Ali Smith, The Whole Story and other stories (Londres: Penguin, 2003). 178 páginas.
Hay libros que te
dejan una enorme interrogante después de su lectura. Con unos, puede tratarse
del consabido regusto amargo que te causa su patente mediocridad (“¿Quién tomó
la decisión de publicar este bodrio?”). Con otros, la pregunta puede girar en torno
a si un enfoque alternativo o someter al texto a una revisión severa mejoraría
el libro de manera sustancial. Ninguno de los dos casos anteriores puede
aplicarse a este volumen de relatos (el tercero de la novelista escocesa y el
primero suyo que he leído).
La principal
característica de los relatos de The
Whole Story… es que no son cuentos en el sentido más tradicional y
acostumbrado de la palabra. En todos ellos prima el artificio narrativo por encima
del argumento, y el resultado es que su lectura pueda parecer a ratos una pizca
cargante. Es decir, una vez establecida la idea generadora del relato, la
autora parece preferir concentrarse en lo más abstracto y teórico de la
creación ficcional en vez de desarrollar los personajes y crear una línea
argumental plausible, que no implica necesariamente verosímil. El planteamiento
es por tanto sumamente entretenido, incluso hilarante en ocasiones (por
ejemplo, en el caso de ‘May’, una mujer se enamora perdidamente de un árbol, y
lo hace hasta las últimas consecuencias, mientras que la reacción de su marido
ante este inesperado enamoramiento es llevado también al extremo de lo insólito).
Teniendo en
cuenta la fecha de publicación de este volumen (2003), cabría naturalmente
apostillar que se trata de un conjunto harto original en las técnicas de
construcción experimental del relato, riesgoso y aventurado en el tratamiento
del aspecto argumental de una historia como algo si no accesorio, al menos
secundario. Dudo que sean muchos los lectores que declaren sentirse plenamente
satisfechos con la lectura de estos relatos de Smith. Doce años después, no resultan
una lectura fácil, pese a que las ideas que los sostienen son en casi todos los
casos originales, insólitas, brillantes.
Tomemos por
ejemplo el primer relato, irónicamente titulado ‘The Universal Story’, en el
que la intervención (casi me atrevería a denominarla una constante intromisión
o intrusión) de la voz narradora es patente desde la primera oración:
Había una vez un hombre que moraba junto a un camposanto.
Bueno, vale, no era siempre un hombre, en este caso
particular era una mujer. Había una mujer que moraba junto a un camposanto.
Aunque, a decir verdad, en realidad nadie usa esa palabra
hoy en día. Todo el mundo dice cementerio. Y ya nadie dice moraba. En otras
palabras:
Había una vez una mujer que vivía junto a un cementerio.
Cada mañana al despertarse miraba por la ventana de detrás de la casa y veía…
De hecho, no es así. Había una vez una mujer que vivía
junto – no, en – una librería de lance. Vivía en el piso de la primera planta y
llevaba la librería que ocupaba todo la planta baja. (p. 1, mi traducción)
El relato sigue
progresando a fuerza de saltos, y pasa de la librera a una mosca que se posa en
el lomo de un libro, un ejemplar de El
gran Gatsby, para volver a la mosca y su historia vital y retomar luego la historia
de ese ejemplar de la novela de Fitzgerald y cómo pasó de mano en mano hasta
terminar en la librería, en la que un joven entraría una tarde y compraría no
solamente ese ejemplar sino todos los ejemplares de la novela de que disponía
la librera, para luego entregárselos a su hermana, artista experimental que
construía barcos con materiales extraños que irremediablemente se hundían al
poco de botarlos en el agua. El relato, pues, no tiene ni un auténtico
principio ni un verdadero final, y diríase que ése es el elemento definitorio
del ‘cuento’ (y por extensión, de todo el volumen) que parece querer resaltar
Smith.
