5 mar 2017

Reseña: Something Quite Peculiar, de Steve Kilbey

Steve Kilbey, Something Quite Peculiar: The Church, the Music, the Mayhem (Melbourne: Hardie Grant Books, 2014). 273 páginas.

Creo que sería en 1987 o 1988 cuando una compañera de trabajo llamada Lola me regaló una casete pirata de The Blurred Crusade. Era una banda australiana, me dijo, “seguro que te van a gustar”. Unos cuantos meses o quizás un par de años después (como a todo el mundo, la memoria me falla), The Church tocaron en Valencia, en lo que fue uno de los mejores conciertos de rock psicodélico que se recuerdan en la ciudad del Turia.

Indiscutiblemente, Steve Kilbey es el alma máter de The Church; el músico publicó hace un par de años esta autobiografía, un libro peculiar e inusual. El grupo (y Kilbey como solista) sigue sacando álbumes. La escena musical actual es, sin embargo, muy diferente de la de los años 80 y 90.

'Almost with You' fue siempre una de mis favoritas, y sigue siendo un temazo.

Kilbey emigró a Australia con sus padres cuando tenía tres años. Inicialmente vivió en la región al sur de Sydney llamada Illawarra, pero unos pocos años después la familia se vino a Canberra. Compraron una casa en Lyneham, no muy lejos de donde vive ahora mi amigo Gustavo. Desde bien pequeño Kilbey destacó por ser un bocazas (según lo admite el propio autor) y por su dominio de la palabra. De hecho, en una de las más jugosas anécdotas de su adolescencia y juventud, Kilbey recuerda cómo llegó a competir (formando parte del equipo de oratoria de Lyneham High School) en la final contra un equipo de Sydney, en el que estaba un tal Malcolm Turnbull, a quien (según dice la prensa) no le valieron de mucho sus dotes oratorias en una reciente conversación telefónica transpacífica.

Hello? Donald? U still there? Hello...?!!
Como muchos rockeros, Kilbey no tuvo una formación musical ortodoxa: aprendió por sí mismo, y a los 16 años su padre le compró el bajo que Steve quería (en lugar de la más habitual guitarra eléctrica con la que molestar a los vecinos). Al poco tiempo le ficharon para un grupo, Saga, que versionaba cientos de canciones en bares, pubs y recintos similares de toda Canberra. Según confiesa Kilbey, ganaba casi tanto como su padre.

El grueso del libro se centra, no obstante, en The Church, desde su creación hasta la separación (provisional). Es un sorprendente relato en torno a lo que era la vida de un grupo de rock en los años 80: el proceso creativo de letras y música, las sesiones de ensayo, las sesiones de grabación, las discusiones y negociaciones con las casas discográficas, las giras, las noches de alcohol y drogas, el caos al que hace referencia el subtítulo del libro, los inevitables choques de personalidad entre los diferentes miembros de The Church.

'Under the Milky Way' fue sin duda el mayor éxito comercial de The Church. Kilbey ofrece una curiosísima historia en torno a su génesis y comercialización.

Kilbey lo narra desde un principio en un lenguaje coloquial. Va directo al grano y no tiene pelos en la lengua. Junto con su reconocida arrogancia, Kilbey muestra una enorme capacidad para la autocrítica. Es difícil dilucidar cuánto de lo que cuenta pueda ser fiable: el abundante uso de sustancias estimulantes no puede ser garantía de plausibilidad alguna. En particular, la adicción a la heroína (según dice, fue Grant McLennan quien hizo las presentaciones en Bondi) es un tema que Kilbey trata con enorme sinceridad y franqueza. Por ejemplo, cómo terminó en alguna ocasión huyendo de la policía a la carrera, o incluso acabó encerrado en el calabozo.

A quien le guste el subgénero de la autobiografía de las estrellas musicales, Something Quite Peculiar debería ser lectura obligatoria. Puede que The Church nunca llegaran al máximo estrellato que otras bandas alcanzaron en esas dos décadas prodigiosas – la competencia era mucha, y ciertamente muy cualificada – pero, a decir verdad, no son todos los que pueden llegar a contarlo. Steve Kilbey ha podido hacerlo; quizás incluso sea algo asombroso, teniendo en cuenta lo que se metió en el cuerpo.

