3 nov 2013

Reseña: Tamarisk Row, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, Tamarisk Row (Artarmon: Giramondo, 2008 [1974]). 285 páginas.

Uno de los pasatiempos favoritos de mi niñez consistía en organizar carreras ciclistas en el largo (así me lo parecía entonces) pasillo del piso en el que vivía. Con las chapas de botellas de refrescos y cerveza que recogía en restaurantes y bares y en la tienda de mi abuela materna, en mi imaginación se creaban los ciclistas más pundonorosos que tomaban parte en emocionantes carreras, disputadas en largas etapas en otras tierras en las que se hablaban otras lenguas europeas. En las baldosas del pasillo yo veía puertos de montaña que los ciclistas tenían que escalar. Algo similar ocurre en Tamarisk Row.

El protagonista de Tamarisk Row es Clement Killeaton. Publicada inicialmente en 1974, la editorial Giramondo la rescató del olvido y apareció en 2008 en una nueva edición que sigue más fielmente los deseos del autor, aunque un par de erratas (‘firsts’ en lugar de ‘fists’ y un ‘its’ que debiera ser ‘it’s’) no hayan desaparecido. Clement (‘Killer’ para muchos de sus compañeros de escuela) vive con sus padres en una casa de alquiler de una ciudad del estado de Victoria llamada Bassett (Bendigo) en la Australia de la posguerra. El jardín trasero es para él un universo en constante expansión y abierto al desarrollo creativo de su imaginación, la cual es exuberante.

La novela está estructurada en forma de diversos episodios no siempre en forma cronológica; en ellos se narran las vicisitudes de la vida del joven Clement en el contexto de una familia empobrecida por la adicción a las apuestas del padre en las carreras de caballos y la resignada devoción católica de su madre. Los temas abarcan la curiosidad infantil por el sexo opuesto, la violencia y la crueldad  que suelen sufrir en las escuelas los estudiantes más vulnerables y débiles, y la soledad de un hijo único cuya imaginación le permite escapar del tedio y de la miseria.

Pero hay otro tema de fondo, ubicuo, constante: el paisaje, o mejor dicho, los paisajes. Son paisajes reales tanto como paisajes imaginados. En ese hipódromo de miniatura llamado Tamarisk Row y que Clement construye en el jardín de su casa caben inmensas planicies donde ganaderos tostados por el sol podrían a media tarde entrar en sus casas y desnudar a sus esposas, y más allá de esas llanuras verdes habrá colinas tras las cuales estarán unas ciudades en las que Clement podrá descubrir secretos que ni siquiera los propios habitantes de la ciudad conocen. Esos paisajes imaginados propician momentos de revelación en los que se incorporan el mundo exterior y el mundo interior del niño.

Todo lo que fascina a Clement aparece en la narrativa a lo largo de prolongados pasajes, y en ocasiones los temas quedan ensamblados unos con otros en la muy idiosincrática prosa de Murnane. Las imágenes, sus colores, son elementos definitorios de la concepción que Murnane tiene del mundo y de la literatura:

‘The front blinds are pulled down against the hot afternoon sun. The front yard is deserted. In a little round window a magpie of royal blue and White stained glass emerges from a thicket of green and gold leaves and fronds. Clement hears a faint cry from inside the house, where the light must be in green or gold pools behind the glowing glass leaves. In a silent twilight, coloured like the innermost parts of a forest, people who know the secrets of the Australian bush instead of the mysteries of the Catholic religion are enyoing the true meaning of a poem’ (70-71)
‘Las persianas frontales están bajadas frente al ardiente sol vespertino. El jardín de delante de la casa está desierto. En una ventanita redonda con una vidriera aparece una urraca en azul Francia y blanco desde un matorral de hojas y frondas verdes y doradas. Clement oye un débil grito procedente del interior de la casa, en la que la luz debe estar en espacios verdes y dorados detrás de las relucientes hojas de vidrio. En un crepúsculo silencioso, del color de las partes más íntimas de un bosque, personas que conocen los secretos del bush australiano en lugar de los misterios de la religión católica están gozando del verdadero significado de un poema.’
Una escritura inusual, una prosa única y muy personal de un autor que ha hecho del estudio de la lengua húngara un hábito vital pese a que  nunca ha salido de su estado natal, Victoria. Murnane narra una historia que en realidad no cuenta con una trama concreta en el sentido más ortodoxo del término, y lo hace en tercera persona. Aunque en la mayor parte de la novela se adopta el punto de vista de Clement, hay en realidad un narrador omnisciente que no puede ser en ningún caso un niño, pero que desarrolla las percepciones de un mundo perdido en la memoria que un niño de ocho o nueve años podría haber tenido en una pequeña ciudad como Ballarat al final de la década de 1940.

De alguna manera, es el mismo paisaje el que insta a crear lindes, dibujar mapas, y situar marcas en el territorio que es materia y espacio en la imaginación de Clement. Semanas antes de que su santuario sea invadido por Barry Launder, el matón del colegio de San Bonifacio que le acobarda en el patio de recreo, Clement reorganiza Tamarisk Row:

‘Clement goes back to his own yard. He spends the next few weeks rearranging the whole pattern of his farming country. He decides that he was wrong to think that as his backyard extended further out of sight of the front gate it became more secluded and remote and safe from disturbance. he realises that the further back a road might lead towards the quietest, least-visited reaches of a territory that a people have decided is theirs alone to explore, the nearer it might approach to the edges of a territory that is so familiar to another people that they have not yet noticed the strange country just outside its borders, although one of them might stumble on it at any time. He supposes that the reason why he has always been strangely affected by the sight of plains and flat grasslands viewed from a distance is that the most mysterious parts of those lands lie in the very midst of them, seemingly unconcealed and there for all to see but in fact made so minute by the hazy bewildering flatness all around them that for years they might remain unnoticed by travellers, and so determines to make the central districts of his yard the site of his most prized farms and park-like grazing lands’. (179-80)       
‘Clement regresa a su propio jardín. Se pasa las siguientes semanas reorganizando el patrón entero  de su país agrario. Decide que estaba equivocado al pensar que a medida que el jardín trasero quedaba más escondido y alejado de la puerta de entrada de delante se volvía más apartado y remoto y a salvo de interrupciones. Se da cuenta de que cuanto más lejos pueda llevar un camino hacia los rincones más tranquilos y menos visitados de un territorio que una gente haya decidido que les corresponde a ellos solamente explorar, más cerca se podría acercar a los lindes de un territorio que le es tan familiar a otra gente que todavía no se han percatado del extraño país que está justo pasadas sus fronteras, aunque uno de ellos podría dar con él en cualquier momento. Supone que la razón por la cual siempre se ha visto extrañamente afectado por la visión de llanuras y praderas vistas desde una distancia es que las partes más misteriosas de esas tierras se hallan en medio mismo de ellas, aparentemente nada ocultas y a la vista de todos pero de hecho tan empequeñecidas por la borrosa desconcertante planicie que las rodea por todas partes que durante años podrían pasar inadvertidas a los viajeros, y de modo que resuelve hacer de los distritos centrales del jardín el emplazamiento para sus más preciadas granjas y tierras de pastoreo’.

