27 oct 2016

Reseña: Cock & Bull, de Will Self

Will Self, Cock &; Bull (Nueva York: Grove Press, 1992). 310 páginas.

Mi viejo Collins define cock-and-bull story como ‘an obviously improbable story, esp. a boastful one or one used as an excuse’, esto es, una historia evidentemente imposible, en especial una cuyo narrador sea jactancioso o la utilice como excusa. Google, el sabelotodo del siglo XXI, nos dice que el origen de la expresión bien pudiera remontarse a los rumores y cotilleos que intercambiaban entre sí los viajeros que paraban en dos tabernas cercanas de la localidad inglesa de Stony Stratford, una llamada The Cock y la otra conocida como The Bull. Mas yo sospecho que ésta no deja de ser otra cock-and-bull story más.

Este atípico libro de Will Self se compone en realidad de dos nouvelles, dos relatos fantásticos en los que lo absurdo cobra visos de verosimilitud (ganándose así la probable credulidad del lector) gracias a su posicionamiento dentro de marcos cotidianos y prosaicos. La intención es claramente satírica, pero los resultados no son siempre tan efectivos como uno esperaría.

En el primero, un joven a bordo de un tren rumbo a Londres se ve apabullado por un extraño académico de Oxford, que decide contarle una historia mientras el tren avanza a trompicones por la campiña inglesa. Una de las circunstancias por las que no termina de funcionar Cock es que este nivel supranarrativo no se hace evidente hasta ya entrado el segundo capítulo.

La historia gira en torno a Carol. Ella es la esposa de Dan, un alcohólico diseñador que pasa noche tras noche con sus amiguetes en el pub. Harta de su falta de atención, decide comenzar a investigar su propio cuerpo. De repente un día descubre que le ha salido un pene (el Cock del título). A medida que el nuevo apéndice sexual comienza a cobrar protagonismo en la vida de Carol, ésta se vuelva más agresiva y violenta y urde su pequeña venganza, con un desenlace algo previsible. Y, por cierto, el académico del tren no es quien decía ser, según nos confiesa al final el narrador de la historia.

La segunda nouvelle, Bull, me resultó mucho más entretenida. Un joven reportero deportivo y fornido jugador de rugby, John Bull – no es gratuito: el nombre ‘John Bull’ es la representación estándar del varón británico – se tiene que dedicar a cubrir las reseñas de espectáculos de cabaret y similares. En uno de ellos, el cómico de turno (cuyo repertorio se limita a chistes obscenos y vulgares sobre los órganos sexuales femeninos) le hostiga y parece lanzarle una maldición cuando Bull abandona el espectáculo mucho antes de su conclusión.

A la mañana siguiente, un resacoso Bull descubre que le ha salido una llaga, algo que no tiene claro si es una herida o una quemadura, en la parte posterior de la rodilla. Sin perder tiempo alguno, concierta cita con un médico del centro de salud local.

Al doctor Alan Margoulies todo el mundo lo tiene por un santo. Pero no lo es, ni por asomo. Al descubrir que lo que Bull tiene en la rodilla es una vagina, el médico se lo calla, y esa misma noche cancela una visita a domicilio con otro paciente para poder visitar a Bull en su propia casa. Margoulies es un mujeriego, y queda fascinado por el extraño fenómeno de la pierna de Bull. Y mucho más. Entre ellos surgirá algo parecido a un idilio.

Así como Cock contiene muchas interrupciones en la narración, no siempre justificadas, ni tampoco necesariamente bienvenidas por el lector, Bull sí es un relato con una construcción sobria, bien manejado por Self. Tanto en una como en otra los personajes principales (Carol, Dan y Dave 2 en Cock, John Bull, Margoulies y Juniper en Bull) están bien dibujados y se prestan a la sátira más incisiva.

Lo que no me queda tan claro es la intención de Self con la creación de estas dos historias de transmutación sexual. Si buscaba algo más que la pulla y la rechifla, se quedó corto. Cock & Bull no es, en cualquier caso, un libro memorable.

Publicado en español por Anagrama en 2006, bajo el título Patrañas: habo, higo, en traducción a cargo de Iris Menéndez.

21 oct 2016

Reseña: Sweet Tooth, de Ian McEwan

Ian McEwan, Sweet Tooth (Londres: Jonathan Cape, 2012). 320 páginas.
Felizmente, McEwan nunca dejará de sorprendernos. Desde que leí su primer libro, First Love, Last Rites, allá en la década de los 80, cuando estaba yo estudiando Filología Inglesa y McEwan ya se había labrado una reputación, hasta su novela más reciente, Nutshell, han pasado más de tres décadas. Como lector he disfrutado mucho con la mayoría de sus libros – no con todos. Saturday me enojó lo indecible, y he de admitir que le perdí la pista durante unos cuantos años. No creo exagerar cuando digo que McEwan sigue siendo uno de los mejores en su oficio.

En Sweet Tooth el autor inglés nos lleva a la década de los 70, al mundo de las agencias de inteligencia de aquella época; hoy en día las mismas agencias operan en otros ámbitos, pero no creo que el nivel de intromisión de los gobiernos en la producción cultural haya disminuido. Al fin y al cabo, la concesión de ayudas gubernamentales a escritores, artistas y creadores culturales no deja de representar una distorsión del mercado.

Así pues: década de los 70, Serena Frome nos cuenta que hace unos pocos años se graduó por la Universidad de Cambridge, donde cursó Matemáticas, aunque lo que verdaderamente le llamaba era la literatura. Tras una relación con un joven que todavía no ha salido del armario, Serena conoció a un viejo profesor, Tony Canning. Con él pasará muchos ratos inolvidables, escondidos de la mujer de Canning y del mundo; aprenderá mucho y llegará a adorar al maduro profesor.

Un día las cosas se tuercen, y Canning decide terminar la relación muy bruscamente. A pesar de ello, Serena decide presentarse a la entrevista de trabajo que le ha procurado su examante. Y consigue el puesto, dentro de la conocida agencia MI5. Comienza en un puesto meramente administrativo, pero a las pocas semanas le encomiendan su primera misión seria. Se trata de captar a un joven novelista afincado en Brighton para un proyecto de propaganda ideológica que contrarreste la amenaza soviética; el proyecto lo financiará el MI5 a través de una fundación fantasma cuyo principal estandarte es, por supuesto, la libertad.

