22 abr 2020

Reseña: Escipión, de Pablo Casacuberta

Pablo Casacuberta, Escipión (Madrid: 451 Editores, 2010). 302 páginas.
El narrador protagonista de esta novela del uruguayo Casacuberta se llama Aníbal Brener. Pudo haber sido académico de renombre, pero la coexistencia con su padre, el ínclito profesor Brener, lo hundió en el anonimato, el alcohol, la desidia y la derrota. Otro perdedor, dirás. Pues sí, otro más que añadir a la lista.

He ahí la premisa inicial de la novela. El viejo conflicto generacional: padre e hijo enfrentados; hijo que huye; padre que le fustiga; hijo que se derrumba y el consiguiente distanciamiento inabordable.

Cuando el profesor muere, Aníbal se entera por la tele. No acude al funeral, mientras que su hermana sí lo hace y preside el homenaje que el estado rinde a uno de sus próceres.

Pero resulta que el profesor le ha tendido una trampa a Aníbal: le ha brindado la posibilidad de hacerse con su herencia. Pero hay ciertas condiciones que el joven derrotado ha de cumplir para poder hacerse con la fortuna que legítimamente le corresponde: deberá escribir una obra sobre un tema de historia contemporánea, y el libro resultante deberá contar con al menos 500 páginas (un tostón, digámoslo sin tapujos) y aparecer en el mercado bajo el sello de una casa editorial de cierto renombre. Como argumento, parece casi válido.

Montado en un elefante, ¿Aníbal trata de recuperar los diarios de su padre y la poca ropa limpia que le queda?
Sin embargo, lo que el lector se encuentra es una pesadísima narración en una primera persona trastornada, maniática, obsesionada con detalles absurdos y a un tiempo ajena a la realidad. De la misma manera que, rememorando la ruptura que le separó de su progenitor, hace una burla insufrible del estilo de su padre, él mismo cae en el estilo insufrible, a ratos chapucero y en ocasiones ridículo. Si la intención de Casacuberta hubiera sido la ironía cultivada mediante el monólogo interior, y condenar a Aníbal cual pez que muriera por su boca, aún podría el lector llevarle la corriente.

Pero no es así. No, porque después de batallar la lectura de ciento y pico páginas de disquisiciones inanes adornadas con una ajada retórica, decimonónica de espíritu, al lector lo sumerge Casacuberta en una riada de verano que, a fuerza de mucho gerundio y un exceso de hipérboles, se lleva por delante todo lo construido hasta entonces, incluida la más mínima esperanza de que hubiera tenido entre sus manos una novela que valiera la pena leer.

Tras ser arrastrado por la riada cuando trataba de recuperar una bolsa en la que estaba uno de los cuadernos del diario del profesor Brener (quien era, según parece, menos dado al rigor académico y a la mesura habitual de la esfera intelectual cuando estaba rodeado de mujeres jóvenes.

El tumor no se llamaba Escipión ni era africano.
Si en la concepción germinal de la novela se hubiera admitido propuesto el autor contraponer otro, o incluso otros, puntos de vista narrativos, no sería una cosa de leer tan fastidiosa como de hecho lo es. Llevar al lector por vericuetos tan retorcidos como el viaje a la estancia de Manzini, donde Aníbal es testigo de un acto de servidumbre sexual, pocos momentos antes de la llegada de su exnovia y de la insólita inundación que propicia el no menos gris desenlace es, a fin de cuentas, una tomadura de pelo. Escipión fracasa en lo que más necesita una novela: no consigue despertar el interés del lector en casi ningún momento.

