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2 oct 2012

Reseña: Gats al parc, de Alba Dedeu


Alba Dedeu, Gats al parc (Barcelona: Proa, 2011). 197 páginas.


Cuando leo un volumen de cuentos, espero que cada uno de los relatos que componen el libro contenga los suficientes alicientes y sea lo bastante interesante como para no solamente terminar ese relato sino acrecentar mis ganas de leer el siguiente. Conforme avanzaba (a veces a trompicones) en la lectura de Gats al parc, la sensación de insatisfacción y decepción fue creciendo, y en algún momento me rondó la cabeza la idea de dejar el libro a medias.

Gats al parc se compone de siete relatos elegantemente decorados en cada una de las páginas de título con una ilustración a cargo de Gisela Bombilà. El principal problema de Gats al parc es que, en su mayoría, son relatos sin ímpetu, sin fuerza narrativa, desangelados. Los relatos nos muestran a personas corrientes en situaciones nada extraordinarias: una chica que se pasa el día laboral cortando carne en una factoría y que antes vendía ella la carne en su propia carnicería. La suya es una tarea anodina, y por momentos la narración cae en la insustancialidad, y peca de repetición de detalles que no aportan casi nada al relato – sí, es verdad, el sabor del café de máquina es muy inferior al hecho en casa, pero eso ni constituye una historia ni añade prácticamente nada de interés a una trama de por sí coja.

Decepcionante me resultó también el segundo relato, ‘El balneari’, que narra la visita a un balneario de una anciana a la que se le aparecen los espíritus de las personas que significaron algo en su vida. En su conclusión, el cuento no explota las posibilidades de esa puerta a la fantasía que la autora había abierto, y el desenlace es un tanto ambiguo y falto de tensión narrativa.

El siguiente cuento del volumen, ‘Maniquins’, me pareció bastante flojo; es una narración sin un propósito definido, y un final tan previsible como mediocre. La realidad es que no basta con escribir una prosa pulcra, limpia y elegante para captar a un lector: se necesita tensión, hace falta una chispa de imaginación, es necesario proponer un mínimo reto al lector; en mi opinión, ni esa imaginación ni ese reto se hacen presentes en casi ninguno de los relatos que componen Gats al parc.

Posiblemente, los dos mejores cuentos sean ‘Madeleine’ y ‘Nadal’. En el primero, un jovenzuelo inexperto y algo presuntuoso venido de un pueblo se presenta en la casa de su tía Madeleine en la gran ciudad. Su difunto padre y su tía no se hablaban desde hacía años; el chico llega a la ciudad a matricularse en derecho y alberga grandes sueños sobre su futuro, sobre la base del apoyo financiero que le va a prestar su padrastro. La tía Madeleine vive sola – bueno, no sola, sino en compañía de muchos gatos. Es un buen relato con un final algo insulso.

El mejor de los siete relatos es sin duda, y de lejos, ‘Nadal’, una mirada muy crítica al contexto de las típicas y obligadas reuniones familiares por Navidad, y que la narradora describe con mucha gracia y acertada ironía. Alrededor de la mesa y en la cocina se suceden diálogos muy bien trabajados, y los distintos personajes quedan muy retratados con sus propias palabras y las observaciones de la narradora.

Los otros dos relatos exploran temas muy diferentes. ‘Les últimes pàgines del quadern groc’ adopta el formato de un diario personal, en el que una jovencita marroquí con mucha imaginación altera la realidad de su vida y la de sus amigas. ‘Un dia’, por el contrario, no termina de profundizar en los sentimientos de la mujer cuya vida describe, y que está a la espera de un juicio por algo que hizo y que tuvo consecuencias irreparables. El hecho de que no queden explicitadas las causas de su zozobra no ayuda a darle una estructura plausible al cuento, que se pierde en vaguedades sin demasiado interés.

Gats al parc se hizo merecedor en su día del Premi Mercé Rodoreda de 2010. Y cabe preguntarse por qué. Es innegable que la autora tiene un potencial amplio: en algunos pasajes, Dedeu deleita con una prosa pulida, bien escrita. Pero eso no alcanza nunca para crear interés en el lector. Al menos para mí, la principal virtud de un relato breve estriba en que el desenlace te haga paladear el camino recorrido hasta allí. Excepto en el caso de ‘Nadal’, ninguno de los relatos de Gats al parc lo consigue.

21 ago 2012

Reseña: La caçadora de cossos, de Najat El Hachmi


Najat El Hachmi, La caçadora de cossos (Barcelona: Columna, 2011). 239 páginas.

Tras L’últim patriarca, un excelente debut literario que ya reseñé en su día aquí, la autora catalana de origen marroquí publicó el año pasado esta novela, cuyo título es cuando menos sugerente.

En el prólogo, una chica joven está plantada a la puerta de una casa, y duda de llamar al timbre o no; la voz narradora nos habla de ella en tercera persona, y nos dice que acude allí para hacer un trabajo no especificado, ‘per acabar de pagar factures’. ¿Qué mal hay en obtener unos ingresos adicionales? Se había prometido que nunca más haría ‘una feina tan íntima’.

La propuesta de El Hachmi en este libro dejará a muchos lectores y lectoras un sabor agridulce, porque las carencias de la novela, algunas de ellas estructurales, son muchas (peca de un exceso repetitivo de observaciones, lo cual termina por cansar al lector). El paso de la segunda parte a la tercera no queda en mi opinión clarificado, y puede resultar difícil justificarlo a la vista del desenlace que escogió la autora.

La caçadora de cossos no es una novela de sexo, aunque el sexo figure como eje temático fundamental desde el primer capítulo de la primera parte (‘La col·lecció’). En esa primera parte, la narradora, ya en primera persona, da cuenta en cada capítulo de las relaciones sexuales con un hombre diferente: así, cada uno de los hombres, que quedan en el anonimato, da título a un capítulo: ‘L’Eteri’, ‘El Ghanès’, ‘L’Extremeny’, ‘L’Anglès’, etc. Estos capítulos son relatos eróticos nos van preparando para la segunda parte de la novela, titulada ‘Dos miratges’; esta parte contiene un análisis de la sexualidad contemporánea, de la soledad humana y la insatisfacción en un entorno fuertemente urbano en el siglo XXI.

La narradora, la chica joven del prólogo, trabaja de limpiadora de máquinas de una fábrica de pizzas en el turno de coche, y para poder permitirse el vivir sola, sin compartir casa, acepta limpiar el piso de un escritor, quien le sirve de espejo y detonante para el autoexamen. Es aquí donde El Hachmi realiza una valiente apuesta narrativa, en parte un poco fallida, porque es innegable que los soliloquios de la mujer no se corresponden en ningún caso con los de una chica joven que hubiera salido del instituto apenas hace un par de años.

