8 ago 2015

Reseña: The Silent History, de Eli Horowitz, Matthew Derby y Kevin Moffett

Eli Horowitz, Matthew Derby y Kevin Moffett. The Silent History (Nueva York: Farrar, Strauss & Giroux, 2014). 513 páginas.

La primera noticia que tuve de la existencia de este libro me vino a través de un artículo de Camilla Nelson que traduje para la revista Hermano Cerdo en junio de este año, 2015, el cual lleva por título ‘Puede que los bytes se carguen a los libros, pero no matarán a la novela’, que puedes leer aquí (o la versión original en inglés publicada en The Conversation, aquí). Lo que me llamó inmediatamente la atención de esta novela fue su concepción, sobre la que Nelson explicaba que “en un principio fue elaborada como una aplicación. Las secciones escritas del texto –denominadas ‘Testimonios’ – que contienen la trayectoria principal de la historia, fueron cargadas de manera secuencial, junto con una variedad de elementos de medios diversos, entre los que se encuentran video y fotografías.” La autora y académica australiana reivindicaba que el futuro de la novela digital (la construcción de The Silent History fue de índole totalmente digital) podría muy bien ser una evolución de lo que representa este proyecto de Horowitz, Derby y Moffett.

El argumento parte de una hipótesis poco plausible pero de igual modo verosímil: ¿Y si los seres humanos perdiéramos, por el motivo que sea, la capacidad de hablar? La novela, narrada desde el futuro, cuenta que en algún momento de esta década en la que nos encontramos comenzaron a nacer niños cuyos cerebros sufrían algún trastorno inexplicable que los privaba de la facultad para entender, adquirir y elaborar lenguajes naturales.

Naturalmente, los primeros en padecer las consecuencias colaterales de esta terrible epidemia son los padres de esos niños. Los testimonios de los padres, en especial el de Theodore Greene, es conmovedor. La comunidad científica tratará de encontrar una solución (que resultará ser nada más que un parche: un implante llamado Soul Amp que permite a los silentes acceder a un extensísimo corpus de palabras). Para cuando llega, prácticamente muchos años después de los primeros casos, los silentes están siendo sometidos a segregación, aislamiento o son objeto de la indiferencia del resto de la población. ¿Te suena a algo similar que se produce de forma recurrente cada vez que surge una enfermedad nueva o rebrota alguna de las ya conocidas?

La narración se centra por lo tanto en unos cuantos personajes, a los que seguimos a través de los años. El hecho de que las autoridades decreten la obligatoriedad de fijar el implante en todos los silentes dará lugar a movimientos de rechazo frontal o de abierta rebeldía.


Una imagen de la aplicación original de The Silent History

The Silent History, en tanto que fue creado en forma de textos subidos periódicamente por medio de una app, refleja muy claramente sus orígenes. Los capítulos son todos de una longitud muy similar, escritos de una manera bastante uniforme, pero consiguen pese a todo mantener el interés y la curiosidad del lector. Uno de los episodios más inquietantes cuenta una reunión masiva de jóvenes silentes en la playa de Coney Island en Nueva York. ¿Cómo han conseguido convocarse unos a otros y por qué? Las autoridades parecen desbordadas y la sensación de amenaza latente contrasta con el impactante silencio de una multitudinaria fiesta de jóvenes en una playa.

La idea que subyace en la narrativa es que el método de comunicación de los silentes, que se realiza a través de un sistema de expresiones faciales muy leves, es en cierto modo superior al lenguaje natural de las palabras. Lo cual tiene su encanto, sin duda. En más de una ocasión he creído observar que, con la inclusión del lenguaje natural en los lenguajes artificiales que predominan en las tecnologías de la información y comunicación tan velozmente desarrolladas en este siglo XXI, las palabras han perdido su sentido, y por ende su valor. Si ponemos por caso el (ab)uso de términos como “friend” o de “like” en las llamadas redes sociales como Facebook.

Con la inclusión de un prólogo escrito en 20144, posterior al grueso de la historia, los autores aciertan plenamente. Este prólogo, narrado por un personaje que no vuelve a aparecer en toda la historia, plantea los interrogantes que dan lugar al desarrollo de una historia en su mayor parte entretenida, y a ratos (algunos pocos) fascinante:
“Cada día estamos aprendiendo más acerca de esta extraña afección, y cada día surgen más preguntas – preguntas que están, en sí mismas, limitadas por el lenguaje, una cámara sellada tan herméticamente que ni siquiera podemos imaginar una experiencia más allá de sus muros.
Pero naturalmente, es esa experiencia la que nos espera a todos. Está en el interior de nuestros hermanos y hermanas, en hijas, hijos y amantes. Este documento no presupone nada acerca del futuro; es estrictamente un archivo del pasado, de cómo éramos antes, y cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Son las palabras nuestra creación, o nos crearon las palabras a nosotros? ¿Y quiénes somos nosotros en un mundo sin ellas? ¿Hay campos más silvestres, más verdes más allá de los límites del lenguaje, allí donde deambulamos los que ahora guardamos silencio? Cada uno de nosotros debe encontrar su propio camino a través de estas preguntas. Después de todo, entramos y salimos del mundo en silencio, y todo lo demás es sencillamente un modo de caminar por esa travesía intermedia.” (p. 9, mi traducción)

Hace poco, en una conversación con un buen amigo argentino en Melbourne, confesábamos ambos la desconfianza que en buena medida nos producen las palabras en esta época de hiperconectividad comunicacional. La cháchara no nos aporta nada, es mero ruido, pero no por ello habremos de renunciar a la literatura, la más hermosa expresión que pueden lograr las palabras.

15 de agosto de 2015. El libro lo ha publicado Seix Barral en castellano bajo el título de La historia silenciosa en traducción de Ramón Buenaventura.

31 jul 2015

Reseña: Reality Hunger, A Manifesto, de David Shields

David Shields, Reality Hunger: A Manifesto (Camberwell: Penguin, 2010). 213 páginas.