19 abr 2020

Reseña: Battleborn, de Claire Vaye Watkins

Claire Vaye Watkins, Battleborn (Londres: Granta, 2012). 288 páginas.
El título original (nacido de la batalla) de este, el primer libro de Watkins, hace referencia al nacimiento del estado de Nevada durante la Guerra Civil estadounidense. Es una sorprendente colección de relatos. La sorpresa, pienso yo tras la lectura, no radica tanto en el formato de los cuentos como en el contenido. Son casi todas historias sobre perdedores que nunca se dan por vencidos, muy en consonancia con esa mitología “blanqueante” del lejano oeste que desde Hollywood se nos ha vendido durante décadas. La diferencia, y con mucho, es que en los relatos de Battleborn no hay héroes, sino seres humanos, debilitados por la desventura, el infortunio o simplemente por sus erradas decisiones. Vamos, como casi cada uno de nosotros, ¿no?
"Duane Moser - 4077 Pincay Drive - Henderson, Nevada 89015
Apreciado Sr. Moser: La tarde del 25 de junio, durante mi última excursión a Rhyolite, iba por Cane Springs Road, unas diez millas en las afueras de Beatty, cuando tropecé con lo que parecían ser los restos de un accidente. Me bajé del coche y eché un vistazo. El valle estaba totalmente reseco." (p. 25, mi traducción).
Henderson, Nevada. Fotografía de Ken Lund (Reno, Nevada).  
De los diez cuentos que componen Battleborn voy a destacar tres. El primero de esos tres lleva por título ‘The Last Thing We Need’. Es en realidad una serie de cartas que un habitante de Verdi (Nevada) le escribe a un desconocido llamado Duane Moser tratando de aclarar lo que parecen ser los restos de un accidente de carretera que encontró. Naturalmente, las cartas nunca reciben respuesta. Pero Watkins va agregando elementos a la trama con cada una de las misivas, al tiempo que el que las escribe revela más detalles sobre sí mismo. Lo que comienza como un intento de indagar en la circunstancias vitales de un desconocido se va transformando en una paulatina confesión del remitente por entregas.

Moneda de 50 centavos que conmemoraba en 1925 los 60 años de la llegada de los buscadores de oro a California. Liberty: In God We Trust, reza el lema. 

‘The Diggings’ es un relato narrado en primera persona sobre un par de hermanos jóvenes de Ohio que emprenden viaje hacia California en busca del codiciado oro, el metal sobre el que se construye buena parte de la historia del oeste de los Estados Unidos en el siglo XIX. El viaje está repleto de penalidades y peligros, y cuando ya la esperanza de sobrevivir está bajo mínimos un burro salva a los hermanos. La fiebre del oro afecta a ambos de manera diferente. Mientras Errol enloquece en busca de la veta que lo haga rico, Joshua tiene los pies en el suelo y, gracias a las visiones que le asaltan de vez en cuando, sabe tomar decisiones. Es una historia en la que Watkins mezcla violencia, muerte y racismo, donde la desesperación de los perdedores abre literalmente un agujero bajo sus pies hasta engullirlos.

El tercer cuento que quiero destacar se llama ‘Man-o-War’, en el que un viejo minero solitario encuentra a una adolescente inconsciente en el lecho seco de un lago. El viejo acude allí todos los años la mañana del 5 de julio, a recoger los restos no utilizados de los fuegos artificiales que los jóvenes dejan abandonados tras las fiestas improvisadas del 4 de julio. El viejo Harris decide llevarse a la chica a su remoto rancho apartado del mundo. Allí, Magda se recupera poco a poco; Harris se da cuenta de que la chica está embarazada, y en su mente se va formando una idea, un absurdo proyecto de corte caballeroso y romántico que se hace añicos tan pronto como aparece el padre de la chica. La respuesta de Harris es brutal: su frustración la paga el único amigo que tiene este mundo árido, desolado e ingrato.

Los otros relatos inciden también en episodios que echan abajo a personajes frágiles, humanos en sus debilidades o caprichos. ‘Rondine al Nido’ cuenta la escapada nocturna de dos chicas jóvenes a Las Vegas, donde tras mucho alcohol y tomar malas decisiones, terminarán siendo abusadas sexualmente por un grupo de jóvenes. ‘The Past Perfect, the Past Continuous, the Simple Past’ es un título simplista para un buen relato, en el que un turista italiano pierde a su mejor amigo en las montañas, y perdido como está empieza a frecuentar un burdel, donde su presencia e interacción con las personas que allí viven causará un dramático final.

Un dato curioso: Battleborn cuenta con dos traducciones diferentes al castellano. La publicó el año pasado en España Malas Tierras con el título de Nevada y traducción de Ce Santiago, pero un año antes ya la había publicado en Chile Laurel Editores, con el mismo título, en traducción a cargo de María José Navia. Puede que haya ahí un modesto trabajo de investigación para quien quiera indagar si cabe teorizar sobra una localización de la traducción literaria.