En realidad, la novela puede leerse como el relato de una experiencia depresiva, la de una joven que recurre al sexo de manera compulsiva, y que va aceptando toda clase de sevicias y ensañamientos sexuales de sus compañeros ocasionales. Cuando parece encontrar uno estable, ‘Ell’, resulta que está casado; la relación no va a ninguna parte y le crea mayor insatisfacción como persona.

Durante las visitas al piso del escritor, la narradora comienza poco a poco a abrirse al escritor: la introspección, las dudas, el hartazgo de una situación insostenible, la conducen finalmente a una crisis, y debe tomar la baja del trabajo.

Pienso que habría sido una estrategia más eficaz si la autora hubiera cedido al escritor participar directamente en la “autoría” de los soliloquios que forman la tercera parte (‘Això és una teràpia’); cuando estaba al borde del abismo, la mujer retrocede y sabe encontrar paulatinamente las fuerzas necesarias para reconstruirse, para no despreciar su cuerpo ni despreciarse a ella misma como persona.

Solamente el lector que haya pasado, aunque sea de puntillas, por un episodio depresivo o de ínfima autoestima sabrá apreciar el esfuerzo que pone El Hachmi en crear esta historia. No pienso que se trate de una novela estrictamente feminista; sí podrá tener (y en eso debería servirles a muchos lectores) mucho valor para provocar alguna reflexión sobre el papel del sexo en las relaciones humanas contemporáneas, que tanto tienden hacia la superficialidad.

16 jun 2012

Reseña: Després de Laura, de Jordi Cabré


Jordi Cabré, Després de Laura (Barcelona: Proa, 2011). 301 páginas.

“La mort és el contrari del silenci”, reza a modo de subtítulo la portada la novela de Jordi Cabré. Es una curiosa paradoja la que investiga Cabré en Després de Laura, paradoja que se configura como una suerte de enunciación ficticia de lo que siempre ha sido una aspiración muy humana (y por ende, síntoma de debilidad). Me refiero por supuesto al anhelo de que exista otra vida después de la muerte, y que en el caso de esta novela se plantea desde la premisa de que la muerte no es silencio permanente, sino el espacio/tiempo donde la más hermosa y terrible de las músicas suena en nosotros, con nosotros, en el espíritu que (debo recordarlo una vez más, muchos desean creer) se libera del cuerpo tras fallecer.

En su autobiografía, Vladimir Nabokov nos recordaba que el sentido común nos dice que la vida es “a brief crack of light between two eternities of darkness” (Speak, Memory). Quizá no sea solamente un breve instante de luz, sino también de sonido, de música. Pero la tesis que parece plantearnos Salvador Dalmau, el protagonista de Després de Laura, vendría a ser, parafraseando la cita anterior, “a brief crack of silence between two eternities of music”.

Dalmau es profesor de historia de la música en Barcelona, y complementa su sueldo tocando al piano números escogidos para funerales, como miembro de un terceto que complementan un violín y una flauta.

Cuando muere un buen amigo pianista Bernard Stengel, Salvador acude a Viena para el funeral, donde conoce a su viuda, una atractiva joven llamada Laura. Es Stengel, el difunto, quien ejerce la función de narrador. El efecto podría perfectamente terminar en algo desastroso, pero Cabré sabe llevar bien las riendas de este caballo que nunca se desboca – algo que habría podido ocurrir con suma facilidad, la verdad. No me vienen a la cabeza muchas novelas en las que un muerto conduzca la trama con soltura.

Descubrimos que Stengel ha dejado escrito en una carta que quiere que Salvador le dé clases particulares de piano a Laura. El problema es que, cuando después del funeral queda con Laura en el Café Central de Viena, apenas transcurridos unos cinco minutos Laura le besa en los labios y se lo lleva “de la mà al lavabo de les Damen,” donde se encierran en uno de los excusados y Salvador le da consuelo “com només saben fer-ho els amics de l’ànima.”

Una cosa lleva a la otra, y de regreso en Barcelona, Laura y Salvador comparten un pequeño estudio. El affaire extramarital cobra una nueva dimensión cuando gracias a la mediación de Laura, invitan a Salvador a un homenaje a su amigo en Nueva York. Allí decide romper con su vida estable (una esposa, Berta, y un hijo, Pol) y entregarse íntegramente a Laura. Pero Laura muere en la habitación de hotel, y Salvador se hunde.

En una trama paralela y complementaria, Cabré nos lleva a la historia de los últimos días de Beethoven, viejo, enfermo y sordo. Como Salvador, Beethoven también se enamoró perdidamente de una joven, la “amada inmortal”. ¿Hubo una partitura ahora perdida de la música más excelsa, la que se escucha al cruzar el último umbral? Esta trama paralela resulta por momentos fascinante, y cautivará al lector atento: los puntos de conexión entre lo que tanto Beethoven como Dalmau persiguen son numerosos y muy sugestivos.

Ante todo, el tema central de Després de Laura es la muerte. Después de la muerte de Laura asistimos al proceso inexorable de declive de Salvador Dalmau, obsesionado por encontrar la música que le reúna con Laura y abocado a morir con tal de encontrarlas, es decir, tanto la música como a Laura.

Es aquí donde más significativa se nos presenta la paradoja a la que hacía referencia al principio. Si la muerte de una persona amada puede (o debería) llevarnos a expresar lo indecible, esto es, a crear o componer, la muerte es en ese sentido lo contrario del silencio. A mi entender, Cabré obvia los numerosos y larguísimos silencios, medrosos y turbados, que se producen en la vida; no es, obviamente, lo que le interesaba descifrar en Després de Laura.

Escrita de forma esmerada tanto en su lenguaje como en su estructura, la novela está adornada con ciertos aderezos plurilingüísticos no siempre justificables pero no por ello menos bienvenidos. Si a ello añadimos la sugerencia de Banda Sonora – ¡quién pudiera conseguirla! – que precede al texto, tenemos una gran lectura.


Després de Laura fue finalista del Premi Sant Jordi de 2010. Jo la recomane.

22 mar 2012

Reseña: Els embolics dels Hoover, de Joaquim Biendicho


Joaquim Biendicho, Els embolics dels Hoover (Alzira: Bromera, 2011). 171 páginas.


