Kim Scott, That Deadman Dance (Sydney: MacMillan Australia, 2010). 400 páginas.
Uno de los temas recurrentes en la narrativa australiana, tanto la más
reciente como en la del siglo XX, es el de la usurpación, la invasión y
posterior expolio y exterminio de los pueblos indígenas a lo largo y ancho del
enorme territorio del continente australiano. Entre las del siglo XX, y para
quien no esté muy al tanto de la narrativa australiana que podríamos denominar precursora,
uno puede recomendar Capricornia de Xavier Herbert (1938),
la enigmática pero absolutamente magnífica Voss
(1957) del único Nobel australiano de literatura, Patrick White, Oscar and Lucinda (1988), la merecidamente
laureada novela de Peter Carey, y ya en el siglo XXI, las recientes novelas de
Kate Grenville, The Secret River (2005)
o The Lieutenant (2008).
A diferencia de todas las anteriores obras, la novela de Kim Scott (que fue
galardonada con el Commonwealth Writers Prize de 2011 y el Miles Franklin Award
del mismo año) presenta incontestablemente el tema de la frontera desde el
punto de vista de los habitantes originarios de la región donde Scott sitúa la
trama. Scott es descendiente del pueblo Noongar, y escribe por lo tanto desde
un ángulo muy diferente del de los autores mencionados anteriormente.
Scott lleva a cabo un prodigioso esfuerzo imaginativo al crear una serie de
personajes que resultan extraordinariamente creíbles, seres humanos con sus
virtudes, sus imperfecciones y sus vicios. En el breve prólogo (véase más
abajo) el narrador nos presenta al personaje central, Bobby Wabalanginy, y al
colono Chaine, a quien Wabalanginy considera su Kongk (tío). Ya el nombre del personaje principal nos da una pista
inicial sobre su personalidad, y acerca de la función que Scott quiere
otorgarle. Con un nombre Noongar y un nombre inglés, Bobby (dejémoslo en Bobby
simplemente para abreviar) es el puente entre los pobladores de la zona y los
colonos ingleses. El lugar, que en la novela se denomina King George Town,
corresponde a la actual Albany, en Australia Occidental.
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Panorámica de King George Sound, Albany, Australia Occidental. Fotografía de Hughesdarren. |
La historia no se narra de forma cronológica, sino que avanza y retrocede según
los deseos del autor: en la primera parte (1833-35) Bobby es un niño pequeño al
que acoge el Dr. Cross, un fascinante personaje. En la segunda parte (1826-30)
Bobby es un bebé, y el asentamiento colono apenas ha comenzado – es gracias a
los nativos que los colonos ingleses sobreviven, y una relación amistosa parece
florecer entre dos mundos tan distintos. La tercera parte (1836-38) cubre
esencialmente la caza de ballenas a la que remite el prólogo, y una azarosa expedición
dirigida por Chaine. La cuarta parte da un salto temporal hasta 1841-44, cuando
el núcleo urbano de King George Town se ha expandido y la colonia empieza a socavar
la civilización nativa.
El Dr. Cross representa al humanista occidental, respetuoso con el
conocimiento indígena y sus tradiciones, ávido por aprender e integrarse.
Significativamente, Cross establece una profunda amistad con uno de los jefes
del clan Noongar, Wunyeran, y tras la muerte de éste, pide que cuando a él le
llegue su hora, lo entierren junto a su amigo. Sin embargo, al final de la
novela, empleados del municipio desentierran a ambos – mientras que a Cross lo
inhuman en otro lugar, con monumento incluido, los huesos de Wunyeran son
arrojados al río y desaparecen con la primera crecida.
That Deadman Dance es una novela rica en matices y en voces.