3 abr 2020

Vale Bruce Dawe

Anteayer falleció el poeta australiano Bruce Dawe (15 de febrero de 1930 – 1 de abril de 2020). Quizás escogió morirse un 1 de abril (April Fools' Day) para gastarnos a todos una broma. En todo caso, escribo estas palabras porque Dawe supuso para mí una verdadera revelación, el descubrimiento de una voz australiana de origen muy humilde que supo cultivar(se) y agrandar(se) en un país que rara vez aprecia a sus poetas. Para quien no lo conozca y quiera paladear su obra, recomiendo Sometimes Gladness.

Te dejo una muestra, un poema suyo que traduje hace muchos años que era parte de un proyecto de antología de poesía australiana, y que estaba guardado en alguna parte.

Homo suburbiensis 
Una constante en un mundo de variables:
Un hombre solo, al atardecer, en su pequeña huerta,
y todo lo que allí se lleva 
allí donde la servidumbre discurre junto a la empalizada trasera, y el aire
huele a tomateras, donde los ásperos zarcillos
de una calabaza blanden torpes sus látigos, y las hojas se desparraman 
sobre el estercolero, y exuberantes se encaraman
por las estacas …
Miradlo, perdido en una verde
confusión, olisqueando el humo de la basura que arde 
en otro lugar; oye apenas el quejoso estrépito de un plato
en un fregadero, que podría ser el suyo; oye un perro, un niño,
los lejanos susurros del tráfico, y a cambio ofrece
poca cosa, mas tanto como un hombre pueda ofrecer:
Tiempo y dolor, odio y amor, vejez, guerra y muerte, unas risas y la fiebre.


Donde discurre la servidumbre. Fotografía de Greg O'Beirne. 

28 mar 2020

Encerrado en mi casa

Para fortuna nuestra, en la tierra de los Ngunnawal todavía no nos han obligado a encerrarnos en casa. La recomendación es no salir excepto si es necesario hacerlo. Quienes vivimos en los barrios más alejados del centro de la ciudad - como vive la mayoría de la gente en la capital de Australia - somos muy afortunados: hay amplio espacio para salir a caminar sin tener que cruzarse con prácticamente nadie. Y si tomas el coche y conduces unos diez minutos, tienes una reserva natural en la que te cruzarás en el camino con cientos de canguros, no personas.

Pese al mal trago (es un decir: una bocanada más bien) por el que pasamos el verano austral recién terminado cuando el espeso humo tóxico de los incendios nos entraba en casa todas las noches, la caótica situación concluyó tan pronto como empezaron a caer buenos chaparrones en febrero. Hasta el verano que viene, aventuro yo a modo de pronóstico de largo plazo.


Tomaques i mongetes, a molt bon preu, senyora. Què li semblen 15 dòlars el quilo? 
No termina ahí nuestra suerte. Muchos tenemos terreno suficiente para plantar nuestras propias verduras y hortalizas. Será por eso que a Australia la llaman 'The lucky country'. Desde hace una semana, los precios de la comida fresca, esa que los nutricionistas, médicos y expertos aconsejan para potenciar el sistema inmunológico, se han triplicado o incluso cuadriplicado. Hoy mismo, por una coliflor pedían 10 dólares; por un kilo de brócoli, 15 dólares; por una triste lechuga, 6 dólares. De la carne, mejor no hablar. En cambio, la langosta se vende a mitad de precio porque la producción, anteriormente destinada a la exportación al mercado asiático (China, principalmente) ahora no encuentra salida fuera del país. Esta noche, todos langosta, ¿verdad? Pues no.


Plantado a finales de enero, el maíz sigue creciendo, y calculo que estará listo antes de las primeras heladas a finales de abril.
Mientras muchos lleváis casi dos semanas encarcelados en vuestras casas en una réplica demasiado real de la Gilead de A Handmaid's Tale, las medidas aquí son mucho menos draconianas. Podemos salir a correr, a pasear, a mirar el cielo y a observar lo que hacen los pájaros, o incluso a abrazar un árbol. Todo un lujo. Yo mismo todavía tengo permiso de salir a trabajar todos los días: eso sí, el trabajo se hace por Skype. Se mantiene una distancia prudencial con quienes uno se cruza en los pasillos, y muchos estamos adoptando la costumbre japonesa de saludar con una inclinación de cabeza en lugar del contacto físico. Los bares están cerrados pero los restaurantes pueden servir comida para llevar. por ahora. Gimnasios, piscinas y bibliotecas llevan una semana chapados.

