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15 mar 2021

Reseña: In the Garden of the Fugitives, de Ceridwen Dovey

Ceridwen Dovey, In the Garden of the Fugitives (Australia: Penguin, 2018). 305 páginas.
No es casualidad que Dovey escogiese el llamado “Jardín de los Fugitivos” de Pompeya como motivo y germen para esta novela, construida en torno al intercambio de correspondencia entre un hombre en el umbral de la muerte, Royce, y una mujer, Vita, que diecisiete años antes le había conminado a cesar en su comunicación con ella. Le dice en la segunda carta:

“Mi último contacto voluntario contigo, hace diecisiete años – no puedes haberlo olvidado – fue una carta en la que te decía que no quería volver a saber de ti nunca más. Un ruego que has escogido ignorar. No podía permitirme el lujo de desvanecerme por completo, y arriesgarme a perder esos cheques extra con tu firma enmarañada que me llegaban puntualmente cada dos años, como un reloj. De manera que nunca corté por lo sano, y tú siempre supiste dónde encontrarme. Cuando los cheques dejaron de llevar, exactamente diez años después de mi graduación, continuaron llegándome las tarjetas de felicitación por mi cumpleaños, y me preguntabas si estaba prosperando.” (p. 4, mi traducción)

Inmortalizados en el desastre. Orto dei Fuggiaschi, Pompei.
Fotografía de Lancevortex.

Y reitero que no es casualidad porque ese lugar en las ruinas de la ciudad destruida por el volcán Vesubio en el año 79 es más que simbólico: los moldes de yeso generados tras las excavaciones muestran las posiciones exactas en las que quedaron los cuerpos enterrados por las cenizas volcánicas. El jardín nos muestra perfectamente una escena del pasado, mientras que tanto Royce como Vita tratan respectivamente de explicarse a sí mismos sus propios pasados.

"El mismo deseo que conjuraba Pompeya en la mayoría de los hombres que ingresaban en el recinto tras cruzar sus muros, tentados por la lascivia del arte y los sórdidos jardines secretos y los patios interiores, todos ellos espacios oscurecidos y ocultos a la vista. ¿Por qué, si no, es el Lupanar, un burdel con unas salas tan pequeñas como las celdas de una cárcel, el lugar más visitado en toda Pompeya? Anhelamos levantarle las faldas al pasado, penetrarlo, hacernos dueños de él." (p. 269, mi traducción)
Un fresco en el 'Lupanare'. Fotografía de Miguel Hermoso Cuesta. 

En el caso de Royce, lo hace porque a sus 70 años, siente la proximidad de la muerte y ha “comenzado a excavar” en sus recuerdos de Kitty, la arqueóloga de la que estuvo enamorado y que pereció en un accidente en el cráter del Vesubio. Para Vita, por su parte, recontar el pasado es también una forma de terapia. Nacida en la Sudáfrica del apartheid, se pregunta repetidamente si está libre de culpa. ¿Es una consciente participación (que no necesariamente voluntaria) la nuestra cuando crecemos o vivimos en un sistema represivo? Como ciudadanos de un estado en el que vivimos y a cuya consolidación diaria contribuimos con nuestro trabajo y nuestros impuestos, ¿Qué grado de responsabilidad asumimos? Escribe Dovey (a través de Vita) en las páginas 159-60:

“[…] Se suponía que era lista, pues acababa de graduarme de una universidad de elite, pero ese verano me sentía como si me hicieran avergonzarme de admitir que en realidad era una imbécil.

Y entonces comenzó un ajuste de cuentas más incómodo. Encontraba dificil criticar América. ¿Cómo podía cuadrar mi experiencia de la generosidad americana (cuatro años de educación gratuita, un sistema de humanidades diseñado para producir pensadores creativos; amigos y amigas a quienes quería, cuyas familias me habían acogido en sus propios hogares) con este otro sórdido aspecto del país, la ira que estaba invadiendo a algunos de sus ciudadanos? ¿Por qué me sentía de igual modo incapaz de criticar Australia, con su propia historia vergonzosa de aniquilación y racismo, su creciente intolerancia hacia extranjeros de ciertas clases y colores? ¿Por qué me sentía yo incapaz de criticar ningún país que no fuera la Sudáfrica del apartheid de mi infancia, sus pecados ahora supuestamente borrados por las asombrosas hazañas morales de 1994?

Me recordaba los estrictos límites de empatía que mi padre se había autoimpuesto. Los pobres de Australia no le conmovían en absoluto, pero los de Sudáfrica le causaban un dolor realmente físico, le creaban un agujero sangrante en el pecho. También yo parecía haber compartimentado el mundo en dos categorías: aquellos que podía censurar y aquellos que no.” (mi traducción)

Cabe recalcar que la autora de la inmensa Blood Kin y de Only the Animals comparte con su personaje muchos datos biográficos. Nació en Sudáfrica en 1980 y se mudó a Australia cuando era muy joven. Estudió en los Estados Unidos (Harvard) y regresó (como Vita en la novela) a su tierra natal con el propósito de filmar un estudio antropológico sobre las relaciones laborales en las bodegas del país.

Un lugar para que Vita se pierda en sus sentimientos, caminando hacia ninguna parte. Vista de Ciudad del Cabo.

In the Garden of the Fugitives nos lleva a realizar un peculiar recorrido por el mundo: países, ciudades, yacimientos arqueológicos, plantaciones de viñedos en Sudáfrica y de olivares en Nueva Gales del Sur. Los lugares y sus nombres no son más que el pretexto para delinear las historias de los personajes y las intricadas relaciones de las personas con esos lugares y los hechos del pasado que los unen a ellos al tiempo que los persiguen en sus conciencias. Es por eso por lo que, en su regreso a Sudáfrica, Vita concentra su cámara en aspectos materiales, no humanos: el proceso de la producción vinícola; y lo hace sin superponer sentimiento alguno en ese estudio. Es la tierra a la que pertenece, pero ya no la siente suya. La rehúsa.

Por su parte, Royce rememora el deseo por Kitty, su obsesión por ella y la creciente manipulación que ejerció sobre ella mediante el dinero y su influencia. En el intercambio epistolar entre ambos se va formando la imagen de un hombre caprichoso, posesivo y calculador, que se escondía tras una fachada de benefactor de prometedores y brillantes estudiantes. El pasado surge en nuestra conciencia igual que las formas de los muertos en el jardín de las ruinas de Pompeya aparecen durante las excavaciones.

Esta es una brillante novela construida en un formato que es dificil ejecutar sin faltas. Aunque los relatos confesionales de Vita sobre su terapia en Ciudad del Cabo, y la obsesión en la que cae por Magdalene, la psicoterapeuta, le quitan algo de ritmo al total, en conjunto el resultado es óptimo.

31 dic 2020

Reseña: The Town, de Shaun Prescott

 
Shaun Prescott, The Town (Australia: Brow Books, 2017). 238 páginas.

Canowindra, Molong, Cudal, Yeoval, Manildra, Forbes, Wellington, Cowra, Boorowa… son nombres en un mapa, el del interior de Nueva Gales del Sur. Pequeñas ciudades con un pasado colonial y un futuro incierto. Hace más de veinte años, en lo que fueron mis primeras semanas como nuevo residente en Australia, tuve la oportunidad de asistir a una fiesta de cumpleaños en una de ellas. Muchos años después viví por espacio de seis años en otra, Yass, mucho más cercana a la capital de Australia. Me siento por lo tanto cualificado para opinar sobre un entorno semiurbano que conozco bien.