Te ofrezco ahora el prólogo del libro, una de las mejores presentaciones de un libro que he leído en mucho tiempo. Dudo mucho que el libro llegue a ver la luz en español. Aunque nunca se sabe.
Corre el año 2010, y estoy aquí sentado en la ceremonia de ingreso en el Salón de la Fama de los ARIA [Premios de la Industria Discográfica Australiana]. Van a dejar que ingrese mi grupo, The Church. Incluso se han traído al famoso periodista George Negus para llevar a cabo el ingreso en ese salón inexistente. Me he sentado entre mi madre y mi hermano Russell. Estoy aquí a regañadientes, he de admitirlo. No estoy deseando que comiencen los actos. Por regla general no me gustan las ceremonias de entrega de premios. Siempre he sentido que no me hacían ninguna falta elogios empapados en alcohol para que se justifique mi contribución al rock australiano, sea lo que eso signifique, qué demonios. Pero aquí estoy, en una gran mesa en el Hordern Pavilion, tratando de arreglármelas con la no muy buena opción vegetariana del menú, y cuidando además de mi vieja mamá y asegurándome de que lo esté pasando bien. Hablo con todos los que se dejan caer cerca de la mesa a ofrecerme su enhorabuena. ¿Y sabes qué? Eso tampoco es santo de mi devoción… ¿Tanta palmadita en la espalda y todo eso? ¿Tanta farsa y presunción? ¿Qué tiene que ver eso con la música?
No, no he estado que llegase esto, de ninguna manera. Mi banda y yo hablamos mucho de ello entre nosotros: nos lo han ofrecido unas cuantas veces antes y lo habíamos rechazado, pero todos creían ahora que nos correspondía hacerlo. Así que aquí estoy. Todos los del grupo han dicho que no deberíamos hacer un discurso, de manera que no lo he preparado. Vale, eso era lo fácil, no tener un discurso…
Pero a medida que avanza la velada todos los otros nominados hacen discursos muy gentiles y reconfortantes, que suenan de maravilla. Y es cada vez más obvio que lo considerarán una grosería si no decimos al menos algo. No será suficiente dejar que la música hable por nosotros, tal como habíamos planeado. La ocasión exige un discurso. ¡Y va a recaer en mis huesudos hombros el pronunciarlo! Tim Powles (el batería y ‘el chico nuevo’ de The Church) se ha dado cuenta de exactamente lo mismo: hace falta un discurso. Me lleva a los camarines y me sirve un diminuto traguito de mi licor favorito: Unicum Zwack, de Hungría. Una gotita da para mucho cuando hay que refrescar una actitud.
“¡Vas a tener que decir algo!” me dice Tim. Sí, hay que joderse, tendré que hacerlo. La única razón por la que he venido es porque me dijeron que no tendría que dar un discurso, y ahora, cuando quedan apenas quince minutos, es muy evidente que se espera un discurso. Un discurso que sea divertido y cautivador, y todo lo que merece una ocasión como esta. Ligeramente animado por el Zwack, vuelvo a sentarme entre mi madre y mi hermano, y me pongo a pensar, intentando crear el discurso de agradecimiento perfecto. Se me termina el tiempo mientras trato de juntar en cinco minutos lo que debería haber preparado en los últimos cinco meses. Típico Kilbey, típico The Church. El tiro de gracia lo pone Lindy Morrison, una buena amiga y batería de The Go-Betweens. Me ve sentado ahí, boquiabierto, mientras intento mentalmente componer un discurso magnánimo y elocuente: “¡Será mejor que digas algo!” dice Lindy muy sensata.
“Claro”, le respondo, tratando de no hacer caso de su bienintencionada interrupción.
“¿Qué vas a decir?”, pregunta.
“Eee, no sé… algo”, dio en un murmullo, mientras trato de concentrarme.
“Pero, ¿qué va a ser?” me vuelve a preguntar.
“¡No sé! ¡Estoy intentando pensar en algo!”
Seguimos dale que dale un rato, hasta que veo que George Negus nos está señalando que subamos al escenario. Hay cámaras y focos, y gente que me estrecha la mano y me dan palmadas en la espalda. De repente estoy en el podio y me hacen entrega de mi premio, ese triángulo dorado; me giro hacia el público. Puedo ver a mamá y a mi hermano, que están preguntándose qué voy a decir. ¿Voy a echarlo a perder de manera descortés y desagradecida? Veo a otros músicos, managers, agentes, editores y acompañantes, y a los simples espectadores curiosos, que han pagado por entrar. Todos sentados, esperando que los últimos en subir se expliquen y acepten el premio. No hay manera de que les baste con un sencillo “Gracias”.
De manera que empiezo a decir lo primero que se me pasa por la cabeza, y sigo hablando unos quince minutos, y entonces paro. De algún modo, me pongo elocuente, y mis palabras les hacen reír y aplaudir y vitorearnos. Y en medio de todo esto, Michael Chugg, que fue nuestro manager una vez, hace una pregunta muy pertinente a gritos al notar la alegría y regocijo que está causando mi discurso. “¿Por qué no podías haber sido así hace veinticinco jodidos años?”, pregunta en medio de más risas.
Sí, es una pregunta muy buena. ¿Por qué le lleva a alguien tanto tiempo llegar a ser algo que podría haber sido todo el tiempo?  Chugg fue mi manager en mi fase de aislamiento, de confusión y malhumor, que precedió a mi fase arrogante y displicente, que dio paso a mi fea fase de yonqui, que a su vez engendró mi fase de familiar excéntrico: esa en la que me hallo ahora.
La respuesta a la pregunta de Chugg quizás se encuentre flotando en las páginas de este libro.

28 feb 2017

Reseña: Our Ecstatic Days, de Steve Erickson

Steve Erickson, Our Ecstatic Days (Nueva York: Simon & Schuster, 2005). 317 páginas.
Algo muy inusual le sucede al lector al llegar a la página 83 de Our Ecstatic Days. De pronto, el texto rompe los márgenes y las convenciones y sigue una línea horizontal, sobre aproximadamente los tres cuartos de página, de forma autónoma y aparentemente independiente del resto de la novela.
Crack! Snap! Aquí se ha roto el hilo narrativo. ¡Buena suerte, lector!
Lo que el autor nos propone son por tanto dos textos paralelos. Como lector, puedes escoger leer esa línea tan porfiada y seguirla hasta la página 315, donde esa opción de lectura vuelve a confluir (de una manera ciertamente elegante, me atrevo a calificarla incluso de hermosa) con el grueso de la narración, y luego retomar el libro donde lo dejaste (es un decir). O puedes seguir tratando de leer el libro de una forma que podríamos llamar convencional, para luego retroceder hasta la página 83 y seguir esa extraña senda paralela.

Se trata pues de un experimento narrativo, muy apropiado para un libro extraño, difícil sin ser opaco, en el cual se dan también otros caprichos tipográficos (el texto se estrecha o se expande sobre el papel hasta adoptar extrañas formas), cuya motivación no me quedó nada clara.

En 2004, una mujer llamada Kristin acaba de ser madre por vez primera. Ha regresado de Tokio a Los Ángeles con su hijo Kirk (¡forma abreviada de Kierkegaard!). Un día se abre en el centro de la ciudad un agujero, y de él empieza a manar agua, que con el tiempo forma un enorme lago que sumerge gran parte del valle de Los Ángeles bajo el agua. Las investigaciones geológicas iniciadas por las autoridades no dan resultado alguno, y con el tiempo, todo el mundo se desentiende y se acostumbra al agua.

Imagínatela sumergida bajo un lago. Fotografía procedente de Wikicommons.

La narración da varios saltos en el tiempo, y de 2004 pasamos a 2009, a 2017 y 2018, y el tiempo narrativo parece expandirse hasta finales del presente siglo, en un relato extraño y fragmentado, en un tono a caballo entre lo lirico y lo onírico, ubicado en un escenario de mundo distópico y cuasi-apocalíptico, en el que parece haber un enfrentamiento constante entre un gobierno cuya ideología no queda identificada y unas guerrillas rebeldes.

