10 sept 2015

Reseña: There but for the, de Ali Smith

Ali Smith, There but for the (Nueva York: Pantheon Books, 2011). 236 páginas.

Siempre me han encantado los juegos de palabras, los retruécanos, las combinaciones juguetonas de letras. “¿Quién te lo contó?”, le preguntaba yo a mi hija Clea cuando ella tenía tres o cuatro años, y sin esperar respuesta, le decía: “Me lo contó el melocotón”. Creo que, en gran medida, el hecho de haber podido aprender otras lenguas me ha servido para apreciar aún más si cabe el aspecto lúdico del lenguaje.

El hechizo que el lenguaje ejerce sobre nosotros es uno de los aspectos más atractivos de esta penúltima novela de la escritora escocesa Ali Smith. Ya el título (There but for the) es un juego de palabras, resultante de la yuxtaposición de la primera palabra de cada una de las cuatro partes en que se divide el libro. Es, por lo tanto, potencialmente intraducible, aunque se trate de una expresión que en realidad está inacabada. Cabe de entrada preguntarse dónde queda, o qué es, ese “there” al que nos refiere el título: es posiblemente un objetivo, un destino, al que se podría llegar, si no fuera… ¿por qué?

Hay, por supuesto, mucho más que juegos de palabras en There but for the. Hay una situación de tintes absurdos que funciona como detonante de la trama: en mitad de una cena en casa de los Lee, Genevieve y Eric (o GenEric, jaja), justo antes de que Gen sirva la crema quemada del postre, uno de los invitados, Miles, sube al piso de arriba, se encierra en el cuarto de los invitados y se queda allí sin decirle nada a nadie. Solo al día siguiente se dan cuenta los dueños de la casa de lo que ha sucedido. En la primera parte, ‘There’, es una mujer escocesa llamada Anna Hardie la que acude a la casa en respuesta a la petición de ayuda de Genevieve, quien ha encontrado su dirección de email en el móvil que Miles dejó en su abrigo.

"¿Te gustaría pasear por el túnel luego? ¿Sí, quizás?, le dijo la niña a Anna. Lo construyeron en 1902 y pasa por debajo del río, ¿has pasado por él alguna vez?" (p. 12, mi traducción). Fotografía de John Sparshatt.
La segunda parte, ‘But’, es una de las sátiras más mordaces que he leído en mucho tiempo sobre el sistema de valores de la clase inglesa acomodada, una burla feroz de la insoportable hipocresía, petulancia y prejuicios de los que hacen gala los anfitriones y sus amigos más cercanos. En esta segunda parte se incluye el relato de la cena anterior al encierro de Miles desde la perspectiva de Mark, un cincuentón gay que había conocido a Miles unos días antes durante una representación de The Winter’s Tale groseramente interrumpida por el pitido de un teléfono móvil.

La tercera parte, ‘For’, nos traslada a una habitación de un hospital en Reading, donde la anciana May Young pasa sus últimos días, empeñada en evitar por los medios que sean necesarios que la trasladen a una residencia de la tercera edad que detesta. Cuando aparece Josie, una joven a la que Miles Garth le ha encargado que vaya a visitarla en el día del aniversario de la muerte de su hija Jennifer ocurrida décadas antes, May aprovecha la ocasión y huye del hospital en compañía de Josie y un amigo suyo.

En la última parte, ‘The’, el personaje central es Brooke, la niña de 9 años que en cierto modo sirve de nexo entre las tres partes anteriores, y que estaba presente en la cena en casa de sus vecinos Eric y Gen cuando Miles se refugió en el cuarto de los invitados. Brooke está casi obsesionada con los juegos de palabras y posee unas increíbles dotes lingüísticas para una niña de tan corta edad, además de una inacabable curiosidad y una importante propensión a la cháchara, pero es por boca de Brooke que Smith considera las cuestiones narratológicas más pertinentes de la novela, y por ende en torno a la ficción como género. ¿Qué es un hecho? ¿Qué es la historia?, se pregunta y pregunta una y otra vez Brooke a los adultos con los que pasa largos ratos. Puede ser que la seriedad de estas cuestiones esté muy por encima del intelecto que cabría esperar de una niña, pero Smith crea un personaje ciertamente creíble además de divertido, que nos fuerza a enfocar nuestra atención en la historia de Miles y en las tramas secundarias.

A Smith parece gustarle provocar al lector y desafiar los gustos acomodaticios imperantes, como ya pude comprobar en los relatos de The Whole Story and Other Stories. Además de la alteración del lenguaje que suponen los numerosísimos juegos de palabras de los que parecen disfrutar todos los personajes (a Mark le habla su difunta madre desde el más allá en pareados, Anna Hardie ha renunciado recientemente a su puesto en un “Centro de Permanencia Temporal”, May Young rememora su juventud y la vida de su familia en clave a ratos humorística, a ratos conmovedora) la novela cuenta con características un tanto díscolas e inusuales: es un desafío literario a la literatura facilona de usar y tirar.

"El reloj galvano-magnético de Shepherd es un reloj esclavo. Un reloj esclavo es un reloj dirigido por un reloj maestro, cuyo mecanismo está en otra parte diferente del reloj esclavo. El reloj galvano-magnético de Shepherd tiene también marcadas 23 horas en lugar de las 12 habituales, como si fuese un reloj de duración doble con un 0 en la parte de arriba donde tendrían que estar la medianoche y el mediodía, para hacer un total de 24. Lo que quiere decir que a veces es la nada en punto. ¡La nada en punto! ¿Qué hora es? Es la nada y cuarto. Es la nada y media. Doctor, doctor, creo que soy un reloj. Bueno, pues no le dé usted mucha cuerda al asunto. Un chiste de los días antes de las pilas para relojes y de los relojes digitales." (p. 189-90, mi traducción). Fotografía de Christine Matthews 

Smith es juguetona al escribir, crea un texto inteligente e ingenioso, y deja algunas frases de un humor sutil pero inolvidable: “La verdad, es un alivio que el cuarto cuente con baño propio”, explica Genevieve respecto al cuarto para invitados el que se ha encerrado Miles. Pienso que la trama está manejada con mucha soltura, y los tiempos narrativos son los adecuados para cada uno de los personajes. Todo en ello en pos de una feroz sátira de la sociedad del tercer milenio. There but for the será un durísimo reto de traducción para quien se enfrente a ella. Por mi parte, ya tengo ganas de hincarle el diente a How to Be Both, la última entrega de Ali Smith, que se publicó hace ahora un año. Como suele decirse: ‘Watch this space’.