Al lector se le presentan las experiencias de muy diversos personajes en el
contexto del contacto colonial inicial – que en Australia Occidental no siempre
fue tan violento (es decir, genocida) como en la costa este de Australia. Scott
nos regala con la voz de los Noongar y su narración de la llegada de esos hombres
“de más allá del horizonte”; también con las diversas experiencias de los
diversos colonos (el exconvicto Skelly, que no quiere volver ni a Inglaterra ni
a Sydney, el exsoldado Killam, el yanqui desertor Jak Tar, que abandona el
ballenero para buscarse una vida mejor en esta parte del mundo y se empareja
con una joven Noongar, o la de la hija de Chaine, Christine, quien crece y
aprende con Bobby y quien en algún momento parece fantasear con una relación sexual
(algo que sería tabú) con el protagonista.
Son muchos los episodios que integran y alientan esta novela: las escenas
de caza de ballenas, que no desmerecen para nada las de Moby Dick; la malaventurada expedición que organiza Chaine y que
termina en naufragio y un largo regreso a pie siguiendo la costa sin apenas
provisiones, con traiciones y ejecuciones extrajudiciales incluidas; el proceso
de aprendizaje de la lengua inglesa por parte de Bobby (la carta que le escribe
a la mujer de Cross es de una belleza pasmosa por su ingenuidad y su candidez).
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Middleton Beach, Albany, Australia Occidental. Fotografía de Krafol |
Entremezcladas en la trama hay diversas referencias a un Bobby ya mayor,
que pone ante turistas y residentes una suerte de espectáculo con anécdotas y trucos
diversos, y entre los cuales hace gala de una danza, la “danza del hombre
muerto” que da título a la novela. Se trata de la adaptación al folklore nativo
de una rutina de la instrucción militar, que trajeron consigo los colonos. Es
una excelente metáfora, una sutil evocación del contacto inaugural y la fusión de
dos civilizaciones; mas cuando Bobby intenta utilizarla para explicar a los
colonos qué es lo que han hecho mal, nadie quiere entender, y le dan la
espalda.
That Deadman Dance desentierra el ideal del contacto pacífico y recíprocamente
enriquecedor entre culturas, para luego hacer añicos de ese ideal describiendo
con detalle el proceso de desintegración del contacto, pasando de la colaboración
y la amistad al engaño, y del intercambio lingüístico a la añagaza y el subterfugio
como tretas para la explotación. Y en el centro de todo está Wabalanginy,
traductor e intérprete, embajador de dos poderes, puente entre culturas, líder de
su pueblo y hombre afable y querido por todos, quien al final asiste impotente
a la destrucción de su mundo bajo el peso de la historia. Está además escrita en
un lenguaje que llega al lirismo en muchas páginas.
Te dejo con mi versión en castellano del 'Prólogo' de That Deadman Dance.
Prólogo
Kaya.
Al escribir una palabra así,
Bobby Wabalanginy no podía evitar una sonrisa. Nadie haber hecho escrito eso
antes, pensó. ¡Nadie escrito nunca hola
o sí de esa manera!
Se alsó una bayena…
Bobby Wabalanginy escribía con
tiza húmeda, quebradiza como un hueso endeble. Bobby escribía en un fino pedazo
de pizarra. Moviéndose entre lenguas, Bobby escribía sobre piedra.
Con un nombre como el suyo,
Bobby Wabalanginy, bien sabía él lo difícil que era la ortografía.
Bobby Wablngn escribió se alsó una bayena.
Pero no había ballena alguna. Bobby estaba imaginándola, recordando…
Bayena franka.
Bobby sabía ya lo que era estar
bien cerca de una ballena franca. Era poco más que un bebé cuando vio por
primera vez a las ballenas, revolcándose entre él y las islas: una isla muy
cercana, una gran familia de ballenas que exhalaban con facilidad, sus chorros
de agua reluciendo bajo la luz del sol, grandes cuerpos oscuros brillantes en ese
mar azul y soleado. Bobby quería meterse en el agua y nadar hasta donde estaban
ellas, pero fajado contra el cuerpo de su madre, su espíritu solamente podía
llamarlas. A diferencia del hombre ese de la Biblia, Jonás, Bobby no tenía
miedo porque llevaba muy dentro de sí una historia, una historia que Menak le
entregó enfundada con el recuerdo del corazón fiero, palpitante, de una
ballena…
Un día soleado,
recorriendo un largo brazo de roca junto al manso océano, ves cómo el agua se
hincha de repente en una gran burbuja que sube hasta la superficie, y ¡oh
maravilla!, el agua se derrama por la carne recubierta de percebes y surge el
lomo enorme de una ballena. Estás rodeado por el húmedo resuello de una
ballena.
