Bilal Tanweer, The Scatter Here is Too Great (Londres:Vintage, 2014). 203 páginas.
Un atentado con
bomba en las inmediaciones de una de las principales estaciones de
ferrocarriles de Karachi, Cantt Station, es el episodio central que conecta las
diversas partes de esta obra del paquistaní Bilal Tanweer, en su debut como
novelista. Cada una de las partes del libro está precedida por un breve
prefacio en el que el autor hace referencia a un parabrisas agujereado por una
bala: ”¿Has visto alguna vez un parabrisas despedazado por una bala? El agujero
en el centro echa una red limpia y nítida alrededor de sí misma y se satura de
diminutos cristales. Esa es la metáfora de mi mundo, de esta ciudad: rota,
hermosa, y nacida de una tremenda violencia.” (página 1, mi traducción)
Karachi Cantt Train Railway Station. Fotografía de Farhan |
La metáfora
funciona ciertamente funciona: las diversas partes que integran The Scatter Here is Too Great vienen a
ser esas largas grietas que parten del episodio fundamental, la explosión de la
bomba; la dispersión que produce la detonación tiene su eco no solo en el
título sino también en la dispersión del acto narrativo a través de los
múltiples narradores con los que Tanweer puebla la novela.
¿Quiénes son
estos personajes narradores? El primero es un niño al que sus compañeros de
colegio llaman Lorito. Su relato es cautivador y te mete de lleno en el libro
con sus cándidas frases, tan directas que a primera vista no delatan la
profundidad que esconden. Otros narradores son un caricaturista, un adolescente
que escapa durante unas pocas horas con el coche de su madre, un esbirro que
trabaja para una compañía dedicada a la recuperación forzosa de coches
embargados, el hermano de un conductor de ambulancia traumatizado tras la
explosión de la bomba, un niño pequeño cuya hermana le cuenta historias
fantásticas.
Son narradores
anónimos, pero sus personajes no lo son. Pese a la dispersión de la narración,
el foco de Tanweer los hace humanos en el detalle descriptivo dentro de ese
cosmos urbano en el que imperan el terror, la pérdida y la pobreza, pero
también hay mucho deseo y amor.
Paisaje nocturno de Karachi. Fotografía procedente de pkonweb.com |
Con todo, para mí la voz
narradora más atrayente es la del escritor. Es llamativo lo mucho que Tanweer
escribe sobre el acto mismo de la escritura. The Scatter Here is Too Great es en gran medida una metanarrativa
audaz e innovadora. Véase este párrafo en la página 174 como ejemplo:
“Llegó un momento en mi vida en que comencé a buscar un trabajo que tuviera una rutina dura e inflexible. Me puse a buscar faenas que me ayudaran a alejarme de la escritura; un trabajo que no me dejara con el ansia de recurrir a las palabras, porque ése es el quid de la cuestión: escribir suponía para mí una tortura ineludible. No podía hacerlo, pero era la única cosa que deseaba hacer con desesperación.” (mi traducción)
Al final de esta
parte del libro (la última, por cierto), el joven escritor que trabaja como
subeditor de un diario de Karachi reflexiona sobre la literatura y su
naturaleza ficticia e irreal, rechazando la “fabricación” (esto es, la
invención narrativa) de los cuentos que su difunto padre escribía o narraba
para él cuando era niño (lo que conecta con el primer capítulo), La labor
periodística, pensaba él, estaría más cercana al (vano) intento de reflejar la
realidad, la vida real, con precisión y exactitud. Tras visitar el hospital
adonde han llevado el cadáver de su amigo Sadeq (el esbirro de la compañía que
ejecuta los embargos de coches) se pone a vagabundear las calles de Karachi, y
tras un encuentro con algunos extraños personajes llega a la conclusión que
para muchos es la esencia de la literatura: la paradoja de que únicamente la
ficción, la invención, puede otorgarnos suficiente dominio al enfrentarnos a la
labor de recrear y reorganizar la realidad y hacerla asimilable, a través de la
escritura. “Necesitábamos historias para poder imaginar el loco mundo en el que
vivimos,” dice Tanweer en la página 196. Y también alguien que las lea. Yo
recomiendo que leas este libro, y para abrir boca, te ofrezco las primeras cuatro páginas traducidas al castellano.
Pizarras
Tengo unos dientes que sobresalen, y por eso todo el mundo en la escuela me llamaba lorito, lorito. Un día le di una paliza a un chico que me llamó lorito, lorito, aunque yo no le había dicho nada a él. El chico tenía el pelo corto y castaño. Le agarré del pelo y entonces le zurré. Pero no sabía que le había dicho palabras feas, y también a su padre y su hermana. Eso pasa cuando estoy enojado. Uno de los otros chicos me contó después que usé esa palabra sobre su hermana para insultar al chico del pelo castaño, a su padre y su hermana. Dijo que yo le había llamado bhenchod. Esa no es una palabra que yo digo. No a su padre. Pero todos dicen que yo dije esa palabra. Todo el mundo no debe estar mintiendo.
La maestra le pidió a Papá que viniera a la escuela. Papá no se creía que yo conociera las palabras que la maestra decía que yo había usado cuando la insulté a ella y al chico. Ella dijo que yo la había insultado cuando estaba intentando separarme del chico. Yo había tirado de él, agarrándole del pelo, y luego me había subido encima y le había abofeteado la cara muchas veces. Como respuesta él me había arañado la cara con las uñas. De todo esto sí me acuerdo, pero no de las palabrotas.