En alguna parte he leído que puede que Tamarisk Row sea la más asequible de todas las novelas de Murnane. El ensayo que J.M. Coetzee publicó no hace mucho en The New York Review of Books ha renovado el interés por este idiosincrático autor australiano, cuya lectura no está destinada en modo alguno a lectores acomodaticios. Por mi parte, yo seguiré explorando en los paisajes que imagina Murnane.

26 oct 2013

Reseña: The Mannequin Makers, de Craig Cliff


Craig Cliff, The Mannequin Makers (North Sydney: Vintage Books, 2013). 330 páginas.

La historia de la humanidad comprende toda una serie de antecedentes de personas que han tratado de dotar de vida a creaciones humanas que no la tienen: desde las muñecas prehistóricas pasando por los autómatas hasta llegar a robots y androides. En algún momento, el comercio se dio cuenta del potencial que podía tener una figura con apariencia humana, vestida con ropas y otros accesorios, para vender productos. Wikipedia dice que los primeros maniquíes aparecieron en el siglo XV, pero su auge no se dio hasta el siglo XIX.

La primera novela del neozelandés Craig Cliff, The Mannequin Makers, es un debut más que notable. En una pequeña, provinciana localidad llamada Marumaru, un lugar ficticio de la Isla Sur, un hombre llamado Colton Kemp trabaja para una de las dos tiendas principales de la ciudad. Sus tareas comprenden el diseño y la elaboración de escenas destinadas al escaparate de la tienda, y afortunadamente cuenta con la ayuda y la mejor destreza para la creación de su mujer, Louisa. Poco antes del final del año 1902 llegará (en parte por error) el gran espectáculo del gimnasta Eugen Sandow.

Louisa está encinta y en avanzado estado de gestación, pero cuando va a recoger la ropa seca tiene un vahído y cae a tierra. Kemp asiste impotente a su muerte, pero los mellizos que llevaba salvan la vida. Es aquí donde la conducta de Kemp empieza a desviarse de lo que se supone socialmente aceptable. El viudo oculta durante un par de días la muerte de su esposa, y mientras acude al espectáculo de Sandow. Antes, la estatua que el ayudante de Sandow ha traído a Marumaru como anzuelo para el espectáculo se la lleva el principal competidor de Kemp, un hombre taciturno al que todos conocen como El Carpintero.

Kemp criará a sus hijos en secreto, sin permitirles salir de su propiedad y obsesionado con un entrenamiento gimnástico inspirado por Sandow; serán la perfección física personificada. Ayudado por la hermana de Louisa (Flossie), Kemp educa a Eugen y Avis siguiendo una extraña doctrina – Eugen no aprende ni a leer ni a escribir pero sí a tocar el piano, mientras que Avis sí es alfabetizada pero no aprende música. Desde pequeños les inculca la idea de que cuando cumplan dieciséis años aparecerán en “el escaparate” y llevarán a cabo una “actuación” que les permitirá escoger esposa y esposo respectivamente.

The Mannequin Makers cuenta, no obstante, con una trama mucho más compleja. Dividida en cuatro partes, la narración salta de 1903 a 1918 en la segunda parte, narrada por Avis a través de los apuntes que hace ella en su diario. La tercera parte, un poco más larga, cuenta la vida de El Carpintero, Gabriel Doig, un joven tallista escocés que se enrola como carpintero en un cúter semi-desvencijado, en un arranque de tipo aventurero y algo romántico, para una travesía desde los astilleros de la desembocadura del río Clyde cerca de Glasgow hasta Melbourne. La cuarta parte, situada en 1974, cuenta con otro narrador, un Eugen ya algo envejecido que va arrojando algo de luz sobre la mayoría de las interrogantes que la novela ha ido sembrando a lo largo de doscientas cincuenta páginas.

Al final de la segunda parte sabemos que Avis es raptada mientras ella y su hermano están actuando como maniquíes en el escaparate; su padre ha ido a Christchurch con la esperanza de firmar un suculento contrato y llevar el espectacular despliegue de sus maniquíes (la población de Marumaru no descubre que son personas de verdad, solamente El Carpintero parece sospechar algo avieso). Las mentiras sobre las que se había basado la vida de la familia Kemp durante casi dieciséis años se vienen completamente abajo en cuestión de horas: el padre de familia parece no dar crédito al desastre que contempla entre sus manos, y no asume la responsabilidad y la culpa que le corresponden.

Es esta una novela repleta de giros narrativos y peripecias; al lector que busca el sabor de la aventura no le faltarán sucesos que paladear, pero también atraerá al lector que disfruta de subterfugios más intrínsecamente literarios y metanarrativos. Así, la narradora de la segunda parte, Avis, nos hace llegar la tercera parte en tanto que se convierte en lectora de la narración de Doig, cuyos capítulos están intercalados con las preguntas que ella le hace a Doig (un pequeño regalo que nos hace Cliff, con sutil perspicacia), y en la última parte de la novela descubrimos que es Eugen quien parece haber revisado (o al menos, eso puede pensarse) la primera parte, a partir de la información obtenida muchos años después de testigos y diarios. El interés no decae en momento alguno, y garantizo que el desenlace no dejará a ningún lector indiferente.

En torno a un tema muy inquietante como lo es el poder desorbitado y extravagante que los padres pueden ejercer sobre sus hijos mediante la negación de su acceso al mundo exterior, Craig Cliff ha escrito una novela intrigante, con un ritmo ágil y un muy cuidado lenguaje (Cliff se asegura no solamente de que Doig suene escocés, sino también de que su relato como marinero y náufrago sea más que creíble).

Habiendo triunfado ya con un muy heterogéneo libro de cuentos (A Man Melting, que reseñé hace un par de semanas), la primera novela de Cliff viene a confirmar que Nueva Zelanda cuenta con otro joven escritor talentoso, aparte de la ganadora del Booker.

21 oct 2013

Illegal Arrivals-Do not approach, they may cause moral outrage

 

Two notorious illegal arrivals in Australia.

Neither these two nor their ancestors asked the truly legitimate inhabitants of these ancient lands for their permission before settling here.

And for the record, the above makes me an illegal arrival, too. Just like them.

