30 nov 2015

Reseña: Submission, de Michel Houellebecq

Michel Houellebecq, Submission (Nueva York: Farrar, Strauss & Giroux, 2015). 246 páginas. Traducido del francés por Lorin Stein.

Las calles de varias ciudades australianas han visto en los últimos meses manifestaciones de grupos nativistas radicales como Reclaim Australia cuya principal consigna es su oposición al islam y a los inmigrantes. Por fortuna, en general, los australianos no prestamos demasiada atención a estos loonies y seguimos con nuestras vidas en una sociedad que es multicultural y, sobre todo, mayoritariamente pacífica.

Se ha hablado mucho en la prensa de esta novela de Houellebecq, cuya publicación coincidió con la matanza en la redacción de Charlie Hebdo. Es muy posible que el novelista francés disfrute de la atención que suscita con sus declaraciones, que suelen estar impregnadas de un tinte reaccionario, cuando no abiertamente xenófobo. El caso es que Submission sorprende, pero no porque sea un alegato en contra de una de las tres principales religiones monoteístas de Occidente – que no lo es – sino por la falta de claridad de los planteamientos ideológicos que la sustentan y, especialmente, porque si buscaba ser una sátira distópica, no lo consigue en ningún momento.

Por lo que a mí respecta, prefiero siempre un vaso bien lleno que un micrófono. Fotografía de ActuaLitté
El narrador protagonista, François, es un solitario académico alcohólico que se encuentra, valga el cliché, en la flor de la vida a sus 44 años. Su especialidad es un escritor del siglo XIX, Joris-Karl Huysmans, de quien confieso nunca haber oído nada antes de leer este libro. La existencia de François podría muy bien ser la de cualquier solterón de gran ciudad europea: comidas precocinadas o de servicio a domicilio, mucho alcohol, demasiado tabaco y poco sexo. En la Francia de la segunda década del siglo en que nos encontramos (es decir, en poco más de un lustro) se produce una más que improbable situación en la que un partido islamista, llamado los Hermanos Musulmanes, consigue que sea su candidato (el ficticio Ben Abbes) el que se enfrente al del Front National (la muy real Marine Le Pen).

En las calles hay enfrentamientos y escaramuzas constantes, pero a François eso no parece molestarle demasiado. No demasiado, hasta que los padres de la jovencita estudiante de ascendencia judía a la que se estaba beneficiando de vez en cuando, deciden que Francia es un lugar demasiado peligroso y emigran a Israel y se llevan a la encantadora Myriam con ellos.

Y entonces gana Ben Abbes. Y su victoria conlleva un inverosímil y a todas luces dramático reajuste social y cultural: se instaura la ley sharia, las universidades se islamizan y quien quiera continuar trabajando en ellas deberá convertirse, someterse. François renuncia a cambio de una aparentemente excelente pensión y se va de París en busca de algo que no sabe muy qué es: una guía espiritual, sea lo que sea eso.

Entretanto, increíblemente, resulta que Francia mejora: desciende el paro, disminuyen los enfrentamientos violentos y prácticamente desaparece el crimen. Ante la disyuntiva entre no ser nada o someterse a un régimen que le va a hacer la vida muy fácil (y le va a permitir beber todo lo que quiera y tener hasta tres esposas sabiamente escogidas por una celestina) François se abraza a la farola.

Es una pena que una novela que tiene un comienzo muy bueno, cautivador, que suscita el interés del lector con muchas elaboradas observaciones metaliterarias, se despeñe en el tramo final hacia la banalidad y la vulgaridad. Lo que me resulta también intragable es que sean muchos los críticos que adulen a Houellebecq por esta novela, diciendo que Submission funciona muy bien como novela de política ficción. Bollocks. A otro perro con ese hueso. Como sátira, es un intento fallido porque por momentos nos presenta a François como alguien por quien deberíamos sentir compasión (la muerte de sus padres, divorciados mucho tiempo atrás, le deja más bien frío).

"Excusez-moi, ¿Have you seen my friend François?" Avenue de Choisy, in the heart of the Parisian Chinatown. Fotografía de besopha 
La novela se sustenta en una ambigüedad deliberada (lo cual no quiere decir que esté bien calculada) que personalmente me deja un tanto confuso: si buscaba ser una narrativa humorística, el final no remacha en modo alguno el tema ni el desarrollo, en buena medida desigual, del resto. A ratos lo que hace es bordear la parodia de un personaje nihilista, cuya perspectiva es siempre cínica y desengañada. Como novela distópica política, ya lo he dicho, no funciona, por mucho que muchos críticos (la categoría de crítico literario al que le pagan por escribir) la aplaudan.

Otro aspecto realmente curioso de Submission, una novela que trata supuestamente de un imparable proceso de sometimiento de la población francesa en general a la religión islámica, es que en realidad no hay ni un solo personaje de cierta enjundia que sea un verdadero musulmán. La mayoría de los que aparecen son simplemente conversos que han actuado por intereses puramente personales. Tampoco hay una descripción de la religión musulmana que sea acorde con la realidad: las divisiones internas del islam que en ciertas partes del mundo están en el origen de brutales crímenes no parecen interesarle a Houellebecq.

Para que una ficción distópica sea verosímil, hace falta dotarla de elementos que sustenten esa verosimilitud. Mientras que las andanadas a la línea de flotación del sistema político y el establishment académico y cultural francés (y por ende, europeo) son muy acertadas y rebosan humor, el conjunto lo es menos. Es muy fácil caer en la patochada cuando no se sabe muy bien qué hacer con una idea que sobre el papel es buena. Naturalmente, lo más lógico es caer en el non-sequitur.

La traducción al inglés de Soumission, a cargo de Lorin Stein, es un texto ejemplar en muchos aspectos, con una clara y acertada tendencia a favorecer lo extranjerizante en la traducción. La pena es que esta edición de Farrar, Strauss & Giroux en tapa dura tenga algunas erratas, algunas de ellas de bulto, como “Acquitaine” (p. 119)

Soumission ya está disponible en castellano (Sumisión, Anagrama, traducción de Joan Riambau) i en català (Submissió, també en Anagrama, amb traducció a càrrec de Oriol Sánchez Vaqué). 

25 nov 2015

Reseña: After Darkness, de Christine Piper

Christine Piper, After Darkness (Crows Nest: Allen & Unwin, 2014) 297 páginas.

Todos guardamos algún secreto que ocultamos y defendemos contra viento y marea, ¿o acaso no es así? El narrador de esta novela de Christine Piper, el doctor Ibaraki, conservará ese secreto hasta su vejez, cuando el hallazgo insospechado de unos restos humanos en los terrenos de un antiguo hospital le llevará a tomar una decisión que debió haber tomado muchas décadas antes.

