14 abr 2017

Reseña: All That Man Is, de David Szalay

David Szalay, All That Man Is (Londres: Jonathan Cape, 2016). 437 páginas.
‘All that man is’ [Todo lo que es un hombre] es un verso de ‘Byzantium’, un poema de W.B. Yeats, y así se llama esta colección de relatos, cuyos protagonistas pertenecen todos al género masculino. Que su autor (o la editorial) se haya empeñado en llamarla novela no deja de ser una anécdota, que el paso del tiempo lo único que es verdaderamente eterno se encargará sin duda de enmendar.

Otra característica que comparten todos los protagonistas es su origen: son todos europeos. Lo que a fin de cuentas parece decirnos el autor es que a todos les une es la conciencia (en algunos casos, repentina; en otros, resultado de un proceso algo más largo) de saberse mortales, de que todo lo que nos rodea, todo lo que vivimos día tras día, es transitorio y efímero, que somos seres caducos por nuestra naturaleza misma. ¿Qué decir de esto? Si nunca has estado cerca de la muerte, puede que te impresiones.

Pero si por las circunstancias que sean has mirado a la Parca a los ojos y has visto el filo de su guadaña bien de cerca, quizás tu reacción será – como es mi caso – “¡Guau! ¡Menudo descubrimiento!”

¿Quiénes son los hombres cuya mesurada introspección se narra en estos relatos? Hay de todo: dos mochileros ingleses recorriendo el centro de Europa; un avaricioso promotor inmobiliario; un periodista danés sin escrúpulos que viaja a Málaga para sonsacarle detalles jugosos a un Ministro de Defensa cuyo lío de faldas ha descubierto el periódico; un magnate ruso, el “emperador del hierro”, que asiste impotente al final de su imperio; un profesor universitario que descubre que ha dejado embarazada a su amante en mitad de un viaje por media Europa para entregarle un coche de lujo al padre de ella, jefe de policía de una pequeña ciudad polaca; un cincuentón escocés borrachín, que pierde todos sus ahorros en una estafa en el pueblo croata donde vive.

Todos ellos se enfrentan a situaciones que podríamos llamar críticas, se sienten solos (mejor dicho: están solos) y no tienen ni idea de cómo gestionar el desbarajuste que rige sus vidas. La crisis que enfrentan la desarrolla el narrador de forma muy esquemática, incluso apresurada, con un notable exceso del presente de indicativo histórico. Muchos de los personajes quedan bosquejados con apenas tres o cuatro palabras. Contrasta esto con la inclusión de detalles muy realistas, como las marcas de la cerveza que beben, los cigarrillos que fuman o incluso el tipo de gasolina con el que repostan. Si la intención con estos ociosos detalles era dotar estos relatos de una vertiente que roce en lo cinematográfico, ciertamente no lo logra.

La impresión que deja el conjunto es, a pesar de los innegables nexos que unen los nueve relatos, la de un formato repetitivo. Se ha escrito mucho de la crisis de la masculinidad en los albores del nuevo milenio, y ciertamente David Szalay no demuestra compadecerse de sus personajes. A su manera, cada uno de ellos es un perdedor. Puede que lo peor, sin duda, sea que se han perdido a sí mismos.

No voy a negar que Szalay escribe con soltura, a ratos incluso con cierto donaire, y que detrás de sus relatos y escuetos esbozos de historias y personajes se esconde una muy fina ironía, incluso una devastadora censura que lanza sus dardos contra la avaricia, el sexismo, el egoísmo o la autocompasión. Pero de ahí a poder atribuírsele la concepción de una novedosa narrativa dista mucho. Como sugiere la reflexión de uno de los protagonistas: “la vida no es una broma”. Tampoco la literatura debe verse como una.

Tal como a los protagonistas de estos nuevos relatos les sobreviene la lúcida reflexión sobre la inutilidad de sus vidas, al lector de All That Man Is le asaltará la duda de si ha valido la pena invertir varias horas de su vida en esta lectura. Quizás su inclusión en el grupo de finalistas del Premio Man Booker de 2016 le haya dado una resonancia que, francamente, en mi opinión, no merece.

7 abr 2017

Reseña: Ashland & Vine, de John Burnside

John Burnside, Ashland & Vine (Londres: Jonathan Cape, 2017). 337 páginas.
La narradora de esta novela del escocés Burnside es una joven estudiante de cinematografía. Kate Lambert ha perdido recientemente a su padre, quien le había ocultado su enfermedad, y esa pérdida la ha dejado algo tocada. Kate comparte apartamento con un académico y cineasta provocateur, Laurits. En realidad, comparten algo más que un apartamento: las botellas de moscatel y la marihuana son parte regular de las largas y vagas sesiones de conversaciones y otras acrobacias que tienen lugar en la cama del profesor. Los habrá sin duda que las denominarían hands-on tutorials.

Kate se gana unos cuantos dólares con pequeños proyectos de investigación de historia oral que le encarga su compañero de apartamento. En uno de ellos, y arrastrando consigo una nada despreciable resaca, conoce a una anciana llamada Jean Culver, quien la invitará a escuchar sus historias con una condición: que deje de ingerir alcohol.

Empieza así la narración enmarcada que le otorga al libro una miga que de otro modo no tendría. Es por tanto una versión contemporánea del mito de Scheherezade, solo que en esta historia nadie pierde la cabeza por no contar un cuento. Kate acepta el reto, y con cada café, té o infusión que comparte con Jean va cumpliendo su parte de este pacto tan poco faustiano. Hay además una niña que merodea la casa de Jean y que intriga a Kate sobremanera.

Al principio no me di cuenta de la niña. Debía de estar entre los árboles cuando llegué, y entonces, cuando me vio, se acercó paso a paso, con cautela, hasta donde había luz, como un ciervo, sin estar segura de qué amenaza podría yo suponer. Rondaría los 13 años, supuse, muy blanca, de cabello rubio como la paja, y unos ojos de un azul claro y pálido, que parecían iluminados por alguna llama interna. O alguna fiebre interior, quizás, alguna excitabilidad permanente que no sabía cómo extinguir. Algo en ella me recordó a un rostro que había visto en un cuadro de Paul Klee – los mismos colores pálidos, la luz que la atravesaba – aunque no recordaba si ese rostro era el de una niña o un ángel. (p. 58-59, mi traducción) Angelus Novus, de Paul Klee - The Israel Museum, Jerusalem
¿Y qué tiene Jean que contar que tanto le (nos) pudiera interesar a Kate? Pues bastante, a decir verdad. Comenzando por la muerte de su padre, en la esquina de las calles Ashland y Vine en su ciudad natal. Un asesinato a sangre fría que presenció su hermano Jeremy. Tras una dura infancia, Jeremy combate en la II Guerra Mundial, donde será testigo de barbaridades indecibles. A su regreso, se casa con Gloria, con la que tiene un hijo, Simon, y una hija, Jennifer. Jeremy se pone a trabajar para el gobierno en un puesto más o menos secreto, y paulatinamente se aparta más y más de su familia.