20 oct 2013

Reseña: Carpentaria, de Alexis Wright


Alexis Wright, Carpentaria (Artarmon: Giramondo, 2006). 519 páginas.

El golfo de Carpentaria es una extensísima área que comprende parte del Territorio del Norte y del oeste de Queensland. Es quizás una de las zonas menos atractivas para el turismo en la mitad septentrional del continente australiano: no puede competir con la Gran Barrera del Arrecife Coralino ni con los alicientes de Kakadu, por ejemplo. Es en esta región antiquísima en la que Alexis Wright sitúa su novela, que fue galardonada con el Premio Miles Franklin en 2007.
Imagen desde satélite del golfo de Carpentaria
Con 519 páginas, Carpentaria es una larga y densa obra, con numerosísimos personajes y muchos y variados temas. Wright crea en una pequeña ciudad ficticia llamada Desperance (con los evidentes ecos de ‘desesperación’ y ‘esperanza’), espejo de cualquier localidad del outback australiano, en el que las comunidades indígena y la blanca viven separadas. En Desperance, los blancos viven en ‘Uptown’, mientras que la comunidad indígena está también dividida (un enfrentamiento en torno a cuál de los clanes tiene genuinamente el derecho a considerar la zona suya, tema que se repite en una novela más reciente, Mullumbimby, de Melissa Lucashenko) entre este y oeste, zonas marginales cercanas a los vertederos y que carecen de los servicios municipales más elementales.

El personaje principal es Normal Phantom, pescador que complementa sus ingresos con las verdaderas obras de arte que realiza como taxidermista. Norm, a quien Uptown nombra líder de la comunidad indígena (un papel de interlocutor que él rechaza con total indiferencia), patriarca y uno de los últimos ‘elders’ con conocimientos antiquísimos y misteriosos de la tierra y el mar. Si Norm es el líder de la zona occidental de Desperance, en lo que la narradora denomina Pricklebush, su enemigo es Joseph Midnight, y su enfrentamiento es épico y parece haberse originado en tiempos inmemoriales. Los otros tres personajes que forman parte de la trama principal son Angel Day, la mujer de Norm, que tras varios años lo abandona y se marcha con Mozzie Fishman, una especie de fanático espiritual que se dedica a recorrer el outback con sus numerosos acólitos en un convoy de coches destartalados, siguiendo los caminos tradicionales del Dreaming indígena, convoy que por momentos nos recuerda a los integrantes del memorable programa The Bush Mechanics


El tercer personaje central de esta descomunal épica indígena australiana es Will Phantom, hijo de Norm y Angel Day, quien tras una violenta discusión con su padre, se marcha de la casa familiar y se une a Mozzie para iniciar una especie de guerra de guerrillas contra la compañía minera que busca explotar el subsuelo a costa de destruir el ecosistema y las tierras que son sagradas para los indígenas. El principal tema que subyace en la narración de Carpentaria es sin duda la desposesión de las tierras de los pueblos indígenas aborígenes por parte de una población colonial blanca que no entiende ni quiere entender sus tradiciones, ni desea cambiar sus actitudes prepotentes ante los quebrantos que el nuevo orden social y económico supone para los habitantes ancestrales de esas tierras.

Desde un punto de vista meramente literario, Carpentaria es sin embargo una narrativa caótica y desordenada. En sus inicios carece de ritmo, y cuando los titubeos preliminares dan paso a la narración propiamente dicha, el lector se encuentra con una falta de concreción cronológica que ciertamente desorienta. El pasado surge sin previo aviso entre los sucesos narrados, y sucesos imaginados por algunos personajes parecen adquirir visos de realidad. Una cosa es el juego narrativo que el realismo mágico pueda aportar a una gran novela como Carpentaria, y otra bien distinta es infligir en el lector la confusión en tanto que recurso narrativo.
Atardecer en Cloncurry, lugar donde nació la autora
Y no es que ese desbarajuste esté excesivamente extendido en Carpentaria. No es el caso. Pero si a lo anterior le sumamos una mezcla algo deshilvanada de registros y la falta de control de la perspectiva de la voz narradora, nos encontramos ante una gran obra perdida en su propia maraña de historias, perspectivas y ángulos. Se echa en falta una mayor fijación de los diversos aspectos literarios que suelen contribuir a darle cuerpo a una novela.

Es cierto que no puede ser fácil hacer que confluya la tradición oral de la antiquísima literatura indígena con las convenciones escritas del género novelístico. Wright hace un uso constante de marcadores discursivos coloquiales (‘Well!’) que coexisten con polisílabos y términos propios de registros especializados como el jurídico o el económico. Pese a todo, la presencia de la autora domina toda la novela, y son muchas más las virtudes que los defectos: el paso de pasajes rebosantes en lírica a diálogos y pasajes con un lenguaje más prosaico deja de resultar tan llamativo con el paso de las páginas.
Un simpático recordatorio de la fauna local en Normanton, golfo de Carpentaria

En Carpentaria Wright no deja en el tintero ninguna de las peliagudas cuestiones que lamentablemente atenazan la vida de las comunidades aborígenes en demasiadas partes de Australia: la muerte de ciudadanos indígenas bajo custodia policial, los jóvenes que inhalan gasolina, la pobreza perenne, la exclusión de los indígenas de los polos de toma de decisiones, el racismo o la violencia.

Es una pena, no obstante, que tantos hilos queden sueltos. ¿Qué sucede con las hermanas de Will? ¿Sobrevive Kevin Phantom a la paliza que le propinan? ¿Regresa el repugnante alcalde Bruiser a Desperance? Son solamente algunas de las muchas preguntas que quedan sin respuesta, y habrá sin duda quien diga que son elementos secundarios de la novela, y por tanto su resolución no es tan relevante.

13 oct 2013

Aquí, bala - Un poema de Brian Turner

Fotografía de Andy Dunaway, 2007
Aquí, bala 

Si es un cuerpo lo que buscas,
aquí lo tienes: carne, hueso, cartílago.
Aquí tienes ese deseo de clavícula partida,
las válvulas abiertas de aorta, ese salto
del pensamiento en el espacio sináptico.
Aquí tienes esa descarga de adrenalina que ansías,
ese vuelo inexorable, esa insana punzada
en el calor y la sangre. Y te reto a que termines
lo que has comenzado. Porque es aquí, bala,
es aquí donde yo completo la palabra que traes
silbante por el aire, es aquí donde lamento
el frío esófago del cañón, detonando
los explosivos de la lengua para las estrías
que llevo dentro, cada giro del disparo
más profundo, porque es aquí, bala,
es aquí donde el mundo se acaba, siempre.
Brian Turner 

Versión en castellano de Jorge Salavert, 2013.