En fin. Me vino a la cabeza este tema de Parálisis Permanente. Recuerdo perfectamente cuando empezó a sonar en las radios españolas en 1981. Nunca imaginé que habríamos de pasar por esto, pero nos ha tocado vivirlo. Y me apuesto que tampoco aprenderemos (nosotros la humanidad) de esta. Una idea que lanzo al aire: si el presupuesto global de los ministerios de defensa de todos los países occidentales se hubiera destinado en los últimos 5 años a otras partidas como sanidad, educación, protección social, etc., ¿cree alguien que habría escasez de medios para proteger al personal médico que tanto lo necesita?


I see myself in the mirror and I’m happy/ I never think of anyone else but me / I never think of anyone else but me 

I read books I only can understand/ I listen to tapes where I recorded my voice/ I listen to tapes where I recorded my voice 

Locked inside my home/ I don’t give a damn/ I don’t need anybody/ I’ll never again go outside! 

I have one cold bath after another/ and I slash my skin with razor blades/ and I slash my skin with razor blades 

I lie on the floor of my bedroom/ and I see my rotting body/ I see my rotting body 

Locked inside my home/ I don’t give a damn/ I don’t need anybody/ I’ll never again go outside! 

I’m now independent/ I do not need any people/ I’m now self-sufficient/ At last! 

I see myself in the mirror and I’m happy!


Escuché el otro día en el podcast de Carne Cruda a alguien que citaba una pintada en las calles de Buenos Aires durante la dictadura militar: GUARDATE EL PESIMISMO PARA TIEMPOS MEJORES. Pues eso. También esto pasará, y vendrán tiempos mejores.

23 mar 2020

Reseña: Lincoln in the Bardo, de George Saunders

George Saunders, Lincoln in the Bardo (Londres: Bloomsbury, 2017). 343 páginas.
“Cuando se pierde a un hijo, nunca tiene fin el tormento que un padre pueda autoinfligirse. Cuando amamos, y el objeto de nuestro amor es pequeño, débil, vulnerable, y ha confiado en nosotros y solamente en nosotros para su protección, y cuando dicha protección, por la razón que sea, ha fallado, ¿Qué consuelo (qué justificación, qué defensa) puede haber, acaso?
Ninguno.
La duda se exacerbará mientras sigamos vivos.
Y cada vez que se afronte un momento de duda, volverá a surgir otro en su lugar, y después de ése, otro”. (p. 239, mi traducción)
Un inciso personal que tiene relación con el tema de este libro. En su momento, no me di cuenta de que la oportunidad de abrazar el cuerpo de mi hija muerta habría de ser la última. Traumatizado, desorientado y exhausto, no me pasó por la cabeza que, viéndola tendida allí, los ojos cerrados, su hermosa piel morena tumescente, depositada en una camilla de un hospital extraño e impersonal, el trámite de reconocerla iba a ser ese momento final de verdadera despedida, el instante definitivo. No hubo otro.

Hace más de ciento cincuenta años el Presidente Abraham Lincoln y su esposa perdieron a su tercer hijo, Willie, víctima probablemente de la fiebre tifoidea. Fue el 20 de febrero de 1862. En dos ocasiones Lincoln entró en la cripta donde estaba Willie y sacó a su hijo del ataúd en el que estaba para abrazarlo. Y es este hecho el que utiliza Saunders para escribir una de las novelas más innovadoras de los últimos años.

Una figura triste, un corazón roto.
Las diferentes religiones abordan la cuestión del alma de modos diferentes. La propuesta católica es, digámoslo sin tapujos, una patraña ridícula. Francamente, nadie con un mínimo de sentido común puede creerse que haya un cielo y un infierno. La propuesta budista, mucho más amable, nos habla del Bardo, un estado de la existencia (que no de la vida) que nos situaría entre la muerte y la reencarnación.

Budista convencido, Saunders sitúa a Willie en el Bardo, y puebla la novela de personajes residentes en el cementerio de Washington al que acude el destrozado Lincoln. Son todos ellos seres humanos que no han aceptado la realidad de sus muertes. Pero los niños, dicen los más veteranos, no deben permanecer mucho tiempo en el Bardo. La irrupción del Presidente trastorna sobremanera a Willie, que decide esperar el retorno de su padre una segunda vez.