La historia que narra Jean es en gran medida la historia de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. Simon y Jennifer encarnan la reacción de la juventud norteamericana a las intervenciones militares en medio mundo que pretendían pararle los pies al coco del comunismo.

Entretanto, Laurits se mezcla con un hampón local y tras una noche en su bar favorito, sufre un ataque mortal. De pronto, Kate se queda completamente sola. Destrozada por la muerte de Laurits, vuelve a caer en el alcohol y entra en el oscuro callejón sin salida de la soledad y el desconsuelo.

Será Jean quien la rescate de una situación que nunca se nos explica. Kate se muda a la casa de Jean, y poco a poco comienza a cuidar de la anciana, cuya salud es endeble. Las historias sobre Simon, Jennifer, Jeremy y Gloria siguen aflorando, por supuesto. Pero por encima de todas, sobrevolándolas o esperando en las sombras de la narración, está la propia historia de Jean y su mejor amiga, Lee, de quien había estado enamorada, y por cuya muerte Jean siempre se ha sentido culpable.

Las historias que Jean le cuenta a Kate refuerzan más si cabe el nexo de amistad e intimidad que ha ido surgiendo entre ambas. Dos almas perdidas que se encuentran y se dan apoyo mutuo cuando más lo necesitan. Burnside, sin embargo, deliberadamente deja muchos huecos en la historia, preguntas para las que no quiere dar respuesta, tanto en la historia de la propia Kate, como en las historias de los personajes de la narración enmarcada. La técnica que emplea el autor no es siempre la idónea: ninguna voz narradora resulta efectiva cuando trata de reproducir las palabras de conversaciones que nunca presenció ni escuchó.

Aparte de ese pequeño problema, Ashland & Vine es una novela repleta de poesía, de referencias al cine, a la literatura, al arte. Una vez Burnside se lanza adelante con las historias de Jean Culver, el libro bulle con intriga, lirismo y excelentes detalles de una humanidad que tan rara es de encontrar en la vida real hoy en día.

25 mar 2017

Reseña: No ficción, de Alberto Fuguet

Alberto Fuguet, No ficción (Santiago de Chile: Penguin Random House, 2015). 174 páginas.
La carne es débil, dice el viejo dicho tan popular. Pero más débil puede llegar a ser la calidad de una obra literaria construida sobre una premisa enormemente forzada, poco madurada y pobremente ejecutada. El resultado, como en el caso de No ficción, será inevitablemente decepcionante.

Dos amigos chilenos, dos hueones: Alex y Renzo. Alex es escritor y cineasta, y ha llegado a saborear las mieles del éxito. Renzo es el perdedor, el dañado, el que ha vivido a la sombra (y de los favores) de su amigo. Después de muchos años, Alex visita a Renzo en su departamento “monoambiental” del centro de Santiago de Chile una tarde de estío.

Quienes eran muy buenos amigos están ahora enfrentados. Alex quiere tratar de entender qué demonios pasó para que una amistad tan buena se fuera al garete. Alex quería consumar la amistad con Renzo con algo más que abrazos, pero Renzo se negó y de ahí surgió el conflicto y la ruptura. Pero de la lectura de esta ¿novela? (174 páginas de diálogo con muchas líneas ocupadas por los consabidos puntos suspensivos del silencio no le otorgan realmente la talla) deja en claro que ninguno de los dos personajes (no hay otros) sabe a ciencia cierta en qué consistía su relación. Escribir un libro sobre la base de ese desconocimiento entraña muchos riesgos.

Me apuesto un brazo que Renzo y Alex no pusieron un candado en el famoso puente de los candados en Providencia...
El diálogo es reiterativo y circular. Y el hecho de que Alex y Renzo se mamen una botella (¿o son dos? Caray, perdí la cuenta) de whiskey no podría justificar tanta repetición y circularidad en una obra literaria que se precie. Para realities, la TV, gracias. ¡Es tan fácil desconectarla!

Quizás lo único que pudiera salvarse de este librito de Fuguet es el habla de un cierto sector de la población santiaguina, que recoge el escritor con bastante fidelidad. Dentro de unos cincuenta años, imagino, capaz que constituya un legado lingüístico que se estudie con lupa. O no.

Lo dicho. Una idea no sirve para construir una novela si los otros recursos narrativos son tan escasos (dos personajes sin enjundia y frases y silencios repetidos hasta el aburrimiento). Aunque ya se la compré, señor Fuguet, no se la compro. ¿Cachai?

19 mar 2017

Reseña: Dissident Gardens, de Jonathan Lethem

Jonathan Lethem, Dissident Gardens (Londres: Jonathan Cape, 2014). 366 páginas.
‘Make America Great Again’, dice el eslogan de la marioneta del pelo teñido. Es como si de un plumazo hubiera borrado la historia del siglo XX y ya nadie quisiera recordárnosla. Por suerte (y solo a medias) Lethem se empeñó en escribir una novela que nos refrescara la memoria, que nos hiciera ver que en los EE.UU. hubo un significativo movimiento izquierdista, aplastado por el McCarthyismo. Pero el problema es que mucha gente no lee. Y en el caso de Jonathan Lethem, puede que haya casi buenas razones para que ello ocurra.

La trama (o, mejor dicho, el Guadiana de línea argumental que es el libro) gira en torno a tres generaciones de una misma familia judía emigrada tras la Segunda Guerra Mundial a Nueva York. Corre una noche de 1955 y Rose Angrush Zimmer recibe en su casa a un grupo del Partido Comunista, cuya misión es comunicarle su expulsión del partido. ¿El motivo? Porque se acuesta con un policía negro, Douglas Lookins. Su marido, Albert Zimmer, ha huido hace tiempo de Nueva York para regresar a Alemania – la que era por entonces Alemania del Este.

