17 nov 2019

Reseña: Pittsburgh, de Frank Santoro

Frank Santoro, Pittsburgh (Nueva York: New York Review of Books, 2018). 224 páginas.

A quienes no hemos nacido dotados de ella ni hemos adquirido la destreza de pintar lo que vemos, nos queda la posibilidad de mirar y gozar de las imágenes que crean otros. En el caso de Pittsburgh, el autor cuenta una historia muy personal a través de unos dibujos que solamente puedo calificar de intensos y altamente idiosincráticos.

Pittsburgh es un libro deslumbrante, audaz, singular. Santoro comienza con un breve apunte sobre sus padres divorciados. Trabajan en el mismo hospital, pero “fingen no verse” cuando coinciden en el edificio o en sus alrededores. Santoro se pregunta quién es, cómo fue que vino a existir como fruto de la relación de dos personas que ahora básicamente se desconocen.
Confesiones paternales en la barra de un bar: "Si me hubiese casado con la primera chica con quien me acosté, tú serías vietnamita."
El libro investiga en el noviazgo de sus padres, en las circunstancias que lo rodearon. El padre estaba en Vietnam y la abuela materna amenazó con enviar a la madre de Santoro a California. El padre regresa a Pittsburgh con los traumas de la guerra, de los que nunca quiso hablar con Frank. Con el paso de los años, la distancia entre sus padres se amplía y agranda, y cuando él cumple los 18, se divorcian.
Como decía Basil Fawlty: "Don't mention the war..." En Vietnam, esa guerra se conoce como La guerra americana
La historia es además un homenaje a la ciudad donde nació y vivió, y a un amigo de su niñez, Denny, de quien dice que le “ayudó a ver a [sus] padres como personas normales”. Los puntos de vista son múltiples, y el foco del dibujo de Santoro cambia de página a página, guiándonos al interior de casas en las que ocurren cosas, que quizás no son como las imaginamos.
Espacios ahora vacíos estuvieron ocupados en su momento no solamente por personas, también por palabras, sensaciones, ideas, miedos, deseos e incógnitas. Santoro sobrescribe los espacios con el pasado, y al hacerlo, lo hace presente.
Algunos de los dibujos ocupan dos páginas en el libro: el efecto es sorprendente, porque el lector ha de cambiar su perspectiva de lectura constantemente, y te obliga a desandar lo leído y fijarte en detalles en los que no quizás no habías reparado en una primera visita.
Incluso un olor puede motivar la creación de un dibujo.
Cabe también destacar la deliberada fragmentación narrativa, fácil de observar. No comprende solamente el muy escaso texto narrativo y los diálogos que aparecen en bocadillos o superpuestos a los dibujos. También los dibujos, que reiteradamente aparecen unidos simplemente con cinta adhesiva, o en forma de dibujos superpuestos o abstracciones sugeridas simplemente con líneas o gruesas bandas de color, forman parte de esa estrategia fragmentaria. 

Pocas autobiografías pueden decir tanto con tan pocas palabras. Esta es una obra de arte, que curiosamente se publicó primero en Francia en 2018, y que New York Review of Books decidió sacar al mercado anglosajón este año. Aunque imagino que su distribución será muy limitada, búscalo en las bibliotecas, lo recomiendo.
¿Hay final más abierto que la salida de un túnel? Así concluye Pittsburgh. Una verdadera gozada.

13 nov 2019

Reseña: Swamplandia!, de Karen Russell

Karen Russell, Swamplandia! (Nueva York: Alfred A. Knopf, 2011). 316 páginas.

Uno de los muchos eslóganes populistas que tanto agradaron al descerebrado electorado en 2016 que decidió elegir a un multimillonario narcisista al frente del gobierno de los EE.UU. era “drain the swamp”. La frase, que cuenta con su propia página en Wikipedia, viene a querer decir “drenar la ciénaga” con el fin de eliminar los mosquitos y erradicar las enfermedades que transmiten. Swamplandia! es en cambio el nombre de un ficticio parque de atracciones situado en mitad de una de las numerosísimas ciénagas que salpican el suroeste de Florida.

En el parque ha vivido una familia, los Bigtree, durante dos generaciones. La estrella principal del espectáculo diario, la lidia en una gran alberca con los caimanes criados en la ciénaga, es Hilola Bigtree, la madre de la narradora, Ava. A sus trece años, Ava ha visto morir a su madre – pero no víctima de los temibles reptiles, sino de un cáncer. Tras su muerte, el parque pierde progresivamente el favor del público y, naturalmente, su fuente de ingresos.