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Cuando a Andreu Farré, recién horneado como doctor en filosofía, le proponen trabajar a bordo de un crucero por el Mediterráneo haciendo de guía cultural para las hijas del magnate norteamericano propietario del buque, la tentación de ganar una buena suma de dinero en pocos días de trabajo es muy fuerte. Acepta el trabajo y sube a bordo del Imperator of the Seas. Su anfitrión y empleador es el Sr. Hoover; sus hijas, Carol y Sarah, al parecer poco agraciadas en casi todos los sentidos, nos son descritas en un principio como un par de bobaliconas, más pendientes de los músculos masculinos que de las atracciones culturales de los puertos italianos donde el crucero hace escala.
Pero cuando una de las hijas de Hoover, Carol, desembarca en Mónaco en compañía del mago malabarista y ambos ponen tierra de por medio, se inicia una rocambolesca persecución. Hoover no está dispuesto a permitir que su hija se vaya con cualquiera, y en particular quiere impedir a toda costa que la huida de Carol llegue a oídos de su madre, la primera esposa de Hoover.
El relato nos lleva de Mónaco a Venecia, y de la ciudad de los canales a Marrakech en Marruecos. El estrafalario equipo de persecución lo integran unos personajes desdibujados, elaborados con trazos escuetos pero por lo general acertados. Hay un barman salvadoreño que se llama Salvador Salvador, un antiguo espía francés alcohólico, el propio Hoover y Farré.
Si Els embolics dels Hoover buscaba ser un relato esencialmente humorístico, no termina de conseguirlo porque está escrito en clave de entretenimiento más bien light. Más mérito tienen, por la ironía sutilmente desplegada en el subtexto, las observaciones sobre los comportamientos y las pequeñas miserias humanas que son pan nuestro de cada día.
Por lo demás, hay una especie de trama paralela que la novela sitúa en Barcelona, donde la madre de Sarah descubre tras asistir a una conferencia las malas artes del conferenciante, un hipnotizador llamado Santos, para terminar siendo ella la hipnotizada. Es por aquí donde cojea Els embolics dels Hoover: de una posible trama detectivesca se pasa a un sainete un tanto deslucido, y en el que únicamente la escena en que todo Marrakech parece estar buscando a Carol y su acompañante alcanza ciertas dosis de hilaridad.
Biendicho recurre a la polifonía narradora sin que parezca estar especialmente versado en la técnica. La novelita (tiene 171 páginas solamente) avanza a trancas y barrancas, con más voluntad de entretener que otra cosa, y no contiene grandes pretensiones literarias.
Els embolics dels Hoover resultó premiada con el XXII Premi Ciutat d'Alzira, un hecho que ciertamente dice en principio muy poco a favor del resto de novelas candidatas.

20 feb 2012

Reseña: L'últim patriarca, de Najat El Hachmi


Najat El Hachmi, L'últim patriarca (Barcelona: Planeta, 2008). 332 páginas.

Cada vez se prodiga más la narrativa de la emigración, pero pienso que no es menos cierto que el incremento de este tipo de historia está asociado al cada vez mayor número de personas que han emigrado, y esa experiencia, narrada en clave de autobiografía, o de biografía novelada o en clave de ficción no deja de resultar de mucho interés.

L’últim patriarca le valió a su autora el Premi Ramon Llull del año 2008, uno de los más prestigiosos en lengua catalana. Es desde luego una notable novela por varios aspectos que trataré de explicar.

El primero es el lenguaje mismo del que hace uso la autora, a través de la voz femenina de la narradora, la hija del patriarca Mimoun Driouch. Najat El Hachmi impregna la novela de una voz (y hay que remarcar la cualidad oral de la narración) que habla desde la tierra de nadie del que se sabe sumergido en dos culturas. Conforme va avanzando uno en la lectura de L’últim patriarca, se vuelve por momentos más intensa, más definida, la sensación de estar experimentándola como a través de un tamiz, como si se tratara de la lectura de una historia que le llega entregada al lector mediante una traducción, pero una traducción que resulta ser portentosa, perfecta, ideal.

El argumento es en sí mismo otro aspecto llamativo, y que no puede dejar indiferente al lector. Desde su nacimiento en una ciudad del Rif marroquí, Mimoun Driouch está llamado a ser el heredero y continuador de una tradición milenaria basada en el dominio pleno y la autoridad absoluta de los varones en el entorno familiar: el patriarcado. La narración que hace su hija roza en algunos momentos el sarcasmo: retrata a un niño consentido y caprichoso (“tothom tenia la certesa que aquell nen no era del tot normal i que per qualsevol motiu podia trencar-se en bocins o desfer-se en cendres”).

La primera vez que Mimoun, ya prometido a la mujer que algún día querrá domesticar y poseer, emigra a la Península Ibérica, consigue gracias a su tío trabajo en la construcción. Pero cuando, tras empezar a beneficiarse a la esposa del empresario, ésta lo despacha con cajas destempladas – Mimoun desoye las limitaciones sexuales que ella le impone – pierde el trabajo, quema la casa del empresario y termina expulsado del país.

De vuelta en Marruecos, Mimoun se casa. Nace su primogénito pero no lo celebra porque en realidad él quería una hija. Al poco tiempo consigue regresar a Cataluña. La vida de los emigrantes es muy dura, pero la actitud y el comportamiento del patriarca nos revelan que El Hachmi está contándonos otra historia. Cuando Mimoun traslada a toda su familia de Marruecos a España, la dinámica de las relaciones intrafamiliares queda totalmente al descubierto: al mando solo hay una persona, el patriarca. Él (la) pone y dispone como quiere y cuando quiere.

Este es otro de los aspectos más interesantes de L’últim patriarca. En el contexto de la sociedad catalana de la “ciutat capital de comarca”, Mimoun es el odioso prototipo del maltratador irascible, autoritario, e inhumano, al cual únicamente se irá enfrentando a lo largo de los años su hija adolescente, quien gracias a la inmersión en el sistema educativo empieza a ver las contradicciones entre lo que hacen y lo que dicen sus padres.

El relato (a veces espeluznante) del maltrato se enmarca pues en las fricciones inevitables que surgen de la traslación de un esquema social patriarcal, tradicional, establecido en el seno de una determinada cultura (la cual nunca lo ha cuestionado). Es la dificultad de adecuación o conciliación entre ambas culturas, el inevitable choque que se produce en un marco geopolítico y cultural foráneo, lo que no termina de explorar la autora. Y no pienso que fuera su intención declarada decantar la novela en esa dirección. En todo caso, lo lamentable en la vida real es que las víctimas de ese choque casi siempre son mujeres y pequeños.


La figura del patriarca, derrotado y lloroso al final, incapaz de hacer valer el terror como herramienta para “convencer” a su hija, es sin duda el protagonista de esta novela, mucho más que la joven narradora tan curiosamente enfrascada en el diccionario de lengua catalana. El Hachmi nos relata una versión del final de un modelo social basado en la explotación y la humillación de las mujeres, pero ese final solamente puede producirse en entornos geográficos diferentes del lugar y la sociedad basados en ese sistema tradicional. Pese a las revoluciones y primaveras árabes recientes, en esencia no se ha alterado para nada el orden establecido.

Un dato curioso para lectores ubicados en Australia: Najat El Hachmi dio una conferencia aquí en Canberra en 2010, titulada 'Writing from the Borderland'. El video de esa conferencia puede verse aquí.

27 dic 2011

Reseña: Els jugadors de whist, de Vicenç Pagès Jordà


Vicenç Pagès Jordà, Els jugadors de whist (Barcelona: Empúries, 2009). 535 páginas.