31 ago 2015

Reseña: The Son, de Philipp Meyer

Philipp Meyer, The Son (Nueva York: Harper Collins, 2013). 562 páginas.

Ahora que, en 2015, un adinerado bufón (ese tipo de político populista, por cierto, suele ser el más peligroso, y para muestra, un botón berlusconiano) amenaza al resto de la humanidad con convertirse en candidato a la Presidencia de los Estados Unidos sobre la base de un discurso xenófobo y racista que demoniza a sus vecinos del sur del río Grande, cae en mis manos esta vistosa novela de ribetes épicos. The Son es la segunda novela de Philipp Meyer, y narra a través de tres voces narradoras (además de una cuarta de menor importancia, la de Ulises García, quien aparece hacia el final del libro) la historia (ficticia) de una poderosísima familia texana, los McCullough.

Los tres narradores principales son miembros de una misma familia, pero sus relatos abarcan un periodo de más de cien años. Eli McCullough, el patriarca, comienza su relato en la primera mitad del siglo XIX, cuando es apenas un muchacho imberbe y es capturado, junto con su hermano mayor, por los comanches, tras un ataque a su casa en el que mueren su madre y su hermana. El hermano es posteriormente aniquilado por los indígenas de la región, pero a Eli lo adopta el jefe de la tribu, y vivirá entre ellos durante muchos años.

Comanche Indians Chasing Buffalo with Lances and Bows, de George Catlin - Smithsonian American Art Museum
El segundo narrador es el hijo al que hace referencia el título de la novela, Peter. Su relato, situado en la segunda década del siglo XX, nos llega en forma de diario. Desde el principio de su relato, Peter McCullough resulta ser en cierto modo la antítesis de su padre. Se convierte en contra de su voluntad en testigo de la matanza de los vecinos de la estancia de su familia, los García, mexicanos de Texas y descendientes de una ilustre familia castellana.

La tercera serie de capítulos gira en torno a la nieta de Peter, Jeanne Anne, y está narrada, a diferencia de las dos anteriores, en tercera persona. La narración de Jeanne Anne se sitúa en 2012, poco antes de su muerte en la solariega mansión familiar.

La gran estancia que el “coronel” Eli McCullough (en realidad, nunca llegó a alcanzar rango militar alguno, a menos que cuente su participación en los Rangers texanos) adquirió por medios de dudosa legitimidad pasó con los años de ser una vasta hacienda de explotación ganadera a un campo de extracción de petróleo. Ya cuando Jeanne Anne era una niña, la familia estaba nadando en el llamado oro negro.

Yacimiento de petróleo en Texas. Fotografía de Plazak.
Naturalmente, la historia de Eli es de una brutalidad aplastante, un elemento temático en el que coincide plenamente con otra novela que leí hace unos pocos meses, Los acasos, de Javier Pascual. La violencia que hace acto de presencia en su vida cuando apenas contaba 8 años acabará por convertirse en algo rutinario, una manera de vivir que penetra su alma y se adueña de su personalidad. Narrada en primera persona como si se tratara de la transcripción de un relato oral, la parte de Eli McCullough sorprende por su riqueza lingüística y los coloquialismos con que Meyer adereza el relato. Especialmente jovial es la explicación de la tradición comanche por la que cual se le da a cada persona un nombre único. Jocosos son asimismo los diálogos entre los jóvenes bravos comanches acerca de las costumbres sexuales en su cultura.

El contraste con los diarios de su hijo Peter no puede ser más elocuente, por cuanto indaga y desnuda la maldad inherente en la colonización de las tierras del oeste de los Estados Unidos. Marcado desde muy joven por la ya mencionada matanza dirigida por su  padre, Peter reconoce en ese vergonzoso legado familiar la razón de su existencia, la comezón en una conciencia, que está no obstante paralizada, en un hombre a quien le repugna la violencia que le rodea aun a sabiendas de que su bienestar es el resultado de incalificables actos de brutalidad y salvajismo.

The Son es, por otra parte, un claro ejemplo de cómo una sociedad de colonización como la del Oeste americano dejaba en un segundo plano a las mujeres. Incluso el relato de la biznieta del “coronel” sirve para demostrar que a la mujer nunca se le permitió tomar las riendas de su propio destino. Violaciones, vejaciones e indiferencia son tres de los aspectos argumentales en los que intervienen mujeres. Solamente Peter, a pesar de su (aparente) cobardía, parece darnos alguna esperanza en un mundo donde la violencia y la humillación son muros infranqueables para la mujer.

“En lugar de dirigirnos a casa nos adentramos más en el país [México] para ver la vieja Misión de San Bernardo. Es una pequeña y vieja ruina, un edificio de una sola planta, nada para la escala de las catedrales de Ciudad de México, pero en su época fue el límite más al norte de la influencia española aquí. Todas las expediciones al norte partían de este lugar y regresaban a él; uno podía intuir el alivio que debían sentir los jinetes cuando la misión, con su cúpula y arcos abovedados, aparecía en el horizonte. Y el miedo que debían sentir cuando se marchaban de allí. Esta tierra era mucho más peligrosa de lo que nunca lo fue Nuevo México.” (p. 397, mi traducción).
Fotografía de 
Christopher Talbot.

Y eso me lleva a comentar finalmente el modo tremendamente hábil que tiene Meyer para desenredar la complicada madeja de una historia que comprende más de ciento cincuenta años, con una revelación sorprendente pero muy amarga. Se trata de una novela muy bien trabajada (hay muchísimas horas dedicadas a la investigación en archivos detrás de este libro), en la que las convicciones respecto sobre lo que debería ser la justicia se sobreponen a la historia, sin llegar en ningún caso a borrar los aspectos más vergonzosos y terribles de ésta, como el exterminio al que quedaron abocados los pueblos nativos tras las sucesivas oleadas de colonizadores. En mi opinión, muy recomendable.

5/12/2015. El libro se ha publicado en noviembre de 2015 en castellano como El hijo. Lo publica Random House Mondadori, y la traducción corre a cargo de Eduardo Iriarte Goñi.