En el párrafo 239 de su libro, David Shields expone sus dudas de que él sea “la única persona a la que le parezca cada vez más difícil querer leer o escribir novelas.” (p. 81, mi traducción). Puede que sea cierto, que no esté solo, pero a mí no me cabe ninguna duda de que probablemente sean muchos más los que quieren seguir leyendo (si no escribiendo) obras de ficción.

Un libro a ratos absurdo y contradictorio y a ratos provocador y sugestivo, este mal llamado manifiesto abunda en la (ya repetida hasta la saciedad) inminente muerte de la novela como género literario. Aduce Shields que el público tiene hambre de realidad. Personalmente, la ficción es el género que prefiero leer casi de continuo, para poder evadirme de la realidad – mi realidad, que nunca será la realidad de David Shields o de ningún otro ser humano. No niego que haya muchos a quienes se les despierte el ansia de consumir eso que convenimos en llamar realidad. Como apunta Shields, (muy acertadamente, por cierto), eso que llamamos realidad (esto es, los hechos) y que se aloja en nuestra memoria no deja de estar extremadamente mediada (está harto expuesta a la ficción que solemos construir en nuestra mente de lo que meramente percibimos como hechos).

Uno de los problemas de este libro es su estructura. Por mucho que Shields agrupe las citas, paráfrasis, digresiones y reflexiones en capítulos (ordenados según las letras del abecedario de la lengua inglesa – en la versión en castellano no existe el capítulo ñ, claro), el conjunto es más bien caótico y dista mucho de poder capturar la atención del lector de manera sostenida. Dicho de otra manera, los árboles no te dejan ver el bosque.

Mucho más interés y validez tienen para mí sus observaciones sobre la necesidad de mezclar, fundir,  aunar, fusionar (añade tú otros sinónimos que te parezcan apropiados) ficción y no ficción: eliminar los límites que demarcan una cosa de la otra producirá a largo plazo obras literarias que merezca la pena leer. En mi opinión, no es que la ficción imaginativa haya menguado, sino que se publica demasiada ficción imaginativa de poca o nula calidad. Es lógico que el género se resienta.

El otro tema que trata Shields y que suscita mi interés es la cuestión del plagio y la propiedad intelectual de los textos. Más de la mitad de su libro se compone de palabras que han escrito o dicho otros, quienes a su vez probablemente se inspiraron (el origen de esta palabra quizás ilumine algo a este respecto) en las obras de los que le precedieron. ¿Quién es dueño de las palabras?, dice Shields. Todos y nadie. Las nuevas tecnologías amenazan con el derrumbe de un sistema establecido desde hace siglos: sería bueno que el desenlace de las tensiones actuales fuera cumplir con el ideal democrático de la libertad.

Para que no haya malentendidos: no me refiero a la libertad de pasarse copias digitales de un usuario a otro, sino a la libertad para que un escritor pueda utilizar los textos de un escritor que le precedió en la historia para rescribir y recrear. (Y si hay que pagarle unos pocos pesos a alguien o a la viuda de alguien, se hace y en paz, pero todo en su justa medida. Nada de abusar de la juventud, por favor, que ya padecen lo suyo.)

Una de las citas que incluye Shields me ha dejado un tanto aturdido. En el párrafo 242 dice (citando, según parece, a Andrew O’Hehir): “Our culture is obsessed with real events because we experience hardly any” [Nuestra cultura está obsesionada con los hechos reales porque prácticamente no experimentamos ninguno, p. 82] ¡Quia! Shields habría hecho bien en aplicarse el detector de bobadas que menciona en la página 46, y que en su opinión tiene que ser el don fundamental de un buen escritor.

Reality Hunger: A Manifesto lo ha traducido Martín Schifino (Hambre de realidad: un manifiesto) para Círculo de Tiza (2015).

22 jul 2015

Reseña: Every Day Is for the Thief, de Teju Cole

Teju Cole, Every Day Is for the Thief (Nueva York: Random House, 2014). 162 páginas.
El narrador de este libro (el cual sospecho está a caballo entre una crónica ficticia y el relato autobiográfico) acude al consulado nigeriano en Nueva York para renovar su pasaporte antes de regresar a Nigeria, su país natal. Una vez allí descubre que puede acelerar la tramitación del pasaporte mediante el pago de una tasa “especial” de la que no debe esperar recibir factura alguna. Al salir de las oficinas del consulado ve un cartel que reza: “Ayúdenos en la lucha contra la corrupción. Si algún empleado del Consulado le pide un soborno o una propina, háganoslo saber”.

El título del libro [Todos los días son para el ladrón] es la primera parte de un proverbio yoruba que Cole cita en el epígrafe. La segunda dice “pero un día es para el dueño”. La corrupción como modo de vida es el tema de este librito de difícil clasificación. Publicado inicialmente en Nigeria en 2007 por Cassava Republic Press, es innegable que fue el enorme éxito de Open City (cuya reseña, además de un breve extracto del libro traducido al castellano, puedes leer aquí) lo que llevó a Faber & Faber a re-publicarlo en el amplio mercado de los Estados Unidos y Europa. Quizá algún día un ejemplar de la edición original nigeriana llegue a alcanzar un alto valor monetario entre coleccionistas de rarezas. Cosas más raras se han visto.

Desde el momento en que el avión aterriza en el aeropuerto de Lagos, el narrador anónimo se enfrenta al incansable “deporte” nigeriano: sacarle los cuartos al prójimo por los medios que sean. Tras quince años de ausencia (más o menos el mismo número de años que Teju Cole llevaba fuera de Nigeria cuando apareció el libro) el joven nigeriano residente en Nueva York vuelve a una ciudad cambiada: más caótica, más sucia, más peligrosa. También Nigeria ha cambiado: es ahora una democracia (o esa es, al menos, la apariencia), se ha abierto al mundo (se han instalado comerciantes chinos, indios, libaneses) y el petrodólar debiera ser la panacea de todos los males que afectaban al país. Solo que en lugar de ser panacea es el veneno que alimenta la corrupción galopante y característica de la vida diaria en Nigeria.

El país, nos cuenta el narrador, se ha modernizado. Casi todo el mundo tiene su teléfono móvil, los cafés internet están llenos de jóvenes dedicados a una de las industrias más provechosas en Nigeria: el fraude cibernético. Es un lugar lleno de contradicciones: conviven la televisión por satélite y las supersticiones más atávicas e irracionales, como la noción de que a los albinos hay que destruirlos y comérselos.

