E.L. Doctorow, All the Time in the World (Leicester: W.F. Howes, 2011). 353 páginas.
Doctorow, que
falleció hace poco más de cuatro años, era uno de esos autores norteamericanos
sobre quien había leído muchas referencias, pero de quien no había leído nada
hasta ahora. Cuando uno comprueba la larga lista de premios y galardones que
recibió a lo largo de su larga trayectoria literaria se da cuenta de que queda
una laguna lectora que algún día debería cubrir. ¿Llegará a darse el caso?
Imposible decirlo.
All the Time
in the World es una
colección de cuentos de diferente factura. Los hay que son narraciones sobre
personajes con un pasado por ocultar o superar. Así, ‘Jolene: A Life’, cuenta
en tercera persona la gesta vital de una chica huérfana, Jolene, quien desde
Memphis va cambiando de ciudad y de compañero. Todos tienen una cosa en común:
si en un principio le demuestran cariño, con el paso del tiempo se convierten
en monstruos. Como cuento, es más bien flojo, no tiene ese final atractivo que
se les debe exigir a los mejores relatos cortos. En otro cuento con
características similares, ‘A House on the Plains’, Doctorow nos presenta en
las primeras páginas al narrador, un joven llamado Earle, en Chicago, a quien
“Mamá dijo que a partir de entonces yo iba a ser su sobrino, y que la llamase
Tía Dora.” (p. 197) Los tejemanejes de la madre incluyen la mudanza a una casa
en los llanos de las afueras de La Ville, Illinois. El cambio de aires no es
sino una huida hacia adelante, en la que la violencia, el crimen y la simulación
son herramientas útiles: el fin justifica los medios.
En
‘Assimilation’, un joven hispano cae en la tela de araña que le tiende una
banda mafiosa rusa cuando le ofrecen dinero a cambio de casarse e ‘importar’ a
la mujer a los Estados Unidos. Tiene un comienzo muy prometedor pero a medida
que avanza la historia, el personaje se convierte en marioneta de unos y de
otros.
Con mucho, la
historia con mayor potencial y atractivo lleva por título ‘Walter John Harmon’.
Narrada en primera persona, el relato cuenta cómo un miembro de una extraña
secta religiosa, cuyo líder y profeta se llama Walter John Harmon, es
progresivamente testigo de la traición no solamente del líder, que se fuga con
todos los fondos de la comunidad, sino también de su propia esposa, que
desaparece con el “profeta”. Doctorow maneja con soltura los puntos de vista
del narrador y de los renegados: hace parecer normal que los seguidores
ofrezcan a Harmon su dinero y su apoyo incondicional. Es el precio de la fe,
añadiría alguien a modo de justificación. Por otra parte, es tan clamoroso el
error de juicio de los devotos miembros del culto que el subtexto irónico que
transmite Doctorow te empuja hacia la hilaridad y la burla. En realidad, la
estupidez e ignorancia de los miembros de la congregación tendrían un claro
paralelismo en las masas idiotizadas que votaron por un ignaro narcisista que
les prometió la grandeza de un imperio, otra vez.
Otro de los cuentos a destacar es, a mi parecer, ‘A Writer in the Family’
[Un escritor en la familia]. Tras la muerte de su padre, a un joven del Bronx
neoyorquino le llega una insólita petición de su tía. Quiere que le escriba
cartas a su abuela fingiendo ser su padre. La abuela tiene ya 90 años y está internada
en una residencia para ancianos. La primera carta dice: “Querida Mamá: Arizona
es hermosa. El sol luce todo el día y el aire es cálido, me siento mejor que en
años. El desierto no es tan árido como uno se esperaría, sino que está lleno de
florecillas silvestres y plantas de cactus y unos peculiares árboles torcidos que
parecieran hombres con los brazos extendidos. Se pueden ver grandes distancias
en cualquier dirección que uno se gire, y hacia el oeste hay una cordillera de
montañas como a cincuenta millas de aquí, pero por la mañana, cuando les da el
sol, se puede ver la nieve en las cimas.” (p. 279, mi traducción)
Arizona. Fotografía de Ron Clausen. |
Naturalmente, la carta es, por así decirlo, un verdadero éxito. Al joven le seguirán llegando peticiones para que siga escribiendo como si fuera su padre muerto. Pero con el paso de las semanas, la idea de suplantar a su padre mediante cartas deja de serle tan atractiva. La carta final comienza así: “Querida Mamá: Esta será la última carta que te escriba, pues me han dicho los médicos que me estoy muriendo.”
Entre las
restantes historias de este libro, cabría destacar “Edgemont Drive”, en la que
una mujer le permite la entrada en su casa a un visitante que dice haber vivido
en la casa en su niñez, y termina causando la ruptura del matrimonio que allí vive
y quedándose a vivir.
Pese a despertar siempre el interés del
lector en sus párrafos y páginas iniciales, los relatos de All the Time in the World no siempre progresan hacia algo
parecido a la perfección. De hecho, la mayoría distan de ser redondos, y parece
faltarles algo, incluso una conclusión que te deje queriendo más.
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