Brighton Railway Station - a good place to shatter someone's fictional romance? Fotografía de Simon Carey
¿Quién es el objetivo al que deberá dirigirse la joven y atractiva Serena? Tom Haley. Una joven promesa de la escena literaria (McEwan le hace compartir el ficticio escenario de una velada literaria con un tal Martin Amis), los cuentos que escribe Haley (que muy bien podrían haber sido creaciones del McEwan de aquella época) le encantan a Serena. Tras conocerse en persona, la atracción mutua que sienten es irresistible.

Claro que para una agente secreta enamorarse de la persona a la que estás engañando no es la mejor idea, ¿verdad? Serena se mete en camisa de once varas: no puede revelarle a Tom la verdad sobre el origen del dinero con el que él la está invitando a cenar y beber a lo grande los fines de semana en Brighton, pero tampoco quiere desaprovechar el partido que la vida le ha puesto por delante, una vez que Tony Canning ha muerto en una remota isla del Báltico. ¿Ser o no ser?

No te cuento más, para evitarte un spoiler. Sweet Tooth tiene un sinnúmero de giros inesperados y guiños divertidísimos al tradicional thriller de espías, y todo ello ejecutado con la maestría que caracteriza la obra de McEwan. Solamente añado que el último capítulo es un gran colofón, el remate experto de un gran autor, quien hace como Juan Palomo, “yo me lo guiso, yo me lo como”.

La caracterización de Serena Frome es ciertamente exquisita, aunque habrá quien le encuentre defectos. La misoginia que se palpa en MI5 es escandalosa – eran al fin y al cabo los años 70.

Bajo la engañosa apariencia de una novela de espionaje y agentes secretos, McEwan crea un preciosista diálogo en torno a, e ingeniosa burla de, todo lo que se ha esgrimido como convenciones inevitables en la construcción de la novela. ¿Es el autor el que escribe o el que es escrito?

Sweet Tooth se publicó ya en España en 2013: en castellano, Operación Dulce (en Anagrama, traducción de Jaime Zulaika); i en català, Operació Caramel (Empúries, traduït per Albert Torrescasana).

13 oct 2016

Reseña: Make Something Up, de Chuck Palahniuk

Chuck Palahniuk. Make Somnething Up (Londres: Jonathan Cape, 201X). 317 páginas.
Dice el subtítulo de esta colección de cuentos de Palahniuk – el primer libro suyo que leo – que son ‘stories you can’t unread’, que vendría a ser algo así como ‘cuentos que no puedes desleer’. Pues bien, es ciertamente difícil desleer algo, pero por fortuna los lectores tenemos la posibilidad de olvidar lo que hemos leído y consignarlo a la papelera, llegado el caso.

Vaya por delante que a mi edad no me considero especialmente impresionable ni recatado. Creo que soy capaz de poner cierta distancia entre el material que leo y la interpretación personal que hago de lo leído. ¿Dónde quiero ir a parar con esto? Vayamos al grano: digamos que de las 23 historias que integran Make Something Up, más de la mitad no dan la talla. Lo cual no quiere decir que Palahniuk no logre sus propósitos de sorprender o molestar al lector. Puede que lo logre con otros, pero no conmigo.

Me explico. En las respuestas a una entrevista del 2 de noviembre de 2014 que apareció en The Observer, Palahniuk explicaba que con su literatura trata de “lograr los efectos de una alta cultura mediante los métodos de una baja. Me fascina la baja ficción que genera una respuesta física: lo que asquea al lector, lo que le da hambre o le excita sexualmente.”

A Palahniuk no le falta voluntad de ser transgresor en sus temas. Incluso hay alguna historia en la que la transgresión se produce en el lenguaje – es el caso de ‘Eleanor’, la segunda del libro, que exige una lectura muy intensa para poder sacarle todo el sentido a los juegos de palabras y malapropismos. Pero la mayor parte de sus transgresiones tienen que ver con las buenas costumbres y lo que mucha gente de bien llama ‘lo moralmente aceptable”.

En ese sentido, Palahniuk podría ser el heredero de Charles Bukowski, con la diferencia de que algunas historias de Bukowski realmente (me) hacían gracia. No es el caso con Palahniuk. Make Something Up comienza bien, en buena forma. ‘Knock-Knock’ cuenta la historia de un maltrato infantil a través de una retahíla de chistes basados en la consabida fórmula del “Toc-toc; ¿Quién es?”. Los chistes son a cada cual más vejatorio. Desde el punto de vista de la traducción este, como ‘Eleanor’, supondrá un enorme desafío para quien se atreva a intentarlo, si es que alguien se atreve.

Otras historias exploran el mundo del marketing y la promoción de productos a través de personajes sin muchos distintivos. En todos los cuentos hay algún elemento inverosímil y transgresor. Y ese es, en mi opinión, el punto débil de un libro como éste. El esquema de creación, en el que una situación dada o un atributo extraño o peculiar de un personaje es llevado a extremos, si no absurdos, sí increíbles, es tan repetitivo que cansa y termina por aburrir.

Conforme uno avanza en la lectura de estas narraciones, más y más frecuentes son las carencias. Así, por ejemplo, ‘Torcher’, en el que un ajado cincuentón se enfrenta al reto de descubrir quién puede ser un asesino – potencialmente en serie – en el transcurso de un gran festival al que acuden hippies, ninjas y otras numerosas tribus alternativas. No le encontré mucho sentido a situar una disputa familiar en ese entorno y hacer que la resolución de la trama pasara a ser la resolución de un conflicto doméstico.

En otro de los cuentos, ‘The Toad Prince’, un muchacho que caprichosamente ha contraído todas las enfermedades venéreas a su alcance ha desarrollado tal cantidad de verrugas en su miembro viril que éste ha alcanzado unas dimensiones absurdas. En mi opinión, no es cuestión de que sea mal gusto, sino de poca originalidad.