Que el viento le hinche las velas... |
Otros relatos se
configuran en torno al diálogo entre dos personajes (marido y mujer,
preferentemente), que aportan sus puntos de vista en torno a un mismo argumento
que no termina de desarrollarse ni alcanza un desenlace propiamente dicho. Es
el caso del ya mencionado ‘May’; también ‘Being quick’, en el que una mujer
cree tener un encuentro fortuito con la Muerte en una estación de trenes, y
tras la parada forzosa del tren en el que regresaba a casa a causa de un
accidente mortal en otra estación, decide regresar a casa siguiendo las vías
del tren hasta que unos trabajadores la obligan a salir de la vía férrea. Y en 'Believe
Me', este diálogo plantea la infidelidad confesada por un yo al que el
interlocutor responde con una rocambolesca inversión de los términos que la
primera confesión había establecido, explorando los límites de la confianza y
la veracidad que se ponen a prueba en toda relación sentimental y forzando al
lector a un posicionamiento frente a estos bosquejos de personaje: ¿es el yo
hombre o mujer? ¿Y su interlocutor? ¿Qué tipo de relación percibe usted,
lector, en esto que le propongo?
Otros relatos
cuentan con tres voces (o personajes, si se prefiere) y sus correspondientes
puntos de vista. ‘Paradise’ lo componen tres relatos de un mismo día contados
por tres hermanas huérfanas en un pueblo cercano a Loch Ness. Kimberley McKinley
es la gerente del turno de noche de la hamburguesería local cuando unos ingenuos
chicos locales tapados con pasamontañas tratan de llevar a cabo un atraco. Gemma
trabaja a bordo del barco que lleva a los turistas (“fuckers”, según la
tripulación) por el loch, vendiendo paquetes de papas, refrescos y bebidas
espirituosas cuando el bar está abierto. La más pequeña, Jasmine, se emborracha
entre las tumbas del cementerio local. En un hogar sin padres, Kimberley es imperturbable
y madura, Gemma esconde un carácter avinagrado detrás de una fachada servicial,
mientras que Jasmine…es Jasmine. Es ciertamente un relato memorable.
Del resto de
relatos de The Whole Story and other
stories cabría destacar dos: ‘The Start of Things’, en el que Smith vuelve
a adoptar el juego de las dos voces para contarnos una pelea conyugal que
(aparentemente) termina en reconciliación cuando ambos se dan cuenta de que se
han quedado fuera de la casa en medio de una fuerte nevada. Y 'The Heat of the
Story', un curioso cuento de Navidad, en el que tres mujeres de distintas
edades entran ebrias a la misa del gallo, arman un considerable escándalo y
terminan en la calle contándose historias, expulsadas de la iglesia por el
sacerdote.
Los demás relatos
se titulan ‘Gothic’, ‘Erosive’, ‘The Book Club’, ‘Scottish Love Songs’ y ‘The
Shortlist Season’, del que incluyo aquí un párrafo traducido.
Semilla de sicómoro Fotografía: Lofaesofa (Laurence Livermore) |
Llevaba unas hojas enganchadas en la capucha del suéter. Se
cayó algo. Cuando llegó al piso rebotó bastante alto e hizo un ruido sorprendentemente
seco para ser algo tan pequeño, y lo recogí. Era una semilla de sicómoro, su única
aleta estaba nervada como una especie de piel y le daba a la semilla un aspecto
surrealista: una pequeña avellana voladora, un ala a la que le hubieran
acoplado una cabeza encogida, un pez que era casi todo él aleta. Pero el dependiente
de la galería detrás del mostrador de venta de postales me estaba observando
con algo de interés, de modo que volví a poner la semilla en el interior del
suéter junto con las hojas, lo doblé y me lo puse encima del brazo y escuché
cortésmente cómo me decía que la entrada era gratuita, que los folletos sobre
la exposición eran también gratuitos y que los catálogos ilustrados costaban £16,30. (p. 144-5)
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