12 jul 2016

Cusco


La popular Plaza de Armas al anochecer

La antigua capital del imperio inca, Qosqo en su denominación quechua, es hoy en día un centro turístico de primer orden mundial. La ciudad cuenta con un importantísimo patrimonio arquitectónico colonial, aparte de los pocos restos arqueológicos incas visibles que los invasores castellanos dejaron en pie.

Esta no es una esquina cualquiera.
Como toda ciudad que deriva buena parte de sus ingresos del turismo de masas, Cusco tiene serios problemas. La infraestructura de transporte es uno de ellos, y con mucho el menos urgente. Más acuciante me pareció el tema de la limpieza de sus calles: la presencia de incontables perros abandonados y una ausencia general de cuidado por parte de un sector de la población afean un poco el centro histórico de la ciudad.

Fast food, Cusco style: alpaca hamburger!

La actividad económica del centro de Cusco tiene como foco principal las visitas de las hordas de turistas a la ciudad inca de Machu Picchu. El tinglado desarrollado en torno a esta maravilla arqueológica (que es, al mismo tiempo, una muy triste lección de la historia) es apabullante, en el sentido menos favorecedor de la palabra. Como me comentaba Fabián Lima, nuestro excelente y experimentado guía en el Camino Inca, las principales compañías que han copado el producto Machu Picchu son estatales o extranjeras; para las pequeñas agencias locales quedan las migajas, y la brutal competencia entre ellas reduce mucho los márgenes de beneficio.

Cusco, ombligo del mundo inka
Fabián comentaba además que, como sucede en otras grandes ciudades turísticas, el mercado inmobiliario local se ha visto negativamente influido por la aparición del fenómeno Airbnb y similares. Hace unos meses, en una estupenda velada en Barcelona, el amigo J.S. de Montfort me advertía de que los barceloneses se estaban yendo de la ciudad al extrarradio ante la imposibilidad de pagar unos alquileres inflados por el turismo extranjero. Es un hecho documentado: solo hace falta leer los diarios. Según Fabián, se está produciendo la misma situación en Cusco. Quizás encontrar un justo equilibrio entre la industria turística y la conservación del tejido social de las ciudades será pronto una importante cuestión electoral en muchas de las metrópolis más deseadas por los visitantes internacionales. Tiempo al tiempo.

6 jul 2016

Titikaka


Para cruzar de Bolivia a Perú hay que atravesar el lago. Los autobuses también lo hacen. El Estrecho entre San Pedro y San Pablo Tiquina.

La mayor ciudad a las orillas del lago Titikaka es la peruana Puno. Lo que parece evidente es que a la mayoría de la población de la ciudad el ecosistema del lago que les proporciona el agua para sus necesidades diarias les importa muy poco. El área más cercana a la ciudad es un paseo que debería hacer las delicias de los locales. En cambio, el lugar es un auténtico basural, un aluvión de botellas y bolsas de plástico, escombros y desperdicios en general, y por lo que pude ver, lo escondido de los juncos resecos que malviven en la zona la han convertido en urinario y/o cagadero furtivo. Una verdadera pena.

Vista de Puno y el lago desde el cerrito Huajsapata
Titikaka (de acuerdo con la ortografía quechua) es prácticamente un mar interior. La zona próxima al centro urbano es la más contaminada, aunque el lago queda un poco protegido por los juncos (la totora) que crecen en una zona de baja profundidad. Las fuertes lluvias del año pasado, además de inundar el centro urbano de Juliaca, próxima a Puno, descargaron cantidad de contaminantes en el lago. Uno de los tours más populares te lleva a las islas flotantes de los Uros, una pequeña comunidad aimara que vive del turismo. Un diminuto universo, un entorno singular y único prácticamente condenado a desaparecer.

