Craig Cliff, The Mannequin Makers (North Sydney: Vintage Books, 2013). 330 páginas.
La historia de la
humanidad comprende toda una serie de antecedentes de personas que han tratado
de dotar de vida a creaciones humanas que no la tienen: desde las muñecas prehistóricas
pasando por los autómatas hasta llegar a robots y androides. En algún momento,
el comercio se dio cuenta del potencial que podía tener una figura con
apariencia humana, vestida con ropas y otros accesorios, para vender productos.
Wikipedia dice que los primeros maniquíes aparecieron en el siglo XV, pero su auge
no se dio hasta el siglo XIX.
La primera novela
del neozelandés Craig Cliff, The
Mannequin Makers, es un debut más que notable. En una pequeña, provinciana localidad
llamada Marumaru, un lugar ficticio de la Isla Sur, un hombre llamado Colton
Kemp trabaja para una de las dos tiendas principales de la ciudad. Sus tareas comprenden
el diseño y la elaboración de escenas destinadas al escaparate de la tienda, y afortunadamente
cuenta con la ayuda y la mejor destreza para la creación de su mujer, Louisa.
Poco antes del final del año 1902 llegará (en parte por error) el gran espectáculo
del gimnasta Eugen Sandow.
Louisa está
encinta y en avanzado estado de gestación, pero cuando va a recoger la ropa
seca tiene un vahído y cae a tierra. Kemp asiste impotente a su muerte, pero los
mellizos que llevaba salvan la vida. Es aquí donde la conducta de Kemp empieza
a desviarse de lo que se supone socialmente aceptable. El viudo oculta durante
un par de días la muerte de su esposa, y mientras acude al espectáculo de
Sandow. Antes, la estatua que el ayudante de Sandow ha traído a Marumaru como anzuelo
para el espectáculo se la lleva el principal competidor de Kemp, un hombre
taciturno al que todos conocen como El Carpintero.
Kemp criará a sus
hijos en secreto, sin permitirles salir de su propiedad y obsesionado con un
entrenamiento gimnástico inspirado por Sandow; serán la perfección física personificada.
Ayudado por la hermana de Louisa (Flossie), Kemp educa a Eugen y Avis siguiendo
una extraña doctrina – Eugen no aprende ni a leer ni a escribir pero sí a tocar
el piano, mientras que Avis sí es alfabetizada pero no aprende música. Desde
pequeños les inculca la idea de que cuando cumplan dieciséis años aparecerán en
“el escaparate” y llevarán a cabo una “actuación” que les permitirá escoger esposa
y esposo respectivamente.
The Mannequin Makers cuenta, no obstante, con una trama mucho más compleja.
Dividida en cuatro partes, la narración salta de 1903 a 1918 en la segunda
parte, narrada por Avis a través de los apuntes que hace ella en su diario. La
tercera parte, un poco más larga, cuenta la vida de El Carpintero, Gabriel Doig,
un joven tallista escocés que se enrola como carpintero en un cúter semi-desvencijado,
en un arranque de tipo aventurero y algo romántico, para una travesía desde los
astilleros de la desembocadura del río Clyde cerca de Glasgow hasta Melbourne.
La cuarta parte, situada en 1974, cuenta con otro narrador, un Eugen ya algo envejecido
que va arrojando algo de luz sobre la mayoría de las interrogantes que la
novela ha ido sembrando a lo largo de doscientas cincuenta páginas.
Al final de la
segunda parte sabemos que Avis es raptada mientras ella y su hermano están
actuando como maniquíes en el escaparate; su padre ha ido a Christchurch con la
esperanza de firmar un suculento contrato y llevar el espectacular despliegue
de sus maniquíes (la población de Marumaru no descubre que son personas de
verdad, solamente El Carpintero parece sospechar algo avieso). Las mentiras
sobre las que se había basado la vida de la familia Kemp durante casi dieciséis
años se vienen completamente abajo en cuestión de horas: el padre de familia parece
no dar crédito al desastre que contempla entre sus manos, y no asume la
responsabilidad y la culpa que le corresponden.
Es esta una
novela repleta de giros narrativos y peripecias; al lector que busca el sabor
de la aventura no le faltarán sucesos que paladear, pero también atraerá al
lector que disfruta de subterfugios más intrínsecamente literarios y
metanarrativos. Así, la narradora de la segunda parte, Avis, nos hace llegar la
tercera parte en tanto que se convierte en lectora de la narración de Doig, cuyos
capítulos están intercalados con las preguntas que ella le hace a Doig (un
pequeño regalo que nos hace Cliff, con sutil perspicacia), y en la última parte
de la novela descubrimos que es Eugen quien parece haber revisado (o al menos,
eso puede pensarse) la primera parte, a partir de la información obtenida
muchos años después de testigos y diarios. El interés no decae en momento
alguno, y garantizo que el desenlace no dejará a ningún lector indiferente.
En torno a un
tema muy inquietante como lo es el poder desorbitado y extravagante que los
padres pueden ejercer sobre sus hijos mediante la negación de su acceso al mundo
exterior, Craig Cliff ha escrito una novela intrigante, con un ritmo ágil y un muy
cuidado lenguaje (Cliff se asegura no solamente de que Doig suene escocés, sino
también de que su relato como marinero y náufrago sea más que creíble).
Habiendo triunfado ya con un muy heterogéneo libro de
cuentos (A Man Melting, que
reseñé hace un par de semanas), la primera novela de Cliff viene a confirmar
que Nueva Zelanda cuenta con otro joven escritor talentoso, aparte de la
ganadora del Booker.
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