La novela, que constituye el debut de su autora en el género novelístico (tuve el enorme gusto de poder traducir un tremendamente impactante ensayo suyo, titulado ‘Unearthing the past’ para la revista Hermano Cerdo, que ganó el Premio Calibre de Ensayo en 2014 y que puedes leer aquí) comprende la década anterior a la II Guerra Mundial en Japón, los años anteriores al inicio de la contienda en Broome, en la costa norteña de Australia Occidental, y unos cuantos meses del año 1942 en uno de los campamentos para extranjeros “enemigos” internados por las autoridades australianas tras el bombardeo de Pearl Harbour. Australia no fue el único país en encerrar a residentes japoneses (y a ciudadanos australianos de ascendencia japonesa): recomiendo el librito de Julie Otsuka The Buddha in the Attic para una muy original narrativa centrada especialmente en las mujeres que arribaron a los EE.UU. antes de la II Guerra Mundial.

Tras completar sus estudios de medicina, Ibaraki, hijo de un reputado cirujano, solicita un puesto en un centro de investigación biológica y epidemiológica del ejército japonés. Poco después se casa con una joven hermosa e inteligente, Kayoko. Las exigencias del trabajo le alejan del hogar, y cuando Kayoko pierde al bebé que esperaban, el joven matrimonio se rompe. Poco después, Ibaraki se desprestigia en público y es cesado. ¿Dónde puede ir a vivir y trabajar? “Australia beckons”, como dicen en inglés.

Ibaraki llega a Broome para hacerse cargo del hospital japonés de la ciudad, donde prestará atención médica especialmente a los buzos dedicados a la recolección de perlas. En Broome lleva una vida retraída y tranquila: solamente su ayudante, una monja australiana llamada Bernice, parece querer saber algo más que la imperturbable fachada que el doctor ofrece a quien con él conversa. Pero el doctor Ibaraki reacciona de manera agresiva cuando Bernice trata de cultivar su amistad.

Pero tras Pearl Harbour, el hospital cierra e Ibaraki es arrestado y trasladado a Australia Meridional, al campo de prisioneros de Barmera, en el que también están alojados – en secciones separadas – alemanes e italianos.

La entrrada al Campamento 14 de Barmera. Fotografía: Australian War Memorial.
Piper escribe con un aplomo admirable para alguien que no había publicado una novela anteriormente. Los capítulos alternan las diferentes épocas y escenarios siguiendo un ritmo narrativo muy apropiado al carácter del narrador protagonista, el doctor Ibaraki, un hombre que es reservado incluso en la retórica y el estilo en el que narra su vida. Como buen médico, examina sus propias emociones, pero no las demuestra. Lejos de ser un síntoma, su circunspección es más bien la raíz del problema. El tema central de la novela giraría en torno al conflicto interno que aflora con la confrontación entre el valor de lo humano y la adhesión a ideologías intransigentes y tradiciones mal entendidas, que agresores belicistas convierten en un horrendo sistema binario, pintado en blanco y negro: si no estás con ellos, estás contra ellos.

La autora, de padre australiano y madre japonesa, llevó a cabo una investigación exhaustiva de las condiciones en que vivieron los internados en los campos. En la novela se refleja la muy diferente experiencia que tuvieron los japoneses procedentes de las antiguas colonias holandesas (en lo que hoy es Indonesia) o Singapur frente a los hijos de japoneses nacidos en Australia, algunos de los cuales prácticamente no sabían hablar japonés. Se sentían (y se sabían) completamente australianos, pero la justicia nunca es algo que se prodigue durante una guerra.

After Darkness fue galardonada con el Premio The Australian/Vogel en 2014, que está dedicado a manuscritos de autores jóvenes sin publicar. Es un debut brillante, que sin duda animará al lector a esperar una próxima segunda entrega por parte de una escritora con mucho futuro por delante.

16 nov 2015

Reseña: Merciless Gods, de Christos Tsiolkas

Christos Tsiolkas, Merciless Gods (Crows Nest: Allen & Unwin, 2014). 323 páginas.

En una reseña de Tsiolkas que logré publicar hace ya años (digo logré, porque a los pocos meses su petulante editor me mandó a la porra, y con muy malos modos) en una revista de cuyo nombre me acuerdo, pero el cual no pienso molestarme en reproducir aquí, terminaba mi opinión con el siguiente párrafo: “El lector que busque una novela de prosa elegante, cuidada y florida, que no indague en The Slap, pues no la encontrará. Encontrará en cambio un relato fascinante de lenguaje crudo y directo, con múltiples opciones y perspectivas, ante el que cabe esperar cualquier respuesta lectora, excepto la indiferencia. Y precisamente de eso Tsiolkas puede asumir todo el mérito.”

Lo que dije entonces de The Slap es igual de válido para las narraciones de este primer volumen de cuentos de Christos Tsiolkas, que abarcan prácticamente dos décadas. Si hay algo que distingue al escritor greco-australiano radicado en Melbourne es su capacidad para sobresaltar (si no asustar) al lector acomodaticio. Para muestra, este inolvidable botón con el que comienza ‘The Hair of the Dog’, el tercero de los cuentos de Merciless Gods: “Mi madre es más conocida por hacerles una mamada a Pete Best y a Paul McCartney en los baños del Star Club de Hamburgo una noche a principios de la década de los 60. Ella decía que el pene de Best era más grueso, el más grande de los dos, pero que el de McCartney era el más bonito. – La polla de Paul era elegante, – le gustaba decir. Sé también que había escupido el semen de ambos hombres en un pañuelito, y que ninguno de los dos había mirado al otro mientras ella los atendía por turnos. Después, había compartido un cigarrillo con Paul.” (p. 67, mi traducción)

A la mayoría de los protagonistas de las narraciones en este singular volumen les sucede algo que va a trastocar su entendimiento del mundo de arriba abajo. El trasfondo es siempre australiano, aunque algunas de ellas tengan lugar en otros lugares: ‘Tourists’, por ejemplo, sitúa a una pareja de turistas australianos bastante desorientados en Nueva York. El hombre, Bill, descubre con vergüenza que en la Gran Manzana no deja de ser un pueblerino. Cuando acuden a un museo a ver una exposición de Edward Hopper, el portero les trata con una pizca de condescendencia. Al alejarse de la entrada, Bill le sisea un comentario a Trina (“What a stuck-up black cunt”) que naturalmente le asquea a ella y a una pareja de ancianos que se encontraban también delante de la puerta del ascensor. Enojadísima, se separa de él durante el resto del día. Será una autorrevelación, íntima, hiriente, pero muy propia, que Bill nunca olvidará.

Como era el caso de The Slap, estas narraciones hurgan en las debilidades y en las heridas abiertas de la sociedad australiana, heridas profundas que no afloran a simple vista para el visitante que no sepa dónde mirar o buscar los puntos conflictivos: racismo, homofobia, violencia, abuso del alcohol y de sustancias estupefacientes, la historia de desposesión de los pueblos indígenas y su perpetua exclusión en los márgenes de la sociedad, religión y nacionalismo extremo.

Sin recurrir a un discurso abiertamente teorizante, Tsiolkas hace en sus cuentos uso de la narración en primera persona para plasmar una visión cruda del mundo: turistas, exiliados, presidiarios, padres y madres, drogadictos, camioneros, parejas homosexuales (tanto gay como lesbianas), chaperos y hasta un fundamentalista bisexual. Estos son los narradores de Tsiolkas.