Los percebes
tachonan su suave, oscura piel, los cangrejos la cruzan apresurados. Ese lomo
negro debe de ser resbaladizo, traicionero como las rocas… Mas ves el agujero
que tiene en la espalda, el aliento que entra y sale, y piensas en todos los agujeros
que el océano ha hecho en esta costa; y en cómo un hombre listo puede
deslizarse a su interior, y elevarse hacia la tierra durante un instante o
regresar al océano un momento después.
Siempre curioso,
siempre valiente, das un paso, y la ballena queda bajo tus pies. Dos pasos más
y ya estás resbalando, resbalando y hundiéndote en una oscura caverna que
respira, en la que resuenan los cantos de ballenas. Junto a ti late un corazón
lleno de sangre, tan caliente que pudiera ser fuego.
Hunde tus manos
en el corazón de esa ballena, apóyate contra él y apriétalo, y deja que tu voz
se funda con el rugido de la ballena. Canta esa canción, la que tu padre te
enseñó, mientras la ballena se hunde en las profundidades.
Qué oscuro es el
fondo del mar, y al mirar a través de los ojos de la ballena ves burbujas que te
rebasan, deslizándose… Pero no había nada de eso. Bobby estaba solamente imaginando, estaba
solamente escribiendo. Con el cielo al fondo, en un rocoso promontorio, Bobby
dibujaba círculos en la pizarra, dibujaba burbujas.
Burbuhas.
Se alsó una bayena…
Con la base de la mano borró los trazos. No era cierta, era solamente una
vieja historia, y ni siquiera podía recordar bien la canción. No había ninguna
ballena. Y el día no era soleado. En realidad, el viento jalaba el pequeño
chamizo de madera y lona de Bobby, y la lluvia escupía en las paredes. Al
resguardo del promontorio justo por debajo de él, el mar estaba tranquilo, pero
un poco más allá, a cierta distancia de tierra – apenas unos largos de bote, no
mucho más – estaba revuelto y agitado, y algunos flecos de espuma se derramaban
según una pauta que todavía estaba aprendiendo. La lluvia caía en forma de
afiladas espinas plateadas, y luego ya no había mar alguno, ya no había cielo
alguno, y el mundo se había comprimido delante de él, hasta convertirse en un
espacio gris estriado en líneas diagonales.
Bobby oyó un andar pesado, y Kongk Chaine se metió de un salto en la
pequeña choza. Apenas había espacio bajo aquel techo y entre aquellas endebles
paredes para los dos hombres. Bobby percibió el olor a ron y a tabaco; como
Kongk respire hondo y se ponga de pie, el chamizo se vendrá abajo. Chaine
emanaba vaho a causa de la lluvia, su calor corporal y su lozanía; el agua de
la lluvia caía desde el ala de su sombrero y le resbalaba por la tupida barba.
Aquí te hace falta una hoguera, Bobby.
Estaba observando cómo reaparecía el océano convulso, y la lluvia que
corría para desaparecer en él.
Nada de nada, ¿eh?
Estaban sentados, podían olerse el uno al otro, y a pesar del calor que
despedía el cuerpo que tenía a su lado, Bobby sentía cómo el frío le calaba los
huesos. Tenía los dedos manchados de tiza, y la piel de las yemas estaba
suelta, arrugada. Con un dedo, escribió algo en la pizarra húmeda.
Bien, casamos una bayena.
