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4 jul 2019

Reseña: The Noise of Time, de Julian Barnes

Julian Barnes, The Noise of Time (Londres: Jonathan Cape, 2016). 184 páginas.
Una pregunta resuena con insistencia en esta ficcionalización de Julian Barnes de la vida de Dmitri Shostakóvich: ¿A quién le pertenece el Arte? Según le repiten hasta la saciedad los elementos del Poder (así, con una P bien mayúscula), el Arte le pertenece al Pueblo. Lenin dixit.

Con The Noise of Time Barnes busca construir el gran retrato de un gran compositor como si se tratase de un mosaico. La narración está fragmentada en múltiples párrafos a veces con la apariencia de ser inconexos, meras viñetas que iluminan determinados momentos en la vida de Shostakóvich o reflexiones en torno a lo que debió pasar por su cabeza.

La presencia constante de la tétrica y al tiempo aterradora figura de Stalin contribuye el elemento histórico que marca la vida del compositor. Las furibundas críticas a su música que, según nos relata Barnes, lo pusieron en el candelero y casi lo condujeron al suicidio desaparecieron tras la muerte del dictador, y solo tras el cambio de timonel pudo Shostakóvich volver a componer la música que deseaba crear.

Pero la historia es inmisericorde con quienes se prestan a firmar falsedades y dar respaldo a acusaciones espurias contra otros con tal de que el Poder no les haga daño a los suyos o a ellos mismos. Es bien cierto que la valentía y la tolerancia de la represión tienen límites. Nadie lo duda. Y solamente quienes hayan sufrido las garras y el terror de una dictadura pueden criticar a otros por no hacerlo. Un recuerdo me viene a la memoria: el relato de mi abuela, contándome cómo le propinó un bofetón a mi abuelo para que no les gritase merecidos improperios a las tropas fascistas que desfilaban por las calles. ¿De qué sirve un luchador muerto más en un cajón de pino?

De hecho, Barnes nunca le pierde la simpatía al compositor ruso. Aun cuando la vergüenza le hiera y le muerda en la conciencia al Shostakóvich del autor inglés, nunca deja de mostrarnos una perspectiva humana y comprensiva. ¿La merece? ¿Quiénes somos los lectores para juzgar a uno o al otro?

¿Ensordece el ruido del tiempo al músico? ¿Basta con taparse los oídos? Fotografía de Deutsche Fotothek.
Barnes maneja magistralmente la indudable lucha interna que debió sentir el compositor en todo momento. Cuando los tentáculos del Poder le instan a colgar un retrato de Stalin en la pared de su estudio, Shostakóvich se las arregla para poner uno de Stravinski; en su dacha, en cambio, hay otro de Músorgski.

Como con el Tony Webster de The Sense of an Ending, Barnes parece disfrutar de hurgarle en la herida de sus debilidades a Shostakóvich mas, dado que la narración es en tercera persona, el efecto de su escalpelo queda un tanto diluido.

¿A quién le pertenece pues el Arte? No al Poder. Tampoco al Pueblo, que con demasiada frecuencia prefiere espectáculos deplorables o simples chismorreos entre marujos y marujas (cuando no barbaries mal llamadas artísticas). Digamos que el Arte pertenece a su creador y a su lector (en el sentido semiótico, el más amplio de la palabra).


Barnes vuelve a deleitarnos con la recreación de una vida histórica. Es un autor de muchos quilates, y esta obra le añade un nuevo galón por su buena literatura.


The Noise of Time apareció en el estado español el mismo año de su publicación en inglés tanto en castellano (El ruido del tiempo, Anagrama, traducción de ‎Jaime Zulaika) com en català (El soroll del temps, Angle Editorial, amb traducció d’Alexandre Gombau i Arnau).

22 nov 2018

Reseña: The Children Act, de Ian McEwan

Ian McEwan, The Children Act (Londres: Jonathan Cape, 2014). 216 páginas.
En los estados en los que, por fortuna para sus ciudadanos, la justicia es independiente, transparente, eficaz y (paradójicamente) justa, las intervenciones de magistrados y jueces apenas causan revuelo. Los expertos en leyes y jurisprudencia hacen su trabajo, luego se van a su casa y Santas Pascuas. Como mucho, si se da alguna causa judicial que, por sus características, despierte la curiosidad de la prensa o el interés de la ciudadanía en general, los más altos próceres de la Justicia tratan por todos los medios de mantener su ecuanimidad y dispensar eso que se les pide a cambio de sus emolumentos: justicia.

La trama de The Children Act gira en torno a una jueza del Alto Tribunal del Reino Unido,  Fiona Maye, dedicada a casos de temas de familia – principalmente asuntos de custodia de menores en casos de separación y divorcio. A sus cincuenta y pico años, sin hijos y un marido académico entusiasta del jazz, se encuentra de repente en un momento harto difícil, cuando el marido le plantea la necesidad de acometer cambios vitales antes de que sea demasiado tarde. Vamos, como la vida misma.

Tras plantearle un ultimátum, Maye prefiere ignorar los razonamientos del esposo, y zambullirse de lleno en su trabajo. ¿Para qué enfrentarse a los problemas personales cuando uno tiene a mano numerosos problemas ajenos que resolver?

Y para muestra, un botón. O mejor, un chico de diecisiete años que padece una leucemia, que podría tratarse y posiblemente resolverse con una trasfusión de sangre. El problema es que Adam, el adolescente, es testigo de Jehová, y sus padres lo han convencido de la bondad de dejar que la enfermedad siga su curso. De manera que la jueza se va al hospital a entrevistarlo antes de emitir su decisión.

Y esa decisión, a la larga, marcará a Maye de manera indeleble. Como en muchas otras novelas de McEwan, un inesperado episodio cambia las vidas de personajes. La incertidumbre los atrapa. Y a quién no, añadiría uno.

Muy lejos queda en el tiempo el McEwan que descubrí en mi juventud, el de First Love, Last Rites, In Between the Sheets o The Cement Garden. En The Children Act no hay ya ni una pizca de la escabrosidad y la latente amenaza que se cernía sobre sus protagonistas. Hay, eso sí, un exhaustivo análisis de la jurisprudencia sobre casos legales en los que el estado debe decidir entre los derechos parentales y los de los menores a su cargo.

