Jesús Carrasco, Intemperie (Barcelona: Seix Barral, 2016 [2013]). 223 páginas.
De Intemperie uno podría escribir:
“McCarthy does Extremadura” y quedarse tan pancho, simplificar y estereotipar sin
miramiento alguno. Pero quedarse así de pancho no es exactamente lo que uno
persigue al escribir en un blog de literatura sus impresiones sobre lo que lee.
No es que se trate de profesionalismo – nadie me paga por dar mi opinión – sino
de demostrar una mínima autoestima como lector y compartir apreciaciones,
observaciones, justificar cosas que gustan y otras que no gustan tanto con
quienquiera que llegue a esta página y se tome la molestia de leerme.
Para empezar,
debo advertir que tiendo a desconfiar mucho de casi todo lo que se me propone
desde los medios ‘serios’ de la Península Ibérica, tan consagrados ellos, como
‘imperdible’. Así, por ejemplo, Senabre comenzaba su reseña de Intemperie en El Cultural (18 de enero
de 2013) afirmando que “La publicidad no es en este caso hiperbólica ni engañosa.”
Toda publicidad que se precie peca de la exageración (si no, no es publicidad
sino crítica o valoración), y el caso de Intemperie
no es una excepción.
Tres meses después,
Paula Cifuentes caracterizaba el debut de Jesús Carrasco en Letras Libres como un libro complejo. No
puedo estar más en desacuerdo: con apenas 200 páginas, una exigua trama lineal,
unos pocos (muy pocos) personajes, que además están tenuemente caracterizados, uno
no siente ni detecta complejidades dignas de mencionar en Intemperie.
Pero el hecho innegable
es que la novela triunfó en toda Europa, tras traducirse a toda una retahíla de
idiomas. La historia atrapa el lector desde la primera página, y aunque a ratos
la narración decae, Carrasco mantiene el suspense con habilidad.
Por si no conoces
el argumento, ahí va un resumen: un niño ha huido de su casa (y de su pueblo)
en una región del sur de España azotada por una bestial sequía. No sabemos de
qué atrocidades huye, pero su desesperación le empuja, y ya se sabe que la
supervivencia nos obliga a hacer lo que normalmente resultaría irrealizable.
Tras evadir los primeros intentos de búsqueda, el niño encuentra a un viejo cabrero.
Su primer instinto es robarle comida y agua y poner tierra de por medio. El
cabrero, sin embargo, le salva la vida cuando el niño sufre una insolación de órdago.
Para poder
escapar del alguacil y sus secuaces deben atravesar el llano, un espacio estéril,
descarnado y despiadado. El viejo cabrero decide parar en las ruinas de un
viejo castillo. Cuando aparecen el alguacil y sus dos desalmados ayudantes, parecería
que la suerte está echada. Pero el niño sobrevive en un escondrijo, y el
cabrero sobrevive a la paliza del alguacil. Las que no sobreviven son las
pobres cabras, que ninguna culpa tenían de nada.
¿Qué hemos hecho nosotras para merecer esto? Fotografía de Bryan Ledgard, de Yorkshire |
El niño tiene
ahora que salvar al cabrero, y por eso se va con el burro, hasta un pueblo donde
se supone que hay agua, siguiendo el polvoriento camino. En el pueblo solo hay
un tullido que tiene comida y engaña al chico. Desde ese momento, los acontecimientos
se precipitan y la ley de la supervivencia imperará. La violencia, la muerte y
la crueldad extrema pasarán a formar parte de la vida del niño, cuyo único objetivo
habrá de ser alcanzar la libertad. El precio es alto, pero conservar la vida lo
exige.
La prosa de
Carrasco es en cierto modo similar al paisaje de la zona del mundo que
describe. Un lugar arisco, donde el diálogo es siempre escueto y la descripción
de detalles es harto estricta: Carrasco es, desde luego, un narrador muy
disciplinado. Y ello se agradece. Una novela de este estilo con más de 350
páginas me resultaría casi seguro inaguantable. Virtuoso del mot juste, Carrasco da pocas pistas
sobre un momento histórico donde el lector pueda situarse. Pudiera ser la
posguerra, pero el autor no nos regala nada. Al contrario: prefiere que el
lector lea entre líneas.
Intemperie es una muy buena primera novela. Carrasco escribió
otras que no verán la luz – o al menos eso se deduce de lo que dice en las
entrevistas que concede. Bebe de la tradición de la picaresca castellana, de la
tosquedad o la circunspección de autores españoles de la posguerra, de escenarios
distópicos o postapocalípticos más recientes.
El mundo de Intemperie es uno de buenos y malos, esa simplista dicotomía tan profundamente errada, pero que tan fácil resulta de equiparar con
una moral situada dentro de un marco de proselitismo religioso. Es ahí donde yo
le veo flaquezas al libro. ¿De verdad hay cabreros que leen la Biblia y que insistan en
dar cristiana sepultura a auténticas alimañas uniformadas?