Senator McCarthy. How at ease would he be with Putin's influence on USA politics these days?
Rose tiene sin embargo una hija, Miriam, a la que tendrá que criar sola. Miriam crece aprendiendo mucho sobre libertad y derechos, y a pesar de la dureza con que la educa Rose, termina siendo una mujer inteligente y decidida, que se junta con un cantautor irlandés, Tom Gogan. Los dos llevarán una vida bohemia en el corazón de la mejor época hippie y tendrán un hijo, Sergius. Mas cuando deciden emprender un viaje a Nicaragua para dar su apoyo a los Sandinistas, Miriam y Tom han sellado su destino sin saberlo. Sergius crecerá a partir de ese momento con los cuáqueros, en una residencia para estudiantes.

Pero es sin duda alguna Rose el personaje central de esta historia. Una versión femenina del matón de barrio con una clara predisposición ideológica, Rose no cede ante nada ni nadie, y cuando el Partido la expulsa, decide seguir luchando por su cuenta, en el seno de su comunidad, de su barrio. El principal beneficiario de esos esfuerzos será el hijo del policía, Cicero Lookins, quien en cierto modo ejemplifica la realización de una de las versiones del gran American Dream: cómo llegar a ser profesor de universidad desde el seno de una familia afroamericana de clase trabajadora.

Escrita desde una multitud de puntos de vista narrativos, Dissident Gardens adolece en mi opinión de varios defectos. El principal de estos es que cuenta con una escritura sobre-elaborada, barroca y pesada. Lethem trabaja el material con exceso, y con la excepción del capítulo integrado exclusivamente por las cartas de Albert a Miriam (y la respuesta final de ésta a su padre), la lectura me resultó fatigosa.

Otro de los defectos (siempre en mi opinión) es que la novela está construida más sobre la base de anécdotas, rumores y circunstancias históricas que en torno a una trama propiamente dicha. Los continuos saltos adelante y hacia atrás en el tiempo no ayudan a crear un soporte narrativo adecuado. Lethem parece buscar transmitir la idea de que la caza de brujas es un estado permanente de existencia en los Estados Unidos; al menos eso parece deducirse del capítulo final.

Por Dissident Gardens transitan todos los temas posibles: el consumo de drogas en la era de Acuario, la música de protesta, el feminismo, el racismo, el pacifismo, el sexo interracial, heterosexual y homosexual, la filosofía, la tradición religiosa y el ateísmo, la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, y muchos más que quedan en el tintero. Un auténtico potpourri que, al menos en mi caso, ha supuesto una experiencia lectora cargante, laboriosa y poco placentera.

Si aun así te decides a leerla, puedes encontrarla tanto en castellano (Los jardines de la disidencia, publicada por Random House en traducción de Cruz Rodríguez Juiz) com en català (Els jardins de la dissidència, publicada per Angle Editorial, amb traducció a càrrec de Ferran Ràfols Gesa.

5 mar 2017

Reseña: Something Quite Peculiar, de Steve Kilbey

Steve Kilbey, Something Quite Peculiar: The Church, the Music, the Mayhem (Melbourne: Hardie Grant Books, 2014). 273 páginas.

Creo que sería en 1987 o 1988 cuando una compañera de trabajo llamada Lola me regaló una casete pirata de The Blurred Crusade. Era una banda australiana, me dijo, “seguro que te van a gustar”. Unos cuantos meses o quizás un par de años después (como a todo el mundo, la memoria me falla), The Church tocaron en Valencia, en lo que fue uno de los mejores conciertos de rock psicodélico que se recuerdan en la ciudad del Turia.

Indiscutiblemente, Steve Kilbey es el alma máter de The Church; el músico publicó hace un par de años esta autobiografía, un libro peculiar e inusual. El grupo (y Kilbey como solista) sigue sacando álbumes. La escena musical actual es, sin embargo, muy diferente de la de los años 80 y 90.

'Almost with You' fue siempre una de mis favoritas, y sigue siendo un temazo.

Kilbey emigró a Australia con sus padres cuando tenía tres años. Inicialmente vivió en la región al sur de Sydney llamada Illawarra, pero unos pocos años después la familia se vino a Canberra. Compraron una casa en Lyneham, no muy lejos de donde vive ahora mi amigo Gustavo. Desde bien pequeño Kilbey destacó por ser un bocazas (según lo admite el propio autor) y por su dominio de la palabra. De hecho, en una de las más jugosas anécdotas de su adolescencia y juventud, Kilbey recuerda cómo llegó a competir (formando parte del equipo de oratoria de Lyneham High School) en la final contra un equipo de Sydney, en el que estaba un tal Malcolm Turnbull, a quien (según dice la prensa) no le valieron de mucho sus dotes oratorias en una reciente conversación telefónica transpacífica.

Hello? Donald? U still there? Hello...?!!
Como muchos rockeros, Kilbey no tuvo una formación musical ortodoxa: aprendió por sí mismo, y a los 16 años su padre le compró el bajo que Steve quería (en lugar de la más habitual guitarra eléctrica con la que molestar a los vecinos). Al poco tiempo le ficharon para un grupo, Saga, que versionaba cientos de canciones en bares, pubs y recintos similares de toda Canberra. Según confiesa Kilbey, ganaba casi tanto como su padre.

El grueso del libro se centra, no obstante, en The Church, desde su creación hasta la separación (provisional). Es un sorprendente relato en torno a lo que era la vida de un grupo de rock en los años 80: el proceso creativo de letras y música, las sesiones de ensayo, las sesiones de grabación, las discusiones y negociaciones con las casas discográficas, las giras, las noches de alcohol y drogas, el caos al que hace referencia el subtítulo del libro, los inevitables choques de personalidad entre los diferentes miembros de The Church.

'Under the Milky Way' fue sin duda el mayor éxito comercial de The Church. Kilbey ofrece una curiosísima historia en torno a su génesis y comercialización.

