Andries van Wesel,
más conocido por su nombre latinizado, Andreas Vesalius, fue un médico flamenco
del siglo XVI. Su más distinguida contribución a la ciencia fue la exhaustiva y
completa descripción de la anatomía del ser humano, que condensó en un libro,
titulado De humani corporis fabrica libri septem.
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'El Maestro', según Porter. Estatua de Vesalius. Fotografía de Manuela Gößnitzer. |
En su excelente
debut en el siempre dificil envite de la ficción, el australiano John Byron crea
un espeluznante personaje obsesionado con rendir tributo a Vesalius. ¿Cómo? Con
sacrificios humanos, utilizando víctimas propicias residentes en la gran
conurbación de Sydney. Con cada una de sus víctimas, el cirujano asesino,
Stephen Porter, reproduce uno de los capítulos del libro de Vesalius.
Sin embargo,
Stephen no es el único criminal de esta novela. No se trata de un thriller
al uso: prácticamente desde el principio la identidad del asesino nos es
revelada. Cuando la dirección de la investigación va a parar a las manos del detective
David Murphy, comienza el desarrollo de una trama excelentemente ideada y
construida. Desde su puesto en el centro de asistencia al cliente del banco
para el que trabaja, el asesino selecciona a sus víctimas. La policía no logra
encontrar hilo alguno que conduzca hacia Porter. Hasta que el propio asesino
cometa un error, naturalmente.
Y ese error se
produce en unos grandes almacenes cuando una mujer engreída y egoísta se salta
la cola de la caja para pagar sus compras. Porter la elige y la mata: ese será
su error, porque en los centros comerciales siempre hay cámaras de circuito
cerrado.
Para tratar de
encontrar pistas que ayuden a la Policía de Nueva Gales del Sur a encontrar y
detener al asesino en serie, Murphy recluta a su hermana Jo, académica experta
en historia del arte. De hecho, en los primeros compases Jo ha dado una
conferencia pública en la Universidad de Sydney, en la que ensalza los méritos
de la Fabrica de Vesalius.
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La portada de De humani corporis fabrica libri septem |
Por medios nada
lícitos Murphy identifica al blanco de la investigación policial. Porter logra
escapar al cerco. Y es entonces cuando Murphy idea la trampa con la que quiere
atraparlo. Y esa trampa implica el sacrificio de su esposa: Sylvia.
La novela despliega
una estructura sumamente acertada. Pese a las subtramas que pueblan la narración,
el ritmo es ágil. Los saltos en el punto de vista narrativo permiten que cambie
constantemente la perspectiva entre el detective Murphy, Jo, Sylvia y el mismo
Stephen Porter.
El autor incluye
una breve introducción de cada uno de los tomos del libro de Vesalius: ‘Los huesos
y los cartílagos’, ‘Los ligamentos y los músculos’, ‘Las venas y las arterias’,
‘Los nervios’, ‘Los órganos de nutrición y reproducción’, ‘El corazón y los órganos
relacionados’ y ‘El cerebro’.
Murphy es sin
duda el personaje central de la novela. El retrato que dibuja Byron del
detective es absolutamente implacable. Un tipo brutal, alcoholizado y pendenciero,
con algunos tintes de racismo y propenso violento, además de manipulador y
misógino. De hecho, en la nota que sigue a la novela, escribe el autor acerca
del verdadero tema de la novela: “la gente que sigue perpetrando las diversas
formas de guerra doméstica asimétrica no captan este mensaje – el cual es, para
dejarlo meridianamente claro: Que es inaceptable, qué mierdas, y ya es hora de
parar, qué hostias. El control coercitivo, el abuso psicológico, el abuso
económico, el aislamiento social, los insultos y humillaciones, la falta de
respeto, la intimidación, la violación conyugal y la no conyugal, las palizas, los
feminicidios: Todo eso tiene que terminar ya, y ha de ser para siempre. […] Con
cada vez menos excepciones, nosotros, los hombres, somos los abusadores,
nosotros somos los atacantes, nosotros somos los violadores, nosotros somos los
asesinos. Esta epidemia no terminará mientras no la detengan los hombres. Y eso
depende de nosotros, no de las víctimas. […]
En un libro en el
que no faltan pasajes humorísticos – “… Ser poli ya es malo de por sí, pero trabajar
en el comercio aplasta la fe que puedas tener en la naturaleza humana. Este es
un sector que podría convertir al Dalai Lama en Vlad Țepeș, el Empalador.” (p. 249,
mi traducción) – John Byron demuestra su profundo conocimiento del habla
coloquial y las jergas en las calles y bares de Sydney. Detrás de este libro
hay muchísima investigación, mucho trabajo de campo y un enorme amor por su
ciudad natal. The Tribute fue finalista del Premio Literario del Premier
de Victoria a manuscritos no publicados. Nada mal para un debut.
Además, encontrar
mi nombre en las páginas dedicadas a los agradecimientos ha significado un hermosísimo
detalle para mí. ¡Gracias a ti, John!
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Wedding Cake Island, Coogee Beach. Fotografía de T. Wykes. |
“Desde los altavoces llegaba la melodía surfera de Midnight Oil, ‘Wedding Cake Island’, en una llamada al orden para los nadadores en el extremo norte de la playa de Coogee. La excitada cháchara cesó al tiempo que el sonido de las guitarras se elevaba con la suave brisa otoñal de Sydney; justo entonces, sonó el pistoletazo de salida y se puso en marcha el Festival Anual de Natación de la Playa de Coogee. Jo entró corriendo en el agua, se zambulló por debajo de la ola que rompía en ese momento, reapareció en la superficie y aceleró con rumbo a Nueva Zelanda.
Tras rebasar Wedding Cake Island, pronto tuvo que enfrentar las sacudidas del oleaje en mar abierta al otro lado de las rocas durante unos cien metros, y luego viró hacia el canal entre el islote y la sólida base del promontorio del Sur de Coogee, dejando detrás la marejada. Tras pasar por delante de la Piscina de Señoras, los competidores nadaron en línea paralela a la playa, por detrás de las olas que rompían cerca de la orilla. Jo pisó el acelerador. Adelantó a la mayoría de los participantes, ya cansados, y entonces viró a la izquierda, se enganchó a la ola que llegaba por detrás de ella y que la impulsó hasta la orilla. Exultante y jadeando, cruzó la línea de meta: le ardían las piernas. Había hecho un tiempo un poco por encima de los cuarenta y seis minutos. Su plusmarca.” (p. 1, mi traducción)