Chaine dejó escapar un grito. Se rió. Bobby sintió el brazo de aquel hombre
alrededor de sus hombros, cómo le apretaba con su zarpa endurecida y callosa.
Yo mismo espero cazar una ballena, chico. Y más de una, ya puestos. Más de
una. Pero ahora mismo, lo que quisiera es ver la luz del sol, y el cielo
despejado.
Bobby sonrió y asintió. Puede que el Doctor Cross ya no estuviera, pero
Geordie Chaine seguía vivo, otro hombre mayor.
Abrasos.
Bobby quería ser el primero en avistar las ballenas, pero sabía que era más
probable que fueran los yanquis, o incluso los gabachos, los que las avistaran
primero, puesto que contaban con velamen y todo. La punta inclinada de un
mástil y sus velas podía indicar el surtidor de una ballena que todavía no
había visto.
Bobby mantenía una intensa vigía. Escribió en la pizarra y se lo enseñó a
Kongk Chaine para que lo leyera. Daba igual si estaba vigilando el tiempo, las
ballenas o escribiendo, Bobby Wabalanginy estaba siempre dispuesto a dar un
grito y salir corriendo en cuanto viera lo que todos ellos buscaban.
Bien, escribió en ese momento. Otra vez
deseándolo, imaginándolo.
Bien nada bayenas, la mar
abultado.
Borró la palabra bien, e
inmediatamente una multitud de gotas de agua cruzó la cresta de ola que se distinguía
detrás de él; unas pisadas diminutas sacudieron las hojas ásperas, cruzaron con
pesadez las rocas de granito y resonaron con fuerza en la lona que los rodeaba.
Bobby dejó escapar un grito de sorpresa y alegría, pero Chaine, que estaba a su
lado, no podía distinguir palabra alguna, ni siquiera podía oír su propia voz, solamente
el embate de pies y manos diminutos, y el agua que borboteaba como una
risotada. Se miraron el uno al otro, diciendo palabras que no se oían mientras
una fina lámina de agua recorría el granito que tenían bajo los pies.
Estaban resguardados de la lluvia, de las peores ráfagas de viento en
aquel escondrijo, pero aun así el azote de la lluvia y el viento les alcanzaba.
La capa de piel de canguro de Bobby, y el aceite y ungüentos que se ponía en la
piel lo mantenían caliente. Sentía cómo la vida le cosquilleaba en las yemas de
los dedos.
Una estela de púas plateadas cruzaba las aguas tranquilas que había debajo
del promontorio y desaparecía en el mar picado, más allá de la isla que tan
cercana estaba de la orilla. Por toda la costa del sur las panzas de los
nubarrones se arrastraban por encima de promontorios e islotes rocosos.
Chaine se estremeció y dejó escapar un pedo. Tras un gruñido, empezó a
descender con cuidado por la pendiente que llevaba a la playa.
Bobby escribió directamente de la lengua de su padre y su madre en la
lengua de Chaine.
Kongk sa ido, bienen bayenas.
¡Allí! Bobby vio una vela, y cómo un mástil cambiaba su inclinación, y
luego, iluminado por un rayo de sol entre penachos grises y blancos y las
lágrimas de océano, un surtidor de espuma. Ah. Muchos surtidores, un montón de
manchas plateadas brotando en una amplio canal de luz solar angulada, allí a lo
lejos sobre el mar, estampado por el viento. Por un instante pensó que eran
velas, una gran flotilla de buques que iban entrando desde la línea del
horizonte. Pero no, eran ballenas. Bobby, bajando el sendero arenoso como un
torbellino, dando gritos, dando más gritos, avivando con su voz a los hombres para
que pusieran manos a la obra. En ese justo momento no tuvo tiempo, pero más
tarde lo escribiría.
¡Porai ressopla!
Bobby lo escribió e hizo que ocurriera una y otra vez en las temporadas de
caza que estaban por venir, y que comenzaban en ese lugar, en ese instante.
Kaya.