Sus temas son obviamente muy políticos. Lo interesante, lo que hace de Tsiolkas un narrador tan singular, es la combinación de violencia y sexo, la contraposición de dos comportamientos humanos que con frecuencia – y por desgracia, me apresuro a añadir – van juntos. El autor nos invita (nos reta más bien) a ser testigos de un feroz ataque al sistema sociopolítico imperante por medio de dos facetas del lenguaje: lo inadmisible (el tabú) y lo obsceno (el exabrupto). En el relato titulado ‘Genetic Material’, un hombre de edad madura rememora un día de su niñez en la playa cuando le propinó a su padre, a quien adoraba como a un dios, un puñetazo. Ahora, de visita en la residencia de la tercera edad donde está internado su padre, quien padece demencia, cuida de él, lavándolo cuando sufre incontinencia. Mientras lo limpia con una esponja, a su padre le sobreviene una erección y fantasea con que hay una mujer que está acariciándolo. El hijo masturba a su anciano padre hasta que éste se corre. Después va a lavarse las manos, pero antes se lleva el dedo a la boca y prueba el semen de su padre. “Me lo llevo a la boca. Tengo sabor a mi padre. Mi padre tiene sabor a mí.” (p. 144, mi traducción)

Podría realmente destacar cualquiera de los relatos de Merciless Gods, pero el primero, que da título al libro, merece un comentario aparte. Un sábado noche en una casa de Melbourne un grupo de amigos, que en su mayoría han alcanzado ya el éxito profesional, se han reunido para cenar y pasar una velada juntos. Tras la cena y la ingesta de alcohol y algunas drogas deciden jugar. El juego consiste en contar una historia a partir de una palabra (“venganza”) que sacan de un sombrero. A medida que avanza la noche las confesiones se vuelven más serias y las tensiones crecen. Cuando le corresponde contar una historia a Vince, éste narra un episodio de su niñez en el que fue ridiculizado, y después cómo durante un viaje por Turquía unos cuantos años antes, en compañía de otro turista de origen kurdo, llevó a cabo su venganza. Cuando llegan al este del país, Vince describe cómo se vio envuelto en un incidente en el que un jovenzuelo le robó el dinero. La naturaleza de la venganza es aparentemente tan brutal y tan atroz que tanto los anfitriones como los invitados (uno de los cuales es el narrador) quedan sometidos a un durísimo examen moral que los dejará a unos derramando lágrimas y a otros encolerizados. Para ese grupo de amigos será “la última cena”.

Merciless Gods [Los dioses inmisericordes] lo completan ‘Petals’ (escrito inicialmente en griego y traducido por el propio Tsiolkas al inglés), ‘Hung Phat!’, ‘Saturn Return’, ‘Jessica Lange in Frances’ (un extraordinario relato de violencia sexual), ‘The Disco at the End of Communism’, ‘Sticks, Stones’, ‘Civil War’, ‘The T-shirt with a Fist on it’ y una serie de tres relatos con el título ‘Porn’ pero con temática muy diferente. Es uno de los mejores volúmenes de cuentos que he leído en los últimos años, y ciertamente como lector no me parece que ninguno de ellos sobre. Ojalá se publique en castellano, o en català. Pura dinamita.

10 nov 2015

Reseña: Clade, de James Bradley

James Bradley, Clade (Penguin, 2015). 239 páginas.

Un artículo que aparece en el diario local (The Canberra Times, 11 de noviembre de 2015) indica que para finales de este siglo los niveles de las aguas oceánicas pueden haber subido unos 8 metros, y posiblemente entre 2 y 4 para 2050. El mundo, tal como lo conocemos, será casi irreconocible. En Clade, James Bradley se hace eco de esa proyección para construir un relato distópico que abarca varias generaciones de una misma familia en unos 50 años: incluye una epidemia devastadora que diezma la población global y concluye con una sugerencia abierta a la posibilidad de que haya inteligencia más allá de nuestro planeta.

El título de la novela es una rara palabra inglesa: ‘clade’ se utiliza para referirse a un grupo taxonómico de organismos, estén vivos o muertos, agrupados en razón a unos rasgos homólogos los cuales pueden remontarse a un antepasado común.

En la novela, uno de esos grupos más notables es el de los seres humanos, Homo sapiens (este último adjetivo en latín se me antoja en ocasiones una paradoja de difícil explicación), que tras una imparable epidemia de orígenes desconocidos está en riesgo de desaparecer de la faz de la Tierra, destino del que numerosísimas otras especies no escapan en la novela, mientras que otras nuevas, resultado de la ingeniería genética y los experimentos científicos con los que las autoridades tratan de detener los efectos del calentamiento global en el clima planetario, se extienden con consecuencias impredecibles.

Bradley construye una trama en apariencia muy esquemática: el libro se compone de diez capítulos que a simple vista podrían parecer breves narraciones más o menos conexas. La narración avanza a saltos en el tiempo, con una familia como nexo argumental, y la lucha de sus miembros por sobrevivir en un planeta mayormente arruinado por los efectos del cambio climático como eje temático.

En el primero de los diez capítulos, titulado ‘Solsticio’, el climatólogo Adam Leith duda si es buena la idea de que él y su esposa, Ellie, traigan a una nueva criatura al mundo. Mientras contempla las vastas planicies heladas de la Antártida, Adam piensa en Ellie, quien a esa hora en Sydney estará en la sala de espera de la clínica de fertilidad, a punto de saber si el largo tratamiento al que se ha sometido va a tener éxito. Adam es también consciente de que este mundo, al que quieren traer una nueva persona, es cada vez más un lugar difícil, y que los retos son cada vez mayores.

En el segundo capítulo, la hija de Ellie y Adam, Summer, crece en una ciudad donde los apagones de la red eléctrica se están convirtiendo en algo diario. Pese a los avances tecnológicos, la vida en el planeta sigue dificultándose con el paso del tiempo, nos hace ver Bradley. Las tensiones en la vida conyugal se vuelven tan insostenibles que con el paso de los años el matrimonio se desintegra.

De este modo, cada capítulo introduce a un personaje nuevo al tiempo que avanza la narración unos años, mientras el entorno natural, social y político se degrada cada vez más. Uno de los capítulos más significativos lleva por título ‘A Journal of the Plague Year’, una suerte de pequeño tributo a la portentosa narración de Daniel Defoe situada en el siglo XVII y que publicó el inglés en el XVIII.

Hacia el final de la novela, Noah, el hijo autista de Summer que en su madurez resulta ser un gran astrónomo, realiza un gran descubrimiento. La idea que persigue Bradley, supongo, es ofrecer un atisbo de esperanza a la humanidad. Hay otros mundos posibles, a pesar de que como la mayor especie depredadora que somos hemos arruinado el nuestro. Clade dista mucho de la trivialidad de California, otra novela de tema distópico publicada en los últimos años, pero ofrece una visión más benigna del futuro que otras ofertas similares.

Bradley, más conocido en Australia por sus acertadas contribuciones a la crítica literaria, ha publicado, además de Clade, tres novelas. La anterior, The Resurrectionist, (puedes consultar aquí una reseña) se publicó en 2006, es decir, nueve años antes. Uno quisiera que el autor se prodigara más, pues es sin duda una de las plumas australianas contemporáneas a tener más en cuenta.