Y con el paso de las semanas la familia parece también desintegrarse. El hermano mayor, Kiwi, decide irse a la ciudad más cercana a probar suerte y encontrar trabajo para poder pagar las deudas y que la familia no pierda el parque. Ava trata de convencer a su padre, Chief Sam Bigtree, de que ya es capaz de emular a su difunta madre en la lucha con los caimanes. El padre decide marcharse también a buscar un trabajo, y en el parque quedan solas Ava y su hermana Osceola, que tiene 16 años y está obsesionada con comunicarse con los muertos con su tabla güija.

Todos están afectados por la pérdida, y cada uno trata de superarlo como puede. Para Ava, no obstante, la aventura comienza realmente cuando Osceloa desaparece, dejando una nota en la que dice que se va en una draga con su 'novio', un fantasma llamado Louis Thanksgiving, al infierno.

Una draga en las costas de Florida hace un siglo.
Sola, sin tener ni idea de qué hacer, Ava se alía con un extraño e inquietante personaje al que llama Bird Man, quien se ofrece a acompañarla al infierno a rescatar a Osceloa. Puede que las entrañas de la ciénaga que es la mayoría del estado de Florida sean un lugar terrible, pero, desde luego, no son el infierno. A veces el infierno lo creamos nosotros mismos, ¿no?

Aunque la voz narradora es una, la de Ava, Russell alterna la primera persona del progreso de la trama de la búsqueda de Osceola por los canales y marismas repletos de manglares y caimanes con la historia de Kiwi, una buena Romansbildung, narrada por una voz omnisciente (¿Ava de mayor?) que es a ratos muy cómica y a ratos simplemente entretenida. Habiendo crecido en Swamplandia!, Kiwi naturalmente carece de experiencia y criterio para juzgar las situaciones, pero no cabe duda de que aprende rápido.

Parecen dormidos o aletargados, pero en cuestión de segundos pueden convertirte en almuerzo. Fotografía de Gabriel Hurley.
Prefiero no dar a conocer el desenlace de los libros que reseño (me partí de risa cuando alguien anónimo, que evidentemente quería ahorrarse leer la novela, se quejó precisamente de eso respecto a L’illa de l’última veritat, de Flavia Company). Puede decirse que Swamplandia! tiene un final feliz, pero hay también un episodio terrible que ensombrece el tono de la historia.

Dado que se trata de su primera novela, a Karen Russell se le pueden permitir ciertas deficiencias, como el hecho de que la novela resulte una pizca larga. Mas los guiños a Mark Twain y, por supuesto, a la Odisea de Homero bastan para darle el calibre y la robustez de un buen libro, con una portada, por cierto, deliciosísima. Lo mejor, sin duda alguna, es la creación de la adolescente Ava, una niña obstinada que no le tiene miedo a nada y es al mismo tiempo muy vulnerable, quebrada como está por la ausencia de su madre. De momento, que yo sepa, Swamplandia! no ha sido traducida, lo cual es una pena.

5 nov 2019

Reseña: The Uninhabitable Earth, de David Wallace-Wells

David Wallace-Wells, The Uninhabitable Earth (Penguin, 2019). 310 páginas.
Habitualmente siento la necesidad de comentar cumplidamente los libros que leo, sean del género que sean (ficción, no ficción, poesía, etc.). Con este libro, que lleva por subtítulo A Story of the Future [Una historia del futuro] voy a hacer una excepción. Solamente voy a decir que la hipótesis o predicción que desarrolla el autor es devastadora, pavorosa y lamentablemente imparable. Hace unos meses, mientras cenábamos con mi amigo Will, le sugería que, por desgracia, pienso que ya hemos cruzado una línea, que hemos sobrepasado un punto del cual no hay retorno. Y que todos y cada uno de nosotros hemos contribuido nuestro granito de arena a que ello haya ocurrido.

Un dato como aperitivo: “La escala de la transformación sigue siendo extraordinaria, incluso para quienes fuimos criados en mitad de ella y subestimamos todos sus arrogantes valores. El 22% de la masa terráquea fue alterado por los seres humanos entre 1992 y 2015. El 96% de los mamíferos, según su peso total, son humanos y su ganado; solamente el 4% son animales salvajes.” (p. 154)

El libro está dividido en dos partes ('Cascades' y 'Elements of Chaos'), pero en mi opinión ambas forman parte de un todo. Además, cuenta con una extensa sección de notas que, sorprendentemente, no están marcadas en el texto.

De manera que voy simplemente a citar algunas de las muchas frases y numerosos párrafos que me han llamado la atención, por alguna u otra razón; e invito a quien las lea a dejar sus impresiones debajo en forma de comentario. Se mire como se mire, la premisa que postula Wallace-Wells es, no ya preocupante, sino espantosa; y es algo que semana tras semana, mes tras mes, se confirma.

