14 dic 2016

Reseña: Vive como puedas, de Joaquín Berges

Joaquín Berges, Vive como puedas (Barcelona: Tusquets, 2011). 296 páginas.
Luis es ingeniero, tiene 43 años y vive en una pequeña ciudad indeterminada de España. Su hobby secreto es la escritura de guiones para comedias situacionales. Un tiempo después de divorciarse de Carmen, la mujer que atrapó su corazón por primera vez, se casó con Sandra. Ahora tiene en total cuatro hijos: dos con Carmen (Cris y Álex) y dos con Sandra (Valle del Indo y Everest del Himalaya – la primera es la hija de Sandra con un hippie ya difunto, el segundo es de Luis y Sandra).

Berges comienza su divertida novela de enredos con el diario de Luis. ¿Por qué ha decidido éste iniciar un diario de pronto? Posiblemente porque es el tipo de artificio que necesita el autor para hilvanar la enrevesada trama. Este diario cuenta sin embargo con una segunda voz que ejerce de sarcástica comentarista, entre paréntesis, la cual, bien pronto queda claro, es su mujer Sandra. El diario nos sirve para desentrañar los pensamientos de Luis, quien en cuestión de meses parece abocado a arruinar su vida, y todo porque, en realidad, no se siente feliz.

Vive como puedas está escrita con dos voces narrativas. Por un lado, está el diario; por el otro, un narrador omnisciente que sigue a Luis y reproduce acertados diálogos, muy dinámicos y realistas. Sospecho que Berges ha escrito una historia que quedaría muy bien plasmada en un largometraje, en la típica comedia enrevesada que tanto éxito suele tener en España.

Que Luis es un personaje excéntrico quizás no haga falta decirlo. Si en la segunda página de la novela nos confiesa que odia los espejos, no es nada difícil darse cuenta con el transcurrir de sus peripecias que lo que le pasa, al fin y al cabo, es que sufre una fuerte falta de autoestima.

Además de los diálogos, que ciertamente destacan por la chispa que ofrecen, lo mejor son los hilarantes episodios que cuenta Vive como puedas. Hay de todo: cuando Luis se bebe una taza de caldo para cenar y descubre por la mañana que era el mejunje tóxico que su hija Cris había preparado para ablandar una calavera para un trabajo académico en la Facultad de Medicina; cuando su madre se toma una pastilla de éxtasis creyendo que era una aspirina, que estaba en el bolsillo de la cazadora de Luis; los repetidos encuentros con un policía local a las puertas del colegio de Valle y Everest; un paseo por una playa nudista tras el que tanto él como sus dos hijos varones terminan con sus partes nobles torradas por el sol.

Para colmo (hay una corriente subterránea propensa a la hipérbole y la exageración en toda la novela), Luis se lía con la maestra de su hijo Everest, y tras una noche de pasión ella queda embarazada. Berges riza el rizo del enredo, y para cuando es necesario alcanzar un desenlace, éste resulta ser dramático. Nada había preparado al lector para una resolución que roza lo trágico.

El problema, al menos para mí, es que Berges persiste en darle un cariz histriónico a la historia incluso cuando ésta ha dado un brutal giro de 180 grados. La vida, como bien sabemos todos, es una tragicomedia, pero darle una dirección burlona al que era un desenlace infausto (al episodio de la persecución a los traficantes de éxtasis con la efectista aparición de las cenizas de la madre de Luis me refiero) desvirtúa el buen hacer anterior del autor.

Entretenida, divertida y muy exagerada en todos los aspectos. Pero dudo mucho que me apeteciera ver una versión llevada al celuloide.

10 dic 2016

Reseña: Grant & I, de Robert Forster

Robert Forster, Grant & I. Inside and Outside The Go-Betweens (Australia: Penguin Random House, 2016). 339 páginas.
Hace la tira de años, un tema habitual de conversación entre amigos giraba en torno a cuál de los dos Beatles, Lennon o McCartney, era nuestro compositor favorito. Admito que, si en un principio las melodías de Paul me resultaron más pegadizas, a la hora de la verdad fue John el que ganó en esa competición inexistente.

