29 nov 2011

Reseña: Subsòl, de Unai Siset



Unai Siset, Subsòl (Alzira: Bromera, 2010). 181 páginas.


Vaya por delante la siguiente aclaración: Unai Siset no existe como autor. Unai Siset (del catalán: “una i sis, set”; es decir, una y seis, siete) son en realidad siete autores: Pasqual Alapont (1963), Manuel Baixauli (1963), Esperança Camps (1964), Vicent Borràs (1962), Àlan Greus (1967), Urbà Lozano (1967) y Vicent Usó (1963). Todos de una misma generación, todos residentes en el País Valencià, y todos con una aspiración compartida: escribir buena literatura. Subsòl, aparecido en 2010, es una inusual apuesta de la editorial valenciana Bromera (que solamente publica libros en lengua catalana) por hacer algo distinto y valiente, algo que suponga una nota disonante en el paisaje narrativo un tanto facilón y bastante monocromo que tantos halagos recibe de la crítica española convencional, la cual –salvo contadas excepciones– parece  deliberadamente olvidar la literatura escrita en catalán.
Subsòl es ante todo un experimento, un juego: siete narradores se enfrentan a una fotografía de Peter Turnley (aquí la página de Wikipedia sobre Turnley; y para los aficionados a la fotografía, aquí su web personal) tomada en el metro de París en 1979, la de la portada del libro. Cada uno de los siete narradores escogió una de las personas más prominentes en la foto y la convirtió en personaje literario, escribiendo un relato que tenía que integrarse con los otros seis.
La propuesta de Subsòl funciona porque los relatos están construidos mediante técnicas diferentes, y narrados desde diferentes puntos de vista. Alguno hay contado en primera persona; otro tiene un narrador omnisciente; otro se estructura en torno a un diálogo, del cual solamente oímos lo que dice una persona. El aliciente para el lector es ir comprobando cómo los diferentes relatos, cada uno con su propio estilo, van encajando en una narrativa coherente, bastante bien hilvanada en torno al motivo de la fotografía.
El primero, ‘Una K voltada (Andrea)’ cuenta la historia de dos hermanos gemelos que fueron separados al poco tiempo de nacer por las circunstancias de la vida, y de cómo uno de ellos, Andrea, acude a París en busca de su hermano. El segundo, ‘Henri’, sigue las vicisitudes del hijo de un gobernante francés que trata de salvar la reputación de su padre, envuelto en un turbio asunto de corrupción que implica a un dictador africano y una bolsa repleta de diamantes; el tercero, ‘Jules’, cuenta los instantes finales de un suicida que ha encubierto un crimen.
El cuarto, a mi juicio el más divertido de todos, cuenta la historia de una arquitecta valenciana incomprendida que enloquece con el paso del tiempo. El quinto, ‘Avram’, es un cuento sobre las obsesiones y las supersticiones, que han dado lugar a un terrible desenlace. El sexto, ‘Vítor’, sigue a un emigrante portugués cincuentón enamorado de una jovencísima terrorista bretona.
Por último, ‘Aude’, completa cabalmente el juego metaliterario que proponen Unai Siset, y nos muestra el nerviosismo de una anciana exprostituta, que en la actualidad vive cómodamente retirada en una casa de campo donde añora a su difunto marido, cuando recibe unos relatos (el lector debe asumir que son los seis que le preceden) y la fotografía del metro, que la obligan a rememorar la época en que la foto fue tomada.
Subsòl es una entretenida propuesta lectora; un libro para nada convencional, del que se disfruta bastante desde el principio al final, y en el que ‘Aude’ pone una especie de guinda metanarrativa, el relato que cierra el libro y del cual traduzco aquí al inglés un fragmento de un par de páginas:

As I was telling you, Mr Lawyer, none of the envelopes that have arrived home these last days has a sender’s name on the back, and that makes me feel very insecure. Defenceless. Helpless. I know not who’s sending me all this crap. Receiving anonymous letters is not the best way to achieve peace of mind. Balance. All my life seeking stability and when it appeared I had found it, when I was readying myself to live my final years in serenity, when I had put my memories in order so that the time I shared with my Ives would always be at the top, then came these papers , these anonymous letters, these questions. Oh my God!