La premisa inicial de The Town, el debut editorial de Prescott, es simple: un joven escritor llega a una de estas pequeñas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur. Su cometido es escribir un libro sobre estos municipios que, en sus propias palabras, están desapareciendo. Encuentra una casa compartida donde dormir y cocinar, un empleo en uno de los supermercados locales reponiendo productos en las estanterías y empieza a conocer a la gente local.

Picado por la curiosidad, y con el objetivo de acumular información sobre el lugar, investiga su pasado. Nadie parece saber nada sobre los orígenes de la ciudad; nadie tiene interés en rescatar la historia de la pequeña ciudad; nadie demuestra una actitud proactiva por la cultura, las artes, la música en la pequeña ciudad. ¿Será por eso por lo que están desapareciendo esas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur?

La estación ferroviaria de Canowindra, por donde no pasa ningún tren desde hace muchos años. Fotografía de Yeti Hunter.
Gracias a sus recorridos, paseos y charlas conocemos a algunas de las personas que viven en la ciudad. Y todos son especímenes del fracaso, perdedores de una u otra guisa. Tom, el chófer del único autobús que recorre la ciudad en una ruta circular y al que nunca sube ningún pasajero, cuenta sus experiencias como líder de un ya desaparecido grupo musical de la ciudad. Rick, que se pasa las horas en los pasillos del supermercado, pasó años recorriendo las calles con su C.V. en busca de un empleo que nunca consiguió. Jenny, la dueña de uno de los pubs de la ciudad, en el que casi nunca hay clientes. Y Steve Sanders, el típico matón local, de quien pronto se rumorea que va a darle una paliza al joven escritor, sin que se sepa la razón.

¿Qué hace la gente en la ciudad, aparte de emborracharse los fines de semana? Según el joven escritor, diríase que nada. Una vez al año, hay un evento en el que el alcalde da un discurso, y tan pronto lo concluye, una multitud ebria y drogada lo celebran con una gran pelea y la destrucción de instalaciones y propiedades municipales.

La calle principal de Molong, NSW. Un lugar en el mapa, un punto que se cruza camino a otro punto en el mapa. Fotografía de Mattinbgn.
La ciudad cuenta con una estación de ferrocarril, pero no para ya ningún tren. Las carreteras que la enlazan a otras partes parecen no ir a ninguna parte. Hay una emisora de radio comunitaria que nadie escucha. Las afueras de la ciudad son planicies sin horizonte, en las que un brillo nebuloso y funesto esconde lo que parece ser una nada más allá de las suaves colinas en la distancia.

Por si no te ha quedado claro ya, te aviso que no es una caracterización realista de la vida en esas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur. Prescott tiene otras metas. Si la trama parece a un tiempo realista y absurda, es un recurso deliberado.

Y de pronto, un día, emergen unos agujeros con aspecto de espejo translúcido. La ciudad está de hecho despareciendo físicamente. Calles, parques, esquinas, edificios. ¿El fin del mundo o simplemente un fenómeno paranormal? Algo no anda bien en la ciudad. Una tarde el narrador se ve envuelto en un altercado con Steve Sanders, del que curiosamente hay de repente cuatro ejemplares, todos ellos racistas, agresivos, violentos.

Es entonces cuando el narrador y Ciara, la joven DJ que ha estado acompañándole durante semanas en sus pesquisas, deciden que ha llegado el momento de salir de la ciudad. Cargan varias bolsas de cintas de casete con la música experimental que Ciara ha grabado durante años, roban el coche de sus padres y ponen rumbo a la gran ciudad.

Cada uno de los lectores hará su propia interpretación de esta novela. Yo la veo como una alegoría de algo más profundamente cultural, algo relacionado con la esencia de la identidad (o la falta de una identidad clara) australiana. Cito este párrafo, traducido: “Leí artículos de noticias sobre hombres y mujeres que se enzarzaron en reyertas sobre lo que significa ser una ciudad o una nación: rompiéndoles botellas en los cráneos a los demás, arrancándoles prendas de ropa de la cabeza a mujeres de un tirón en los paseos y avenidas que bordean las impolutas orillas del mar. Dicen que no son ellos realmente, pero que sí lo son, pero también que no, y que quién sabe. Parecen sufrir los mismos síntomas que sufría la gente en las ciudades desaparecidas. Su idea de quiénes son pertenece al pasado, y solamente se puede leer en libros o encontrarse en forma de resumen en ciertas canciones o películas. Yo, solo y todavía realizando mis pesquisas, no puedo condenarlos porque crean que son buena gente. Pero igualmente no puedo entender cómo llegaron a esas ideas y síntesis suyas, ni por qué parece que les hagan faltan esas ideas en particular y no otras. Me dio la impresión, como persona que estaba en la ciudad por ningún motivo, que mi búsqueda de algo en particular era una actividad fútil. Solamente veía a gente que estaba allí, que existía. A la gente de la ciudad, y a la del campo, las une solamente el hecho de que están ahí, conectadas por la tierra que dicen poseer.” (pp. 226-7, mi traducción)

La historia está contada con un avispado sentido del humor, aunque a ratos resulte un poco monótona. El concepto que Prescott buscaba desarrollar se entiende, siempre y cuando el lector esté familiarizado con las pequeñas ciudades del centro-oeste de Nueva Gales del Sur. De hecho, hay incluso quien se ha molestado en elaborar una suerte de guía explicativa de las marcas y tiendas que figuran en la novela para quienes no conocen Australia.

El salón de la Country Women's Association en Boorowa, pequeño municipio en el que desde hace algunos años se celebra lo que los locales denominan "The Running of the Sheep", la versión local de los encierros pamplonicas. Fotografía de Mattinbgn.
Es innegable que estas ciudades han ido padeciendo una uniformización imparable: visitas una, y las has visitado todas, podría asegurarse sin exagerar un ápice. Todo lo que tiene de ingenio e ironía la novela se fractura, sin embargo, en ese sentido entre apocalíptico y distópico que el narrador vierte en sus apreciaciones de la sociedad y la cultura del centro-oeste de Nueva Gales del Sur, y que después se repite en la anonimidad, la pugna insolidaria y la constante porfía por sobrevivir o mejorar que se experimenta en una gran ciudad (Sydney).

Queda por ver si la próxima obra que produzca Prescott captará la atención del mundo editorial en todo el mundo como lo hizo esta. Resulta extraño que The Town se publicara en tantos países casi inmediatamente después de su publicación en Australia, donde pasó en cierta medida desapercibido. El libro es, en gran medida, un pequeño homenaje a Gerald Murnane, cuyo estilo imita, en mi opinión, sin disimulo alguno.

The Town la publicó en 2020 en castellano Random House con el título Un lugar en el mapa, en traducción a cargo de Aurora Echevarría Pérez.

16 nov 2020

Reseña: Out of the Line of Fire, de Mark Henshaw

Mark Henshaw, Out of the Line of Fire (Melbourne: Text, 287 páginas).

El autor de The Snow Kimono (reseñada aquí hace ya tres años, después de que ganase un premio que hizo las delicias financieras del autor, residente como yo en esa “aburrida” ciudad “sin alma”, Canberra) solamente había publicado una novela anteriormente, en 1988: Out of the Line of Fire. En su momento, esta primera obra también estuvo en la lista de finalistas del premio literario más prestigioso de Australia, el Miles Franklin.