Kilbey lo narra desde un principio en un lenguaje coloquial. Va directo al grano y no tiene pelos en la lengua. Junto con su reconocida arrogancia, Kilbey muestra una enorme capacidad para la autocrítica. Es difícil dilucidar cuánto de lo que cuenta pueda ser fiable: el abundante uso de sustancias estimulantes no puede ser garantía de plausibilidad alguna. En particular, la adicción a la heroína (según dice, fue Grant McLennan quien hizo las presentaciones en Bondi) es un tema que Kilbey trata con enorme sinceridad y franqueza. Por ejemplo, cómo terminó en alguna ocasión huyendo de la policía a la carrera, o incluso acabó encerrado en el calabozo.

A quien le guste el subgénero de la autobiografía de las estrellas musicales, Something Quite Peculiar debería ser lectura obligatoria. Puede que The Church nunca llegaran al máximo estrellato que otras bandas alcanzaron en esas dos décadas prodigiosas – la competencia era mucha, y ciertamente muy cualificada – pero, a decir verdad, no son todos los que pueden llegar a contarlo. Steve Kilbey ha podido hacerlo; quizás incluso sea algo asombroso, teniendo en cuenta lo que se metió en el cuerpo.

Te ofrezco ahora el prólogo del libro, una de las mejores presentaciones de un libro que he leído en mucho tiempo. Dudo mucho que el libro llegue a ver la luz en español. Aunque nunca se sabe.
Corre el año 2010, y estoy aquí sentado en la ceremonia de ingreso en el Salón de la Fama de los ARIA [Premios de la Industria Discográfica Australiana]. Van a dejar que ingrese mi grupo, The Church. Incluso se han traído al famoso periodista George Negus para llevar a cabo el ingreso en ese salón inexistente. Me he sentado entre mi madre y mi hermano Russell. Estoy aquí a regañadientes, he de admitirlo. No estoy deseando que comiencen los actos. Por regla general no me gustan las ceremonias de entrega de premios. Siempre he sentido que no me hacían ninguna falta elogios empapados en alcohol para que se justifique mi contribución al rock australiano, sea lo que eso signifique, qué demonios. Pero aquí estoy, en una gran mesa en el Hordern Pavilion, tratando de arreglármelas con la no muy buena opción vegetariana del menú, y cuidando además de mi vieja mamá y asegurándome de que lo esté pasando bien. Hablo con todos los que se dejan caer cerca de la mesa a ofrecerme su enhorabuena. ¿Y sabes qué? Eso tampoco es santo de mi devoción… ¿Tanta palmadita en la espalda y todo eso? ¿Tanta farsa y presunción? ¿Qué tiene que ver eso con la música?
No, no he estado que llegase esto, de ninguna manera. Mi banda y yo hablamos mucho de ello entre nosotros: nos lo han ofrecido unas cuantas veces antes y lo habíamos rechazado, pero todos creían ahora que nos correspondía hacerlo. Así que aquí estoy. Todos los del grupo han dicho que no deberíamos hacer un discurso, de manera que no lo he preparado. Vale, eso era lo fácil, no tener un discurso…
Pero a medida que avanza la velada todos los otros nominados hacen discursos muy gentiles y reconfortantes, que suenan de maravilla. Y es cada vez más obvio que lo considerarán una grosería si no decimos al menos algo. No será suficiente dejar que la música hable por nosotros, tal como habíamos planeado. La ocasión exige un discurso. ¡Y va a recaer en mis huesudos hombros el pronunciarlo! Tim Powles (el batería y ‘el chico nuevo’ de The Church) se ha dado cuenta de exactamente lo mismo: hace falta un discurso. Me lleva a los camarines y me sirve un diminuto traguito de mi licor favorito: Unicum Zwack, de Hungría. Una gotita da para mucho cuando hay que refrescar una actitud.
“¡Vas a tener que decir algo!” me dice Tim. Sí, hay que joderse, tendré que hacerlo. La única razón por la que he venido es porque me dijeron que no tendría que dar un discurso, y ahora, cuando quedan apenas quince minutos, es muy evidente que se espera un discurso. Un discurso que sea divertido y cautivador, y todo lo que merece una ocasión como esta. Ligeramente animado por el Zwack, vuelvo a sentarme entre mi madre y mi hermano, y me pongo a pensar, intentando crear el discurso de agradecimiento perfecto. Se me termina el tiempo mientras trato de juntar en cinco minutos lo que debería haber preparado en los últimos cinco meses. Típico Kilbey, típico The Church. El tiro de gracia lo pone Lindy Morrison, una buena amiga y batería de The Go-Betweens. Me ve sentado ahí, boquiabierto, mientras intento mentalmente componer un discurso magnánimo y elocuente: “¡Será mejor que digas algo!” dice Lindy muy sensata.
“Claro”, le respondo, tratando de no hacer caso de su bienintencionada interrupción.
“¿Qué vas a decir?”, pregunta.
“Eee, no sé… algo”, dio en un murmullo, mientras trato de concentrarme.
“Pero, ¿qué va a ser?” me vuelve a preguntar.
“¡No sé! ¡Estoy intentando pensar en algo!”
Seguimos dale que dale un rato, hasta que veo que George Negus nos está señalando que subamos al escenario. Hay cámaras y focos, y gente que me estrecha la mano y me dan palmadas en la espalda. De repente estoy en el podio y me hacen entrega de mi premio, ese triángulo dorado; me giro hacia el público. Puedo ver a mamá y a mi hermano, que están preguntándose qué voy a decir. ¿Voy a echarlo a perder de manera descortés y desagradecida? Veo a otros músicos, managers, agentes, editores y acompañantes, y a los simples espectadores curiosos, que han pagado por entrar. Todos sentados, esperando que los últimos en subir se expliquen y acepten el premio. No hay manera de que les baste con un sencillo “Gracias”.
De manera que empiezo a decir lo primero que se me pasa por la cabeza, y sigo hablando unos quince minutos, y entonces paro. De algún modo, me pongo elocuente, y mis palabras les hacen reír y aplaudir y vitorearnos. Y en medio de todo esto, Michael Chugg, que fue nuestro manager una vez, hace una pregunta muy pertinente a gritos al notar la alegría y regocijo que está causando mi discurso. “¿Por qué no podías haber sido así hace veinticinco jodidos años?”, pregunta en medio de más risas.
Sí, es una pregunta muy buena. ¿Por qué le lleva a alguien tanto tiempo llegar a ser algo que podría haber sido todo el tiempo?  Chugg fue mi manager en mi fase de aislamiento, de confusión y malhumor, que precedió a mi fase arrogante y displicente, que dio paso a mi fea fase de yonqui, que a su vez engendró mi fase de familiar excéntrico: esa en la que me hallo ahora.
La respuesta a la pregunta de Chugg quizás se encuentre flotando en las páginas de este libro.

