Tim Parks, Destiny (Londres: Secker & Warburg, 1999). 249 páginas.
Pocas veces me he
encontrado con una novela que, a medida que la he ido leyendo, me ha atraído
más por su forma que por su contenido. Hay por supuesto obras narrativas para
todos los gustos, e incluso podría argüirse que la mayoría tienen algo que
puede resultar defendible. El caso es que de esta novela del británico Tim
Parks (la primera suya que leo) me atrajo la forma en la que está escrita:
apenas había leído unas veinte páginas y ya me había formado, si no una
opinión, un esbozo de opinión: Destiny
me estaba transmitiendo una buena onda.
Y no es que el
argumento sea muy placentero que digamos: Burton, un periodista inglés está en
un hotel de la carísima capital del Reino Unido cuando recibe una llamada de
teléfono de Italia. Su hijo Marco, enfermo de esquizofrenia, se ha suicidado,
le dicen. Su esposa italiana está en la habitación arreglándose, pero cuando la
ve después de recibir la noticia no le explica las circunstancias de la muerte
de su hijo. Su primera reacción, nos confiesa sorprendido, es la clarividente
toma de conciencia de que esa muerte debe suponer indefectiblemente el final de
su matrimonio de treinta años. El periodista se encuentra en la fase final de
la escritura de un libro, “un monumento” que consagrará su carrera profesional,
que indaga en el carácter de las naciones y en la noción de cumplir un destino en
las personas que enarbolan el liderazgo de un país. Para completar el libro solamente
le falta una entrevista a (por entonces ya retirado de la política) Giulio
Andreotti.
Destiny
es la narración en primera persona de las siguientes 48 horas: el caótico viaje
de regreso a Italia, la visita al depósito de cadáveres donde su esposa le
exige que no la acompañe al interior de la cámara mortuoria, una noche en
blanco en la casa de la hermana de Marco (adoptada en Ucrania cuando era una
niña), los breves minutos que puede por fin pasar con el cadáver de su hijo, el
viaje en tren nocturno desde Turín a Roma interrumpido por una crisis urológica
que podría haberle costado la vida, la entrevista a Andreotti, y finalmente la visita al panteón familiar
de los de Amicis, donde yace enterrado Marco.
El gran acierto de
Parks (y es precisamente esto lo que me atrajo durante la lectura inicial de Destiny) es la voz en primera persona
del periodista, cuyo nombre de pila, Chris, – así como el de su esposa, Mara –
no conoceremos hasta bien avanzada la narración. Destiny es un larguísimo monólogo interior, en el que Burton repasa
su vida en Italia de manera fragmentada y caótica. El ritmo narrativo es
imparable, en un vaivén constante entre recuerdos, reflexiones, obsesiones,
conclusiones que se repiten una y otra vez. El monólogo está impregnado de
detalles, que en cierto modo parecen ser irrelevantes o incluso ridículos, un
auténtico staccato que asocia ideas
dispares y repite frases y detalles.
Parks crea con
maestría el ritmo con el que afloran los pensamientos en la mente de un padre
que ha perdido a su hijo. 48 horas en las que Burton, presa del agotamiento y
de la enfermedad, enfrenta el trauma y la pérdida con las armas de las que
dispone: las palabras. Un torrente imparable de palabras, de recriminaciones,
de confesiones, en el que la mente salta de una a otra idea sin ton ni son. Es
así, y no de otra manera, como las personas reaccionamos en una situación
extrema como la que Burton enfrenta. Lo digo por propia experiencia. La sesuda
reflexión posterior sobre el duelo (que no forma parte de Destiny) es mucho más tardía, menos precipitada; el escritor que
aborda este tema lo acomoda en una sintaxis de líneas largas, de más amplios
esquemas semánticos. En una reacción más inmediata, la lengua del que ha
perdido al ser querido le aparta de la realidad, recurriendo a la
fragmentación, a la necesaria distracción.
A Parks lo sigo
desde hace un par de años en el blog que mantiene en The New York Review of Books, donde escribe con sobrada perspicacia
sobre traducción, escritura y lectura, sobre literatura, arte e Italia. Esta es
la primera novela suya que leo, y desde luego no será la última.
Destiny
fue publicada por Tusquets en castellano en 2003 con el título Destino, traducido por Daniel Aguirre
Oteiza.