortuga, un elefante, un oso y un loro.
Hay relatos que desde la primera oración te atrapan. En mi caso, me ocurrió con
‘Plautus: A Memoir of My Years on Earth and Last Days in Space’ [Plauto:
Memoria de mis años en la Tierra y mis últimos días en el espacio], narrada por
una tortuga que pasa de la vida en la casa de los Tolstoi tras la muerte del
escritor a vivir en el Londres literario de Virginia Woolf y George Orwell,
para finalmente regresar a la URSS y terminar como tortuga astronauta en las
expediciones espaciales de órbita terrestre del programa soviético.
Con otros, en
cambio, quizás la apuesta de Dovey no resulta ser tan efectiva. Es el caso de
‘Telling Fairytales’ [Contando cuentos de hadas], en el que un oso narra sus dramáticas
vivencias y la desesperación de los habitantes de Sarajevo durante la guerra de
los Balcanes.
Pearl Harbor (Hawaii). Implausible escenario para una superorgía de moluscos. |
Los hay también
repletos de humor: el mejillón de ‘Somewhere Along the Line the Pearl Would be
Handed to Me’ [En algún momento me entregarían la perla], título prestado por On
the Road de Kerouac, narra en clave de humor su largo viaje de la costa
este a la costa oeste de los Estados Unidos. El molusco no solo tiene un
excelente sentido del humor, sino que emula el espíritu de la Generación Beat
de forma veraz e hilarante. Tras la llegada a Pearl Harbor acoplados al casco
de un buque de guerra, los mejillones, enardecidos por la salinidad y las
cálidas aguas del Pacífico, desovan en masa en una especie de frenética orgía
submarina: “Entonces ocurrió algo extraño. La temperatura y la sal en el agua
actuaron como estímulo de un jubiloso desove espontáneo en masa de cada uno de
los mejillones en nuestra colonia de polizones en el casco del barco, todos y
cada uno de nosotros. Cada macho soltó su esperma en las aguas, y cada hembra
dejó ir millones de huevos, y durante varios días los muchachos y yo no pudimos
concentrarnos en otra cosa que no fuese fertilizar, en hacer nuestra divertida
voluntad carnal con quien nos diese la gana. Jodimos y copulamos y nos
reprodujimos en índices que asombraron al mismísimo Meji. El olor a sexo era
casi tan fuerte como el olor a comida – había comida por todas partes en la
bahía, tanta que todos engordamos, muy rápido, muy velozmente, más y más gordos.
No estaba muy seguro de si esto era lo que veníamos buscando, esta vida de
abundancia. Pero nos parecía muy bueno, estaba rebién, la hostia de bien, eso
de darnos una supercomilona y follar ad infinitum.” (p. 122, mi traducción)
Aunque posiblemente
no todos los relatos de Only the Animals causen admiración o asombro, el
conjunto sí deja un excelente sabor de boca, como fue el caso con la primera
novela de Dovey, Blood
Kin. Hay mucha inventiva e imaginación en cada una de estas narraciones
de características antropomórficas, que aprovechan el hecho de que, además de
servirnos de alimento, utilizamos a los animales de muchas diversas maneras: como
medios de transporte, para hacernos compañía, en experimentos y campañas
militares, en competiciones deportivas y espectáculos barbáricos que algunos denominan
artísticos, etc. La lista es virtualmente inagotable.
En ese sentido, quizás
el hilo temático subyacente en el conjunto de relatos sea la lucha por sobrevivir
en un planeta cada vez más poblado y cada vez más inhumano. La delfina que
escribe su misiva a Sylvia Plath nos dice: “a las mujeres no hace falta
recordarles que son animales. Entonces, ¿Por qué vuestros hombres se empeñan en
gritarlo desde los tejados, como si hubieran descubierto cómo transformar los
metales comunes en oro? ¡Imagínese usted a un hombre que haya de tener revelaciones
cada dos por tres para acordarse de que es un animal! Pero nosotros somos especiales,
declaran vuestros hombres, somos un animal de caso especial, y parte de lo que
nos hace especiales es que hacemos la pregunta: ¿Soy humano o animal?” (p. 206,
mi traducción)
Y enlazo lo anterior
con la cita que hace Dovey del autor estadounidense Boria Sax, procedente de su
libro Animals in the Third Reich: Pets, Scapegoats, and the Holocaust: “Quienes
son humanos para con los animales no son necesariamente amables con los seres
humanos.” Que cada cual saque sus propias conclusiones.