La novela se inicia con una curiosa reflexión sobre la traducción al inglés de la novela de Italo Calvino Se una notte d’inverno un viaggiatore, planteando que hay en la edición de 1982 en Picador una diferencia entre el texto de la portada y el texto de la primera página: la diferencia ortográfica entre ‘traveler’ y ‘traveller’. Todo apunta a que a Henshaw le gustan los juegos metaliterarios, y que se trata de una novela que podríamos calificar de enfocada o encerrada en sí misma.

La trama es, sobre el papel, sencilla. El narrador es un australiano que está estudiando en Alemania, concretamente en Heidelberg, la capital del Palatinado; es allí donde conoce a Wolfi Schönberg, un doctorando austriaco nacido en Klagenfurt, cuya tesis doctoral versa sobre la percepción metonímica de la realidad. Entre ambos comienza a formarse una buena amistad, y Wolfi la profundiza a través de los relatos de su infancia.

¿Realmente existió un Wolfi Schönberg? Estación de Klagenfurt. Fotografía de Simon Legner.

De pronto, un buen día, mientras el australiano está en un viaje de estudios en Roma, Wolfi desaparece de Heidelberg sin dejar señas. La casera dice que se ha ido a Berlin. Al cabo de un año, le llega a Australia un paquete de Wolfi, en el que encuentra “manojos de papeles, recortes de periódico, cartas, postales y sabe Dios qué otras cosas”, y una nota que le deja más enojado todavía: «Vielleicht kannst Du etwas damit anfangen.» (Quizás sepas hacer algo con esto.)

Comienza ahí la segunda parte de la novela, construida por Wolfi. Nos cuenta su crianza en el seno de una familia dominada por la figura del padre, un estricto y desafecto profesor de filosofía. La historia comprende el relato de unas vacaciones en Dubrovnik. En su adolescencia, Wolfi está absolutamente obsesionado con su hermana Elena, pero con el paso del tiempo parece sobreponerse a esa obsesión. Luego está el episodio en el que pierde la virginidad con una muy atractiva prostituta llamada Andrea. La cita la hace su abuela (una mujer con un extraordinario carisma, según confiesa Wolfi), pero el joven inexperto se confunde de piso y entra en unas oficinas a la hora convenida:

‘Ya fuera en el pasillo me obligué a caminar con normalidad, refrenando el apremio de echar a correr, de huir lo más rápido posible por lo que ahora semejaba ser un túnel interminable que se me venía encima. ¿Cómo podía haberme puesto en tan gran ridículo? «Rudlinger y socios son consultores de diseño interior…» Mensch! Los sucesos de los últimos pocos minutos me rebotaban en la cabeza, mientras a mi alrededor resonaba un eco de risas reprimidas. Los imaginé contando mi historia en los años venideros: durante la sobremesa de cenas privadas en sus casas. Apenas podría terminar la frase a causa de las risas. Retorciéndose en la silla, secándose las lágrimas que le caerían por las mejillas.

«Pero ¿quién… quién… quién ha concertado la cita, Señor Schönberg? “Mi abuela”, va y dice. ¿Os lo podéis imaginar? Y se quedó allí de pie, como un buen colegial, sujetando la gorra entre las manos… y va suelta: “¡Mi abuela!»’ (p. 132-3, mi traducción)

Finalmente, Wolfi narra sus experiencias en Berlín, donde conoce a un actor especializado en robar en supermercados e implicado en varios negocios turbios. Tanto va el cántaro del delito a la fuente que a Wolfi lo arrestan tras un intento de extorsión a clientes de jóvenes chaperos y prostitutos en una estación de metro de Berlín. Del encuentro con su padre saltan chispas. Y es ahí donde termina la segunda parte, el relato autobiográfico de Wolfi.

Pero, ¿cuánto de lo que Wolfi nos ha contado es cierto? ¿Hay algo en esa historia que sea verdadero? El narrador australiano regresa a Alemania en un intento desesperado de saber cuál es la verdad. ¿Qué es la verdad? ¿Qué es ficción? ¿Hasta qué punto se puede confiar en lo que Wolfi (nos) ha contado?

Out of the Line of Fire es una novela completamente alejada de las corrientes dominantes en la narrativa australiana de su época, por no hablar de la segunda década del siglo XXI. El libro está repleto de referencias metaliterarias y de disquisiciones sobre la traducción y las trampas que conlleva. Wolfi inserta extractos de la correspondencia entre Wittgenstein y Heidegger (como elemento fundamental de la investigación sobre su tesis, se presume).

Cuando vuelvo de la cocina, Wolfi está junto a la estantería. Ha cogido uno de los libros y lo está hojeando. Es Ich bin ein Bewohner des Elfenbeiturms [Soy un residente de la torre de marfil]. «Peter Handke,» dice. «¿Te gusta Peter Handke? Yo mismo escribí esto hace unos años.» (p. 18, mi traducción) Fotografía de  Wild + Team Agentur - UNI Salzburg.

A pesar de lo que a algunos les parecerá superfluo (en tanto que aparentes digresiones o desviaciones de la sustancia de la trama), la novela se sostiene en todo momento, y los capítulos finales tejen, destejen y vuelven a tejer un extraordinario misterio. Henshaw remarca que lo que distingue la ficción de lo que, a pesar de todo, seguimos insistiendo en llamar realidad, no es evidente ni válida. Para una novela que va camino de los 30 años, no ha envejecido ni una pizca.

25 sept 2020

Reseña: From Here On, Monsters, de Elizabeth Bryer

Elizabeth Bryer, From Here On, Monsters (Sydney: Pan MacMillan Australia, 2019). 274 páginas.
Pongamos por caso que un día las autoridades (sean las que sean) decretan la supresión de ciertos vocablos del léxico con el que nos hasta ese momento nos hemos desenvuelto con aparente normalidad de forma cotidiana. ¿Qué nos ocurriría a los hablantes de esa lengua? ¿Y si los términos que terminasen eliminados fueran una lista elaborada deliberadamente con oscuros fines políticos?

Según me explicaba hace poco más de un año un amigo que solía trabajar para el Ministerio de Inmigración australiano, algo inquietantemente parecido a lo anterior ocurrió en este país en años no tan lejanos en el tiempo. Desde los más altos rangos ministeriales se dio la orden de dejar de usar ciertas palabras en los comunicados oficiales entregados a los medios. Si se suprime la palabra, desaparece el problema, ¿no? De alguna manera, se asemeja a la estrategia que adoptan muchos conductores en Canberra cuando dos carriles confluyen en uno: «si no te miro, no existes», esa es la señal que transmiten.

La novela se inicia en una librería regentada por la narradora protagonista, Cameron. Está releyendo El proceso de Kafka, y entra una mujer que viene a ofrecerle un trabajo. Cameron realiza tasaciones de bibliotecas personales (libros antiguos, rarezas, etc.) además de vender libros. La mujer es Maddison Worthington, una famosísima artista, y el trabajo consiste en tasar una biblioteca. Al día siguiente acude a la dirección indicada, y se encuentra con que la biblioteca es en realidad un cuadro, una enorme imagen de libros pintados. Otra persona se habría marchado airada de allí al instante, pero ella decide seguir el juego y finge tasar y valorar la imitación de una realidad.