 
Jonathan narra en su aimara materno la historia de su pueblo, los Uros, y la creación de sus islas flotantes en el lago.
Los Uros tratan de exprimir la mayor cantidad posible de soles al visitante. ¿Quién puede echárselo en cara? El proceso por el cual construyen sus islas flotantes es una enorme victoria del ser humano sobre la naturaleza, aunque hoy en día hayan accedido a tecnologías (paneles solares) que les permiten, por ejemplo, ver la TV o escuchar la radio en medio del Titikaka. Incluso la escuela de las islas cuenta con wifi, según nos contó nuestro guía local, Miguel Ángel.

Taquile
La excursión por el Titikaka no estará completa sin una visita a la isla de Taquile. Los taquileños son una comunidad quechua muy aislada que ha sabido conservar sus costumbres. Una de las curiosidades más sobresalientes para mí fue el hecho de que el sombrero o gorro que visten tiene su origen en la barretina catalana propia de los trabucaires. También el resto de sus ropas tiene una fuerte influencia española: visten un pequeño chaleco y fajín. Taquile vive también del turismo, por supuesto, pero el arte textil de la isla fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y los isleños parecen haber sabido gestionar el turismo de manera muy inteligente.

Un caballero taquileño
Panorámica desde Taquile hacia el este. Los picos nevados de Bolivia en la lejanía.

4 jul 2016

La Paz

Una ciudad impresionante, verdaderamente única. La Paz es una enorme urbe fundada en el fondo de un valle que ha ido creciendo encaramándose por escarpadas pendientes que culminan en el altiplano de 4.000 metros sobre el nivel del mar. El lugar, en cualquier caso, parece ser inhóspito a simple vista.

Vista desde el teleférico, linea amarilla.
Llegar a La Paz en avión tiene una desventaja muy clara: aclimatarse a la altitud lleva su tiempo, por lo que todo mínimo ejercicio, un corto paseo por ejemplo, supone un gran esfuerzo que te deja sin resuello a los pocos segundos de ascender.

Desde 1996, en que visité Bolivia por vez primera, hasta hoy, el país ha crecido mucho. La infraestructura de transporte sigue siendo precaria y precisa de grandes inversiones. Pero al menos en La Paz el nivel de vida es innegablemente mucho mejor que hace dos décadas. Y los bolivianos muestran una amabilidad sin condiciones hacia el visitante.

Bolivia manifiesta sin ambages su orgullo por las culturas de las naciones que integran esta república federal. En La Paz vale la pena visitar los museos municipales, en especial el de los Metales Preciosos. Fue una agradable sorpresa ver que el grupo musical los Kjarkas estaban haciendo una gira 'revival'. Al estilo de las grandes bandas de música del mundo.

Algo curioso: en contraste con los eslóganes y consignas visibles por todas partes sobre la necesidad de adquirir una educación y combatir el machismo y la violencia de género, en muchos locales para turistas se promociona un espectáculo de dudoso gusto, el de la foto de abajo.
Denigrating or a chance to bring some money home?
   
Las nieves del impresionante Illimani dominan el paisaje de La Paz. Inolvidable.

28 jun 2016

De las Brindabellas a los Andes

Desde hoy, y hasta principios de agosto, este blog (y el bloguero, claro está) se va de viaje.

De las Brindabellas...


...a los Andes...

© 2004 Guillaume Audureau 
Casi cinco semanas de viaje, en un itinerario que comprenderá tres países andinos, a cada cual más hermoso e interesante: Bolivia, Perú y Chile. Tras pernoctar en Santiago, pondremos rumbo a La Paz vía Iquique. Cruzaremos a Perú por Puno para luego encaminarnos a Cusco. El Camino Inca nos llevará a una cita obligada: Machu Picchu.


De Cusco otra vez en avión a Lima, donde podremos ver a unos buenos amigos y (esa es la intención) tomar con ellos unos tragos entre muchas risas y seguro que divertidas anécdotas. Desde Lima iremos más o menos siguiendo la Panamericana en dirección sur, con parada obligatoria en Arequipa. Pisco, Paracas, Colca y Nazca son otros nombres propios en esa ruta.
AREQUIPA. Fotografía de AgainErick
A Chile volveremos a entrar por Arica, y una vez lleguemos a Iquique el viaje será en auto de alquiler hasta Santiago, con pernoctaciones diversas, entre ellas San Pedro de Atacama, donde cabría esperar que, cerca de veintitrés años después, a uno no lo reconozcan, especialmente en las Termas de Puritama.