En el primer periodo de la secuencia narrativa, Kristin, hastiada de la situación de caos que amenaza a su hijo, toma una góndola y se adentra en las aguas del lago. Se sumerge para buscar el origen del agua que está haciendo zozobrar la normalidad de las vidas de todo el mundo. Cuando regresa a la góndola, Kirk ya no está. En su retina hay una imagen poco fiable de un niño que está siendo llevado en volandas por búhos ¿Se trata de Kirk? ¿Ha vivido un mal sueño o una realidad insoportable?

Pasados unos años, Kristin se ha transformado en Lulu Blu, ganándose los cuartos sometiendo a hombres de mucho poder y dinero a sesiones de dominio masoquista. El gentío de Los Ángeles venera en las orillas a una Santa Kristina del Lago, una mujer que, desnuda y desesperada, navegaba las aguas del lago buscando a un hijo desaparecido o muerto.

Especialmente sugestiva en la primera parte del libro es la serie de cartas que llegan al antiguo hotel donde vive Kristin, dirigidas a otra mujer llamada Kristin, y cuyo autor parece ser el joven que se enfrentó a los tanques en la Plaza de Tiananmen. En la siguiente sección, ese hombre (de nombre Wang) ha pasado a ser el lider político-militar de un movimiento de resistencia. ¿Resistencia contra qué? ¿Realmente es necesario saberlo?

Con cada progresión temporal, el escenario es cada vez más sombrío. Lulu Blu y su hija adoptada, Brontë (que ha heredado el negocio de Dominatriz Mayor de la Ciudad) huyen del Lago Zero tras engañar a un millonario. En su huida en tren llegan a un pueblo perdido en medio de algún lugar (¿Nevada?¿Arizona?) castigado permanentemente por brutales tormentas eléctricas. Quedan atrapadas en el único hotel del lugar, rodeadas de huraños personajes y sumidas en el laberinto de tener muchas preguntas sin recibir ninguna respuesta. Cuando la mesera india da a luz a un niño y se marcha del lugar, Lulu Blu/Kristin y Brontë deciden regresar a Los Ángeles.

Our Ecstatic Days no es una lectura fácil, pero a mi entender, recompensa al lector que hace un esfuerzo. Puede que sea un excelente representante de la vertiente Finnegans que Vila-Matas propugna en el libro que leí inmediatamente antes que éste, Chet Baker piensa en su arte. Por otra parte, algunos de los temas que trata Erickson son muy relevantes: el dolor por la pérdida de un hijo, o la desesperanza ante el caos que nos parece prometer esta época tan espectacularmente vir(tu)al donde la realidad es falsa y la falsedad es verdad.

¡Al agua patos! De cabeza al lago, y sin flotador, gracias.

22 feb 2017

Reseña: Chet Baker piensa en su arte, de Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas, Chet Baker piensa en su arte (Barcelona, Debolsillo, 2011). 350 páginas.
Leo con religiosa fidelidad las columnas que escribe Enrique Vila-Matas para El País, pero no porque sean especialmente reveladoras. Más bien porque siempre entreteje una sutil ironía entre las líneas de dichas columnas, y porque logran dejarme un buen gusto de boca frente a lo que suele ser un cartel de acompañamiento tedioso, cuando no totalmente estéril. Y es ahora cuando leo por vez primera estos relatos selectos del autor barcelonés, quien, por cierto, se ha labrado una buena reputación fuera de España, algo que dice mucho en favor de sus traductores.

El éxito, sea allende los Pirineos o más allá del charco, suele por regla general despertar más envidias que ser causante de reconocimientos entre el establishment literario hispano. Fenómeno que, por otra parte, se extiende a otros campos. Pero me estoy yendo por los cerros de Úbeda, así que mejor volvamos al libro de Vila-Matas.

Chet Baker piensa en su arte lo componen relatos en su mayoría cortos, ingeniosos y divertidos la mayoría de ellos. Solamente dos, el que da título al libro y ‘El hijo del columpio’ superan las 40 páginas. Las obsesiones temáticas del autor están presentes en muchos de ellos. La brutal demolición de los límites que separan realidad y ficción es el tema central de relatos como ‘Una casa para siempre’ o ‘El arte de desaparecer’, por mencionar dos estupendos ejemplos. ‘El efecto de un cuento’, el segundo del volumen, indaga en la cuestión de si el poder que ejerce la ficción sobre el lector no será, al fin y al cabo, una ficción misma.

Otro de los relatos que destacan es ‘Me dicen que diga quién soy’, un juego de falsos espejos entre un narrador que interpela a un pintor que viaja a bordo de un barco que se dirige a un ficticio país llamado Babákua. El pintor es conocido por sus retratos de los habitantes de ese país, el cual no ha visitado nunca.

Si me apuran, diría que el borrado de los límites entre lo que se supone ficción y lo que creemos realidad es un tema presente de manera explícita o implícita en todos los relatos de este volumen. ‘Porque ella no me lo pidió’ es un magistral juego entre ficción y realidad, al que Vila-Matas le añade jugosísimos elementos metaliterarios.

Pero son dos los relatos que, a mi entender, sobresalen por encima de todos. El primero es ‘El hijo del columpio’, un relato narrado en primera persona por un tipo mezquino y sin escrúpulos, hijo de empresario y heredero en espera de una gran fortuna. Cuando un día recibe la invitación de un empleado de muy bajo rango que está a punto de jubilarse, se lo toma a mofa. Pero su padre le insiste que debe acudir junto con su esposa (que parece ser una especie de alcohólica dominatrix). El empleado es conocido en las oficinas y almacenes de la empresa como Hong Kong, a fuerza de haber contado repetidísimas veces la misma historia de cuando estaba en Melilla haciendo el servicio militar, y cómo se hizo pasar por loco (para librarse de la mili) repitiendo una y otra vez la frase “Todos conocemos Hong Kong”.
¡Todos conocemos Hong Kong! Pero, ¿sabemos lo que allí nos espera?

Finalmente, el heredero y su esposa acuden al humilde hogar de Hong Kong y su esposa, bien pertrechados de alcohol, pese a que resulta que sus anfitriones no beben. La velada deriva en una sorprendente revelación que deja completamente trastabillado y confuso al hijo del empresario, a quien, después de haber contado algunos chistes malos en el trabajo, sus compañeros han comenzado a llamarle también Hong Kong. Es un relato que aborda de manera magistral el tema de los secretos vitales y lo importante que puede ser su revelación.