Gray's Inn Square, Londres. El corazón legal del Reino Unido. Fotografía de Chensiyuan.
De hecho, a uno le queda la sensación de que The Children Act era en realidad un cuento, que quizás haya sido extendido algo artificiosamente. Hay en él mucho material jurídico y filosófico, del que la trama no precisa. No se le puede negar a McEwan su enorme capacidad para crear personajes repletos de dilemas y defectos tan humanos como los nuestros, pletóricos protagonistas sobrados de aliento vital. Pero The Children Act, para mi gusto, es algo flojita como narrativa. Nada deslumbrante.

Apareció en 2015 en castellano (en traducción de Jaime Zulaika) como La ley del menor, i en català (en una traducció a càrrec d’Albert Torrescasana) com La llei del menor, ambdues publicades per Anagrama.

23 ago 2018

Reseña: Driving Short Distances, de Joff Winterhart

Joff Winterhart, Driving Short Distances (Londres: Jonathan Cape, 2017)
El narrador de Driving Short Distances es Sam, un hombre joven (27) que en estos tiempos tan difíciles se ha visto abocado a un fracaso empresarial, y quien, como cabría esperar, ha sufrido un fuerte descalabro psicológico. Ha vuelto a la casa de su madre (el padre es una figura ausente, o más bien huida, y severamente denostada por algunos). Sam parece dispuesto a volver a recomenzar desde cero.

That Sam I am, that Sam I am... Am I that Sam?
Fruto de una conversación con la madre, un cincuentón llamado Keith Nutt se ofrece a darle a Sam una oportunidad de trabajar y recuperar de alguna manera su confianza y autoestima. La paga es exigua, y el trabajo, según vamos descubriendo, consiste en acompañar a Keith en su deambular automovilístico de una oficina a otra, recorriendo distancias muy cortas, en un lugar que parece insinuarse como un indeterminado pueblo sin alma de Inglaterra.

Keith habla y habla y habla. Le cuenta historias sin un propósito claro a Sam, quien se conforma con esperarle en el coche (un Audi A4 con el volante a la izquierda, es decir, europeo) y de vez en cuando charlar los recepcionistas de los lugares que visitan. Poco a poco Sam parece asentarse en una rutina: de hecho, el almuerzo es casi siempre lo mismo. Dos empanadas de carne que compran cada mañana en la panadería del pueblo, donde las empleadas hacen gala de un descaro que enoja a Keith, pero divierte a Sam.

En la panadería, dos empanadas y... una rosquilleta.
Con el paso de las semanas y los meses, Keith le asigna otras tareas al joven. Entre ellas, sacar a su perrita Cleo a pasear y hacer sus necesidades. Sam está empezando a conocer a Keith mucho mejor. Sabe, por ejemplo, que, cuando se reúne con sus amigos en el pub, en vez bebérsela, vacía su pinta de cerveza tras una planta del jardín. Sabe que vive solo, que se siente tremendamente vulnerable en compañía de mujeres a las que ya conoce, que es un gruñón y que en realidad menosprecia a los jóvenes, y asimismo que le cuesta horrores reconocer que puede estar equivocado. ¿Por qué está entonces sirviéndole de mentor a Sam?

Y qué decir de Sam: un chico desintonizado con el mundo actual, frágil de carácter, inseguro de sí mismo, un bicho raro en muchos sentidos. ¿Están hechos el uno para el otro?

Una verdadera obra de arte, Sam
El detonante de la resolución de esta historia se produce cuando Keith le pide a Sam conducir. Un día, mientras está haciendo marcha atrás para aparcar, Sam golpea el coche y daña las luces de freno y el parachoques trasero.

Contada así, quizás la historia no le resulte muy atractiva a muchos lectores, pero el hecho es que los dibujos de Winterhart Driving Short Distances son elocuentes, dan a entender mucho más que las palabras que los acompañan, complementando el texto perfectamente. El autor presta mucha atención a los pormenores físicos, y la narración de Sam es lo bastante escueta como para no distraer al lector del componente gráfico, que es el predominante en la obra.

Incluso para alguien como un servidor, que hasta hace apenas un par de años no tenía apenas interés por la novela gráfica, Driving Short Distances ha resultado ser una deliciosa lectura. Los dos personajes principales reciben al mismo tiempo un tratamiento humorístico sin perder la sobriedad, en un relato que detalla lo trivial de sus vidas, que vendrían a ser las vidas de una infinidad de personas, y aun así Winterhart consigue con ello encender una chispa de interés.

28 jul 2018

Reseña: How to be Both, de Ali Smith

Ali Smith, How to be both (Melbourne: Penguin, 2015). 372 páginas.
Es raro que una editorial corra riesgos hoy en día. El caso de How to be Both es un ejemplo casi perfecto de cuándo vale la pena tomar ese riesgo. Me explico: la novela se compone de dos partes (ambas reclaman para sí ser la Primera) y, de hecho, circulan diferentes ediciones donde la que aparece en segundo lugar en mi ejemplar es la primera. Se reduce a un juego autorreferencial, pues el título alude a ese enigma: ¿cómo ser dos cosas diferentes al mismo tiempo?

De modo que la duplicidad es parte de la esencia temática del libro. Vida y muerte; lo masculino y lo femenino; realidad y ficción; y Smith hace gala de un virtuosismo lingüístico sin parangón.

En la parte de George (una chica de Cambridge que recientemente ha perdido a su madre tras una extraña reacción alérgica a un medicamento), Ali Smith nos abre una ventana a la vida interior de una adolescente en duelo. George rememora momentos compartidos con su madre, en especial un viaje a Italia, donde contemplaron ensimismadas los frescos de Francesco del Cossa. Mientras su padre trata de olvidar el dolor mediante la bebida, George se enfrasca en el recuerdo, trata de cuidar de su hermano pequeño, Henry, y descubre una especial amistad en una chica de la escuela, Helena, con quien comparte ideas, locuras, sentimientos. Tanto en esta parte como en la del pintor, Smith trabaja el lenguaje con un envidiable virtuosismo: los juegos de palabras, la omnipresente ironía, la técnica narrativa, las perspectivas.