10 oct 2013

Reseña: A Naked Singularity, de Sergio de la Pava


Sergio de la Pava, A Naked Singularity (Chicago: University of Chicago Press, 2008). 678 páginas.

Uno no puede dejar de asombrarse del hecho de que esta novela de Sergio de la Pava fuese rechazada por numerosísimos editores durante varios años, hasta el punto de que el autor se decidiera a publicarla por su cuenta y riesgo en el formato de libro electrónico en 2008. La posibilidad de democratización (léase el boca a boca tradicional, pero con los avances tecnológicos pertinentes) de la literatura que internet ha traído hizo el resto, y finalmente alguien en la University de Chicago Press se dio cuenta de que A Naked Singularity era una novela que valía la pena publicar en papel, y el libro apareció en 2012. Para muchos sigue siendo un autor desconocido, quizás no tanto después de que A Naked Singularity haya recibido el Premio PEN de ficción para nuevos autores. Más vale tarde que nunca, ya se sabe.

A Naked Singularity te atrapa desde la primera página, y a pesar de su longitud y lo variopinto de sus temas y obsesiones, o quizás debido a los meandros y recovecos narrativos por los que discurre (y atención, no digo “se pierde”), el interés prácticamente no decae en momento alguno.

Se inicia con una acotación escénica teatral (‘ruido de fondo’) y una voz que grita de pronto: ‘¿voya [sic, mi traducción] salir o qué?’. La escena la describe el narrador como una ‘particular batalla entre el Bien y el Mal’, y el lugar es los juzgados de guardia de la ciudad de Nueva York. Casi (así se llama el abogado de oficio protagonista y narrador – no quiero desvelar aquí el porqué de su nombre, es mejor que lo descubras en el libro) nos cuenta que lleva más de siete horas tratando de defender a individuos que han sido arrestados/entrampados por la policía neoyorquina. Es una escena prácticamente surrealista en su construcción, pero dramáticamente realista por el afilado detallismo con el que de la Pava va desvelando la trama, lo que logra en parte gracias a unos diálogos perfectos. El mundo de los juzgados de guardia, que durante unos años llegué a conocer en su versión valenciana desde la perspectiva del intérprete, queda fiel y acerbamente retratado en A Naked Singularity.

He hecho mención de la multiplicidad de temas presentes en la novela, de modo que mencionaré algunos, los que me vienen a la cabeza: la obsesión por las series de televisión, la mejor generación de boxeadores de la historia y las muchas peleas que se dieron entre ellos, el cáncer de pelo, la física cuántica, la vida de los inmigrantes colombianos en Nueva York, el rapto y posterior asesinato de un bebé a manos de dos niños, y las apuestas que se dan en la oficina de Casi en torno a lo que le ha sucedido al bebé mientras no se descubre el crimen, la manipulación genética y el concepto de progreso, la lucha legal contra las ejecuciones de discapacitados intelectuales en muchos de los estados de los EE.UU., y muchos otros asuntos que me dejo en el tintero. Y en medio de todo esto, una espeluznante ola de frío glacial y un tétrico apagón que deja la ciudad totalmente a oscuras.

A naked singularity
A Naked Singularity es ciertamente un texto abigarrado, y es precisamente el hecho de que fuera el autor el que lo publicara lo que otorga un cierto carácter asilvestrado, como un resabio a literatura montaraz e indisciplinada. Lo que en un principio semeja ser una estructura argumental errática deviene en una construcción sutil que prepara al lector para lo que es sin duda el plato fuerte del libro: la realización del atraco perfecto con un botín de muchos millones de dólares. Hacia el final de la novela, Casi parece prever el colapso al que se aboca su vida tal como la ha vivido hasta ese momento, en una evocación intertextual que refiere al título. Hay además un delicioso guiño al Moby Dick de Melville, pero de la Pava crea un desenlace más o menos abierto.

A Naked Singularity constituye una demostración de ambición rara vez vista en la literatura contemporánea. Una plétora de episodios humorísticos (la confesión que hace Casi ante un cura católico es una auténtica gema), acompañada de desternillantes disquisiciones filosóficas y ácido comentario social: todo empacado en diálogos que a veces recuerdan a los mejores momentos de Seinfeld. Un caos retratando otro caos (la ciudad de Nueva York), esta es una novela de ritmo endiablado que apenas se rompe, excepto en el cuento en verso que le lee Casi a su sobrina, que habría sido mejor eliminar, sin duda.

Sergio de la Pava es abogado, pero tiene un excelente sentido del humor. Recomiendo la entrevista que le hizo Hermano Cerdo en julio de 2011, y que lleva por título ¿Dónde está el árbitro?

A Naked Singularity la publicará en castellano próximamente la editorial Pálido Fuego. Y ciertamente, no siento envidia alguna por el traductor que se haya estado peleando con un texto que, como mínimo, es de peso superwelter.

7 oct 2013

Reseña: A Man Melting, de Craig Cliff


Craig Cliff, A Man Melting (Auckland: Vintage Books, 2010). 315 páginas.

Hace poco más de un año traduje un cuento del neozelandés Craig Cliff, titulado ‘Offshore service’ (Servicio de alta mar), y que apareció en la revista Hermano Cerdo. No había leído nada más de Cliff hasta ahora, y antes de emprender la lectura de su primera novela, The Mannequin Makers, de reciente aparición, he querido acercarme un poco más a su obra leyendo A Man Melting, su primer volumen de narraciones breves, publicado en 2010.

Un tema común une la mayoría de los cuentos de A Man Melting: el cambio personal, la evolución de los personajes, cambios que muchas veces son detonados por eventos inusuales o inexplicables. Algunos de los cuentos rozan el género del llamado ‘realismo mágico’, como ‘The Sceptic’s Kid’, o la ciencia ficción, como es el caso del cuento que da título a la colección.

Cliff escribe con brío y pulcritud, y el lector lo agradece tanto en los cuentos más breves como en las narraciones más extensas, desarrolladas a lo largo de hasta treinta páginas. Uno de los más llamativos es ‘Copies’, en el que Cliff trata el tema del carácter fragmentario de la memoria. “La vida es una serie de repeticiones imperfectas. Eso es lo que me dijo el psicoterapeuta de mi madre – y ahora lo repito aquí, de forma imperfecta – la única vez que hablamos”, empieza el cuento. El narrador nos describe cómo en su edad adulta le influye la figura de su difunto padre, un artista solitario, obsesionado con las fotocopias de una misma obra de arte, fotocopias que repetía ad nauseam hasta que la imagen original quedaba totalmente distorsionada.