La trama, no obstante, se complica bastante más. Poco después llega a sus manos un extraño códice escrito en antiguo castellano, y que parece detallar algo muy significativo (y que revolucionaría la historia oficial) acerca de Australia antes de 1788. Justo entonces se encuentra en el edificio que alberga la librería a un joven sin techo, Jhon, y decide echarle un cable a cambio de que le traduzca el códice. A partir de ahí los sucesos extraños e inexplicables se suceden.

Maddison le ofrece un atractivo e irresistible (por lo bien pagado trabajo) a Cameron. Su cometido es la generación y la sustitución de palabras para un gran proyecto de dimensiones y fines vagos e indefinidos. Al mismo tiempo descubre que Jhon tiene compañía: en el piso superior del edificio hay toda una multitud de personas exiliadas, emigradas, indocumentadas. Y desde más arriba, desde la azotea, se oyen durante la noche terribles sonidos de una criatura monstruosa.

Estructurada engañosamente como una novela detectivesca, From Here On, Monsters tiene mucho más que misterio. Y eso que de misterios la narración va sobrada: ¿por qué surge en le edificio de enfrente una habitación que se convierte poco a poco en una réplica exacta de la librería? ¿Por qué los compañeros de trabajo de Cameron desconfían de Maddison, hasta el punto de abandonar el proyecto? ¿Y qué demonios está pasando con el manual de estilo de los medios de comunicación y revistas, que parece adoptar la autocensura como regla de oro a seguir?

A pesar de los elementos un tanto surrealistas que salpican la trama de la novela, el hecho es que en esencia, esta es una novela plenamente literaria y política. Bryer busca hacernos ver que no hay nada más político que el lenguaje, y que por ende las políticas lingüísticas son las que las autoridades pueden emplear para cosificarnos o borrarnos, si se les antoja. Para muestra, un botón: hace ya años el acrónimo SIEV (Suspect Illegal Entry Vessel) empezó a reemplazar en el vocabulario oficial a las embarcaciones que transportaban a los solicitantes de asilo que llegaban a Australia por mar. Ni asilo, ni solicitantes, ni nada. Si se elimina la palabra, se elimina el problema.

Jhon prepara el texto de la traducción imitando su distribución en el códice.
Jhon prepara el texto de la traducción imitando su distribución en el códice.

Este es un libro valiente, inteligente, una novela compleja y fascinante; un gran debut, en definitiva. La única pega que se le puede poner es el hecho de que Jhon, quien declara tener un conocimiento rudimentario de la lengua inglesa, resulta ser un más que competente traductor. Quizás sea un truco.

La novela, si se tradujese algún día al castellano, supondría un enorme reto para el traductor, pues el texto del códice, lógicamente, habría que traducirlo al original, el castellano antiguo, para garantizarle al texto cierta verosimilitud y credibilidad. He ahí un reto que probablemente la autora no había contemplado en su creación. ¿O sí? Como indica el mismo título, nos adentramos en territorio desconocido y azaroso.

13 ago 2020

Reseña: The Permanent Resident, de Roanna Gonsalves

Roanna Gonsalves, The Permanent Resident (Crawley: UWA Publishing, 2016). 285 páginas.
Con la clausura de fronteras y las fuertes restricciones al movimiento de personas que la pandemia ha traído, el programa migratorio que contribuye al sostén de la economía australiana ha cesado en 2020. Los migrantes que estaban aquí antes del cierre de fronteras están tratando por todos los medios de conseguir el estatus de residente permanente, el título de este libro de narraciones breves de Gonsalves, escritora natural de Goa (India).

El libro consta de dieciséis relatos en los que se contemplan y refieren las vicisitudes, las ambiciones soñadas y no logradas, las esperanzas quebradas y la pérdida de identidad, pero también los pequeños triunfos (que siempre son menos). Casi todos tienen como protagonista a una mujer india católica. Los relatos narran las dificultades a las que se enfrentan a su llegada a Australia. Quieren dejar atrás aspectos deleznables de su cultura de origen (el intolerable sexismo tan perfectamente detallado en ‘Up sky down sky middle water’, por ejemplo).

Las circunstancias pueden ser diferentes en algunos casos. En ‘Curry Muncher 2.0’, una joven india es testigo de la agresión racista que sufre su compañero de trabajo en un restaurante. Tras una odisea nocturna por los barrios de Sydney, el joven decide no presentar denuncia porque está esperando conseguir la residencia permanente.

En ‘CIA (Australia)’ una anestesista de origen indio presiona a la recepcionista del hospital para que calle sobre un error en el quirófano que desemboca en tragedia. Otro relato, titulado ‘The Dignity of Labour’, nos cuenta cómo el matrimonio de Deepak y Nina se viene abajo tras haber emigrado a Australia. Mientras el marido se ve obligado a realizar trabajos por debajo de la categoría a la que estaba acostumbrado en India, Nina estudia un posgrado. La fricción degenera en un terrible caso de violencia doméstica, que dejará a Nina con secuelas permanentes.

Uno de los mejores del volumen, en mi opinión, es ‘The Skit’. Una estudiante india de un MBA en una universidad australiana ha escrito un sketch y decide compartirlo con otros compatriotas en una reunión social. Tras leérselo, todos empiezan a hacerle sugerencias para que lo cambie, de manera que no hiera la susceptibilidad de los posibles lectores australianos. Gonsalves capta con sutilidad las voces, las inflexiones y manierismos lingüísticos de los comensales. Entre todos la convencen de que ha de cambiar el desenlace de su historia y hacerlo más del agrado de las autoridades para no poner en riesgo sus posibilidades de obtener la residencia permanente. La historia funciona muy bien como parábola de lo que hay que tragar para hacerse un hueco en la sociedad australiana.
¿Y qué contaba el sketch de Lynette? Pues esto:

“Era la primera vez que leía sus escritos en voz alta ante alguien, por no hablar de un grupo de personas. Al principio titubeó un poco, y al lengua se le enredó con las primeras frases del diálogo. Mas bien pronto interpretó el silencio reinante en la sala como interés, y se animó a seguir.

El relato era una amalgama de muchos otros relatos sacados de los periódicos de ese año. Una chica viene a Sydney con un visado de estudiante, asiste a una escuela privada donde aprende peluquería. Como a muchas otras antes que ella, su agente de migraciones, la escuela privada y el hombre que le estampó el visado en el pasaporte le han prometido la residencia permanente en Australia, la llamada RP. La matrícula cuesta mucho más de lo que publicitaba el folleto. Cuando ella se queja al encargado de asistencia social a los estudiantes, él se muestra muy comprensivo, la invita a su casa y después de un vaso de vino empieza a besarla. Al principio ella opone resistencia, como la buena mujer de las películas indias y las escuelas religiosas, pero él es muy mono, muy ardoroso y sabe qué hacer. Sucumbe a sus reclamos y a los que su propio cuerpo le hace. En medio de esa pasión, sin embargo, él le dice: «Llámame Mountbatten.» Luego, con los ojos cerrados, sin apenas aliento procede a llamarla guarra zorra apestosa a curry. Ella se queda pasmada. Se marcha de allí a toda prisa y decide presentar una denuncia por abuso sexual y racismo ante los juzgados locales. Él rebate las alegaciones y, utilizando los recientes escándalos de amaños de partidos de críquet entre la India y Australia, contraargumenta que ella estaba intentando comprarlo con sexo. La historia alcanzaba su desenlace en una dramática escena en la sala del tribunal: la chica es deportada y el funcionario sale impune.” (p. 42-43, mi traducción)

Aunque Gonsalves se esfuerza por mostrarnos los temores y las desagradables experiencias por las que pasan muchas inmigrantes indias en Australia, la principal pega que se le puede poner a este volumen de relatos es la excesiva uniformidad de sus tramas y temáticas. Son relatos insistentemente centrados en un grupo social específico: ciudadanas indias católicas en Australia. De las tramas no se transmite conocimiento alguno de otros grupos étnicos o sociales, ni siquiera de esa mayoría apática anglosajona que elige cada tres años a políticos y políticas que se adhieren a planteamientos abiertamente racistas. Es como si el resto de la sociedad fuera simplemente un paisaje de fondo para la exhibición de un grupo muy particular de emigrantes.

