14 oct 2017

Reseña: Men in Space, de Tom McCarthy

Tom McCarthy, Men in Space (Nueva York: Vintage, 2012 [2007]). 293 páginas.
En la reseña que colgué aquí hace unos meses de C, la segunda novela de Tom McCarthy, dije que no había podido leer su primera, Men in Space, porque no se encontraba en la biblioteca local. Apenas horas después de publicar la reseña, rellené el formulario en línea que la red de Bibliotecas Públicas de Canberra tiene para sugerencias de los usuarios para adquisiciones, y en un par de semanas… ¡equilicuá! Realmente, los canberranos somos privilegiados por tener estas excelentes bibliotecas tan cerca.

La primera obra de McCarthy, según admite el autor en la página de reconocimientos que sigue al texto, nació a partir de varios textos medio autobiográficos que con el paso del tiempo se fueron convirtiendo en algo de mayor enjundia. La novela se desarrolla en su mayor parte en Praga, en los meses anteriores a la división de la antigua Checoslovaquia en dos estados, suceso – en todos los sentidos de la palabra – que algunos debieran tener presente antes de juzgar precipitadamente otros eventos de – perdón por el cliché, pero en este caso es más que apto – rabiosa actualidad.

Nick Boardaman (nombre suena muy cercano a ‘borderman’ (¿Una especie de centinela fronterizo quizás?) es un joven inglés graduado en Bellas Artes, que está viviendo por cuatro chavos en Praga mientras espera confirmación de una oferta de trabajo en Ámsterdam. Para permitirse unas cuantas copas más, trabaja de vez en cuando posando desnudo para estudiantes checos de arte. En ese entorno conoce a mucha gente: jóvenes artistas, artistas consagrados, representantes, refugiados, y otros expatriados europeos y estadounidenses.

El hilo conductor de esta narración deliberadamente disociada y fragmentaria es una pintura bizantina, un icono robado en la capital búlgara Sofía. Anton Markov, árbitro de fútbol retirado que tiene conexiones con una mafia búlgara, convence a un artista local, Ivan Manasek, para que haga una reproducción del cuadro. Ivan le tiene alquilada una habitación a Nick, y por la casa pasan toda una serie de personajes bohemios, algunos más extravagantes que otros, y por supuesto figurantes de todo tipo.

Por encima de todo esto hay dos niveles: por un lado, la policía secreta que le sigue la pista al cuadro robado; y por otro (el título no es una casualidad) el cosmonauta soviético que quedó varado en su nave en el espacio tras la desintegración de la URSS (historia que me hizo recordar al protagonista de ‘L’home més sol del món’, en Contes russos, el divertidísimo cuento de Francesc Serés, quien apenas hace una semana mandó, con toda la razón, al ya claramente reaccionario EL PAÍS a freír espárragos. ¡Bien hecho, Francesc!

Men in Space está narrada desde múltiples perspectivas, con varias voces narrativas: por ejemplo, la del informe de un agente secreto de la policía checoslovaca, quien conforme avanza la trama va perdiendo la noción de la realidad al tiempo que pierde el sentido del oído. McCarthy usa el telón del inminente cambio político más como un arreglo accesorio que como tema en sí mismo. No es ese el tema que le interesa.

Todos los personajes principales (y son muchos, a decir verdad) son individuos frágiles, perdidos en Praga. Anton sueña con recuperar a los hijos de su esposa y llevarse a toda la familia a vivir en los EE. UU., y no duda en pedirle a Nick que le corrija las cartas que escriben a las autoridades para tratar de conseguir un veredicto favorable. Joost, el marchante de arte holandés, que descubre el talento de Ivan y decide ofrecerle la oportunidad de exhibir en otras ciudades europeas, y cuya visión de esta historia nos viene dada a través de las cartas que le escribe a su compañero en Ámsterdam. El mismo Nick, inseguro de su porvenir, o la joven Heidi, norteamericana profesora de inglés que no sabe muy bien qué busca en Praga.

“Se trata de un pequeño laberinto a poca distancia del parque. Hay incluso un canal aquí. Gabina sabía exactamente dónde está la calle: justo detrás del muro de John Lennon. Ella se sumó a las vigilias en ese mismo lugar cada día durante la revolución. Nick ha visto las fotos: una Gabina con los ojos como platos, sosteniendo una vela en la mano, con una bandana en la frente, una hippy adolescente. El muro cuenta con un enorme retrato del gran Beatle; debajo de éste, cientos de pequeños mensajes garabateados y doblados, embutidos en botellas o colocados debajo de las piedras. Y mientras Nick pasa por delante de ellos, camino de la casa de la madre de Ivan Manasek, le vuelve a rondar la cabeza esa tonada que estuvieron tocando los músicos callejeros en la fiesta en la casa de Jean-Luc, aunque con letra imprecisa: algo sobre malos vuelos, teléfonos desconectados y maletas por deshacer, y un país desencajado…” (p. 184-5, mi traducción) John Lennon Wall, fotografía de Another Believer.
Los temas, prácticamente obsesivos para McCarthy, como se puede ver en la brillantísima Remainder y en C, son, por un lado, la noción del arte como réplica, copia, simulacro y falsificación. Toda manifestación artística es la inauténtica reproducción de otra, en una serie infinita que lleva al absurdo. Y, por otro lado, Men in Space incide en las estrictas jerarquías inherentes en los sistemas y estructuras de la sociedad moderna, tema que desarrolla sutilmente en los fragmentos del informe del policía que termina completamente sordo y enajenado.