Algo que tres moradores del Bardo – Vollman, Bevins y el reverendo Early – ya avezados no pueden consentir, pues es contra natura y un niño que allí se quede sufrirá lo indecible. Saunders combina la narración de esta aventura (uso la palabra con cierta precaución, aunque al fin y al cabo es una obra de ficción) con extractos tanto apócrifos como reales de relatos y opiniones de la época. No hay que olvidar que la muerte de Willie sucedió durante la Guerra Civil, y Lincoln llevaba sobre sus hombros el peso de la contienda y el enorme dolor que la muerte de tantos jóvenes causaba entre los estadounidenses.

La novela está estilizada como si se tratase de una obra de teatro. Y es ese el gran triunfo de Saunders: las voces de los moradores del Bardo son totalmente creíbles; sus dimes y diretes van desde las confesiones más cándidas y sinceras (no comprenden qué hacen en ese lugar, y continúan teniendo la esperanza de volver con sus seres queridos) a los chascarrillos más cáusticos, irónicos y sarcásticos.

Aunque se trate de la primera novela de Saunders, me parece absolutamente lógico que se llevara el Premio Booker de 2017. El formato es arriesgado y aborda un tema que nunca es fácil de disponer en una obra literaria. Pero Saunders, como hizo en su libro anterior, el fantástico volumen de cuentos Tenth of December, deja el listón muy alto. Una deliciosa obra de arte: entretiene, te hace reír y llorar, te hace disfrutar de las múltiples voces que pueblan ese cementerio, y por último es convincente en la capitulación final de Lincoln cuando abandona la cripta al final de la noche. Una capitulación que todo padre o toda madre que haya perdido a su hijo o hija llevará dentro hasta el final de sus días.

Lincoln en el Bardo. Traducción de Javier Calvo. Seix Barral. 2018.

Lincoln al Bardo. Traducció a càrrec de Yannick Garcia. Edicions de 1984. 2018.

22 feb 2020

Reseña: The Danger Game, de Kalinda Ashton

Kalinda Ashton, The Danger Game (Collingwood, VIC, Sleepers Publishing, 2009). 288 páginas.
La lengua inglesa cuenta con algunas expresiones que son no solamente precisas sino también encantadoras por su musicalidad. Una de ellas es “one-hit wonder”, referida a bandas (o también solistas) que alcanzan el triunfo comercial con un tema para luego desaparecer de la escena y no volver a cosechar ningún gran éxito. Pero no es el caso de The Danger Game, que no alcanzó cifras destacables de ventas cuando se publicó en 2009.

Uno de mis one-hit wonders favoritos. Aunque la cara de psicópata que hace el cantante en el videoclip hoy no se llevaría. Mamamy Sharona.

Lo que sí extraña es el hecho de que Kalinda Ashton no haya publicado ninguna otra novela desde entonces. Como primera novela, The Danger Game cuenta con varias virtudes y pocos aspectos que puedan desdeñarse o apuntarse como muy negativos. De hecho, el libro le valió a su autora premios tanto en Australia como en el Reino Unido. Cuenta con una buena estructura narrativa, aunque no sea perfecta. La primera mitad tiene un buen ritmo y engancha al lector con un cierto aire de novela de misterio.

El problema es que no hay misterio propiamente dicho, sino una confesión y la constatación de que el azar de la vida a veces se cobra víctimas inocentes. En ese sentido, The Danger Game no aporta un desenlace tras más de doscientas páginas en las que parecía vislumbrarse una insinuación de sorpresa decisiva. No, no la hay. A menos que romper con un amante, un hombre casado, e iniciar a continuación una relación sexual con una amiga de tu juventud pueda catalogarse como sorpresa argumental en una novela que indaga en un trágico suceso que rompe una familia para siempre.

La novela cuenta con tres voces narrativas diferentes: Alice es la hermana mayor y principal narradora de la historia. Louise y Jeremy son los hermanos gemelos. A ella no le va lo de los estudios; en cambio a Jeremy lo brutalizan compañeros de la escuela porque es un chico callado, tímido y estudioso. Pero es siempre el punto de vista de Alice el que impera.