Ni siquiera el más largo de todos los cuentos, ‘Inclinations’ – que sobrepasa las 50 páginas – tiene una trama coherente. La historia se desarrolla en una institución que busca “corregir” la orientación sexual de muchachos adolescentes; al protagonista, Kevin, se le une un grupo de chicos que han ingresado, como él, únicamente con la intención de obtener una recompensa económica de sus padres cuando salgan de allí. Pero el lugar resulta ser una prisión de la que parece imposible escapar. Es una historia enrevesada, que abunda en momentos rayanos en el histrionismo, y que el autor soluciona con un crimen, un acto de ajusticiamiento sangriento, pero para nada inesperado.

Hay un candidato a la Presidencia de los Estados Unidos en el que muy bien se pudiera inspirar Chuck Palahniuk para seguir escribiendo historias de este calibre y naturaleza. Según parece, sus andanzas y comportamientos dan mucho juego o, mejor dicho, muchos jugos, pues al fin y al cabo parece ser éste un elemento esencial en la mayoría de los cuentos que escribe Palahniuk en Make Something Up.

I'll have a beer, thanks.

5 oct 2016

Reseña: Satin Island, de Tom McCarthy

Tom McCarthy, Satin Island (Londres: Jonathan Cape, 2015). 173 páginas.
¿Puede haber alguien que se haga la ilusión de contar con la capacidad intelectual y física necesarias para acometer la elaboración de un ‘Gran Informe’ de nuestra época? Esto es, un dosier cabal, exhaustivo, detallado y definitivo que dé cuenta de quiénes somos, de dónde venimos y adónde nos dirigimos, una magna obra que explique cómo somos y estamos en el mundo. Nadie que estuviera verdaderamente en su sano juicio podría engañarse hasta tal punto. ¿O sí?

El narrador de Satin Island se presenta en el aeropuerto de Torino-Caselle, e inicia esta novela/informe (el formato de presentación del texto, en secciones numeradas, en la que cada párrafo corresponde a un número dentro de su capítulo, es un guiño hacia el motivo del ‘Gran Informe’ que tanto le obsesiona) divagando sobre la famosa sábana santa de Turín. Algo que resultó ser tan auténtico como los Milli Vanilli.
The truest fictions are those we used to sing along to... Fotografía procedente de Observer.com
De él iremos conociendo pocos datos personales: así, sabremos que vive en Londres, que tiene sexo de vez en cuando con una mujer llamada Madison, y que su despacho se halla en el sótano de un gran edificio, adonde le llegan, amortiguados, comentarios de otras plantas superiores a través de los conductos de la ventilación. Fascinante, ¿verdad?

De su nombre solamente conocemos la primera letra, U. Este es, por supuesto, un juego de McCarthy – en los símbolos de mensajes de texto en inglés, U es “you”. ¿Es una invitación a que seas tú, lector, el narrador? ¿Quién lo sabe?

En todo caso, U. es etnógrafo o antropólogo (o ambas cosas, si se quiere), y lleva algún tiempo trabajando para una importante organización recabando datos y realizando análisis conducentes a un gran proyecto multifacético, algo con tonalidades algo siniestras, que se supone va a cambiar nuestras vidas de forma muy significativa y profunda, pese a que en un principio U. nos asegura que es, “dentro del esquema general de las cosas, un tema bastante aburrido” (p. 12, mi traducción).

La narración (no cabe hablar de una trama propiamente dicha) deambula entre las diversas obsesiones de U., los hilos argumentales paralelos o divergentes, y el progresivo desapego que el etnógrafo siente por la Compañía, el Proyecto Koob-Sassen y el Gran Informe. Además de momentos meditativos llenos de ironía (la digresión descriptiva del momento en que decide ordenar la mesa de su escritorio fue algo que me recordó que yo mismo he pasado por ello varias veces en los últimos dos o tres años), U. acude a reuniones, congresos y simposios en los que pierde el tiempo de la manera más creativa posible.

La paradójica belleza de los derrames de petróleo, una absurda conspiración global de paracaidistas suicidas, curiosas divagaciones en torno a tendencias culturales y estudiosos franceses del siglo XX…todo le vale a McCarthy para avanzar hacia un final apoteósico en la isla Staten, en las aguas que cercan Nueva York.
October Ferry to Staten Island. Should I stay or should I go?.Fotografía de InSapphoWeTrust. 
Satin Island no deja de ser un gran entretenimiento intertextual, aunque será sin duda una pesadilla para quien solamente disfruta del formato más convencional de la novela. Personalmente, lo que más he disfrutado de Satin Island son las conexiones morfosintácticas y semánticas que establece U. entre los más dispares y distantes fenómenos o eventos. McCarthy enlaza todo y nada con humor y algo que se aproxima a la genialidad, para estamparnos en las narices la conclusión que deriva U. de todo lo explicado en las 170 páginas precedentes: una acción nuestra puede no tener ningún sentido y la decisión de no proceder con esa misma acción puede también no tener sentido alguno. Algo es nada y nada es algo.

Vivimos en una época de proceso de constante estancamiento, es así como tratamos la información y como la tecnología de la información nos trata a nosotros: estamos en un permanente camino hacia una conclusión que, paradójicamente, sabemos no vamos a alcanzar nunca, pues el proceso se regenera y reconfigura constantemente. Quizás sea ese el mensaje de crítica que nos podamos llevar de Satin Island: la hegemonía de los mercados se impone sobre nuestras conductas y nos acerca a un absurdo insuperable. Reaccionamos al producto exactamente tal como lo han predicho los gurús corporativos, quienes explotan nuestras ansias de individualismo y supremacía personal. Nos tienen muy bien estudiados.

Satin Island la publicó en España Pálido Fuego en 2016, traducida por José Luis Amores.

