Susan Johnson, On Beauty (Carlton: Melbourne University Press, 2009). 91 páginas.
´Beauty is in the
eye of the beholder´, dice un antiquísimo proverbio en lengua inglesa cuya
traducción más convencional (‘Todo es según el cristal con que se mire’) no
termina de convencerme; me parece imperfecta, en tanto que la versión en
castellano deja caer la noción de belleza de la ecuación y la reemplaza con un
“todo” absoluto que nada tiene que ver con lo que expresa el proverbio inglés.
Este librito de
la escritora australiana Susan Johnson es un modesto y ameno ensayo sobre la
belleza, entendida no solo como concepto, sino también como sentimiento humano.
Digo sentimiento porque pienso que a la abstracción intelectual de la belleza
no es posible llegar sin antes percibir o sentir la presencia de algo que nos
es bello.
La belleza, así
pues, se nos presenta de formas muy variopintas y también muy personales, como
expresa muy bien el aforismo mencionado antes. Para la mayoría, la belleza se
nos aparece como algo esencialmente visual, otros ven más belleza en la interpretación de una pieza musical, mientras
que otros pueden percibir la belleza a través de las palabras. De lo que no
cabe ninguna duda es que consideramos como “bello” algo que satisface nuestros
sentidos, nuestro sentido de la proporción y el ideal de la realidad exterior.
Johnson subraya
el hecho de que la belleza es una paradoja. La belleza queda “sometida con el
fin de prestar un servicio, por parte de la moralidad, la religión, el arte, la
política, el mito, y la mayor parte de las veces por hombres que creen poseerla.”
(p. 11, mi traducción) Confiesa Susan Johnson que para ella la vida parece
haber sido a veces “una larga búsqueda de la belleza” (p. 25). Puede que sea
así para todos los que, en mayor o en menor medida, nos hemos involucrado
personalmente en campos relacionados de alguna manera con la creación artística
o sencillamente nos atrevemos a dar a conocer nuestra opinión sobre las
creaciones de otros.
Naturalmente,
importa mucho el medio en el que se nos presenta una creación: un castillo de
fuegos artificiales visto por TV (incluso en una retransmisión en HD) ni
siquiera se acerca al canon de belleza que alcanza ese mismo espectáculo visto
en vivo, a metros del lugar desde donde se disparan las carcasas. Las
fotografías suelen hacer justicia a los paisajes, pero ninguna puede reemplazar
la sensación que estar allí presente, en el momento apropiado.
Una de los
comentarios de este librito que más curiosidad me han suscitado es el que hace
Susan Johnson respecto a la “obra” de los hermanos Chapman, Jake y Dinos. En
particular, el tratamiento al que sometieron a los grabados de Goya, los
llamados Desastres de la guerra. Dice
Johnson que “si los hermanos Chapman tenían la esperanza de despertarnos de
nuestro letargo al desfigurar y destrozar la obra de Goya, tuvieron éxito: quería
escupirles a ambos, de una manera transgresora, y ciertamente, sin belleza
alguna.” (p. 70, mi traducción) Y por lo que he podido ver, tiene toda la razón.
No comment... |
Podríamos hacer una rápida prueba (la cual no
probaría nada, por otra parte – ¡y menos mal!). ¿Cuántas de estas cosas que incluyo
crees tú que se aproximan lo suficiente al canon de lo que consideras “bello”?
Dicen que la primavera la sangre altera, pero esta música siempre me ha parecido bella, independientemente de la estación.
La belleza de unas florecillas en el Parque Nacional de Snowy Mountains, Nueva Gales del Sur. |
La belleza de la perfección en el deporte. La obra de arte del futbolista que todos soñábamos con poder ser alguna vez cuando éramos niños.
La naturaleza, cosa que sé demasiado bien, puede entrañar horror y terror. Cuando está calmada, en cambio, es la estampa misma de la belleza. Un fiordo noruego, fotografía de Erik A. Drabløs. |
La belleza de una comida sencilla, sabrosa y saludable. Pescado fresco del río Mekong. Insuperable. |