Las primeras páginas de Els jugadors de whist nos introducen en la vida de Jordi Recasens, de cuarenta y pico años, propietario de una empresa especializada en los servicios fotográficos para bodas. Jordi (mal)vive en el garaje de su casa, donde tiene un futón, un robot limpiador, una nevera, una máquina cafetera, el ordenador y otros muchos cachivaches. Su vida parece francamente ir a la deriva: no aguanta a su mujer, Nora; ese día (21 de abril de 2007) se va a casar su hija Marta con un tipo de dudosa respetabilidad y de procedencia skinhead, al que ha apodado Bad Boy. Jordi se pasa muchas noches en vela viendo películas – tiene unas mil de su temática preferida, el adulterio – y los blogs fotográficos de las amigas de su hija Marta, entre las cuales parece tener una favorita: Halley.

Las siguientes páginas comprenden el fragmento del diario de un chico, Biel, de 1977. Hace dos meses que Biel llegó con su familia a Figueres procedente de Mallorca. Su padre es capitán del Ejército, su madre es extranjera. Tiene una hermana, Nora.

A lo largo de quinientas páginas Vicenç Pagès Jordà va estableciendo las claves que unen el día (tan) señalado de 2007 con el diario del escolar Biel en 1977, y lo hace de una forma desde luego muy ambiciosa y efectista, aunque no siempre tan eficaz desde el punto de vista narrativo (y literario) como habría sido de desear. Pagès logra ciertamente conectar los hilos de la historia, conduciendo al lector por un camino a veces abrupto. Y ahí estriba el problema de Els jugadors de whist: me ha parecido que hay demasiados obstáculos al progreso de la historia, y es el mismo autor el que los coloca, alargando algunos episodios mucho más de lo que la novela, en mi opinión, precisaba, e incluyendo toda una serie de listados (de grupos musicales, películas, actores y actrices, libros, pintores, etc.) cuya función dentro de la trama es prácticamente nula y cuyo cometido dentro de su estructura múltiple y algo anárquica me ha parecido superfluo, si no simplemente caprichoso.

Solamente al final queda desvelado el origen de la voz narradora dominante en la parte correspondiente al día de la boda, voz que en ocasiones peca de cierta presunción, como cuando avisa al lector que “És convenient insistir en la manera com en Jordi es prenia el seu cas” (p. 431) en plena narración de la degradante crisis por la que atraviesa Jordi tras enamorarse de Halley. Francamente, quizás no fuera tan conveniente: si Pagès buscaba ridiculizar al personaje de Recasens como arquetipo de cierta clase de hombre en crisis, lo podría haber conseguido sin explayarse tanto. Pero pienso que no era ése su objetivo.

Donde realmente me parece que cojea Els jugadors de whist es en el tratamiento narrativo de la historia del juego del whist, un titánico entretenimiento de verano que inventan Biel y sus amigos, y cuyas trágicas consecuencias terminarán por marcar la vida de Recasens. Son demasiadas las páginas que transcurren entre el inicio de la historia y su explicación a posteriori, y en consecuencia parece a ratos que le falte ritmo a la narración.

Con todo, Els jugadors de whist es sin duda un notable esfuerzo creativo. Pagès posee un fino sentido del humor, y las escenas y situaciones bien detalladas en la narración del banquete de boda provocan la hilaridad por lo auténtico y verídico de sus diálogos (es fácil hacerse la imagen mental de esa pariente que insiste una y otra vez en que cierren la puerta, porque se pierde el frescor del aire acondicionado). Los dardos del humor de Pagès son sin duda uno de los elementos más conseguidos de la novela. Ha sido, en definitiva, una buena elección para estos días anteriores a las fiestas navideñas y del inicio del verano austral.

29 nov 2011

Reseña: Subsòl, de Unai Siset



Unai Siset, Subsòl (Alzira: Bromera, 2010). 181 páginas.


Vaya por delante la siguiente aclaración: Unai Siset no existe como autor. Unai Siset (del catalán: “una i sis, set”; es decir, una y seis, siete) son en realidad siete autores: Pasqual Alapont (1963), Manuel Baixauli (1963), Esperança Camps (1964), Vicent Borràs (1962), Àlan Greus (1967), Urbà Lozano (1967) y Vicent Usó (1963). Todos de una misma generación, todos residentes en el País Valencià, y todos con una aspiración compartida: escribir buena literatura. Subsòl, aparecido en 2010, es una inusual apuesta de la editorial valenciana Bromera (que solamente publica libros en lengua catalana) por hacer algo distinto y valiente, algo que suponga una nota disonante en el paisaje narrativo un tanto facilón y bastante monocromo que tantos halagos recibe de la crítica española convencional, la cual –salvo contadas excepciones– parece  deliberadamente olvidar la literatura escrita en catalán.
Subsòl es ante todo un experimento, un juego: siete narradores se enfrentan a una fotografía de Peter Turnley (aquí la página de Wikipedia sobre Turnley; y para los aficionados a la fotografía, aquí su web personal) tomada en el metro de París en 1979, la de la portada del libro. Cada uno de los siete narradores escogió una de las personas más prominentes en la foto y la convirtió en personaje literario, escribiendo un relato que tenía que integrarse con los otros seis.
La propuesta de Subsòl funciona porque los relatos están construidos mediante técnicas diferentes, y narrados desde diferentes puntos de vista. Alguno hay contado en primera persona; otro tiene un narrador omnisciente; otro se estructura en torno a un diálogo, del cual solamente oímos lo que dice una persona. El aliciente para el lector es ir comprobando cómo los diferentes relatos, cada uno con su propio estilo, van encajando en una narrativa coherente, bastante bien hilvanada en torno al motivo de la fotografía.
El primero, ‘Una K voltada (Andrea)’ cuenta la historia de dos hermanos gemelos que fueron separados al poco tiempo de nacer por las circunstancias de la vida, y de cómo uno de ellos, Andrea, acude a París en busca de su hermano. El segundo, ‘Henri’, sigue las vicisitudes del hijo de un gobernante francés que trata de salvar la reputación de su padre, envuelto en un turbio asunto de corrupción que implica a un dictador africano y una bolsa repleta de diamantes; el tercero, ‘Jules’, cuenta los instantes finales de un suicida que ha encubierto un crimen.
El cuarto, a mi juicio el más divertido de todos, cuenta la historia de una arquitecta valenciana incomprendida que enloquece con el paso del tiempo. El quinto, ‘Avram’, es un cuento sobre las obsesiones y las supersticiones, que han dado lugar a un terrible desenlace. El sexto, ‘Vítor’, sigue a un emigrante portugués cincuentón enamorado de una jovencísima terrorista bretona.
Por último, ‘Aude’, completa cabalmente el juego metaliterario que proponen Unai Siset, y nos muestra el nerviosismo de una anciana exprostituta, que en la actualidad vive cómodamente retirada en una casa de campo donde añora a su difunto marido, cuando recibe unos relatos (el lector debe asumir que son los seis que le preceden) y la fotografía del metro, que la obligan a rememorar la época en que la foto fue tomada.
Subsòl es una entretenida propuesta lectora; un libro para nada convencional, del que se disfruta bastante desde el principio al final, y en el que ‘Aude’ pone una especie de guinda metanarrativa, el relato que cierra el libro y del cual traduzco aquí al inglés un fragmento de un par de páginas:

As I was telling you, Mr Lawyer, none of the envelopes that have arrived home these last days has a sender’s name on the back, and that makes me feel very insecure. Defenceless. Helpless. I know not who’s sending me all this crap. Receiving anonymous letters is not the best way to achieve peace of mind. Balance. All my life seeking stability and when it appeared I had found it, when I was readying myself to live my final years in serenity, when I had put my memories in order so that the time I shared with my Ives would always be at the top, then came these papers , these anonymous letters, these questions. Oh my God!