La verdad es que lo mismo me podría haber ocurrido con The Go-Betweens, el grupo formado en Brisbane por Robert Forster y Grant McLennan a finales de la década de los años 70. Forster y McLennan fueron los dos compositores del grupo hasta la muerte del segundo en mayo de 2006. Dos tipos diferentes (uno alto, el otro bajo), dos personalidades bien distintas, dos formas de concebir la música, pero, tal como cuenta Forster en este libro, los dos compartieron una amistad a prueba de bomba.

Robert y Grant en Alemania. Fotografía de Barbara Mürdter.
Soy quizás (digo quizás porque las matemáticas nunca son perfectas en estos casos, pero las probabilidades son muy altas) la única persona que haya visto un concierto de The Go-Betweens en Valencia y en Canberra, con más de dos décadas de distancia entre ambos. Hubo otros dos conciertos (ambos acústicos) en Sydney antes de que se reformara el grupo como tal, y una hora de Grant McLennan en solitario con su guitarra, haciendo de telonero para una banda de ruido electrónico de finales de los 90 cuyo nombre no recuerdo, en un oscuro bar (un hotel, como los llamamos en Australia) del inner west de Sydney, en alguna parte de Parramatta Road.

Esta es, obviamente, la versión de Forster de la historia de The Go-Betweens. McLennan no podrá contar la suya, pero dudo que hubiera diferido mucho. Forster la narra con delectación, mucho humor y (es de asumir) grandes dosis de honestidad – puede que The Go-Betweens hayan sido el grupo de rock más infravalorado de la historia, y sin embargo, lo que queda muy claro con este libro es que sus dos fundadores supieron complementarse desde un principio.

Se conocieron en la universidad, en Brisbane. Estaban los dos matriculados en el mismo curso de literatura inglesa, y descubrieron que compartían gustos literarios y cinematográficos. Y todo lo que después sucedió bien podría no haber tenido lugar: “A principios de 1977 le pregunté a Grant si quería formar un grupo conmigo. ‘No’, fue su tajante respuesta.” (p. 86, mi traducción). Por fortuna, la siguiente vez que hablaron del tema, Grant aceptó. Ese mismo año formaron el grupo, y su primera actuación fue una pequeña revelación. Interpretaron ‘Karen’ ante una reducida audiencia que recibió el tema con entusiasmo.


“Un atento silencio se extendió por la sala cuando empezamos la canción, provocado por el ritmo hipnótico de su largo preámbulo; tuve la sensación de poseer una fuerza que no había conocido nunca en el momento de acercarme al micrófono para pronunciar las primeras frases: ‘I just want some affection/ I just want some affection/ I don’t want no hoochie-coochie mama/ No backdoor woman/ No Queen Street sex thing’.
Llevaba mucho tiempo esperando poder decir eso. Era esta la declaración de un veinteañero, un manifiesto antirockandroll en su rechazo a los clichés sexuales, con una referencia local, para más inri. Y seguía así: ‘Helps me find Hemingway/ Helps me find Genet/ Helps me find Brecht/ Helps me find Chandler/ Helps me find James Joyce/ She always makes the right choice’.” (p. 38, mi traducción)
Había nacido una pequeña leyenda, pero por aquel entonces ellos no lo sabían.

Naturalmente, el salto a Londres en la década de los 80 comprende una buena parte del libro. En una época en la que no existían las herramientas tecnológicas que hacen tan fácil la comunicación en 2016, marcharse a Londres a intentar abrirse camino en el dificilísimo mundo de la música joven de finales del siglo pasado fue toda una aventura. Los resultados fueron una de cal y otra de arena. Fue algo muy raro que no lograran ningún gran éxito que los encaramara a lo más alto de los superventas. La cuestión es: Sin dinero, ¿ya no hay rock and roll?

