Dice el saber
popular que los extremos se tocan, y en un universo tan atrasado, aislado y
provinciano como Gibbeah, el Bien y el Mal parecen confundirse. Se trata de un
pequeño pueblo ignoto del interior de la isla de Jamaica, en el que durante
mucho tiempo sus habitantes han vivido en la anodina paz de un pastor, Hector
Bligh, más dado a las libaciones que a las prédicas bíblicas. No en vano los
lugareños lo han apodado “Rum Preacher”, el Predicador del Ron.
En una paradoja
no exenta de ironía, Marlon James titula el primer capítulo como ´The End´,
esas tres mágicas palabras que aprendíamos todos como anuncio del final de las
películas americanas en los cines de mi niñez, unos cuantos antes de que empezara
yo a aprender la lengua inglesa. Los eventos de este capítulo son posteriores
al comienzo de la historia, pero curiosamente, también el último capítulo del
libro lleva por título ‘The Beginning’.
Una de las cordilleras orientales de la isla de Jamaica tiene por nombre John Crow. El Rio Grande (nombre de origen obviamente español) corre a sus pies. Fotografía de Michael L. Dorn |
En medio de la
celebración religiosa oficiada por Bligh en un miércoles de ceniza llega a la
parroquia un hombre al que nadie conoce: “Le observaba desde el fondo de la
iglesia. El hombre había llegado con la noche, pero la oscuridad no lo
abandonaba durante el día. Le inquietaba toda la excitación. Era un sentimiento
tan extraño como el éxtasis o el remordimiento. Tanto daba un día grueso como
un año flaco, si uno sentía el mismo odio. El hombre era más alto que el
Pastor, y llevaba zapatos negros, traje negro y camisa negra, tenía pelo negro
y una piel clara que estaba bien tostada por el sol.” (p. 30, mi traducción) De
pronto el extraño le agarra de las manos estrujándole los huesos mientras,
delante de los atónitos feligreses, le pregunta quién va a asumir la
responsabilidad de absolverle a él y a todos sus parroquianos, quién va a
limpiar sus pecados: “¿Quién va a perdonarte a ti, hijo de perra ignorante?” (p.
31)
Tras el rapapolvo
y la paliza que le da al Pastor, el Apóstol York asume la jefatura de la
congregación religiosa de Gibbeah. Su mensaje es en esencia uno: ha venido a
llevar a cabo la obra del Señor. “Dios me ha enviado. ¿Y qué es lo primero que
vamos a hacer? Limpiar este templo. Escúchame, Gibbeah. He venido a devolver la
integridad y a arrasar la iniquidad, ¡Aleluya! He venido a dar consuelo a los
afligidos y a ser el azote de los acomodados. ¡Gibbeah! ¡He venido con una
espada!” (p. 35, mi traducción)
El enfrentamiento
entre el eclesiástico titular y el recién llegado se refleja asimismo en el de dos
mujeres de Gibbeah: Lucinda es una chica simple, bizca y poco agraciada físicamente,
pero una ferviente creyente en el obeah,
el vudú caribeño de raíces africanas. Su contrincante es la viuda Greenfield,
que acogerá al Pastor Bligh cuando York lo pone de patitas en la calle.
Mientras Lucinda sueña con ofrecer sus servicios al Apóstol (en más de un sentido),
la viuda es un reducto de bondad y raciocinio en un pueblo emponzoñado por la
disputa entre los dos religiosos. La trama gira pues en torno a estos dos
polos: resultaría inútil identificar a alguno de los dos como el Bien. La cuestión
es quizás dilucidar cuál de los dos encarna el Mal menor.
James alterna una
voz narradora omnisciente adaptada a los puntos de vista de diferentes
personajes con capítulos en los que una voz colectiva, compuesta por las voces
de los lugareños, da rienda suelta a la rumorología y el cotilleo. La ortografía
y la sintaxis reflejan el dialecto jamaicano: para quien no esté acostumbrado a
esta forma de la lengua inglesa, puede resultar una pizca difícil de entender
en un principio:
“Lawd a massy, Puttus, you no hear
the latest bout the Pastor?
No! Is weh
you a hide the secret for, pop the story give we!
Well,
people say the Pastor deh down a river a live like mad man.
Holy Jesus
our Heavenly Father.
True-true.
Him deh down deh a live like dog. People say him all shit down deh.
Then where
people expect him fi shit?
We did
think say the Apostle kill him.
Who say him
no dead?
True-true,
the Rum Preacher is nothing but duppy now, heh-hay!
The you a
go look!
No baba,
who want to see that deh?” (p. 41)
Quizás un breve
glosario habría sido un adecuado acompañamiento: quien no conozca el inglés
jamaicano dejará de comprender algunos conceptos importantes para la historia
de John Crow’s Devil. Palabras como pickney (niños), combolo (secuaces), guzum
(magia negra) podrían haberse explicado para lectores no familiarizados con
ellas.
Hay por supuesto
una razón para la presencia y las acciones del Apóstol York en Gibbeah, y tiene
que ver con el señor Garvey, el rico millonario que en realidad es dueño del
pueblo entero y vive en una mansión de la que apenas se molesta en salir. Es
una historia de venganza, sí, pero el subtexto nos lleva a leerla más como una denuncia
de los riesgos que supone la religión organizada para una sociedad cerrada y
aislada. Cualquier loco violento puede exhibirse como Mesías y conducir a la
comunidad al desastre y al caos. La violencia en John Crow’s Devil es ciertamente una representación que termina por
convertirse en ceremonia.
Un simpático ejemplar de John Crow, o pavo buitre, típico de la región caribeña. Fotografía de Dori. |
Puede que quien siga
regularmente mi trayectoria lectora en este blog se pregunte: ¿a santo de qué
ha elegido este libro Jorge? Pues bien: se debe a la anécdota (muy reveladora)
que el autor dio a conocer tras ganar el Booker Prize de 2015 por su novela A Brief History of Seven Killings. Y es
que John Crow’s Devil, publicada por
vez primera en 2005, fue rechazada
por un total de 78 editores. Marlon James ya había enviado el archivo de la
novela a la papelera de su ordenador cuando otra novelista, Kaylie Jones,
insistió en rescatarla y editarla pro bono. En nombre de los lectores de marlon James, ¡Mil gracias, Kaylie!
Que un libro tan
bueno fuera rechazado por 78 editores dice mucho sobre cómo funciona la
industria del libro, y mucho más sobre los prejuicios raciales que,
lamentablemente, todavía existen. Ya tengo ganas de hincarle el diente a otros libros
de este autor.
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