27 sept 2016

Lluís-Anton Baulenas´ Quan arribi el pirata i se m´emporti: A Review

Lluís-Anton Baulenas, Quan arribi el pirata i se m'emporti (Barcelona: RBA, 2015). 429 pages.
20th-century Spain allowed many an unsavoury character to make progress in life; Francoism was the ideal socio-political system for ruthless and callous non-entities to make their fortunes through dodgy deals, exerting their influence way beyond what the normal extent of their actual abilities and competencies should have reached. One of these people could have easily been Miquel-Deogràcies Gambús, introduced to us readers as ‘the Ogre’. The Ogre’s middle name (“thanks be to God”) is of course a finely sarcastic detail from Baulenas.

At 96, Gambús’ CV is one to be dubiously proud of: a double murderer before becoming of age (a young local shepherd and his own grandmother are his first two victims), he quickly profited from the Civil War and the Francoist regime by doing whatever it took to achieve his ends. Many years later he is the owner and President of a big international company called Prospective Business. He has everything money can buy, yet everything is never enough.

One thing he cannot have is eternal life, though. His end is nigh, as they say, and he wishes to keep his secret “treasure” in safe hands. His treasure is a little cave with the most amazing rupestrian paintings ever discovered, above which Gambús has built his mansion, appropriately named La Fortuna. The local shepherd was the first person to pay for this secret with his life, but a few more end up losing their lives throughout the years, his first wife included.

Gambús knows not what scruples are, nothing has ever stopped him, or will ever stop him for that matter. Not even his two sons, very wealthy businessmen who live in London and New York respectively, have ever been allowed to see the paintings. So why does Gambús all of a sudden summon fifty-something-year-old gay amateur photographer and Raval-based nurse Jesús Carducci to his mansion, offering him huge sums of money to photograph the paintings?

A Raval street in broad daylight. Photograph by Jeny.
Quan arribi el pirata i se m’emporti, loosely translatable as ‘When the pirate comes and takes me away’, is narrated in two parallel plotlines that eventually meet and clash at La Fortuna. While the story of Gambús’ life since his birth in 1909 to the megalomaniac project he has devised in order to make his legacy a long-lasting one is certainly an attractive one, the storyline around Carducci’s flirts with various men and his walks around the Barri del Raval are less so. The former is narrated in the third person (we later learn Carducci is the narrator), while Carducci’s adventures are a first-person narrative.

The novel, however, takes a few too many chapters to really engage the reader: there are a few too many diversions, as well as an excess of probably irrelevant details. Baulenas indulges in rather verbose descriptions where, at least in my opinion as a reader, the editor should have used the old red pen.

The Ogre’s machinations are indeed the driving force in this quirky yet at times captivating story. Carducci becomes a puppet whose strings Gambús pulls at will. Which is not too difficult a task for someone like Gambús, of course, who is known to have flown across the world to propose to his would-be second wife, French prostitute Martine, in extremely convincing terms: he more or less says, “I came here to either marry you or kill you. Choose what it will be.” Like the slogan in those T-shirts many people used to wear all over the planet not that long ago, Marta Gambús, as she will be known eventually, will choose life. A life sentence of sorts indeed.

Quan arribi el pirata i se m’emporti deals quite aptly with the allure of power and how it corrupts everyone who comes near those who exert it. Two very different worlds are confronted with each other: the world of wealth and limitless influence versus the microcosm of El Raval, the old Barcelona barrio where crime, crudity and hardship dominate people’s lives.

An old city gets a facelift - AirBnB does the rest. Photograph by Alain Rouiller.   
Unlike El nas de Mussolini, the only other Baulenas book I have read so far (a review in Spanish is available here), Quan arribi el pirata… is not as masterfully paced or skilfully structured. Still, it’s entertaining enough. 

Yet apart from the slow start to the story proper, the ending is a little long-winded, too. And to compound things, Baulenas adds an 18-page epilogue, situated three years later in 2009. Why a 400-page story would require such a lengthy epilogue is something that escapes me. Not every character needs to have their life sorted out and explained at length in a novel, methinks.

18 sept 2016

Reseña: The Lives of Others, de Neel Mukherjee

Neel Mukherjee, The Lives of Others (Londres: Chatto & Windus, 2014). 516 páginas.
La guerrilla naxalita de orientación maoísta apareció en la región india de Bengala Occidental en las décadas posteriores a la independencia del país en 1947 y se extendió posteriormente a otras regiones del subcontinente. Sus objetivos eran claros: lograr la redistribución de las tierras entre los campesinos que ninguna tenían o que habían perdido la poca que tenían a manos de los terratenientes, prestamistas y otros caraduras de muy diversa índole. Dejando de lado lo adecuado o no del método por el que optaron para intentar lograr sus objetivos – tema que es sin duda discutible desde varios puntos de vista – no cabe duda de que dichos objetivos eran loables. De hecho, la reforma agraria que tanto se prometió durante el proceso de independencia y después de esta nunca se ha llevado a cabo a rajatabla.

Fotografía de Michael Gäbler.
Este es el contexto histórico en el que sitúa Mukharjee esta su segunda novela, la cual estuvo cerca de llevarse el Premio Man Booker de 2014, que se llevó otra magnífica historia, la del australiano Richard Flanagan (The Narrow Road to the Deep North). The Lives of Others tiene como protagonista indiscutible a la familia Ghosh, perteneciente a la clase media-alta de Calcuta. Es un trabajo muy ambicioso, presentado en dos narraciones paralelas durante buen aparte del libro. Por un lado, una narración omnisciente en tercera persona, en la que Mukherjee sigue las vicisitudes (que son muchas, y no siempre fascinantes) de la familia Ghosh. Por otro lado, el autor incluye una serie de cartas que Supratik, el joven heredero del clan Ghosh huido para organizar y liderar las guerrillas naxalitas, escribe a una mujer de la familia de quien no sabemos el nombre.

La familia Ghosh tiene como patriarca a Prafulla, quien sobrevivió a una infancia dura y consiguió construir su pequeño imperio económico en la industria papelera. Su mujer es Charubala, que manda en la casa con mano de hierro. Tienen cinco hijos, cuatro varones y una mujer, Chhaya, a la que nunca consiguen casar. Si en los años 60 los Ghosh acumulan riquezas y se codean con la creme de la creme de Calcuta, una pobre estrategia industrial y financiera verá cómo la familia entra en declive en los 70. Los dos hijos mayores, Adinath y Priyo, culpan a su padre; en realidad, parece decir el narrador, el proceso de declive era inevitable.