Sant Vicent, amb el dit estés. Francesco del Cossa, segle XV.
En un momento en que George y Helena debaten qué tipo de trabajo presentar en una de sus asignaturas, se plantean escribir lo que un pintor del Renacimiento diría de su vida mientras está en el purgatorio, esperando renacer. ¿Es la parte de Francesco del Cossa lo que las dos adolescentes, avispadas ellas, inteligentes y dotadas de una muy cáustica visión del mundo, escriben para su clase de Historia del Arte? Probablemente no, pero el juego de ficción y espejos que construye Smith sobre esa base es, en una palabra, magistral.

Del Cossa entra en escena (es un decir) cuando George está haciendo un escrutinio del número de personas que prestan atención al retrato de San Vicente Ferrer en la Galería Nacional de Londres. Intrigado por lo que hace la joven (al principio lo confunde con un chico), su espíritu se aferra a George y la sigue allá donde va, quedando sumamente admirado de una suerte de tableta votiva que casi siempre lleva en sus manos George, una tableta que, en este siglo XXI, permite ver y crear “pinturas” muy realistas y ver imágenes en movimiento.

Francesco del Cossa, Alegoría de abril, frescos en el Palacio Schifanoia de Ferrara.
Mientras la parte del pintor exige (aparentemente) mayor concentración por parte del lector, en la parte de George abundan escenas hilarantes – en particular los diálogos (es un decir) de la joven huérfana con la psicóloga de la escuela, la Sra. Rock.
“Es martes, así que toca la Sra. Rock.
Creo que puede que no sea una persona muy apasionada, dice George.
Desde Navidad la Sra. Rock ha dejado de repetirle a George lo que George le dice. Su nueva táctica es sentarse y escuchar sin decir nada, para luego, cerca del final de la sesión, contarle a George alguna especie de historia o improvisar con una palabra que George haya usado o algo que le haya chocado a causa de algo que ha dicho George. Eso significa que ahora las sesiones son principalmente monólogos, más un epílogo a cargo de la Sra. Rock.
Se lo he preguntado a mi padre esta mañana, dice George, si pensaba que yo era una persona apasionada y me ha dicho: pienso que eres indudablemente una persona con mucha energía, George, y que hay indudablemente mucha pasión en esa energía tuya, pero yo sé que estaba como engatusándome. Y no es que mi padre tendría ni idea de si soy apasionada o no, digo yo. Y bueno, entonces mi hermano va y empieza a hacer sonidos como de besuqueos, con el dorso de la mano, y mi padre se ha puesto como muy incómodo, y entonces ha cambiado de tema, y entonces cuando hemos salido por la puerta de casa para ir al cole, mi hermanito estaba de pie junto a la furgoneta de mi padre, en la entrada para el coche, y no paraba de hablar de la gran pasión que se sentía por la energía del motor, que en la energía del vehículo uno podía sentir mucha pasión, y yo me sentí estúpida, como una idiota por haber abierto la boca y haberle dicho algo a alguien en voz alta.
La Sra. Rock sigue ahí sentada, más callada que una estatua.
Y así son ya dos las personas que hoy realmente no van a hablarle a George.
Tres, si uno cuenta a su padre.
George siente que se le viene encima una terquedad mientras permanece allí sentada, en ese sillón para estudiantes en el despacho de la Sra. Rock. Sella la boca. Se cruza de brazos. Mira el reloj. Pasan solamente diez minutos de la hora. Quedan otros sesenta minutos de esta sesión (es un doble periodo). No piensa decir una sola palabra más.
Tic tic tic.
Cincuenta y nueve.
La Sra. Rock sigue sentada junto a la mesa delante de George, como una masa continental separada de una isla para la que ya haya salido hace tiempo el último ferri del día.
Silencio.” (p. 128-9, mi traducción)

How to be Both es una novela muy atrevida, tanto en su formato como en su contenido, además de un curiosísimo homenaje a un pintor desconocido. Como en There but for the, Smith es juguetona y seria. Algo que no te dejará indiferente.

El llibre ja va ésser traduït al català (Com ser-ho alhora) per Dolors Udina Abelló, publicat al 2015 per l’editorial Raig Verd.

6 jun 2018

Reseña: Ours Are the Streets, de Sunjeev Sahota

Sunjeev Sahota, Ours Are the Streets (Londres: Picador, 2011). 313 páginas.
¿Es posible meterse en la cabeza de un terrorista suicida en los días y semanas previas al momento en que se hará estallar en mil pedazos? Si así fuera, ¿qué puede uno concluir de alguien cuya sola intención sea la de asesinar a cuantas personas lo rodeen? Parodiando al corrupto censurado expresidente: ¿cuanto peor, mejor?

Meadowhall, Sheffield. El lugar escogido por Imtiaz para marcharse al paraíso (o eso le han hecho creer) en mil pedazos. Fotografía de Paul Harrop.
El protagonista de Ours Are the Streets, Imtiaz Raina, nació en Sheffield, de padres pakistaníes. Hasta ahora ha llevado una vida bastante alejada de la religión y la política. Es seguidor del Liverpool, pero en secreto se alegra de que Inglaterra pierda en las competiciones internacionales. De hecho, en las primeras páginas nos cuenta que, cuando conoció a la que es su esposa, Rebekah (inglesa de raza blanca), una noche a la salida de la discoteca del sindicato de estudiantes, le hizo una mamada: “Recuerdo que eran mis mejores vaqueros, y que me los aguantaba alrededor de los muslos porque no quería que terminasen pringosos, y con la otra mano le quitaba el pelo de la cara y se lo echaba hacia atrás y se lo sujetaba. Me gustó observar cómo me la acariciaba, y cómo iba poco a poco desapareciendo mi polla en su boca, y me encantaba esa sensación, cómo mi masa corporal quedaba como amortiguada así, dentro de ella.” (p. 8, mi traducción)

Naturalmente, a sus padres no termina de hacerles gracia que Imtiaz, hijo único, haya dejado preñada a Rebekah, pero él les planta cara y se casa con ella, que rápidamente se convierte al Islam, adopta el hábito de ponerse velo y se muda a la casa de la familia Raina.

Pero todo cambia tras la muerte de su padre, quien durante años ha sufrido en silencio las humillaciones, vejaciones e insultos de los clientes borrachos que hacen uso del taxi que conduce. Limpiar los vómitos de esos indeseables se ha convertido en un odioso hábito para Imtiaz. Desde su punto de vista, su padre es un dócil corderito que nunca se defiende de monstruos de esa calaña. El episodio en el que Rebekah, Imtiaz y sus padres se ven importunados por un grupo de jóvenes ebrias de fiesta de despedida de soltera en el restaurante donde han decidido ir a celebrar su compromiso es particularmente realista.

