Carmen Amoraga. El tiempo mientras tanto (Barcelona: Planeta, 2010). 294 páginas.
En
alguna parte había leído que la novela finalista del premio Planeta suele ser
mejor que la ganadora. Dado que no he leído la novela ganadora del 2010 de
Eduardo Mendoza, no voy a emitir ningún juicio de ese calibre. Pero como lector
más o menos exigente, lo que sí puedo es emitir un juicio (acertado o no, eso
lo dejo al lector de esta reseña) sobre El
tiempo mientras tanto, tras haberla leído.
A pesar
de que la novela tiene un título sugerente, me ha decepcionado. Es más: yo
diría que éste es un libro triste por dos motivos. El primer motivo, el obvio,
es el argumento. Se trata de una historia muy triste. Una chica valenciana,
María José, sufre un accidente de tráfico (un coche que se salta la mediana se
las lleva a ella y a su moto por delante) y entra en coma irreversible.
Durante
los meses que la chica está en coma la narradora (una voz omnisciente) se
adentra en las vidas y en las historias de las personas que la visitan o que conviven
(es un decir) con María José en su habitación del hospital. Sus padres: Pilar y
Paco, su amiga Marga, el exmarido de María José, Joaquín, la enfermera de
noche, Cleopatra, y Goumba, otro internado en el hospital, un joven senegalés
que ha quedado tetrapléjico tras un accidente.
Nada
que objetar al desarrollo lineal de esta historia: Amoraga ofrece una competente
narración del dolor y la desesperación de los padres ante esta tragedia. La
narradora entra en las conciencias de los personajes y explora sus
vacilaciones, sus debilidades, sus sentimientos de culpabilidad o de
frustración, en la compleja red que tejemos en nuestra mente cuando enfrentamos
interrogantes para los que nunca encontraremos respuesta.
La
segunda razón por la que este libro resulta triste es que es la propia autora
la que en cierto modo empobrece su obra. En lugar de abrir otras vías narrativas
y explorar otras opciones más arriesgadas pero siempre más creativas por lo que
respecta al punto de vista, la novela insiste en una voz omnisciente que por
desgracia adopta el mismo registro callejero y prosaico de los personajes: no
hay apenas distinción entre esa voz y la de los protagonistas. El diálogo
brilla por su ausencia; de hecho, cuando sí lo hay la narración mejora.
El
lenguaje es en general bastante pobre. La autora abusa de la repetición y de la
anáfora. Cuando ésta (la anáfora) es superflua, como creo que acabo de
demostrar, puede convertirse en un aspecto un tanto irritante para el lector.
Por
último, y dado que la novela se desarrolla en mi ciudad natal, València, quizás
me haya decepcionado un poquito que la ciudad no sea más que un escenario
secundario si no terciario. Que el hospital sea el lugar central de la novela
no debería ser óbice para que, cuando la trama nos lleva a otros puntos de la
ciudad del Turia, cosa que ocurre con frecuencia, se intercalaran algunas
descripciones o algunos detalles que le den mayor realce a los hechos que
cuenta.
Si éste es el nivel literario que la editorial Planeta selecciona como finalista
(y monetariamente hablando, no es un premio menor), quizás la novela española
en lengua castellana esté atravesando un periodo de crisis tan grave como la crisis económica por la
que atraviesa el país. No me cabe duda de que mi paisana Amoraga tiene excelentes
dotes novelísticas; pero tampoco tengo ninguna duda de que El tiempo mientras tanto fue ideada para venderse, más como
producto destinado a las líneas dominantes del mercado que como obra literaria.