Tea shop in Kolkata. Fotografía de Arnabpatra Jhargram
El hijo mayor de Adinath, Supratik, aprende en la universidad las enseñanzas del líder de la Revolución Cultural, un tal Mao, y harto de las hipocresías y constantes crueldades de la familia (un ejemplo fehaciente de la sociedad patriarcal tradicional en Bengala, sostenida sobre un sistema de violencia y opresión de los poderosos hacia los que nada tienen) se echa al monte en el distrito de Medinipur.

Entre los campesinos más pobres, los desheredados de la Tierra, Supratik pasará varios años. Aprenderá a labrar, plantar, cosechar y fertilizar los campos de arroz en jornadas de más de 12 horas diarias, y con otros compañeros revolucionarios emprenderá acciones de lucha armada contra el sistema. Conocerá de primera mano las tragedias y las injusticias que padecen los más pobres – como el caso de Nitai Das, sobre el que Mukherjee escribe el prólogo de la novela (ver más abajo). En compañía de otros jóvenes guerrilleros, Supratik participa en su primera acción sangrienta (el asesinato de un rico prestamista sin escrúpulos), a la que seguirán otras. La represión gubernamental no se hará esperar, y Supratik regresa a Calcuta, al hogar familiar.

La familia Ghosh no es precisamente un dechado de decencia y honradez. Mukherjee ahonda en los detalles más oscuros y execrables de cada uno de ellos. La matriarca, Charubala, ejerce el poder de forma despótica y trata a la viuda de su hijo más joven y a los nietos como si fueran intocables. Priyo frecuenta un burdel donde satisface sus obsesiones escatológicas hasta que una tarde recibe una paliza. Chhaya tiene una lengua viperina. El hermano de Supratik es un vivalavirgen enganchado a la heroína. Es un mosaico en el que la hipocresía, los valores patriarcales y clasistas de la clase media bengala y los dobles raseros que emplean en las relaciones interpersonales quedan muy resaltados. El autor pone de relieve la fuerte contradicción entre esa opulencia venida a menos y sus aspiraciones a seguir siendo relevantes en la elite social de Calcuta. Ni siquiera Supratik escapa de la mordaz crítica de Mukherjee: no es ningún héroe.

En un desenlace relativamente inesperado, al rápido declive económico de la familia Ghosh se sumarán otras vergüenzas, seguidas de una tragedia posterior a la deshonra que significa para todos ellos un allanamiento nocturno por parte de la policía.

One way of making a living in heavy traffic. Fotografía de M M.
The Lives of Others es una novela harto ambiciosa tanto por su extensión como por el estilo deliberadamente anticuado en ocasiones del que intenta dotar la novela Mukherjee. Hacer gala del dominio de un vocabulario rebuscado y una sintaxis vetusta no ayuda de ningún modo al lector. Todo lo que tiene de bueno de estudio de personajes queda un poco desdibujado. A diferencia del prólogo – uno de los más impactantes que he leído en años recientes por lo que muestra de la brutalidad a la que la miseria aboca a los desheredados y abandonados – los dos epílogos apenas añaden nada de auténtica relevancia a la trama de la novela, una notable saga de la vida en Calcuta cuyo saldo final es más bien imperfecto.

Prólogo - Mayo de 1966
Después de cubrir la tercera parte del recorrido del camino que une su choza con la casa del amo, Nitai Das siente que empieza a tambalearse. O puede que sea otra vez el mareo. Se sienta en el campo yermo que tiene que cruzar antes de llegar a su choza. No hay ni una brizna de sombra en ninguna parte. El sol de mayo es un fuego implacable; le quema la sangre hasta dejarlo seco. Y quema también cualquier atisbo de esperanza que le queda de que el monzón arribe a tiempo para terminar con este tercer año de sequía. Alrededor, la tierra empieza a agrietarse y partirse. Le pesan los párpados. Cierra los ojos por un instante, y luego, justo cuando el sueño empieza a vencerle, se mueve hacia adelante, despertándose bruscamente. Toquetea distraídamente a su gran enemigo, el suelo, que ya no es tal suelo, sino polvo compacto. Hasta el recuerdo del agua ha quedado borrado para siempre, como si nunca hubiera existido.

Toda la mañana ha estado mendigando una taza de arroz en el exterior de la casa del amo. Sus tres hijos no han comido nada en cinco días. Su última comida fue un puñado de heno robado del establo del amo, y hervido luego en el agua amarillenta y turbia del pozo. Hasta el pozo se está quedando seco. Durante los últimos tres años vienen comiendo una vez cada cinco o seis o siete días. Las últimas veces que había ido a pedir no habían servido de nada, solamente recibió insultos y que lo echaran a la fuerza de las tierras de la casa del amo. Al principio, cuando empezó a ir allí a mendigar comida, le cerraban las puertas y ventanas y pasaban los pestillos, mientras él se quedaba sentado fuera de la casa durante horas y horas, y el día dejaba paso a la tarde, y ésta a la noche, hasta que descubrieron su resiliencia y cambiaron de táctica. Hoy los guardias le han atacado. Uno de ellos le ha atizado en la espalda, los hombros y las piernas con un palo, mientras el otro bromeaba: ─ ¿Dónde vas a darle a este perro? Si no es más que huesos, ni siquiera hace falta arrearle. ¡Sopla y verás cómo se cae de espaldas!

Curiosamente, Nitai no siente dolor alguno tras la paliza de esta mañana. Sabe lo que tiene que hacer. La cabeza vuelve a darle vueltas, y Nitai cierra los ojos ante el castigo de la luz blanquísima. Todo lo que tiene que hacer es caminar la distancia que le queda, unos quinientos metros. Al cabo de unos momentos ya se encuentra bien. Una especie de energía nerviosa surge de repente en su interior, se levanta y se pone a andar. A los pocos segundos comienza el jadeo, pero él sigue adelante. Una arcada seca le interrumpe el paso por un instante. Pero después sigue caminando.