24 ago 2015

¿Qué se siente al ser famoso? - Una crítica de The End of the Tour


En Hermano Cerdo se acaba de publicar la versión en castellano de la crítica que hace James Ley de la película dirigida por James Ponsoldt, The End of the Tour, y que fue publicada originalmente en Sydney Review of Books, aquí.

En su artículo, James Ley explora la relación entre el libro de David Lipsky en el que está basada la película, la película misma y la posterior (si no actual) explotación de la imagen de David Foster Wallace como "escritor maldito" o "Genio Artístico Atormentado". Es una sesuda reseña, muy bien escrita y mejor razonada, de la película, que cuenta la breve gira en la que Lipsky acompañó al singular autor de Infinite Jest o Girl with Curious Hair, entre muchos otros libros, que puso fin a su vida en 2008.

Apunto un breve extracto del texto de Ley: "En el momento de su muerte, se le consideraba el más importante escritor de su generación (lo cual, en mi opinión, era acertado) y era ya objeto de una profunda reverencia. Desde entonces se ha convertido en algo más grande, en algo más que un autor meramente influyente con una reputación de crear ficción difícil y un colectivo de seguidores ligeramente obsesivos. No solo ha aumentado su fama, sino que su figura se ha desplazado a un registro diferente. Lo han santificado, lo han transformado en un especie de fenómeno de sinceridad angustiosa y sabiduría moral ganada a duras penas. Y la razón subyacente para esto pareciera ser ineludible: las infortunadas circunstancias de su prematura muerte han tenido, de manera retrospectiva, una influencia determinante en la interpretación de su obra, y hacen que el aparente reflejo de sus luchas personales parezca ser el aspecto destacado. Y en lo que resulta ser más poderoso y problemático, ha fusionado la imagen del autor con ese arquetipo profundamente sospechoso que culturalmente no puede quitarse de encima: el Genio Artístico Atormentado."

Puedes leer el resto del artículo en castellano aquí.

15 ago 2015

Reseña: An Obedient Father, de Akhil Sharma

Akhil Sharma, An Obedient Father (Londres: Faber & Faber, 2001). 282 páginas.

¿Cuál es la diferencia en términos morales entre la corrupción política que se aprovecha de una posición de poder para beneficio económico propio y condena a la pobreza a muchos otros miembros de la sociedad y la depravación de un pederasta que abusa a los menores y obtiene el beneficio sexual propio a costa de arruinar su vida y su personalidad? Cuando hace muchos años leí por primera vez la novela que es ahora un clásico de la literatura (Robert McCrum la incluyó entre sus 100 mejores novelas en lengua inglesa en la serie para The Guardian que en apenas una semana llegará a su conclusión), Lolita, me sorprendió como lector – como estoy seguro que sorprendió a muchísimos otros lectores – la sensación sentir casi simpatía por Humbert, el monstruo pederasta.

En la primera novela del estadounidense de origen indio Akhil Sharma, An Obedient Father, el protagonista dista mucho de ser el personaje cultivado y afable tras el que se esconde el monstruoso Humbert. Muy al contrario: Ram Karan es un viudo de 57 años, ha sobrevivido a un infarto pero sigue siendo muy obeso y aficionado al Johnnie Walker en las fiestas y recepciones a las que es invitado. ¿Su ocupación? Oficialmente, funcionario del Departamento de Educación en la ciudad de Delhi; pero en realidad Karan se dedica a recoger el dinero de los sobornos y mordidas en nombre de su jefe, el señor Gupta, un mediocre oficial del Partido del Congreso.

Este odioso antihéroe vive en un pequeño apartamento de Delhi en una zona muy pobre. Con él viven ahora su hija Anita, que recientemente perdió a su marido en un accidente, y la hija de Anita, Asha, que está traumatizada por la muerte de su padre. Una noche, tras emborracharse en la casa de Gupta, Anita lo descubre toqueteando a Asha en el dormitorio: este es el detonante para una chocante revelación. Cuando Anita tenía doce años, su padre la violó repetidamente hasta que fue descubierto por su esposa Radha. Anita no lo ha olvidado, pese a que su madre la conminó a ello.

Rajiv Gandhi (1944-1991). Fotografía de Santosh Kumar Shukla
Con el trasfondo político del asesinato de Rajiv Gandhi (1991), Karan se involucra en la trama de corrupción y traiciones políticas urdida por Gupta. Tras haber recolectado mucho dinero para el Partido del Congreso, Gupta traiciona a sus amos y decide presentarse como candidato del BJP (Bharatiya Janata Party, o Partido Popular Indio). Roma no paga a traidores, y el Partido del Congreso tampoco. Lo que comienza con un espionaje telefónico (que da lugar a unos diálogos muy cómicos entre Karan y el espía encargado de escuchar sus conversaciones telefónicas) termina con el asesinato del hijo de Gupta.

Rajesh Khanna (1942-2012) y su hija Twinkle. Fotografía de Bollywood Hungama.
Sharma conjuga con mucha soltura la corrupción personal del pasado de Karan con la corrupción política en la que se hunde junto con su jefe, de tal manera que la primera se refleja en la segunda. Los días en que la red de corrupción comienza a venirse abajo coinciden con los inicios de la venganza de Anita. Sometido a un marcaje implacable dentro y fuera de casa, su destrucción es segura. Anita se encarga de hacer desaparecer las medicinas y de agregar dobles o hasta triples dosis de grasa a la comida que le prepara.

El autor consigue no obstante presentar una imagen de Karan como persona que intenta redimirse de sus muchos crímenes. Entrega dinero corrupto a Anita para que Asha pueda vivir mejor, salva a una familia Sikh de ser linchada por malhechores tras el asesinato el Primer Ministro Gandhi. Karan se revela en una narración en primera persona como un pobre diablo, derramando amargas lágrimas cuando la certeza de un fin cruel le queda clara. Karan es no obstante el producto de una sociedad que vive inmersa en la crueldad, la corrupción y la violencia. Más que un antihéroe, es un monstruo venido a menos, un ser vil y repulsivo que ha terminado siendo un pobre mamarracho de voraz apetito y poca voluntad.