Para este viaje se precisan alforjas: la intención es visitar librerías en buena parte de las ciudades que visitemos, y cargar con alguna de las recomendaciones del librero local o las novedades locales más atrayentes. De momento, me acompaña un entrañable uruguayo, el gran Eduardo Galeano con sus Espejos. Veremos qué joyas puedo agenciarme en las librerías de La Paz, Lima o Santiago, o en alguna otra librería con la que pueda toparme durante el viaje. Cualquier recomendación será muy bienvenida.

Y por si el poco original título de este post ha despertado una vena algo nostálgica en tu memoria, aquí tienes un video de la famosísima adaptación en dibujos animados japoneses del relato Dagli Appennini alle Ande de Edmondo d'Amicis.

El drama de la emigración antes de que la crueldad y el egoísmo la hayan hecho prácticamente inalcanzable para muchos, en un formato asequible y comprensible para los más jóvenes.

25 jun 2016

Reseña: The Scatter Here is Too Great, de Bilal Tanweer

Bilal Tanweer, The Scatter Here is Too Great (Londres:Vintage, 2014). 203 páginas.

Un atentado con bomba en las inmediaciones de una de las principales estaciones de ferrocarriles de Karachi, Cantt Station, es el episodio central que conecta las diversas partes de esta obra del paquistaní Bilal Tanweer, en su debut como novelista. Cada una de las partes del libro está precedida por un breve prefacio en el que el autor hace referencia a un parabrisas agujereado por una bala: ”¿Has visto alguna vez un parabrisas despedazado por una bala? El agujero en el centro echa una red limpia y nítida alrededor de sí misma y se satura de diminutos cristales. Esa es la metáfora de mi mundo, de esta ciudad: rota, hermosa, y nacida de una tremenda violencia.” (página 1, mi traducción)

Karachi Cantt Train Railway Station. Fotografía de Farhan
La metáfora funciona ciertamente funciona: las diversas partes que integran The Scatter Here is Too Great vienen a ser esas largas grietas que parten del episodio fundamental, la explosión de la bomba; la dispersión que produce la detonación tiene su eco no solo en el título sino también en la dispersión del acto narrativo a través de los múltiples narradores con los que Tanweer puebla la novela.

¿Quiénes son estos personajes narradores? El primero es un niño al que sus compañeros de colegio llaman Lorito. Su relato es cautivador y te mete de lleno en el libro con sus cándidas frases, tan directas que a primera vista no delatan la profundidad que esconden. Otros narradores son un caricaturista, un adolescente que escapa durante unas pocas horas con el coche de su madre, un esbirro que trabaja para una compañía dedicada a la recuperación forzosa de coches embargados, el hermano de un conductor de ambulancia traumatizado tras la explosión de la bomba, un niño pequeño cuya hermana le cuenta historias fantásticas.

Son narradores anónimos, pero sus personajes no lo son. Pese a la dispersión de la narración, el foco de Tanweer los hace humanos en el detalle descriptivo dentro de ese cosmos urbano en el que imperan el terror, la pérdida y la pobreza, pero también hay mucho deseo y amor.