Al principio Papá dudó de lo que decía la maestra, pero cuando otras personas también le dijeron que habían oído mis insultos, se enfadó y dejó de hablarme. Yo le pedí perdón, perdón Papá, tantas veces, pero él no quiso hablarme, ni siquiera mirarme. Entonces yo me enfadé y me puse a llorar. Y también le grité. Mi hermana y mi madre se asustaron cuando me puse a gritarle a Papá. Mi madre estaba comiendo cuando empecé a gritarle; ella dejó de masticar la comida y se quedó mirándome muy fijamente. Yo vi que ella me estaba mirando, pero solamente me daba cuenta de que estaba enfadado y que estaba llorando. No sabía lo que estaba diciendo. Mamá me pegó con el cucharón de acero por enfadarme con Papá. También por haberle gritado. Ella había comprado el cucharón en el bazar dos días antes, y estaba metido en la cacerola del curry. Cuando Mamá me pegó, el cucharón estaba caliente, y luego me pude oler el curry en la mano toda noche. Pero yo ya estaba llorando, así que la paliza que me dio no me hizo nada. Me quedaron marcas rojas en los brazos. Pero yo soy fuerte. Después, todos se callaron. Yo me quedé sentado en el sofá. Mi madre se llevó a mi hermana a un rincón y le dijo que me hiciera comer porque yo todavía no había comido. Se pensaron que yo no sabía nada de lo que decían en el rincón. Pero yo sí lo sabía. Mi hermana se acercó con la comida. Me dio de comer con las manos, y me dijo que debería pedirle perdón a Papá.
Le pedí perdón, pero en realidad no pasó nada. Él siguió muy callado. Le dijo a Mamá: ‘No sé de dónde se ha sacado esas palabras. Es tan pequeño.’Papá tenía dos empleos. Trabajaba en un despacho y escribía pequeños libros de cuentos. Decía que los escribía para chicos pequeños como yo. Yo le decía que no era un niño pequeño. Me leía todos sus cuentos. Estaban en libritos de ocho céntimos, y todos eran sobre gente valiente que luchaba contra gente mala.
En la escuela se pelea poca gente. Pero es porque nadie les llama lorito, lorito. Al poco tiempo dejé esa escuela. No solamente a causa de las peleas, sino también porque Mamá dijo que allí había un mal ambiente. Entonces Papá empezó a enseñarme. Me enseñaba todo en cuentos. Me mostró cómo todos los números eran animales, y uno tiene que observarlos hacer cosas y decir qué les ha ocurrido al final del cuento. Más quiere decir que los animales se juntan. Menos quiere decir que algunos dejan a los otros. Multiplicar y dividir ocurren cuando hay diferentes tipos de animales. Es fácil: 4 x 2 quiere decir que hay 4, 4 animales de 2 clases, como 4 ovejas y 4 vacas, y juntas son 8. Y dividir ocurre cuando tienes averiguar cuántos grupos hay de cada uno de ellos.
En la escuela tenía problemas para aprender la ortografía y las tablas. Papá me enseñó que en la mente tenemos una pizarra, y que podemos usarla para dibujar en nuestras cabezas con tizas de colores. Yo cerraba los ojos y dibujaba en la pizarra. Y siempre que quería recordar las letras de una palabra, las copiaba desde la pizarra. Después de eso, ya no me fue difícil recordar las cosas. Incluso dibujaba cosas en la pizarra cuando me iba a dormir por la noche.Yo también le enseñé a Papá a dibujar en la pizarra. Cuando volvía del despacho, le quitaba las gafas y me sentaba en su barriga y cerrábamos los ojos. Al principio Papá solamente dibujaba paisajes: una casa y un sol y seis colinas. Pero entonces yo le explicaba que teníamos una pizarra muy grande y que podíamos dibujar cualquier cosa, de cualquier color. Y entonces dibujábamos la bandera de Paquistán. Yo dibujaba banderas pequeñas, me gustaban. Papá decía que sus banderas eran grandes. Mientras dibujaba, yo a veces me olvidaba de lo que estaba dibujando y escuchaba el sonido que hacía la tiza ─ tac, taccatac, tac, tac y shhhh−hissshhh. Pero no le decía a Papá nada de eso. Sabía que no lo entendería. Solamente le decía que hiciera cosas: peces, hierba, estrellas (que eran lo más fácil), un sol de muy gran tamaño. Yo siempre hacía tres soles: un sol para la mañana, un sol para la tarde y un sol para la noche. Hiciera el paisaje que hiciera, yo le ponía un sol. Me gustaba el sol. El sol tiene luz en su interior. También me gustaban los bulbos. Los bulbos son soles. Pequeños soles. Pero me gusta el gran sol que nadie puede apagar. A veces simplemente le decía a Papá que llenara su pizarra de luz. Eso lo hacíamos con la tiza amarilla. Y entonces un día, de pronto, Papá y yo empezamos a dibujar coches y casas grandes, con grandes terrazas. Elegíamos colores diferentes para las habitaciones y los coches. Y entonces, cuando terminábamos de dibujar, nos contábamos cómo eran nuestros coches, y qué forma tenían las ventanas, todo lo que se podía ver afuera, de qué color eran los suelos de la casa. Yo siempre le contaba primero a Papá mi dibujo porque si me contaba él el suyo, yo me olvidaba del mío.
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