“Ya hemos rebasado el estado de condiciones medioambientales que, en un primer lugar, permitieron al animal humano evolucionar, en una apuesta incierta y no planeada respecto a exactamente qué puede tolerar dicho animal. El sistema climático que nos creó y que dio lugar a todo lo que ahora conocemos como cultura y civilización humanas está ya, como si se tratase de un padre, muerto.” (p. 18)

“La creencia de que se podría gobernar, o gestionar, el clima de forma verosímil por parte de una institución o un instrumento humano disponible en un breve tiempo es otro ingenuo engaño.” (p. 25)

“Desde que comencé a escribir sobre el calentamiento, a menudo me han preguntado si veo alguna razón para el optimismo. Y el hecho es que soy optimista. Dada la posibilidad de que los seres humanos podrían dar lugar a un clima que sea hasta seis o incluso ocho grados más caluroso a lo largo de los próximos siglos – que harían inhabitables grandes extensiones del planeta conforme a las definiciones que empleamos en la actualidad – un desorden así de degradado cuenta para mí como un futuro alentador.” (p. 31)

“El mapa de nuestro nuevo mundo lo dibujarán en parte procesos naturales que siguen siendo misteriosos, aunque decididamente lo hará más la mano humana.” (p. 140)

“Pensamos en el cambio climático como algo lento, pero en realidad es desconcertantemente rápido. Pensamos que los cambios tecnológicos necesarios para evitarlo van a llegar rápidamente, pero por desgracia son engañosamente lentos – especialmente cuando lo juzgamos por lo pronto que nos van a hacer falta.” (p. 179)

“Observando el futuro desde el promontorio del presente, cuando el planeta se ha calentado ya en un grado, el mundo de un calentamiento de dos grados semeja una pesadilla […]. Mas un modo en que podríamos conseguir abrirnos camino sin un desmoronamiento colectivo hacia la desesperanza es, aunque parezca perverso, normalizar el sufrimiento climático a la misma velocidad que lo aceleremos, tal como hemos hecho con tantísimo dolor humano a lo largo de los siglos…” (p. 216)

¿Nuestro gran fracaso colectivo?
“La sensación de que somos especiales en el cosmos no es garantía alguna de que seamos unos buenos administradores. Pero sí nos ayuda a centrar nuestra atención en lo que le estamos haciendo a este planeta tan especial. […] Solamente hace falta observar las opciones que hemos escogido, de forma colectiva; y, de forma colectiva, en estos mismos momentos estamos escogiendo destruirlo.” (p. 225)

Todas las citas que figuran arriba son, como es habitual en este blog, mi propia traducción del inglés. Como decía más arriba, somos unos cuantos los que estamos persuadidos de que es ya demasiado tarde. Quisiera estar equivocado, por supuesto.

El libro se ha publicado en castellano este mismo año, bajo el título de El planeta inhóspito, en Debate. La traducción corre a cargo de Marcos Pérez.

15 oct 2019

Bungonia Creek Gorge


Por si no se tiene ya muy claro, es muy evidente que, a partir de cierta edad, habrá lugares que queden fuera de las posibilidades físicas de uno; para poder acceder y salir de ellos hay que tener la necesaria fuerza y agilidad (por no hablar de un corazón en condiciones). El caso es que llevaba tiempo queriendo bajar a esta garganta o desfiladero, Bungonia Creek Gorge, situado en la llamada meseta sur (Southern Tablelands) del estado de Nueva Gales del Sur, unas dos horas al sur de Sydney.


Como se suele decir, una imagen dice mucho más que mil palabras. Y si además te quedas sin aliento como me ocurrió a mí, pues mejor nos ahorramos muchas palabras y vamos directamente a las imágenes, bajo las cuales insertaré algún comentario o explicación, según convenga.


"Minimal directional signage". De hecho, en algunos tramos es inexistente.
Datos útiles para quien vaya a intentar este recorrido:
  • El recorrido en sí mismo es corto: apenas 4 km. Pero es muy duro. Se aconsejan entre cuatro y cinco horas para completarlo.
  • A fecha de octubre de 2019, la entrada al Parque Nacional cuesta $8 (¡se puede pagar con tarjeta de crédito!), y el sistema funciona como un ticket de aparcamiento. Pagas, dejas el billete en el salpicadero y te vas a caminar. 
  • La única manera de llegar a Bungonia es con transporte propio. No hay autobuses ni nada que se le parezca. Vamos, como en el 95% de Australia.
  • Llévate suficiente agua (mínimo 1 litro por persona, más si vas en verano – aunque no es recomendable) y comida. Es mejor no ir solo.
  • Calzado de montaña. Tanto el descenso como el recorrido por el lecho del arroyo lo exigen.
  • Se puede hacer camping en el recinto del Parque Nacional. La población significativa más cercana con alojamiento es Goulburn (20.000 habitantes, a una media hora en coche).
  • Si no estás acostumbrado a hacer senderismo, ponte primero en forma. No habrá cobertura de móviles una vez comiences a bajar al desfiladero.
El descenso se hace por terreno de piedra quebrada, muy resbaladiza. Hay que andarse con ojo.
Flora local.
El lecho del arroyo. Esta es la parte amable.