Su esposa está sentada en el exterior de la choza, esperando a que regrese con algo, lo que sea, para comer. Apenas puede sostener la cabeza. Incluso antes de que él pase a convertirse de un punto en el horizonte en la forma de su marido, la mujer ya sabe que regresa con las manos vacías. Los niños han dejado de levantar la vista cuando él regresa de los campos. También han dejado de llorar de hambre. La más pequeña, que tiene tres años, no es más que un bulto diminuto que apenas se mueve, con unos ojos enormes y pesados. La segunda es un esqueleto revestido de piel negra flácida, pulida. El mayor, con el vientre hinchado, se ha vuelto tan lánguido que hasta su misma sombra parece menguada y torpe. Los huesos se han comido la poca carne que tenían en sus muslos y nalgas. Las raras ocasiones en las que lloran no mana de sus ojos lágrima alguna; sus cuerpos son reacios a desprenderse de todo lo que puedan retener y consumir. Nitai no puede ver ya nada en sus ojos. Antes había hambre en ellos, hambre y esperanza, y el fin de la esperanza y del dolor, y quizás incluso un rencor lleno de perplejidad, una suerte de acusación silenciosa, pero ahora ya no hay nada en ellos: es una nada torpe, que va más allá del final.

El amo le ha explicado qué les espera a sus hijos si no paga los intereses del primer préstamo. Nitai los ha traído a este mundo de miseria, una miseria interminable, una miseria sin fin. ¿Quién puede escapar de lo que uno lleva escrito en la frente desde que nació? Nitai ya sabe qué hacer ahora.

Recoge la hoz de mango corto, coge a su mujer por la muñeca huesuda y la saca afuera. Con su experta mano de agricultor arquea la hoz y la hace bajar cruzándole el cuello. Advierte las dos motas de saliva en las comisuras de sus labios, sus ojos enormes llenos de terror. La cabeza no ha quedado bien cortada, quizás no le ha golpeado con la fuerza suficiente, de manera que cuelga de unas fibras todavía por cortar de piel, músculo y arterias, mientras ella se desploma con un golpe seco. En la cara y en el pecho, que parece estar a punto de reventar, le ha caído un poco de la sangre que ha salido a borbotones. Tiene la mano derecha muy pegajosa.

Al oír el ruido, sale el chico. Nitai es rápido, tiene la energía y la concentración de un animal henchido de sí mismo y únicamente de sí mismo. Antes de que la visión que el chico tiene ante sí pueda comprimirse en algo con sentido, su padre le empuja contra la pared de adobe y dirige la curva de la hoja con toda la fuerza que hay en su ser enardecido contra el cuello del chico, decapitándolo de un solo golpe. Esta vez la sangre, un chorro fino y tibio, le da de lleno en la cara. La mano está ahora tan resbaladiza que deja caer la hoz, En el interior de la pequeña choza está su hija sentada en el piso, temblando, tratando de arrastrarse hacia un rincón donde poder desaparecer. Quizás haya olido esa sangre metálica, o se haya asustado del gemido animal que brota de su padre, un sonido que no es posible que sea humano. Por instinto, Nitai se limpia la mano derecha, la mano con la que trabaja, en su lungi apretujado, agarra a su hija por la garganta con ambas manos, y aprieta y aprieta hasta que los desorbitados ojos de la niña casi se salen de las cuencas a las que están unidos, le cuelga la lengua afuera y quedan quietas las piernas que se revolcaban. Se arrastra por el piso hasta el rincón donde está llorando la última de su prole, con un gimoteo enclenque, y con manos temblorosas le cubre la boca y la nariz, apretando con fuerza, manteniendo las manos fuertemente apretadas hasta que ya no hay nada.


Nitai sabe qué hacer. Levanta el bidón de Folidol que le sobra desde hace tres temporadas y bebe con los labios bien ajustados a la boca de la lata, hasta que ya no puede beber más. En su interior un fuego le quema las entrañas hasta paralizarlo, y entonces empieza a revolverse y retorcerse como una lombriz lanceada, no para de revolverse y retorcerse y finalmente le sale por la boca una espumilla rosácea, hasta que también él regresa de la nada que hay en su vida a la nada que ya es.

13 sept 2016

Reseña: Espejos-Una historia casi universal, de Eduardo Galeano

Eduardo Galeano, Espejos-Una historia casi universal (Madrid: Siglo XXI, 2014 [2008]). 365 páginas.
Espejos es un libro prácticamente inclasificable. No se acerca ni por asomo al ensayo y tampoco es un compendio histórico en el sentido estrictamente académico del término. Pienso que el subtítulo, Una historia casi universal, pretende ser más un guiño al lector que una declaración de intenciones. No es, por razones obvias, una historia universal. Es más bien un viaje a través de la historia y de las civilizaciones que han nacido, prosperado, alcanzado su máximo esplendor y finalmente desaparecido a lo largo de los años en que la humanidad, esa especie que todo lo depreda y maltrata, ha colonizado la Tierra.

Galeano se aproxima a las grandes figuras de la historia adoptando un punto de vista muy diferente del de la Historia como disciplina. Los personajes importantes son los olvidados, los menospreciados, los explotados: mujeres, grandes figuras de la resistencia entre los esclavos, las víctimas de regímenes despóticos y sistemas basados en la injusticia y la explotación de los más débiles. Cada una de las breves narraciones busca ser un espejo en el que mirarnos. Si hemos llegado a donde estamos en septiembre de 2016, es porque antes ha ocurrido todo esto, parece querer recordarnos a cada instante el escritor uruguayo. Por eso su estructura es en gran medida cronológica, desde los más antiguos relatos mitológicos aderezados habitualmente de matices religiosos a los acontecimientos más recientes en el año en que se publicó Espejos por vez primera, 2008.