28 feb 2017

Reseña: Our Ecstatic Days, de Steve Erickson

Steve Erickson, Our Ecstatic Days (Nueva York: Simon & Schuster, 2005). 317 páginas.
Algo muy inusual le sucede al lector al llegar a la página 83 de Our Ecstatic Days. De pronto, el texto rompe los márgenes y las convenciones y sigue una línea horizontal, sobre aproximadamente los tres cuartos de página, de forma autónoma y aparentemente independiente del resto de la novela.
Crack! Snap! Aquí se ha roto el hilo narrativo. ¡Buena suerte, lector!
Lo que el autor nos propone son por tanto dos textos paralelos. Como lector, puedes escoger leer esa línea tan porfiada y seguirla hasta la página 315, donde esa opción de lectura vuelve a confluir (de una manera ciertamente elegante, me atrevo a calificarla incluso de hermosa) con el grueso de la narración, y luego retomar el libro donde lo dejaste (es un decir). O puedes seguir tratando de leer el libro de una forma que podríamos llamar convencional, para luego retroceder hasta la página 83 y seguir esa extraña senda paralela.

Se trata pues de un experimento narrativo, muy apropiado para un libro extraño, difícil sin ser opaco, en el cual se dan también otros caprichos tipográficos (el texto se estrecha o se expande sobre el papel hasta adoptar extrañas formas), cuya motivación no me quedó nada clara.

En 2004, una mujer llamada Kristin acaba de ser madre por vez primera. Ha regresado de Tokio a Los Ángeles con su hijo Kirk (¡forma abreviada de Kierkegaard!). Un día se abre en el centro de la ciudad un agujero, y de él empieza a manar agua, que con el tiempo forma un enorme lago que sumerge gran parte del valle de Los Ángeles bajo el agua. Las investigaciones geológicas iniciadas por las autoridades no dan resultado alguno, y con el tiempo, todo el mundo se desentiende y se acostumbra al agua.

Imagínatela sumergida bajo un lago. Fotografía procedente de Wikicommons.

La narración da varios saltos en el tiempo, y de 2004 pasamos a 2009, a 2017 y 2018, y el tiempo narrativo parece expandirse hasta finales del presente siglo, en un relato extraño y fragmentado, en un tono a caballo entre lo lirico y lo onírico, ubicado en un escenario de mundo distópico y cuasi-apocalíptico, en el que parece haber un enfrentamiento constante entre un gobierno cuya ideología no queda identificada y unas guerrillas rebeldes.

En el primer periodo de la secuencia narrativa, Kristin, hastiada de la situación de caos que amenaza a su hijo, toma una góndola y se adentra en las aguas del lago. Se sumerge para buscar el origen del agua que está haciendo zozobrar la normalidad de las vidas de todo el mundo. Cuando regresa a la góndola, Kirk ya no está. En su retina hay una imagen poco fiable de un niño que está siendo llevado en volandas por búhos ¿Se trata de Kirk? ¿Ha vivido un mal sueño o una realidad insoportable?

Pasados unos años, Kristin se ha transformado en Lulu Blu, ganándose los cuartos sometiendo a hombres de mucho poder y dinero a sesiones de dominio masoquista. El gentío de Los Ángeles venera en las orillas a una Santa Kristina del Lago, una mujer que, desnuda y desesperada, navegaba las aguas del lago buscando a un hijo desaparecido o muerto.

Especialmente sugestiva en la primera parte del libro es la serie de cartas que llegan al antiguo hotel donde vive Kristin, dirigidas a otra mujer llamada Kristin, y cuyo autor parece ser el joven que se enfrentó a los tanques en la Plaza de Tiananmen. En la siguiente sección, ese hombre (de nombre Wang) ha pasado a ser el lider político-militar de un movimiento de resistencia. ¿Resistencia contra qué? ¿Realmente es necesario saberlo?

Con cada progresión temporal, el escenario es cada vez más sombrío. Lulu Blu y su hija adoptada, Brontë (que ha heredado el negocio de Dominatriz Mayor de la Ciudad) huyen del Lago Zero tras engañar a un millonario. En su huida en tren llegan a un pueblo perdido en medio de algún lugar (¿Nevada?¿Arizona?) castigado permanentemente por brutales tormentas eléctricas. Quedan atrapadas en el único hotel del lugar, rodeadas de huraños personajes y sumidas en el laberinto de tener muchas preguntas sin recibir ninguna respuesta. Cuando la mesera india da a luz a un niño y se marcha del lugar, Lulu Blu/Kristin y Brontë deciden regresar a Los Ángeles.

Our Ecstatic Days no es una lectura fácil, pero a mi entender, recompensa al lector que hace un esfuerzo. Puede que sea un excelente representante de la vertiente Finnegans que Vila-Matas propugna en el libro que leí inmediatamente antes que éste, Chet Baker piensa en su arte. Por otra parte, algunos de los temas que trata Erickson son muy relevantes: el dolor por la pérdida de un hijo, o la desesperanza ante el caos que nos parece prometer esta época tan espectacularmente vir(tu)al donde la realidad es falsa y la falsedad es verdad.

¡Al agua patos! De cabeza al lago, y sin flotador, gracias.

22 feb 2017

Reseña: Chet Baker piensa en su arte, de Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas, Chet Baker piensa en su arte (Barcelona, Debolsillo, 2011). 350 páginas.
Leo con religiosa fidelidad las columnas que escribe Enrique Vila-Matas para El País, pero no porque sean especialmente reveladoras. Más bien porque siempre entreteje una sutil ironía entre las líneas de dichas columnas, y porque logran dejarme un buen gusto de boca frente a lo que suele ser un cartel de acompañamiento tedioso, cuando no totalmente estéril. Y es ahora cuando leo por vez primera estos relatos selectos del autor barcelonés, quien, por cierto, se ha labrado una buena reputación fuera de España, algo que dice mucho en favor de sus traductores.

El éxito, sea allende los Pirineos o más allá del charco, suele por regla general despertar más envidias que ser causante de reconocimientos entre el establishment literario hispano. Fenómeno que, por otra parte, se extiende a otros campos. Pero me estoy yendo por los cerros de Úbeda, así que mejor volvamos al libro de Vila-Matas.