Erm... Not quite what we should expect... Hollywood always exaggerates... (Fotografía: Daily Mail, de la película The Day After)
Lo realmente importante de Clade es el tipo de preguntas que tarde o temprano todos nos tendremos que hacer: ¿Qué va a ocurrir exactamente cuando los cambios climáticos y los desastres atmosféricos, posiblemente irreversibles, comiencen a afectar nuestro actual modo de vida y el ritmo de consumo que mantenemos se haga del todo insostenible? ¿Cómo reaccionaremos ante la pérdida de esos privilegios? Bradley dibuja escenarios verosímiles, aunque su tratamiento de los personajes sea a ratos excesivamente esquemático para mi gusto.

De momento, sería muy recomendable no olvidarnos de cómo cultivar hortalizas y frutas. Quién sabe cuándo nos van a ser necesarias.

1 nov 2015

Reseña: Purity, de Jonathan Franzen

Jonathan Franzen, Purity (Londres: Fourth Estate, 2015). 563 páginas.

Franzen parece haberse convertido en un fenómeno planetario de masas. No me he molestado en comprobar lo que ha sucedido con otros idiomas europeos, pero las traducciones al castellano y al catalán de su nueva novela aparecieron apenas un par de semanas después del original en lengua inglesa. Purity ha sido promocionada a bombo y platillo en todas partes. Ya no causa sonrojo sino bochorno ver cómo los autoproclamados periodistas culturales se deshacen en elogios ante una novela que todavía no han leído, únicamente sobre la base de lo que dicen las solapas o los comunicados de prensa que les han puesto en el pienso.

Que Franzen es un narrador de grandes dotes y muy seguro de sí mismo nadie lo pone en duda. Personalmente, tras haber leído Purity, una larga novela con una trama extremadamente elaborada que se sale de los límites de la credulidad (que no de la verosimilitud, son cosas distintas), me queda la impresión de que al libro quizás le sobren páginas, que sin duda le sobra espacio dedicado al argumento, y que también es posible que le falte un algo más bien indefinible: esa suerte de genio literario que al buen amigo de Franzen, DFW, parecía sobrarle.

Purity es básicamente la historia de una amistad corroída por el paso del tiempo, pero sobre todo por un terrible secreto y las mentiras que lo acompañan. Los dos protagonistas de esa amistad truncada son un periodista investigador estadounidense, Tom Aberant, y un esclarecedor y un alemán llamado Andreas Wolf (un guiño al folklore que ve en el animal a un devorador de personas). Andreas, nacido en la ahora extinta RDA, es el hijo de uno de los dirigentes del régimen que creó la Stasi, y con el paso del tiempo y las cambiantes circunstancias pasa de ser disidente a director de una organización dedicada al hackeo, la filtración de informaciones comprometidas y la revelación de la Verdad. Así, con mayúsculas. Naturalmente, Franzen se cuida mucho de identificarlo con el australiano Assange: incluye el nombre de Assange en el texto unas cuantas veces para diferenciarlos explícitamente, y misión cumplida.

Pasen y vean...la función va a comenzar... Fotografía de jkb
Sin embargo, el primer capítulo de Purity trata de la joven que le da título a la novela, Purity Tyler (Pip). Pip ha crecido en el recóndito valle del San Lorenzo, en el condado de Santa Cruz (California), con su madre, quien nunca ha querido revelarle la identidad del padre. Acaba de egresarse de la universidad y, dados sus muy humildes orígenes, está endeudada hasta las cejas por el coste de sus estudios. Residente en Oakland, Pip trabaja por cuatro perras para una empresa de dudosa moralidad dedicada a exprimir oportunidades en energías renovables. En Oakland comparte casa con un extraño grupo de personas, entre ellas Dreyfuss, el dueño de la casa, próximo a perderla al no poder hacer frente a los pagos de la hipoteca. Cuando trae una noche a casa a un chico por el que siente cierta atracción, en un rocambolesco episodio no exento de ironía, termina arrinconad a por una visitante alemana que la somete a un extraño cuestionario, cuyas preguntas no tienen nunca respuestas incorrectas.

Las tranquilas aguas del San Lorenzo, a la espera del espíritu contradictorio de Anabel. Fotografía de Ken from Scotts Valley, USA   
Es en estos detalles en los que la destreza narrativa de Franzen se hace presente. Pip no lo sabrá hasta la parte final de la novela, pero ella es en realidad el nexo de conexión entre Aberant y Wolf. No quiero dar a conocer más detalles porque si lo hiciera, revelaría en buena medida la algo enrevesada trama de Purity, la cual es probablemente uno de los mejores ingredientes (si no el mejor) del libro.

El segundo capítulo, ‘The Republic of Bad Taste’ nos lleva a la RDA y narra la vida del joven Andreas, y cómo conoce a la hermosa Annagret, de la que se enamora perdidamente y por la que llegará a cometer un acto extremo e irreparable. Este capítulo ya había sido publicado en The New Yorker en el número correspondiente al 8 de junio.

Conforme uno avanza en la lectura de Purity, se da cuenta de la destreza con la que maneja Franzen los hilos de esta historia. Andreas consigue atraer a Pip a Los Volcanes, un paradisiaco lugar próximo a Santa Cruz (Bolivia), desde donde dirige su Sunlight Project iluminando la verdad y filtrando comunicaciones y datos que provocan escándalos y le confieren un estatus de celebridad mundial.

La pega que le pongo a Purity estriba en la necesidad real de las numerosísimas páginas dedicadas a la historia del fracaso del matrimonio de Tom Aberant y Anabel. Todos sabemos que existen siempre como mínimo dos puntos de vista por lo que respecta a una ruptura. ¿Es estrictamente necesario presentar ambos puntos de vista en una novela? Posiblemente no. El riesgo es agregarle muchas páginas superfluas a un libro, y como explicó Colm Tóibín en su reseña de la novela para The New York Times, Purity “depende más de una historia que de un estilo”.

Al igual que en Freedom, hay un capítulo de corte autobiográfico, narrado por Tom Aberant. Es, con mucho, de lo mejor de la novela, pero para cuando llegas a esta parte uno se ha leído ya cerca de 300 páginas. Como les ocurre a muchos con la tercera semana del Tour de Francia, que se puede hacer eterna.

En todo caso, puedo decir que he disfrutado de su lectura, la mayor parte del tiempo que le he dedicado. Y que me alegra el hecho de haber sacado el libro en préstamo de la biblioteca local en lugar de comprarlo – el espacio libre en las estanterías de mi casa es mínimo. Con sus 563 páginas, no es un librito.

Purity, como ya mencioné en el primer párrafo de esta reseña, ya está en las librerías tanto en castellano (Pureza, traducida por Enrique de Hériz y publicada por Salamandra), com en català (Puresa (Purity), traduïda per Ferran Ràfols Gesa i publicada per Empúries).

27 oct 2015

Esperança Camps' Naufragi a la neu: A Review

Esperança Camps, Naufragi a la neu (Alzira: Bromera, 2011). 214 pages.