Dimple Kapadia. Fotografía de Bollywood Hungama
Le llegó el turno a Rajesh Khanna para hablar. Me cargué a Asha en los hombros. Incluso desde cien metros de distancia, Khanna daba el aspecto de tener sobrepeso, y el color de su pelo parecía artificiosamente oscuro. Ese hombre, en el momento álgido de su fama, se había casado con Dimple Kapadia, veinte años más joven que él, y considerada, tras protagonizar Bobby, la mujer más hermosa de la India. Tras tener una nueva esposa se había retirado del mundo del cine. Después de quince años de matrimonio y dos hijos, su mujer le había engañado, y había vuelto a hacer películas, solamente para descubrir que sus films ya no tenían ningún éxito. Ahora se presentaba a las elecciones parlamentarias. (p. 200, mi traducción)

La mayor pega que se le puede poner a esta novela es la pobre elección que hace Sharma al intercalar unos pocos capítulos narrados por Anita en lo que es una narración realizada principalmente desde el punto de vista de Ram Karan en primera persona. El efecto es contraproducente, especialmente porque no consigue agregar nada particularmente interesante. En lugar de quedar retratada como víctima de un ser repugnante y vicioso, Anita queda dibujada como una histérica que calcula su venganza de forma fría y cruel – y no es que Karan no se hubiera hecho merecedor de eso. Además, la línea argumental tiene sus altibajos, y el desenlace es en gran medida un anticlímax.

8 ago 2015

Reseña: The Silent History, de Eli Horowitz, Matthew Derby y Kevin Moffett

Eli Horowitz, Matthew Derby y Kevin Moffett. The Silent History (Nueva York: Farrar, Strauss & Giroux, 2014). 513 páginas.

La primera noticia que tuve de la existencia de este libro me vino a través de un artículo de Camilla Nelson que traduje para la revista Hermano Cerdo en junio de este año, 2015, el cual lleva por título ‘Puede que los bytes se carguen a los libros, pero no matarán a la novela’, que puedes leer aquí (o la versión original en inglés publicada en The Conversation, aquí). Lo que me llamó inmediatamente la atención de esta novela fue su concepción, sobre la que Nelson explicaba que “en un principio fue elaborada como una aplicación. Las secciones escritas del texto –denominadas ‘Testimonios’ – que contienen la trayectoria principal de la historia, fueron cargadas de manera secuencial, junto con una variedad de elementos de medios diversos, entre los que se encuentran video y fotografías.” La autora y académica australiana reivindicaba que el futuro de la novela digital (la construcción de The Silent History fue de índole totalmente digital) podría muy bien ser una evolución de lo que representa este proyecto de Horowitz, Derby y Moffett.

El argumento parte de una hipótesis poco plausible pero de igual modo verosímil: ¿Y si los seres humanos perdiéramos, por el motivo que sea, la capacidad de hablar? La novela, narrada desde el futuro, cuenta que en algún momento de esta década en la que nos encontramos comenzaron a nacer niños cuyos cerebros sufrían algún trastorno inexplicable que los privaba de la facultad para entender, adquirir y elaborar lenguajes naturales.

Naturalmente, los primeros en padecer las consecuencias colaterales de esta terrible epidemia son los padres de esos niños. Los testimonios de los padres, en especial el de Theodore Greene, es conmovedor. La comunidad científica tratará de encontrar una solución (que resultará ser nada más que un parche: un implante llamado Soul Amp que permite a los silentes acceder a un extensísimo corpus de palabras). Para cuando llega, prácticamente muchos años después de los primeros casos, los silentes están siendo sometidos a segregación, aislamiento o son objeto de la indiferencia del resto de la población. ¿Te suena a algo similar que se produce de forma recurrente cada vez que surge una enfermedad nueva o rebrota alguna de las ya conocidas?

La narración se centra por lo tanto en unos cuantos personajes, a los que seguimos a través de los años. El hecho de que las autoridades decreten la obligatoriedad de fijar el implante en todos los silentes dará lugar a movimientos de rechazo frontal o de abierta rebeldía.


Una imagen de la aplicación original de The Silent History

The Silent History, en tanto que fue creado en forma de textos subidos periódicamente por medio de una app, refleja muy claramente sus orígenes. Los capítulos son todos de una longitud muy similar, escritos de una manera bastante uniforme, pero consiguen pese a todo mantener el interés y la curiosidad del lector. Uno de los episodios más inquietantes cuenta una reunión masiva de jóvenes silentes en la playa de Coney Island en Nueva York. ¿Cómo han conseguido convocarse unos a otros y por qué? Las autoridades parecen desbordadas y la sensación de amenaza latente contrasta con el impactante silencio de una multitudinaria fiesta de jóvenes en una playa.

La idea que subyace en la narrativa es que el método de comunicación de los silentes, que se realiza a través de un sistema de expresiones faciales muy leves, es en cierto modo superior al lenguaje natural de las palabras. Lo cual tiene su encanto, sin duda. En más de una ocasión he creído observar que, con la inclusión del lenguaje natural en los lenguajes artificiales que predominan en las tecnologías de la información y comunicación tan velozmente desarrolladas en este siglo XXI, las palabras han perdido su sentido, y por ende su valor. Si ponemos por caso el (ab)uso de términos como “friend” o de “like” en las llamadas redes sociales como Facebook.

Con la inclusión de un prólogo escrito en 20144, posterior al grueso de la historia, los autores aciertan plenamente. Este prólogo, narrado por un personaje que no vuelve a aparecer en toda la historia, plantea los interrogantes que dan lugar al desarrollo de una historia en su mayor parte entretenida, y a ratos (algunos pocos) fascinante:
“Cada día estamos aprendiendo más acerca de esta extraña afección, y cada día surgen más preguntas – preguntas que están, en sí mismas, limitadas por el lenguaje, una cámara sellada tan herméticamente que ni siquiera podemos imaginar una experiencia más allá de sus muros.
Pero naturalmente, es esa experiencia la que nos espera a todos. Está en el interior de nuestros hermanos y hermanas, en hijas, hijos y amantes. Este documento no presupone nada acerca del futuro; es estrictamente un archivo del pasado, de cómo éramos antes, y cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Son las palabras nuestra creación, o nos crearon las palabras a nosotros? ¿Y quiénes somos nosotros en un mundo sin ellas? ¿Hay campos más silvestres, más verdes más allá de los límites del lenguaje, allí donde deambulamos los que ahora guardamos silencio? Cada uno de nosotros debe encontrar su propio camino a través de estas preguntas. Después de todo, entramos y salimos del mundo en silencio, y todo lo demás es sencillamente un modo de caminar por esa travesía intermedia.” (p. 9, mi traducción)

Hace poco, en una conversación con un buen amigo argentino en Melbourne, confesábamos ambos la desconfianza que en buena medida nos producen las palabras en esta época de hiperconectividad comunicacional. La cháchara no nos aporta nada, es mero ruido, pero no por ello habremos de renunciar a la literatura, la más hermosa expresión que pueden lograr las palabras.