Jugando con elementos de la novela de misterio y de detectives, McCarthy construye un relato que no solo divierte; al contar con un armazón que une distintas historias en un raro calidoscopio, el lector nunca termina de tener una base sólida, un punto de anclaje. McCarthy te deja como flotando: un lector en el espacio.

Men in Space está ya publicada en castellano: Hombres en el espacio (Editorial Pálido Fuego), traducida por José Luis Amores en 2017.

3 oct 2017

Reseña novienvre, de Luis Rodríguez

Luis Rodríguez, novienvre (Barcelona: Tropo, 2016). 170 páginas.
¿Qué cabe esperar de un libro cuyo título supone toda una declaración de intenciones transgresoras? La errata de novienvre es deliberada, pero no parece ser una señal en dirección a nada en particular dentro de esta paradójica novela de Luis Rodríguez, cántabro radicado en Benicàssim que hasta la fecha (que yo sepa) ha publicado tres novelas.

La historia de novienvre está narrada en primera persona, pero Rodríguez no hace ninguna concesión al lector convencional. Más bien es lo contrario. Diríase que el autor disfruta abriendo amplias lagunas temporales en la historia, que no tiene ninguna intención de revisitar o aclarar. El protagonista se llama Luis Rodríguez, como el autor. Cuando acude a Torrelavega con su madre para una revisión médica, le extraña oír su nombre pronunciado en voz alta en una ciudad donde nadie le conoce.

En el pueblo montañés donde nace y crece Luis, las jerarquías son las evidentes y palmarias: se articulan por medio de las bofetadas que reparten a diestro y siniestro el maestro de la escuela o el sargento de la Guardia Civil, según corresponda. Hay otros niños y niñas, con quienes Luis se lleva mejor o peor. Pero un día aparece un muchacho al que nadie conoce, y que es bien distinto del resto: se llama Genaro.

La dinámica social de los niños del pueblo cambia tras la llegada de Genaro. Construyen un caseto en el monte: “Recibimos pocas visitas. […] Nadie nos roba ni nos lo tira; le tienen miedo a Genaro” (p. 28) Luis rememora su infancia a través de breves episodios: no son vivencias extraordinarias ni singulares, son momentos inconfundibles de una infancia repleta de ese tipo de aventuras normales (o quizás no tanto) en cualquier muchacho criado en la parte final de la dictadura franquista: el primer contacto con la muerte; el descubrimiento del sexo; el primer cigarrillo; la confesión de una espantosa traición por parte de un hombre del pueblo.

Llegado el momento, Luis debe irse del pueblo para proseguir con sus estudios. Logra una beca para estudiar banca en una academia de Calatayud. Cambia de escenario, pero no se zafa de las relaciones jerárquicas que marcan territorios y derechos. Acude a Madrid a las pruebas de selección y le dan trabajo en un banco, donde al poco tiempo empezará a hacer pequeñas sisas. Descontento, inconforme y desconectado de la capital, deja el trabajo y regresa a Santander.

"Compro un ciclomotor de segunda mano. Me sirve para constatar una reacción mental curiosa: hay cosas que mi cerebro no asimila. No consigo aislarlo, descubrir qué lo motiva. Circulo por Madrid: paro si paran los vehículos y salgo cuando los demás. Para mí, los semáforos son jeroglíficos. Lo de la moto dura poco; un día, en La Castellana, se me sale la cadena, aparco en la acera y me voy andando." (p. 58). Fotografía de Alex Proimos.
La vida del Luis Rodríguez que nos cuenta Luis Rodríguez es la andanza vital de un hombre que nunca termina de adaptarse a la sociedad en la que ha tocado vivir. Si hace cosas tan absurdas como hacerse unas fotos tamaño carné y poco después presentarse como policía de paisano a una señora en la calle y mostrarle una para preguntarle si lo ha visto, es porque su explicación del mundo choca diametralmente con la realidad.

Hacia el final de la historia, reaparece Genaro como una presencia en las sombras. El desenlace es sorprendente, y muy acorde con la concepción de la narrativa que propone el autor. Es una narración fragmentaria, repleta de enormes huecos y lagunas que invitan u obligan al lector a concebir rellenos y sacar conclusiones.

Mención aparte merece el tercer capítulo: se trata de un catálogo de títulos esparcidos verticalmente sobre el papel. Un listado de lecturas de formación, de una sucinta manera de contar el paso de la adolescencia a la juventud y la madurez. Personalmente, no obstante, no lo encontré demasiado atractivo ni interesante en su presentación. Se infrautiliza el espacio que ofrece la página, y estéticamente no aporta nada.

novienvre no deja de ser una curiosa incógnita, una rara e infrecuente propuesta entre la mayoritariamente acomodaticia narrativa española actual; el autor presenta curiosos retos para el lector. Merecerá la pena seguirle la pista a este escritor en los próximos años.

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