Galeano escribe siempre con ironía. Sus dardos están bien lanzados, y los destinatarios de tales críticas quedan malheridos por necesidad. El esfuerzo del autor, quien falleció hace poco más de un año, fue encomiable: Galeano reconoce que le fue imposible compilar una bibliografía de todas las fuentes consultadas. Una bibliografía completa quizás habría triplicado el libro en número de páginas. A quien aprecie la buena literatura debe bastarle con saber que un lector erudito e incansable como fue en vida este honorable charrúa hizo uso de miles y miles de libros y textos para obtener la información que conforma esta historia casi universal.
Imprescindible.

29 ago 2016

Reseña: The Façades, de Eric Lundgren

Eric Lundgren, The Façades (Nueva York y Londres: Overlook Duckworth, 2013). 216 páginas.
Las calles de una ciudad son por lo general espacios abiertos, pero no es posible afirmar lo mismo de los edificios que las componen. ¿No puede acaso ocultarse un misterio tras la fachada de un edificio? Sí, pero depende mucho de quién nos cuente la historia.

La ciudad en este caso se llama Trude, un lugar ficticio en el medio-oeste estadounidense. El narrador se llama Sven Nordberg, y su mujer Molly ha desaparecido. Ella es cantante de ópera, él un mediocre empleado de un bufete de abogados. Tienen un hijo, Kyle, que está pasando por la ‘crisis’ de la adolescencia.

Esta mítica Trude fue en gran parte diseñada por un celebérrimo arquitecto austro-alemán, un tal Klaus Bernhard. Pero la ciudad (y quizás esto sea lo más próximo a la realidad contemporánea de los EE.UU.) ha caído en un terrible declive. Dos son los edificios de Bernhard que más destacan: el centro comercial conocido como Ringstrasse Mall, una curiosísima estructura de círculos concéntricos cuyo interior alberga un laberinto y una torre, y un peculiar asilo, en el que vive la madre de Sven, y que recibe el irónico nombre de Traumhaus.

Tras la desaparición de Molly, Sven deambula por las calles de Trude buscándola sin éxito. Poco a poco su vida empieza a derrumbarse a sus pies. Descuida la casa, su higiene personal, su dieta, y por supuesto, la educación y la atención por su hijo Kyle. Sven se convierte en el arquetípico perdedor, bebedor de vino peleón y fumador empedernido. Y lo peor es que no tiene ni idea de por qué puede haberse desvanecido Molly de su vida.

The Façades es una extraña novela: cuenta con un argumento tan tenue y deslavazado que apenas se sostiene como unitario, y a Lundgren eso no parece haberle importado lo más mínimo. Al contrario, diríase que es una estrategia deliberada. Hay sin embargo una sutil ironía que suele ser rara entre la mayoría de los narradores estadounidenses contemporáneos. En cierto modo, Lundgren quiere ser un Pynchon del siglo XXI. Pero es demasiado pronto para afirmar que este autor haya tomado el testigo del maestro.

La novela triunfa en pequeños detalles y episodios. La interacción de Sven con una pareja de policías que investigan la desaparición de Molly, por ejemplo. McCready y The Oracle (un mote muy apropiado para un policía que resuelve sus casos a través de sus sueños) produce momentos desternillantes. Por ejemplo, cuando se presentan en su casa la mañana después de que Sven se pegue un revolcón con la chica de la panadería. Sven explica que está lavando la ropa de cama, y McCready le responde que eso no es un delito. Por ahora.

La atmósfera de Trude, sumida en un invierno frío y gris, es apabullantemente opresiva.  Se respira un aire a estado policial y fascistoide. Cuando el alcalde decide cerrar todas las bibliotecas (provocando una gravísima crisis social, nos cuenta Sven) los bibliotecarios se atrincheran en la Biblioteca Central y la defienden con armas, hasta que El Oráculo (quién si no) tiene una revelación nocturna que le sirve a la policía para reconquistar el último bastión de la cultura. Algo de simbólico tiene este episodio, desde luego.

The Façades no engaña a nadie que busque pasar un rato divertido leyendo una historia intranscendente. Lundgren nos ofrece una prosa bastante original para contar una historia que no es tal historia. El desenlace, o más bien la falta de éste, en definitiva, no nos importa, pues desde las primeras páginas le va quedando claro al lector que no es ese el propósito del autor.

Son los detalles cuasi-absurdos los que deleitan: el asilo, esa casa de los sueños en la que se obliga a los residentes a escribir sus memorias y someterlas a evaluación. Si no provocan una reacción determinada en el cuerpo de examinadores los residentes pueden ser expulsados. La deserción de Kyle, que abandona el domicilio familiar para unirse a un sospechoso grupo evangelista que promueve la quema de libros, de recuerdos de la infancia, de todo lo que pueda ser una tentación.

Lundgren abusa en algún momento del enrevesamiento gratuito de la trama, por ejemplo, cuando Sven descubre el cadáver helado del periodista cultural del diario local (La Trompeta, LOL) y días después otro tipo que dice llamarse igual que el periodista aparece en el estreno de la nueva temporada de ópera. Son pistas falsas que no llevan a ninguna parte, como casi todas las situaciones anteriores en que se ve involucrado Sven de alguna u otra manera.

Entretiene, pero no deslumbra. Y sus 200 páginas se leen en un santiamén. Pero, ¿dónde narices está Molly?

The Façades ya la publicó en castellano Malpaso en 2015 (Las fachadas), en traducción de Esther García Llovet.






27 ago 2016

Informe de un consumidor, de Peter Porter


Informe de un consumidor

El producto que he probado se llama Vida.
He rellenado el formulario que me enviaron
y entiendo que, por lo tanto, mis respuestas tienen un carácter confidencial.