Uno de los relatos que resultaron más extraños (por su temática) es ‘Give Me Bread and Call Me Stupid’, cuyo protagonista es Bembe Hernández, un español que se ha ido a Edimburgo con su novia Rosa para aprender bien el inglés. Al cabo de un tiempo, Bembe se da cuenta de que la chica de la agencia de empleos parece querer algo con él. Tras muchas evasivas y negativas, accede a almorzar una tarde con ella. La chica, Lindsey, le confiesa que conoció a alguien en España, pero ese alguien le rompió el corazón, y le pide a Bembe que le hable en español. Para complacerla, a Bembe solamente se le ocurren refranes.

En ‘Facing Galapagos’ un oficinista entabla una extraña correspondencia con alguien que dice ser Charles Darwin, y tras sospechar de todos los que le rodean, incluso de su mujer, sucumbe a la tentación de acudir a las islas Galápagos. Pero tras llegar a Guayaquil descubre que ha caído en una trampa inexplicable y absurda, y que no está solo.

Para la composición de los cuentos de A Man Melting Cliff ha empleado diferentes técnicas: algunos están escritos en primera persona, mientras que otros hay un narrador omnisciente. Ello contribuye a hacer que su lectura sea amena. Es una colección muy heterodoxa y entretenida: Cliff escoge diferentes escenarios (Nueva Zelanda, Escocia, Ecuador, Londres) y se aplica con concisión a desarrollar cada una de las diferentes tramas de manera realmente impredecible.

Craig Cliff recibió por A Man Melting el Commonwealth Book Award en 2010. Es sin duda un autor a tener en cuenta en el futuro.

25 sept 2013

Reseña: The Rosie Project, de Graeme Simsion

Graeme Simsion, The Rosie Project (Melbourne: Text Publishing, 2013). 329 páginas.


A punto de cumplir los cuarenta, Don Tillman, profesor universitario e investigador en el campo de la de genética, sigue soltero en Melbourne. Tillman es un hombre atípico, un tipo estrafalario: carece de las habilidades sociales más comunes pero está dotado de un elevadísimo nivel de inteligencia. Tillman tiene el llamado síndrome de Asperger, y por ello es una persona muy meticulosa, con una vida organizada hasta el más mínimo detalle y al segundo, y a un tiempo capaz de enfocar cuestiones desde ángulos muy diferentes a los habituales; sin embargo, hace gala de un desprendimiento o distanciamiento que suele interpretarse como falta de empatía o puede verse como indiferencia respecto a las emociones de los demás. En otras palabras: Tillman no sabe cómo interactuar con otras personas. Pero aún así, quisiera encontrar a la mujer de su vida.

The Rosie Project es una divertida (a ratos) comedia romántica. Ganadora del Premio Literario del Premier de Victoria de 2012 para un manuscrito inédito, se convirtió de la noche a la mañana en un gran éxito editorial. Incluso antes de ser publicada oficialmente, los agentes de Simsion ya la habían colocado para ser traducida a más de 30 idiomas. Habrá película, claro está: es una línea argumental repetida hasta la saciedad por Hollywood, industria que no se caracteriza ni por su originalidad ni por la búsqueda de nuevas ideas.

Al principio de la novela, y animado por sus amigos Gene y Claudia, Don Tillman diseña un cuestionario de corte científico para realizar una selección de potenciales candidatas. El cuestionario, siguiendo el formato de preguntas con cuatro opciones para responderlas de las cuales solamente una es válida, forma parte de lo que él denomina el Proyecto Esposa.

En su camino se cruza sin embargo una joven doctoranda llamada Rosie, por quien Don siente al instante una fuerte atracción física. Don se ofrecerá a ayudar a Rosie a descubrir quién es su padre biológico, en lo que denomina el Proyecto Padre. La trama gira en torno a sus encuentros y desencuentros, y los muchos episodios en los que se ven envueltos, algunos sumamente ingeniosos. La búsqueda de esa elusiva secuencia genética los llevará hasta Nueva York, con más episodios estrambóticos.

Narrada en primera persona por Don Tillman, Simsion utiliza un lenguaje directo que recrea con éxito la naturaleza obsesiva, el carácter tenaz y la conducta socialmente ingenua del profesor. Lo que no tengo tan claro es la verosimilitud de la trama en su totalidad. The Rosie Project tiene el claro propósito de entretener. No hay ningún otro, y por eso no es nada difícil de entender que The Rosie Project se haya convertido en un éxito instantáneo de ventas. Una trama que encantará a lectores/consumidores que no busquen otra cosa que una historia divertida, sin complejidades ni dificultades narrativas, con unos personajes simpáticos y apropiados para lo que no deja de ser una comedia de enredo.

No es difícil de adivinar que ésta es la novela a la que Graeme Simsion hace referencia en su cuento ‘Tres encuentros con lo físico’, que traduje para la revista Hermano Cerdo hace unos meses. The Rosie Project aparecerá pronto en castellano (Salamandra) y en català (La Campana), y no me cabe duda de que venderá, como esos ricos buñuelos de calabaza en las noches de Fallas.

21 sept 2013

Reseña: Big Brother, de Lionel Shriver

Lionel Shriver, Big Brother (Sydney: Fourth Estate, 2013). 373 páginas.

Durante las cinco semanas de un más o menos reciente viaje a Vietnam pude constatar que no hay apenas personas obesas entre la población vietnamita; en cambio, en países como Samoa el sobrepeso es un quebradero de cabeza para las autoridades sanitarias. La situación de Vietnam (donde McDonald’s no tiene permiso para operar sus restaurantes – solamente vi un KFC en Hanói y otro en Saigón) supone un patente contraste con la de muchos países del (así llamado) mundo desarrollado, en los que la obesidad se ha convertido en un gravísimo problema de salud pública.

Lionel Shriver nos presenta en Big Brother una interesante historia narrada en primera persona por una mujer de mediana edad, Pandora. Casada con un divorciado (Fletcher) que tiene la custodia de sus dos hijos (Tanner y Cody), en su casa de Iowa se presenta un tanto inesperadamente su hermano Edison, a quien no ha visto en años. Al ir a recogerlo al aeropuerto, Pandora no lo reconoce en un primer momento. Edison, pianista de jazz de mediano prestigio en Nueva York, ha casi triplicado su peso desde la última vez que Pandora lo vio.

La familia no sabe muy bien cómo reaccionar ante el cambio que ha experimentado Edison. Aparte del sonrojo que les produce, poco a poco la incomodidad que supone su presencia en la casa da lugar a situaciones no solamente de azoramiento sino también de enfrentamiento entre unos y otros. Lo que en un principio pensaban que iba a ser una breve estancia se convierte en un periodo de dos meses. Cuando finalmente llega el día de su partida, Pandora descubre que la gira musical que Edison decía tener programada por España y Portugal es mentira. Edison está en la bancarrota, no solo financiera y laboral sino también moral y física.