¡Caramba! No me digas que hasta aquí ha llegado la Legión...
Efectos de las crecidas de agua

Siempre hay alguien que está que se sube por las paredes. Literalmente.

Caminante no hay camino, se hace camino al saltar... saltando, y dejándote resbalar por las rocas, o por debajo de imponentes peñascos de hasta diez metros de altura. Aquí no hay marca alguna. Los peñascos son en buena medida la consecuencia de explosiones en una cantera cercana.
Se ve luz al otro lado, pero ¿se podrá pasar?
Bungonia Creek Gorge. Imponente.
¿En nombre del progreso? La cantera da empleo a algunos habitantes de la zona, pero ha destruido unas cuantas colinas ya.
¿Vale la pena bajar aquí? Sin duda. Pero no hay ascensor para regresar arriba.

4 oct 2019

Reseña: The Rising Tide, de Tom Bamforth

Tom Bamforth, The Rising Tide: Among the Islands and Atolls of the Pacific Ocean (Melbourne: Hardie Grant, 2019). 262 páginas.
El Océano Pacífico representa la tercera parte de la superficie del planeta, y cerca del 46% del agua que forma los océanos y mares de los que tanto depende la vida. Son cifras nada desdeñables. Pero el Pacífico es hogar de millones de personas, esparcidas en remotos archipiélagos y atolones, y grupos poblacionales que enfrentan en los próximos años (me resisto a hablar de décadas: el daño es ya evidente e inmediato) el reto de buscar un nuevo hogar.

La subida del nivel de las aguas como consecuencia del derretimiento de casquetes polares y glaciares es solamente uno de los problemas que afectan a las naciones del Pacífico. El autor de The Rising Tide [La marea creciente], el australiano Tom Bamforth, utiliza su amplísima experiencia laboral de años en un sector profesional que engloba la ayuda humanitaria y la respuesta y reconstrucción tras los periódicos desastres que han tenido lugar en estos países para presentar un reportaje muy personal, unas veces cargado de ironía, pero en otras más enfocado en su propia vivencia que en la construcción de un relato que transfiera al lector al lugar.

Hay una durísima competencia entre los países desarrollados por demostrar su generosidad en el Pacífico: Ayuda japonesa en acción. Obras de reconstrucción del puente de Vaisigano en Apia (Samoa), septiembre de 2019. 
Los hechos y fenómenos a los que hace referencia Bamforth van desde 2008 hasta este mismo año que muy pronto se nos acabará. Los lugares son muchos: Vanuatu, Fiyi, Tonga, Palau, Nueva Caledonia, islas Marshall, islas Cook, Papúa Nueva Guinea, islas Salomón, la región autónoma de Bougainville y Kiribati.

El libro incluye algunas reflexiones muy acertadas sobre temas de impactante actualidad. En una isla del archipiélago de Vanuatu, tras preguntar a los locales sobre los efectos del cambio climático, Bamforth nos relata las confesiones que escucha de los lugareños después de uno de los ciclones que tantos destrozos causaron en el país:

“Los impactos eran inicialmente muy lentos. Los patrones tradicionales de agricultura y ganadería resultaron alterados, y las temporadas de cosecha y sembrado tenían lugar más tarde. Los patrones climatológicos de El Niño y La Niña, que ocurren de forma natural, ya habían exacerbado las dos estaciones, la seca y la lluviosa, convirtiendo dichas estaciones en temporadas más extremas e impredecibles. Las cosechas de taro y coco estaban viéndose afectadas por los niveles crecientes del agua del mar, puesto que el agua salada gradualmente se iba colando en las tierras de cultivo. Y luego, los ciclones, cuya fuerza e impredecibilidad habían sorprendido a propios y extraños. Además, la temporada de ciclones parecía haberse alargado.