Paisaje nocturno de Karachi. Fotografía procedente de pkonweb.com 
Con todo, para mí la voz narradora más atrayente es la del escritor. Es llamativo lo mucho que Tanweer escribe sobre el acto mismo de la escritura. The Scatter Here is Too Great es en gran medida una metanarrativa audaz e innovadora. Véase este párrafo en la página 174 como ejemplo:

“Llegó un momento en mi vida en que comencé a buscar un trabajo que tuviera una rutina dura e inflexible. Me puse a buscar faenas que me ayudaran a alejarme de la escritura; un trabajo que no me dejara con el ansia de recurrir a las palabras, porque ése es el quid de la cuestión: escribir suponía para mí una tortura ineludible. No podía hacerlo, pero era la única cosa que deseaba hacer con desesperación.” (mi traducción)

Al final de esta parte del libro (la última, por cierto), el joven escritor que trabaja como subeditor de un diario de Karachi reflexiona sobre la literatura y su naturaleza ficticia e irreal, rechazando la “fabricación” (esto es, la invención narrativa) de los cuentos que su difunto padre escribía o narraba para él cuando era niño (lo que conecta con el primer capítulo), La labor periodística, pensaba él, estaría más cercana al (vano) intento de reflejar la realidad, la vida real, con precisión y exactitud. Tras visitar el hospital adonde han llevado el cadáver de su amigo Sadeq (el esbirro de la compañía que ejecuta los embargos de coches) se pone a vagabundear las calles de Karachi, y tras un encuentro con algunos extraños personajes llega a la conclusión que para muchos es la esencia de la literatura: la paradoja de que únicamente la ficción, la invención, puede otorgarnos suficiente dominio al enfrentarnos a la labor de recrear y reorganizar la realidad y hacerla asimilable, a través de la escritura. “Necesitábamos historias para poder imaginar el loco mundo en el que vivimos,” dice Tanweer en la página 196. Y también alguien que las lea. Yo recomiendo que leas este libro, y para abrir boca, te ofrezco las primeras cuatro páginas traducidas al castellano.