Imtiaz viaja con su madre a Pakistán para enterrar a su padre en su aldea en las afueras de Lahore. Aunque en un principio él no es sino un extranjero para todos, con el paso de los días Imtiaz va descubriendo que Pakistán es también su tierra, su hogar. Su inmersión entre las gentes del norte del país asiático supone para él un antes y un después: el viaje parece ponerle punto final a la soledad, al aislamiento que de algún modo siempre ha caracterizado su vida en Sheffield.

Muzaffarabad, Pakistán. Fotografía de Sammee Mushtaq. 
En compañía de otros jóvenes, Imtiaz viaja al norte, a Cachemira, tierra de continuas disputas y enfrentamientos. Tras pasar unos días en Muzaffarabad (ciudad cercana a la ahora ya famosa Abbottabad), cambian de rumbo y entran en Afganistán. Zona de guerra. En algún remoto lugar los acoge un tal Abu Bhai, una especie de caudillo militar que recluta combatientes que estén dispuestos a ser mártires (yihadistas) por la causa fundamentalista.

La novela está narrada en primera persona, y adopta el formato de diario íntimo, con el que Imtiaz les escribe a su hija y su esposa, vertiendo no solo la historia de su relación con Rebekah y el nacimiento de Noor; en él también están ahí sus sentimientos, sensaciones, ideas (en su mayoría poco desarrolladas), sus planes de autoinmolación y su paranoico desconcierto final, además del relato de su estancia en Pakistán y el viaje a la zona de guerra al oeste de Peshawar.

Lo que en ocasiones es un triste relato del desaliento característico de uno de esos millones de jóvenes desfavorecidos, marginados o que han sido privados de la oportunidad de afirmarse en la sociedad occidental queda algo desdibujado en su conjunto. En lugar de una exploración del proceso de fanatismo y radicalización ideológica, lo que Imtiaz Raina despliega en las páginas de su diario está más próximo al desahogo que un enfermo mental necesita llevar a cabo.

Sahota se esfuerza por reproducir el habla típica de Yorkshire, pero la mezcla de ese acento con la prosa autobiográfica de Imtiaz no siempre cuaja. Funciona mucho mejor la narración del trasplante del protagonista al entorno cultural de Pakistán. Con todo, Ours Are the Streets entretiene, aunque no fascine; narrada con buen ritmo, en mi opinión decepciona un tanto el desenlace.

17 mar 2018

Reseña: Walking to Hollywood, de Will Self

Will Self, Walking to Hollywood (Londres: Bloomsbury, 2010). 432 páginas.

Tres narraciones están agrupadas en este volumen, y las tres comparten un tema de índole psicológica. En la primera, ‘Very Little’ [Muy pequeño] se trata la monomanía compulsiva como enfermedad mental; en la segunda, que le da título al libro, es la psicosis, que viene acompañada de alucinaciones. La tercera parte, ‘Spurn Head’, se centra en la demencia senil y el mal de Alzheimer. En ellas Self vuelve a hacer mención de los dos personajes ya familiares en su ouvre: Dr. Shiva Mukti y Dr. Zack Busner.

Como es costumbre en Self, el humor ácido se erige como nota dominante. En la primera nouvelle, Self ficcionaliza primero los primeros años de su juventud en la compañía de un inquietante individuo que devendrá gran artista, aunque sea de diminuta estatura.

Es Sherman Oaks, ese amigo desde la adolescencia, quien años más tarde se convierte en ese renombrado artista que crea monumentales, gigantescas esculturas de sí mismo o conjuntos escultóricos compuestos de múltiples réplicas de su molde en metal. El narrador, Self, está obsesionado con las proporciones y las magnitudes, tanto en sentido creciente como decreciente.

En la segunda parte del libro, Self decide ir caminando hasta Hollywood desde el aeropuerto de Los Ángeles. Su misión es descubrir quién o quiénes son los responsables del asesinato del cine. La psicosis comienza a elucidarse cuando comprueba que todas las personas con las que se encuentra son en realidad actores. Las alucinaciones se suceden (especialmente cada vez que toma una botella de Powerade) y la narración de estas es sin duda uno de los más llevaderos componentes de este inusual y, en cierta manera, bastante antipático libro.
Búsquese usted otro camino para llegar a su destino... Sands Lane, Barmston, Inglaterra. Fotografía de Paul Glazzard
En ‘Spurn Head’ Self emprende otro largo paseo, esta vez por la costa este de Yorkshire, donde los acantilados han estado desapareciendo a un ritmo vertiginoso en las últimas décadas. El mal que le afecta es el Alzheimer. Los recuerdos se diluyen en la nada igual que carreteras, jardines y hasta casas se hunden ante los embates del mar del Norte.

A diferencia de la mayoría de los libros de Self que he leído hasta ahora, Walking to Hollywood me ha resultado en su mayoría fastidioso, pese a las enormes dosis del humor procaz marca Self que contiene. No pude sentirme conectado en ningún momento con la narrativa, y sus caminatas se me han hecho interminables. Rebosante de charlatanería y enrevesamiento, peca de autorreferencias hasta el hartazgo. Como elemento de interés, cabe mencionar que el libro incluye muchísimas fotos en blanco y negro tomadas por el mismo Self en el curso de sus andares. Pero tiene otros libros mucho mejores, sin duda.

Withernsea, lugar condenado a desaparecer. Fotografía de Tom Corser.

1 dic 2017

Reseña: The Butt, de Will Self

Will Self, The Butt (Londres: Bloomsbury, 2008). 355 páginas.

El estadounidense Tom Brodzinski está a punto de terminar sus vacaciones en un país innombrado cuando decide salir al balcón del apartamento y disfrutar de su último cigarrillo. Ha tomado la sabia decisión de dejar el tabaco para siempre, en un lugar donde las leyes han marginado al fumador a zonas muy claramente demarcadas (y que recuerda mucho a la realidad australiana). Terminado el cigarrillo, Tom inadvertidamente lanza la colilla todavía encendida, y por mala suerte cae en la cabeza pelada de un hombre ya mayor que estaba en el patio con su joven esposa. La colilla le provoca una quemadura aparentemente sin importancia.

