Tom McCarthy, C (Londres: Jonathan Cape, 2010). 310 páginas.
La tercera novela
del inglés Tom McCarthy lleva por título la letra C, letra que en nuestros días
aparece de alguna u otra forma en todos los productos culturales que
adquirimos. Por ejemplo, en el símbolo ©, en el que la C corresponde al concepto
de ‘copia’, que tiene muchísimo que ver con la tecnología, una de las
obsesiones de McCarthy.
En el caso de esta
novela de McCarthy, la C podría corresponder en primer lugar al apellido del
protagonista, Serge Carrefax. Pero esa sería una relación simplista y poco
fructífera desde una perspectiva lectora. McCarthy no escribe para lectores
acomodaticios, como ya pude comprobar en Satin
Island o en la
deliciosamente provocadora Remainder. Los temas que trata McCarthy en ambas
novelas figuran también en esta. No he podido leer todavía Men in Space, su segunda obra de ficción – no la tienen en la
biblioteca local.
Ambientada en las
primeras décadas del siglo XX en una finca del sur de Inglaterra llamada
Versoie, el protagonista es el pequeño Serge, segundo hijo de la familia
Carrefax. Su padre dirige una escuela para sordomudos, y está obsesionado con
las posibilidades de modernización de las comunicaciones y otras tecnologías
novecentistas. Su madre se ocupa de la producción y venta de seda, por la que
hay gran demanda. Su hermana mayor, Sophie, tiene también una obsesión: el
estudio de la naturaleza, en particular los insectos. Teniendo en cuenta el
entorno en el que crece, no es de extrañar que Serge desarrolle un fuerte
interés por la radio y el telégrafo.
Todo cambia
cuando Sophie sufre un accidente en su laboratorio (o comete suicidio
ingiriendo cianuro, ante un embarazo no deseado, no queda claro). Unos años
después, Serge es enviado por su padre a un balneario centroeuropeo para
tratarse un malestar que le causa estreñimiento y le afecta la vista. ¿Cómo?
¿Te parece una trama un poco banal para la obra de un autor tan experimental y
vanguardista como McCarthy? En efecto, lo es.
Pese a ser el
personaje central de la novela, la trama sigue a Serge utilizándolo como punto
de referencia, como base o plataforma para una cierta perspectiva. Así, tras
curarse la indisposición fisiológica que le afectaba echando un polvo con la
masajista del balneario, Serge reaparece para alistarse como observador y
radio-operador a bordo de un avión de guerra. Los capítulos sobre la I Guerra
Mundial son excelentes: desde la descripción del terreno que observa y el cielo
que les rodea a las sensaciones erotizantes que Serge experimenta mientras
vuela, pasando por los inicios en el uso de cocaína y heroína, inducidos por
los médicos militares.
Su suerte como
aviador llega a su fin, y el avión en que vuela es derribado. Su compañero, el
piloto, muere en el ataque, y a Serge lo hacen prisionero los alemanes. Tras ir
de prisión en prisión, logra escapar con otro compañero en las postrimerías de
la guerra, y le salva, como suele decirse, la campana cuando estaban a punto de
fusilarlo.
Regresa a Londres
y se matricula en la Escuela de Arquitectura: algo extraño, dado que no posee
el don de la perspectiva. Ve las cosas planas, sin volumen, sin cuerpo. La
Londres de posguerra es un crisol de tendencias: el modernismo, los inicios del
movimiento sufragista, arte vanguardista y drogas, muchas drogas. Tras sufrir
un accidente en el que destroza el coche de su padre, su padrino, Widsun, sale
al rescate. Le asignan una misión en Egipto. De Alejandría a Cairo, y de Cairo subiendo el Nilo hasta
la ciudad de los muertos, Serge observa e indaga para un posible informe sobre
ubicaciones para pilones de telecomunicación, informe que nunca habrá de enviar.
Osiris, el Señor de los Muertos. |
Los ecos y
afinidades entre la primera y la segunda parte de la novela no son una
casualidad. McCarthy es un virtuoso del lenguaje y tiene una extraordinaria destreza
para reflejar coincidencias y establecer referencias cruzadas e intertextuales.
Catacumbas y criptas, insectos e incestos, dioses y divinidades, sexo y muerte:
todo forma parte de un caos organizado, dentro de una estructura narrativa más
menos convencional (la trama es lineal, el formato narrativo no muestra ninguna
ruptura con lo comúnmente aceptado).
Y, sin embargo, C no es una novela en el sentido más
habitual del término. Su subtexto es decididamente rebelde. La fascinación
de McCarthy por el simulacro, la representación, la teatralidad, el remedo,
figuran una y otra vez en su prosa elegante y erudita, en una historia, la de
Serge Carrefax, en la que lo realmente importante es cómo intentamos y
generalmente conseguimos (siempre arbitrariamente) encontrarle sentido a la vida,
al entorno natural, a lo banal y a la Historia. Un libro difícil por su
densidad temática, pero al mismo tiempo completamente fascinante por ello.