Uno de los tours más populares entre los turistas
occidentales que pasan por Saigón es la visita a la zona en la que las
guerrillas del Vietcong construyeron una laberíntica red de túneles desde la
cual combatían a las tropas estadounidenses. El complejo está controlado por
los gerifaltes locales del Partido Comunista vietnamita. El tour se inicia con
la presentación de un vídeo, no exento de patrióticas soflamas, seguido del
discurso de alguno de los cabecillas del complejo, que no dudan en emplear el
humor y el sarcasmo al referirse a la guerra y a los eventos que tuvieron lugar
en esa zona durante aquellos años. Al que yo escuché, nos explicó con orgullo
que una de las mujeres que venden souvenirs
en la tienda de recuerdos nació en los túneles, y “fíjense, qué guapa ha salido”.
El recorrido del
complejo de Củ Chi
te lleva a la entrada de un túnel, donde uno tiene la posibilidad de ver por sí
mismo lo estrechas que eran las entradas y cuán perfectamente disimuladas las
construyeron los guerrilleros.
El recorrido incluye la contemplación de diversas modalidades de trampas, que los guerrilleros
colocaban en la selva o en los túneles. Las trampas son auténticos ingenios
mortíferos, de una crueldad extrema. El soldado que cayera en una de ellas, o
bien moría con enorme dolor y sufrimiento, o quedaba tullido o lisiado para el
resto de sus días.
A lo largo del
recorrido es posible ver también los cráteres que dejaron las bombas
norteamericanas. El Vietcong, no obstante, era el epítome de la eficiencia militar: los restos
de las bombas, explotadas o no, eran reconvertidos por los vietnamitas en
granadas de mano o en obuses caseros.
Durante los
varios años del conflicto bélico que los vietnamitas llaman 'la guerra americana', los guerrilleros vivieron la mayor parte del
tiempo bajo tierra. Las condiciones eran naturalmente insalubres y
extremadamente difíciles. Las enfermedades intestinales, una pobre nutrición y
la malaria causaron estragos entre sus fuerzas – de hecho, en los túneles
murieron más guerrilleros por causa de las enfermedades que por culpa de los
ataques enemigos.
La red de túneles
de Củ Chi se extiende por
unos 120 kilómetros de longitud. Es posible recorrer alguno de los túneles, hoy
en día ampliados para poder acoger a los turistas occidentales, mucho más altos
(y mucho, mucho más anchos) que los vietnamitas. La sensación de claustrofobia
y la falta de oxígeno en un recinto estrecho y oscuro hacen que ese recorrido
sea una experiencia nada placentera.
A mi parecer, una
de las “atracciones” del complejo de Củ Chi que debiera, si no eliminarse, al menos
alejarse, es el campo de tiro, situado “estratégicamente” junto a la tienda de souvenirs y la cafetería. Por unos pocos
dólares, los turistas pueden disparar un AK-47 o una ráfaga de ametralladora.
El estruendo es aterrador. Es difícil comprender cómo esas personas soportan el
terrorífico sonido de la guerra día tras día. El campo de tiro, para esos
descerebrados que quieren disparar y sentirse Rambo por unos segundos, podrían
alejarlo un poco del complejo. No hay ningún preaviso, y la entrada de menores
(los niños también pagan, solo media entrada, no como en la mayoría de los
museos de Vietnam) es muy bienvenida.
Como muchos otros
recintos en otras partes del mundo, Củ Chi glorifica la guerra y escenifica el horror de
la muerte violenta. Para mí, será la última visita. Una y no más.
The Củ
Chi tunnels: a stage for horror
One of the most popular tours amongst Western tourists in Saigon
is the visit to the area where the Vietcong guerrillas built a maze-like
network of tunnels from where they fought the US troops. The place seems to be
controlled by the local chiefs of the Vietnamese Communist Party. The tour
always begins with a video presentation full of patriotic slogans, and is
followed by the speech of one of the senior officers, who will not hesitate to
use humour and sarcasm when talking about the war and the events that took
place in the area during the war years. The one I listened to proudly explained
that one of the ladies selling souvenirs in the shop was born in the tunnels,
and “look how pretty she was born, and still is”.
The Củ
Chi tour then takes you to one of the tunnel entrances, where you have the
chance to see for yourself how narrow the entrance was and how well camouflaged
they were made by the guerrillas.
The tour also features the many different types of traps
guerrillas would create in the rainforest or at the entrance of tunnels. They
are incredibly cruel, deadly devices. Any soldier that happened to fall in one
of them either died suffering enormous pain or would have been maimed and disabled for
life.
Along the way it is still possible to see the craters US
bombs created. But the Vietcong was the epitome of military efficiency: the
remains of bombs, exploded or not, were recovered and converted into hand
grenades or other type of homemade weaponry by the Vietnamese.
Guerrillas lived most of the time underground, for the several years the conflict, known in Vietnam as 'the American war', lasted. The living conditions were of course extremely
difficult and unhealthy. Intestinal diseases, undernourishment and malaria
decimated their numbers – in fact, many more people died from disease in the
tunnels than due to enemy attacks.
The Củ
Chi tunnel network is about 120 kilometres long. It is possible to walk through
some of the tunnels, which have nowadays been slightly widened to accommodate
Western tourists, much taller (and much, much wider) than ordinary Vietnamese
people. Claustrophobia and the lack of fresh air in such a dark, narrow place
make the underground walk a rather unpleasant experience.
In my view, one of the “attractions” of the Củ Chi complex that should be,
if not eliminated, at least moved away, is the shooting range, “strategically”
located next to the souvenir shop and the café. For just a few dollars, tourists may fire an AK-47
or a machine gun. The din is of course terrifying. I find it hard to understand
how those people can put up with the terrorising noise of war day after day. The shooting range, for those brainless idiots
who wish to fire a gun and feel like a Rambo for a few seconds, should be moved
away. There is no warning at the entrance, and children are of course very
welcome (they pay for half a ticket, unlike in most museums in Vietnam).
Like so many other places in other parts of the world, Củ Chi glorifies war and has become an arena where the horrors of violent death are displayed. As far as I’m
concerned, it will be the last time I visit anything like it. Once is more than
enough.