Fortunately for us readers, literature has endless possibilities for mirror games. When re-creating a creation produces reflections as varied and meaningful as those produced by Camps’ skilful narrative technique in this novel, Naufragi a la neu [literally, Wreck in the snow, although an alternative translation for the title could be Failure in the snow] the result can be delightfully playful.

Take Cristina, a youngish ex-drug addict who was rescued from the squalor and wretchedness her life had become by a charitable middle-aged woman, Teresa, in an ugly, tacky Mediterranean city on the east coast of the Iberian Peninsula no one can fail to recognise: my home town, Valencia. For reasons we are never completely told (Camps can also conveniently leave gaps where appropriate) Teresa saves Cristina from herself and probably from a certain and premature death, too. They become an item in more senses than one, and in time Teresa will give her young paramour an education. Cristina embraces literature while disengaging herself from all the vices and substances that used to be part of her bodily fluids, and just before their breakup she is invited to go to a writers’ retreat in the mountains.

The place has been snowed in: it should be an ideal situation for her fresh talent to flourish. The main character of the novel she is writing is Paco el Moix: an ex-convict, Paco survives in an all too familiar jungle of poverty and drug deals. The man has no scruples and will stop at nothing just to get a few euros with which to buy the next dose. When he the opportunity to do a big job come his way (a bank robbery in a small town), he does not hesitate to join two gun-toting Slavic thugs who treat him with absolute contempt. Will they succeed in getting away with the money?


It’s raining and I’m the woman in the wide-brimmed hat who is reviewing some papers and travels in Compartment C, Car 193 by Edward Hopper, who always painted loneliness. The thick, viscous unsought for loneliness that falls on your eyelids and corrodes your spirit. So many book covers have been illustrated with Hopper’s unreal atmospheres! I am who I want to be, and I know I’m fleeing. (p. 1, my translation) Image sourced from www.museumsyndicate.com/item.php?item=9758
If this were the whole plot of the novel, the book would have never seen the light of day. But because this is not what Naufragi a la neu is about, the reading is far more interesting than simply crime fiction. Camps presents the reader with three parallel texts. The first one is Cristina’s journal, where she confesses her fears, her aspirations, her miseries. The second one is the story Cristina is writing about Paco el Moix, which hardly ever goes for too long and is cleverly and frequently interrupted by a third voice, that produced by an anonymous narrator, who makes it first appearance in brackets, interrupting Cristina’s crime story.

Cristina’s stay at the mountain retreat eventually becomes some sort of mirror where she will need to confront the reality of her personal failure. Is Cristina the product of the narrator’s imagination? Or is the “narrator”, the intrusive narrative voice that nudges his/her way into the text the product of Cristina’s imagination (as Cristina appears to suggest in her journal)? Or are they all the result of yet another creator working at a higher level? Is it Teresa perhaps? Or Esperança Camps? We will never know because we are never told.

The metaliterary game played by Camps is remarkably thought-provoking. Towards the end of the robbery story, Cristina shows pity for Paco el Moix, whom she would have liked to kill in her fiction since she could not do so in real life. Was the narrator’s influence on this narratological choice determined by his/her affection for Cristina? Do these decisions mirror each other?

A story within a story is given an even wider narrative framework through the disruptive intervention of the anonymous narrator: “(this is not the way, I know, I’ve got no excuse to barge into the text Cristina’s writing, I’ve got no reason to do so, it’s one of the basic rules of the profession: our presence in the novel must not be noticed, but since I’ve already breached the precept of invisibility so many times, one more will hardly matter; I’ll make the most of the darkness in this room now that she’s gone down to supper and has left her laptop on, it looks like she intends to keep on writing when she comes back upstairs, that’s a good sign; oh, how I hate waltz! This one I can hear now, too, this one by Hans Christian Lumbye, so fat, with an insufferable moustache, the music he wrote seems to me too slimy… I’m going around in circles, I’m moving the cursor up and down because I know what I’m about to write is reckless, because I know I can’t sneak into Cristina’s novel to say that, despite my initial reticence, I like this woman, there, I’ve said it, I like Cristina, head over heels, there, it’s written, it makes me happy to hear her by my side, adjusting the pace of our thoughts, to think up what she writes, I like her so much! Even though I am no one, I don’t have any feelings, I don’t have any feelings? How can I write without feelings? I should not have written the word ‘feelings’ three times, and that one makes it four, it is an unnecessary reiteration, and now I need to write that I don’t have an identity, nor any need to love or be loved, that I’m just a simple narrator…) [p. 111, my translation].

Naufragi a la neu was awarded the 31st Blai Bellver Prize for Fiction, and I believe it was thoroughly deserved.

8 oct 2015

Reseña: Lejos de dónde, de Edgardo Cozarinsky

Edgardo Cozarinsky, Lejos de dónde (Buenos Aires: Tusquets, 2009). 167 páginas.

Son varios los personajes de esta novela del argentino Cozarinsky que nos recuerdan la máxima de que la historia la escriben los vencedores. Pero también los perdedores, los que logran salir con vida, pueden tener alguna chance de rescribir su propia historia. Será en todo caso una ficción o una falsificación, pero para quien huye, siempre le valdrá vivir una ficción como vía de escape.

La novela de Cozarinsky se sitúa al principio en la Alemania nazi de finales de la guerra. La inminencia de la llegada de los soviéticos por el frente este desata el pánico de muchos, entre ellos la administrativa vienesa Therese Feldkirch. Pertrechada de una capa en la que esconde los dientes de oro de muchos de los judíos a los que han asesinado en Auschwitz, la mujer escapa y poco a poco logra alejarse de la escena de sus crímenes hasta llegar a Génova. Con el pasaporte de una judía muerta que guarda cierto parecido con ella consigue cruzar el Atlántico y radicarse en Buenos Aires. Conseguir empleo en un restaurante bávaro y alojamiento en una inmunda pensión son precisamente la clase de coartadas que necesita para no llamar demasiado la atención.

Una noche a la salida del trabajo tres desalmados la emboscan y la violan. No se trata de un caso de justicia poética, desde luego: aun así, de esa violación nacerá su hijo Federico, que asume el (falso) apellido judío de su madre, Fischbein.

Federico crecerá atento a los misterios y secretos de su madre. Para ella, él es objeto de devoción y posiblemente la única persona con la que pudiera compartir sus secretos. Pero es todavía muy joven. A Therese Feldkirch/Taube Fischbein la mata un coche en un accidente a la salida del restaurante. La narración da un salto de casi dos décadas y nos sitúa ante un Federico inmerso en la guerrilla urbana contra los milicos. Tras preparar un atentado, huye a Brasil y de allí a Europa.

