Will Self, How the Dead Live (Londres: Bloomsbury, 2000). 404 páginas.
A sus 65 años, la londinense Lily Bloom (son innegables los ecos de Joyce),
una energética mujer judía antisemita nacida en los EE.UU., se está muriendo. Si
hay algo de lo que pueda presumir Lily, es una portentosa lengua viperina, y en
unas cuatrocientas páginas nos lo va a contar todo, de pe a pa: tanto la
historia de su vida como la historia de su muerte y lo que le sigue a esta. La
novela comienza – algo sorprendentemente – con el epílogo; en realidad se trata
de un pequeño artificio narrativo que le sirve a Self para manejar el resto del
material a su antojo.
Desahuciada por los médicos, Lily decide irse a su casa a morir. Sus dos
hijas son como el día y la noche – Charlotte, la mayor, es la acaudalada y
estirada; la menor, Natasha, es adicta a todas las drogas que se le pongan al
alcance de la mano y hará cualquier cosa por conseguir la pasta necesaria. Las
horas inmediatamente anteriores al óbito de Lily (que finalmente se produce en
el hospital) le permiten a Self confeccionar una narración desternillante por
boca de Lily, que no deja títere con cabeza.
Una vez difunta, a Lily la viene a buscar un inverosímil aborigen
australiano llamado Phar Lap Jones, quien será su guía en el más allá. Hay un moderno
Caronte, un taxista de origen griego llamado Kostas, y muchos requisitos
burocráticos que cumplimentar. Vamos, como en la vida misma, ¿no?
El caso es que, si ya en vida Lily se pasaba el tiempo denigrando,
criticando y despotricando contra todo bicho viviente (empezando por sus
propias hijas, pasando por los médicos y terminando con la enfermera que va a
cuidar de ella en sus últimas horas), ¿qué otra cosa puede hacer en la
eternidad de la muerte sino exactamente lo mismo? Esta es verdaderamente la
esencia de How the Dead Live: una
extensísima invectiva contra todo y contra todos, en la que Self hace uso de su
mordaz sentido del humor, de su ingenio y facilidad para el juego de palabras y
de sus irrefrenables dotes para confeccionar los exabruptos más ofensivos.
Y no es que consiga sostener ese ritmo frenético inicial ni el nivel de
exquisitez literaria durante las cuatrocientas páginas. Ni mucho menos. A ratos
uno se pregunta qué demonios busca el autor, aparte de criticar a la clase
media británica con un sarcasmo cáustico y brutal y con múltiples referencias
sexuales, a veces una pizca gratuitas. Hay episodios que te hacen partirte de
risa, es cierto: pero son los menos en una trama que se extravía desde unos
barrios ignotos de Londres hasta el outback
australiano. Para cuando Self quiere recuperar el hilo (y con este a un lector
tan distraído como yo), quizás ya sea tarde. Lily termina su muerte sin pena ni
gloria. Eso sí, antes de ello soltará unas cuantas andanadas contra sus hijas,
Tony Blair, la familia real inglesa, Saddam, Winnie Mandela, los Bush y todo
bicho viviente.
Si no te molestan el exceso, el cinismo, el exabrupto y la rechifla, este
es un libro para ti. De lo contrario, abstente. Eso sí, no estaría nada mal que
Will Self creara una novela similar alrededor de cierto personajillo mezquino,
soez y dado a la mentira que en apenas una semana va a asumir un puesto de poder
que nunca debió haber alcanzado. Por desgracia, ya es tarde, y parece que
tendremos que lidiar con eso.
How the Dead Live fue publicada en castellano por Mondadori en 2003
(Cómo viven los muertos); la traducción
corrió a cargo de Ignacio Infante.
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