Gerald Murnane, Tamarisk Row (Artarmon: Giramondo, 2008 [1974]). 285 páginas.
Uno de los
pasatiempos favoritos de mi niñez consistía en organizar carreras ciclistas en
el largo (así me lo parecía entonces) pasillo del piso en el que vivía. Con las
chapas de botellas de refrescos y cerveza que recogía en restaurantes y bares y
en la tienda de mi abuela materna, en mi imaginación se creaban los ciclistas
más pundonorosos que tomaban parte en emocionantes carreras, disputadas en
largas etapas en otras tierras en las que se hablaban otras lenguas europeas.
En las baldosas del pasillo yo veía puertos de montaña que los ciclistas tenían
que escalar. Algo similar ocurre en Tamarisk
Row.
El protagonista
de Tamarisk Row es Clement Killeaton.
Publicada inicialmente en 1974, la editorial Giramondo la rescató del olvido y
apareció en 2008 en una nueva edición que sigue más fielmente los deseos del
autor, aunque un par de erratas (‘firsts’ en lugar de ‘fists’ y un ‘its’ que
debiera ser ‘it’s’) no hayan desaparecido. Clement (‘Killer’ para muchos de sus
compañeros de escuela) vive con sus padres en una casa de alquiler de una
ciudad del estado de Victoria llamada Bassett (Bendigo) en la Australia de la
posguerra. El jardín trasero es para él un universo en constante expansión y
abierto al desarrollo creativo de su imaginación, la cual es exuberante.
La novela está
estructurada en forma de diversos episodios no siempre en forma cronológica; en
ellos se narran las vicisitudes de la vida del joven Clement en el contexto de
una familia empobrecida por la adicción a las apuestas del padre en las
carreras de caballos y la resignada devoción católica de su madre. Los temas
abarcan la curiosidad infantil por el sexo opuesto, la violencia y la
crueldad que suelen sufrir en las
escuelas los estudiantes más vulnerables y débiles, y la soledad de un hijo
único cuya imaginación le permite escapar del tedio y de la miseria.
Pero hay otro
tema de fondo, ubicuo, constante: el paisaje, o mejor dicho, los paisajes. Son
paisajes reales tanto como paisajes imaginados. En ese hipódromo de miniatura
llamado Tamarisk Row y que Clement construye en el jardín de su casa caben
inmensas planicies donde ganaderos tostados por el sol podrían a media tarde entrar
en sus casas y desnudar a sus esposas, y más allá de esas llanuras verdes habrá
colinas tras las cuales estarán unas ciudades en las que Clement podrá
descubrir secretos que ni siquiera los propios habitantes de la ciudad conocen.
Esos paisajes imaginados propician momentos de revelación en los que se
incorporan el mundo exterior y el mundo interior del niño.
Todo lo que
fascina a Clement aparece en la narrativa a lo largo de prolongados pasajes, y
en ocasiones los temas quedan ensamblados unos con otros en la muy
idiosincrática prosa de Murnane. Las imágenes, sus colores, son elementos
definitorios de la concepción que Murnane tiene del mundo y de la literatura:
‘The front
blinds are pulled down against the hot afternoon sun. The front yard is
deserted. In a little round window a magpie of royal blue and White stained
glass emerges from a thicket of green and gold leaves and fronds. Clement hears
a faint cry from inside the house, where the light must be in green or gold
pools behind the glowing glass leaves. In a silent twilight, coloured like the
innermost parts of a forest, people who know the secrets of the Australian bush
instead of the mysteries of the Catholic religion are enyoing the true meaning
of a poem’ (70-71)
‘Las
persianas frontales están bajadas frente al ardiente sol vespertino. El jardín
de delante de la casa está desierto. En una ventanita redonda con una vidriera
aparece una urraca en azul Francia y blanco desde un matorral de hojas y
frondas verdes y doradas. Clement oye un débil grito procedente del interior de
la casa, en la que la luz debe estar en espacios verdes y dorados detrás de las
relucientes hojas de vidrio. En un crepúsculo silencioso, del color de las
partes más íntimas de un bosque, personas que conocen los secretos del bush australiano en lugar de los
misterios de la religión católica están gozando del verdadero significado de un
poema.’