Cooks River, pintura de William Henry Broadhurst, de la colección de la Biblioteca Estatal de Nueva Gales del Sur.
Casi todos los relatos se ubican en Sydney, pero no muestran la poderosa riqueza multicultural que el país y su moderna sociedad ofrece. Quien solamente lea esta colección de relatos se va a crear una imagen muy distorsionada de la vida en las ciudades australianas en la primera mitad del siglo XXI. Sin duda al circunscribirse a los estratos sociales que la autora conoce bien la noción de autenticidad de lo que escribe está casi garantizada, pero ¿es suficiente para abrirse paso entre la comunidad literaria de una Australia multicultural? Lo dudo.

9 may 2020

Reseña: The Ash Burner, de Kári Gíslason

Kári Gíslason, The Ash Burner (St Lucia: University of Queensland Press, 2015). 226 páginas.

Hace unos ocho años escribí un corto relato en inglés que llevaba por título ‘By the Sea’. Al final de ese cuento, el protagonista, un viejo que se adentra en las aguas de una idílica playa del Pacífico, en una isla polinesia de cuyo nombre no me quiero acordar, hasta que alcanza el arrecife y se sumerge, dejándose atraer hacia el suelo marino por la voz de una sirenita que le recuerda a la voz de su hija, fallecida muchos años antes en ese mismo lugar.
Scotts Head, Nueva Gales del Sur. Fotografía de OZmobi.
Esta novela, la primera de Gíslason, comienza con un episodio bastante similar. Un adolescente llamado Ted (Theodore) se arroja al océano Pacífico desde las playas de Lion’s Head (nombre alternativo que escoge el autor para Scotts Head, una pequeña localidad de la costa norte de Nueva Gales del Sur) impulsado por la noción de que, de alguna manera, encontrará a su madre, que falleció mientras nadaba en las aguas del Mar Norte, cerca de Whitby, en Yorkshire.

Pintoresco e histórico: Whitby, North Yorkshire. Fotografía de AEK.
A Ted lo salva su padre, no sin antes sufrir terribles heridas al ser arrojado contra las rocas por el oleaje. Durante las semanas de convalecencia en el hospital, Ted conoce y traba amistad con otro joven, Anthony, y la novia de éste, Claire:
Anthony se había levantado a coger un vaso de agua. Le molestaba quedarse sentado largo rato, y estaba cruzando la habitación hasta la ventana. Claire parecía acostumbrada a su desasosiego, y por un instante clavó en mí su mirada. Yo me sonrojé. Entonces se levantó de la silla que normalmente ocupaba Anthony y se le unió junto a la ventana. A contraluz se le veía el arco de la espalda a través de la camisa blanca que llevaba puesta. Le puso el brazo alrededor de la cintura, por debajo de las heridas que había sufrido en la espalda, y observó lo que ocurría en la calle.
Era más baja que él. Estaban en el mismo curso en el instituto, pero ella tenía casi un año menos, catorce cuando nos conocimos de verdad aquel verano. El pelo, negro y abundante, sobresalía por encima del hombro de Anthony y acentuaba lo pálido que estaba; algo inusual en un pueblo costero, donde todos ignorábamos las advertencias respecto al sol. Claire se giró para mirarme, y entonces me di cuenta, mucho más que antes, que era extranjera. Fuera el que fuese el país que sus padres habían traído hasta aquí, se hacía notar en sus pómulos y en las líneas que los unían a los labios.
Me dio la impresión de que ella ya sabía algo sobre mí, y en su cabeza ya se habían forjado algunas preguntas. Se acercó hasta la cama donde yo descansaba; para interrogarme, aparentemente su manera de determinar mi carácter. Quería saber más cosas sobre mi accidente, y cómo fue que había terminado en la parte del cabo donde el oleaje es siempre más fuerte y fragoso.
«Yo nunca nado en esa parte de la playa,» me dijo. «No entiendo cómo te metiste ahí.»
Intenté presumir un poco. «Me cogió una corriente. Tuve suerte de poder volver, es verdad.»
«O suerte de que tu padre te pudiese rescatar,» me respondió. (p. 17-18, mi traducción)
Anthony tiene una fuerte personalidad que atrae inmediatamente a Ted, quien es un par de años más joven y está buscando su lugar en el mundo. Anthony es un joven con fuerte tendencia a expresar sus emociones por medios artísticos, le gusta leer y argumentar sus puntos de vista sobre la vida, el arte, el amor. Claire tiene también una vena artística, y Ted se siente atraído por ambos desde el primer día.

Ted y su padre emprenden largos paseos litorales que terminan en el estuario del río Nambucca. El puente sobre el río Nambucca que atraviesa la línea férrea que une Sydney con Brisbane. Fotografía de Advanstra
La novela cuenta cómo a lo largo de los años esa honda amistad entre los tres va transformándose en un excepcional triángulo amoroso. Cuando terminan los estudios de secundaria, Anthony y Claire se van a Sydney, decididos a expandir sus carreras artísticas y abrir sus horizontes personales. Ted los seguirá un año después, convencido por su padre de que tome la carrera legal. En Sydney la relación entre los tres continúa, con los altibajos normales que suelen darse entre amigos de juventud.

De los tres, Anthony es quien más se acerca a ese universo entre marginal y bohemio que Lou Reed inmortalizó en una canción, y sus devaneos con las drogas y los ambientes artísticos lo transforman y empujan al negativismo.


Gíslason elabora una prosa que tiende hacia lo poético, pero que es exquisitamente sobria y también sorprendentemente frugal en los recursos utilizados. Los personajes resultan mucho más humanizados porque sus carencias y debilidades quedan resaltados frente a los ideales que se insinúan de conceptos tan ensalzados por la sociedad como el amor o la amistad. Incluso los personajes secundarios, como el vecino de Ted y su padre, por ejemplo, parecen dotados de vida y personalidad en sucesos aparentemente intrascendentes.

El desenlace de esta Bildungsroman contiene una sorpresa mayúscula, un secreto muy bien guardado, que pone patas arriba la vida del narrador protagonista. The Ash Burner cuenta con sobrada brillantez el tortuoso, doloroso y a veces angustioso proceso de alcanzar la madurez. En ella el lector encuentra que en cualquier crónica vital puede haber alegrías, satisfacciones y amor; pero no debemos ignorar que son inevitables también las pérdidas, el trauma y la tragedia. Como en la vida misma. Una estupenda primera novela, muy recomendable.