Todo se viene abajo para esa familia la noche en la que Jeremy muere en un incendio, a la edad de 10 años. Un padre sin trabajo y alcoholizado; una madre que, asustada por la violencia y harta de pasar estrecheces, ya tenía decidido irse de casa; y tres jovencitos que tratan de sobreponerse a las dificultades diarias con peligrosos juegos en los que se retan unos a otros. En fin, una familia disfuncional que, tras la muerte de Jeremy, se hace añicos.

Muchos años después, Alice es profesora en una escuela pública de Melbourne. Ha logrado salir adelante en la vida. Louise, en cambio, está en Sydney intentando dejar la heroína por enésima vez. El padre malvive en un bloque de apartamentos de vivienda pública, y la madre sigue desaparecida e ilocalizable.

Es Louise quien insiste en reconstruir lo sucedido la noche de la muerte de su hermano gemelo. Alice, en cambio, está inmersa en las pequeñas batallas que los educadores siempre libran contra las burocracias o la intransigencia de las autoridades. En cierta modo, Kalinda Ashton nos hace ver a través de la historia de Alice y Louise que la desintegración de esa familia tantos años antes tiene mucho que ver con los terribles efectos negativos que la pobreza endémica, la marginación y la dejadez oficial tienen sobre grupos escolares desfavorecidos. No es noticia, pero no por ello debe dejarse de denunciar.

¿Encontrarán Alice y Louise a su madre? ¿Podrán cerrar ese capítulo tan duro y triste de sus vidas y mirar al futuro con optimismo? ¿Habrá un final feliz? Independientemente del desenlace, sabemos todos que, en nuestra aturdida y abstraída sociedad en ya la segunda década del siglo XXI, los problemas se acumulan uno encima de otro.

¿Volverá a publicar novelas la autora? Espero que así sea. Pese a las imperfecciones de este debut, Ashton demuestra tener dotes para la creación literaria. La ocasional sobreabundancia de imágenes y metáforas le priva a la narración de cierto punch. Incluso podría aventurarse que un cambio de punto de vista narrativo, dándole a Louise la misma oportunidad de explayarse que tiene Alice, hubiera enriquecido el libro.

Como denuncia del sistema que consagra el privilegio y socava los cimientos del estado del bienestar, The Danger Game no consigue profundizar en el tema, aunque sí deja huellas. Un buen debut de otra autora australiana que parece haberse desvanecido tras su primer libro.

13 feb 2020

Ana Penyas' Estamos todas bien: A Review

Ana Penyas, Estamos todas bien (Barcelona: Salamandra, 2018). 112 pages.
I was born twenty-five years after the Civil War ended, but was a very young eyewitness to (in the opinion of many) some of the worst years of the Francoist regime: the early 70s. For someone like my mother, born in 1936 just months into the conflict, those forty years of Fascist rule were a completely different story. Life was extremely hard – particularly in regions Franco and his collaborators chose to punish with gusto. Under Franco, women were the target of two powerful, tyrannical entities: the Spanish political version of Fascism (Francoism) and the Catholic Church, which were (and still are) solidly joined at the hip, as if they were Siamese twins.

In Estamos todas bien (which I would tentatively translate as We’re all fine, girls!) Valencian illustrator and graphic artist tells the life-story of her two grannies: Maruja and Herminia. More a homage than a proper narrative, given the constraints the graphic novel as a medium imposes upon the creator, the book seeks to be, quite understandably, a tribute, not a tale.

Penyas contrasts the past with the present of Maruja’s daily routine: loneliness, ageing and the resulting difficulty of moving in a pedestrian-unfriendly environment are shown in the first pages. The long walk back home from the park that used to take barely a few seconds now takes her minutes. Memories mix with current events through images and voices.

Does TV make it bearable to be alone for hours at a time?
Migration in post-war Spain is another of the topics covered by Penyas. In the case of Granma Maruja, she moved from Las Navas del Marqués, north of Madrid, to Gestalgar, a village in inner Valencia, an excursion to which remains one of my earliest memories as a child.