Técnicamente, Every Day is for the Thief es extraordinariamente similar a Open City: un narrador masculino que se desplaza por una gran ciudad. Mientras que en Nueva York el subterráneo es el medio de transporte más eficiente y conveniente, en Lagos el narrador emplea una variada combinación de medios: automóvil, danfo [minibús urbano], taxi y motocicleta. Cole hilvana la narración en forma de capítulos en torno a episodios, anécdotas, el contraste entre los recuerdos de la Nigeria de hace quince años y la actual. El resultado es una lectura amena, que como en Open City destaca por la mirada atenta a los pequeños detalles.

Danfo carbonizado (2009). Fotografía de Jeremy Weate  
Uno de los episodios más sugerentes se produce cuando al narrador lo para un par de policías en una avenida cuando se dirigía a la casa de una amiga de la infancia. Parapetados en un improvisado cubículo, vigilan la calzada a la espera de una víctima propiciatoria. Uno de los agentes le da el alto y le informa de que no ha respetado una señal (convenientemente escondida tras un árbol) de sentido único. El diálogo me recordó a un excepcional encuentro que tuve hace unos meses a primera hora de la mañana con un policía de origen inglés en una carretera perdida del sureste de Australia Occidental. Cuando un representante de la autoridad se permite bromear a tu costa y trata de mortificarte en presencia de tu familia mientras su mano se halla a apenas centímetros de su arma de fuego reglamentaria, por la cabeza te pasan pensamientos verdaderamente insólitos.

“«Buenas tardes, agente.»
«¿Sabe usted por qué le he parado?»
Su certeza me causa alarma. No, digo sin alterarme. No lo sé.
«¿Qué dice esa señal?»
Me indica una señal detrás de donde estamos. El poste está doblado, y la señal misma está en parte oculta por un árbol.
«Ay, vaya por Dios. No la he visto. Esta calle no solía ser de una sola dirección. Debe de ser una señal nueva.»
Se trata de una estafa, por supuesto. La señal la han dejado escondida adrede.
«Es dirección única desde aquí hasta el final, hasta la entrada de la universidad.»
«No lo sabía. Lo siento. No lo sabía.»
Deja escapar una risita. Esta es una circunstancia que ha sido bien ensayada.
«Esto no es cosa de decir lo siento.»
«No he visto la señal. No lo sabía.»
«La señal no está ahí para los que ya lo saben, oga. La señal está para los que no lo saben. Su situación es desafortunada. Pero es usted la razón de que haya una señal ahí. Tendrá que acompañarnos a la comisaría.»” (p. 121-4, mi traducción)
Naturalmente, el pago de dos mil quinientos nairas (la petición inicial era cinco mil) solucionará el inconveniente. En verdad que en ocasiones uno puede dar gracias de vivir en sitios donde estos “procedimientos administrativos” no se producen.

En un entorno en el que casi todos los seres humanos que le rodean parecen buscar aprovecharse por medios ilícitos de los demás, el narrador recuerda una frase que le parece característica de Nigeria: idea l’a need – “lo único que nos hace falta es la idea general o el concepto”. La frustración es evidente y harto justificada:

“La desconexión de Nigeria con la realidad queda perfectamente ilustrada con tres aspectos por los que el país ha destacado recientemente en los medios de comunicación mundiales. Nigeria fue declarada el país más religioso del mundo. Se dijo que los nigerianos son la gente más feliz del mundo, y en la evaluación de 2005 de Transparencia Internacional, Nigeria ocupó empatada el tercer puesto por la cola en el índice de 159 países estudiados en materia de percepción de la corrupción. Religión, corrupción, felicidad. Si son tan religiosos, ¿por qué hay tan poca preocupación por la vida ética o los derechos humanos? Si son tan felices, ¿por qué hay tanto hastío y sufrimiento reprimido? La profética canción del difunto Fela Kuti, ‘Shuffering and Shmiling’ [Shufriendo y Shonriendo] sigue siendo muestra de la situación. El ídolo de la gente era también uno de los más feroces críticos de la gente. Hablaba sin temor de nuestros absurdos. ‘Shuffering and Shmiling’ trataba de cómo, en Nigeria, hay una tremenda presión para aseverar que uno es feliz aun cuando uno no lo es. A la gente infeliz, como a las madres de luto en una manifestación de protesta, se la aparta bruscamente. Ser infeliz es un error. Para qué quedarse estancado en los detalles, cuando todo lo que necesitamos es una idea general.” (p. 142, mi traducción)

Me encanta la poderosísima ironía que despliega Cole en las palabras anteriores.


Agregado el 6/10/2016: Acantilado ha publicado hace poco la novela con el título Cada día es del ladrón; la traducción corre a cargo de Marcelo Cohen.

19 jul 2015

Reseña: Bring Up the Bodies, de Hilary Mantel

Hilary Mantel, Bring Up The Bodies (Detroit: Large Print Press, 2012). 679 páginas.
El hecho de que la Historia abunde en episodios extraordinariamente sangrientos y brutales no deja de ser un tópico – todo lo triste que uno quiera, sí, pero innegable reflejo de la esencia de la humanidad. La caída en desgracia de La Ana, Anne Boleyn, la segunda esposa del rey Enrique VIII de Inglaterra, es el argumento de la segunda parte de la trilogía que Hilary Mantel está escribiendo en torno a la figura de Thomas Cromwell. La primera (la reseña de la cual puedes leer aquí) llevaba por título Wolf Hall, y me resultó sencillamente deslumbrante. La segunda, Bring Up the Bodies, no decepciona. Al contrario.

Retrato de Jane Seymour a cargo de Hans Holbein el joven
Esta segunda entrega se inicia justo donde termina la primera, en Wolf Hall, el palacio de la familia Seymour en la campiña inglesa. Cromwell está ejercitando a sus halcones, bautizados con los nombres de sus hijas muertas. El rey ya le tiene puesto el ojo a Jane Seymour, cuyos atractivos han dejado a Su Majestad “aturdido, como el ternero al que el carnicero le atiza un golpe en la cabeza” (p. 68, mi traducción). Jane será a la larga la tercera en una lista que muchos aprendimos de memoria cuando éramos jóvenes, más gracias a las composiciones de Rick Wakeman que a una afición por la historia y sus nombres. La primera reina, la aragonesa Catalina, ya ha sido repudiada por el rey y arrinconada en Peterborough como un mueble viejo.