Lejos de dónde está dividida en cinco partes. La última le sirve a Cozarinsky para de alguna manera cerrar el círculo, y parece sugerir un encuentro aleatorio entre los dos hijos de la prófuga vienesa: la hija a la que se vio obligada a abandonar durante el conflicto bélico de los años 40 y el muchacho argentino de ojos oscuros que casi en nada se parecía a ella.
Cozarinsky realiza una magnífica (a mi modo de ver) panorámica de la Argentina de posguerra, elidiendo los nombres de los personajes históricos que dominaron la historia del país, pero describiendo momentos significativos a través de la mirada de la vienesa prófuga: las concurridas manifestaciones de apoyo al caudillo Perón y a una hermosa mujer que lo acompaña en sus proclamas desde un balcón de ese edificio de color rosado por el que pasa casi a diario.


El autor trata de ser ecuánime con los dos personajes principales, madre e hijo. Y lo consigue, en gran medida gracias a una prosa concisa, parca en detalles y abundante en sombras y episodios no narrados o solamente bosquejados. Cerrar el círculo de una ficción, la de la prófuga colaboradora del régimen nazi que será madre de un joven judío (que no lo es), con la huida de ese hijo a Europa y el encuentro fortuito con su media hermana es de una riquísima (y verosímil) ironía.

Este es un buen ejercicio literario, breve pero rico en matices metaliterarios e históricos, al igual que otra de las obra de Cozarinsky que he tenido ocasión de leer y reseñar, Dinero para fantasmas.

3 oct 2015

Reseña: The Free World, de David Bezmozgis

David Bezmozgis, The Free World (Nueva York: Picador, 2012). 354 páginas.

Recuerdo perfectamente la agitación, los nervios generalizados en mi casa que precedieron a la primera visita de la rama “rusa” de mi familia, que vivía en Kiev. Yo tenía apenas cinco o seis años, si la memoria no me falla, y en la Valencia del tardofranquismo cualquier aparición de los “rojos” era naturalmente vista con suspicacias. Para el niño que yo era, una de las cosas más llamativas de aquellos extraños fue que resultaron ser personas como muy normales.

¿Éramos los españolitos del tardofranquismo representantes del llamado “mundo libre”? Para el adolescente que unos años después comenzó a adquirir una cierta conciencia política, la España de aquella época distaba mucho de ser “libre”, aunque el signo político del régimen era totalmente opuesto al de la Unión Soviética (los extremos se tocan).

En The Free World, Bezmozgis, autor canadiense nacido en Riga (Letonia), explora la salida de una familia judía desde detrás del llamado telón de acero (Riga, para ser precisos) a la Roma de finales de la década de los 70, desde donde esperarán hasta poder conseguir visados que les permitan vivir en alguno de los países de Occidente que eran entonces (y ciertamente, lo siguen siendo) anhelados destinos para la emigración: Estados Unidos, Canadá, Australia.

Estación de Roma Termini - en su interior pasé una noche mediada la década de los 80. No conservo un buen recuerdo de los Carabinieri.
Los Krasnansky comprenden tres generaciones: Samuil y Emma, los abuelos, han visto barbaridades y sufrido penalidades suficientes como para llenar un libro. Él presenció el asesinato de su padre a manos de soldados del Ejército Blanco cuando era un niño, y más tarde pasó a formar parte del Ejército Rojo que derrotó a las tropas nazis en la Segunda Guerra Mundial, en la que perdió a su único hermano. La segunda generación la componen sus dos hijos, Karl y Alec, y sus respectivas esposas, Rosa y Polina. La tercera son los dos niños de Karl y Rosa, pero la novela se centra naturalmente en las dos generaciones adultas.

El patriarca Samuil, que un poco a regañadientes ha dejado su tierra, se convierte en el mayor lastre para los planes de la familia debido a sus problemas de salud. Entre la opción de ir a Canadá o a Israel, Samuil preferiría seguir para siempre en el limbo romano. Como buen ateo convencido, repudia toda clase de ortodoxia, pero añora la época en que ser guardia del Ejército Rojo le confería un manto de autoridad y le ganaba automáticamente el respeto de los más jóvenes.

Los Krasnansky llegan a Roma cargados de fardos repletos de objetos que piensan vender mientras tengan que esperar la decisión del gobierno de Canadá. Esos meses de espera los sitúan en una especie de limbo que le sirve a Bezmozgis para retratarlos. El autor canadiense realiza estos retratos de dos modos: por un lado, con los episodios propios de un extranjero en tierra extraña y desconocida. Por otro lado, con los recuerdos de sus vidas anteriores en la Unión Soviética.

La narración se centra en tres personajes: Samuil, Alec y Polina. El páter familias, descontento con todo y suspicaz de las intenciones de sus hijos, opta por retraerse y confiarse a un viejo músico y tullido veterano ruso al que conoce en el Club Kadima de Roma. Alec es un mujeriego irredimible (el retrato que dibuja Polina de su marido lo deja en muy mal lugar, a pesar de la capacidad de perdón que demuestra tener. En el caso de Polina, Bezmozgis recurre al género epistolar para ofrecernos una perspectiva más íntima de quién esa mujer que ha decidido jugárselo todo a una baza sin tener en sus manos ningún triunfo.

Estación de Ladispoli - un último tren para Samuil. Fotografía de Notafly
En The Free World hay también muchas situaciones cómicas, que rayan en el despropósito: los apagones en la pensión y las reacciones de los emigrantes allí alojados, el regateo en los mercados, la presunción de Alec respecto a sus posibles conquistas amorosas. Hay también roces con las mafias que inevitablemente se forman en ese tipo de entornos.

Quizás el personaje más enigmático y con mayor atractivo sea el de Lyova, otro emigrante judeo-ruso que les arrienda la mitad de un piso a Alec y Polina. No es casualidad que sea Lyova quien alcance su objetivo de huir tanto de su Ucrania natal como del Israel de Begin. Mientras espera el visto bueno de los Estados Unidos, tras haber vivido en la Unión Soviética y en Israel, dice que se conforma con un país que tenga los menos desfiles militares posibles. No me parece ser tan exigente, la verdad.

The Free World es la primera novela de Bezmozgis. Como debut es más que respetable: está bien escrita, en un estilo elegante. Se trata de un autor perceptivo y seguro de lo que hace. Puesto que los Krasnansky todavía no han alcanzado su destino como emigrantes, no cabe hablar de una novela en torno al fascinante tema de la asimilación al lugar de destino y la lucha por salir adelante en un nuevo entorno. Un autor a tener en cuenta en los próximos años, no cabe duda.

Bezmozgis sitúa un episodio muy sangriento en el interior de las ruinas de Ostia Antica. Muchas hostias en Ostia. Fotografía de Foeke Noppert 

The Free World apareció en 2012 en castellano bajo el título de El mundo libre, publicado por RBA. Por desgracia, no he podido averiguar quién hizo el trabajo de traducirlo.

27 sept 2015

Reseña: When There's Nowhere Else to Run, de Murray Middleton

Murray Middleton, When There's Nowhere Else to Run (Crows Nest: Allen & Unwin, 2015). 243 páginas.

El primer detalle que me ha quedado grabado de la lectura de esta colección de relatos y primer libro de este joven autor australiano que en 2015 ha ganado el premio The Australian/Vogel (dedicado a la primera publicación de un autor) es la variadísima gama de escenarios australianos en los que sitúa sus relatos: de este a oeste, de Melbourne a Queensland. Es como si Middleton ha aprovechado las ocasiones que haya tenido de viajar por el país para tomar los apuntes básicos necesarios con los que preparar el armazón de cada uno de los relatos. Dicen que en la variedad está el gusto, y al menos en ese aspecto When There’s Nowehere Else to Run cumple las expectativas.