Chet Baker piensa en su arte lo componen relatos en su mayoría cortos, ingeniosos y divertidos la mayoría de ellos. Solamente dos, el que da título al libro y ‘El hijo del columpio’ superan las 40 páginas. Las obsesiones temáticas del autor están presentes en muchos de ellos. La brutal demolición de los límites que separan realidad y ficción es el tema central de relatos como ‘Una casa para siempre’ o ‘El arte de desaparecer’, por mencionar dos estupendos ejemplos. ‘El efecto de un cuento’, el segundo del volumen, indaga en la cuestión de si el poder que ejerce la ficción sobre el lector no será, al fin y al cabo, una ficción misma.

Otro de los relatos que destacan es ‘Me dicen que diga quién soy’, un juego de falsos espejos entre un narrador que interpela a un pintor que viaja a bordo de un barco que se dirige a un ficticio país llamado Babákua. El pintor es conocido por sus retratos de los habitantes de ese país, el cual no ha visitado nunca.

Si me apuran, diría que el borrado de los límites entre lo que se supone ficción y lo que creemos realidad es un tema presente de manera explícita o implícita en todos los relatos de este volumen. ‘Porque ella no me lo pidió’ es un magistral juego entre ficción y realidad, al que Vila-Matas le añade jugosísimos elementos metaliterarios.

Pero son dos los relatos que, a mi entender, sobresalen por encima de todos. El primero es ‘El hijo del columpio’, un relato narrado en primera persona por un tipo mezquino y sin escrúpulos, hijo de empresario y heredero en espera de una gran fortuna. Cuando un día recibe la invitación de un empleado de muy bajo rango que está a punto de jubilarse, se lo toma a mofa. Pero su padre le insiste que debe acudir junto con su esposa (que parece ser una especie de alcohólica dominatrix). El empleado es conocido en las oficinas y almacenes de la empresa como Hong Kong, a fuerza de haber contado repetidísimas veces la misma historia de cuando estaba en Melilla haciendo el servicio militar, y cómo se hizo pasar por loco (para librarse de la mili) repitiendo una y otra vez la frase “Todos conocemos Hong Kong”.
¡Todos conocemos Hong Kong! Pero, ¿sabemos lo que allí nos espera?

Finalmente, el heredero y su esposa acuden al humilde hogar de Hong Kong y su esposa, bien pertrechados de alcohol, pese a que resulta que sus anfitriones no beben. La velada deriva en una sorprendente revelación que deja completamente trastabillado y confuso al hijo del empresario, a quien, después de haber contado algunos chistes malos en el trabajo, sus compañeros han comenzado a llamarle también Hong Kong. Es un relato que aborda de manera magistral el tema de los secretos vitales y lo importante que puede ser su revelación.

El otro relato a destacar es el que da nombre al libro. Vila-Matas lo llama “ficción crítica”, y en verdad que es en buena medida un hibrido entre ensayo literario y relato, de cuya versión más convencional tiene apenas unos pocos elementos. En un hotel de la ciudad italiana de Turín un escritor-crítico-traductor quiere poner por escrito sus obsesivas ideas en torno a la pregunta del millón de dólares: la cuestión de si sería posible hacer confluir lo que él llama las dos vertientes disociadas de la novela. Por un lado, la vertiente Finnegans (la literatura opaca, difícil que representa Joyce con su última obra) y la vertiente Hire, que viene a designar lo convencionalmente narrativo, con su planteamiento, nudo y desenlace, en homenaje al personaje Monsieur Hire, de la novela Les Fiançailles de M. Hire, de Georges Simenon.

La cosa tiene pinta de irse por la vertiente Finnegans, más que nada, porque sospecho que habrá Guinness... Fotografía de Kippelboy
Un relato plagado de referencias intertextuales, de saludos y reverencias a autores muertos y vivos, un ficticio ensayo crítico en el que ante todo destaca el autor-narrador, quien tras hacer acto de presencia decide evadirse, desaparecer y dejarnos la gran interrogante, sin una respuesta claramente dilucidada. O quizás pudiéramos hallar una posible respuesta contraponiendo lo que nos propone como lectores esta ficción crítica a la innovadora y sugerente invitación que constituye otro de los relatos, el ya mencionado ‘Porque ella no me lo pidió’. Sea como fuere, para mí leer a Vila-Matas es un verdadero disfrute, pues acepto por lo general tanto la vertiente difícil y vanguardista como la más convencional y tradicionalista. La cuestión es, en definitiva, leer.

18 feb 2017

The Untouchables

Fernando VII. His laughter can be heard loud and clear today. 
They're the untouchables. They cannot be touched by the justice system. Yet another page of shame out of the book of Spanish History.

Són els intocables. El sistema de justícia no els pot tocar. Una altra fulla de vergonya treta del llibre de la Història d'Espanya.

11 feb 2017

Reseña: To Rise Again at a Decent Hour, de Joshua Ferris

Joshua Ferris, To Rise Again at a Decent Hour (Londres: Viking, 2014). 337 páginas.
Ah, los dentistas. Esas personas que te piden que abras la boca y no la cierres bajo ningún concepto… Mientras que ellos se ponen a hablar y luego, ¡es que no paran! A una dentista de mi barrio, la Dra. T., decidí no volver a verla nunca más después de soltarme un comentario particularmente inapropiado al que no podía responderle al instante. Dicen que por la boca muere el pez…

Es cierto: muchos dentistas se aprovechan de la situación para darle rienda suelta a la sinhueso al tiempo que te infligen dolor y reparan – algo de bueno han de hacer en este mundo, ¿no? – los estropicios que producen nuestras dietas y los malos hábitos. Y diríase que ése es precisamente el mayor defecto del narrador protagonista de esta novela de Joshua Ferris. Habla por los codos, y la mayor parte del tiempo, para serte franco, no parece decir nada que deslumbre, nada que entretenga, nada que despierte mucho interés.