El otro relato a destacar es el que da nombre al libro. Vila-Matas lo llama “ficción crítica”, y en verdad que es en buena medida un hibrido entre ensayo literario y relato, de cuya versión más convencional tiene apenas unos pocos elementos. En un hotel de la ciudad italiana de Turín un escritor-crítico-traductor quiere poner por escrito sus obsesivas ideas en torno a la pregunta del millón de dólares: la cuestión de si sería posible hacer confluir lo que él llama las dos vertientes disociadas de la novela. Por un lado, la vertiente Finnegans (la literatura opaca, difícil que representa Joyce con su última obra) y la vertiente Hire, que viene a designar lo convencionalmente narrativo, con su planteamiento, nudo y desenlace, en homenaje al personaje Monsieur Hire, de la novela Les Fiançailles de M. Hire, de Georges Simenon.

La cosa tiene pinta de irse por la vertiente Finnegans, más que nada, porque sospecho que habrá Guinness... Fotografía de Kippelboy
Un relato plagado de referencias intertextuales, de saludos y reverencias a autores muertos y vivos, un ficticio ensayo crítico en el que ante todo destaca el autor-narrador, quien tras hacer acto de presencia decide evadirse, desaparecer y dejarnos la gran interrogante, sin una respuesta claramente dilucidada. O quizás pudiéramos hallar una posible respuesta contraponiendo lo que nos propone como lectores esta ficción crítica a la innovadora y sugerente invitación que constituye otro de los relatos, el ya mencionado ‘Porque ella no me lo pidió’. Sea como fuere, para mí leer a Vila-Matas es un verdadero disfrute, pues acepto por lo general tanto la vertiente difícil y vanguardista como la más convencional y tradicionalista. La cuestión es, en definitiva, leer.

18 feb 2017

The Untouchables

Fernando VII. His laughter can be heard loud and clear today. 
They're the untouchables. They cannot be touched by the justice system. Yet another page of shame out of the book of Spanish History.

Són els intocables. El sistema de justícia no els pot tocar. Una altra fulla de vergonya treta del llibre de la Història d'Espanya.

11 feb 2017

Reseña: To Rise Again at a Decent Hour, de Joshua Ferris

Joshua Ferris, To Rise Again at a Decent Hour (Londres: Viking, 2014). 337 páginas.
Ah, los dentistas. Esas personas que te piden que abras la boca y no la cierres bajo ningún concepto… Mientras que ellos se ponen a hablar y luego, ¡es que no paran! A una dentista de mi barrio, la Dra. T., decidí no volver a verla nunca más después de soltarme un comentario particularmente inapropiado al que no podía responderle al instante. Dicen que por la boca muere el pez…

Es cierto: muchos dentistas se aprovechan de la situación para darle rienda suelta a la sinhueso al tiempo que te infligen dolor y reparan – algo de bueno han de hacer en este mundo, ¿no? – los estropicios que producen nuestras dietas y los malos hábitos. Y diríase que ése es precisamente el mayor defecto del narrador protagonista de esta novela de Joshua Ferris. Habla por los codos, y la mayor parte del tiempo, para serte franco, no parece decir nada que deslumbre, nada que entretenga, nada que despierte mucho interés.

Dr. Paul O’Rourke tiene una consulta odontológica en Nueva York. Está ganando dinero a espuertas (nos confiesa), pero su vida parece ser un tostón. Aburrido (por activa y por pasiva) hasta lo indecible, ha probado de todo para animar sus días: golf, el gimnasio, clases de español, el banjo, etc. Cierto es que tuvo una infancia difícil (suicido del padre), mas eso no le exime de hacer un esfuerzo por ser persona. Según él, para su tiempo libre, todo puede llegar a ser algo, pero ese algo nunca a llegará a serlo todo. Wow! Este tipo debería ser candidato a la Presidencia de cualquier país occidental. No desentonaría, ¿verdad?

'¿Quiere que le cuente de qué va el último libro que he leído mientras le hago esta endodoncia?' Fotografía de Erik Christensen.

Al comienzo de la novela, uno de sus pacientes se marcha repentinamente antes de recibir tratamiento; le dice que se va a Israel y le suelta un mensaje tan críptico como absurdo: “¡Soy un ulmo, y usted también lo es!” Ateo convencido, el dentista no le hace ni puñetero caso. Pocos días después, sus empleadas encuentran que existe un sitio web del consultorio, con una más que interesante nota biográfica del doctor. A la web le seguirán emails, tuits y muros de Facebook. Alguien ha suplantado su identidad en la red. Es grave, dice O’Rourke, pero aparte de realizar algunas consultas a expertos y abogados, no hace otra cosa que comunicarse por email con quien le está robando su identidad digital.

El doppelgänger explota hábilmente la crisis neurótica del doctor y su ferviente ateísmo, haciéndole creer que pertenece a los descendientes de los amalequitas. Lo que sigue son muchas páginas dedicadas a la historia personal de O’Rourke (sus fracasos sentimentales con una joven católica y con otra judía, recepcionista del consultorio dental), a una historia apócrifa de los amalequitas y mucha verborrea en torno a los tuits del falso Paul, y alguna que otra bobada como ésta: “Siempre he sentido admiración por un hombre que sabe sonarse la nariz con elegancia delante de otro hombre.” (p. 246, mi traducción)

Exceptuando algunos detalles divertidos (los menos) y algunas observaciones repletas de satírica agudeza, To Rise Again at a Decent Hour es una novela latosa. De lo anterior, podría destacar esta: “… el aburrimiento que me asalta dentro de una iglesia no es un aburrimiento pasivo. Es una intranquilidad activa, corrosiva. Para unos, lugar de propósito final y fácil desahogo; para mí, un callejón sin salida, el terminal oscuro del alma. Entrar en una iglesia es ponerle fin a todo lo que hace que entrar en una iglesia con una alabanza en los labios sea algo completamente razonable.” (p. 10, mi traducción)

Por qué llegó a ser finalista del Booker en 2014 (que ganó el australiano Flanagan con The Narrow Road to the Deep North) To Rise Again at a Decent Hour es uno de esos misterios del mundo literario cuya explicación realmente no importa. Quizás te sea mejor evitarlo, como si se tratase de un dolor de muelas. Pero sientes curiosidad, puedes leer un fragmento del inicio de la novela en la web de la cadena pública NPR.

