Para quienes disfrutamos de los libros es grato leer novelas cuya trama
gira en torno al aspecto físico de la literatura: el libro y su conservación.
Si en la Edad Media eran los amanuenses quienes preservaban libros copiándolos de
forma esmerada y minuciosa, hoy en día cualquiera puede acceder a una copia
digitalizada de antiquísimos (o no tanto) volúmenes. Ello es posible en gran
medida a las bibliotecas y quienes las regentan, los bibliotecarios, a quienes
Doerr dedica esta intricada y deliciosa novela.
Cloud Cuckoo Land tiene una estructura que al principio te parece
un tanto enrevesada. Son varias las tramas y ocurren en distintos momentos de
la Historia. En primer lugar, la caída de Constantinopla (1452-53), con dos
protagonistas: por un lado una joven costurera, Anna, quien en su afán por
ayudar a su hermana enferma opta por entrar en una vieja biblioteca abandonada con
la ayuda de un barquero y vender el producto de su saqueo a unos caballeros
venecianos. Uno de los objetos de su botín es un libro viejo y algo enmohecido,
que resulta ser la historia del pastor Etón y su búsqueda de una ciudad en el
cielo, obra ficticia que Doerr atribuye a Antonius Diogenes, autor griego
clásico que ciertamente existió. Y por otro lado, Omeir, el hijo de una
pobrísima familia campesina al que reclutan para el asedio de la ciudad, junto
con sus dos bueyes y que ayuda a Anna a escapar del infierno en que se
convierte Constantinopla tras el ataque del ejército del sultán.
La segunda historia une a dos personajes muy diferentes. Tras ser hecho
prisionero en la guerra de Corea, Zeno regresa a su pueblo de Idaho y acomete
la traducción de un oscuro manuscrito que la bibliotecaria le da a conocer en
versión digitalizada. Zeno aprendió griego clásico en el campo de prisioneros
gracias a Rex, un estudioso ingles de la literatura clásica, de quien se
enamora perdidamente. El códice, naturalmente, es el que Anna robó en el siglo
XV. Completada su traducción y edición anotada, Zeno adapta la historia para
que los niños de la escuela local la representen una noche en la biblioteca. Y
es aquí donde esta trama enlaza con la de Seymour, un muchacho autista que se
siente en casa en el bosquecillo detrás de su casa, donde vive un búho con el
que congenia. Pero el bosquecillo es destruido por una empresa constructora: a
partir de ahí, Seymour se convierte en un activista medioambiental,
absolutamente extremista. Alentado por un grupo con el que solamente tiene
contacto en línea, su primera acción será la de plantar una bomba en la
biblioteca del pueblo.
No era estrictamente ficción, pero se le asemeja. Fragmento de la Epístola a los Romanos. |
La tercera línea argumental tiene como protagonista a Konstance, hija de dos
científicos que se ofrecieron como voluntarios de un viaje sin retorno a bordo
de una nave interestelar con destino a un planeta en una galaxia muy remota. El
plan es perpetuar la civilización humana, pues la Tierra ha dejado de ser
habitable. Cuando en la nave se declara una epidemia, el padre de Konstance la
encierra en una sala. Konstance tiene acceso a la biblioteca de la nave (Sibila,
prima hermana del HAL de 2001: A Space Odyssey) y empieza a indagar en
la extraña historia que su padre le había contado sobre el pastor Etón y su larguísimo
viaje en busca de la ciudad de las nubes, hasta encontrar la edición anotada de
un tal Zeno.
Si todo lo anterior parece complicado, como un rompecabezas de muchas
piezas que pudieran ser difíciles de acoplar, no temas: es un libro ameno y hermoso
en ocasiones, y Doerr sabe cómo dotar de suspense a todas estas historias. Si fuese el caso que el autor busca enseñar algo, quizás se trate del hecho de que es fácil
destruir un libro de papel (e incluso los libros digitales, que no están
exentos de tal amenaza), pero las historias que pasamos de generación en
generación perviven, pese a todo. Un gran libro: muy inspirador, te absorbe
desde el principio.
Cloud Cuckoo Land se publicó hace dos años en castellano como Ciudad de las nubes en la editorial Debolsillo, con traducción a cargo de Laura Vidal Sanz.