Ante esa situación, Pandora propone hacerse cargo de su hermano mayor (el título es un juego de palabras, puesto que hace referencia tanto a la edad como al tamaño de Edison) y ayudarle a perder peso hasta recuperar la figura que tenía cuatro años antes. Para lograr ese objetivo, los dos hermanos se mudan a un apartamento. No hace falta decir que a Fletcher la idea le parece descabellada, y el proyecto irrealizable.

La novela se divide en tres partes, tituladas ‘Up”, ‘Down’ y ‘Out’. La parte más larga es la segunda, y en ella Pandora narra el largo proceso de pérdida de peso del hermano obeso. Es también la historia del reencuentro con la persona que Edison era antes de su depresión. Los dos se embarcan en un régimen por el cual solamente consumen líquidos en los tres primeros meses. Shriver cuenta por boca de Pandora ese largo año, con sus altibajos: el aburrimiento de las largas horas sin comer, la frustración, los éxitos y los fracasos. El drama personal de Pandora también se refleja en la novela, pues su relación con Fletcher se resiente y está a punto de irse al garete.

Es casi normal esperar un final feliz en una novela dirigida al público mainstream, el más convencional de los EE.UU. Y de hecho, eso es lo que parece proponer Shriver cuando, tras haber logrado su objetivo, Edison y Pandora lo celebran con una gran fiesta en la que Edison piensa hacerle cumplir a Fletcher su promesa de comerse una tarta de chocolate si Edison pierde todo el peso al cabo de doce meses. Pero la autora se ha guardado un as en la manga, que se saca de repente y sin previo aviso en la última parte de la novela, cuando la verdad sale a la luz.

La impresión con la que uno se queda tras leer Big Brother es que Shriver parece decirnos que la obesidad es síntoma de algo más amplio, algo sumamente nocivo y lamentablemente muy extendido entre la ciudadanía no solo de los EE.UU. sino del mundo occidental en general. ¿Qué es verdaderamente el hambre? ¿Se trata de una insaciable ansiedad por llenar el buche con Big Macs y French fries? ¿Por qué hay padres que no asumen la responsabilidad de una nutrición racional y saludable para sus hijos?

Big Brother es una interesante propuesta narrativa de la que destaco sus excelentes diálogos, pulcramente trabajados. Shriver halla con soltura las voces de unos personajes a los que parece conocer íntimamente; con eso y algunos episodios no por verosímiles menos divertidos (el bloqueo del inodoro en la casa familiar de Solomon Drive destaca especialmente) la novela deja un buen sabor de boca sin llegar a deslumbrar.

17 sept 2013

Reseña: Taipei, de Tao Lin

Tao Lin, Taipei (Edimburgo: Canongate Books, 2013). 248 páginas.


¿Y si alguien me hubiera preguntado mi opinión en el preciso momento de terminar de leer Taipei? Podría haberle dado una respuesta algo así como “I don’t know”, o “I don’t remember”. Son frases que Tao Lin repite hasta la náusea en Taipei. O puede que, para poder escribir una reseña que valiera la pena, podría haber esperado a administrarme una dosis de Adderall, o MDMA, o Xanax, o una de las diferentes drogas que toman sus personajes, y a ver qué pasa. En todo caso, puestos a escribir una reseña sobre Taipei, debería en todo momento centrarme en mí mismo, no en el libro. Al fin y al cabo, ¿a quién le puede interesar Taipei cuando lo que realmente importa del libro es… “uh, I don’t know”.

En fin, el argumento: un jovencito con aspiraciones literarias cuenta su vida (!?) en Nueva York mientras se halla en un “periodo provisional” a la espera de iniciar el tour promocional de su último libro por varias ciudades de los EE.UU. y Canadá; a falta de algo de más enjundia, va de fiesta en fiesta, ingiriendo drogas de diseño un día sí y otro también, mirando mucho, comiendo guacamole y papas, pero hablando bien poco con la gente. Paul, de padres taiwaneses, lleva varios libros publicados (no me preguntes por qué). Dada su complicadísima existencia (¿a qué fiesta voy esta noche?), tiene mucho tiempo para pensar. ¿Pero en qué? He ahí la cuestión. Realmente, son terribles los problemas del primer mundo…

Tras conocer a Erin durante el tour, Paul y ella se van a Las Vegas, donde se casan. Los padres de Paul los invitan a ir a Taipei en un viaje de luna de miel, y para allí se van, escondiendo un buen cargamento de drogas en el equipaje. En Taipei se pasean por la ciudad filmando restaurantes de McDonalds con un MacBook.

Mi opinión personal es que el libro está escrito en un estilo absurdo, insufrible e insustancial; demasiados párrafos se reducen a interminables disquisiciones sobre auténticas estupideces y sobre las obsesiones de Paul, escritos en un lenguaje por lo general bastante pobre, y sin un sentido real. La narración es tediosa en su mayor parte, como si el narrador estuviera permanentemente cansado o desconectado de la realidad (y no me extrañaría que así fuera, a juzgar por la cantidad de drogas que “ingiere”). Taipei es una novela (y uso la palabra en una acepción más o menos vaga del término) vacua, frívola, estúpida, pretenciosa, egocéntrica y cargante.

Aparentemente, Tao Lin se ha labrado un nombre entre la generación de veinteañeros estadounidenses que han mamado internet junto con el biberón, y a los que se les recetó drogas por principio tan pronto algún psiquiatra les diagnosticaba un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Al menos a mí me ha resultado curioso constatar que los mochileros contemporáneos, aunque viajen juntos y se sienten juntos en cafés y restaurantes, no hablan apenas entre sí ni con la población local, sino que mantienen largas conversaciones con otros que están a miles de kilómetros de distancia, mediante el chat de Gmail o por SMS. Este comportamiento se extrema en Taipei, donde Paul y Erin, la pareja de protagonistas, están tan atiborrados de drogas que, aun estando en la misma habitación, se comunican por email o por SMS. Todo un síntoma de que algo no funciona.


248 páginas de verborrea que no lleva a nadie a ninguna parte, ni siquiera a su autor. Varias horas de mi tiempo que podría haber empleado de forma, si no un poco productiva, al menos más placentera. Pero qué pérdida de tiempo.

13 sept 2013

Reseña: Fallen Land, de Patrick Flanery

Patrick Flanery, Fallen Land (Londres: Atlantic Books, 2013). 422 páginas.

Con frecuencia los prólogos de muchas novelas no aportan gran cosa: suelen ser una especie de gestos estéticos o guiños narrativos que buscan captar la atención del lector (o quizás, más bien, la del editor). En Fallen Land, el prólogo nos sitúa en el año 1919, y describe un violento linchamiento extrajudicial en el contexto de una época de disturbios raciales en el interior de los Estados Unidos. El lugar es una ciudad de Nebraska (¿Omaha?), aunque Flanery no lo especifica en momento alguno. Sin embargo, en el prólogo se nos dan unas coordenadas de lo que esta tensa narración irá deparando a lo largo de 400 páginas.