Pizarras
Tengo unos dientes que sobresalen, y por eso todo el mundo en la escuela me llamaba lorito, lorito. Un día le di una paliza a un chico que me llamó lorito, lorito, aunque yo no le había dicho nada a él. El chico tenía el pelo corto y castaño. Le agarré del pelo y entonces le zurré. Pero no sabía que le había dicho palabras feas, y también a su padre y su hermana. Eso pasa cuando estoy enojado. Uno de los otros chicos me contó después que usé esa palabra sobre su hermana para insultar al chico del pelo castaño, a su padre y su hermana. Dijo que yo le había llamado bhenchod. Esa no es una palabra que yo digo. No a su padre. Pero todos dicen que yo dije esa palabra. Todo el mundo no debe estar mintiendo.
La maestra le pidió a Papá que viniera a la escuela. Papá no se creía que yo conociera las palabras que la maestra decía que yo había usado cuando la insulté a ella y al chico. Ella dijo que yo la había insultado cuando estaba intentando separarme del chico. Yo había tirado de él, agarrándole del pelo, y luego me había subido encima y le había abofeteado la cara muchas veces. Como respuesta él me había arañado la cara con las uñas. De todo esto sí me acuerdo, pero no de las palabrotas.
Al principio Papá dudó de lo que decía la maestra, pero cuando otras personas también le dijeron que habían oído mis insultos, se enfadó y dejó de hablarme. Yo le pedí perdón, perdón Papá, tantas veces, pero él no quiso hablarme, ni siquiera mirarme. Entonces yo me enfadé y me puse a llorar. Y también le grité. Mi hermana y mi madre se asustaron cuando me puse a gritarle a Papá. Mi madre estaba comiendo cuando empecé a gritarle; ella dejó de masticar la comida y se quedó mirándome muy fijamente. Yo vi que ella me estaba mirando, pero solamente me daba cuenta de que estaba enfadado y que estaba llorando. No sabía lo que estaba diciendo. Mamá me pegó con el cucharón de acero por enfadarme con Papá. También por haberle gritado. Ella había comprado el cucharón en el bazar dos días antes, y estaba metido en la cacerola del curry. Cuando Mamá me pegó, el cucharón estaba caliente, y luego me pude oler el curry en la mano toda noche. Pero yo ya estaba llorando, así que la paliza que me dio no me hizo nada. Me quedaron marcas rojas en los brazos. Pero yo soy fuerte. Después, todos se callaron. Yo me quedé sentado en el sofá. Mi madre se llevó a mi hermana a un rincón y le dijo que me hiciera comer porque yo todavía no había comido. Se pensaron que yo no sabía nada de lo que decían en el rincón. Pero yo sí lo sabía. Mi hermana se acercó con la comida. Me dio de comer con las manos, y me dijo que debería pedirle perdón a Papá.
Le pedí perdón, pero en realidad no pasó nada. Él siguió muy callado. Le dijo a Mamá: ‘No sé de dónde se ha sacado esas palabras. Es tan pequeño.’Papá tenía dos empleos. Trabajaba en un despacho y escribía pequeños libros de cuentos. Decía que los escribía para chicos pequeños como yo. Yo le decía que no era un niño pequeño. Me leía todos sus cuentos. Estaban en libritos de ocho céntimos, y todos eran sobre gente valiente que luchaba contra gente mala.
En la escuela se pelea poca gente. Pero es porque nadie les llama lorito, lorito. Al poco tiempo dejé esa escuela. No solamente a causa de las peleas, sino también porque Mamá dijo que allí había un mal ambiente. Entonces Papá empezó a enseñarme. Me enseñaba todo en cuentos. Me mostró cómo todos los números eran animales, y uno tiene que observarlos hacer cosas y decir qué les ha ocurrido al final del cuento. Más quiere decir que los animales se juntan. Menos quiere decir que algunos dejan a los otros. Multiplicar y dividir ocurren cuando hay diferentes tipos de animales. Es fácil: 4 x 2 quiere decir que hay 4, 4 animales de 2 clases, como 4 ovejas y 4 vacas, y juntas son 8. Y dividir ocurre cuando tienes averiguar cuántos grupos hay de cada uno de ellos.
En la escuela tenía problemas para aprender la ortografía y las tablas. Papá me enseñó que en la mente tenemos una pizarra, y que podemos usarla para dibujar en nuestras cabezas con tizas de colores. Yo cerraba los ojos y dibujaba en la pizarra. Y siempre que quería recordar las letras de una palabra, las copiaba desde la pizarra. Después de eso, ya no me fue difícil recordar las cosas. Incluso dibujaba cosas en la pizarra cuando me iba a dormir por la noche.Yo también le enseñé a Papá a dibujar en la pizarra. Cuando volvía del despacho, le quitaba las gafas y me sentaba en su barriga y cerrábamos los ojos. Al principio Papá solamente dibujaba paisajes: una casa y un sol y seis colinas. Pero entonces yo le explicaba que teníamos una pizarra muy grande y que podíamos dibujar cualquier cosa, de cualquier color. Y entonces dibujábamos la bandera de Paquistán. Yo dibujaba banderas pequeñas, me gustaban. Papá decía que sus banderas eran grandes. Mientras dibujaba, yo a veces me olvidaba de lo que estaba dibujando y escuchaba el sonido que hacía la tiza ─ tac, taccatac, tac, tac y shhhh−hissshhh. Pero no le decía a Papá nada de eso. Sabía que no lo entendería. Solamente le decía que hiciera cosas: peces, hierba, estrellas (que eran lo más fácil), un sol de muy gran tamaño. Yo siempre hacía tres soles: un sol para la mañana, un sol para la tarde y un sol para la noche. Hiciera el paisaje que hiciera, yo le ponía un sol. Me gustaba el sol. El sol tiene luz en su interior. También me gustaban los bulbos. Los bulbos son soles. Pequeños soles. Pero me gusta el gran sol que nadie puede apagar. A veces simplemente le decía a Papá que llenara su pizarra de luz. Eso lo hacíamos con la tiza amarilla. Y entonces un día, de pronto, Papá y yo empezamos a dibujar coches y casas grandes, con grandes terrazas. Elegíamos colores diferentes para las habitaciones y los coches. Y entonces, cuando terminábamos de dibujar, nos contábamos cómo eran nuestros coches, y qué forma tenían las ventanas, todo lo que se podía ver afuera, de qué color eran los suelos de la casa. Yo siempre le contaba primero a Papá mi dibujo porque si me contaba él el suyo, yo me olvidaba del mío.