Me lo dieron de regalo.
Sentí más bien poca cosa mientras lo usaba;
de hecho, me hubiese gustado emocionarme más.
Me pareció suave al tacto,
pero ha dejado detrás un indecoroso residuo.
No resultó ser muy económico,
y eso que lo he usado más de lo que pensé
(creo que me queda la mitad,
aunque me resulta difícil saberlo);
aunque viene con instrucciones muy detalladas,
hay tantas, y tan diferentes,
que no sé muy bien cuál seguir, sobre todo
porque parecen contradecirse unas y otras.
No estoy seguro de que una cosa como esta
deba dejarse al alcance de los niños:
es difícil decidir qué finalidad
debiera dársele. Me dice un amigo mío
que sólo sirve para que su creador no pierda el trabajo.
Además, el precio es sin duda desorbitado.
Hay tantas cosas hoy en día, las hay a montones...
y en todo caso, el mundo se las apañó
durante miles de millones de años
sin esto: ¿que nos hace falta ahora?
(A propósito, háganme el favor de decirle
a su agente que deje de llamarme ‘entrevistado’,
porque no me gusta como suena.)
Parece que hay muchas etiquetas diferentes,
además de tallas y colores, que deberían ser uniformes.
Tiene una forma algo estrambótica, es impermeable,
pero no resistente al calor; no dura tanto,
pero es difícil de deshacerse de él.
Cada vez que ustedes lo fabrican más barato, diríase
que le ponen menos – y aunque digas que no
lo quieres, te lo traen de todos modos.

Bien cierto es, que es un producto muy popular,
hasta se ha implantado en el idioma; la gente dice
que hay quienes se quedan en sus márgenes.
Personalmente, opino que se han excedido:
es una cosilla por la cual la gente
está dispuesta a comportarse de mala manera. Pienso
que debiéramos tenerlo, por descontado. Si a los peritos en este asunto
les llaman filósofos, o expertos
de marketing, o historiadores, qué más da.
Somos nosotros sus consumidores, y por ello en última instancia
los que decidimos. De manera que, a fin de cuentas, lo compraría.
Pero a la pregunta de si es “el mejor producto disponible”,
preferiría no responder hasta que reciba 
el producto de la competencia, que ustedes dijeron me iban a enviar.

Peter Porter, poeta australiano (Brisbane 1929-Londres 2010)

El original puede leerse aquí.

23 ago 2016

Reseña: The Art of Fielding, de Chad Harbach

Chad Harbach, The Art of Fielding (Nueva York: Little, Brown & Co, 2011). 512 páginas.

No entiendo de béisbol, a pesar de que hace la tira de años parece que realicé un fantástico catch en un improvisado partido en el descampado del barrio en el que crecí. Nunca he sentido interés alguno por descubrir los secretos de este deporte y no creo que vaya a hacerlo ahora. Y desde luego, esta novela de Harbach (su primera y única hasta la fecha) no me ha hecho cambiar de parecer.

Henry Skrimshander es un joven con talento para el béisbol, lo cual le consigue una beca para estudiar en una pequeña universidad en las orillas de uno de los Grandes Lagos. El ojeador que lo ficha para el equipo de Westish College, Mike Schwartz, tiene dotes de liderazgo y sabe cómo convencer a cualquiera de que puede alcanzar sus objetivos y hacer realidad sus sueños. Si fuera así de fácil…

The Catcher in the... Red. Fotografía de Rick Dikeman.
Comienza la temporada, los Harpooners de Westish (el nombre del equipo es un homenaje al autor de Moby Dick) se convierten en el equipo a batir, y Henry se convierte en una seria promesa que atraerá a los equipos profesionales. Pronto iguala el récord de una leyenda (ficticia) del béisbol, Aparicio Rodriguez. Todo lo bueno llega a su fin, y en el siguiente partido comete un error. La desdicha es todavía mayor porque la pelota se estrella en la cara de su compañero de habitación, Owen.

Owen es el objeto de los afectos del Presidente de la Universidad, Affenlight, quien a los 60 años descubre de pronto que un mulato gay inteligente como Owen puede resultarle muy atractivo. Tras el accidente, Affenlight le visita en el hospital y le dedica toda su atención. Incluso le lee poemas de Whitman.

En esas estaba Affenlight cuando su hija Pella decide dejar a su esposo en California y venirse a Westish. Otra complicación más resulta del hecho de que Schwartzy (¿Estaré empezando a cogerles cariño a todos estos personajes?) se lía con Pella.

Algunos lanzadores alcanzan velocidades superiores a las 90 millas por hora. Mejor no ponerse en medio... Fotografía de Antonio Vernon. 
Pero volvamos al campo de béisbol, en el que Henry (Skrimmer para los amigos) lamentablemente comienza a perder la confianza en sí mismo. Schwartz no sabe cómo ayudarle, y además el pobre bastante tiene ya con sus problemas de adicción a analgésicos y otras drogas variadas. Y la guinda la pone Pella cuando se enfada con él y lo deja solo en la cama.

¿Podrá Henry superar su maltrecho estado emocional y ayudar a los Harpooners a conquistar un título que la Universidad nunca ha logrado en su historia? ¿Llegará a ser algo más que un affaire clandestino los coqueteos entre Owen y el Rector Affenlight? ¿Volverá Pella con su marido el arquitecto, o se quedará en Westish a lavar platos en el refectorio estudiantil? Las respuestas a todas estas preguntas están en las 512 páginas de The Art of Fielding.

Best-seller instantáneo en el año de su publicación (vete tú a saber por qué, pero eso es lo que ocurre con demasiada frecuencia en los Estados Unidos con libros similares a éste, o a California de Edan Lepucki, por poner otro ejemplo todavía más evidente), esta novela bien pudiera servir de muestra para justificar la posición que el bloguero Antonio Priante defendía hace unas semanas en el post Por qué ya no leo novelas.

No es que yo esté de acuerdo con Antonio (que no lo estoy: sigo leyendo novelas). Lo cierto es que The Art of Fielding se me ha hecho larguísima, a ratos incluso un poquito anodina, y es del todo inverosímil. No es que esté mal escrita (la prosa de Harbach tiene algo de ritmo, sin ser extraordinaria). Sencillamente, leerla no me ha resultado una experiencia inolvidable porque no aborda tema alguno con un mínimo de profundidad. Como lector, espero y exijo algo más de un libro.

Si aun así te da por leerlo, lo puedes encontrar traducido por Isabel Ferrer al castellano como El arte de la defensa, publicado por Salamandra hace ya tres años, y con un total de 544 páginas por delante. Buena suerte.

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