Aparentemente solo. Ese será el comienzo de una pesadilla para Tom. Las leyes se aplican de manera inexorable en este extraño país sin nombre, y a la mañana siguiente Tom ya ha sido identificado, y una posible orden de arresto es solo cuestión de minutos. La colilla ha atravesado el espacio público y Tom no estaba respetando las distancias marcadas para los fumadores. Para empeorar todavía más las cosas, la joven esposa de la víctima pertenece a una de las tribus del país, y por ello las leyes autóctonas relativas a castigos y compensaciones serán de aplicación.

Tom organiza el regreso de su familia a los EE. UU., pero debe permanecer en el país a la espera del juicio. Lo que debiera ser un simple trámite administrativo se convierte en un intricado litigio, cuya resolución implicará a Tom en un viaje al interior del país, envuelto en conflictos domésticos que bien pudieran reflejar el Iraq posterior a esa intervención ‘salvadora’ de las potencias democráticas (y otros países adláteres venidos a menos cuyos líderes se cursaron invitación a las Azores). Uno trata de escribir en modo ironía, eh; por si acaso, que quede claro.

En su viaje Tom habrá de ir acompañado de un tipejo al que supone un despreciable pederasta, un ¿inglés? llamado Brian Prentice. Las extraordinarias distancias que han de recorrer son ciertamente tediosas – la hipérbole no funciona en este caso: quien haya cruzado Australia sabe que los números que menciona Self, aunque estén próximos, no se ajustan a la realidad. Pero, además, la meticulosidad que despliega el autor para la descripción de chocantes sistemas legales y sutilezas procedimentales de muy dudosa credibilidad puede que importune más que entretenga al lector.

La cuestión, a fin de cuentas, es saber qué narices de misión ha de acometer Brodzinski en el interior de ese país de paisaje inhóspito y pobladores que solo parecen buscar aprovecharse de él y exprimirle la tarjeta de crédito al máximo. ¿Es su cometido eliminar a Prentice – y de paso llevarse los jugosos beneficios de la tontina que han suscrito antes del viaje? ¿O es en realidad el juguete de otros que mueven los hilos, cabeza de turco y víctima propiciatoria, y todo como consecuencia del lanzamiento de su última colilla?
¿Y si se hubiesen escrito tantas novelas como colillas hayan sido lanzadas al aire por esas personas cegadas por el humo? Fotografía de Stefan-Xp.
Self vuelve a demostrar su gran capacidad inventiva para escribir ficción de alto calibre. The Butt reúne elementos de la novela distópica y de gesta de carretera: son los ecos de El corazón de las tinieblas de Conrad. Pero como en sus libros anteriores, es la sátira lo que predomina. El colonialismo, tanto el decimonónico como el actual (no menos brutal por menos obvio que sea), esa industria legal tan en boga de la compensación jurídica que ha devenido en explotación de cualquier subterfugio por parte de letrados sin escrúpulos, la industria de la ayuda humanitaria… todos estos temas quedan retratados en la novela, y ninguno sale bien parado.

Con personajes tan sutilmente retratados a través de sus palabras como el cónsul honorario, Winnie, o el abogado Jethro Swai-Phillips, un letrado local de pelo ensortijado, que viste camisas hawaianas y hace gala de una portentosa ambigüedad moral y profesional, The Butt tiene todos los elementos para hacer disfrutar a los fans de Self. La única pega, como ya he mencionado, es la posiblemente innecesaria longitud de la narración del viaje.

14 oct 2017

Reseña: Men in Space, de Tom McCarthy

Tom McCarthy, Men in Space (Nueva York: Vintage, 2012 [2007]). 293 páginas.
En la reseña que colgué aquí hace unos meses de C, la segunda novela de Tom McCarthy, dije que no había podido leer su primera, Men in Space, porque no se encontraba en la biblioteca local. Apenas horas después de publicar la reseña, rellené el formulario en línea que la red de Bibliotecas Públicas de Canberra tiene para sugerencias de los usuarios para adquisiciones, y en un par de semanas… ¡equilicuá! Realmente, los canberranos somos privilegiados por tener estas excelentes bibliotecas tan cerca.

La primera obra de McCarthy, según admite el autor en la página de reconocimientos que sigue al texto, nació a partir de varios textos medio autobiográficos que con el paso del tiempo se fueron convirtiendo en algo de mayor enjundia. La novela se desarrolla en su mayor parte en Praga, en los meses anteriores a la división de la antigua Checoslovaquia en dos estados, suceso – en todos los sentidos de la palabra – que algunos debieran tener presente antes de juzgar precipitadamente otros eventos de – perdón por el cliché, pero en este caso es más que apto – rabiosa actualidad.

Nick Boardaman (nombre suena muy cercano a ‘borderman’ (¿Una especie de centinela fronterizo quizás?) es un joven inglés graduado en Bellas Artes, que está viviendo por cuatro chavos en Praga mientras espera confirmación de una oferta de trabajo en Ámsterdam. Para permitirse unas cuantas copas más, trabaja de vez en cuando posando desnudo para estudiantes checos de arte. En ese entorno conoce a mucha gente: jóvenes artistas, artistas consagrados, representantes, refugiados, y otros expatriados europeos y estadounidenses.

El hilo conductor de esta narración deliberadamente disociada y fragmentaria es una pintura bizantina, un icono robado en la capital búlgara Sofía. Anton Markov, árbitro de fútbol retirado que tiene conexiones con una mafia búlgara, convence a un artista local, Ivan Manasek, para que haga una reproducción del cuadro. Ivan le tiene alquilada una habitación a Nick, y por la casa pasan toda una serie de personajes bohemios, algunos más extravagantes que otros, y por supuesto figurantes de todo tipo.

Por encima de todo esto hay dos niveles: por un lado, la policía secreta que le sigue la pista al cuadro robado; y por otro (el título no es una casualidad) el cosmonauta soviético que quedó varado en su nave en el espacio tras la desintegración de la URSS (historia que me hizo recordar al protagonista de ‘L’home més sol del món’, en Contes russos, el divertidísimo cuento de Francesc Serés, quien apenas hace una semana mandó, con toda la razón, al ya claramente reaccionario EL PAÍS a freír espárragos. ¡Bien hecho, Francesc!