No es muy difícil señalar a posteriori, que el prólogo, escrito con algo de ironía y buenas dosis de distanciamiento, parece aludir a uno de los temas recurrentes en la sociedad estadounidense: la violencia como algo cotidiano, la violencia como rutina normalizada y asimilada en la vida diaria. Los sucesos del 11 de septiembre de 2001 no han ayudado en modo alguno a que decrezca la omnipresencia del terror en las vidas de los norteamericanos, y no necesariamente el causado por barbudos fundamentalistas nacidos en otras partes del mundo.

Como en el caso de Australia, en los EE.UU. la libertad y la oportunidad de muchos se asienta en la rapiña y la desposesión de otros; cuando el nuevo Primer Ministro australiano – sí, el boxeador seminarista que contará para gobernar con todo un supositorio de conocimientos – asevera que “éste es nuestro país, y decidimos quién viene aquí”, mi respuesta tácita es “será vuestro país, pero no es – ni nunca lo será – vuestra tierra.”

En plena crisis de las hipotecas basura, una familia de Boston decide mudarse al midwest para progresar en sus carreras profesionales. Julia investiga en el campo de la inteligencia artificial, y Nathaniel trabaja para una corporación que abarca todas las áreas imaginables en las que la iniciativa privada pueda sacar sustanciosos beneficios económicos exprimiendo y reduciendo a la mínima expresión el concepto de administración pública. Tienen un chico de siete años, Copley – bautizado con el nombre de la plaza de Boston donde se halla el hotel donde sus padres lo concibieron tras una fiesta de Nochevieja a principios del siglo XXI. Un magistral guiño irónico de Flanery (al menos esa es mi opinión).

Los Noailles compran su nueva casa en una subasta a través de una agente inmobiliaria. La casa es enorme en comparación con el apartamento en el que vivían en Boston; es también la primera edificación de un nuevo barrio ideado por Paul Krovik, promotor inmobiliario y mediocre constructor que a las primeras de cambio lo pierde todo (su negocio, su propia familia y su casa) y desaparece.

Pero en realidad Krovik no ha desaparecido. Escondido en un bunker subterráneo anexo a la casa, Krovik sueña con recuperar el sueño de su vida: la casa, la familia, el negocio, la autoestima. Con los nuevos propietarios ya instalados en la casa, Krovik emerge noche tras noche, incrementando paulatinamente su gama de actividades destinadas a echar a los Noailles de la que él considera todavía su casa.

Otros padres de familia tomarían más en serio lo que su hijo pequeño les cuenta, pero Nathaniel sospecha que es Copley el que durante la noche desbarajusta los muebles y causa quebraderos de cabeza derramando la leche en la pila de la cocina, o dejando los grifos abiertos y las luces encendidas. No se ha adaptado a su nuevo entorno, dicen, pese a que Copley asegura una y otra vez que hay un gigante escondido tras el muro de la despensa. Flanery ejecuta un interesante juego de reflejos al adentrarnos en el pasado traumático del padre, quien sufrió el abuso físico y psicológico infligido por ambos padres.

Desde el punto de vista técnico, Fallen Land es también una novela interesante, aunque estructuralmente no resulte completamente perfecta. Flanery adopta varias voces narradoras para contar la historia: hay un narrador externo y omnisciente, con diferentes perspectivas para los diferentes personajes, lo cual supone a veces una pega por la fluctuación inherente a dicha estrategia. Hay también fragmentos narrados en primera persona por Louise Washington, la mujer cuya tierra Krovik compró y a quien el municipio – en un trabajo subcontratado a la empresa para la que trabaja Nathaniel – finalmente expulsa de su casa antes de demolerla. Y un muy trabajado capítulo, supuestamente escrito a modo de confesión por Julia, la madre, cuando ya el matrimonio, ambos cónyuges desquiciados por el vandalismo que suponen inexplicable e increíblemente causado por Copley,  empieza a naufragar.

Pero quizás lo que más llame la atención de Fallen Land sea la muy cabal descripción de la América de pesadilla que se intuye tras los muchos elementos distópicos de la novela: una compañía privada que espía a sus empleados y a otros ciudadanos, y que basa el incremento exponencial de sus beneficios en mantener a la población reclusa en una situación de esclavitud casi permanente; una escuela propiedad de esa misma corporación en la que se imparte una pedagogía de corte fascista que prepara a los niños para servir en esa misma compañía privada; unos EE.UU. donde un vecino puede denunciarte por ser extranjero y parecer sospechoso después de haberle invitado a una barbacoa. El retrato que pinta Flanery de la sociedad estadounidense contemporánea es aterrador. ¿Cuán distinto es de la realidad?


Te invito ahora a leer el prólogo de Fallen Land (título de indudables resonancias bíblicas) en mi versión traducida al castellano.