I’ve read all this rubbish, and believe you me, Mr Lawyer, I can only tell you that the documents contain disjointed data. They make gratuitous statements, and in some of them they even ask me about issues I am under no obligation to know about, because they deal with people I have never met. They are… I’m not sure how to interpret them, they’re kind of fragments of biographies. Yes, that’s what: incomplete reports on the lives of people I have never heard of, stories about events that may indeed have happened, such as milestones in the history of our country. And politics, too, Mr Lawyer. It’s as if some sort of madman had randomly dug about in the files of the State’s Secret Services in order to retrieve some records, and then that same madman had mailed them to a person chosen by chance, too.  They ask me about murders and about news on our Republic’s international relations in the 1970s. I did not read the papers then, Mr Lawyer. All I know is what I may have learned from my conversations with Ives. Nothing more. Our conversations and the visits of some of his army mates. The most remarkable thing for me is that in those papers I have received, there are also fragments of my own life. Drafted in the coarsest way. As if intending to hurt. There’s no randomness or chance here. My marriage, the rented unit where I used to live when I was single, my timetable. What I used to do before I found the job at the school. I was very young, there was only poverty at home. I arrived in Paris on a train I do not wish to remember. I wasn’t pretty, yet I attracted attention when I was young. Now you see me like this, with all the bygone years stuck on me as if pressed by a steamroller. And have I suffered, oh boy! But I have been a woman. Young and poor. I’m not ashamed to own up that I worked the streets for a few months, I’m not ashamed to say what I would do to make a few francs. Life hasn’t been easy for me. Now you see sitting on this sofa with plenty of comfortable cushions around me, you see me in this house that my Ives owned, you know I have a lady who every day comes to help with the household chores… I was a prostitute but for a short time, but they know. The letters, or the texts, or whatever this shit is, excuse my crude language, they’re written with some double intent that escapes me. That’s why I made you come over.  You do understand how ill at ease I feel, don’t you, Mr Lawyer?

19 oct 2011

Reseña: L'alquímia del mercat d'alquímies, de Maurici Pla



Maurici Pla, L’alquímia del mercat d’alquímies (Barcelona: Quaderns Crema, 2011). 146 páginas.

Un dibujo del pintor Paul Klee sirve de motivo argumental para esta curiosa novelita del barcelonés Maurici Pla. Alexander Kahn, administrador del museo de arte moderno de la ciudad que el narrador – el propio Kahn – denomina simplemente como K, se lanza a la búsqueda del original del dibujo de Klee (reproducido en la portada del libro).

Pla dota a la ciudad de una atmósfera inquietante y un tanto enigmática, habitada por personajes que dicen saber poco pero terminan por saber mucho – incluso demasiado. Conforme el lector avanza en la lectura de L’alquímia, la impresión de que las vivencias que narra Kahn en primera persona y en presente pueden ser de hecho un sueño se hace más fuerte. El ritmo narrativo que impone Pla con su elección de tiempo verbal no es nada desdeñable. La inmediatez de lo que nos cuenta Kahn es palpable: hay deseos eróticos, abundan las obsesiones aparentes de los personajes (el calzado en especial), la disponibilidad en el mercado negro de una droga (un somnífero) que el municipio ha declarado ilegal.

¿Se trata de una alucinación o de un sueño? Obviamente, no hay una respuesta clara, y es el lector quien debe trabajar el texto y disfrutarlo. Pla nos hace algunos guiños hacia temas de candente actualidad (la corrupción y la especulación urbanística o el resurgimiento del fascismo en Europa, entre otros) sin entrar en disquisiciones que estarían de más en una novela breve y que, además, no tiene falsas pretensiones de grandeza. Es una obra singular, en la que los personajes quedan desdibujados precisamente porque el autor lo ha querido.

Un relato un tanto excéntrico en ocasiones, esta es la búsqueda alucinada y desquiciada de una imagen, de un paisaje, de una perspectiva. Como arquitecto que es, Pla encuentra los equilibrios necesarios para que el caballo no se le desboque, y el resultado final no defrauda, con unas buenas dosis de valor literario.

11 jul 2011

Reseña: L'últim dia abans de demà, de Eduard Márquez


Eduard Márquez, L'últim dia abans de demà (Barcelona: Empúries, 2011). 146 págs.

En una entrevista que le hizo José A. Muñoz para La Vanguardia, Eduard Márquez decía, a propósito de L’últim dia abans de demà, que los escritores deben ‘ser capaces de que el lector huela la realidad. Y eso es posible cuando el escritor también la huele y es capaz de transmitirlo.’

Comencé a leer L’últim dia abans de demà con una mezcla de expectación y aprensión. Las reseñas que había leído mencionaban un argumento que tiene un interés personal para mí: el del duelo causado por la pérdida de la hija del protagonista. La decepción ha sido mayúscula. La novela apenas pasa de puntillas y bordeando este asunto, y en mi opinión, dada la estructura narrativa adoptada deliberadamente por Márquez, ningún tema de los muchos que aparecen en sus 146 páginas los trata con mucha trascendencia.

L’últim dia abans de demà está construida más bien como un puzle, o un rompecabezas, en una línea narrativa un poco caótica. Es un ovillo desmadejado, con saltos temporales hacia adelante y detrás, una técnica que no siempre resulta ser tan efectiva como efectista. Puede ser cierto que la memoria no nos presente los recuerdos en una línea recta y perfecta; no es menos cierto que la exégesis ficcional otorga suficientes recursos como para darle al lector una visión menos alterada de esos recuerdos. Márquez opta por un mosaico, en el que se nos aparecen multitud de piezas, unas menos desdibujadas y borrosas que otras, y al menos una tan repetida que termina por hastiar (las hostias con sabor a pastillas Juanola que uno de los hermanos reparte a troche y moche).