Men in Space está narrada desde múltiples perspectivas, con varias voces narrativas: por ejemplo, la del informe de un agente secreto de la policía checoslovaca, quien conforme avanza la trama va perdiendo la noción de la realidad al tiempo que pierde el sentido del oído. McCarthy usa el telón del inminente cambio político más como un arreglo accesorio que como tema en sí mismo. No es ese el tema que le interesa.

Todos los personajes principales (y son muchos, a decir verdad) son individuos frágiles, perdidos en Praga. Anton sueña con recuperar a los hijos de su esposa y llevarse a toda la familia a vivir en los EE. UU., y no duda en pedirle a Nick que le corrija las cartas que escriben a las autoridades para tratar de conseguir un veredicto favorable. Joost, el marchante de arte holandés, que descubre el talento de Ivan y decide ofrecerle la oportunidad de exhibir en otras ciudades europeas, y cuya visión de esta historia nos viene dada a través de las cartas que le escribe a su compañero en Ámsterdam. El mismo Nick, inseguro de su porvenir, o la joven Heidi, norteamericana profesora de inglés que no sabe muy bien qué busca en Praga.

“Se trata de un pequeño laberinto a poca distancia del parque. Hay incluso un canal aquí. Gabina sabía exactamente dónde está la calle: justo detrás del muro de John Lennon. Ella se sumó a las vigilias en ese mismo lugar cada día durante la revolución. Nick ha visto las fotos: una Gabina con los ojos como platos, sosteniendo una vela en la mano, con una bandana en la frente, una hippy adolescente. El muro cuenta con un enorme retrato del gran Beatle; debajo de éste, cientos de pequeños mensajes garabateados y doblados, embutidos en botellas o colocados debajo de las piedras. Y mientras Nick pasa por delante de ellos, camino de la casa de la madre de Ivan Manasek, le vuelve a rondar la cabeza esa tonada que estuvieron tocando los músicos callejeros en la fiesta en la casa de Jean-Luc, aunque con letra imprecisa: algo sobre malos vuelos, teléfonos desconectados y maletas por deshacer, y un país desencajado…” (p. 184-5, mi traducción) John Lennon Wall, fotografía de Another Believer.
Los temas, prácticamente obsesivos para McCarthy, como se puede ver en la brillantísima Remainder y en C, son, por un lado, la noción del arte como réplica, copia, simulacro y falsificación. Toda manifestación artística es la inauténtica reproducción de otra, en una serie infinita que lleva al absurdo. Y, por otro lado, Men in Space incide en las estrictas jerarquías inherentes en los sistemas y estructuras de la sociedad moderna, tema que desarrolla sutilmente en los fragmentos del informe del policía que termina completamente sordo y enajenado.

Jugando con elementos de la novela de misterio y de detectives, McCarthy construye un relato que no solo divierte; al contar con un armazón que une distintas historias en un raro calidoscopio, el lector nunca termina de tener una base sólida, un punto de anclaje. McCarthy te deja como flotando: un lector en el espacio.

Men in Space está ya publicada en castellano: Hombres en el espacio (Editorial Pálido Fuego), traducida por José Luis Amores en 2017.

1 oct 2017

Reseña: Liver, de Will Self

Will Self, Liver (Londres: Penguin, 2008). 276 páginas.
Uno de los platos que solía comer de pequeño, cuando allá por la década de los 70 la crisis económica cambió las dietas de muchas familias, eran buenos filetes de hígado de ternera. Nos decían que era rico en hierro y vitaminas, y que nos ayudaba a crecer. Ciertamente, con ajo y perejil, a la plancha con un buen aceite de oliva no resultaba desagradable.

El hígado es el órgano que da título a este cuarteto de nouvelles de Self. La primera es Foie Humaine, foie-gras humano, y se desarrolla casi en su totalidad en el Plantation Club de Soho, el cual parece a ratos una versión actualizada del Sealink Club, escenario de una obra anterior de Will Self, The Sweet Smell of Psychosis. A los clientes habituales del Plantation Club los vamos a conocer por sus motes, que son de lo más soez y variopinto: el Marciano, el Extra, el Coño y el Maricón, entre otros. El antro es un bebedero regido por Val, que siempre se refiere a todos y cada uno de los clientes con la misma palabra: ‘cunt’.

Los personajes son harto estrafalarios, grotescas caricaturas, (arque)tipos habituales en las novelas y relatos de Self. Val está practicando su sutil versión del gavage, esa práctica de alimentación forzosa de las ocas habitual en la Dordoña francesa; la víctima es Hilary, el camarero, cuyo vaso de cerveza recibe una inyección de vodka cada vez que se gira. Pasados los años, y con Val ya moribundo, es Hilary quien adopta el extraño hábito con el nuevo subalterno del club. El desenlace de este relato es más que sorprendente: estrambótico, implausible e hilarante.

La segunda nouvelle del libro, Leberknödel, se sitúa en Zúrich. Enferma de un cáncer de hígado irreversible, Joyce Beddoes sale de Inglaterra para poner fin a sus días en una de las clínicas suizas donde está permitido el suicidio asistido. La acompaña su alcoholizada hija Isobel (parroquiana del Plantation Club, qué casualidad). En el último instante, Joyce decide no tomar la dosis que pondría fin a su vida. Manda a su hija a tomar viento, decide quedarse en Suiza y, contra todos los pronósticos y diagnósticos médicos, parece empezar a recuperarse. En Zúrich entabla amistad con un grupo de católicos locales, quienes sugieren que podría tratarse de un milagro. Escéptica por naturaleza, Joyce optará por destruir la ilusión de los que se agarran a la fe como a un clavo ardiendo.

En el tercer relato, Prometheus, Self retorna a Londres, donde un moderno Prometeo trabaja para la agencia de publicidad propiedad del padre de la chica con la que está saliendo. A cambio de obtener la pericia y el genio necesarios para lograr el éxito de las más difíciles campañas publicitarias, el muchacho permite que un buitre le abra un tajo en el costado y le arranque un trozo de hígado cada cierto tiempo. En este tercer relato, la calidad de la narración decae sobremanera. Self riza el rizo de lo que es medianamente aguantable, abusa del recurso a imágenes mitológicas y sobrenaturales hasta el hartazgo; el lector se pierde.

