4 may 2016

Reseña: Island Home, de Tim Winton

Tim Winton, Island Home: a landscape memoir (Melbourne: Hamish Hamilton, 2015). 239 páginas.
Hace poco más de dos semanas, mientras, pertrechado de mi iPod mini y escuchando (como un buen poddy) a Phillip Adams, recorría el madrileño Parque del Retiro en un fresco paseo matinal, se clavaron mis ojos en los altísimos y hermosos eucaliptos que tienen por residencia la villa y corte. Por la cabeza me pasó un germen de cuento, que posiblemente nunca me anime a escribir: el relato de un australiano en Madrid, que se sintiese tan nostálgico por su tierra que recorriera cada día el Parque del Retiro, deteniéndose ante los árboles que mejor caracterizan Australia, y susurrándoles mensajes cifrados.

El eucalipto ha sido, en cierto modo, una especie de venganza de la isla-continente respecto al resto del mundo: tal como las especies invasoras (especialmente europeas) radican ahora en tierras australianas, el eucalipto se ha adaptado y extendido con facilidad a esos nuevos suelos. Hace un par de años pude comprobar cómo crecen en las laderas de Gallipoli, en lugares donde no debieran hacerlo. En lugares como Galicia, el eucalipto ha hecho más daño que otra cosa.

¿Por qué quiere la gente subir a esta roca si es terreno sagrado para los habitantes de la zona? Fotografía de Weyf.
Uno de los temas recurrentes en este libro de Tim Winton es el daño que la explotación económica de la tierra inflige a los ecosistemas australianos. Concebido como una autobiografía, el libro repasa la vida de este idiosincrático autor australiano en primera persona, a modo de diario. Abundan también los capítulos de tono ensayístico, en los que Winton reflexiona sobre los temas más variopintos, entre ellos las características de su prosa, sus influencias literarias y las razones por las que buena parte de la elite académica australiana lo han relegado a un rincón en el que Winton parece sentirse más que cómodo.

Island Home – título que Winton toma prestado de la canción de Neil Murray – es por una parte un compendio de episodios autobiográficos que van desde la niñez hasta el año pasado, y a los une un singular hilo geográfico: los paisajes australianos, en especial los de su nativa Australia Occidental, que representa casi dos tercios de la superficie del país. Winton admite cómo torturaba animales e insectos cuando era un niño (¿quién no lo hizo?), y por ello resulta más interesante si cabe su evolución personal, hasta convertirse en figura emblemática (aunque algo reacia) del movimiento medioambientalista.

Warumpi Band, 'My Island Home'

Winton ha viajado por prácticamente toda Australia Occidental, y se ha zambullido en casi todas las aguas que bañan sus costas. Conoce perfectamente sus paisajes, que como ya se ha dicho, vienen a ser un personaje siempre presente en sus novelas y le definen como escritor. La tierra es su inspiración, su motivación, el aliento que le da vida como escritor y como ser humano: “…el genio de la cultura indígena es incuestionable, pero incluso este queda eclipsado por la escala y la insistencia de la tierra que la inspiró. La geografía los supera a todos. Su lógica lo apuntala todo. Y después de siglos de asentamiento europeo, persiste, pues ningún logro post-invasión, ninguna ciudad ni ningún monumento sobresaliente pueden competir con la grandeza de la tierra. Y no te pienses que ésta es una noción romántica. Todo lo que hacemos en este país está todavía dominado y respaldado por el fogoso tumulto de la naturaleza. Una casa de la ópera, un puente de hierro, una torre con una cúpula dorada: estas son maravillas creativas, pero en tanto que estructuras, parecen bastante endebles frente al paisaje en el que se hallan. Piensa en la masa aviesa y el rostro siempre cambiante de Uluru. ¿Lograrán alguna vez los arquitectos que la piedra esté así de viva? Piensa en la desconcertante escala y complejidad de Purnululu, también llamada la cordillera Bungle Bungles. Es como una megaciudad críptica, forjada por ingenieros ciegos de peyote. Es improbable que los seres humanos fabriquen alguna vez algo tan hermoso e intricado.” (p. 17, mi traducción)

Purnululu: Una críptica megaciudad forjada por ingenieros ciegos de peyote. ¿La naturaleza también se drogaba? Fotografía de Brian W. Schaller  
Los mensajes de Winton en este libro son intensos y elocuentes, pero mientras la política australiana siga estando dominada por la codicia, el egoísmo y esa extraña, aunque muy extendida noción, de que todos y cada uno de los australianos tienen el derecho de verse como más ‘especiales’ que los demás, el mensaje caerá en saco roto. En un artículo de opinión titulado ‘Asylum-seekers: Australians all, let’s hang our heads in shame’, que aparece hoy en The Canberra Times, el exdiplomático Bruce Haigh lo dice sin rodeos. No se muerde la lengua:
“Australia es un país enfermo, principalmente porque se ha convertido en un país muy egoísta y egocéntrico. Se ha extendido la idea de que todo nos corresponde, y ciertamente es una idea que alientan y fomentan la clase dirigente y los políticos. Porque, claro está, todo gira en torno a nosotros, es decir, a los anglo-cristianos blancos que componen el grueso de la clase dirigente australiana. […]Australia está administrando un gulag, un campo de concentración. La Historia será despiadada en su condena de todos los que son responsables. […]
Esta es la cuestión: para proteger nuestros privilegios, nuestros gobiernos prohibieron el libre flujo de la información desde los centros de detención y sobre todas las operaciones fronterizas de costas afuera. Han amenazado con la cárcel a médicos y enfermeros que hagan denuncias. Este abuso de la libertad de expresión nada tiene que ver con la protección de nuestros derechos. Únicamente tiene que ver con la protección de las fortunas y los privilegios.La política para con los solicitantes de asilo es una versión fea y renovada de la vieja política de la “Australia Blanca”. Con una excepción: si tienes dinero, a Australia le importa un carajo cuál es tu raza. El dinero es la llave para que te admitan. No el hecho de que estés huyendo para salvar la vida, para lograr la libertad o salvar las vidas de los miembros de tu familia. Sí: somos ya un país corrupto, corrupto moral, ética y económicamente.” (mi traducción)
Como dicen los castizos: ¡ZAS en toda la boca!