La tumba de Catalina de Aragón en Peterborough,. Fotografía de TTaylor.
“A las diez de la mañana un sacerdote le la da extrema unción, palpándole los párpados y los labios, las manos y los pies con los santos óleos. Unos labios que quedarán sellados ahora y no volverán a abrirse; ella no volverá a mirar ni a ver nada. Unos labios que han terminado de decir sus plegarias. Unas manos que no volverán a firmar papel alguno. Unos pies que han concluido su viaje. Al mediodía su respiración se ha convertido en estertores, está haciendo un esfuerzo hasta el final. A las dos en punto, con la luz reflejada por los campos cubiertos de nieve al interior de su cámara, deja de vivir. Con su último aliento, la rodean las formas sombrías de sus guardianes. Son reacios a molestar al viejo capellán y a las viejas mujeres que se alejan de su lecho arrastrando los pies.” (p. 253, mi traducción)
La Ana se encumbró en las alturas del poder sirviéndose de Cromwell, pero tan pronto como los favores del rey se alejan de ella (al no lograr darle descendencia masculina) Cromwell se vuelve contra ella y se alía con sus antiguos contrincantes. Tanto en Wolf Hall como en Bring Up the Bodies, es la figura del acaudalado burgués, el maquiavélico Cromwell, el que ocupa el espacio central de la narrativa de Mantel. Para Cromwell, servirle al rey Enrique VIII no es solamente un deber, es una táctica empresarial. Si bien es cierto que consigue mantener la paz en una Inglaterra que había pasado por tiempos muy turbulentos, lo hace en parte porque le permite ganar dinero a espuertas al tiempo que controla las decisiones de gobierno que le seguirán permitiendo acumular riqueza. Mantel no parece tomar partido, pero al adoptar para la novela el punto de vista del plebeyo que triunfa como consejero principal del rey en una corte dominada por los vestigios aristocráticos del medioevo, la autora inglesa parece justificar las crueldades y maldades del personaje.

La bodega de Enrique VIII en Londres. Fotografía de Amanda Reynolds
El gran acierto de Mantel es la creación de un personaje – de Cromwell los historiadores aseguran que hay más sombras que otra cosa – y, pese a incrustarlo en una telaraña histórica de la que no es posible escapar, hacer de él un ser humano, con defectos, maldades y flaquezas, pero también con virtudes, buenas obras y sentimientos. La autora no escatima en proporcionarnos diferentes puntos de vista respecto a este enigmático hombre de estado que cambió la Historia de manera irreversible. La última vez que habla con Catalina de Aragón, la exreina le espeta a la cara que sus palabras le resultan “despreciables”. “Al menos, como enemigo, os mostráis cual sois. Ya quisiera yo que mis amigos pudieran soportar llamar tanto la atención. Inglaterra es una nación de hipócritas.” (p. 165, mi traducción) E incluso en los frecuentes casos en que Mantel permite a Cromwell la autorreflexión, la honestidad puede ser brutal. Mientras conversa con Thomas Wyatt, prisionero: “Reposa su mirada en el prisionero, y toma asiento. Dice en voz queda: «Creo que he estado toda la vida preparándome para esto. He hecho un aprendizaje conmigo mismo.» Toda su carrera ha sido una educación en la hipocresía.” (p. 585, mi traducción)

Pese a ser inquilino en la Torre de Londres, Thomas Wyatt salvó el cuello. Otros no corrieron la misma suerte.
La incertidumbre que rodea las maquinaciones de Cromwell es otro de los alicientes de la prosa de Mantel. La manipulación desmedida tiene un riesgo, y al final de Bring Up the Bodies, cuando ninguna de las dos reinas está viva, Cromwell sabe que el futuro no es tan halagüeño, sino que los peligros van a acechar más si cabe.

Esta es, en mi opinión, una de las obras más feministas de los últimos años. Mantel muestra a través de una ficción recreada sobre la base de significativos eventos históricos que la mujer fue y es la víctima propiciatoria de un sistema sociopolítico que se sostiene en el empleo de la fuerza militar y la violencia (sea por vía legal o en el entorno doméstico). Cuando Ana Bolena osa enfrentarse a ese sistema y valerse por sí misma, el rey, símbolo indiscutible de ese sistema (que increíblemente sigue ostentando tanto poder patriarcal en el siglo XXI) no duda ni un ápice en destruirla. La brutalidad de su ejecución – la primera reina de la Historia en ser decapitada, que yo sepa – no deja de ser una simple anécdota. El meollo es la implacable intriga que maquina Cromwell junto con otros aduladores del rey y cortesanos contra los caballeros a los que alude el título en inglés. Bring Up the Bodies! era la orden que recibía el carcelero de la Torre de Londres cuando debía presentar a los reos ante el tribunal que los juzgaría. La traducción del título por la que ha optado Destino (Una reina en el estrado (2013), en traducción de José Manuel Álvarez Flórez) es una opción notoriamente mercantilista, que obvia en cierto modo el valor del título original. Un nuevo desaguisado editorial.

Como en Wolf Hall, Mantel escribe en inglés moderno. No faltan los juegos de palabras y los chistes soeces, algo muy plausible para la época de los Tudor, por muy sofisticados y civiles que se mostraran los cortesanos. Personalmente me han encantado los pasajes en los que Cromwell conversa con embajadores (Eustace Chapuys, por ejemplo, el embajador del emperador Carlos I). Mantel se luce en ellos, haciéndonos ver con sutiles palabras que ya en el siglo XVI la verdad era un valor prescindible.

La imaginación es libre. ¿Cómo habría cambiado la historia de Europa – de la humanidad – si en lugar de una hija, María, a Enrique VIII y Catalina les hubiese sobrevivido alguno de los hijos varones que tuvieron?