Los isleños no podían predecir qué les aguardaba en el futuro. Mucha gente ya había dejado la isla y emigrado a las ciudades para encontrar empleo y escapar de la cada vez mayor inestabilidad de la vida tradicional. Pero también la había cambiado el dinero que encontraba su camino de regreso a la isla. Ahora había edificios nuevos, menos seguros pero más caros, más comida rápida y menos cultivos autóctonos, además de altísimos índices de diabetes y enfermedades coronarias. A modo de protesta silenciosa, a las lonas impermeables entregadas por las agencias de ayuda y engalanados en uno de sus lados con canguros rojos (para asegurarse de que nadie se equivoque respecto a quiénes debían mostrarle su gratitud los beneficiarios) les habían dado la vuelta, de manera que las casa de los isleños no estuviesen marcadas por donantes cada vez más firmes y enérgicos.” (p. 37, mi traducción)

Un cartel que ensalza la ayuda australiana en Honiara, Islas Salomón. En la esquina derecha inferior, el consabido cangurito. Fotografía de Yvonne Green / Ministerio de Asuntos Exteriores y Comercio de Australia.
Uno de los posibles defectos de este libro es que Bamforth únicamente menciona muy por encima los problemas políticos de los lugares que visita. En ocasiones, con una simple pincelada le basta para señalar cuestiones álgidas: “Para ellos [unos jóvenes marshaleses] Hawái era la ‘isla grande’, mientras que los Estados Unidos era (tal como lo era para los habitantes de Palau) sencillamente el ‘continente’. Me pregunté qué implicaba eso respecto a cómo se veían a sí mismos los marshaleses de manera coloquial. ¿Eran los isleños de las Marshals, por lo tanto, la ‘isla pequeña’ de Hawái, un atolón en dominio de la masa continental, una pequeña roca orbital atrapada por la fuerza estadounidense de la gravedad?” (p. 123, mi traducción)

Vista de la única carretera de la capital de las Islas Marshall, Majuro. Fotografía de Stefan Lins.  

Además de los temas más actuales como los derivados del calentamiento global, la contaminación por metales pesados y la radiación atómica como consecuencia de las innumerables pruebas realizadas en el siglo XX en el Pacífico (pronto habrá que añadir todo lo que suelten de Fukushima), Bamforth investiga en significativas cuestiones culturales, como la pérdida de las lenguas indígenas de los pueblos oceánicos. No solo se pierden los medios tradicionales de producir alimentos y otras tradiciones culturales; también se están perdiendo las lenguas en que se transmitían esas tradiciones.

Quizás en pocos años comerse un filete de pez espada como éste (Hotel Amanaki de Apia, Samoa) será raro. ¿Cuándo será demasiado peligroso consumir pescado del Pacífico? 
Con todo, The Rising Tide (el título hace referencia a una bastante desafortunada frase de la excanciller australiana) no deja de ser una buena aportación al conocimiento de lo que pasa en el Pacífico. Aparte de algunas erratas, que las hay, se debiera corregir en posteriores ediciones un significativo error en la página 72, en el capítulo dedicado a Tonga. Bamforth cita el 1 de octubre de 2009 como la fecha del tsunami cuyas olas alcanzaron hasta quince metros y que se cobró más de ciento cuarenta vidas en Samoa, Samoa Americana y Tonga. La fecha correcta fue el 29 de septiembre. Puedo dar fe de ello.

20 sept 2019

Ressenya: The River in the Sky, de Clive James

Clive James, The River in the Sky (Nova York: Liveright Publishing, 2018). 122 pàgines.
Ara, a setembre de 2019, fa més de quatre anys que vaig escriure aquestes paraules: “Clive James se morirá uno de estos días. Como a todos, en algún momento, más pronto o más tarde.” Doncs han passat quatre anys i quatre mesos, i afortunadament James continua viu. Lo millor és que ha pogut ocupar-se en escriure més poesies. Va publicar una col·lecció anomenada Injury Time (2017), i l’any proppassat va sortir The River in the Sky, un llarg poema que s’acosta a una autobiografia en vers.

El títol, ‘El riu del cel’, és una referència al nom de la Via Làctia en japonès: “Ama No Gawa / el riu del cel / la manera com els japonesos/ anomenen la Via Làctia.” I de fet, tant la imatge del riu com la de la via ens recorden un desplaçament, i en bona part del poema James descriu un viatge surrealista dins les entranyes de Luna Park, en la ribera nord de la Badia de Sydney. És un viatge ple d'ecos de Dante, encara que no n'hi ha cap infern a la fi del seu recorregut.
Gateway to Heaven or Hell? Un parc d'atraccions; un parc ple de records. Fotografia de Eva Rinaldi.
James comença el poema amb la constatació positiva del que és, a la fi, la seva desfeta diària:

All is not lost, despite the quietness
That comes like nightfall now as the last strength
Ebbs from my limbs, and feebleness of breath
Makes even focusing my eyes a task –
(No està tot perdut, malgrat la quietud/ que arriba com la nit ara quan les darreres forces/ es vessen dels meus braços i cames, i la feblesa de mon alè/ fa afanyós encara enfocar els meus ulls...; (p. 1, la traducció es meva))

El poema, tanmateix, esdevé de vegades un recull de records sense massa ordre: potser el poeta fa l’esforç de concentrar-se en la memòria quan menys és capaç el seu cos d’ajudar-li en l’afany de mantenir-se viu i mantenir-los vius, els records. Tots els moments significatius de la seva vida mereixen un lloc al poema. La mort del seu pare, quan ell era a penes un nen, va projectar la seva ombra pesarosa sobre la seva infantesa. En el seu viatge oníric pels records de la infància apareixen mestres i mestresses, companys i personatges diversos. Tot forma part d’una experiència vital enriquidora, singular, sempre amb el teló de fons de la ciutat de Sydney on James va créixer.