4 feb 2017

Reseña: We Are All Completely Beside Ourselves, de Karen Joy Fowler

Karen Joy Fowler, We Are All Completely Beside Ourselves (Nueva York: Plume, 2014). 310 páginas.
El creacionismo, por difícil que parezca, persiste y sigue ganando adeptos entre los desinformados, algunos fundamentalistas cristianos y los rematadamente tontos. Me dirás que en este mundo ha de haber de todo. Y respondería que no necesariamente. Y, llegados a ese punto, añadiré que existe también, por cierto, la posibilidad de que entre las tres categorías que anteceden no haya tantas diferencias. Si esto te resultase ofensivo, entonces sería mejor dejar de leerme y buscarte otro blog que te sea más aceptable. Y por supuesto, evita a toda costa esta novela de la estadounidense Fowler.

Rosemary estudia en la Universidad de California en Davis. Ella es la divertida narradora de esta historia, que ella decide comenzar en el medio, in medias res. Es 1996 y está almorzando en la cantina de la universidad cuando una joven en la mesa contigua provoca un incidente (la escena es hilarante, de verdad). Como suele ocurrir, Rosemary se halla en el lugar equivocado en el momento equivocado. ¿Consecuencia? La arrestan, junto a la joven revoltosa, y termina compartiendo con ella una celda policial. Harlow, la simpática rebelde, terminará por hacerse amiga suya. A Rosemary, nos cuenta ella misma, le cuesta horrores hacer amistades; viene de una situación familiar harto difícil. En su niñez perdió tanto a su hermana mayor, Fern, como a su hermano, también mayor que ella, Lowell. Mantiene un contacto escueto con sus padres, y comparte piso con Todd, con quien más o menos se lleva medianamente bien.

Sería fácil obviar el hecho de que bien pronto la narración nos revela el dato más importante de la niñez de Rosemary, pero no es posible. Fern no es una hermana “normal”. En realidad, es una chimpancé, de casi su misma edad, y a la que sus padres (el padre de Rosemary es científico) decidieron incluir en la familia a modo de experimento. Las dos crecieron juntas, se volvieron inseparables. También Lowell creció considerando a Fern una hermana, un miembro más de su familia.

Potser escriu millor que jo!

El caso es que cuando Rosemary tenía cinco años, algo sucedió y Fern fue apartada de la unidad familiar. Nunca más volvieron a verla. Rosemary nos da a entender que toda la familia sufrió una experiencia traumática: Lowell huye de casa, y con el paso del tiempo se convierte en luchador anónimo del Frente de Liberación Animal (y objetivo caliente del FBI), su padre cae en el alcoholismo, y su madre cae en una fuerte depresión de la que le llevará años recuperarse.

Puede que este dato no sea muy significativo, pero lo apunto. La lengua inglesa distingue entre lo relativo al ser humano (‘human’) y lo que caracteriza las cualidades de ternura, gentileza o compasión de ese ser humano (‘humane’). Quizás el hecho de que la lengua haya requerido separar los dos sentidos sea sumamente indicativo de algo que dejo en el aire. Que cada uno saque sus propias conclusiones.

Dejando de lado la alocada trama de We Are All Completely Beside Ourselves, los temas que trata el libro son muy actuales e importantes. Por un lado, el inhumano trato que infligimos a los animales no humanos (y no me refiero solamente, por poner un ejemplo palmario y cercano, a esa salvajada que algunos defienden como arte y que jalean desde los tendidos). La deforestación, la sobrepesca, la acidificación de los océanos, la producción a escala industrial de alimentos cárnicos – todos somos, en mayor o menor medida, cómplices y verdugos.

Por otro lado, los sentimientos de pérdida y abandono que supone, para una niña de cinco años, su separación repentina de un ser con la que ha compartido todo. Fowler combina con destreza el tono jocoso e irónico con el que Rosemary narra sus peripecias con Harlow en Davis y el tono reflexivo y meditativo para tratar la herida y el sentimiento de culpa que, muchos años después, siguen sin cicatrizar.

Fowler retrocede en el tiempo y nos lleva hacia el presente a su capricho. La estructura de la novela se resiente a veces por ello, pero los estropicios, si es que los hay, son mínimos, a excepción de la parte final, con un desenlace un tanto deslavazado.

Pese a ello, We Are All Completely Beside Ourselves sorprende y agrada. Uno de sus puntos fuertes es la voz narradora de Rosemary, muy crítica consigo misma, y que no deja títere con cabeza. Sus dardos son certeros, y deberían – ojalá fuera así – hacer impacto: “Tantos problemas, por infinitamente variados que parezcan ser en un principio, resultan ser cuestión de dinero. No puedo ni empezar a explicarte lo ofensivo que eso me parece. El valor del dinero es una estafa perpetrada por los que lo tienen contra los que no lo tienen; es el Traje Nuevo del Emperador en una escala global. Si los chimpancés usasen el dinero y nosotros no, no lo admiraríamos. Lo encontraríamos irracional y primitivo. Ilusorio. ¿Por qué el oro? Los chimpancés emplean la carne para sus trueques. El valor de la carne es evidente por sí mismo.” (p. 228, mi traducción)

25 ene 2017

Reseña: The Past, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, The Past (Londres: Jonathan Cape, 2015). 361 páginas.

Fíjate en la portada de este libro. Una puerta que se abre para revelar otra puerta que se abre para revelar otra puerta entreabierta. El pasado como una puerta abierta por la cual pueden salir recuerdos que nadie puede detener y que pueden conducirte, entre muchos otros lugares, al caos o a la locura.

Unas vacaciones de tres semanas en la casa de sus abuelos en un lugar indeterminado de la campiña del sudoeste inglés reúnen a los cuatro hermanos de una familia. Tres mujeres (Harriet, Alice y Fran) y un hombre, Roland, quien viene acompañado de su hija, la adolescente Molly, y su tercera esposa, la argentina Pilar. Alice ha decidido traerse a Kasim, el hijo universitario de su expareja, y Fran acude con sus dos hijos, Ivy y Arthur. De las anteriores generaciones no queda nadie: los abuelos murieron hace años, y la madre de los cuatro, Jill, falleció víctima de un cáncer cuando ellos eran todavía muy jóvenes. El padre de los cuatro, Tom, huyó a Francia tras la muerte de Jill.

