Diamela Eltit, El cuarto mundo (Santiago: Seix Barral, 2011 [1988]. 152 páginas.
Pocas veces me he
enfrentado a un texto que, de entrada, me haya parecido tan deliberadamente opaco
para su interpretación como esta breve novela de la chilena Diamela Eltit,
publicada por primera vez en 1988. Digo de entrada, porque conforme uno avanza
en su lectura, los elementos que conforman el significado, las metáforas
escondidas tras las palabras, se vuelven más evidentes, y dada su brevedad el
lector progresa rápidamente hasta la conclusión (quizás un término más apto que
desenlace).
Lo que no debería
extrañarnos es que, dada la fecha en que la escribió, Eltit tratase de imbuir
de simbolismo el lenguaje de una novela que le habría granjeado más de un
problema con el régimen de Pinochet. Tras la extrañeza inicial que produce, uno
no deja de admirarse de los portentosos amagos, fintas y subterfugios que
emplea la autora para decir lo que dice, sin hacerlo explícitamente. Tiene su
mérito.
El cuarto mundo comienza con la gestación del narrador, y la gestación
de su hermana melliza al día siguiente. Desde ese momento los dos cohabitan y a
un tiempo compiten por el espacio vital. Su vida, no obstante, es descrita como
algo caótico, siempre enfrentada a peligros exteriores. El narrador habla de la
casa como refugio, aunque también los enfrentamientos y preferencias de la
figura del padre y la de la madre pueden suponerles riesgos o situaciones de velada
amenaza.
Pronto los
mellizos empiezan a intercambiar roles, y para confundirlos todavía más, la
madre menciona durante el bautizo que el varón se asemeja a la hembra: “Mi madre,
solapadamente, me miró y dijo que yo era igual a María Chipia, que yo era ella”
(p. 32). Poco después, la paz llega al domicilio familiar: “Su encuentro con el
amor materno fue la primera experiencia real que tuvo, y la encandiló como a
una adolescente alucinada por el poder de los sentidos. Plena en su estado, se
volcó a nosotros, amparándonos del peligroso afuera.” (p. 32)
La cosa cambia
radicalmente cuando nace la hermana pequeña, a la que los padres bautizan como
María de Alava. Ella pasa a ser la favorita: “Sin dolor fuimos testigos de su
preferencia por ella y asistimos a su constante proteccionismo.” (p. 55)
En sus andanzas
por la ciudad, el joven tiene contactos con “jóvenes sudacas”, que son sin
embargo personajes extraños y hostiles cuyo idioma no entiende; el narrador cuenta
su primera experiencia “genital” en las callejas, aunque unos meses después es “atacado
brutalmente por una horda de jóvenes sudacas furibundos” (p. 90). La vida en la
casa sigue confusamente amenazada, la relación entre el padre y la madre se
deteriora, pero la mayor amenaza la constituye “la nación más famosa y poderosa
del mundo”.
El cuarto mundo está dividida en dos partes. La primera, ‘Será irrevocable
la derrota’ es la que narra en primera persona el hermano, y concluye con su aceptación
de “depositar la confesión en [su] hermana melliza”. Es en la segunda parte, ‘Tengo
la mano terriblemente agarrotada’, donde la hermana melliza relata que su hermano
ha adoptado oficialmente el nombre de María Chipia y se ha travestido. El tono
y el estilo de esta segunda parte son muy diferentes: es ahora un texto mucho
más mordaz, y el blanco de la parodia es la pervivencia de formulaciones
patriarcales, machistas y ultraconservadoras de los sexos y de la noción de
familia.
Esta es, a
grandes rasgos, mi lectura de este libro, el cual me ha resultado ser intencionadamente
indeterminado en sus objetivos. Un libro difícil, no por su lenguaje sino por
la falta de pistas. Eltit no dota el texto de demasiados indicios o
insinuaciones interpretativas, por lo que el lector queda en un limbo en el que
no es fácil progresar. En la lectura han quedado remarcados temas importantes, como
el incesto, la violencia sexual, la marginación social de las clases populares
chilenas… Todo está (o parece estarlo) sugerido, pero a El cuarto mundo hay que sacarle el sentido con mucho esfuerzo, y quizás
una profunda relectura.
Mural "Los Prisioneros", en el Museo a cielo abierto (San Miguel, Santiago) Fotografía: Josedm. |