Cierra el libro Birdy Num Num, narrado por el virus de la hepatitis C: soy uno y muchos, soy legión, dice la voz narradora que nos lleva al apartamento de un yonqui donde se lleva a cabo la venta y entrega diaria de heroína y crack. Alguno de los personajes es también parroquiano del Plantation Club, lo cual sirve de vago nexo entre las cuatro historias. También hace acto de aparición Cal Devenish, quien un par de años antes jugaba un papel secundario en The Book of Dave. Uno de los residentes, Billy, entre pinchazo y pinchazo, revive en su imaginación la inolvidable película The Party (El guateque), con el genial Peter Sellers en el papel de Hrundi V. Bakshi.

"Birdy Num Num"

En busca de la sátira despiadada, Self construye (infra)mundos muy creíbles, pero en el caso de Liver, solamente la historia de Joyce Beddoes alcanza los niveles de verosimilitud que sostienen la ficción. Las otras tres terminan por convertirse en meras figuraciones grotescas, en torno a temas ya tratados ya en sus libros anteriores: la adicción a las drogas, el alcoholismo, la enfermedad, la decadencia moral. Siempre está el sello Self, por supuesto, pero no todos los relatos deslumbran, y alguno, como Prometheus, incluso cansa.

17 sept 2017

Reseña: Bad Dreams and Other Stories, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, Bad Dreams and Other Stories (Nueva York: Harper Collins, 2017). 225 páginas.
La virtud o brillantez de un buen relato corto no estriba en una resolución sorprendente o extravagante, sino, como ha demostrado la Premio Nobel Alice Munro, en el planteamiento de una trama compleja y a la vez sobria en unas pocas páginas que recojan los dilemas, dramas y tragedias de personajes cuyas vidas sufren cambios ya sean éstos causados por terceros, ya sean autoinfligidos — reflejados en aparentemente gestos o anécdotas intrascendentes.

La autora canadiense ha sido ya reconocida como maestra indiscutible del género. Pero no es la única, desde luego. La inglesa Tessa Hadley — autora de brillantes novelas como Clever Girl o la más reciente The Past — no desmerece en absoluto. Este volumen de cuentos recoge siete relatos que ya habían aparecido en The New Yorker (donde es una colaboradora habitual) y otros cuatro publicados en otros medios.

Once cuentos pues. Y no sobra ninguno de ellos. El primero, ‘An Abduction [Un secuestro]’, Jane, una quinceañera aburrida durante sus vacaciones de verano se sube sin pensárselo dos veces al coche de un grupo de tres chicos jóvenes bebidos y drogados. De camino a la casa de uno de ellos la convencerán para que robe alcohol en una tienda; más tarde se dejará seducir por uno de ellos, Daniel. Cuando despierta por la mañana descubre a Daniel en otro dormitorio, en brazos de otra joven. Años después Jane relatará esta historia a su psicólogo. El lector se queda con la interrogante: ¿fue aquel episodio de adolescencia el secuestro y abuso sexual de una menor, o formó parte de un proceso más amplio de la formación de una persona adulta?

‘The Stain [La mancha]’ tiene como protagonista a Marina, una mujer joven casada que ha encontrado trabajo cuidando de un anciano sudafricano. El anciano empieza a tomarle cariño y termina ofreciéndose a resolverle la vida a Marina económicamente; pero el hombre no ha sido trigo limpio a lo largo de su vida. Su pasado contiene muchos puntos oscuros y apunta a crueldades y posiblemente delitos muy graves. Cuando el hombre muere de pronto una mañana tras la fiesta de su 80 cumpleaños, Marina se encontrará con un inesperado legado. ¿Está su porvenir ensuciado por ese legado?

La mayoría de los protagonistas adultos en los cuentos de Bad Dreams son de la clase media inglesa, pero lo realmente llamativo de estos relatos es el rol central, primordial que juegan las adolescentes (e incluso niñas) en las historias que escribe Hadley. Así, en ‘One Saturday Morning’, es Carrie, que ronda los doce años, quien estando sola en casa recibe la sorpresiva visita de un amigo de sus padres. El hombre está pasando por un terrible momento tras la repentina muerte de su esposa, y mientras espera el regreso de sus padres, que han salido a comprar para una pequeña fiesta que organizan en la casa esa noche, Carrie no sabe qué hacer para entretenerle. Tras enterarse de la noticia, la niña siente un enorme peso en la conciencia.

En ‘Her Share of Sorrow [El pesar que a ella le toca]’ es Ruby, de diez años y “que no podía vivir sin wifi y odiaba el sol”, quien descubre el amor por la literatura durante unas vacaciones en la casa de unos amigos de la familia. Pero los libros que empieza a leer son sentimentaloides novelitas del siglo XIX de tipo melodramático, literatura de bajísima calidad. Cuando regresa a la rutina diaria, Ruby sorprende a su familia emprendiendo la escritura de una novela. Tras la inicial reacción de admiración y adulación de sus padres, su hermano le arrebata el manuscrito y empieza a leerlo en voz alta. Naturalmente, los semblantes de los padres cambian al instante. Ruby se encierra en su cuarto y reescribe el final de su novela, finiquitando cruelmente a todos los personajes con diversas enfermedades y males.

La niña protagonista del cuento que da título a la colección decide no compartir un mal sueño que ha tenido sobre el desenlace de uno de sus libros favoritos porque “una vez que dijera las palabras en voz alta, ya nunca más podría desembarazarse de ellas; era mejor mantenerlas ocultas.” En mitad de la noche decide llevar a cabo un desbarajuste en la sala de estar, tirando sillas al suelo y creando un absurdo desorden. Cuando por la mañana su madre encuentra el desastre y lo achaca a un berrinche de su marido, decide reordenar la sala y guardar silencio y nunca mencionárselo: un ilusorio as guardado en la manga que pudiera destruir la armonía familiar en el futuro.

La debilidad de la naturaleza humana queda perfectamente dibujada en ‘Flight’ (título que podría traducirse como ‘La huida’, o simplemente como ‘El vuelo’). Claire lleva años viviendo en los EE.UU., y decide aprovechar un viaje de trabajo a Londres para visitar a la familia de su hermana, con quien tuvo una fuerte disputa tras la muerte de los padres. Llega a Leeds ilusionada por verlos, cargada de regalos para todos; pero su hermana se niega a hablar con ella. Durante la noche, Claire esconde el regalo que le había comprado a su hermana en el bolso de ésta. Al deshacer la maleta de regreso en Londres encuentra el regalo que creía haber dejado a hurtadillas en Leeds para su hermana.