9 jul 2015

Reseña: Odysseus Abroad, de Amit Chaudhuri

Amit Chaudhuri, Odysseus Abroad (Londres: Oneworld, 2015). 243 páginas.

Londres, julio de 1985. Un día como hoy hace treinta años. Cálido sin duda, aunque no se tratara del calor casi asfixiante que están sufriendo estos días los londinenses. Las olas de calor enmarcadas dentro del cambio climático resultante del calentamiento del planeta todavía no eran ostensibles, como lo son en 2015. Un joven estudiante de origen indio, Ananda, despierta en su cama en el pequeño piso en Warren Street, alquilado a precio exorbitante ya por aquella época. Tiene por delante otro día más en su rutina habitual: primero lee el soneto posiblemente más conocido de Shakespeare, y luego acude a pagar el alquiler al restaurante del casero; más tarde acude a la reunión periódica que tiene con su tutor en la universidad, a quien le ha entregado algunos de sus poemas para que le dé una opinión. Después toma el metro para reunirse con su tío materno, Radhesh (o Rangamama, como se dirige a él de manera más familiar), en cuya compañía realizará una larga travesía a pie por las calles londinenses.

Warren Street Station
¿Cuál es la trama de Odysseus Abroad? Pues la verdad es que, una vez leída, resulta ser poca cosa. No hay trama en el sentido más convencional del término. Lo que Chaudhuri hace es navegar en la nave de Ananda por las aguas de un mar extranjero (Londres) en pos de la observación y la reflexión. Alguien podrá decir que lo anterior suena a aburrimiento total, pero me apresuro a asegurarle que no lo es. El retrato de Ananda tiene sobradas dosis de ironía: es un joven que se debate entre la entrega a un ideal presumiblemente inalcanzable (la poesía) y la masturbación compulsiva como sublimación del sexo.

Ah, esos goces de la juventud, quién los tuviera ahora… al alcance de la mano.

No, no era fácil la vida para un joven indio en la Inglaterra de la Dama de Hierro, la Thatcher. Matriculado en una universidad londinense para estudiar literatura inglesa, Ananda descubre que hay muchas cosas de esa literatura que ni le interesan ni le resultan atractivas. Esto es algo con lo que, como antiguo estudiante de Filología Inglesa, me identifico plenamente. Nunca han conseguido atraer mi atención como lector las hermanas Brontë, por ejemplo. Con Chaucer me entretuve un par de semanas, tres a lo sumo, pero mi copia del Piers Plowman de Langland pasó a engrosar las huestes de objetos inmóviles colocados en estanterías y predispuestos a la acumulación de partículas de polvo milenario.

Estación de Belsize Park. Fotografía de Oxyman.
Odysseus Abroad es un libro muy literario (en el sentido positivo del término, tan raro hoy en día), tanto por las conversaciones en torno a literatura que Ananda entabla con su tutor y con su tío como por el nada disimulado homenaje que rinde Chaudhuri a Homero y Joyce. Como muestra, un botón. Hete aquí el listado de los capítulos: 1) Bloody Suitors!; 2) Telemachus and Nestor (and Manny-loss); 3) Eumaeus; 4) Uncle and Nephew; 5) Heading for Town; y 6) Ithaca.

Chaudhuri maneja los hilos de la narración con soltura: hay un triángulo persistente de personajes en torno a Ananda: el tío Rangamama, su hermana Khuku (la madre de Ananda), y su cuñado, el padre del joven Ananda Sen. Hay referencias constantes a una época anterior, en la que los padres de Ananda vivieron en Londres. Estos atisbos del pasado son un juego constante de reflejos esbozos humorísticos. Chaudhuri construye sus tres retratos con trazos casi aleatorios, pero la composición de fondo es rica, compleja y divertida.

Pero es sin duda Rangamama el personaje central de esta deriva por las aguas jónicas de la diáspora india en Londres. Admirador de Tagore, es un moderno Odiseo indio, posiblemente virgen (en un principio porque temía el contagio de la sífilis, pero para 1985 el sida ya acechaba); hombre soltero que vive solo y de manera espartana, acaudalado pero generoso en sus propinas (también envía remesas de dinero a familiares y allegados en India). Su principal pasatiempo lo constituyen los paseos con Ananda (a pesar de la continua querella que parece darse entre ellos), las novelistas de ciencia ficción y terror, y ver documentales de la naturaleza en el televisor de su vecino.

«¿Quieres un laddoo?» Ananda se sentía presionado a deshacerse de los seis que no habían comido.
Su tío le miró a los ojos, muy elocuente.
«¿Estás loco? ¿Qué quieres, que me muera esta misma noche?» (p. 236)
Boondi laddoo. Fotografía de Milanography.
Odysseus Abroad se inscribe en una sugestiva modalidad de narrativa reciente que invita al lector a seguir a un personaje en sus paseos y merodeos por la ciudad. En ese sentido, me ha recordado algo a Open City, de Teju Cole, cuyo personaje central es también producto de otra diáspora, la nigeriana, pero en la ciudad de Nueva York del siglo XXI. Son por supuesto dos libros muy diferentes, pero curiosamente los dos satisfacen.

No tienen desperdicio las observaciones que Ananda hace de la sociedad británica, en un tiempo en que Londres todavía conservaba algo de identidad inglesa. El joven estudiante de literatura detesta saberse fuera de lugar, pero al mismo tiempo ello le proporciona placer: algo de lo que poder escribir, sin duda. En una librería de Belsize Park: "Un cliente pasó cerca de él. «Disculpe», dijo Ananda, moviéndose hacia su derecha. En este país, a menudo uno se encontraba bloqueándole el paso a la gente. Estaba destinado a ello. Si uno no se había interpuesto al menos una vez al día entre alguien y su destinación, tenía que encontrar el modo de hacerlo. Frenar a los demás – como a un automóvil, detenido ante un paso de cebra – afirmaba la sociabilidad." (p. 193, mi traducción)

La propuesta de Chaudhuri está escrita con elegancia y sin estridencias. Pienso que es un autor a tener en cuenta en los próximos años.