James demana al lector comprensió i empatia. Fins i tot sembla convidar-nos a tenir l’esperança de que n’hi ha una altra vida després de la mort:

Give credit to my gathered images
As if they might come with me,
And you, too, come with me
Just as if the afterlife
Were life itself.
(Dona crèdit al meu recull d’imatges/ com si poguessin vindre amb mi,/ i tu, tu també, vine amb mi/ com si la vida ultraterrenal/ fos la vida mateixa. (p. 54, la traducció és meva))

Però al capdavall, tots els esdeveniments, sensacions i moments vitals – tant els fets significatius com els menys intranscendents – que componen la nostra vida i ens queden impresos al cervell en forma de records (fal·libles) han de desaparèixer. James rebutja explícitament la possibilitat de contemplar una resposta afirmativa a la qüestió potser més fonamental per a l’ésser humà en el moment d’acabar el nostre viatge sobre la Terra:

But no, there is no journey,
There never was a journey,
There is just a multiform
Rearrangement and displacement
Around the epicentres
Of all you ever knew
(No, no n’hi ha cap viatge,/ mai no hi va haver cap viatge, / hi ha només una reconfiguració/ i un desplaçament multiformes/ arreu dels epicentres/ de tot el que vas saber ... (p.54, la traducció és meva)

Com a poema, The River in the Sky no té una estructura massa específica. La major part del poema està escrit en verso lliure, i de vegades l’autor sembla submergir-se en una mena de desgavell, un barreja de mots, dades i moments personals de l’autor, com si Clive James hagués tingut una mica de presa per acabar-ho, o potser com si fos una col·lecció d’esborranys i notes apilades, tot plegat un afany de recopilació dels seus records vitals, encara que sempre s’hi imposi una reflexió alhora humil i melancòlica.

I tanmateix, hi ha instants d’una subtilesa exquisida. Per exemple, quan James recorda una de les seves cafeteries afavorides al centre de la ciutat de Sydney, regentada per unes dones jueves procedents de Viena. La ironia de les coincidències és brutal:

Nothing but coincidence
That the ladies ran their shop
Only half the aisle away
From the tiny model train [...]
That ran in circles through
Its plaster landscape
A miniature reminder
That the train they never caught
Full sized and far away
Would have taken them to death.
(Res més que una coincidència/ que les senyores portaven el seu negoci/ a l’altra banda del corredor/ on un trenet de miniatura [...] / que es desplaçava fent cercles/ per un paisatge de guix/ un recordatori en miniatura/  que el tren que mai no van agafar/ de dimensions reals/les haurien portat a la mort. (p. 49, la traducció es meva).

El to general del llibre és de tendresa, però també de fragilitat i serenitat davant la fi del viatge vital que li espera a James. Ja voldríem molts de nosaltres arribar a aquesta situació amb la claredat i les energies creatives que demostrava tenir Clive James quan va escriure The River in the Sky. Em fa sentir una sana enveja. Com a conclusió, reprodueixo un fragment rimat, una estrofa de deu versos:

This is my autumn's autumn. Claiming the use / Of so much splendour with my failing eyes / I take it as a sympathetic ruse / To glorify the path of one who dies / And see him out of the composing room, / The way the printers tapped out a farewell / For someone walking to a silent doom / After a life of noisy work done well / Among the old machines. So he moves on: / Othello, with his occupation gone.
Aquesta és la tardor de la meva tardor. Reclamo fer servir/ tantíssima esplendor amb els meus ulls defallits:/ ho considero una trampa comprensiva/ per a glorificar la senda d’un que mor/ i veure’l sortir de la sala de composicions,/ tal com els impressors marcaven el seu comiat/ per a qui caminava cap a un destí silent/ després d’una vida de treball ple de soroll però ben fet/ entre les velles màquines. I així procedeix:/ l’Otel·lo, sense la seva ocupació. (p. 118, la traducció es meva).

9 sept 2019

Reseña: Only the Animals, de Ceridwen Dovey

Ceridwen Dovey, Only the Animals (Melbourne: Penguin, 2014). 248 páginas.

Vaya por delante la admisión de que no tengo mascota alguna ni la he tenido durante décadas, quitando de los perros de la granja donde estuve viviendo un año entero. No me sorprende que haya tanta gente que tiene animales en su casa, pero sí me parece paradójico que algunas mascotas reciban mejor trato que personas que, por alguna u otra razón, se hallan en condiciones deplorables. No creo que ese dato, hoy en 2019, indique algo positivo de la humanidad.