Pero donde realmente pienso que Márquez me perdió es en la poca profundización que lleva a cabo en los sentimientos del dolor y la pérdida. En casi ningún momento se nos revela el narrador protagonista como alguien que esté atravesando un proceso de duelo. La fijación con el peso (623 gramos, cifra que repite unas cuantas veces) de las cenizas de la hija muerta resulta un tanto extraña, aunque no inverosímil. En su afán de producir una narración tan contenida, y con una prosa escueta, rápida, Márquez apenas explora el mundo interior del protagonista. Da la impresión de que el autor haya escogido que la muerte de Jana sea la excusa que se necesitaba para hacer un recuento desordenado de los recuerdos de una vida, recuerdos que la trama deslavazada revelará como determinantes para el desenlace trágico.

Un interesante aspecto de L’últim dia abans de demà estriba en la contraposición a lo largo de la narración y en los diálogos, de dos idiomas, el catalán y el castellano. Que el discurso represivo, beatón y caduco de los educadores religiosos (los hermanos) se exprese siempre en castellano dentro de una narración en catalán y en la cual los diálogos entre los protagonistas se expresen en catalán recrea magistralmente la sensación de antagonismo y enfrentamiento; su perniciosa influencia queda, en mi opinión, correctamente insinuada. Al fin y al cabo, a los que somos de la generación de Márquez no se nos han olvidado esos ‘sabios’ consejos que se impartían en los colegios religiosos en los últimos años de la larga época franquista.

No quisiera restarle méritos a Eduard Márquez (de quien no he leído ninguna otra obra), pero he de rebatir la idea de que el lector de L’últim dia abans de demà huela la realidad. En mi caso, la realidad no apareció por ninguna parte. Claro está, que mi realidad puede que resulte demasiado exigente con la que propone L’últim dia abans de demà.

8 jun 2011

Reseña: El somni de Farringdon Road, de Antoni Vives



Antoni Vives, El somni de Farringdon Road (Barcelona: RBA, 2010). 473 páginas.






La guerra civil española continúa siendo el contexto en el que se sitúan muchas novelas recientes. Antoni Vives, economista, político y novelista catalán nacido en 1965, nos transporta con El somni de Farringdon Road a esa turbulenta época de la historia del estado español, y lo hace desde una casona en Londres, en pleno siglo XXI, donde un joven pareja, Víctor y Marta, que están en la ciudad del Támesis de vacaciones, se acercan a la Marx Memorial Library, cerca de Farringdon Road, y allí entablan conversación con una vieja señora llamada Jane Mulligan, quien entiende sus palabras en catalán y les dice que llevaba tiempo esperándoles. Para ahondar más el misterio, les regaña por no haberle hecho caso al sueño antes. ¿De qué sueño les habla?

Mientras se encuentran allí ocurren cosas extrañas e inexplicables, pero terminan por enfrascarse en ordenar los papeles y fotos de un álbum, que lleva por título The Farringdon Road Dream. Y así da comienzo la interesante narración que constituye la historia de la vida de Pau Capdevila, un joven huérfano barcelonés, abogado de profesión y que ha padecido tuberculosis. Poco antes de la guerra y para ayudar en su convalecencia, Capdevila se marcha a un pueblo de las tierras altas de Tarragona, a Vilalba dels Arcs. Allí se enamora de Marta Soler, la hija de un jerarca local. Sus diferentes clases sociales son el mayor obstáculo a la felicidad de ambos, además de la férrea oposición del hermano de Marta y el pretendiente, el señorito Lluís Coll. Pau tiene que huir del pueblo tras ser víctima de una agresión que, de no ser por Marta, hubiera terminado en un vil asesinato.

Vuelve Pau a Barcelona, y al poco tiempo se produce el alzamiento militar que desencadena la guerra civil. A partir de este momento, la narración se irá centrando en los sucesos de la guerra civil y en los enfrentamientos entre las fuerzas que en teoría defendían la legalidad vigente, es decir, el gobierno de la II República, en la retaguardia. Las vicisitudes de la contienda bélica van arrastrando a Pau de un lugar a otro: de Barcelona al frente de Aragón; de allí al frente de Madrid; de Madrid a Albacete, donde conocerá a una enfermera americana, Jane Mulligan, antes de partir a la batalla del Jarama. Allí es hecho prisionero y enviado a un convento que ha sido convertido en campo de concentración.

Vives hace que Capdevila se maneje entre diversos personajes reales históricos que forman parte de la trama de la novela, como Simone Weil, Ernest Hemingway, Buenaventura Durruti o el siniestro mafioso sindicalista Justo Bueno; el efecto general de esta mezcla de ficción e historia es en términos generales bastante acertado. La tensión narrativa no decae en ningún momento: la narración nos desplaza de un lado al otro del frente, siguiendo a Pau y a Marta, quien se ve obligada a huir con Lluís Coll a Zaragoza al inicio de la guerra cuando tanto su padre como su hermano son muertos en el pueblo a manos de los revolucionarios anarquistas.

Cuando el siniestro Joan Riera intenta eliminarlo en el frente de Madrid y mata a Durruti por error, Pau tiene que salvar el pellejo como sea, y los papeles de un brigadista internacional albanés muerto en combate, Viktor Rama, le servirán para poder salir con vida de Madrid. A partir de ese instante, Pau tiene que vivir como un extranjero en su propio país, siempre alerta y bajo sospecha. Sus experiencias con los brigadistas internacionales forman el grueso de muchos capítulos de la novela, y son de lo más memorable de esta ambiciosa narración de Antoni Vives.

Las extraordinarias experiencias y vicisitudes por las que pasa Pau le ayudan a cimentar sus reflexiones y razonamientos sobre la guerra civil. A punto de entrar en la que será la última batalla, de la que no espera salir con vida, con inconmensurable candidez y franqueza Pau le manifiesta a un comisario del PSUC que todavía no había estado en el frente:

‘Precisament hem confós la lleialtat necessària als principis de dignitat de les nostres vides, per humils que siguin, amb la lleialtat als grans principis desl partits, de les revolucions que ens havien d’alliberar. Sense dignitat no hi ha revolució, no hi ha servei, no hi ha comunitat ni país. Dignitat per merèixer la llibertat, comissari; això ens ha faltat. La dignitat de la veritat, l’única justificació per al somni. La garantia de la netedat del somni. Avui, però, la dignitat és tan sols orgull, honor. Això sí que pesa en els nostres dies. Per això guanyen els qui se’n foten de la dignitat, que és el mateix que fotre’s de la llibertat. En aquest bàndol i a l’altre. Pregunti, pregunti als nois de les nostres trinxeres per què lluiten. No en sortirà cap gran paraula. Entre els qui tenen por, entre els qui estan cagats; si fossin sincers, arrencarien a córrer i ens deixarien sols. Pregunti-ho entre els qui han vençut l’impuls de fugir i, encara més, entre els qui l’han vençut i estan convençuts de per què són aquí, per què val la pena conservar una merda de penyal ressec i fastigós, la resposta serà senzilla: lluitem per ser lliures. Després és vosté, comissari, qui els haurà d’assegurar que, a la rereguarda, hi regna la llibertat, el somni d’un país digne, fraternal, poca cosa mes. I hem fallat en això darrer. Hem fallat en el nostre somni. No ens ho podem permetre mai més.’ (p. 461)
‘We’ve mistaken the required loyalty to the principles of dignity in our lives, no matter how humble those principles are, with the loyalty to the great principles of the party, of the revolutions which were to set us free. There’s no revolution without dignity; there’s no service, there’s no community, no country. The dignity to deserve freedom, Superintendent; that’s what we’ve been lacking. The dignity of truth, the only justification for the dream. The guarantee that the dream will be an unsoiled one. Nowadays, however, dignity is merely pride, honour. That does carry some weight these days. That’s why the winners are those who laugh at dignity, which is the same as laughing at freedom. On this side and on the other side. Go and ask, ask the boys in our trenches what they are fighting for. No great words will be said. Amongst those who are afraid, amongst those who are shit-scared; if they were truthful, they would run off, they would leave us behind. Ask amongst those who have overcome the impulse to flee or, even better, amongst those who have overcome it and are convinced about why they’re here, why it’s worth their while to keep this crappy, repugnant, scorched rock, their answer will be an easy one: we’re fighting to be free. And then it will be you, Superintendent, who will have to assure them that freedom reigns in the rearguard, the dream of a worthy, brotherly country, and little else. But we’ve failed in that last bit. We’ve failed our dream. And we can’t afford to do that ever again’.

A pesar de los numerosos detalles sobre asesinatos, venganzas, odios, torturas y crueldades varias practicadas por unos y por otros, y cuyas descripciones salpican la novela – cosa inevitable tratándose de una historia ambientada en la guerra civil – El somni de Farringdon Road viene a ser un sentido y profundo alegato por la paz, la tolerancia y el amor. Como lector, prefiero quedarme con las palabras que alimentan y reflejan ese sueño, el de una auténtica libertad nacida de la dignidad y el respeto, aunque la vieja máxima de que la historia se repite y estamos condenados a revivirla parece en ocasiones incrementar sus probabilidades, para nuestra inseguridad e incertidumbre.

30 abr 2011

Reseña: Contes russos, de Francesc Serés

Francesc Serés, Contes russos (Barcelona: Quaderns Crema, 2009). 223 páginas.
Si refrescamos la memoria y viajamos por un instante al siglo XVII, concretamente a la creación de la primera gran novela moderna, el Quijote, encontramos en el capítulo IX que Cervantes recurre a la metaficción, cuando el narrador nos revela que el verdadero autor de la novela es un tal Cide Hamete Benengeli, historiador morisco, el cual ha traducido la historia al castellano. En sus Contes russos, Francesc Serés hace uso de la metaficción por partida doble; no le basta con la invención de todo un grupo de narradores rusos totalmente apócrifos (con sus respectivas pequeñas notas biográficas incluidas), sino que agrega la mediación de una traductora ficticia, Anastàssia Maxímovna.

Este es un recurso de enorme efectividad si el autor domina la narración de forma absoluta. Y ciertamente Serés no da muestras de debilidad en este sentido. La estructura de la obra recuerda asimismo un poco a la de esas muñequitas rusas (las matrioskas, habitualmente fabricadas en madera) que se abren por la mitad y revelan en su interior otra muñequita más pequeña que a su vez se abre por la mitad y revela otra muñequita más pequeña, y así hasta alcanzar la más diminuta.

Contes russos es un notable volumen de cuentos tanto por el juego metaliterario que realiza Serés como por lo que supone de evocación del difunto sistema soviético, no solo de sus aspectos positivos sino también de los negativos. Y no obstante, es ante todo un homenaje a la cultura rusa del siglo XX.

El repertorio de historias en Contes russos es de lo más variopinto: desde una escena de aeropuerto en la asistimos a la charla de dos azafatas de tierra de una línea aérea de bajo coste (‘Low cost life, low cost love’) al esbozo naturalista de la Rusia anterior a la revolución bolchevique (‘La resurrecció de les ànimes’). Serés nos conduce a través de las décadas por la Rusia soviética: ante las ruinas de las inmediaciones de la central de Chernóbil (‘La transparència del mal’); a un reencuentro de colegas y amigos académicos purgados por el sistema veintidós años antes (‘La culpa’); al ficticio concierto de Elvis Presley en la Plaza Roja en una exquisita caricatura de los años de la guerra fría (‘Elvis Presley canta a la Plaça Roja’); la vida en un koljoz tras la segunda guerra mundial (‘La pagesa i el mecànic’); a una nave espacial averiada, convertida en tumba para un cosmonauta, cuyas últimas decisiones son las de mofarse de todo, de sus superiores, de los agentes de inteligencia norteamericanos y del propio presidente soviético (‘L’home més sol del món’).

Contes russos es un primoroso conjunto de narraciones que tratan los temas eternos de la literatura universal. Si Serés los ha enmarcado dentro de un espacio geográfico inmenso, Rusia, es sin duda por mor de la verosimilitud. Aunque el autor utiliza datos históricos, Contes russos no es historia, sino un muy recomendable volumen de narraciones breves.

9 mar 2011

Reseña: Fora de lloc, de Marta Cardona



Marta Cardona, Fora de lloc (Barcelona: Angle Editorial, 2010). 478 págs.

¿Supone la emigración una transformación radical de la esencia de las personas? ¿En qué modos nos cambia y descoloca? La emigración es siempre una experiencia con diferentes niveles de brusquedad, y supone vivencias que en todo caso dejarán sus huellas, surcos y marcas de una índole compleja. Para muchas personas, la emigración es una experiencia denigrante e indigna. Para otras, en cambio, es una decisión aventurada en la que hacen derroche de valentía y coraje.

Marta Cardona, nacida en Reixac, Cataluña, en 1928, ha publicado su primera novela en su lengua natal, tras haberla publicado en 2008 en inglés, bajo el título de Spanish Rose, Yorkshire Thorns. La trama de Fora de lloc está en gran parte basada en vivencias personales: Marta Cardona y su marido emigraron al Reino Unido también por las mismas fechas que la pareja que protagoniza la novela. Sin embargo, el deleznable personaje de Jaume no se corresponde para nada con la realidad vivida por Marta Cardona, únicamente en el detalle de que, al igual que en la vida real, el matrimonio terminó por romperse.

El principio de Fora de lloc nos sitúa en la España de la fase final de la posguerra, la década de los cincuenta, de la que parten una joven pareja de recién desposados, Jaume y María, muy ligeros de equipaje pero bien cargados de ilusión y esperanzas de labrarse un provenir en el norte de Inglaterra. Al llegar a Leeds entran al servicio de una opulenta familia de origen judío, en cuya casa ella hará de criada, y él, de chófer y mecánico.