15 de agosto de 2015. El libro lo ha publicado Seix Barral en castellano bajo el título de La historia silenciosa en traducción de Ramón Buenaventura.

31 jul 2015

Reseña: Reality Hunger, A Manifesto, de David Shields

David Shields, Reality Hunger: A Manifesto (Camberwell: Penguin, 2010). 213 páginas.

En el párrafo 239 de su libro, David Shields expone sus dudas de que él sea “la única persona a la que le parezca cada vez más difícil querer leer o escribir novelas.” (p. 81, mi traducción). Puede que sea cierto, que no esté solo, pero a mí no me cabe ninguna duda de que probablemente sean muchos más los que quieren seguir leyendo (si no escribiendo) obras de ficción.

Un libro a ratos absurdo y contradictorio y a ratos provocador y sugestivo, este mal llamado manifiesto abunda en la (ya repetida hasta la saciedad) inminente muerte de la novela como género literario. Aduce Shields que el público tiene hambre de realidad. Personalmente, la ficción es el género que prefiero leer casi de continuo, para poder evadirme de la realidad – mi realidad, que nunca será la realidad de David Shields o de ningún otro ser humano. No niego que haya muchos a quienes se les despierte el ansia de consumir eso que convenimos en llamar realidad. Como apunta Shields, (muy acertadamente, por cierto), eso que llamamos realidad (esto es, los hechos) y que se aloja en nuestra memoria no deja de estar extremadamente mediada (está harto expuesta a la ficción que solemos construir en nuestra mente de lo que meramente percibimos como hechos).

Uno de los problemas de este libro es su estructura. Por mucho que Shields agrupe las citas, paráfrasis, digresiones y reflexiones en capítulos (ordenados según las letras del abecedario de la lengua inglesa – en la versión en castellano no existe el capítulo ñ, claro), el conjunto es más bien caótico y dista mucho de poder capturar la atención del lector de manera sostenida. Dicho de otra manera, los árboles no te dejan ver el bosque.

Mucho más interés y validez tienen para mí sus observaciones sobre la necesidad de mezclar, fundir,  aunar, fusionar (añade tú otros sinónimos que te parezcan apropiados) ficción y no ficción: eliminar los límites que demarcan una cosa de la otra producirá a largo plazo obras literarias que merezca la pena leer. En mi opinión, no es que la ficción imaginativa haya menguado, sino que se publica demasiada ficción imaginativa de poca o nula calidad. Es lógico que el género se resienta.

El otro tema que trata Shields y que suscita mi interés es la cuestión del plagio y la propiedad intelectual de los textos. Más de la mitad de su libro se compone de palabras que han escrito o dicho otros, quienes a su vez probablemente se inspiraron (el origen de esta palabra quizás ilumine algo a este respecto) en las obras de los que le precedieron. ¿Quién es dueño de las palabras?, dice Shields. Todos y nadie. Las nuevas tecnologías amenazan con el derrumbe de un sistema establecido desde hace siglos: sería bueno que el desenlace de las tensiones actuales fuera cumplir con el ideal democrático de la libertad.

Para que no haya malentendidos: no me refiero a la libertad de pasarse copias digitales de un usuario a otro, sino a la libertad para que un escritor pueda utilizar los textos de un escritor que le precedió en la historia para rescribir y recrear. (Y si hay que pagarle unos pocos pesos a alguien o a la viuda de alguien, se hace y en paz, pero todo en su justa medida. Nada de abusar de la juventud, por favor, que ya padecen lo suyo.)

Una de las citas que incluye Shields me ha dejado un tanto aturdido. En el párrafo 242 dice (citando, según parece, a Andrew O’Hehir): “Our culture is obsessed with real events because we experience hardly any” [Nuestra cultura está obsesionada con los hechos reales porque prácticamente no experimentamos ninguno, p. 82] ¡Quia! Shields habría hecho bien en aplicarse el detector de bobadas que menciona en la página 46, y que en su opinión tiene que ser el don fundamental de un buen escritor.

Reality Hunger: A Manifesto lo ha traducido Martín Schifino (Hambre de realidad: un manifiesto) para Círculo de Tiza (2015).

22 jul 2015

Reseña: Every Day Is for the Thief, de Teju Cole

Teju Cole, Every Day Is for the Thief (Nueva York: Random House, 2014). 162 páginas.
El narrador de este libro (el cual sospecho está a caballo entre una crónica ficticia y el relato autobiográfico) acude al consulado nigeriano en Nueva York para renovar su pasaporte antes de regresar a Nigeria, su país natal. Una vez allí descubre que puede acelerar la tramitación del pasaporte mediante el pago de una tasa “especial” de la que no debe esperar recibir factura alguna. Al salir de las oficinas del consulado ve un cartel que reza: “Ayúdenos en la lucha contra la corrupción. Si algún empleado del Consulado le pide un soborno o una propina, háganoslo saber”.

El título del libro [Todos los días son para el ladrón] es la primera parte de un proverbio yoruba que Cole cita en el epígrafe. La segunda dice “pero un día es para el dueño”. La corrupción como modo de vida es el tema de este librito de difícil clasificación. Publicado inicialmente en Nigeria en 2007 por Cassava Republic Press, es innegable que fue el enorme éxito de Open City (cuya reseña, además de un breve extracto del libro traducido al castellano, puedes leer aquí) lo que llevó a Faber & Faber a re-publicarlo en el amplio mercado de los Estados Unidos y Europa. Quizá algún día un ejemplar de la edición original nigeriana llegue a alcanzar un alto valor monetario entre coleccionistas de rarezas. Cosas más raras se han visto.

