Por increíble que
pueda parecer – a mí al menos me lo parece – todavía es posible encontrar la reseña que
hice en 2008 de Breath, la novela de
Tim Winton, para una revista digital de la UCM. Casi diez años después, Simon
Baker, actor australiano que debuta como director con este largometraje, lleva
la historia de Pikelet y Loonie al cine, y lo hace con gusto, convirtiendo un
libro emblemático de Winton en una sugerente historia sobre el azaroso paso de dos
niños de la adolescencia a la madurez.
A modo de recapitulación
de la trama de Breath, contaré aquí que Pikelet y Loonie son dos amigos de un
pueblo de la costa del sudoeste de Australia Occidental en la década de los 70.
Pike es el hijo único de una familia de íntegra conducta, mientras que Loonie,
que vive con un padre alcoholizado y a veces brutal, es la clase de chico a
quien le gusta vivir al límite, deleitándose con el sabor de la aventura y el riesgo.
Como en cualquier otro pueblo costero de Australia, el océano es el lugar
natural donde pasar el tiempo. Los amigos aprenden a hacer surf, y en una de
sus salidas conocen a Sando, leyenda viva del surf. Sando se convierte en
mentor de los dos muchachos, que compiten por la admiración del campeón. Mientras
que Loonie siente el gélido rechazo de Eva (Elizabeth Debicki), la mujer de
Sando, exesquiadora que sufrió una ruinosa lesión en la rodilla, para Pike es
todo lo contrario; así, cuando Sando se marcha de viaje con Loonie para surfear
en Indonesia, Pike se hunde en el erótico embrujo de la mujer madura.
La historia en la
película está espléndidamente narrada con imágenes más que con palabras.
Excelentes actuaciones de los dos jóvenes actores que interpretan los papeles
de Loonie y Pikelet (Ben Spence y Samson Coulter respectivamente). La fotografía
es magnífica, tanto en el agua como fuera de ella; sin recurrir prácticamente al
diálogo como recurso narrativo, Baker, que interpreta a Sando, consigue
transmitir a sus jóvenes pupilos lo insondablemente espiritual que une al océano
con el deporte de la tabla. Y también la banda sonora, a cargo de Harry
Gregson-Williams, añade su granito de arena para hacer de ésta una estupenda película.