Señor Turnbull: esto no lo hacen ustedes en mi nombre, ni en nombre de mis hijos. No quiero más rebajas de impuestos. No las necesito. Quiero decencia para este país. Quiero dignidad. Quiero poder mirarles a mis hijos a los ojos y decirles que este país, su país, es un país decente. Porque ahora no lo es. Quiero que cuando canten el himno en la asamblea de la escuela puedan sentirse orgullosos de lo que cantan. Así, no. ¡Basta de ruindad!

Mr Turnbull: you lot are not doing this in my name or on behalf of my sons. I do not want any more tax cuts. I don’t need them. I want decency for this country. I want dignity. I want to be able to look my sons in the eye and tell them that this country, their country, is a decent one. Because right now, it isn’t one. When they sing the national anthem at the school assembly, I want them to be able to feel proud of the lyrics. Not like this. Enough meanness!


Añadido el 5/01/2017: el video explicativo/promocional de Island Home en youtube.

30 abr 2016

Reseña: El origen de la tristeza, de Pablo Ramos

Pablo Ramos, El origen de la tristeza (Barcelona: Malpaso, 2014). 168 páginas.
Tres episodios en la vida de un muchacho, Gabriel, que ronda los doce años y vive en las afueras del gran Buenos Aires, allí “donde el terraplén del ferrocarril Roca se eleva separándolo de las torres Güemes. Y muere bien abajo: contra el arroyo Sarandí, […] y del otro lado los primeros ranchos de la enorme villa Mariel” (p. 65), componen esta nouvelle del argentino Pablo Ramos. Es el barrio del Viaducto, que hace frontera con las villas, ese territorio bastante comprometido donde la ley no termina de imponer su autoridad.

Como para darse un baño, vamos. El arroyo Sarandí. Fotografía tomada de villacorina.blogspot.com
Gabriel, o Gavilán, como le llaman sus amigos, es uno de “los Pibes [que] parábamos en la esquina de Magán y Rivadavia”. Quién no se ha pasado miles de horas en esa esquina que se constituye como centro del universo de la temprana adolescencia, escenario de trifulcas, desafíos y discusiones bizantinas, paradero de unos jóvenes que ni tienen otro lugar dónde acudir ni cuentan con los recursos para mejorar la oferta de entretención fuera del horario escolar. Todos tuvimos alguna esquina.

En el primer capítulo, ‘El regalo’, Gabriel acompaña a su amigo Rolando al cementerio para aprender de este hombre alcoholizado cómo manejar el ‘negocio’ del cuidado de tumbas y mausoleos. Su primera excursión nocturna termina bastante mal. Tras otra visita al cementerio y otro incidente, a Rolando lo apresan y Gabriel tendrá que esconderse durante algún tiempo, pero consigue un pequeño botín, algo que tiene pensado en regalarle a su mamá por su cumpleaños y que desgraciadamente le dejará un malísimo recuerdo.

La segunda parte lleva por título ‘El incendio del arroyo’. La pandilla de los Pibes escapa del barrio cuando el arroyo, una corriente de pura podredumbre y polución tóxica, se prende. Aprovechando el desbarajuste que trae la presencia de bomberos y policía, los Pibes invaden una especie de bodega ilegal donde un tipo vende vino. Tras beberse unas cuantas botellas, hacen acopio de damajuanas llenas y emprenden el regreso al barrio cuando ya es noche cerrada. El periplo de retorno está lleno de peripecias y anécdotas, incluida la pérdida del vino, pero el desenlace final es también desesperanzador.

El capítulo final, ‘El estaño de los peces’, es también un relato de amargura. La sempiterna crisis económica argentina se lleva por delante el taller del padre de Gabriel. Sin un sostén económico, la familia se quiebra, y Gabriel lleva a cabo una acción cruel y absurda que es en realidad una reacción muy instintiva, hasta cierto punto lógica cuando a un joven le quitan todo lo que podría haberle proporcionado unos visos de la esquiva felicidad.

El mayor acierto de El origen de la tristeza es la voz clara y segura del joven narrador. Con la narración autobiográfica de Gabriel, Ramos construye un personaje que es más que verosímil: se hace de carne y hueso ante nuestros ojos, nos permite acompañarle por el cementerio o mientras vadea el arroyo fétido, elimina toda posible distancia entre sus vivencias y nosotros, y nos expresa sus sentimientos con humor ácido. El libro rezuma amargura: los problemas de la sociedad porteña (en realidad los problemas de cualquier comunidad que vive en las periferias de las grandes urbes globales, al borde de un bienestar que se puede ver, pero nunca disfrutar) quedan expuestos a través de los ojos de este Gavilán de doce años, que busca su escapismo en el vino dulzón y barato y en la masturbación. De Gabriel no se puede decir que pierde la inocencia, puesto que eso es algo que en realidad nunca ha llegado a poseer verdaderamente.

Destacar también la excelente edición de Malpaso, a pesar de alguna errata, que siempre se las arreglan para meterse. El origen de la tristeza ha sido llevada también al cine, y puede verse este tráiler en Youtube.


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