Lo anterior no quiere decir que la variedad se extienda a la temática de estos relatos. Los temas y su tratamiento son muy uniformes: en todos los relatos hay algún personaje que se enfrenta a una situación de la que no es fácil salir. En el horizonte atisban una posible salida a una nueva vida, o una transformación, porque no hay ninguna opción en la vida que llevaban hasta ese instante. En ‘Mainstream’, una mujer separada viaja hasta Perth acompañada de su hijo autista, completamente decidida a dejar al chico en compañía de su padre. No aceptará un no por respuesta. En ‘The Greatest Showbag on Earth’, un padre de familia apenas puede enfrentarse al hecho de que su esposa se haya marchado, y la compañía de sus hijos al Show de Pascua en Sydney le resulta prácticamente intolerable.

Leñadores en el Show de Pascuas en Sydney. Fotografía de Saberwyn.
En otro de los relatos que quisiera destacar, ‘Forget About the Prices’, una madre consigue localizar a su hijo, que ha huido de casa, en una remota localidad del norte de Queensland. Fuera de su elemento, la mujer se esfuerza por reconectar con su hijo, de quien lo único que sabemos es que ha sido objeto de alguna discriminación o humillación. El relato es sucinto y apropiadamente económico en palabras. Tras una cena durante la cual ella subraya que el joven no debe tener reparo alguno sobre lo que pueda costar lo que pida, la madre insiste en comprarle un helado como cuando era niño e inocente.

Naturalmente, en una colección en la que hay un hilo temático conductor, no todos los relatos tienen la misma fuerza o causan el mismo impacto. Algunos de ellos son más bien flojos por la técnica que Middleton emplea en ellos. En concreto, ‘Burnt Hill Farm’ me resultó decepcionante por su formato. Está elaborado como una especie de diario de entradas anuales acerca de las vacaciones de Pascua de dos familias a lo largo de dos décadas. En cada una de las entradas el narrador, aparentemente omnisciente adopta el punto de vista de uno de los personajes. El resultado final me pareció más bien caótico por lo excesivamente escueto.

Quizás el cuento más logrado sea ‘The Fields of Early Sorrow’, que ya había sido galardonado en 2010 con el Premio de Relatos Breves del diario de Melbourne The Age, y que todavía puede leerse en línea, aquí. Un estresado editor de un periódico de Victoria lleva a su hermana pequeña, toxicómana, a una remota residencia de desintoxicación en las montañas del norte de Nueva Gales del Sur. En la primera parada que hacen rumbo a su destino final, la chica, Katie, desaparece del camping y parque de caravanas que han escogido para pernoctar. Alarmado, sale a la carretera en su búsqueda. Cuando no halla rastro de ella, regresa al camping, pero antes divisa una figura solitaria en el autocine abandonado cercano. En un momento de enternecedora sinceridad, la chica confiesa sus más íntimos sentimientos de desesperanza cuando rememora la nostalgia de la felicidad infantil perdida: “Si no voy a volver a sentirla, ¿de qué sirve todo esto? ¿No se suponía acaso que la vida es la búsqueda de la felicidad? Ya he sufrido suficiente vergüenza para toda una vida. Esta desesperanza constante parece ser la verdad absoluta. Hasta los más pequeños momentos de felicidad que recuerdo me parecen fútiles cuando los comparo con el enorme peso de este sentimiento. No hay respiro alguno, al menos no lo hay para mí.” (p. 102, mi traducción)

Middleton escribe en una prosa económica, sin exceso de detalles, y permite al lector llenar huecos que de otro modo harían el relato mucho más extenso y farragoso. En casi todos los relatos de este volumen los personajes sufren o han sufrido una importante pérdida personal, pero Middleton es debidamente comedido en la construcción de personajes. Es una prosa que en cierto modo recuerda a la de Tim Winton en sus primeros libros de relatos: personajes en su mayoría de pocas palabras, descripciones escuetas pero ajustadas a lo que dicta la necesidad del relato. Es una nueva y sugestiva voz en la narrativa australiana contemporánea, y sería deseable que siga en esta línea que se ha marcado de elaborar un retrato realista de la clase media australiana urbana en la segunda década del siglo XXI.

19 sept 2015

Reseña: Bereft, de Chris Womersley

Chris Womersley, Bereft (Carlton North: Scribe, 2011). 264 páginas.

La palabra que da título a esta novela (la segunda) del australiano Chris Womersley es el participio pasivo del verbo bereave, que viene a denotar el estado de privación y desolación en el que queda uno a quien la muerte le arrebata un ser amado. En su lecho de muerte, observa la madre del protagonista, Quinn Walker: “Viudas y viudos. Huérfanos – y ya sabes que yo fui una de ellas. Quinn, ¿sabías  que no hay ni siquiera una palabra para el padre o la madre que ha perdido a un hijo? Es extraño, ¿no? Podría pensarse que sí, después de tantos siglos de guerras y enfermedades y problemas, pero no: hay un vacío en la lengua inglesa. Es lo innombrable.” (p. 144, mi traducción)

La novela comienza pocos años antes del inicio de la I Guerra Mundial, en un pequeño pueblo al oeste de las Montañas Azules en el estado de Nueva Gales del Sur llamado Flint, venido a menos tras haberse agotado el yacimiento de oro por el cual la zona se pobló muy rápidamente. En medio de una terrible tempestad se produce la violación y asesinato de la hermana de Quinn, Sarah. Cuando a Quinn, un jovencito de 16 años, lo descubren su padre y su tío junto al cuerpo ensangrentado de su hermana, es presa del pánico y huye de Flint.

Después estalla la guerra en Europa. Un día la madre de Quinn, que nunca creyó que su hijo fuera culpable del atroz crimen, recibe un telegrama en el que le comunican que su hijo ha muerto en batalla. Diez años después de su huida, Quinn regresa a una Australia que está padeciendo una terrible epidemia de gripe (la, según parece, incorrectamente llamada gripe española). Volver a Flint parece ser la única opción que tiene. En la guerra ha sido herido de gravedad, su rostro ha quedado desfigurado por la metralla y los gases alemanes le han dañado los pulmones. Padece el típico trastorno de estrés postraumático de un soldado: pesadillas, sordera acompañada de ruidos en su mente, indecisión constante.

Quinn sabe muy bien que corre un enorme riesgo al volver a su pueblo natal: le consideran el autor del crimen y lo colgarán sin someterlo a juicio. Descubre que su madre está prostrada en cama, muy enferma; decide ocultarse en las colinas cercanas y visitarla cuando no hay nadie más en la casa. En su refugio va a recibir la inestimable ayuda de una chica de 12 años, Sadie, que se ha quedado sola en el mundo tras la muerte de su madre. Sadie huye también del policía del pueblo, Robert Dalton, tío de Quinn y verdadero autor de la violación y muerte de Sarah diez años antes.