Desde el momento en que el avión aterriza en el aeropuerto de Lagos, el narrador anónimo se enfrenta al incansable “deporte” nigeriano: sacarle los cuartos al prójimo por los medios que sean. Tras quince años de ausencia (más o menos el mismo número de años que Teju Cole llevaba fuera de Nigeria cuando apareció el libro) el joven nigeriano residente en Nueva York vuelve a una ciudad cambiada: más caótica, más sucia, más peligrosa. También Nigeria ha cambiado: es ahora una democracia (o esa es, al menos, la apariencia), se ha abierto al mundo (se han instalado comerciantes chinos, indios, libaneses) y el petrodólar debiera ser la panacea de todos los males que afectaban al país. Solo que en lugar de ser panacea es el veneno que alimenta la corrupción galopante y característica de la vida diaria en Nigeria.

El país, nos cuenta el narrador, se ha modernizado. Casi todo el mundo tiene su teléfono móvil, los cafés internet están llenos de jóvenes dedicados a una de las industrias más provechosas en Nigeria: el fraude cibernético. Es un lugar lleno de contradicciones: conviven la televisión por satélite y las supersticiones más atávicas e irracionales, como la noción de que a los albinos hay que destruirlos y comérselos.

Técnicamente, Every Day is for the Thief es extraordinariamente similar a Open City: un narrador masculino que se desplaza por una gran ciudad. Mientras que en Nueva York el subterráneo es el medio de transporte más eficiente y conveniente, en Lagos el narrador emplea una variada combinación de medios: automóvil, danfo [minibús urbano], taxi y motocicleta. Cole hilvana la narración en forma de capítulos en torno a episodios, anécdotas, el contraste entre los recuerdos de la Nigeria de hace quince años y la actual. El resultado es una lectura amena, que como en Open City destaca por la mirada atenta a los pequeños detalles.

Danfo carbonizado (2009). Fotografía de Jeremy Weate  
Uno de los episodios más sugerentes se produce cuando al narrador lo para un par de policías en una avenida cuando se dirigía a la casa de una amiga de la infancia. Parapetados en un improvisado cubículo, vigilan la calzada a la espera de una víctima propiciatoria. Uno de los agentes le da el alto y le informa de que no ha respetado una señal (convenientemente escondida tras un árbol) de sentido único. El diálogo me recordó a un excepcional encuentro que tuve hace unos meses a primera hora de la mañana con un policía de origen inglés en una carretera perdida del sureste de Australia Occidental. Cuando un representante de la autoridad se permite bromear a tu costa y trata de mortificarte en presencia de tu familia mientras su mano se halla a apenas centímetros de su arma de fuego reglamentaria, por la cabeza te pasan pensamientos verdaderamente insólitos.

“«Buenas tardes, agente.»
«¿Sabe usted por qué le he parado?»
Su certeza me causa alarma. No, digo sin alterarme. No lo sé.
«¿Qué dice esa señal?»
Me indica una señal detrás de donde estamos. El poste está doblado, y la señal misma está en parte oculta por un árbol.
«Ay, vaya por Dios. No la he visto. Esta calle no solía ser de una sola dirección. Debe de ser una señal nueva.»
Se trata de una estafa, por supuesto. La señal la han dejado escondida adrede.
«Es dirección única desde aquí hasta el final, hasta la entrada de la universidad.»
«No lo sabía. Lo siento. No lo sabía.»
Deja escapar una risita. Esta es una circunstancia que ha sido bien ensayada.
«Esto no es cosa de decir lo siento.»
«No he visto la señal. No lo sabía.»
«La señal no está ahí para los que ya lo saben, oga. La señal está para los que no lo saben. Su situación es desafortunada. Pero es usted la razón de que haya una señal ahí. Tendrá que acompañarnos a la comisaría.»” (p. 121-4, mi traducción)
Naturalmente, el pago de dos mil quinientos nairas (la petición inicial era cinco mil) solucionará el inconveniente. En verdad que en ocasiones uno puede dar gracias de vivir en sitios donde estos “procedimientos administrativos” no se producen.

En un entorno en el que casi todos los seres humanos que le rodean parecen buscar aprovecharse por medios ilícitos de los demás, el narrador recuerda una frase que le parece característica de Nigeria: idea l’a need – “lo único que nos hace falta es la idea general o el concepto”. La frustración es evidente y harto justificada:

“La desconexión de Nigeria con la realidad queda perfectamente ilustrada con tres aspectos por los que el país ha destacado recientemente en los medios de comunicación mundiales. Nigeria fue declarada el país más religioso del mundo. Se dijo que los nigerianos son la gente más feliz del mundo, y en la evaluación de 2005 de Transparencia Internacional, Nigeria ocupó empatada el tercer puesto por la cola en el índice de 159 países estudiados en materia de percepción de la corrupción. Religión, corrupción, felicidad. Si son tan religiosos, ¿por qué hay tan poca preocupación por la vida ética o los derechos humanos? Si son tan felices, ¿por qué hay tanto hastío y sufrimiento reprimido? La profética canción del difunto Fela Kuti, ‘Shuffering and Shmiling’ [Shufriendo y Shonriendo] sigue siendo muestra de la situación. El ídolo de la gente era también uno de los más feroces críticos de la gente. Hablaba sin temor de nuestros absurdos. ‘Shuffering and Shmiling’ trataba de cómo, en Nigeria, hay una tremenda presión para aseverar que uno es feliz aun cuando uno no lo es. A la gente infeliz, como a las madres de luto en una manifestación de protesta, se la aparta bruscamente. Ser infeliz es un error. Para qué quedarse estancado en los detalles, cuando todo lo que necesitamos es una idea general.” (p. 142, mi traducción)

Me encanta la poderosísima ironía que despliega Cole en las palabras anteriores.


Agregado el 6/10/2016: Acantilado ha publicado hace poco la novela con el título Cada día es del ladrón; la traducción corre a cargo de Marcelo Cohen.

19 jul 2015

Reseña: Bring Up the Bodies, de Hilary Mantel

Hilary Mantel, Bring Up The Bodies (Detroit: Large Print Press, 2012). 679 páginas.
El hecho de que la Historia abunde en episodios extraordinariamente sangrientos y brutales no deja de ser un tópico – todo lo triste que uno quiera, sí, pero innegable reflejo de la esencia de la humanidad. La caída en desgracia de La Ana, Anne Boleyn, la segunda esposa del rey Enrique VIII de Inglaterra, es el argumento de la segunda parte de la trilogía que Hilary Mantel está escribiendo en torno a la figura de Thomas Cromwell. La primera (la reseña de la cual puedes leer aquí) llevaba por título Wolf Hall, y me resultó sencillamente deslumbrante. La segunda, Bring Up the Bodies, no decepciona. Al contrario.