Es posible que los años hayan cerrado algunas heridas, pero las tensiones familiares siguen circulando medio ocultas. La reunión familiar debe servir para decidir qué hacer con la vieja casa familiar, en la que vivieron los abuelos, el vicario del pueblo innombrado y su esposa Sophy.

The Past está estructurada en tres partes, con una segunda parte situada en el año 1968, en la que Jill regresa a la casa familiar con tres niños después de dejar a Tom, periodista totalmente involucrado en las revueltas del mayo del 68 francés. Cuando ella le llama al trabajo, él evade sus preguntas y le contesta con fervor revolucionario (“los niños están derribando todos los muros”, le dice). Por cierto, uno se pregunta, ¿cuántos de esos jóvenes revolucionarios del 68 son ahora votantes del Front National de Le Pen?

Decidida a buscarse la vida en el entorno rural, Jill recurre al agente inmobiliario del pueblo, a quien conoce desde los días de la escuela. En su afán por encontrar un lugar barato para vivir, lo convence para que le enseñe una vieja cabaña ya deshabitada en mitad del bosque, no muy lejos de la casa de sus padres. Y la tentación puede con ella. ¿Es Fran, la hermanita pequeña, hija de Tom o del agente inmobiliario? Podría parecer que Hadley insinúa que la segunda opción es posible, aunque no haya ninguna señal medianamente creíble de que así sea.

Pero el grueso de la novela se centra en el presente, en las relaciones intrafamiliares, en los conflictos intra- e intergeneracionales en torno a actitudes respecto a clase, sexo o cultura. La inclusión de Pilar, heredera de una opulenta familia pampeña sobre la que pesan sombras de apoyo a la dictadura militar, aporta una trama secundaria importante, la cual se enreda más todavía cuando Harriet no puede resistir la atracción que siente por ella. Y el segundo hilo argumental gira en torno a la cabaña abandonada, en la que los más pequeños celebran extrañas ceremonias tras descubrir los huesos y el pellejo de Mitzi, la perrita perdida de la vecina. ¿Será en esa cabaña, convenientemente aseada y acondicionada, en donde Kasim seducirá a Molly?

Sin necesidad de recurrir a Moby Dick, por citar un caso evidente, he aquí un buen ejemplo del tipo de texto que debiera servirle a un profesor de inglés para explicar en qué consiste el ritmo, en qué radica la cadencia de una buena prosa en el siglo XXI. (p. 171, The Past)

Como en el caso de la otra novela suya que he leído hasta la fecha, Clever Girl, Hadley se luce con una prosa límpida, por momentos llena de musicalidad (he elegido arriba un ejemplo, procedente de la página 171), y es siempre una escritura de calidad, sin apenas altibajos. La ironía que practica funciona perfectamente, más eficazmente por medio de la sugestión que de la revelación abierta.

La vieja rectoría (a la que llaman Kington) es el escenario de la nostalgia por el pasado, pero este pasado les ha dejado a los cuatro hermanos sin una base sólida. La vieja casa no es pues más que un símbolo, y como todo símbolo, tan pronto queda desprovisto de significado, queda reducido a gesto vacío, a una mera representación. Como cualquier lugar donde una vez estuvimos, con el paso inexorable del tiempo ese pasado vivido ya no es nada, es solo recuerdo, y el espacio donde se produjeron nuestras vivencias ya no contiene resto alguno de quienes fuimos.

31/01/2024. Recientemente publicado en castellano por Sexto Piso como El pasado, traducido por Magdalena Palmer.

17 ene 2017

Reseña: The Boy Behind the Curtain, de Tim Winton

Tim Winton, The Boy Behind the Curtain (Australia: Penguin, 2016). 299 páginas.

Una mañana de verano (rondaría yo los 14 años de edad) iba en bicicleta a hacerle un pequeño recado a mi madre cuando pasé al lado de un grupo de chicos conocidos (con los que mi pandilla de amigos habíamos tenido nuestros más y nuestros menos). Uno de ellos llevaba un rifle de perdigones. Bajaba yo tranquilamente la cuesta cuando un perdigón me impactó en la espalda. Desde ese día he odiado las armas. Todas y cada una de ellas.

En el relato autobiográfico que da título a esta colección de ensayos y variados retazos personales del escritor natural de Perth, Winton cuenta cómo durante meses aprovechó las ausencias de sus padres en casa para apostarse en la ventana, armado de un viejo rifle de calibre 22 que había en la casa, y escondido tras la cortina, apuntaba a los transeúntes con él. “Cuando pienso en el muchacho que estaba en la ventana, en el chico que yo era, siento un persistente escalofrío. Por aquel entonces solo tenía una oscurísima noción de los problemas que me estaba buscando. No me imaginaba ni por un momento ser uno de esos desprevenidos transeúntes o conductores, qué habría sentido si al levantar la vista hubiera visto a un pistolero que me apuntaba con un arma. Nunca me había apuntado nadie con un arma.” (p. 6, mi traducción) El chico que me disparó no se ocultaba tras una cortina, sino en el grupo tribal en el que los cobardes suelen esconderse. Quise romperle la escopeta en la cabeza, pero no lo hice.

En este volumen se recogen la mayoría de los artículos y ensayos que Winton ha publicado en diversas revistas y medios en los últimos quince años. La lectura del conjunto nos da una visión muy completa de quién es Tim Winton el escritor, el padre de familia, el surfista, el ecologista comprometido, el observador de la sociedad australiana y la clase política que la rige y la engaña.

Es una colección variopinta, pues los temas que trata son muchos y, en algunos casos, en cierto modo inconexos. Desde el papel que juegan las armas de fuego en la Australia del siglo XXI hasta la absurda y mezquina persecución que sufren los tiburones en las playas australianas, pasando por la influencia de la religión en su formación personal o dos episodios (ambos relacionados con motos) de su infancia que más le marcaron: por un lado, el accidente que sufrió su padre, oficial de policía, y por otro, otro accidente distinto, que presenció con su padre una noche, unos cuantos años después, cuando volvían de una tarde de pesca.