5 jul 2015

Reseña: Sentenced to Life, de Clive James

Clive James, Sentenced to Life (Londres: Picador, 2015). 60 páginas.

Parafraseando lo que dice otro personaje respecto a Lady Macbeth, Clive James se morirá uno de estos días. Como a todos, en algún momento, más pronto o más tarde. Nadie se libra de esa condena.

El título de este postrero libro de poemas es, obviamente, un juego de palabras, pero es también algo más que eso: una invitación a pensar en la vida como la inevitable condena a muerte que es. Sentenced to Life podría traducirse en su acepción más literal por ‘Condenado de por vida’, es decir, cadena perpetua. Pero la lectura reflexiva de estos poemas nos podría llevar a leer que el título es una velada referencia a la vida como una condena, una que hay que vivir. Y también morir.

Clive James. Fotografía de RubyGoes de Sydney.
James lleva varios años muriéndose, dicen los periódicos. Tan pronto supo que se le acababa el tiempo, emprendió una frenética carrera productiva para poder completar algunos de sus proyectos inacabados, como una traducción al inglés de la Divina Comedia que apareció en 2013 y que, según las reseñas que he podido leer, es muy buena. Pero también ha estado escribiendo poesía, el género en el que se inició como artista. Sentenced to Life es el resultado literario de estos últimos años.

Uno de los aspectos que más sorprenden de este libro de poemas es la envidiable facilidad que tiene Clive James para escribir poesía rimada. Con frecuencia, la rima puede ser una restricción brutal, que resulta en expresiones forzadas y poco felices. Aunque hay unos cuantos poemas no rimados en este libro, la mayoría de los poemas cuentan con rima. Algunos poemas demuestran un experto dominio de la técnica al tiempo que denotan un entusiasmo por mantenerse en una forma poética que es raro en la poesía contemporánea en lengua inglesa, tan propensa a la narración inane.

James combina con soltura el ingenio con el pathos. No busca despertar nuestra compasión por la muerte que le acecha, pues el tono predominante en la mayoría de estos poemas es el confesional, y es consciente de sus faltas:

“Sentenced to life, I sleep face-up as though/ Ice-bound, lest I should cough the night away,/ And when I walk the mile to town, I show/ The right technique for wading through deep clay./ A sad man, sorrier than he can say.” [Condenado de por vida, duermo boca arriba, como si estuviera atrapado en el hielo, para no pasar la noche tosiendo, y cuando camino hasta la ciudad, demuestro tener la técnica correcta para vadear lodos profundos. Un hombre triste, más arrepentido que lo que pueda expresar.]

Algunos de los poemas llevan al poeta a su Australia natal, a la que no podrá regresar vivo. En ‘Echo Point’ la referencia son las Montañas Azules al oeste de Sydney, pero el eco que oímos es el del espejo al que se enfrenta el poeta que sabe que va a morir:

“I am the echo of the man you knew./ Launched from the look-out to the other side/ Of this blue valley, my voice calls to you/ All on its own, and more direct than that./ My line of sweet talk you could not abide/ Came from the real man. It will all be gone –“ [Soy el eco del hombre que conociste. Arrojado desde el mirador al otro lado de este valle, mi voz te llama en soledad, y aun más directa. Mi verso zalamero que no podías soportar venía del hombre auténtico. Todo ello desaparecerá.]

Del mismo modo que algunos de los poemas de Sentenced to Life dejan huella, otros pueden pasar desapercibidos. La respuesta a la poesía es siempre subjetiva y personal. ‘Japanese Maple’, aparecido en The New Yorker, se convirtió casi de forma instantánea en un éxito. Personalmente, en cambio, es ‘Star System’ (que también apareció en The New Yorker) el que me ha calado muy hondo, y del que traduzco la segunda estrofa:

Hubo un tiempo en el que algunos de nuestros jóvenes
pisaron pesadamente la luna y vieron el amanecer de la Tierra,
tan imponente como el del Sol. Desde entonces los años
los han envejecido. De vez en cuando, alguien se muere.
Es como un reloj, para los que vimos
los cohetes rumbo a Saturno ascendiendo como si
la humanidad tuviera energía que quemar. La ley
es diferente para un hombre. El tiempo es un precipicio
al que llegas en la oscuridad. Puede que caigas
con tanta facilidad como en un colchón de plumas,
pero es una triste despedida. Todo te encantó.
Sueñas que podrías guardarlo todo en la cabeza.
Mas los recuerdos, ¿dónde puedes llevártelos?
Míralos por última vez: Se terminan contigo.



Como yo, James no cree en la eternidad ni en la posibilidad metafísica de un alma trascendental. Asediado por la relativa inminencia de su muerte, extenuado por la enfermedad y el tratamiento, puede que sea un hombre decrecido físicamente (se describe a sí mismo en varios de los poemas como “espectro, ruina, eco, animal herido, ejército derrotado, sombra pálida, cáscara vacía”) pero es un poeta engrandecido por su visión estoica y valerosa de nuestra insignificancia en el universo, y el reconocimiento del valor del ser humano.

26 jun 2015

Reseña: Welcome to Normal, de Nick Earls

Nick Earls, Welcome to Normal (North Sydney: Random House, 2013). 271 páginas.

Esto es Normal:
Normal, Illinois. Fotografía de ParentingPatch
El título de este heterogéneo volumen de relatos del australiano Nick Earls es el del primero de ellos, la curiosa narración de la visita de dos hombres de negocios a la ciudad del interior de los EE.UU. que fue bautizada como Normal. El narrador, Craig, un joven ejecutivo de una empresa minera australiana en una gira comercial por el país, se ve de pronto obligado a acompañar a su jefe, Martin, quien aprovecha el viaje para visitar a su amigo de juventud, Don, en Normal, Illinois. Mientras Don y Martin se emborrachan para recordar pasadas ‘proezas’ y se van a ver un partido de béisbol, le corresponde a Jennifer, la mujer de Don, mostrarle la ciudad al joven australiano. Lo que podría haberse convertido en una velada aburrida y forzada por las circunstancias termina siendo una especie de confesión por parte de Jennifer, quien un tanto descontenta, le revela a Craig su ambición: restaurar el viejo cine local. El diálogo entre estas dos personas revela los aspectos más íntimos de sus vidas, sin que lleguen a una mayor intimidad física.