1919
En lo que el escritor y erudito James Weldon Johnson denominó el ‘verano rojo’ de 1919, varias ciudades se vieron azotadas por disturbios raciales a lo largo y ancho del país, y aquí, en esta ciudad regional entre dos ríos, con la que por aquel entonces era, a excepción de Los Ángeles, la mayor población urbana de negros al oeste del Misisipi, una muchedumbre airada de unos cinco mil blancos empeñados en linchar a dos hombres de raza negra, Boyd Pinkney y Evans Pratt, prendió fuego al juzgado del condado. Pinkney y Pratt trabajaban en uno de los almacenes de empaquetado de carne de la ciudad, y habían sido arrestados por violentar a una chica blanca de doce años, quien se retractó ya de mayor, y confesó que los hombres no habían hecho otra cosa que decirle hola cuando ella los había saludado. A los dos amigos los colgaron de un árbol a las afueras del juzgado, despellejaron sus cuerpos y los quemaron antes de arrojarlos al río, donde estuvieron dando vueltas a la estela de los barcos de vapor para terminar enganchados en las ramas que se levantan como brazos y piernas descarnados en las aguas poco profundas y fangosas, atestadas de mosquitos, que se extienden desde las orillas, en medio de un intenso hedor a podredumbre.
Aquel mismo día Morgan Priest Wright, el alcalde, un gentilhombre granjero de sesenta años de edad al que habían elegido el año anterior en una lista reformista, fue linchado por tratar de intervenir en defensa de los acusados, en cuya total inocencia creían él y unos cuantos funcionarios locales. El juzgado fue pasto de las llamas, y Wright huyó en su Studebaker azul, marchándose de la ciudad y refugiándose en su granja, donde se cobijó con los arrendatarios que laboraban sus tierras en el sótano de piedra construido como refugio en caso de tormenta debajo de su casa. La historia guarda silencio sobre la serie de acontecimientos que llevaron a Wright y a uno de los labradores, George Washington, de veinticinco años de edad, a ser sacados a la fuerza del sótano y colgados de un álamo próximo a la casa de Wright, la cual inmediatamente fue quemada por desconocidos. Freeman iba vestido con ropas de mujer, y a los dos hombres lo ataron juntos, cara a cara, y allí los dejaron colgando después de que la muchedumbre se retirara. El hermano de Freeman, John, y su cuñada Lottie, que eran también arrendatarios de Wright, se habían ausentado de la granja cuando los disturbios, y se hallaban en un condado vecino visitando a la familia de ella. Camino de casa en el Ford T de Wright que él les había prestado, pudieron ver el humo desde la distancia y, ya advertidos de los disturbios, se temieron lo peor. No podrían haber imaginado que tanto el patrón como su propio hermano estaban muertos, ni que la casa a la que de forma discreta habían sido invitados en varias ocasiones, ya no estaba en pie. Para cuando John y Lottie llegaron a su casa, la casa de Wright había sido consumida por las llamas, mientras que su propia cabaña, sita en la parte baja de la colina y en el límite de la granja, seguía en pie y casi intacta, exceptuando algunas ventanas rotas. Levantando la vista hacia el álamo, de unos doce metros de altura, del que colgaban muertos George y el Sr. Wright, los dos cuerpos atados juntos y retorciéndose con el viento que una tormenta de final de verano estaba levantando, John le dijo a Lottie que esperara en casa con los niños mientras él investigaba.
Mientras John se alejaba del árbol del linchamiento y de las ruinas del hogar del alcalde, descendiendo la colina en dirección al granero con la intención de coger una escalera para poder cortar las sogas y soltar a los dos cuerpos, oyó un fortísimo ruido atronador, “calamitoso y catastrófico, como una catarata de ruido”, y sintió que la tierra vibraba bajo sus pies. Cuando se dio media vuelta, el álamo de doce metros de altura en la cima de la colina había desaparecido, y desde la posición que ocupaba John la tierra parecía descarnada, devastada. El regreso a la granja había sido traumático, y pensó que quizás estaba sufriendo algún tipo de trastorno mental debido a su pérdida. Al acercarse al lugar donde debería haber estado el árbol, pudo discernir una amplia sombra oscura en la superficie de la tierra, como si la hierba se hubiese calcinado en un círculo perfecto; sospechó que un fuego divino y purificador había tomado al árbol y a los dos hombres muertos juntos en una llamarada demoledora, un suceso de combustión espontánea causado por Dios. John había visto arder pajares durante los años de sequía, sabía del fuego que ardía sin llamas en los montones de desechos que había en los linderos de la granja, había oído hablar incluso de los grandes pinos que estallaban de pronto de manera inexplicable. Pero cuando se acercó, vio que la tierra no estaba en modo alguno calcinada; había desaparecido. Donde había estado el árbol había ahora un agujero, una enorme oquedad, y al escudriñar por encima del borde del agujero pudo distinguir la copa del árbol, y el tronco entero, y a los dos hombres atados que colgaban de él, tragados todos por la tierra. Freeman llamó a Lottie, que vino a la carrera, y los dos se asomaron al agujero durante un buen rato, intentando decidir qué hacer, observando las ramas hundidas del árbol y escuchando el desdichado silencio de la granja, en la que incluso los estorninos y los mirlos se habían callado. Conforme el viento se levantaba y las gotas de lluvia agujeraban la tierra y golpeaban la piel de aquella pareja con tanta fuerza que les dolía, decidieron que no había nada que hacer hasta la mañana siguiente.
Al día siguiente, mientras la lluvia derramaba su cortina sobre las sinuosas formas de la granja y anegaba las ruinas calcinadas de la casa de Wright, John y Lottie Freeman regresaron con sus hijos a la ciudad en el Ford T de Wright para informar de las muertes de su hermano George y del alcalde. La fuerza policial local, reforzada por la Guardia Nacional pero abrumada no obstante por los acontecimientos de los tres días precedentes, en los que habían ardido un mínimo de treinta casas de la ciudad y del área colindante, no dejaron de mostrar cierta comprensión por la situación en que se hallaban John y Lottie. Escoltados por el sheriff y varios oficiales, volvieron a la granja, donde dos de los agentes del orden público, bien asegurados con cuerdas, bajaron al interior del socavón y se encaramaron a las ramas del álamo, y desde allí confirmaron la presencia de los cuerpos y la identidad del alcalde. El sheriff comprendió que John y Lottie nada tenían que ver con las muertes, que en ningún modo eran responsables de ellas, y que nunca se haría justicia; alguien sugirió que desenterrar a los dos hombres de su inusual última morada daría lugar a preguntas que la comunidad no quería enfrentar, para las que nunca podría hallar respuesta, y únicamente crearía más tensión entre las razas, puesto que el espectáculo de un hombre negro y uno blanco, patrono y arrendatario, atados juntos en el momento de morir, no tenía una fácil explicación. Se acordó que lo mejor para todas las partes involucradas era dejar los cuerpos tal como estaban, y rellenar el agujero con los restos humeantes de la casa de Wright y con tierra de los campos colindantes. Los oficiales ayudaron a John, y mientras despejaban las ruinas de la casa, descubrieron la caja fuerte de Wright, la forzaron con una palanca y encontraron una última voluntad y testamento, un documento algo chamuscado pero todavía legible, por el cual dejaba todas sus propiedades, incluidas la granja y todos sus edificios, a George Freeman, y en el caso de que falleciera George Freeman, a su hermano y también arrendatario John. El propio sheriff era nombrado albacea, y como el hombre no quería otra cosa que el retorno de la paz a una ciudad que se le había escapado de las manos, vio que no tenía ningún sentido admitir impugnación alguna a los deseos finales expresados por el difunto alcalde, tan poco ortodoxos como resultaban ser. Y así, Poplar Farm pasó íntegramente, sin anuncio público alguno, a manos de John y Lottie Freeman, hijos de esclavos.
El juzgado del condado fue reconstruido al año siguiente. Ningún hombre blanco subió al estrado por los sucesos del otoño anterior, mientras que en una granja al oeste de la ciudad se colocaron dos pequeñas losas de granito para señalar el lugar donde un árbol y dos hombres yacían sepultados en una tierra de promesa austera y de muerte.

12/05/2106: El libro se ha publicado recientemente en castellano como Tierra hundida, en Galaxia Gutenberg, en traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla.

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