Claire Vaye Watkins, Battleborn (Londres: Granta, 2012). 288 páginas.
El título
original (nacido de la batalla) de este, el primer libro de Watkins, hace
referencia al nacimiento del estado de Nevada durante la Guerra Civil
estadounidense. Es una sorprendente colección de relatos. La sorpresa, pienso
yo tras la lectura, no radica tanto en el formato de los cuentos como en el
contenido. Son casi todas historias sobre perdedores que nunca se dan por vencidos,
muy en consonancia con esa mitología “blanqueante” del lejano oeste que desde
Hollywood se nos ha vendido durante décadas. La diferencia, y con mucho, es que
en los relatos de Battleborn no hay héroes, sino seres humanos,
debilitados por la desventura, el infortunio o simplemente por sus erradas
decisiones. Vamos, como casi cada uno de nosotros, ¿no?
De los diez
cuentos que componen Battleborn voy a destacar tres. El primero de esos tres
lleva por título ‘The Last Thing We Need’. Es en realidad una serie de cartas
que un habitante de Verdi (Nevada) le escribe a un desconocido llamado Duane
Moser tratando de aclarar lo que parecen ser los restos de un accidente de
carretera que encontró. Naturalmente, las cartas nunca reciben respuesta. Pero
Watkins va agregando elementos a la trama con cada una de las misivas, al
tiempo que el que las escribe revela más detalles sobre sí mismo. Lo que
comienza como un intento de indagar en la circunstancias vitales de un
desconocido se va transformando en una paulatina confesión del remitente por
entregas.
Moneda de 50 centavos que conmemoraba en 1925 los 60 años de la llegada de los buscadores de oro a California. Liberty: In God We Trust, reza el lema. |
‘The Diggings’ es
un relato narrado en primera persona sobre un par de hermanos jóvenes de Ohio
que emprenden viaje hacia California en busca del codiciado oro, el metal sobre
el que se construye buena parte de la historia del oeste de los Estados Unidos en
el siglo XIX. El viaje está repleto de penalidades y peligros, y cuando ya la
esperanza de sobrevivir está bajo mínimos un burro salva a los hermanos. La
fiebre del oro afecta a ambos de manera diferente. Mientras Errol enloquece en
busca de la veta que lo haga rico, Joshua tiene los pies en el suelo y, gracias
a las visiones que le asaltan de vez en cuando, sabe tomar decisiones. Es una
historia en la que Watkins mezcla violencia, muerte y racismo, donde la desesperación
de los perdedores abre literalmente un agujero bajo sus pies hasta engullirlos.
El tercer cuento
que quiero destacar se llama ‘Man-o-War’, en el que un viejo minero solitario encuentra
a una adolescente inconsciente en el lecho seco de un lago. El viejo acude allí
todos los años la mañana del 5 de julio, a recoger los restos no utilizados de
los fuegos artificiales que los jóvenes dejan abandonados tras las fiestas
improvisadas del 4 de julio. El viejo Harris decide llevarse a la chica a su remoto
rancho apartado del mundo. Allí, Magda se recupera poco a poco; Harris se da
cuenta de que la chica está embarazada, y en su mente se va formando una idea,
un absurdo proyecto de corte caballeroso y romántico que se hace añicos tan pronto
como aparece el padre de la chica. La respuesta de Harris es brutal: su frustración
la paga el único amigo que tiene este mundo árido, desolado e ingrato.
Los otros relatos
inciden también en episodios que echan abajo a personajes frágiles, humanos en
sus debilidades o caprichos. ‘Rondine al Nido’ cuenta la escapada nocturna de
dos chicas jóvenes a Las Vegas, donde tras mucho alcohol y tomar malas
decisiones, terminarán siendo abusadas sexualmente por un grupo de jóvenes. ‘The
Past Perfect, the Past Continuous, the Simple Past’ es un título simplista para
un buen relato, en el que un turista italiano pierde a su mejor amigo en las
montañas, y perdido como está empieza a frecuentar un burdel, donde su presencia
e interacción con las personas que allí viven causará un dramático final.
Un dato curioso: Battleborn
cuenta con dos traducciones diferentes al castellano. La publicó el año pasado en
España Malas Tierras con el título de Nevada y traducción de Ce Santiago,
pero un año antes ya la había publicado en Chile Laurel Editores, con el mismo
título, en traducción a cargo de María José Navia. Puede que haya ahí un modesto
trabajo de investigación para quien quiera indagar si cabe teorizar sobra una localización
de la traducción literaria.