“Pues tiene columnas de hierro, el puente”, dijo ella mientras doblaba los dedos y agarraba otra vez el volante. “El Puente de la Joroba de Camello. Ahí lo tienes.” La carretera se elevó hasta situarnos por encima de las casas, y parecía algo equivocado hacerlo en una región tan plana, como si fuéramos a aterrizar en el País de Oz. “Son las originales, esas columnas. Fabricadas por una empresa llamada Phoenix, y según parece, eso es algo inusual. Lo llaman Joroba de Camello porque lo construyeron así para que pudieran pasar locomotoras de vapor por debajo. Aunque ya no lo hacen. Ahora lo llaman Paseo de la Constitución. Un sendero para caminar. Lo hago con frecuencia.” (p. 18, mi traducción) Camelback Bridge, Normal, Fotografía de Run4earth
El segundo relato lleva por título ‘Merlo Girls’, y es uno de los que más me han gustado. Contado también en primera persona, en este caso el narrador es un cirujano que se ha visto obligado a dejar la profesión a causa de la artritis. Lleva en su coche a Steve, marido de una buena amiga suya y codicioso promotor inmobiliario, a una de las cafeterías más populares de Brisbane: “Steve está hablando y yo escucho en la medida que tengo que hacerlo. Lleva un tarro vacío de café Merlo entre los brazos, mientras con los dedos de su mano izquierda hace tamborilea sin ritmo en la tapa. Esta es la más asimétrica de mis amistades, y somos amigos únicamente si la definición de amistad se extiende hasta sus límites más remotos.” (p. 31, mi traducción) La visita a la cafetería sirve de fondo para que Earls indague en uno de esos (des)encuentros sociales que a veces nos producen una sensación embarazosa, cuando nos damos cuenta de que estamos en compañía de alguien con quien no compartimos ningún valor.

Todos los relatos de Welcome to Normal están narrados en primera persona. En algunos de ellos supone un acierto pleno, como en ‘Range’, en el que un empleado del Ejército estadounidense estacionado en Arizona recuerda, mientras conduce camino del campo de futbol donde estrena su hijo, lo que ha estado haciendo durante su turno (seleccionando objetivos para que los drones lancen sus ataques de misiles en Afganistán). La imagen del balón en las manos de su hijo se conecta con otra brevísima imagen que ha visto vía satélite décimas de segundo antes del impacto del misil. De manera muy sutil, Earls manda un aviso sobre la posible brutalidad del desarrollo tecnológico y el enorme peligro que supone el mal uso de ésta.

En otros relatos, en cambio, la narración en primera persona me pareció que menoscababa el potencial. ‘The Heart of Robert the Bruce’ sitúa a una pareja gay australiana en la malagueña Ronda. Los australianos comparten tour con una pareja paquistaní de Glasgow. El relato zigzaguea por los callejones de Ronda y algunos pueblos de su vecindad, y entre los dimes y diretes en una gresca un tanto mezquina entre el narrador y su compañero, para terminar sin un claro propósito en los recovecos de la Judería de Córdoba. Las continuas provocaciones de Duncan a la sensibilidad de los paquistaníes parecen una pizca forzadas. Por otro lado, Earls habría hecho bien en buscar la ayuda de un lector hispano para corregir las erratas y errores del español que incluye en el texto (ningún camarero español diría “Buen apetito” tras servir la comida).

Ronda. Fotografía de Parpadeo
En sus relatos, Earls trabaja con individuos comunes, esas personas desconocidas que uno quizás puede ver por las calles sin saber absolutamente nada de ellos. En ‘Breaking Up’, el narrador es un niño que, junto con su hermana más pequeña, va a pasar el fin de semana en un hotel con su padre a poca distancia de su vivienda habitual. La madre los deposita en recepción y se marcha. Una vez en la habitación, padre e hijo se enfrascan en uno de sus habituales juegos hasta que una frase del muchacho (la que da título al relato) de algún modo hace recapacitar al padre sobre la situación marital en la que estaba abocándose.

No son relatos con desenlaces sorprendentes o demoledores. No es eso lo que busca el autor. Los cuentos de Welcome to Normal recrean el proceso, o una concatenación de sucesos, por el cual un individuo toma una decisión que va a cambiar su vida. Es el caso de ‘Breaking Up’, y puede que también se pueda intuir un cambio de gran calibre en ‘Range’; es en cambio el aspecto definitorio del último relato de esta colección, ‘The Magnificent Amberson’. Una pareja de vinicultores de Queensland realizan un viaje a Taiwán con la intención de colocar sus vinos en el cada vez mayor mercado asiático. Acuciados por las deudas, y con muy diversas opciones para intentar expandir su negocio, un encuentro con un empresario taiwanés, antiguo estudiante de la Universidad de Queensland, resultará decisivo para que tomen una decisión muy importante.

El emblemático edificio Taipei 101. Fotografía de Meow.
En ‘Grass Valley’ el narrador es nuevamente un niño australiano, Adam, que acompaña a su padre en un viaje a Berkeley, California. El padre regresa en un viaje nostálgico adonde estudió durante un año, cuando el abuelo, un científico de renombre, formó parte de un importante grupo de investigadores. Pero el padre aprovecha el viaje para visitar a un antiguo amor, Laura, ahora divorciada y con un hijo de más edad que el narrador, y con ciertas tendencias violentas y sádicas. Tras la extraña visita a Laura, padre e hijo regresan al motel. Ya acostado, escucha la voz de su padre mientras habla por teléfono con su madre, quien también ha ido de vacaciones acompañada de la hermana de Adam, pero a visitar a familiares en Gales.

Son relatos bien escritos, pero para nada ambiciosos. Nick Earls permite que como lectores intuyamos más de lo que dicen las palabras en la página, un esfuerzo que debería ser siempre algo bienvenido.

19 jun 2015

Reseña: Barley Patch, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, Barley Patch (Artarmon: Giramondo, 2009). 265 páginas.