Este difícilmente clasificable libro de Ceridwen Dovey lo componen diez relatos narrados por “almas” de animales fallecidos. Obviamente, la autora nos invita a creer en algo perfectamente inverosímil; pero esa invitación, a la larga, creo que merece la pena aceptarla.

Los relatos tienen variados puntos en común: todos los animales cuentan sus historias después de fallecer a causa de conflictos bélicos o situaciones problemáticas creadas por seres humanos. Cada uno de los relatos rinde homenaje intertextual a un escritor distinto, entre ellos algunos tan ilustres como Kerouac, Grass, Kafka, Sylvia Plath, Stoppard o el australiano (mucho menos conocido) Henry Lawson.
Los suyos no están en una bolsa. Tumba de Henry Lawson en el cementerio de Waverley, Sydney. Fotografía de Sardaka  
En el primero, ‘The Bones’ [Los huesos] un camello en el árido interior de Australia a finales del siglo XIX observa y escucha las conversaciones de un grupo expedicionario que transporta un extraño saco lleno de huesos amarillentos (¡qué pena, no son lingotes de oro!). El camello interrumpe la narración para dar cuenta de su propia historia, y termina muerto por los disparos de uno de los viajeros que, borracho de ron, intenta matar a un gran lagarto que ha estado acechándolos durante días. El relato insinúa la violencia de la expansión colonial de Australia, una atroz guerra que sigue siendo negada por la historia oficial.

El siguiente animal en contar su historia es un gatito, perdido entre las trincheras de la I Guerra Mundial, donde encontrará la muerte. En otro de los cuentos, el alma de un delfín hembra escribe ‘Una carta a Sylvia Plath’, en la que cuenta sus experiencias dentro de un grupo de élite de cetáceos entrenados por la Marina de los EE.UU. para tareas de detección de amenazas submarinas.

Los relatos están presentados en un orden cronológico, si bien el lector bien podría alterar el orden de lectura a su gusto. Los demás animales incluidos en el libro son un chimpancé, un perro, un mejillón, una tortuga, un elefante, un oso y un loro. Hay relatos que desde la primera oración te atrapan. En mi caso, me ocurrió con ‘Plautus: A Memoir of My Years on Earth and Last Days in Space’ [Plauto: Memoria de mis años en la Tierra y mis últimos días en el espacio], narrada por una tortuga que pasa de la vida en la casa de los Tolstoi tras la muerte del escritor a vivir en el Londres literario de Virginia Woolf y George Orwell, para finalmente regresar a la URSS y terminar como tortuga astronauta en las expediciones espaciales de órbita terrestre del programa soviético.

Con otros, en cambio, quizás la apuesta de Dovey no resulta ser tan efectiva. Es el caso de ‘Telling Fairytales’ [Contando cuentos de hadas], en el que un oso narra sus dramáticas vivencias y la desesperación de los habitantes de Sarajevo durante la guerra de los Balcanes.
Pearl Harbor (Hawaii). Implausible escenario para una superorgía de moluscos. 
Los hay también repletos de humor: el mejillón de ‘Somewhere Along the Line the Pearl Would be Handed to Me’ [En algún momento me entregarían la perla], título prestado por On the Road de Kerouac, narra en clave de humor su largo viaje de la costa este a la costa oeste de los Estados Unidos. El molusco no solo tiene un excelente sentido del humor, sino que emula el espíritu de la Generación Beat de forma veraz e hilarante. Tras la llegada a Pearl Harbor acoplados al casco de un buque de guerra, los mejillones, enardecidos por la salinidad y las cálidas aguas del Pacífico, desovan en masa en una especie de frenética orgía submarina: “Entonces ocurrió algo extraño. La temperatura y la sal en el agua actuaron como estímulo de un jubiloso desove espontáneo en masa de cada uno de los mejillones en nuestra colonia de polizones en el casco del barco, todos y cada uno de nosotros. Cada macho soltó su esperma en las aguas, y cada hembra dejó ir millones de huevos, y durante varios días los muchachos y yo no pudimos concentrarnos en otra cosa que no fuese fertilizar, en hacer nuestra divertida voluntad carnal con quien nos diese la gana. Jodimos y copulamos y nos reprodujimos en índices que asombraron al mismísimo Meji. El olor a sexo era casi tan fuerte como el olor a comida – había comida por todas partes en la bahía, tanta que todos engordamos, muy rápido, muy velozmente, más y más gordos. No estaba muy seguro de si esto era lo que veníamos buscando, esta vida de abundancia. Pero nos parecía muy bueno, estaba rebién, la hostia de bien, eso de darnos una supercomilona y follar ad infinitum.” (p. 122, mi traducción)