Retrato de Jane Seymour a cargo de Hans Holbein el joven
Esta segunda entrega se inicia justo donde termina la primera, en Wolf Hall, el palacio de la familia Seymour en la campiña inglesa. Cromwell está ejercitando a sus halcones, bautizados con los nombres de sus hijas muertas. El rey ya le tiene puesto el ojo a Jane Seymour, cuyos atractivos han dejado a Su Majestad “aturdido, como el ternero al que el carnicero le atiza un golpe en la cabeza” (p. 68, mi traducción). Jane será a la larga la tercera en una lista que muchos aprendimos de memoria cuando éramos jóvenes, más gracias a las composiciones de Rick Wakeman que a una afición por la historia y sus nombres. La primera reina, la aragonesa Catalina, ya ha sido repudiada por el rey y arrinconada en Peterborough como un mueble viejo.

La tumba de Catalina de Aragón en Peterborough,. Fotografía de TTaylor.
“A las diez de la mañana un sacerdote le la da extrema unción, palpándole los párpados y los labios, las manos y los pies con los santos óleos. Unos labios que quedarán sellados ahora y no volverán a abrirse; ella no volverá a mirar ni a ver nada. Unos labios que han terminado de decir sus plegarias. Unas manos que no volverán a firmar papel alguno. Unos pies que han concluido su viaje. Al mediodía su respiración se ha convertido en estertores, está haciendo un esfuerzo hasta el final. A las dos en punto, con la luz reflejada por los campos cubiertos de nieve al interior de su cámara, deja de vivir. Con su último aliento, la rodean las formas sombrías de sus guardianes. Son reacios a molestar al viejo capellán y a las viejas mujeres que se alejan de su lecho arrastrando los pies.” (p. 253, mi traducción)
La Ana se encumbró en las alturas del poder sirviéndose de Cromwell, pero tan pronto como los favores del rey se alejan de ella (al no lograr darle descendencia masculina) Cromwell se vuelve contra ella y se alía con sus antiguos contrincantes. Tanto en Wolf Hall como en Bring Up the Bodies, es la figura del acaudalado burgués, el maquiavélico Cromwell, el que ocupa el espacio central de la narrativa de Mantel. Para Cromwell, servirle al rey Enrique VIII no es solamente un deber, es una táctica empresarial. Si bien es cierto que consigue mantener la paz en una Inglaterra que había pasado por tiempos muy turbulentos, lo hace en parte porque le permite ganar dinero a espuertas al tiempo que controla las decisiones de gobierno que le seguirán permitiendo acumular riqueza. Mantel no parece tomar partido, pero al adoptar para la novela el punto de vista del plebeyo que triunfa como consejero principal del rey en una corte dominada por los vestigios aristocráticos del medioevo, la autora inglesa parece justificar las crueldades y maldades del personaje.

La bodega de Enrique VIII en Londres. Fotografía de Amanda Reynolds
El gran acierto de Mantel es la creación de un personaje – de Cromwell los historiadores aseguran que hay más sombras que otra cosa – y, pese a incrustarlo en una telaraña histórica de la que no es posible escapar, hacer de él un ser humano, con defectos, maldades y flaquezas, pero también con virtudes, buenas obras y sentimientos. La autora no escatima en proporcionarnos diferentes puntos de vista respecto a este enigmático hombre de estado que cambió la Historia de manera irreversible. La última vez que habla con Catalina de Aragón, la exreina le espeta a la cara que sus palabras le resultan “despreciables”. “Al menos, como enemigo, os mostráis cual sois. Ya quisiera yo que mis amigos pudieran soportar llamar tanto la atención. Inglaterra es una nación de hipócritas.” (p. 165, mi traducción) E incluso en los frecuentes casos en que Mantel permite a Cromwell la autorreflexión, la honestidad puede ser brutal. Mientras conversa con Thomas Wyatt, prisionero: “Reposa su mirada en el prisionero, y toma asiento. Dice en voz queda: «Creo que he estado toda la vida preparándome para esto. He hecho un aprendizaje conmigo mismo.» Toda su carrera ha sido una educación en la hipocresía.” (p. 585, mi traducción)

Pese a ser inquilino en la Torre de Londres, Thomas Wyatt salvó el cuello. Otros no corrieron la misma suerte.
La incertidumbre que rodea las maquinaciones de Cromwell es otro de los alicientes de la prosa de Mantel. La manipulación desmedida tiene un riesgo, y al final de Bring Up the Bodies, cuando ninguna de las dos reinas está viva, Cromwell sabe que el futuro no es tan halagüeño, sino que los peligros van a acechar más si cabe.

Esta es, en mi opinión, una de las obras más feministas de los últimos años. Mantel muestra a través de una ficción recreada sobre la base de significativos eventos históricos que la mujer fue y es la víctima propiciatoria de un sistema sociopolítico que se sostiene en el empleo de la fuerza militar y la violencia (sea por vía legal o en el entorno doméstico). Cuando Ana Bolena osa enfrentarse a ese sistema y valerse por sí misma, el rey, símbolo indiscutible de ese sistema (que increíblemente sigue ostentando tanto poder patriarcal en el siglo XXI) no duda ni un ápice en destruirla. La brutalidad de su ejecución – la primera reina de la Historia en ser decapitada, que yo sepa – no deja de ser una simple anécdota. El meollo es la implacable intriga que maquina Cromwell junto con otros aduladores del rey y cortesanos contra los caballeros a los que alude el título en inglés. Bring Up the Bodies! era la orden que recibía el carcelero de la Torre de Londres cuando debía presentar a los reos ante el tribunal que los juzgaría. La traducción del título por la que ha optado Destino (Una reina en el estrado (2013), en traducción de José Manuel Álvarez Flórez) es una opción notoriamente mercantilista, que obvia en cierto modo el valor del título original. Un nuevo desaguisado editorial.

Como en Wolf Hall, Mantel escribe en inglés moderno. No faltan los juegos de palabras y los chistes soeces, algo muy plausible para la época de los Tudor, por muy sofisticados y civiles que se mostraran los cortesanos. Personalmente me han encantado los pasajes en los que Cromwell conversa con embajadores (Eustace Chapuys, por ejemplo, el embajador del emperador Carlos I). Mantel se luce en ellos, haciéndonos ver con sutiles palabras que ya en el siglo XVI la verdad era un valor prescindible.