19 jun 2016

Reseña: Kartography, de Kamila Shamsie

Kamila Shamsie, Kartography (Londres: Bloomsbury, 2002). 343 páginas.
¿Cuál sería tu reacción si un día alguien te revelara algo sobre tu propia familia que tus padres te hubieran ocultado durante muchos años? ¿Y si esa información pusiera en evidencia a tu propio padre? ¿Hasta qué punto podemos (o debemos) denunciar la tacha moral de una persona que nos lo ha dado todo y a la que hemos buscado emular en nuestro progreso hacia la madurez?

Ese es, en buena parte, el dilema al que se enfrenta la joven pakistaní Raheen, la protagonista de esta novela de Shamsie. Pero no es el único. Quizás el más acuciante (al que por lo menos le dedica más páginas la autora) es el de la amistad (y mucho, pero que mucho, romance) con su primo Karim.

Narrada por una joven Raheen, ya graduada de una universidad estadounidense, la novela comienza con unos jóvenes Raheen y Karim compartiendo unas vacaciones en una gran propiedad rural de un familiar en el norte de Pakistán. La violencia latente en las calles de Karachi empuja a sus padres a alejarlos de la ciudad. Raheen trata de explicarse (y explicarnos a nosotros sus lectores) la relación con Karim a lo largo de los años, y el porqué del gravísimo deterioro de esa amistad tras la salida de Karim y su familia de Pakistán cuando apenas contaba 12 años, camino de Londres.

El centro de Karachi. Fotografía de Asjad Jamshed
El secreto del que Raheen nunca ha sido sabedora se remonta muchas décadas: concretamente a 1971, cuando Pakistán Oriental se separó del Occidental, formando el estado que hoy en día se llama Bangladesh. Los padres de Raheen y Karim rompieron sus compromisos de boda y terminaron por intercambiar sus parejas. ¿Qué es lo que les llevó a esa decisión? ¿Cómo se produjo y qué consecuencias emocionales tuvo sobre las dos mujeres con que se casaron? Lo quebradizo de esas relaciones tiene su reflejo en la fragilidad de la relación entre Raheen y Karim.

El trasfondo determinante es, por supuesto, la intransigencia moral y la fuerte intolerancia que la religión tiene sobre las relaciones entre personas de distinto sexo en Pakistán. El contraste entre la descripción de las fiestas regadas con alcohol en las que se embarcaba la generación de sus padres y del rampante puritanismo al que tiene que hacer frente en las calles de Karachi le sirve a Shamsie para abordar el tema de la represión con cierto humor. Sin embargo, la autora no explora en la misma medida la discordancia entre la clase acomodada y privilegiada a la que pertenecen Raheen y sus amigos y la mísera existencia a la que se ven abocados la mayoría de los ciudadanos de Karachi. No resulta ser suficiente la ironía con la que Raheen cuenta las lujosas celebraciones nocturnas y la vacuidad de ese pequeño sector tan privilegiado de la sociedad de Karachi, especialmente porque la propia Raheen da la impresión de sentir abundante displicencia por los múltiples problemas que aquejan a la población más humilde de la ciudad.

A caballo entre la Bildungsroman y la novela romántica, Kartography no termina, en mi opinión, de cuajar como historia. Pienso que hay algo que no cuaja en una narración centrada más en los vaivenes sentimentales de una joven que en un terrible episodio del pasado, el cual, parece decirnos Shamsie, es determinante en todas las vidas de las generaciones futuras. Kartography está a años luz de Burnt Shadows, por ejemplo, y carece del rigor narrativo del que Shamsie hizo gala en A God in Every Stone. Un pelín decepcionante para mi gusto.


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