I’ve read all this rubbish, and believe you me, Mr Lawyer, I can only tell you that the documents contain disjointed data. They make gratuitous statements, and in some of them they even ask me about issues I am under no obligation to know about, because they deal with people I have never met. They are… I’m not sure how to interpret them, they’re kind of fragments of biographies. Yes, that’s what: incomplete reports on the lives of people I have never heard of, stories about events that may indeed have happened, such as milestones in the history of our country. And politics, too, Mr Lawyer. It’s as if some sort of madman had randomly dug about in the files of the State’s Secret Services in order to retrieve some records, and then that same madman had mailed them to a person chosen by chance, too.  They ask me about murders and about news on our Republic’s international relations in the 1970s. I did not read the papers then, Mr Lawyer. All I know is what I may have learned from my conversations with Ives. Nothing more. Our conversations and the visits of some of his army mates. The most remarkable thing for me is that in those papers I have received, there are also fragments of my own life. Drafted in the coarsest way. As if intending to hurt. There’s no randomness or chance here. My marriage, the rented unit where I used to live when I was single, my timetable. What I used to do before I found the job at the school. I was very young, there was only poverty at home. I arrived in Paris on a train I do not wish to remember. I wasn’t pretty, yet I attracted attention when I was young. Now you see me like this, with all the bygone years stuck on me as if pressed by a steamroller. And have I suffered, oh boy! But I have been a woman. Young and poor. I’m not ashamed to own up that I worked the streets for a few months, I’m not ashamed to say what I would do to make a few francs. Life hasn’t been easy for me. Now you see sitting on this sofa with plenty of comfortable cushions around me, you see me in this house that my Ives owned, you know I have a lady who every day comes to help with the household chores… I was a prostitute but for a short time, but they know. The letters, or the texts, or whatever this shit is, excuse my crude language, they’re written with some double intent that escapes me. That’s why I made you come over.  You do understand how ill at ease I feel, don’t you, Mr Lawyer?

24 nov 2011

Muertos de risa, un cuento de Susan Johnson

Costa de Queensland, con la isla Bribie al fondo. Fotografía: Vladimir Venkov.
Esta semana ha aparecido en Hermano Cerdo un cuento de la autora australiana Susan Johnson, Dying, Laughing, y que he traducido al castellano bajo el título Muertos de risa.

Muertos de risa lleva al lector al interior de la casa de una joven madre soltera, Kylie, en un día de verano en el cual Kylie preferiría no tener que despertarse y hacer frente a su realidad. Una visión lacerante del malvivir de una mujer (auto)engañada por la promesa de que todos los problemas pueden tener solución, promesa de que la cándida juventud parece convencer a muchos y muchas.

El cuento de Susan Johnson comienza así:

Los niños de Kylie Thomas llevaban subidos al tejado de la casa desde primeras horas de la mañana. Los había oído, como de lejos, dando golpecitos en los márgenes de su consciencia mientras ella trataba de aferrarse al sueño, incluso mientras éste desaparecía. Adoraba dormir, le encantaba la circunstancia de no ser consciente del dolor, de los problemas, de cada uno de los golpecitos que sonaban a exigencia. ¡Los niños lo querían tener todo! ¡Todo el tiempo, y todo enseguida! Si se hubiera dado cuenta de qué era un niño antes de crear uno por accidente, se habría ido bien lejos de allí, y a la carrera. Habría corrido tan rápido que Russell Woodbridge nunca la habría alcanzado, nunca le habría dado un beso en la mejilla al pasar ni le habría tomado la cabeza por el pelo suelto al viento. Nunca la habría inmovilizado con su pálido y enjuto cuerpo encima de ella.

Puedes terminar de leerlo aquí.

Puedes encontrar el texto original en inglés aquí, en la revista Griffith Review. Si tienes curiosidad por saber más acerca de Susan Johnson y de su obra, puedes visitar su sitio web aquí.

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