With friends like these, who needed enemies?
Penyas is a very subtle narrator, allowing her drawings to tell the reader as much as the reader wants to find out. See for instance the example below, where Maruja is being harassed by one of the bar’s regulars. The work is boring, the customers (all male, of course) are sexual predators, while the photograph of the genocidal dictator who happens to be Head of State “por la gracia de Dios” presides over the scene. Below, the dreary view from the bar reinforces the dispiriting outlook for a young woman like Maruja.

It may sound like an urban myth these days, but many people went to Madrid to make sure the dictator was truly dead. He was indeed, but his adherents and followers remain conspicuously active. At my grandmother's shop, by midday that day all the cava had been sold. Some celebrations!
For her part, Herminia also migrated with her husband and children to Valencia, the city, from Quintanar del Rey, a small village in Cuenca. With a large family to look after, they struggled to make ends meet. The dream of returning to the countryside slowly faded into oblivion, while one of her daughters became involved in left-wing politics fighting through outlawed newspapers against the agonising regime and the dictator.

Estamos todas bien has won two significant awards, the National Comic Award in 2018, and the 10th FNAC-Salamandra Graphic Novel Award in 2017. As a heartfelt tribute to the two grannies who must have helped her become who she is now, the book is simply astounding. As a narrative, however, it lacks punch. The story meanders between the nostalgic and the denunciation of the extremely discriminatory culture against which the two women must have battled through the years. It is, moreover, a sad state of affairs that a neo-Francoist political party has resurfaced (which goes to prove Franco has never really “died”) and attacks women’s rights (as well as those of migrants, linguistic minorities, the LGBT community and others).

The guy at the bar in front of you could be a murderous criminal one day... the one behind you by the bottle of brandy is a genocidal dictator. Where would you go?
An enjoyable book, no doubt. Perhaps a much longer version would have enhanced the story and the message, although it would have made the book a lot more expensive. Moltes gràcies, T. M’ha agradat moltíssim.

¡Chisss! ¡Camarero! Un par de tercios y una ración de sepia a la pancha. Ellas les hacen el gasto. Sin el bar de la esquina, la economía española estaría más hundida que el Titanic.

1 March 2023: Great news! Estamos todas bien has been published in English by Fantagraphics, translated by Andrea Rosenberg as We’re All Just Fine.

9 feb 2020

Reseña: Living in the Maniototo, de Janet Frame

Janet Frame, Living in the Maniototo (North Sydney: Vintage, 2018 [1979]). 236 páginas.

Tenía este libro de la autora neozelandesa en las estanterías desde hacía años, y decidí cogerlo el día antes de salir de viaje para Nueva Zelanda. El título me indujo a pensar que la novela estaría de algún modo situada en lo que se conoce como Maniototo, una extensa llanura al este de las cordilleras de la Isla Sur. Craso error. Maniototo apenas aparece en el libro, y desde luego Frame no incluye descripción alguna de cómo era vivir en esa parte del mundo.

Que lo anterior no se interprete como una crítica negativa del libro. Es sencillamente una observación sobre lo engañoso que puede ser un título. Publicado el día en que cumplía yo 12 años, curiosamente fue reseñado un mes después en The New York Times por una joven escritora llamada Margaret Atwood, quien por cierto confundió el nombre Blenheim del ficticio barrio de Auckland con otro lugar (posiblemente inexistente) llamado Glenheim. Sí existe Glenfield, probablemente la inspiración para el detestable centro comercial de la zona que Janet Frame bautiza como Heavensfield.

Glenfield, Auckland. Centro comercial construido años después de la novela. ¿Una visión del futuro? ¿La premonición de la fealdad capitalista?
¿Y qué decir entonces de Living in the Maniototo? Pues confesar que me ha parecido que es una novela extraña, singular y atípica parece no decir mucho a favor de su lectura, pero a quien le guste la literatura que mezcla realidad y ficción de la misma manera que el gazpacho junta tomate y pepino este libro le va a dejar un excelente recuerdo.

La narradora comienza con un divertido truco: Mavis Halleton nos dice que la podríamos conocer por alguno de los varios seudónimos o nombres alternativos que usa (Alice Thumb o Violet Pansy Proudlock, entre otros). Se jacta de haber enterrado a dos maridos, y tras la muerte del segundo decide retomar su carrera literaria con un viaje a los Estados Unidos. La primera escala la hace en Baltimore, en la casa de su amigo Brian, en un barrio poco recomendable. Semanas más tarde llegará el sobrino de Brian, un muchacho confuso cuya visita da lugar a extrañas situaciones y embarazosos desencuentros.