Murnane explica al comienzo de Barley Patch que, antes de la publicación de este libro, había dejado de escribir ficción después de casi treinta años de escribir lo que “los editores y casi todos los lectores llamaban novelas o relatos breves, pero que los llamasen así con el tiempo empezó a hacerme sentirme incómodo, y me dio por usar únicamente la palabra ficción como nombre de lo que yo escribía. Cuando finalmente dejé de escribir, no había usado durante muchos años los vocablos novela o cuento en conexión con mis escritos. Varias otras palabras que igualmente evitaba: crear, creativo, imaginar, imaginario, y por encima de todas, imaginación. Mucho antes de que dejara de escribir, llegué a comprender que yo nunca había creado ningún personaje ni imaginado ninguna trama. Mi forma preferida de resumir mis deficiencias era simplemente decir que no tenía imaginación.” (p. 5, mi traducción, como el resto de citas del libro).

Ciertamente, Barley Patch derriba cualquier noción de plausibilidad en torno a los límites entre lo que es ficción y ensayo autobiográfico. Es un texto que camina tortuosamente entre uno y otro género, generalmente sin orden ni concierto. No existe una trama y los personajes no son otra cosa que imágenes en un paisaje (hay que puntualizar aquí que Murnane evita generalmente la palabra character y favorece el uso de personage, lo cual causará algún que otro dolor de cabeza a quienes tengan que traducir su obra algún día).

Me espetará posiblemente quien haya leído lo anterior y no conozca ninguna de las obras de ficción en prosa de Murnane: ¿entonces, de qué va el libro? Una posible respuesta incluiría los recuerdos de la niñez del yo del autor, a su vez ficcionalizado como narrador, entre los que se incluyen algunos libros y revistas, catálogos de ventas, canciones, visitas a familiares en remotas granjas de distritos rurales del estado de Victoria, carreras de caballos, hipódromos y jockeys, la escolarización en una escuela católica de la Australia de posguerra, paisajes de pastizales mayormente planos rodeados o delimitados por filas de árboles, y edificios desde los cuales sería posible o bien contemplar esos paisajes o espiar a una joven atractiva, o bien refugiarse en una pequeña recámara en ellos, donde intentar escribir ficción en prosa o poesía. Es decir, nada realmente tangible como argumento.

O! Dem Golden Slippers

Esta es una escritura que se explora a sí misma, una especie de autoindagación, y en consecuencia tiene algo de obsesiva, pues retoma una y otra vez detalles, motivos e imágenes. De hecho, el inicio de Barley Patch es una pregunta (“Must I write?”), y las diversas secciones del libro (no se puede hablar de capítulos) van precedidas de preguntas o interpelaciones del autor a sí mismo.

Uno de los problemas de Barley Patch es que la narrativa se vicia en ocasiones con una sintaxis deliberadamente dificultosa, como si la compleja temática que aborda necesitase de una estructura compleja. El resultado es una sensación de frustración, de estar dando vueltas en círculos viciosos que no llevan a ninguna parte. ¿Será cierto que la escritura como autoexploración engendra monstruos?

La contrapartida, cuando Murnane se aleja de esa especie de ensimismamiento, cuando decide no transitar por ciénagas o terrenos pantanosos en los que es fácil hundirse, es muy gratificante para todo lector que busque reflexiones sobre el mismo acto de la lectura o el proceso de ficcionalización de una experiencia. Sobre el primero, este párrafo me pareció sumamente ilustrativo:

“…todas las así llamadas descripciones de los así llamados personajes en obras de ficción se han malgastado en mi caso desde que comencé a leer tales obras. ¿Durante cuántos años leí obedientemente lo que yo consideraba pasajes descriptivos? ¿Con qué frecuencia intentaba sentirme agradecido a los autores que incluían tales pasajes en sus obras, permitiéndome de ese modo ver vívidamente, mientras leía, lo que ellos, los autores, habían imaginado mientras escribían? Puedo recordar haber descubierto ya en 1952, mientras estaba leyendo Mujercitas, de Louisa M. Alcott, que los personajes femeninos en mi mente, por así llamarlos, tenían una apariencia por entero diferente de los personajes en el texto, por así llamarlos. Yo era demasiado joven por entonces para saber que esto no era consecuencia de que yo fuese un lector inexperto. Pasaron muchos años antes de que comenzara a entender que mirar línea tras línea de texto es solo una pequeña parte de la lectura; que me pudiera hacer falta escribir sobre un texto antes de poder decir que lo había leído por completo; que aun mientras escribo la presente pieza de ficción estoy intentando leer un cierto texto. (Con la escritura, el tema parece haber sido de otra manera. Siendo un hombre joven, ya comprendía que podría ser capaz de escribir ficción sin haber observado primero numerosos lugares y personas y eventos interesantes e incluso sin poder imaginar escenarios y personajes y tramas, pero no fue hasta el día en que dejé de escribir que comprendí lo que había estado haciendo todo el tiempo cuando había pensado que estaba meramente escribiendo.)” (p. 26-7)
Mujercitas
O éste, mucho más breve, sobre los límites de la ficción:

“Se ajustaría muchísimo a mi propósito al escribir esta obra de ficción si informara de que aprendí en mi niñez que una obra de ficción no está necesariamente encerrada dentro de la mente de su autor, sino que en sus extremos se extiende hacia territorio poco conocido.” (p. 68)
El juego entre la realidad y la ficción es la esencia de la narrativa de Murnane. Confundir ambas en el interior de una obra de ficción podría llevar al lector a responder a la pregunta que se hacía el autor con otra pregunta: ¿Por qué leer esto? Desde luego, la lectura de Tamarisk Row y de A Lifetime on Clouds me dejaron mucho mejor sabor de boca que Barley Patch. Eso no quiere decir que vaya a dejar de leer sus otros libros.

En un fragmento de entrevista realizada por Ivor Indyk y publicada en septiembre de 2014 en Sydney Review of Books (aquí), decía Murnane lo siguiente: “I can say in all honesty and sincerity that I can’t tell the difference between my fiction, my thinking about my fiction, and my life.” Pienso yo que Murnane es realmente afortunado: hay un episodio de mi vida que ya quisiera yo poder convertir en ficción y disociar de mi realidad de modo permanente.

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