La imaginación es libre. ¿Cómo habría cambiado la historia de Europa – de la humanidad – si en lugar de una hija, María, a Enrique VIII y Catalina les hubiese sobrevivido alguno de los hijos varones que tuvieron?

9 jul 2015

Reseña: Odysseus Abroad, de Amit Chaudhuri

Amit Chaudhuri, Odysseus Abroad (Londres: Oneworld, 2015). 243 páginas.

Londres, julio de 1985. Un día como hoy hace treinta años. Cálido sin duda, aunque no se tratara del calor casi asfixiante que están sufriendo estos días los londinenses. Las olas de calor enmarcadas dentro del cambio climático resultante del calentamiento del planeta todavía no eran ostensibles, como lo son en 2015. Un joven estudiante de origen indio, Ananda, despierta en su cama en el pequeño piso en Warren Street, alquilado a precio exorbitante ya por aquella época. Tiene por delante otro día más en su rutina habitual: primero lee el soneto posiblemente más conocido de Shakespeare, y luego acude a pagar el alquiler al restaurante del casero; más tarde acude a la reunión periódica que tiene con su tutor en la universidad, a quien le ha entregado algunos de sus poemas para que le dé una opinión. Después toma el metro para reunirse con su tío materno, Radhesh (o Rangamama, como se dirige a él de manera más familiar), en cuya compañía realizará una larga travesía a pie por las calles londinenses.

Warren Street Station
¿Cuál es la trama de Odysseus Abroad? Pues la verdad es que, una vez leída, resulta ser poca cosa. No hay trama en el sentido más convencional del término. Lo que Chaudhuri hace es navegar en la nave de Ananda por las aguas de un mar extranjero (Londres) en pos de la observación y la reflexión. Alguien podrá decir que lo anterior suena a aburrimiento total, pero me apresuro a asegurarle que no lo es. El retrato de Ananda tiene sobradas dosis de ironía: es un joven que se debate entre la entrega a un ideal presumiblemente inalcanzable (la poesía) y la masturbación compulsiva como sublimación del sexo.

Ah, esos goces de la juventud, quién los tuviera ahora… al alcance de la mano.

No, no era fácil la vida para un joven indio en la Inglaterra de la Dama de Hierro, la Thatcher. Matriculado en una universidad londinense para estudiar literatura inglesa, Ananda descubre que hay muchas cosas de esa literatura que ni le interesan ni le resultan atractivas. Esto es algo con lo que, como antiguo estudiante de Filología Inglesa, me identifico plenamente. Nunca han conseguido atraer mi atención como lector las hermanas Brontë, por ejemplo. Con Chaucer me entretuve un par de semanas, tres a lo sumo, pero mi copia del Piers Plowman de Langland pasó a engrosar las huestes de objetos inmóviles colocados en estanterías y predispuestos a la acumulación de partículas de polvo milenario.

Estación de Belsize Park. Fotografía de Oxyman.
Odysseus Abroad es un libro muy literario (en el sentido positivo del término, tan raro hoy en día), tanto por las conversaciones en torno a literatura que Ananda entabla con su tutor y con su tío como por el nada disimulado homenaje que rinde Chaudhuri a Homero y Joyce. Como muestra, un botón. Hete aquí el listado de los capítulos: 1) Bloody Suitors!; 2) Telemachus and Nestor (and Manny-loss); 3) Eumaeus; 4) Uncle and Nephew; 5) Heading for Town; y 6) Ithaca.

Chaudhuri maneja los hilos de la narración con soltura: hay un triángulo persistente de personajes en torno a Ananda: el tío Rangamama, su hermana Khuku (la madre de Ananda), y su cuñado, el padre del joven Ananda Sen. Hay referencias constantes a una época anterior, en la que los padres de Ananda vivieron en Londres. Estos atisbos del pasado son un juego constante de reflejos esbozos humorísticos. Chaudhuri construye sus tres retratos con trazos casi aleatorios, pero la composición de fondo es rica, compleja y divertida.

Pero es sin duda Rangamama el personaje central de esta deriva por las aguas jónicas de la diáspora india en Londres. Admirador de Tagore, es un moderno Odiseo indio, posiblemente virgen (en un principio porque temía el contagio de la sífilis, pero para 1985 el sida ya acechaba); hombre soltero que vive solo y de manera espartana, acaudalado pero generoso en sus propinas (también envía remesas de dinero a familiares y allegados en India). Su principal pasatiempo lo constituyen los paseos con Ananda (a pesar de la continua querella que parece darse entre ellos), las novelistas de ciencia ficción y terror, y ver documentales de la naturaleza en el televisor de su vecino.

«¿Quieres un laddoo?» Ananda se sentía presionado a deshacerse de los seis que no habían comido.
Su tío le miró a los ojos, muy elocuente.
«¿Estás loco? ¿Qué quieres, que me muera esta misma noche?» (p. 236)
Boondi laddoo. Fotografía de Milanography.
Odysseus Abroad se inscribe en una sugestiva modalidad de narrativa reciente que invita al lector a seguir a un personaje en sus paseos y merodeos por la ciudad. En ese sentido, me ha recordado algo a Open City, de Teju Cole, cuyo personaje central es también producto de otra diáspora, la nigeriana, pero en la ciudad de Nueva York del siglo XXI. Son por supuesto dos libros muy diferentes, pero curiosamente los dos satisfacen.

No tienen desperdicio las observaciones que Ananda hace de la sociedad británica, en un tiempo en que Londres todavía conservaba algo de identidad inglesa. El joven estudiante de literatura detesta saberse fuera de lugar, pero al mismo tiempo ello le proporciona placer: algo de lo que poder escribir, sin duda. En una librería de Belsize Park: "Un cliente pasó cerca de él. «Disculpe», dijo Ananda, moviéndose hacia su derecha. En este país, a menudo uno se encontraba bloqueándole el paso a la gente. Estaba destinado a ello. Si uno no se había interpuesto al menos una vez al día entre alguien y su destinación, tenía que encontrar el modo de hacerlo. Frenar a los demás – como a un automóvil, detenido ante un paso de cebra – afirmaba la sociabilidad." (p. 193, mi traducción)

La propuesta de Chaudhuri está escrita con elegancia y sin estridencias. Pienso que es un autor a tener en cuenta en los próximos años.

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