Una escritura
inusual, una prosa única y muy personal de un autor que ha hecho del estudio de
la lengua húngara un hábito vital pese a que
nunca ha salido de su estado natal, Victoria. Murnane narra una historia
que en realidad no cuenta con una trama concreta en el sentido más ortodoxo del
término, y lo hace en tercera persona. Aunque en la mayor parte de la novela se
adopta el punto de vista de Clement, hay en realidad un narrador omnisciente
que no puede ser en ningún caso un niño, pero que desarrolla las percepciones
de un mundo perdido en la memoria que un niño de ocho o nueve años podría haber
tenido en una pequeña ciudad como Ballarat al final de la década de 1940.
De alguna manera,
es el mismo paisaje el que insta a crear lindes, dibujar mapas, y situar marcas
en el territorio que es materia y espacio en la imaginación de Clement. Semanas
antes de que su santuario sea invadido por Barry Launder, el matón del colegio de
San Bonifacio que le acobarda en el patio de recreo, Clement reorganiza
Tamarisk Row:
‘Clement goes back to his own yard. He spends the
next few weeks rearranging the whole pattern of his farming country. He decides
that he was wrong to think that as his backyard extended further out of sight
of the front gate it became more secluded and remote and safe from disturbance.
he realises that the further back a road might lead towards the quietest,
least-visited reaches of a territory that a people have decided is theirs alone
to explore, the nearer it might approach to the edges of a territory that is so
familiar to another people that they have not yet noticed the strange country
just outside its borders, although one of them might stumble on it at any time.
He supposes that the reason why he has always been strangely affected by the
sight of plains and flat grasslands viewed from a distance is that the most
mysterious parts of those lands lie in the very midst of them, seemingly
unconcealed and there for all to see but in fact made so minute by the hazy
bewildering flatness all around them that for years they might remain unnoticed
by travellers, and so determines to make the central districts of his yard the
site of his most prized farms and park-like grazing lands’. (179-80)
‘Clement regresa
a su propio jardín. Se pasa las siguientes semanas reorganizando el patrón
entero de su país agrario. Decide que
estaba equivocado al pensar que a medida que el jardín trasero quedaba más
escondido y alejado de la puerta de entrada de delante se volvía más apartado y
remoto y a salvo de interrupciones. Se da cuenta de que cuanto más lejos pueda
llevar un camino hacia los rincones más tranquilos y menos visitados de un
territorio que una gente haya decidido que les corresponde a ellos solamente
explorar, más cerca se podría acercar a los lindes de un territorio que le es
tan familiar a otra gente que todavía no se han percatado del extraño país que
está justo pasadas sus fronteras, aunque uno de ellos podría dar con él en
cualquier momento. Supone que la razón por la cual siempre se ha visto extrañamente
afectado por la visión de llanuras y praderas vistas desde una distancia es que
las partes más misteriosas de esas tierras se hallan en medio mismo de ellas,
aparentemente nada ocultas y a la vista de todos pero de hecho tan empequeñecidas
por la borrosa desconcertante planicie que las rodea por todas partes que
durante años podrían pasar inadvertidas a los viajeros, y de modo que resuelve hacer
de los distritos centrales del jardín el emplazamiento para sus más preciadas
granjas y tierras de pastoreo’.
En alguna parte he
leído que puede que Tamarisk Row sea
la más asequible de todas las novelas de Murnane. El ensayo que J.M. Coetzee publicó no hace mucho en The New York
Review of Books ha renovado el interés por este idiosincrático autor
australiano, cuya lectura no está destinada en modo alguno a lectores
acomodaticios. Por mi parte, yo seguiré explorando en los paisajes que imagina Murnane.