Javier Pascual, Los acasos (Barcelona: Random House Mondadori, 2010). 251 páginas.
Puede que se
trate de una coincidencia de fechas o no, pero el trasfondo histórico de esta
novela del madrileño Javier Pascual ciertamente tiene mucho en común con la
ocupación del continente australiano a partir de 1788 tras la llegada de la
Primera Flota a Port Jackson. En Los
acasos, Pascual narra los eventos que rodearon la guerra de fronteras al
norte de México contra la nación apache y otros pueblos que durante siglos
habían vivido más o menos tranquilamente en las tierras al norte del desierto
de Sonora. En ambos casos, la ocupación por parte de tropas y colonos venidos
de diferentes partes de Europa supuso prácticamente la exterminación de los
pueblos oriundos de esas tierras.
El subgénero de
la novela histórica entraña dificultades en cuanto a su ejecución exitosa. Por
una parte, es necesario que el autor se sumerja durante largos periodos de
tiempo en la documentación histórica que le vaya a permitir hacer verosímil e íntegra
la versión de la historia que va a constituir el eje argumental de su
narración. Por otro lado, debe dotar de vida a sus personajes para que no
parezcan simples marionetas acartonadas sobre el papel. La buena noticia es que
Pascual sale airoso respecto a ambos desafíos, especialmente en el primero, pero
no siempre en el segundo.
La Sierra Madre en Arizpe. Fotografía de Edgar26c |
Pascual escoge poner
la veracidad de lo contado por el narrador principal (interpone otra voz
narradora desde un principio, la cual nos avisa de la posible falta de
veracidad de lo que cuenta Moisés Mújica en sus legajos). Esto constituye una
pirueta ficcional con muchos riesgos, pero al autor le reporta muy buenos
dividendos.
La introducción a
la memorias de Moisés Mújica la realiza un narrador anónimo, escribano al
servicio del ejército colonial, el cual nos informa de la muerte de aquél,
“último hombre que pudo ver vivo al apache Chirlo” (p. 9), y de la obligación
que tiene de preparar un documento que denomina “Escritura Funeral” con los legajos
atribuidos a Mújica para enviárselos a su familia en Cádiz. Más adelante,
surgen enormes sospechas en torno a la autenticidad de ese documento porque le
es devuelto por la madre de la familia como “falso testimonio de un falso hijo”
(p. 10).
Apaches en atuendo guerrero: Fotografía de Timothy O'Sullivan (1840-1882) |
El tema de la
historia narrada por Mújica es la guerra del imperio español (ya muy próximo su
final al otro lado del Atlántico) contra los apaches que vivían en una vasta
zona al norte de Chihuahua, en lo que hoy en día es Nuevo México y Arizona. La
visión de Mújica es descarnada: sus confesiones (dirigidas a su supuesta hermana Flora, a la que añora
muchísimo) retratan un cuerpo militar brutal y despiadado, cuyos integrantes
son presa de una codicia inagotable y que ven a los apaches como meras alimañas
a las que deben exterminar. Y a fe mía, que lo hicieron. Mújica da detalles de las
muchas matanzas causadas en uno y otro bando en una guerra de frontera que con
el paso de los meses y los años es poco más que simple rutina para él.
Pero las cosas
cambian cuando cae prisionero de los apaches, con quienes vive un largo periodo
de tiempo. El alférez Mújica sobrevive con fortuna – y especialmente por la
intervención del jenízaro Asén Bayé, apache criado con los españoles tras
quedar huérfano. Mújica, que – según confiesa a su hermana – nunca ha sentido
una verdadera vocación militar, aprende a vivir entre los apaches y sobrevive
en gran parte gracias a una mujer repudiada por su marido por infidelidad (la
marca del repudio es el corte del apéndice nasal). Tras un par de intentos de
huida infructuosos, logra evadirse del yugo apache tras matar a un viejo
guerrero que le había tomado algo de cariño.
El relato de
Mújica trata de situarse en una difícil imparcialidad. Si el apache es descrito
como un pueblo guerrero asentado en tradiciones que hoy en día no podríamos
sino calificar de brutales y regresivas, los españoles no les van a la zaga:
soldados de fortuna, hombres despiadados instruidos para llevar a cabo el
expolio de tierras extranjeras con las malas artes de la barbarie, siempre
justificadas por una falaz superioridad racial y el beneplácito de la consabida
jerarquía religiosa que todo lo disculpa.
Las reflexiones
de Mújica son francamente interesantes por lo contemporáneas que resultan: “una
mala paz siempre será preferible a una buena guerra” (p. 134). El profundo
conocimiento de los apaches le permite adentrarse en su filosofía de la vida:
“a nosotros [los españoles] nos toca escribir la Historia que nos conviene, y a
ellos [los apaches] les corresponde sufrir la que en verdad les toca y nadie
más que ellos conoce ni conocerá porque no saben ni quieren escribir y porque
desconocen la existencia de esa fabricación del hombre que llamamos Historia.”
(p. 146) Sustituye “españoles” por “ingleses” y “apaches” por “indígenas
australianos” y el paralelismo es harto evidente.
La entrada a Arizona desde Nuevo México. Creo que el cartel no va dirigido a los emigrantes del sur de la frontera. Fotografía de Wing-Chi Poon. |
La duda sobre la
veracidad del relato de Mújica es una estrategia que busca relativizar y
ficcionalizar aún más si cabe el ejercicio de balance histórico que lleva a
cabo Pascual. El novelista madrileño hizo un ingente esfuerzo por ambientar el
relato del alférez en su época de tal forma que sea creíble. Términos más bien
oscuros como jenízaro, pujacante, onagro, tártago o mimbreño, entre otros, junto con una
sintaxis decimonónica y arcaizante, contribuyen a crear una voz para Mújica. No
me resultó tan verosímil, en cambio, el pliego atribuido al apache Asén Bayé
como “Memoria de Méritos” (p. 187-230). Resulta asimismo un poco chocante que el
relato del mismo Mújica pase del pretérito (predominante al comienzo del libro)
a hacerse en presente cuando Mújica da cuenta de su desastrosa expedición en
pos de unos desertores que termina en su cautiverio en poder de los apaches.
Son pequeños detalles que no restan méritos a lo que es, en su conjunto, un
buen libro.
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