Dr. Paul O’Rourke tiene una consulta odontológica en Nueva York. Está ganando dinero a espuertas (nos confiesa), pero su vida parece ser un tostón. Aburrido (por activa y por pasiva) hasta lo indecible, ha probado de todo para animar sus días: golf, el gimnasio, clases de español, el banjo, etc. Cierto es que tuvo una infancia difícil (suicido del padre), mas eso no le exime de hacer un esfuerzo por ser persona. Según él, para su tiempo libre, todo puede llegar a ser algo, pero ese algo nunca a llegará a serlo todo. Wow! Este tipo debería ser candidato a la Presidencia de cualquier país occidental. No desentonaría, ¿verdad?

'¿Quiere que le cuente de qué va el último libro que he leído mientras le hago esta endodoncia?' Fotografía de Erik Christensen.

Al comienzo de la novela, uno de sus pacientes se marcha repentinamente antes de recibir tratamiento; le dice que se va a Israel y le suelta un mensaje tan críptico como absurdo: “¡Soy un ulmo, y usted también lo es!” Ateo convencido, el dentista no le hace ni puñetero caso. Pocos días después, sus empleadas encuentran que existe un sitio web del consultorio, con una más que interesante nota biográfica del doctor. A la web le seguirán emails, tuits y muros de Facebook. Alguien ha suplantado su identidad en la red. Es grave, dice O’Rourke, pero aparte de realizar algunas consultas a expertos y abogados, no hace otra cosa que comunicarse por email con quien le está robando su identidad digital.

El doppelgänger explota hábilmente la crisis neurótica del doctor y su ferviente ateísmo, haciéndole creer que pertenece a los descendientes de los amalequitas. Lo que sigue son muchas páginas dedicadas a la historia personal de O’Rourke (sus fracasos sentimentales con una joven católica y con otra judía, recepcionista del consultorio dental), a una historia apócrifa de los amalequitas y mucha verborrea en torno a los tuits del falso Paul, y alguna que otra bobada como ésta: “Siempre he sentido admiración por un hombre que sabe sonarse la nariz con elegancia delante de otro hombre.” (p. 246, mi traducción)

Exceptuando algunos detalles divertidos (los menos) y algunas observaciones repletas de satírica agudeza, To Rise Again at a Decent Hour es una novela latosa. De lo anterior, podría destacar esta: “… el aburrimiento que me asalta dentro de una iglesia no es un aburrimiento pasivo. Es una intranquilidad activa, corrosiva. Para unos, lugar de propósito final y fácil desahogo; para mí, un callejón sin salida, el terminal oscuro del alma. Entrar en una iglesia es ponerle fin a todo lo que hace que entrar en una iglesia con una alabanza en los labios sea algo completamente razonable.” (p. 10, mi traducción)

Por qué llegó a ser finalista del Booker en 2014 (que ganó el australiano Flanagan con The Narrow Road to the Deep North) To Rise Again at a Decent Hour es uno de esos misterios del mundo literario cuya explicación realmente no importa. Quizás te sea mejor evitarlo, como si se tratase de un dolor de muelas. Pero sientes curiosidad, puedes leer un fragmento del inicio de la novela en la web de la cadena pública NPR.

4 feb 2017

Reseña: We Are All Completely Beside Ourselves, de Karen Joy Fowler

Karen Joy Fowler, We Are All Completely Beside Ourselves (Nueva York: Plume, 2014). 310 páginas.
El creacionismo, por difícil que parezca, persiste y sigue ganando adeptos entre los desinformados, algunos fundamentalistas cristianos y los rematadamente tontos. Me dirás que en este mundo ha de haber de todo. Y respondería que no necesariamente. Y, llegados a ese punto, añadiré que existe también, por cierto, la posibilidad de que entre las tres categorías que anteceden no haya tantas diferencias. Si esto te resultase ofensivo, entonces sería mejor dejar de leerme y buscarte otro blog que te sea más aceptable. Y por supuesto, evita a toda costa esta novela de la estadounidense Fowler.

Rosemary estudia en la Universidad de California en Davis. Ella es la divertida narradora de esta historia, que ella decide comenzar en el medio, in medias res. Es 1996 y está almorzando en la cantina de la universidad cuando una joven en la mesa contigua provoca un incidente (la escena es hilarante, de verdad). Como suele ocurrir, Rosemary se halla en el lugar equivocado en el momento equivocado. ¿Consecuencia? La arrestan, junto a la joven revoltosa, y termina compartiendo con ella una celda policial. Harlow, la simpática rebelde, terminará por hacerse amiga suya. A Rosemary, nos cuenta ella misma, le cuesta horrores hacer amistades; viene de una situación familiar harto difícil. En su niñez perdió tanto a su hermana mayor, Fern, como a su hermano, también mayor que ella, Lowell. Mantiene un contacto escueto con sus padres, y comparte piso con Todd, con quien más o menos se lleva medianamente bien.

Sería fácil obviar el hecho de que bien pronto la narración nos revela el dato más importante de la niñez de Rosemary, pero no es posible. Fern no es una hermana “normal”. En realidad, es una chimpancé, de casi su misma edad, y a la que sus padres (el padre de Rosemary es científico) decidieron incluir en la familia a modo de experimento. Las dos crecieron juntas, se volvieron inseparables. También Lowell creció considerando a Fern una hermana, un miembro más de su familia.

Potser escriu millor que jo!

El caso es que cuando Rosemary tenía cinco años, algo sucedió y Fern fue apartada de la unidad familiar. Nunca más volvieron a verla. Rosemary nos da a entender que toda la familia sufrió una experiencia traumática: Lowell huye de casa, y con el paso del tiempo se convierte en luchador anónimo del Frente de Liberación Animal (y objetivo caliente del FBI), su padre cae en el alcoholismo, y su madre cae en una fuerte depresión de la que le llevará años recuperarse.

Puede que este dato no sea muy significativo, pero lo apunto. La lengua inglesa distingue entre lo relativo al ser humano (‘human’) y lo que caracteriza las cualidades de ternura, gentileza o compasión de ese ser humano (‘humane’). Quizás el hecho de que la lengua haya requerido separar los dos sentidos sea sumamente indicativo de algo que dejo en el aire. Que cada uno saque sus propias conclusiones.

Dejando de lado la alocada trama de We Are All Completely Beside Ourselves, los temas que trata el libro son muy actuales e importantes. Por un lado, el inhumano trato que infligimos a los animales no humanos (y no me refiero solamente, por poner un ejemplo palmario y cercano, a esa salvajada que algunos defienden como arte y que jalean desde los tendidos). La deforestación, la sobrepesca, la acidificación de los océanos, la producción a escala industrial de alimentos cárnicos – todos somos, en mayor o menor medida, cómplices y verdugos.