Hay también escritos de carácter esencialmente político, como ‘Using the C-Word’, en el que desmorona con sencillez y conocimiento el mito de que no existen las clases sociales en Australia. Son tremendamente reveladores los ensayos en los que revela su significativa participación en la campaña para salvar los arrecifes de Ningaloo, ‘The Battle for Ningaloo Reef’ (Winton donó el dinero del premio Miles Franklin que ganó con Dirt Music para sostenerla), y ‘Lighting Out’, un relato autobiográfico y metaliterario en el que explica por qué y cómo decidió rescribir esa misma novela y reducirla desde las casi 1200 páginas del manuscrito que se negó a enviar a la editorial a menos de la mitad. Qué pena que después Destino la arruinara al publicarla en castellano.

Escrita en su acostumbrado lenguaje coloquial, la prosa de Winton posee un singular tono que combina el lirismo con la sencillez y la candidez y que a ratos suena a poesía íntima, bastas confesiones sin refinar, pero quizás por ello más redondas por lo que consiguen comunicar. Tanto en el agua como en la tierra Winton es un maestro de la descripción, capturando en imágenes brevemente expresadas el momento, el lugar, la esencia.

Otro de los ensayos en esta recopilación ofrece una curiosísima anécdota sobre la visión del clásico de Kubrick (basada en el libro de A.C. Clarke), 2001: Una odisea del espacio, cuando tenía ocho años, y la duradera influencia que ha tenido en su personalidad y en su escritura. Como con el resto de la ouvre de Winton, me parece difícil que vaya a ver la luz en castellano, o en catalán, lo cual es una lástima. A ver si hay algún editor que se anima.

La lucha por el arrecife de Ningaloo resultó ser algo más que una riña en torno a un proyecto de complejo turístico: fue un combate entre dos formas de ver la vida. En una esquina, el persistente ethos del colonizador, la suposición colonial de que la naturaleza existe para ser explotada – que no tiene un valor intrínseco, que siempre habrá más. Y en la parte opuesta, la idea de que la naturaleza tiene valor por derecho propio – que hace falta estudiarla, cuidarla y utilizarla con sumo cuidado para incrementar sus posibilidades de perdurar, porque todos sus sistemas son finitos. (‘The Battle for Ningaloo Reef’, p. 159, mi traducción). Fotografía de Eugene Regis.

La evidencia sugiere que nos atribuiremos el permiso de hacerle al tiburón cualquier cosa. Es por eso que continúa prosperando el bárbaro comercio de la aleta de tiburón, es por eso que los grandes tiburones pelágicos han desaparecido en todo el mundo sin que nadie se inmute, es por eso que es improbable que los chicos que mutilan y torturan a los tiburones bajo los muelles de los municipios costeros de toda Australia reciban una reprimenda, por no hablar de que sean condenados por infracción alguna, y es por eso que a la gente biempensante en ciudades como Sydney y Melbourne les parece bien comprar carne de tiburón bajo el nombre comercial falso y engañoso de flake, aun a medida que sus números decrecen. De todos los recursos pesqueros cercanos al colapso, el tiburón es el que menos probabilidades tiene de avivar nuestra conciencia colectiva. Porque fundamentalmente el tiburón no importa – he ahí el subtexto tenaz, perenne. La demonización de los tiburones nos ha cegado la vista, no solamente respecto a nuestro propio salvajismo, sino también a nuestra despreocupada hipocresía. (‘Predator or Prey’, página 209, mi traducción)

Puede que Australia sea un país deslumbrantemente próspero, y dispuesto a proyectar la imagen de una sociedad sin clases para el país mismo y para los demás, pero todavía está estratificada socialmente, aun si son menos los indicadores obvios de la distinción de clases que existían hace cuarenta años. El acento no es, por supuesto, uno de ellos. Tu código postal pudiera resultar revelador, pero no es concluyente. Ni siquiera la ocupación de una persona puede ser algo fiable, y este mundo superficial jamás ha resultado ser tan complicado para hacerle una lectura. En una época de regímenes de crédito relajados, lo que la gente vista o conduzca es algo engañoso, igual que lo es el tamaño de las casas en las que viven. A los australianos les ha dado por vivir de manera ostentosa, proyectando aspiraciones sociales que deben más a la industria del entretenimiento que a una ideología política. La medida más sólida del estatus social de una persona es la movilidad, y la principal fuente de ella reside en los ingresos. Bien nazcas con dinero, bien lo acumules, es la riqueza lo que determina la elección de educación, vivienda, atención sanitaria y empleo. Es también un indicador de salud y de longevidad. El dinero continúa hablando con la voz más alta, incluso cuando lo a veces lo haga desde las comisuras de la boca, Aun si habla con la boca completamente tapada. Y a los gobiernos ya no les apetece realizar una redistribución de la riqueza. Tampoco les gusta intervenir para abrir enclaves y derribar barreras que impiden la movilidad social. Según parece, estas son tareas cuya responsabilidad recae en el individuo. (‘Using the C-Word’, p. 231-2, mi traducción). Fotografía de D.A. Eaton.

11 ene 2017

Reseña: How the Dead Live, de Will Self


Will Self, How the Dead Live (Londres: Bloomsbury, 2000). 404 páginas.
A sus 65 años, la londinense Lily Bloom (son innegables los ecos de Joyce), una energética mujer judía antisemita nacida en los EE.UU., se está muriendo. Si hay algo de lo que pueda presumir Lily, es una portentosa lengua viperina, y en unas cuatrocientas páginas nos lo va a contar todo, de pe a pa: tanto la historia de su vida como la historia de su muerte y lo que le sigue a esta. La novela comienza – algo sorprendentemente – con el epílogo; en realidad se trata de un pequeño artificio narrativo que le sirve a Self para manejar el resto del material a su antojo.

Desahuciada por los médicos, Lily decide irse a su casa a morir. Sus dos hijas son como el día y la noche – Charlotte, la mayor, es la acaudalada y estirada; la menor, Natasha, es adicta a todas las drogas que se le pongan al alcance de la mano y hará cualquier cosa por conseguir la pasta necesaria. Las horas inmediatamente anteriores al óbito de Lily (que finalmente se produce en el hospital) le permiten a Self confeccionar una narración desternillante por boca de Lily, que no deja títere con cabeza.