De los capítulos sobre sus años en Londres, se evidencia la insalvable dificultad de abrirse un camino fácil en el mundo del disco. Como tantísimos otros grupos, The Go-Betweens se pudieron ganar la vida con su música, y poco más. En algún momento llegaron a vivir en un squat londinense porque no podían pagarse un alquiler. La seguridad económica les fue esquiva, pero no creo que fuera por falta de grandes canciones. Desde ‘Cattle and Cane’ a ‘Streets of Your Town’, pasando por ‘Your Turn, My Turn’ o ‘Spring Rain', había calidad de sobra.
Cattle and Cane
Un momento particularmente significativo (obviamente memorable para Forster) se produjo cuando oyeron en el squat de Londres por primera vez su tema ‘Cattle and Cane’ en la radio de la BBC: “En nuestro improvisado dormitorio en una habitación detrás de la de las lesbianas, una mañana nos despertaron unos gritos: ‘¡Estáis en la radio! ¡Estáis en la radio!’ Acudimos a trompicones a la habitación frontal de la casa, donde pudimos oír cómo sonaba la parte final de ‘Cattle and Cane’ en el programa matinal de la BBC 1. ‘Hemos escuchado Cattle and Cane’, anunció una voz alborozada que yo no había oído nunca antes en relación con nuestra música, ‘de un grupo llamado The Go-Betweens. No sabemos nada en absoluto sobre ellos, pero nos parece que es un disco sencillamente ma-ra-vi-llo-so.’” (p. 120, mi traducción)

En la historia de The Go-Betweens que cuenta Forster son varios los hilos temáticos, entre ellos lo dificultoso que podía ser el génesis de una banda de rock como esta, la maduración de los jóvenes músicos hasta hacerse adultos y el peaje vital que pagaron en el camino (Forster descubrió que padecía hepatitis C, mientras que McLennan se dio al alcohol en exceso). Figura también el tema de lo que difícil que resulta para jóvenes sin experiencia en el showbusiness lograr el entendimiento con las casas de discos mientras aspiran a lograr el éxito que los llevará a la fama y el dinero.

The Go-Between Bridge en Brisbane rinde homenaje al grupo de Robert y Grant. Fotografía: Brisbane City Council.
Tratándose de una biografía, la narración es esencialmente linear, con muy pocos flashbacks o miradas anticipadas a los episodios que le ocupan en su historia. La autobiografía arroja mucha luz sobre las circunstancias que los llevaron a disgregarse a finales de 1989, y sobre los últimos meses de McLennan antes de su muerte por causas naturales.

Es un libro completamente imprescindible para quienes hayan disfrutado de su música y de sus letras. Lo que queda muy claro es que en el caso de Forster y McLennan, la combinación de sus talentos dio un resultado mucho mejor (y mayor) que la suma de sus logros individuales.

‘Streets of Your Town’ tenía realmente que ser un éxito. Todo el mundo nos lo decía. Habíamos firmado con Mushroom Records, el sello independiente más grande del país, y Kylie Minogue era otro de sus recientes fichajes. Hicimos no uno sino dos videoclips; el primero, el más extravagante de los dos, era el mejor, y atrapaba el carácter de la canción y del grupo. Lo hizo Kriv Stenders, quien mucho después haría el largometraje Red Dog [basado en la novelita homónima de Louis de Bernières]. El segundo fue un clip de alto presupuesto de una actuación en MTV para Capitol. Todo parecía encajar otra vez. Aunque puede que ‘Spring Rain’ sonara una pizca indie, y ‘Right Here’ demasiado artificiosa y con un exceso de percusión, ‘Streets’ era un tema infalible para todos los gustos – una melodía ridículamente pegajosa consagrada en una producción enormemente atractiva y cristalina. (p. 196, mi traducción)

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