Aunque posiblemente no todos los relatos de Only the Animals causen admiración o asombro, el conjunto sí deja un excelente sabor de boca, como fue el caso con la primera novela de Dovey, Blood Kin. Hay mucha inventiva e imaginación en cada una de estas narraciones de características antropomórficas, que aprovechan el hecho de que, además de servirnos de alimento, utilizamos a los animales de muchas diversas maneras: como medios de transporte, para hacernos compañía, en experimentos y campañas militares, en competiciones deportivas y espectáculos barbáricos que algunos denominan artísticos, etc. La lista es virtualmente inagotable.

En ese sentido, quizás el hilo temático subyacente en el conjunto de relatos sea la lucha por sobrevivir en un planeta cada vez más poblado y cada vez más inhumano. La delfina que escribe su misiva a Sylvia Plath nos dice: “a las mujeres no hace falta recordarles que son animales. Entonces, ¿Por qué vuestros hombres se empeñan en gritarlo desde los tejados, como si hubieran descubierto cómo transformar los metales comunes en oro? ¡Imagínese usted a un hombre que haya de tener revelaciones cada dos por tres para acordarse de que es un animal! Pero nosotros somos especiales, declaran vuestros hombres, somos un animal de caso especial, y parte de lo que nos hace especiales es que hacemos la pregunta: ¿Soy humano o animal?” (p. 206, mi traducción)

Y enlazo lo anterior con la cita que hace Dovey del autor estadounidense Boria Sax, procedente de su libro Animals in the Third Reich: Pets, Scapegoats, and the Holocaust: “Quienes son humanos para con los animales no son necesariamente amables con los seres humanos.” Que cada cual saque sus propias conclusiones.

31 ago 2019

Reseña: Yo mi hermano, de Juan Mihovilovich

Juan Mihovilovich, Yo mi hermano (Santiago: LOM ediciones, 2015). 129 páginas.
Son pocas las obras literarias que hacen de la esquizofrenia una propuesta narrativa o incluso estética. En el caso de este libro del chileno Mihovilovich, Yo mi hermano, al lector la escritura se le aparece como un doble monólogo, dos voces de un mismo narrador que a ratos interroga, a ratos apela y a ratos maldice a su otro yo, representado por "su hermano".

Ya desde el principio el narrador avisa de que la voz de ese hermano va a tratar de suplantarlo. Tanto es así que hacia el final de la novela pareciera que esa voz impostora se haya adueñado del relato, y puede que Mihovilovich (juez nacido en Punta Arenas) se deleite en la confusión del lector.
Punta Arenas, Chile. Fotografía de Penarc.
El hermano protagonista, aparentemente recluido en una casa a la que casi nadie viene, rememora su niñez y las muchas desdichas que su hermano mayor le infligió. Por ejemplo, el recuerdo de cómo el hermano mayor lo empujó al río helado cerca de la casa con una sonrisa cruel y desalmada. En otro episodio el narrador relata el día en que el hermano le saca el ojo al hijo de unos vecinos. Con la narración de muchos otros incidentes familiares y alguna que otra colorida descripción de la larguísima convivencia fraterna, el hermano menor va construyendo la leyenda negra del hermano mayor, ribeteada de un odio extremo.

Yo mi hermano es un libro atípico, no solamente por su estructura narrativa. Cada capítulo cuenta con dos partes, en la que la segunda es un paréntesis contrapuesto a la primera. No hay nombre alguno, y cuando hay que nombrar a algún personaje, Mihovilovich opta por utilizar la inicial: “¿Cómo supe que habías embarazado a C.? Te preocupa, ¿no es cierto? […] Es claro, tus problemas no son de peso, sino de conciencia. Haber preñado a C. no tendría mayor significación a menos que hubieras querido desembarazarte – qué término tan apropiado – del ser que ayudaste a gestar.” (p. 29)

La locura, parece querer decirnos Yo mi hermano, nace del dolor, de la crueldad del abandono, de la rivalidad ilimitada, de la vileza y la bajeza con que los monstruos justifican sus acciones y la indiferencia con que culminan aquellas. La contraposición de las dos voces narrativas crea un eco rico en matices, pero que no termina de tener una posibilidad de resolución final. A fin de cuentas, la realidad nunca es una, sino la suma de las percepciones de muchos de eso que creemos realidad.

Un libro que podría resultar perturbador para muchos por lo que tiene de feroz disputa de la identidad propia, con ecos bíblicos. Si Kafka sugería que “El escritor que no escribe no deja de ser un monstruo que coquetea con la locura”, también hay escritores que, al escribir, pareciera que coquetean con una especie de enajenación.

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