En parte thriller y en parte relato del retorno a casa tras la guerra, Bereft incluye algunas características del realismo fantástico: Sadie sabe cosas sobre Quinn de las que, según la lógica, no debiera tener conocimiento alguno. Parece saber comunicarse con los animales y la naturaleza y sabe desaparecer sin dejar rastro alguno. Protegerla de la maldad que encarna Dalton supondría una suerte de redención para el soldado que no supo o no pudo salvar a su hermana pequeña.

Esta es una novela muy heterogénea, pero rica en episodios memorables. El pasado de Quinn, tanto los buenos recuerdos y la nostalgia que siente por una vida anterior a la desgracia y a la guerra, como los momentos más brutales y traumatizantes de esos diez años en que estuvo alejado de Australia, marca la narración como una sombra amenazadora de la que no puede separarse. Womersley trabaja muy bien los diálogos entre Quinn y su madre Mary, así como los momentos de suspense en que el padre está a punto de descubrir su presencia en la casa aislada por orden del médico.

Hace un par de años tuve la suerte de poder traducir al castellano un relato de Chris Womersley para la revista Hermano Cerdo, ‘Posibilidad de agua’, que sigue disponible en línea y que puedes leer aquí si te apetece.

15 sept 2015

Reseña: The Shearers, de Evan McHugh

Evan McHugh, The Shearers (Penguin Books Australia, 2015). 292 páginas.
Hace un par de semanas, Chris el carnero perdido se convirtió en fenómeno viral global. A Chris lo encontraron en uno de los montes que rodean la vasta conurbación que se conoce como Territorio de la Capital Australiana, es decir, Canberra. Cargando sobre su cuerpo con más de 40 kilos de lana, Chris probablemente habría perecido de no haber sido encontrado y posteriormente esquilado.

Baa, baa, fat sheep, have you any wool? Fotografía de Temmy Ven Dange
Si has jugado alguna vez al billar o al tenis, quizás sepas que estás un poquito en deuda con las ovejas, si bien no necesariamente las australianas. Para la fabricación de tanto el tapete de la mesa de billar como del pelillo que cubre la goma de la pelota de tenis se utiliza lana de oveja.

Es bien sabido que hay muchísimas más ovejas que personas en Australia, aunque a veces me asalta la duda en torno a si algunas de las segundas tienen comportamientos más propios de las primeras. La importación de la raza merina procedente de Castilla fue una de las estrategias más exitosas de la colonización de las tierras de este continente. La oveja merina se adaptó perfectamente a las condiciones áridas y semidesérticas, convirtiéndose en fuente de riqueza para muchísimos granjeros desde finales del siglo XIX. Fue por eso que durante tanto tiempo se dijo que la fortuna de Australia (‘the lucky country’, la llamaban) iba montada en la espalda de las ovejas.

En The Shearers, Evan McHugh se centra especialmente en los hombres que extraen el producto (la lana) que todavía se exporta a todo el mundo. Es la historia de la Australia rural de la segunda mitad del siglo XIX y todo el XX desde la perspectiva de los esquiladores, y el libro es un sincero homenaje a los hombres que se partían (casi literalmente, como atestiguaba la encorvada espalda de mi suegro, quien durante muchos años trabajó como esquilador).

Click go the shears! Fotografía de Cstaffa
Es un dato harto interesante saber que en un principio, la esquila era manual y se hacía por medio de tijeras. No es de extrañar que una de las canciones más populares de la época (y que lo siguió siendo por muchas décadas) sea “Click Go the Shears”, que en el video que adjunto interpreta la inolvidable Olivia Newton-John. Hacia la última década del siglo XIX comenzaron a aparecer las primeras máquinas esquiladoras, que cambiarían para siempre la ocupación del esquilador y cómo se desenvolvían en los cobertizos o galpones de esquila.


Pocos Travoltas en el outback, methinks...

La vida de los esquiladores era muy dura: las distancias entre un lugar de trabajo y el siguiente podían ser enormes – McHugh menciona que en algunos casos, el esquilador se perdía en el outback y perecía de sed o hambre, o ambas cosas. Los conflictos laborales entre los propietarios de las estancias y los esquiladores fueron recurrentes. La lucha de estos por unas mejores condiciones de trabajo y por una remuneración acorde con el esfuerzo realizado afloró una y otra vez a lo largo de los años, resultantes en huelgas y boicots en distintos puntos del país.

Para poder trabajar de esquilador, es fundamental estar en una excelente forma física. Escribe McHugh: “La ciencia moderna del deporte ha investigado qué grado de estado físico deben tener los esquiladores y ha descubierto que se hallan en una misma liga que los atletas de elite. Por ejemplo, los esquiladores que totalizan unas 160 ovejas al día mueven cada uno de ellos el equivalente a 9 toneladas recorriendo una distancia total de 2 kilómetros. Empujan una herramienta de unos 2 kilos de peso a través del vellón al menos unas 5440 veces al día. Al hacerlo, queman unos 25.000 kilojulios diarios (un adulto medio quema unos 8.700). Resulta increíble que suden unos 9 litros de líquidos en cada uno de los turnos de esquila de dos horas de duración, o 36 litros en un día entero de esquila. Considerando que en el cuerpo de un varón adulto hay unos 40 litros de agua, el esquilador que no reponga líquidos y electrolitos corre un riesgo muy grave de morir deshidratado. Cabe añadir respecto a los esquiladores más rápidos, que esquilan unas 200 ovejas al día, que su consumo de energía corresponde al de los ciclistas que compiten en el Tour de Francia.” (p. 242-3, mi traducción)

Esquiladores en Queensland en 1898
McHugh señala en el libro la circunstancia histórica de la aportación australiana al esfuerzo militar inglés en las dos guerras mundiales. En ambas conflagraciones, Australia vendió a los ingleses la lana a un precio fijado de antemano en vez de aprovechar la fuerte demanda existente. En cambio, cuando los EE.UU. quisieron las mismas condiciones en los inicios de la guerra de Corea, el primer ministro por aquel entonces, Menzies, les respondió a los estadounidenses que tenían que pagar el precio del mercado. Los EE.UU. respondieron con el desarrollo de fibras artificiales, y el precio internacional de la lana se desplomó.

Una vez esquilada, la oveja baja por la rampa y se reúne con el rebaño. Fotografía de Jez Arnold.
The Shearers incluye un breve glosario de términos relacionados con la esquila y los esquiladores, además del listado y una breve semblanza de los esquiladores que han pasado a formar parte del Salón de la Fama de los Esquiladores, y la lista de los records históricos de la esquila de ovejas. Añado, como una intrascendente curiosidad, que en el año 2001, al menos durante un par de días, eché una mano como rouseabout, sin tener ni idea de que lo era (por rousie se entiende a un jornalero no cualificado que presta ayuda y limpia en el galpón). Puedo asegurar que el trabajo de un esquilador es más que duro. Sigo prefiriendo ver a las ovejas en forma de chuletas, asadas a la brasa y acompañadas de un buen tinto, por ejemplo, un shiraz del valle de Barossa.

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