Una vez difunta, a Lily la viene a buscar un inverosímil aborigen australiano llamado Phar Lap Jones, quien será su guía en el más allá. Hay un moderno Caronte, un taxista de origen griego llamado Kostas, y muchos requisitos burocráticos que cumplimentar. Vamos, como en la vida misma, ¿no?

El caso es que, si ya en vida Lily se pasaba el tiempo denigrando, criticando y despotricando contra todo bicho viviente (empezando por sus propias hijas, pasando por los médicos y terminando con la enfermera que va a cuidar de ella en sus últimas horas), ¿qué otra cosa puede hacer en la eternidad de la muerte sino exactamente lo mismo? Esta es verdaderamente la esencia de How the Dead Live: una extensísima invectiva contra todo y contra todos, en la que Self hace uso de su mordaz sentido del humor, de su ingenio y facilidad para el juego de palabras y de sus irrefrenables dotes para confeccionar los exabruptos más ofensivos.

Y no es que consiga sostener ese ritmo frenético inicial ni el nivel de exquisitez literaria durante las cuatrocientas páginas. Ni mucho menos. A ratos uno se pregunta qué demonios busca el autor, aparte de criticar a la clase media británica con un sarcasmo cáustico y brutal y con múltiples referencias sexuales, a veces una pizca gratuitas. Hay episodios que te hacen partirte de risa, es cierto: pero son los menos en una trama que se extravía desde unos barrios ignotos de Londres hasta el outback australiano. Para cuando Self quiere recuperar el hilo (y con este a un lector tan distraído como yo), quizás ya sea tarde. Lily termina su muerte sin pena ni gloria. Eso sí, antes de ello soltará unas cuantas andanadas contra sus hijas, Tony Blair, la familia real inglesa, Saddam, Winnie Mandela, los Bush y todo bicho viviente.

Si no te molestan el exceso, el cinismo, el exabrupto y la rechifla, este es un libro para ti. De lo contrario, abstente. Eso sí, no estaría nada mal que Will Self creara una novela similar alrededor de cierto personajillo mezquino, soez y dado a la mentira que en apenas una semana va a asumir un puesto de poder que nunca debió haber alcanzado. Por desgracia, ya es tarde, y parece que tendremos que lidiar con eso.

How the Dead Live fue publicada en castellano por Mondadori en 2003 (Cómo viven los muertos); la traducción corrió a cargo de Ignacio Infante.

3 ene 2017

Nouvelle-Calédonie: a unique destination in the Pacific

The waterfront at Anse Vata, Noumea. C'est ne pas Paris!
Despite being officially designated as a special collectivity of France, one never stops getting the feeling that New Caledonia is very much a colony. There seems to be a huge gap between the capital, Noumea, and the more remote communities. But more about this below.

The main island of the archipelago, Grand Terre, is certainly big enough for the visitor to dedicate a few days to the exploration of its numerous coastal attractions and to admire its rugged yet now mostly bare mountains. The reasons for their bareness seem to be principally two: in the 19th century, sandalwood was a much sought-after commodity, and so the native forests were razed quickly. Today gum trees, pine trees and bamboo, among other introduced species, are visible along the roads all over the main island. Reason number 2 is the exploitation of nickel ore, present almost everywhere on the island. Big gashes are visible on mountains, while rivers and creeks carry a great deal of reddish pigments.

Unlike other Pacific Islands where Christian churches have become the foremost socio-political feature (Samoa is one place that comes to mind: only a couple of weeks ago, PM Tuilaepa’s Government tabled a seriously perilous Constitution Amendment Bill whereby Samoa will become an officially Christian State), New Caledonia appears to be rather less pervaded by the type of fundamentalist religiousness that makes easy-going visitors feel a little uncomfortable when not completely alienated. At least in Noumea, there is a generally straightforward and liberal vibe, although alcohol consumption is a clear problem.


Graffiti on a picnic table speaks volumes..


Ybal Khan, 'Determiné'. Words for a struggle.

Moreover, New Caledonians are considered French citizens, and therefore any European Union passport-holders can ingress without a visa. How long will this last? Who knows. Most of the waitpersons I talked to in Noumea were French backpackers who are actively seeking a different future for themselves. But away from the capital, things are very different. The economic gap between wealth and poverty is striking, and makes you wonder...

Because pictures tell a story much better than words, here are a few images, tips and comments for any potential visitor to this unique Pacific enclave.

1. The beaches are wonderful, the waters are clean. There are many options within easy reach from Noumea, and others a few hours away by car.
Plage de Carcasonne (Plum), about one hour away from Noumea

The beach at Poé, about 2 hours north of Noumea on the west coast. Sublime!

The locals in Waho (east coast) were trying to catch their lunch while we watched in the rain.

As if a pristine beach were not enough... Wadiana waterfall and waterhole (Tribu Goro) on the eastern coast, The sea is just metres away.
2. The Aquarium at Anse Vata is a must-see, especially if you're not into diving or snorkelling. Wonderful specimens.



3. Opened in 1998, the Jean-Marie Tjibaou Cultural Centre in Tina affords a magnificent understanding of the indigenous cultures of New Caledonia, particularly the Kanaks. It's a splendid building set on a narrow peninsula, it was designed by Italian architect Renzo Piano. The collections are really worth the visit.
Centre culturel Tjibaou
Kanak warrior
The traditional planting of taro
A poignant portrait of suffering in the wake of a cyclone
The traditional home of the Kanak
Composition using water bottle tops
4. Apart from the coastal areas, the landscape can be quite spectacular. These two shots are from the Poé Area: tall, majestic araucarias on Baie des tortues (Bay of Turtles) and impressive rock formations at low tide.


5. In Noumea, prices are Parisian, which should not surprise anyone. A no-frills dinner for a family of four will set you back more than €100. An affordable option in Anse Vata is a place called Stone Grill, where you can cook your own fillet of yellow-fin tuna. Fresh, nutritious, unbeatable for taste, and just under €25.


6. Most likely, the best thing about the megacruises that plague Noumea on a daily basis is the fact that they never stay overnight, and make for good sundown photographs with ocean backgrounds. Au revoir! Bon vent!

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