Claire Messud, The Woman Upstairs (Londres: Virago, 2013). 301 páginas.
Hacía ya un tiempo
que no me encontraba con una primera página de una novela que me haya cautivado
tanto como este largo despotricar de la protagonista de The Woman Upstairs. Hay algo en esas primeras oraciones de lo que
es una narración que adopta el formato de un largo monólogo que de hecho me
impacta como lector. Es sin duda, en la superficie, la ira directa y palpable,
una rabia colérica que no admitirá ser aplacada por nada, y que Nora expresa con un tono inabordable:
“¿Que como estoy de enfadada? No quieres saberlo. Nadie quiere saber nada de eso.
Soy una buena chica. Soy una chica simpática, con todo sobresalientes, una buena hija algo mojigata, una chica que hizo buena carrera, y nunca le robé el novio a nadie ni dejé en la estacada a una amiga, y me aguanté las gilipolleces de mi padre y las gilipolleces de mi hermano, y en todo caso ya no soy una chica, joder, tengo más de cuarenta tacos, hago bien mi trabajo y soy fenomenal con los niños, y sujetaba la mano de mi madre cuando se murió, después de pasarme cuatro años sujetándole la mano mientras se estaba muriendo, y hablo con mi padre por teléfono todos los días – todos los días, eso sí, y «¿Qué tiempo tenéis al otro lado del río?, pues aquí está bastante plomizo y también algo húmedo. En la lápida de mi tumba se suponía que iba a leerse ‘Gran Artista’, pero si me muriera ahora mismo diría en cambio ‘una buena maestra/hija/amiga’; y lo que realmente quiero decir a grito pelado, y que se lea también en mayúsculas en la lápida, es QUE OS JODAN A TODOS.” (p. 3, mi traducción)
Nora, como ella
misma nos ha dicho nada más comenzar el libro, es maestra de primaria en
Cambridge, Massachusetts. Con (ahora más o menos secretas) ambiciones
artísticas que nunca llegó a desarrollar plenamente y próxima a los 40, vive
sola, aunque tiene unas cuantas buenas amistades, y está empezando a darse
cuenta de que muchas de las posibilidades vitales de que goza una mujer se le
están cerrando. Nora recuerda con amargura el momento en que su madre abrió su
galleta de la suerte en un restaurante chino local y leyó que “Lo que no hayas
hecho será lo que te atormentará”, y yo me atrevo a añadir “para el resto de
tus días”.
Al principio del
nuevo curso entra en la clase un niño de apariencia inusual, Reza Shahid. A los
pocos días, Reza es objeto de un ataque con tintes xenófobos por parte de un
par de descerebrados, y es gracias a ese incidente que Nora conocerá a su
madre, Sirena (el nombre no es una mera coincidencia). Nora inmediatamente se
siente atraída por la italiana Sirena, y poco a poco entra en la órbita de la
familia Shahid. El hecho de que Sirena sea una artista cuya reputación empieza
a expandirse por todo el hemisferio occidental la motiva más todavía a
acercarse a ellos. El padre de Reza, Skandar, está trabajando como profesor
invitado en Harvard durante un año. Son por lo tanto una pareja sofisticada e
ilustrada. Podrían ser un modelo a seguir para cualquiera, ¿no? Nora queda
fascinada por la especie de aureola multicultural de los Shahid (Skandar es de
origen libanés/ palestino, cristiano/musulmán) y la timidez y hermosura de
Reza, y cuando Sirena le ofrece la posibilidad de compartir un gran atelier, no
lo duda ni un instante.
Mientras Nora
trabaja en sus propios dioramas (diminutas reproducciones de habitaciones de escritoras
o artistas famosas, tal como lo podría hacer una niña de tendencias
imaginativas y creativas), Sirena se embarca en un gran proyecto creativo,
Wonderland, basado en la obra más conocida de Lewis Carroll; Sirena
naturalmente alista la ayuda de Nora, quien se enamora de la artista. El
problema es que al mismo tiempo, tras ofrecerse a hacer de canguro de Reza
algunas noches, comienza a dar largos paseos con Skandar por las noches, y
también su embrujo personal y fuerte atractivo intelectual empiezan a hacer
mella en ella. Su obsesión por los Shahid llega a niveles prácticamente
enfermizos.
¿Qué busca Nora
en los Shahid? ¿Satisfacer un deseo sexual, ya sea con Skandar o con Sirena?
¿Inspiración artística? ¿El paradigma de un ideal que ha ambicionado ser toda
su vida sin lograr llegar a serlo? ¿Poder sentirse madre con Reza antes de la
edad se lo impida? En las muchas reflexiones que salpican su monólogo (la
narración que conforma, al fin y al cabo, The
Woman Upstairs) Nora hace mención una y otra vez de un hambre que nada
puede saciar, y que es aspecto fundamental de su existencia.
El suspense en
torno a las complejidades de su relación con los dos Shahid adultos avanza no
siempre al ritmo que uno quizás preferiría – en algunos momentos, Nora me ha
exasperado como lector. El clímax resolutivo parece llegar cuando ella y
Skandar parecen consumar algo de apariencia sexual en el atelier, en el
interior de la instalación artística que Sirena ha creado, y que Messud decide
envolver en un halo de vaguedad que a muchos les resultará un tanto frustrante.
Hay además un episodio en el que Nora, sola en el estudio y con una botella de
tinto matador, se disfraza de Edie Sedgwick y se masturba en el césped artificial de Wonderland.
La narración de The Woman Upstairs transmite (solamente a
ratos) un cierto aire a desasosiego, que en mi opinión tiene más que ver con la impresión
de que a veces la narradora protagonista resulte una pizca fastidiosa, que con
la narración en sí misma. Messud calibra perfectamente el progreso de la trama
hasta un desenlace ciertamente inesperado (o quizás es que yo soy un poco
ingenuo – a mí me sorprendió, y mucho). La creatividad reprimida, el voyerismo,
la facilidad con que la mente humana puede engancharse a una obsesión: son
temas fascinantes, pero a través de la narración de Nora (por muy verosímil que
lo sea, por muy valiente que resulten sus admisiones) la protagonista casi nunca
despierta nuestra simpatía, ni nuestra comprensión. Puede que tú, lector/a,
tengas otra opinión, y si has leído la novela, ciertamente me interesaría conocer
tu opinión.
Cuando finalmente
los Shahid regresan a Europa, la intensa amistad con los Shahid (o la
intensidad con que Nora percibía esa amistad) se va difuminando. Hasta que Nora
se toma un año sabático y decide viajar a Europa y hacer coincidir sus días en
París con fechas en las que los Shahid estarán en la capital francesa, donde
tienen su residencia habitual. Como parte de su recorrido turístico, la maestra
estadounidense decide visitar la exposición de los videos que Sirena ha grabado
de las reacciones de los visitantes a Wonderland.
(Atención: SPOILER ALERT) En la exposición descubrirá la imperdonable y
abominable traición de la que ha sido objeto, la causa de su ira inextinguible.
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