26 abr 2020

Reseña: First Person, de Richard Flanagan

Richard Flanagan, First Person (North Sydney: Penguin Random House, 2017). 392 páginas.
Aproximadamente a la mitad de la última novela de Richard Flanagan, el narrador (un negro literario, como se dice en el ámbito profesional de los libros) dice del personaje para el que está elaborando su autobiografía:

«Sé que esto hace que parezca de una manera algo distorsionada, y secreta, un ser sexual. Pero no era eso, o eso era solamente un aspecto de algo mucho más grande, y que me aterrorizaba. Era algo más que su mirada insondable, sus ojos clavados siempre en otra cosa y en ti; ese por el que estar en su compañía era como estar encerrado en una habitación con un perro enloquecido, que esperase un instante de descuido tuyo para despedazarte. Era la necesidad que tenía de poseer, de una forma esencial, a todo aquel con quien se encontraba. A veces daba la impresión de ser un contagio más que un ser humano. Era como si – tal como Ray me había avisado – pudiese entrar en ti y una vez estaba dentro ya no pudieses deshacerte de él.

Era tan fuerte la repugnancia física que me producía que, cuando tenía que ir al váter, usaba el baño que había dos plantas más abajo con tal de evitar el que él frecuentaba.» (p. 199-200, mi traducción)

Quizás se trate de una mera coincidencia, pero la noción del contagio en estos tiempos que corren es rabiosamente actual (podría haber escrito «vírica», ¿pero no sería de mal gusto?). La premisa de First Person estriba precisamente en la relación entre el escritor por encargo, Kif Kehlmann, y el delincuente de quien ha de escribir la autobiografía, y está de hecho inspirada en la vida del propio Flanagan.

Johann Friedrich Hohenberger, alias John Friedrich, llegó a ser condecorado con la Medalla de la Orden de Australia. Fotografía procedente del Informe Anual de 1987-88 del National Safety Council of Australia. 
El ganador del Booker en 2014, natural de Tasmania como Kif, escribió por encargo un libro de memorias de un tal John Friedrich, un estafador alemán que fingió su propia muerte antes de emigrar a Australia, donde siguió timando y engañando a quien se le cruzaba en el camino. A Flanagan, que por entonces con apenas 30 años era un joven escritor desconocido, le encargaron el libro y le dieron seis semanas para terminarlo. Como en el caso de Heidl en First Person, Friedrich se suicidó antes de completarse el libro.

Buena parte de la parte central de la novela avanza a paso lento, es como un río en su curso medio que gira y gira en meandros no siempre fascinantes. Pienso que Flanagan podría haberse ahorrado algunos paralelismos con su propia vida, como el hecho de que su propia esposa (como Suzy, la de Kif Kehlmann) estaba embarazada de mellizos en la época en que aceptó el encargo de escribir las memorias de Friedrich. En lugar de amplificar el fundamento argumental y temático, representa una digresión.

Con todo, hay en la novela frecuentes observaciones en torno a la siempre enrevesada cuestión de deslindar la invención de los hechos del hecho de la invención. Confiesa Kif cuando más lejos se siente de poder ser capaz de terminar el libro:

«Todo lo concerniente al libro era una enorme y variada confusión: esquinas de páginas dobladas, páginas que faltaban. Ya nada parecía estar limpio ni claro. Por pura costumbre, aunque estaba abandonada y muerta, volví a la mesa del comedor en la que había estado trabajando algunas noches en las ajetreadas semanas recientes. Miré mis notas, retomé las páginas del manuscrito más reciente y, aunque no me sentía bien, comencé a recortar un poco aquí y agregar unas frases allá; escribía un par de oraciones y después varias series de párrafos. Me sobrevino una especie de estado de ánimo como de ensueño. Cuanto más inventaba a Heidl en la página, más se convertía la página en Heidl, y más se convertía Heidl en mí: y yo en la página, y el libro en mí y yo en Heidl. Por primera vez en mi vida sentía la terrorífica unión que siempre había anhelado como escritor, pero que nunca había conocido. Todo se haciendo más y más ambiguo: su vida, el libro, el sentido de quién era yo y qué estaba haciendo. Mi primera novela, ya me estaba dando cuenta, había pecado de autobiográfica, pero ahora temía que mi primera autobiografía se estaba convirtiendo en una novela. Todo de desdibujaba y después se disolvía, y cuando finalmente volvió a retomar una forma me encontraba conduciendo el Nissan Skyline ya durante la madrugada rumbo a Bendigo.» (p. 270, mi traducción)

Como en el hecho auténtico del suicidio de Friedrich, también Heidl se quita la vida. No es ningún spoiler, el dato aparece en las primeras páginas. Lo verdaderamente crucial en la novela es ese contagio al que he hecho referencia al principio de la reseña: si Kif considera a Heidl una especie de parásito (¿un germen? ¿un virus?) que conquista la identidad del escritor, la experiencia que debemos apuntar es que el escritor mismo deviene un monstruo, un ser sin sentido moral que se aprovechará de los demás y los exprimirá a su antojo. ¿Radica en eso la creación exitosa de personajes de ficción? No estoy tan seguro.

Enfrentado a una persona que juega a esconderse y ocultar, a mentir e inventar su personaje público, a poner un espejo ante quien le observa e interroga, Kif recrea el personaje tras su muerte, añadiendo pincelada tras pincelada: la construcción de una base de lanzamiento de cohetes de la NASA; el magistral engaño a los bancos que financian proyectos inexistentes sobre la base de vistosos señuelos de armamento y maquinaria; la evidencia ficticia de haber colaborado con la CIA en turbios asuntos en Asia, y siempre la sospecha de que Heidl asesinó a uno de sus colaboradores a sangre fría.

No, no es mi doble. ¡Es Richard Flanagan en enero de este año! Fotografía de Cartarescu1234.
Pero lo que First Person transmite sin duda alguna es una enérgica ira, un enorme enfado frente al sistema socio-económico del mundo en que hasta hace pocas semanas vivíamos: «un mundo donde algo había terminado y otra cosa, algo inimaginable, estaba comenzando, contra lo cual no teníamos fuerza alguna para actuar, pero que podíamos únicamente observar, esperando a despertar y gritar, sin saber nunca que de hecho estábamos siendo condenados a vivir una pesadilla que nunca terminaba, a habitar un mundo en el que ningún corazón sabía cómo tocarse con otro corazón.» (p. 366, mi traducción) Es ese el mensaje que Flanagan, quien con frecuencia escribe para The Guardian Australia, quiere que nos llevemos, y no cabe duda de que es muy pertinente. Quizás excesivamente pertinente.

22 feb 2020

Reseña: The Danger Game, de Kalinda Ashton

Kalinda Ashton, The Danger Game (Collingwood, VIC, Sleepers Publishing, 2009). 288 páginas.
La lengua inglesa cuenta con algunas expresiones que son no solamente precisas sino también encantadoras por su musicalidad. Una de ellas es “one-hit wonder”, referida a bandas (o también solistas) que alcanzan el triunfo comercial con un tema para luego desaparecer de la escena y no volver a cosechar ningún gran éxito. Pero no es el caso de The Danger Game, que no alcanzó cifras destacables de ventas cuando se publicó en 2009.

