David Monteagudo, Fin (Barcelona: Acantilado, 2009).
La premisa argumental sobre la que se construye esta novela es potencialmente muy buena. Un grupo de amigos que solían formar una pandilla – lo más natural del mundo – se vuelven a juntar en el solitario refugio adonde solían ir para recordar los viejos tiempos. Todos tienen algo que ocultar, ya sea de su vida actual o de un suceso que aparentemente dejó una marca moral en sus vidas, cuando a un integrante de la pandilla le gastaron una humillante ‘broma’. Hasta aquí, todo parece ser casi ideal para confeccionar una interesante narrativa, y si el autor domina el género del suspense y tiene las dotes necesarias para aderezar la trama con un lenguaje que le resulte atractivo al lector, ¿estamos quizá ante la versión española de un Cormac McCarthy?
La respuesta es fácil, sencilla y tajante: NO.
Tras la cena, y justo cuando comienzan las discusiones y recriminaciones entre los antiguos amigos, algo extraño sucede en el exterior. Qué es lo que sucede exactamente no llega a quedar nunca claro, pero conforme avanza la novelita el escenario en que se mueven los personajes adquiere inverosímiles tintes de apocalipsis, de un fin del mundo en el que los animales han sobrevivido la aparente hecatombe y campan a sus anchas por pueblos, ciudades y carreteras. Incluso se da el caso de que un tigre (sí, has leído bien, los pobrecitos tigres que están en peligro de extinguirse…) se lleva entre sus felinas fauces a una de las chicas que se había parado a hacer un pis en la vereda. En fin…
Por lo demás, aparte de algunos diálogos bastante bien estudiados (en ocasiones, me daba la impresión de que los capítulos parecen seguir más bien un orden teatral, de escenas y actos; es como si Monteagudo hubiera convertido lo que en principio podría haberse ideado en torno a un drama existencialista en una novela), las descripciones suelen ser más bien empalagosas. El tedio que producen en el lector queda compensado por el deseo de saber qué demonios es lo que hace desaparecer uno tras otro a los personajes. Y estoy seguro de que más de un lector habrá quedado si no cabreado, al menos decepcionado por el hecho de que Fin no resuelva las incógnitas con que el autor ha ido tirando del a veces pesado carro de esta novela.
Si lo que Monteagudo buscaba con Fin era realizar un estudio de la condición humana en una situación que produzca miedo, pienso que la novela no lo desarrolla. Hay demasiados tics estereotipados y demasiados puntos suspensivos que no llevan a ninguna parte. Si Fin ha sido un gran éxito de ventas en España – que lo ha sido – cabría preguntarse por qué; al que esto escribe no le queda nada clara la razón.