7 feb 2016

Reseña: Media vuelta de vida, de Carlos Peramo

Carlos Peramo, Media vuelta de vida (Barcelona: Ediciones B, 2009). 527 páginas.

Una de las debilidades recurrentes en el panorama narrativo español actual es la absurda tendencia a despreciar el formato de la narración breve (o si se prefiere, el cuento, tal como se le ha llamado toda la vida) en favor de la fórmula de la carrera de fondo, la novela. Esta resulta ser mucho más exigente en todos los aspectos narratológicos, por lo que ese empecinamiento en escribir novelas termina por producir algunas mediocridades, cuando no engendros verdaderamente indigeribles. En el caso de Media vuelta de vida, una trama óptima con temas de interés, que podría muy certeramente haberse resuelto en menos de 50 páginas, se extiende hasta más allá de las 500, con poco disfrute añadido para el lector.

En una de las ciudades del cinturón industrial que rodea la Barcelona de mediados de los 80, Ángel Daldo, el típico chaval discotequero y una pizca fantasmón, parece haber encontrado un puesto de trabajo fijo en la misma empresa en la que trabaja su padre. En el ladrillar, Ángel maneja el toro (la simbología del vehículo no me pasó desapercibida) en un universo totalmente masculino si no machista. Es un escenario bastante duro para un chico de veintiún años, condenado a ser el eterno novato para sus compañeros, esos legendarios currantes de la copa diaria de brandy con el desayuno, haga frío o calor.

A diferencia de sus amigos Félix y Sadurní, Ángel ni siquiera llegó a completar el graduado escolar: el sueldo le permite pagarles las copas a sus amigos estudiantes en Casino, el garito local en el que a veces consiguen chicas. Una de ellas es Belén, a la que Ángel persigue un día hasta lograr que salga con él.

Los amigos de Ángel lo han bautizado como “Angelito de la muerte”. Algo de obsesión por la parca sí parece haber en el muchacho. En el primer capítulo, Ángel nos cuenta cómo uno de los compañeros del ladrillar, Linares, le pide que le acompañe a echar al fuego de los hornos de la fábrica a los cachorros que acaba de parir su perra Rafaela. Cuando solamente queda uno, Linares le sugiere que sea él, Ángel, el que lo arroje al fuego. Y lo hace, pese a los posteriores remordimientos. Es la primera indicación de que lo de Daldo tiene que resolverse de mala manera.

El ballestrinque, el nudo favorito de los verdugos: "...y fue tenerlo en la silla que mi padre le pasó la cuerda asín por el pecho y le dio dos vueltas por detrás del palo, p'amarrarlo bien. ¿no me comprendes?, y luego le ató los pies a la silla con un ballestrinque, que mi padre pues ataba con un ballestrinque, que ahí cada uno lo hacía a su manera, o sea que había otros que sujetaban con correas, pero mi padre decía que con un ballestrinque pues no había ya forma de moverse de allí..." (p. 268). Fotografía de Patricio Lorente. 
Unos días después Linares le pide a Ángel que repare el techo de la casa donde vive en el ladrillar. Linares es una especie de vigilante y encargado de mantenimiento de la fábrica, un viejo huraño y alcoholizado al que nadie hace caso. A lo largo de los días, entre el joven Daldo y el viejo Linares comienza a surgir una extraña relación: Ángel se siente al mismo tiempo atraído y repelido por el viejo, y su curiosidad irá en aumento conforme Linares le vaya revelando detalles de su vida: cómo emigró desde Almería, quiénes eran sus padres. El enigma es descubierto cuando Linares le explica que su padre era “ejecutor de sentencias” durante la época franquista adscrito a la Audiencia de Sevilla. Un verdugo especializado en el funcionamiento del garrote vil.

Exécution d`un assassin a Barcelone, un grabado de Gustave Doré.
Tras romper con Belén y terminar la reparación del techo de la casa de Tanco Linares, las cosas se complican para Ángel Daldo. Belén y su nuevo novio están preparando un trabajo de recuperación de verano en una asignatura suspendida, Historia, y gracias a un chivatazo de Ángel, se presentan en la casa de Linares exigiéndole una entrevista. El enfrentamiento inevitable derivará en un brutal desenlace.