Tessa Hadley: sus palabras dicen mucho, mucho más de lo que parecen decir. Fotografía de Mark Vessey para The British Council.
Hadley tiene el don de saber hacer llegarle al lector el objeto de su crítica sutil. Conoce perfectamente la psicología de esa Inglaterra que sigue agarrándose con fuerza a su tácito sistema de clases y al rechazo, cortés de palabra, pero rudo en su esencia, a todo lo que huela a extranjero. En sus relatos, Tessa Hadley bosqueja finamente un subtexto crítico, tejiendo hilo a hilo una estampa de esa sociedad en la que la hipocresía juega una parte primordial, y que por desgracia es también una de las muchas maneras de ser inglés. Una excelente colección de relatos, muy recomendable.

5 sept 2017

Reseña: The Book of Dave, de Will Self

Will Self, The Book of Dave (Londres: Penguin, 2006). 496 páginas.
Si el libro reseñado inmediatamente antes de éste en el blog era una novela sobre un escenario postapocalíptico en la italiana isla de Sicilia, el que ahora nos ocupa comparte con Anna un futuro también desolador y sombrío, pero en este caso en esa isla al oeste de Europa que ha decidido salirse de la UE, y cuya capital es el escenario de una novela inteligente e ingeniosa, aunque a ratos de difícil lectura.

El Londres del ‘Libro de Dave’ está anegado por las aguas oceánicas, y Gran Bretaña se ha convertido en un archipiélago (Ing), de poblaciones dispersas bastante embrutecidas y mantenidas en la más estricta ignorancia por una jerarquía religiosa. ¿Te suena? La religión es el Davismo, que sigue las enseñanzas (es un decir) del profeta-dios Dave, halladas en unas chapas metálicas impresas hace cerca de quinientos años, y que reúnen por un lado el ‘Conocimiento’ (las rutas que todo buen taxista londinense debiera conocer para poder ejercer su oficio) y las diatribas y aforismos que mandó grabar en ellas el taxista Dave a finales del siglo XX o principios del XXI.

El futuro es por lo tanto un retorno al pasado: una nueva edad media se ha apoderado de la humanidad, y las reglas respecto a la cohabitación entre hombres y mujeres son muy estrictas. De hecho, la separación de sexos es rigurosa, y quien osa ir contra las reglas sufre muy severas consecuencias. No hace falta decir que las mujeres son, en este mundo tan incivilizado, ciudadanas de segunda categoría – para nada diferente en buena parte del mundo actual, por cierto.

La crianza de los niños la llevan a cabo las Mamás y los Papás por separado – la religión estipula un estricto calendario de intercambio. Las chicas jóvenes son las ‘opares’ (es decir, au pairs) y a los hombres que no han tenido descendencia se les llama ‘queers’.

The Book of Dave cuenta no obstante dos historias paralelas pero muy estrechamente relacionadas – por un lado, la del joven Carl, hijo de un hereje al que las autoridades han torturado y castigado con el exilio. Por otro lado, la narración de la vida de Dave Rudman, el taxista que, con su diatriba misógina, racista y violenta (invectiva que es fruto de una depresión de caballo, y que está dirigida a su hijo, a quien por una orden de alejamiento no le es posible ver), dará lugar a la aparición de la religión dävina, el Davismo.

Carl vive en 523 AD (Año de Dave) en Ham, la parte de Ing donde se encontró el Libro Sagrado de Dave. Se trata del actual Hampstead, y en ese futuro distópico, cerca del lugar donde estuvo la casa de la exesposa de Dave Rudman, allí estará la Zona Prohibida.

Carl escapa de Ham con el ‘queer’ Böm, y tras muchas peripecias y aventuras alcanzan Nuevo Londres. Su propósito es descubrir qué le pasó a su padre. Cuando son descubiertos por las autoridades, parece que su destino está sellado y morirán ejecutados. Pero gracias a un pintoresco personaje (lo más parecido a un contrabandista moderno) logran escapar y regresar a Ham, donde Carl descubrirá la verdad sobre su padre.

Si la historia del futuro despierta interés y curiosidad, la del taxista en el Londres de finales del siglo XX no desmerece en absolutamente nada. Como alguien que acompañó durante algunas noches a un taxista (mi tío) en la Valencia de la década de los 90, puedo dar fe de lo variopinto y chocante que pueden ser los pasajeros. Desde la concepción de su hijo, también llamado Carl, a la ruptura de su matrimonio con Michelle, pasando por las veladas en el grupo de ‘Fighting Fathers’, sus divertidos desvaríos, embrollos y tejemanejes con psicólogos, psiquiatras, detectives y extraños personajes de los bajos fondos, todo imprime a esta parte de la novela un inconfundible sello Self.

Quizás la mejor manera de elaborar una sátira del mundo actual es ponerle un espejo desde el futuro. Esa parece ser la premisa de la técnica de Self: sus blancos son contemporáneos, su sentido del humor es ácido, vehemente y brutal, pero nadie puede negar que trata a sus personajes con realismo y generosidad. De hecho, uno de los importantes logros de esta novela lo constituyen las voces de los personajes, tanto los del futuro (que se expresan en Mokney, una laboriosa mescolanza de Cockney y el lenguaje del SMS que hay que leer en voz alta para poder comprenderla) como los del presente.

Es decir: "You're going to go on like this all fucking day!...How many times have I heard this bollocks about Chil - it's got to be about a thousand or more. I've heard about their cloth, I've heard about their trainers and their barnets, and their [Eliza]bethan semis and their fucking au pairs. What I want to know is, why didn't you ask them about fishing or farming, or something - anything that might be an earner here on Ham!" Una vez le pillas el truco, no es tan abrumador. (De la página 67)

Con este ya son ocho los libros de Will Self que he leído y reseñado (quien quiera saber más puede cliquear en el nombre del autor en la lista de la izquierda). Confieso que no me aburre, y que voy a seguir descubriendo a este autor tan peculiar, que escribe unas historias completamente idiosincráticas y brillantes. The Book of Dave incluye un glosario de Mokney y mapas para orientarse por los prados y valles de Ham, y reírse más aún si cabe de los juegos de palabras que inventa el autor.

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