27 mar 2014

Reseña: La vida y las muertes de Ethel Jurado, de Gregorio Casamayor

Gregorio Casamayor, La vida y las muertes de Ethel Jurado (Barcelona: Acantilado, 2011). 302 páginas.

La estructura narrativa de La vida y las muertes de Ethel Jurado gira en torno al concepto de fractal, el cual el autor define como “objeto irregular formado por partes también irregulares, las cuales, si son aumentadas de tamaño, se muestran prácticamente iguales a su todo, y a la vez están formadas por partes más pequeñas que cumplen la misma propiedad, y así sucesivamente.” Los cuatro fractales los representan cuatro narradores, cuatro puntos de vista que van desentrañando de forma paulatina el misterio que rodea a la auténtica protagonista de la novela, Ethel.

Cada uno de estos narradores escoge aportar a la narración desde su memoria ciertos recuerdos y datos que van formando ante el lector el mosaico de la personalidad de Ethel y el trauma que provoca su huida definitiva; pero Casamayor sabe muy bien marcar los tiempos para dar un competente golpe de efecto definitivo en las páginas finales.

El primer narrador es Quique, el hermano pequeño de Ethel, atormentado por la culpa por no haber sido capaz de reconocer lo que había estado ocurriendo en su casa delante de sus narices, y también por su silenciosa complicidad y la de su madre. El hogar de los Jurado lo retrata Quique como una especie de brutal prisión psicológica, en la que el padre, Esteban, ejerce de déspota mientras la salud se lo permite. Tras la huida de Ethel, la madre, Margo, se convierte en juez y verdugo. Ella asume esos papeles para llevar a cabo unas sentencias inmisericordes con su esposo y su hijo mayor, Santiago.

Los otros tres narradores son los compañeros de facultad de Ethel. Gerard Pruna aporta nuevos datos sobre Ethel: lo errático de su comportamiento, sus ausencias de las aulas universitarias motivadas por frecuentes crisis que los expertos han diagnosticado como un trastorno bipolar, la mirada curiosa de un amigo en el hogar de Ethel donde intuye las amenazas de Esteban y el insondable ambiente asfixiante al que someten a Ethel en ese piso lóbrego.

El tercer narrador es Marcos Recaj, quien asume que fue Ethel quien le escogió como compañero íntimo (el cuarto fractal le revela al lector una perspectiva totalmente distinta). Casamayor sigue aportando nuevos matices e insinuaciones, lo hace con cuentagotas, no hay duda, pero en una novela que apenas llega a las 300 páginas eso no constituye falta alguna. La perspectiva narrativa final la aporta la otra chica del grupo de estudios, Laura Morillo, que termina casándose con Gerard. Laura es la verdadera confidente de Ethel, la única que – solamente quizás – llega a saber la verdad sobre Ethel, y a través de la cual Casamayor proporciona el desenlace. Este no es realmente tan sorprendente; Casamayor conduce la historia hacia un punto idóneo para la resolución, y lo hace sin dejar de eliminar ese velo de misterio que rodea a Ethel desde la primera página. Oculta tras una especie de niebla persistente elaborada con la vaguedad de las palabras, el personaje de Ethel Jurado nunca se nos revela por completo.


Es inevitable que al hacer memoria sobre alguien con quien hemos convivido pasemos recuento a nuestra propia vida; en La vida y las muertes de Ethel Jurado los cuatro narradores hacen confesión de sus propias faltas y defectos. Esos episodios personales con los que envuelven sus referencias al tiempo vivido con Ethel añaden un punto de interés a la novela, que sin esas anécdotas personales tendría mucho menos valor.

26 mar 2014

Gagudju Man


Pocas veces en la vida tiene uno la oportunidad de ser testigo presencial de algo tan auténtico, tan singular y emocionante como la presentación de esta ceremonia fúnebre del pueblo Bunitj, del norte de Kakadu, Territorio del Norte.

Era la primera vez que una ceremonia antiquísima, más antigua que las civilizaciones faraónica, griega o inca, se representaba en un lugar fuera de Kakadu.

El espectáculo presentado ayer en Canberra (‘lugar de reunión' en la lengua Ngunnawal propia de la zona) es un homenaje a Bill Neidjie, último hablante de la lengua Gagudju, autóctona del norte de Kakadu, y cuya contribución fue decisiva para el establecimiento del Parque Nacional en esa región tan única.

Un importante giro cultural se está produciendo. Las nuevas generaciones de los pueblos indígenas australianos comienzan a comprender lo importante que es grabar sus ceremonias y otras manifestaciones culturales propias para poder perpetuarlas y legarlas al futuro.

Para evitar que danzas tan antiguas desaparezcan de la faz de la Tierra, para evitar que sus lenguas, canciones, historias y ceremonias rituales sigan vivas, gente como Bill Neidjie está tomando la decisión de romper con la tradición que les dice que su imagen (su espíritu) no debe capturarse.


El privilegio de haber visto esta ceremonia, y de haber pisado la misma arena que ellos (invitaron al público a bailar con ellos la danza de despedida al sol) no se me olvidará nunca.

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