Media vuelta de vida tiene por lo tanto un trasfondo histórico – la época tenebrosa de esa España negra y truculenta que persiste en la sociedad española contemporánea, a través de las mal llamadas “fiestas populares” tradicionales en las que inocentes animales son tratados salvajemente cuando no finiquitados en medio del repugnante regocijo de individuos ebrios o sedientos de sangre.

En parte Bildungsroman, en parte novela realista en la más amplia tradición narrativa peninsular, la novela es excesivamente minuciosa en detalles (¿a quién narices le importa el nombre de la marca de papas que piden los chicos en el bar mientras ven un partido de fútbol? ¿De verdad cree el autor que ese frívolo detalle añade algo a la novela?) y demasiado extensa en páginas. Algunos párrafos debieran ser causa de sonrojo: “Llegué a casa a las nueve y media pasadas y me senté a cenar sin ducharme porque mis padres ya habían empezado; el vapor del aceite caliente flotaba sobre los fogones, se había apoderado de las paredes y de cada soplo de aire, difuminaba a mis padres, y el anís vomitado de Linares seguía estancado en el fondo de mi nariz, y arruinaba el olor a tortilla de patata que impregnaba mi casa los jueves por la noche.” (p. 272-3) LOL. En fin, dios nos pille bien cenados esta noche.

Narrada en primera persona, Peramo abusa hasta lo insoportable de la interpelación del narrador al lector a través de las incontables preguntas sin respuesta que Ángel se hace. El libro habría merecido una edición mucho más estricta – o simplemente estricta, mucho me temo que no hubiera ni siquiera un mínimo intento de edición –  además de la consabida corrección de galeradas que, cada vez más, parece ser un aspecto que los editores españoles consideran superfluo. Un botón de muestra, en la página 297: “Escudé se encogió de hombros no me pareció un gesto de duda [sic, sin coma ni punto ni nada que se le parezca], sino de fatalidad. — Pues al desgüace [sic] — respondió.”

Desguacen ustedes a quien hizo este pésimo trabajo de edición. Bruguera, los lectores – que son sus clientes, no lo olviden – se merecen algo mejor. Debieran preocuparse de que al menos haya unos mínimos de cuidado en el tratamiento del texto.

30 ene 2016

Reseña: American Rust, de Philipp Meyer

Philipp Meyer, American Rust (Crows Nest: Allen & Unwin, 2009). 367 páginas.

Uno de los precandidatos a la nominación por el Partido Republicano en los EE.UU. (todos sabemos de quién se trata, ¿no?) parece echarle la culpa de todos los males que afectan a su país a la gente procedente de otros países, obviando la pésima gestión que tuvo durante ocho larguísimos años un presidente inepto e incompetente. Parece que ni siquiera los ochos años del mandato de Obama podrán salvar al Imperio de su declive. Y lo peor que casi seguro arrastrarán al resto del mundo con ellos.

Meyer escoge una pequeña ciudad de Pennsylvania llamada Buell como escenario modelo de ese declive. Durante décadas la población local vivió de la siderurgia. Pero las acerías cerraron, y la herrumbre de los edificios y la maquinaria está por todas partes. Cuando el tejido productivo de una comunidad se pudre, lo lógico y normal es que también los miembros de esa comunidad sufran esa corrosión moral, y la desesperación se ceba en ellos. Sin un gran sueño americano por el que luchar, ¿qué les queda?

Víctimas de esa decadencia son dos jóvenes, Isaac English y Billy Poe. Sus circunstancias personales son algo diferentes: Isaac es muy inteligente, pero algo retraído, y por los avatares del destino está atado al cuidado de su padre, discapacitado tras un accidente laboral. La madre optó por suicidarse. Billy, en cambio, es muy atlético y bastante atractivo, pero es el típico camorrista de pequeña ciudad. Vive con su madre en una caravana, evitando encontrar trabajo o que el trabajo le encuentre a él. Las diferencias entre las personalidades de ambos muchachos son enormes, pero de un incidente pasado surgió entre ellos la amistad.

