Ian McEwan, The Children Act (Londres: Jonathan Cape, 2014). 216 páginas.
En los estados en
los que, por fortuna para sus ciudadanos, la justicia es independiente,
transparente, eficaz y (paradójicamente) justa, las intervenciones de
magistrados y jueces apenas causan revuelo. Los expertos en leyes y
jurisprudencia hacen su trabajo, luego se van a su casa y Santas Pascuas. Como
mucho, si se da alguna causa judicial que, por sus características, despierte la
curiosidad de la prensa o el interés de la ciudadanía en general, los más altos
próceres de la Justicia tratan por todos los medios de mantener su ecuanimidad
y dispensar eso que se les pide a cambio de sus emolumentos: justicia.
La trama de The Children Act gira en torno a una
jueza del Alto Tribunal del Reino Unido,
Fiona Maye, dedicada a casos de temas de familia – principalmente
asuntos de custodia de menores en casos de separación y divorcio. A sus
cincuenta y pico años, sin hijos y un marido académico entusiasta del jazz, se
encuentra de repente en un momento harto difícil, cuando el marido le plantea
la necesidad de acometer cambios vitales antes de que sea demasiado tarde. Vamos,
como la vida misma.
Tras plantearle
un ultimátum, Maye prefiere ignorar los razonamientos del esposo, y zambullirse
de lleno en su trabajo. ¿Para qué enfrentarse a los problemas personales cuando
uno tiene a mano numerosos problemas ajenos que resolver?
Y para muestra,
un botón. O mejor, un chico de diecisiete años que padece una leucemia, que podría
tratarse y posiblemente resolverse con una trasfusión de sangre. El problema es
que Adam, el adolescente, es testigo de Jehová, y sus padres lo han convencido
de la bondad de dejar que la enfermedad siga su curso. De manera que la jueza
se va al hospital a entrevistarlo antes de emitir su decisión.
Y esa decisión, a
la larga, marcará a Maye de manera indeleble. Como en muchas otras novelas de
McEwan, un inesperado episodio cambia las vidas de personajes. La incertidumbre
los atrapa. Y a quién no, añadiría uno.
Muy lejos queda
en el tiempo el McEwan que descubrí en mi juventud, el de First Love, Last Rites, In
Between the Sheets o The Cement
Garden. En The Children Act no
hay ya ni una pizca de la escabrosidad y la latente amenaza que se cernía sobre
sus protagonistas. Hay, eso sí, un exhaustivo análisis de la jurisprudencia sobre
casos legales en los que el estado debe decidir entre los derechos parentales y
los de los menores a su cargo.
Gray's Inn Square, Londres. El corazón legal del Reino Unido. Fotografía de Chensiyuan. |
De hecho, a uno
le queda la sensación de que The Children
Act era en realidad un cuento, que quizás haya sido extendido algo artificiosamente.
Hay en él mucho material jurídico y filosófico, del que la trama no precisa. No
se le puede negar a McEwan su enorme capacidad para crear personajes repletos
de dilemas y defectos tan humanos como los nuestros, pletóricos protagonistas sobrados
de aliento vital. Pero The Children Act,
para mi gusto, es algo flojita como narrativa. Nada deslumbrante.
Apareció en 2015
en castellano (en traducción de Jaime Zulaika) como La ley del menor, i en català (en una traducció a càrrec d’Albert Torrescasana) com La llei del menor, ambdues publicades
per Anagrama.