Pero la actitud inflexible, egoísta y cerrada de Jaume, quien al principio no domina el idioma local, pronto les acarreará problemas, y a los pocos meses, cuando María está ya embarazada de su primera hija, se ven obligados a buscarse la vida y otro lugar donde vivir, cuando por culpa de la holgazanería y el malhumor de Jaume pierden los empleos con que habían llegado a Leeds.

A partir de ese momento será María quien luche con valentía por sacar adelante a su familia, por conseguir vivir con dignidad en un entorno no siempre amable. Pero el tema central de Fora de lloc no es, ni mucho menos, la dislocación que conlleva la emigración. El tema apenas queda desarrollado mínimamente, en ocasiones como algo accesorio. El título en catalán es por tanto un poco engañoso: se echa en falta una reflexión mucho más profunda sobre el hecho de la emigración, sobre las intensas (cuando no traumáticas) transformaciones interiores del ser humano que es trasplantado a otro entorno sociocultural, cuando la vívida conciencia de estar ‘fuera de tu sitio’ se derrama imparable sobre nuestro ánimo y arrastra consigo emociones y razonamientos.

Fora de lloc narra la historia de las penosas vicisitudes de una mujer casada en la segunda mitad del siglo XX. Desdeñada, denigrada y ninguneada por su marido, quien solo piensa en coches y en ilusorios planes para hacer dinero fácil, María pasa por muchos altibajos anímicos. Añadiendo un hijo tras otro hasta completar cinco, la situación financiera de la familia entra en barrena mientras Jaume evita trabajar y se pasa las tardes y las noches bebiendo cerveza, y sigue acumulando deudas de las cuales María no es consciente.

Es innegable que Marta Cardona tenía una historia que contar – la novela ya la tenía escrita en la década de 1970, cuando la presentó al premio Sant Jordi. Y no deja de sorprender que alguien como Marta Cardona haya publicado su primera novela a los ochenta años. Nunca es tarde si la dicha es buena.

28 sept 2010

Reseña: L'illa de l'última veritat, de Flavia Company


Flavia Company, L’illa de l’última veritat (Barcelona: Proa, 2010). 141 páginas.

Cuando el doctor Matthew Prendel descubre que está gravemente enfermo y que pronto morirá, siente la necesidad de confesar un secreto con el que ha podido vivir, pero con el que no puede morir. Eso nos cuenta al principio de L’illa de l’última veritat la narradora, Phoebe Westore, compañera sentimental del extraño doctor Prendel.
Cansado de su vida como médico y profesor universitario, enamorado de la mar y de la navegacion, Prendel convence a dos amigos suyos, Katy y Frank, para embarcarse con él en una travesía a través del océano Atlántico. De pronto son víctimas del abordaje de un barco de piratas. Se produce una discusión muy tensa, Prendel dispara contra un pirata que cae al mar, y a continuación los piratas matan a Katy y Frank, Matthew Prendel salta al mar. Los piratas se llevan su yate y lo dejan en mitad del océano, suponiendo que morirá.
Tras varios días en el agua, Prendel llega a un islote, casi muerto. Un hombre le salva la vida. Cuando se recupera, descubre que es el pirata al que le había disparado durante el abordaje.
El enfrentamiento psicológico entre estos hombres en una isla desierta es la cuestión más interesante, y ciertamente fascinante, de L’illa de l’última veritat. Nelson Souza, el pirata, le impone a Prendel sus condiciones para permitirle vivir en la isla, so pena de muerte. Le prohíbe ir a “su territorio”,  le impone un régimen de contacto, no comparte con él muchas de las cosas que tiene escondidas en su parte de la isla, etc. Prendel se debate entre la rebelión que podría acarrearle la muerte y el instinto por seguir vivo, entre la necesidad de contacto con otro ser humano y la locura. La única ocasión que intenta entrar en la “zona prohibida”, Souza le dispara y le hiere en una pierna. ¿Ojo por ojo?
Pasados ya dos años desde su llegada, Prendel pierde la noción del tiempo. Puede que hayan transcurrido ya cinco años cuando Souza acude un día a verle y le dice, jubiloso, que ya pueden marcharse de allí. ¿Será que Souza ha estado siempre loco? ¿Qué otros secretos le ha ocultado?
La noche antes de abandonar la isla de la verdad última, los dos hombres comparten un festín y beben whisky y fuman. ¿Se han hecho amigos después de tanto tiempo viviendo según las reglas de Nelson?
Flavia Company (Buenos Aires, 1963) ha creado una historia llena de tensión y suspense en L’illa de l’última veritat. Es un libro corto, sin duda, pero la trama no tiene por qué dar mucho más de sí, y que en todo caso, hasta podría resultar superfluo. La voz de Prendel nos llega por boca del relato que escribe Westore:
“Les coses, però, no podien seguir sempre igual a elles mateixes. Sap molt bé que la inèrcia troba gairebé sempre algun obstacle. Nelson i jo vivíem la nostra rutina. Jo no envaïa el seu espai, per por de la mort, i ell no es deixava veure, potser perquè pensava que el voldria atacar de sorpresa. Però, benvolguda Phoebe, jo no deixava de donar-hi voltes i, per més que no tenia ganes de tornar a Nova York, sí que la idea de surtir d’allà començava a fer-se’m repetitiva.
Però anem a pams. A pesar que en un primer moment el fet que tornés a desaparèixer va ser de nou un alleujament, al cap d’un temps que, com ja li he dit, ni tan sols vaig calcular, vaig començar a sentir-me inquiet. I si havia marxat de l’illot i no me havia adonat? I si m’havia quedat tot sol?” (p. 84)
“Things, however, could not remain as they were. You know too well that inertia almost always runs into an obstacle. Nelson and I lived our own routine. I would not invade his space, for fear of death, and he would not show up, perhaps because he thought that I would attack him by surprise. But, my dear Phoebe, I could not stop thinking about it, and although I did not want to return to New York, the idea of leaving the island recurred in my mind.

But let’s proceed bit by bit. Even though the fact that he disappeared once more was again a relief, after a time, which, as I have said, I did not even calculate, I began to feel uneasy. What if he had left the islet? What if I had been left all alone?”

El desenlace es más que sorprendente. En el epílogo, Phoebe Westore nos cuenta su visita al barrio lusitano de la Alfama, donde va a llevarle a la familia de Souza la carta que éste dejó como último mensaje. En la casa de los Souza, Phoebe va a descubrir el gran secreto que el doctor Matthew Prendel no llegó a revelarle antes de morir.
Esta es una novelita excelente, que no querrás dejar hasta saber cuál es la última verdad, y cuál es el secreto que ha ocultado Prendel todo el tiempo. La versión en castellano saldrá en enero de 2011, publicada por Lumen.

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