Por otro lado, los sentimientos de pérdida y abandono que supone, para una niña de cinco años, su separación repentina de un ser con la que ha compartido todo. Fowler combina con destreza el tono jocoso e irónico con el que Rosemary narra sus peripecias con Harlow en Davis y el tono reflexivo y meditativo para tratar la herida y el sentimiento de culpa que, muchos años después, siguen sin cicatrizar.

Fowler retrocede en el tiempo y nos lleva hacia el presente a su capricho. La estructura de la novela se resiente a veces por ello, pero los estropicios, si es que los hay, son mínimos, a excepción de la parte final, con un desenlace un tanto deslavazado.

Pese a ello, We Are All Completely Beside Ourselves sorprende y agrada. Uno de sus puntos fuertes es la voz narradora de Rosemary, muy crítica consigo misma, y que no deja títere con cabeza. Sus dardos son certeros, y deberían – ojalá fuera así – hacer impacto: “Tantos problemas, por infinitamente variados que parezcan ser en un principio, resultan ser cuestión de dinero. No puedo ni empezar a explicarte lo ofensivo que eso me parece. El valor del dinero es una estafa perpetrada por los que lo tienen contra los que no lo tienen; es el Traje Nuevo del Emperador en una escala global. Si los chimpancés usasen el dinero y nosotros no, no lo admiraríamos. Lo encontraríamos irracional y primitivo. Ilusorio. ¿Por qué el oro? Los chimpancés emplean la carne para sus trueques. El valor de la carne es evidente por sí mismo.” (p. 228, mi traducción)

25 ene 2017

Reseña: The Past, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, The Past (Londres: Jonathan Cape, 2015). 361 páginas.

Fíjate en la portada de este libro. Una puerta que se abre para revelar otra puerta que se abre para revelar otra puerta entreabierta. El pasado como una puerta abierta por la cual pueden salir recuerdos que nadie puede detener y que pueden conducirte, entre muchos otros lugares, al caos o a la locura.

Unas vacaciones de tres semanas en la casa de sus abuelos en un lugar indeterminado de la campiña del sudoeste inglés reúnen a los cuatro hermanos de una familia. Tres mujeres (Harriet, Alice y Fran) y un hombre, Roland, quien viene acompañado de su hija, la adolescente Molly, y su tercera esposa, la argentina Pilar. Alice ha decidido traerse a Kasim, el hijo universitario de su expareja, y Fran acude con sus dos hijos, Ivy y Arthur. De las anteriores generaciones no queda nadie: los abuelos murieron hace años, y la madre de los cuatro, Jill, falleció víctima de un cáncer cuando ellos eran todavía muy jóvenes. El padre de los cuatro, Tom, huyó a Francia tras la muerte de Jill.

Es posible que los años hayan cerrado algunas heridas, pero las tensiones familiares siguen circulando medio ocultas. La reunión familiar debe servir para decidir qué hacer con la vieja casa familiar, en la que vivieron los abuelos, el vicario del pueblo innombrado y su esposa Sophy.

The Past está estructurada en tres partes, con una segunda parte situada en el año 1968, en la que Jill regresa a la casa familiar con tres niños después de dejar a Tom, periodista totalmente involucrado en las revueltas del mayo del 68 francés. Cuando ella le llama al trabajo, él evade sus preguntas y le contesta con fervor revolucionario (“los niños están derribando todos los muros”, le dice). Por cierto, uno se pregunta, ¿cuántos de esos jóvenes revolucionarios del 68 son ahora votantes del Front National de Le Pen?

Decidida a buscarse la vida en el entorno rural, Jill recurre al agente inmobiliario del pueblo, a quien conoce desde los días de la escuela. En su afán por encontrar un lugar barato para vivir, lo convence para que le enseñe una vieja cabaña ya deshabitada en mitad del bosque, no muy lejos de la casa de sus padres. Y la tentación puede con ella. ¿Es Fran, la hermanita pequeña, hija de Tom o del agente inmobiliario? Podría parecer que Hadley insinúa que la segunda opción es posible, aunque no haya ninguna señal medianamente creíble de que así sea.

Pero el grueso de la novela se centra en el presente, en las relaciones intrafamiliares, en los conflictos intra- e intergeneracionales en torno a actitudes respecto a clase, sexo o cultura. La inclusión de Pilar, heredera de una opulenta familia pampeña sobre la que pesan sombras de apoyo a la dictadura militar, aporta una trama secundaria importante, la cual se enreda más todavía cuando Harriet no puede resistir la atracción que siente por ella. Y el segundo hilo argumental gira en torno a la cabaña abandonada, en la que los más pequeños celebran extrañas ceremonias tras descubrir los huesos y el pellejo de Mitzi, la perrita perdida de la vecina. ¿Será en esa cabaña, convenientemente aseada y acondicionada, en donde Kasim seducirá a Molly?

Sin necesidad de recurrir a Moby Dick, por citar un caso evidente, he aquí un buen ejemplo del tipo de texto que debiera servirle a un profesor de inglés para explicar en qué consiste el ritmo, en qué radica la cadencia de una buena prosa en el siglo XXI. (p. 171, The Past)

Como en el caso de la otra novela suya que he leído hasta la fecha, Clever Girl, Hadley se luce con una prosa límpida, por momentos llena de musicalidad (he elegido arriba un ejemplo, procedente de la página 171), y es siempre una escritura de calidad, sin apenas altibajos. La ironía que practica funciona perfectamente, más eficazmente por medio de la sugestión que de la revelación abierta.

La vieja rectoría (a la que llaman Kington) es el escenario de la nostalgia por el pasado, pero este pasado les ha dejado a los cuatro hermanos sin una base sólida. La vieja casa no es pues más que un símbolo, y como todo símbolo, tan pronto queda desprovisto de significado, queda reducido a gesto vacío, a una mera representación. Como cualquier lugar donde una vez estuvimos, con el paso inexorable del tiempo ese pasado vivido ya no es nada, es solo recuerdo, y el espacio donde se produjeron nuestras vivencias ya no contiene resto alguno de quienes fuimos.

31/01/2024. Recientemente publicado en castellano por Sexto Piso como El pasado, traducido por Magdalena Palmer.

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