Uno de mis one-hit wonders favoritos. Aunque la cara de psicópata que hace el cantante en el videoclip hoy no se llevaría. Mamamy Sharona.

Lo que sí extraña es el hecho de que Kalinda Ashton no haya publicado ninguna otra novela desde entonces. Como primera novela, The Danger Game cuenta con varias virtudes y pocos aspectos que puedan desdeñarse o apuntarse como muy negativos. De hecho, el libro le valió a su autora premios tanto en Australia como en el Reino Unido. Cuenta con una buena estructura narrativa, aunque no sea perfecta. La primera mitad tiene un buen ritmo y engancha al lector con un cierto aire de novela de misterio.

El problema es que no hay misterio propiamente dicho, sino una confesión y la constatación de que el azar de la vida a veces se cobra víctimas inocentes. En ese sentido, The Danger Game no aporta un desenlace tras más de doscientas páginas en las que parecía vislumbrarse una insinuación de sorpresa decisiva. No, no la hay. A menos que romper con un amante, un hombre casado, e iniciar a continuación una relación sexual con una amiga de tu juventud pueda catalogarse como sorpresa argumental en una novela que indaga en un trágico suceso que rompe una familia para siempre.

La novela cuenta con tres voces narrativas diferentes: Alice es la hermana mayor y principal narradora de la historia. Louise y Jeremy son los hermanos gemelos. A ella no le va lo de los estudios; en cambio a Jeremy lo brutalizan compañeros de la escuela porque es un chico callado, tímido y estudioso. Pero es siempre el punto de vista de Alice el que impera.

Todo se viene abajo para esa familia la noche en la que Jeremy muere en un incendio, a la edad de 10 años. Un padre sin trabajo y alcoholizado; una madre que, asustada por la violencia y harta de pasar estrecheces, ya tenía decidido irse de casa; y tres jovencitos que tratan de sobreponerse a las dificultades diarias con peligrosos juegos en los que se retan unos a otros. En fin, una familia disfuncional que, tras la muerte de Jeremy, se hace añicos.

Muchos años después, Alice es profesora en una escuela pública de Melbourne. Ha logrado salir adelante en la vida. Louise, en cambio, está en Sydney intentando dejar la heroína por enésima vez. El padre malvive en un bloque de apartamentos de vivienda pública, y la madre sigue desaparecida e ilocalizable.

Es Louise quien insiste en reconstruir lo sucedido la noche de la muerte de su hermano gemelo. Alice, en cambio, está inmersa en las pequeñas batallas que los educadores siempre libran contra las burocracias o la intransigencia de las autoridades. En cierta modo, Kalinda Ashton nos hace ver a través de la historia de Alice y Louise que la desintegración de esa familia tantos años antes tiene mucho que ver con los terribles efectos negativos que la pobreza endémica, la marginación y la dejadez oficial tienen sobre grupos escolares desfavorecidos. No es noticia, pero no por ello debe dejarse de denunciar.

¿Encontrarán Alice y Louise a su madre? ¿Podrán cerrar ese capítulo tan duro y triste de sus vidas y mirar al futuro con optimismo? ¿Habrá un final feliz? Independientemente del desenlace, sabemos todos que, en nuestra aturdida y abstraída sociedad en ya la segunda década del siglo XXI, los problemas se acumulan uno encima de otro.

¿Volverá a publicar novelas la autora? Espero que así sea. Pese a las imperfecciones de este debut, Ashton demuestra tener dotes para la creación literaria. La ocasional sobreabundancia de imágenes y metáforas le priva a la narración de cierto punch. Incluso podría aventurarse que un cambio de punto de vista narrativo, dándole a Louise la misma oportunidad de explayarse que tiene Alice, hubiera enriquecido el libro.

Como denuncia del sistema que consagra el privilegio y socava los cimientos del estado del bienestar, The Danger Game no consigue profundizar en el tema, aunque sí deja huellas. Un buen debut de otra autora australiana que parece haberse desvanecido tras su primer libro.

22 ene 2020

Reseña: The Natural Way of Things, de Charlotte Wood

Charlotte Wood, The Natural Way of Things (Sydney: Allen & Unwin, 2015). 316 páginas.
El inicio de esta novela de la australiana Charlotte Wood no puede ser más inquietante e intrigante. Dos mujeres jóvenes, Yolanda y Verla, despiertan en un lugar extraño después de un sueño inducido mediante drogas. Han sido secuestradas, y el carcelero les pregunta quién de las dos quiere ser la primera. Cuando una de ellas exige saber dónde se encuentra, el carcelero le dice que no es el lugar lo que importa, sino saber en qué va a convertirse.

A las dos las esquilan como si fuesen ovejas. De hecho, el lugar se revela como una vieja granja abandonada en alguna remotísima parte del outback australiano. Poco después descubren que hay otras ocho chicas. La granja es de una extensión enorme y está rodeada por una cerca electrificada con alta tensión; no hay comunicaciones de ningún tipo y no parece que haya vecino alguno alrededor. Además de esas trece personas, solamente hay canguros y conejos, cacatúas, kookaburras y serpientes.
Los carceleros son tres. Boncer es un tipo cruel, violento, lascivo y obviamente desequilibrado. El contrapunto a Boncer es Teddy, mochilero desempleado con ganas de aventura. Y Nancy, la falsa enfermera que se ha apuntado a esta empresa para ganar dinero y cambiar de aires.

La brutalidad, la violencia y los insultos se convierten en la norma desde el primer día. ¿Por qué las han secuestrado y encarcelado en este lugar tan inhóspito? ¿Por qué las han rapado y les han dado unas ropas ridículas? ¿Por qué las encadenan y las obligan a realizar trabajos forzados y a dormir en lo que son unas sucias perreras?

Pronto las diez prisioneras atan cabos y caen en la cuenta de que hay algo que las une: todas han estado involucradas en algún escándalo sexual. Descartada la opción de que se trate de un reality, lo poco que los carceleros revelan apunta a una corporación llamada Hardings International, cuyo lema reza ‘Dignidad y Respeto en un Entorno de Protección y Seguridad’.

Con el paso de las semanas y luego los meses la anunciada visita de Hardings sigue posponiéndose, la comida comienza a agotarse y las interacciones entre prisioneras y carceleros acentúan las tensiones. De pronto, un día el suministro eléctrico se corta. Los carceleros son por tanto también víctimas de la corporación.

Desde el comienzo de la novela Wood escoge adoptar dos puntos de vista: Yolanda y Verla son mujeres muy distintas, pero la situación de brutalidad, violencia e injusticia las une. Yolanda encuentra unas trampas y se convierte en cazadora de conejos, y gracias a los roedores que atrapa ella el grupo humano sobrevive en su cárcel. Verla, por su parte, pasa tiempo recogiendo setas, poniendo a prueba su toxicidad y con un plan en la cabeza.
El método favorito de Yolanda para conseguir comida. Y conejos, en Australia, hay demasiados. Fotografía de fir0002flagstaffotos.
The Natural Way of Things pone de relieve la fuerte misoginia latente en la sociedad australiana. El lector ha de concentrarse desde un principio en la historia, los simbolismos y detalles que importan. Que la historia resulte plausible o no en nuestra época es lo de menos. Por algo se denomina ficción. La cautividad, la brutalidad, la deshumanización de las diez mujeres son las ideas en las que Wood pone el acento. Los cambios jerárquicos que tienen lugar cuando se hace evidente que Hardings ha abandonado a todos en ese lugar desolado le permiten a la narración una progresión, un desarrollo lógico y verosímil.