De Baltimore Mavis/Alice vuela a Berkeley, en la Bahía de San Francisco. Los Garrett, unos amigos suyos, van a irse de viaje a Italia y le prestan la casa mientras estén fuera. La ocasión la pintan calva, dicen. Silencio, soledad, y tiempo para escribir.

El caso es que a las pocas semanas se produce un terremoto en el norte de Italia, y le llega la noticia de la muerte de los Garrett en el desastre. Para más sorpresa todavía, el abogado de los difuntos le comunica que le han dejado a ella la casa en su testamento. Mavis sabe que a la casa iban a venir otras dos parejas de amigos de los Garrett. Compungida, y al mismo tiempo un tanto avergonzada por haber heredado una casa de una pareja a la apenas conocía, Mavis decide hospedar a los cuatro.

En cierto modo es en este punto en el que realmente comienza la novela. Si antes Mavis ha narrado su vida con el primer y el segundo esposo y la espantosamente aburrida y mediocre existencia en Blenheim, a partir de la llegada de los invitados, la narración adopta una perspectiva diferente e intrigante.

Las interacciones de Mavis con los Prestwick (Roger y Doris) y los Carlton (Theo y Zita), y entre ellos cuatro, conforman una confabulada historia, desbordante de ironía y buen humor. Además, Frame (a través de su alter ego, la escritora Mavis) salpica el libro de singulares reflexiones sobre el arte de la ficción. Una muestra:
“Como una solitaria abeja carpintera, una escritora atesora pedacitos del múltiple surtido y luego procede a roerlos de manera obsesiva, construyendo una larga galería, anidando su existencia misma en el interior de esa comida. Quien se los come, desaparece. Aparecen entonces los personajes en esa larga galería. Pero estoy hablando, sin embargo, de la ficción. Yo tenía cuatro invitados. Quería saber algo de ellos. Era natural su tentación de intentar ‘contarlo todo’, puesto que se hallaban dentro de un límite de tiempo y luchando de forma constante contra él, mientras que los personajes de ficción tienen todo el tiempo del mundo y mucho más, y no hace falta que cuenten, de manera deliberada, secreto alguno”. (p. 128, mi traducción)
Y en verdad que la novela es así, tal como la describe la narradora: una larga galería, o si se quiere, un desfile narrativo de singulares personajes, a los que, insiste Frame, hay prestar atención. Desde los dos maridos, Lewis Barwell (durante veinte años) y Lance Halleton (que “durmió con dos calculadoras de bolsillo bajo la almohada en nuestra noche de bodas” (p. 34, mi traducción), pasando por el estafador Albert Wynyard, con el que se obsesionó Lance tras dejar su trabajo como profesor de francés para convertirse en cobrador de deudas.

Luego están los muchos personajes de Baltimore: la anciana asistenta de Brian en su casa de Baltimore, la Sra. Tyndall, que la invita a contemplar en directo el milagro de las diez de la mañana del Hermano Coleman:
“Concluido el himno, la muchedumbre guardó silencio, y el Hermano Coleman levantó los brazos como un sacerdote y entonó con voz apasionada:‘Dad todo lo que tenéis a Dios. No os estoy pidiendo que me deis dinero a mí, quiero que se lo deis a Dios. Acercaos, todos, ¡sí, todos!’ decía casi gritando, ‘vaciad los monederos a los pies de Dios por el amor de Dios; no importa lo pequeño que sea lo que ofrezcáis, Dios lo acepta, Dios lo comprende.’” (p. 82, mi traducción)
O el joven Lonnie, el sobrino díscolo de Brian, que se apropia de la colección de monedas de una familia que lo invita a pasar unos días en su casa de campo. Y los personajes en Berkeley, a cada cual más chocante y ridículo. Y esta revista de personajes ficticios concluye con una sorpresa que Frame se saca de la chistera como por magia. El final es, sencillamente, genial.

En las calles de Dunedin, esta placa rinde homenaje a su escritora más famosa.
Una novela que se anticipó mucho al tipo de ficción que produciría décadas más tarde el postmodernismo y la autoficción, tan denostada en algunas partes. Que yo sepa, nunca fue traducida al castellano ni al catalán.

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