El río Mon en verano. En la otra orilla, algunas de las muchas ruinas del otrora poderío industrial estadounidense. Fotografía de Tur3106.
El día que Isaac decide largarse del valle del río Mon (tras haberse apropiado de cuatro mil dólares que su viejo tenía escondidos) le pide a Billy que le acompañe en su primera jornada. ¿Destino final? California, Berkeley, la universidad, un porvenir. Un fuerte aguacero los obliga a refugiarse en uno de las numerosas fábricas abandonadas cerca del río, y mientras están allí llegan tres vagamundos, quienes reclaman el lugar como suyo.

Isaac, poco dado a discutir con nadie, entiende las indirectas, pero Billy no se arredra y decide plantarles cara. Pasados unos minutos, Isaac regresa por una ruta diferente. La escena que se encuentra es terrorífica: uno de los tres nómadas, el mexicano, tiene dominado a su amigo con una navaja al cuello, otro de ellos, el sueco, parece disponerse a abusar sexualmente de él y un tercero está en tierra, presumiblemente golpeado por Billy. Isaac no se lo piensa dos veces y le lanza el primer objeto contundente a la cabeza al sueco, que cae desplomado. Aprovechando la confusión, Billy logra evadirse (si bien se lleva un tajo), y los chicos huyen del lugar. Isaac ha dejado la guita escondida, y Billy se ha dejado su jersey en la escena del crimen.

Pittsburgh Steel Company, Monessen Works, Blast Furnace No. 3, Donner Avenue, Monessen, Westmoreland County. Pero podría haber sido el Port de Sagunt, o Port Kembla.
La narración en la que nos sumerge Meyer es más bien ralentizada, a ratos repetitiva. Incluso en ocasiones da la impresión de ir un pelín a la deriva. Las diferentes partes del libro se dividen en capítulos que adoptan el punto de vista de cada uno de los personajes. Los dos jóvenes toman decisiones erróneas que terminarán por causarles graves problemas. Mientras, la relación entre la madre de Billy, Grace, y el jefe de policía local, Bud Harris, añade una interesante trama secundaria, en la que se plantean otras cuestiones morales en torno a personajes maduros, aunque prácticamente resignados al fracaso.

El homicidio del sueco es tratado con cierta ambigüedad moral: tanto Billy como Isaac se hacen preguntas acerca de las consecuencias de ese acto − muy diferentes en cada caso – pero la mayoría de las veces conjeturan sobre sus propias inacciones u omisiones pasadas. Cuando ambos tuvieron la oportunidad de salir del círculo vicioso que es la pobreza en esa parte del país, no lo hicieron. Ahora ya es demasiado tarde.

Pero salir, ambos salen. Mientras que Isaac emprende huida a bordo de trenes de mercancías, sufre una paliza y finalmente le roban el dinero, Isaac es arrestado. Ingresa en la cárcel al negarse a declarar (y así proteger a Isaac), un mundo terrorífico en el que es extraordinariamente difícil que sobreviva un joven sin experiencia como él.

American Rust bebe de una gran tradición estadounidense, que se remonta a Huckleberry Finn y pasa por el Kerouac de On the Road. Uno de los principales problemas del debut del autor de The Son, una magnífica novela que reseñé hace unos meses, es que Isaac está pobremente caracterizado. No porque sea poco plausible que un chico enclenque, posiblemente virgen y no muy ducho en las artes, buenas y malas, que se requieren para sobrevivir en la jungla de la calle, pueda matar a un hombre fornido y recorrer cientos de millas en solitario y vivir para contarlo. Isaac es un personaje poco creíble porque son muchas las contradicciones que lo rodean, amén del absurdo recurso que emplea Meyer para hacer que Isaac se refiera a sí mismo en tercera persona. Simplemente no funciona. En todo caso, es una amena lectura. Pero a diferencia de The Son, todavía no se ha publicado en castellano.

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