¿Alimento o veneno? Verla sabe lo que busca, y qué hacer con ello. Fotografía de H. Krisp.
Por supuesto que no no voy a desvelar el desenlace, pero sí quiero mencionar que no todos llegan a salir del espantoso recinto en el que han quedado encerrados, tanto los carceleros como las jóvenes prisioneras. Como no podía ser de otro modo, por cierto.

Pienso que The Natural Way of Things será llevada al cine o la televisión en un futuro no muy lejano. La narración parece en buena medida estructurada con ese objetivo último. Que sea en forma de largometraje o de serie está por ver, pero valdrá la pena, sin duda alguna.

27 dic 2019

Reseña: Australia Day, de Melanie Cheng

Melanie Cheng, Australia Day (Melbourne: Text, 2018). 252 páginas.
La fecha del 26 de enero es la que más divisiones provoca en la sociedad australiana. En el ámbito gubernamental es el día nacional porque celebra la llegada de la Primera Flota de soldados y convictos al mando de Phillip en 1788. Para los verdaderamente nativos de estas tierras es un día que conmemora la invasión y ha sido denominado Día del Duelo, reconociendo las masacres recurrentes que sufrieron los habitantes de los Primeros Pueblos de esta isla-continente.

Que Cheng haya elegido ese día para dar título a esta colección de cuentos es significativo. Aparte del hecho de que ‘Australia Day’ sea el primer relato, la fecha remite a una concepción muy particular de lo que es Australia, incluso ahora, casi en la segunda década del siglo XXI, cuando cabría suponer una visión más moderna, postcolonial del país. Sin embargo, la renuencia al cambio es uno de los aspectos que, tras mis casi veinticuatro años aquí, sigue siendo de los más intrigantes de la sociedad australiana.

En su debut literario Cheng nos regala una muy buena compilación de experiencias que abarcan tanto el punto de vista del emigrante como el del “underdog”, el que lleva siempre las de perder en el juego de la vida. Son en su mayoría relatos bien estructurados, con personajes sutilmente delineados sobre la base de unos pocos trazos. Todos los cuentos en Australia Day se sustentan en la noción del realismo: incluso en los diálogos uno puede reconocer a personas con quienes quizás podrías haber cruzado alguna palabra en alguna circunstancia profesional, quizás.

Quizás donde más claramente se percibe ese realismo es en su tratamiento del racismo ‘accidental’ que tanto aflora en la vida diaria en Australia. En ‘Australia Day’, Stanley Chu, nacido en Hong Kong, acompaña a su amiga Jessica Cook a la granja de la familia, en el interior de Australia, donde la transformación social lleva décadas demorando su llegada. 

Es el 25 de enero, y Stanley será el blanco de los dardos de tipo racial, unos sutiles, otros más palpables, que le caerán durante la cena con los padres de Jessica y al día siguiente, durante la barbacoa a la que acuden todos los amigos (blancos anglosajones) de la infancia y adolescencia de Jessica. Es un tipo de brusquedad que personalmente he escuchado unas cuantas veces, expresado en frases en las que se mezclan un tono agresivo y palabras de doble sentido. Una provocación latente cuya única razón de ser es el racismo, azuzado por una fuerte inseguridad económica e identitaria.

La M31, Hume Highway, en la entrada a Melbourne. Un auténtico tostón de carretera. Fotografía de malinhett.
Al día siguiente, Stanley y Jessica regresan a Melbourne, a sus trabajos en hospitales y rutinas urbanas. Las palabras del día anterior son la causa de que ninguno de los dos hable durante el viaje: “Cuando regresan a Melbourne al día siguiente, Stanley insiste en que quiere conducir él. Se siente bien cogiendo el volante entre sus manos y conduciendo el coche por el camino de grava. Ya no le duele la cabeza, pero la luz del sol es insoportable. Jessica le presta sus gafas de sol. A mitad de camino paran a llenar el depósito y se compran una Big Mac Meal en el McDonald’s. Jess le va dando patatas fritas a Stanley mientras avanzan a toda velocidad por la autovía en dirección a la gran ciudad. No hablan. Solamente miran la banda negra del asfalto y el cielo azul despejado a través del parabrisas, y de vez en cuando las señales de precaución en un rutilante amarillo.” (p. 20, mi traducción)

Esa brecha que comienza a abrirse en el camino de regreso es la misma que dos jóvenes madres, una de origen árabe y otra blanca, decidirán que es mejor mantener después de pasar unos minutos juntas en ‘Toytown’ mientras sus niñas juegan juntas.

‘Fracture’ es otro de los relatos que indaga en las fracturas sociales de la Australia contemporánea. El protagonista es Deepak, doctor indio-australiano de segunda generación, que conduce un Porsche y mantiene una relación de conveniencia mutua con su jefa, Simone, en el hospital. Las cosas se tuercen cunado un hombre mayor, curiosamente de apellido Ferrari, acude al hospital por una fractura en la pierna, y el tratamiento no tiene el éxito esperado. A sus 60 años, sin opciones de recuperar su trabajo, Tony Ferrari necesita un culpable. ¿Quién mejor que el doctor indio? El título hace referencia a la fractura emocional, personal y profesional que sufre el doctor cuando las quejas de Ferrari llegan hasta las más altas instancias. Aunque cabe decir que ése no será el final del calvario de Deepak.

En ‘Muse’, el relato más largo del volumen, Cheng se zambulle en la vida de un viudo que querrá recuperar la energía vital a través del dibujo. Cuando le propone trabajar como modelo a una joven a la que ha conocido en un taller nocturno, la ilusión se resquebraja junto con su salud. Es un relato muy redondo, muy bien trabajado y concluido.

El cuento que cierra el libro se titula ‘A Good and Pleasant Thing’. La protagonista es la Sra. Chang, emigrada (como Stanley Chu, y como la propia Melanie Cheng) desde Hong Kong a Melbourne. La ocasión es el cumpleaños de su nieto, que, casualmente, es el 26 de enero. Pese a que ha comprado todos los ingredientes para hacer el arroz favorito de su nieto, sus hijas deciden que el almuerzo celebratorio será en un restaurante del centro, en el barrio chino, llamado Jardines Celestiales. La comida es para la viuda Chang una gran decepción: “La comida era mediocre. Los chicharrones de cerdo paraban correosos y difíciles de masticar, el brócoli estaba ya frío y el arroz se les había pasado. Cuando terminaron de comer, la Sra. Chan sacó un palillo de uno de los diminutos jarroncitos que había sobre la bandeja giratoria y tapándose la boca trató de quitarse un trocito de brócoli que se le había quedado entre los dientes. ’ (p. 237, mi traducción) En este relato, la generación mayor de los emigrantes reniega del país de acogida porque no puede producir comidas de la calidad a la que estaba acostumbrada en Hong Kong.

Chinatown, Melbourne. No es Hong Kong, y nunca lo será. Fotografía de brightsea.
Esta es un buena e incisiva colección de relatos sobre la vida contemporánea en Australia, en los que además de la migración y lo foráneo de la existencia de muchos emigrantes en el país, Cheng trata temas como el duelo, la indiferencia hacia los más vulnerables y la familia como estructura social amenazada por cambios imparables. Un excelente debut.

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