Will Self, The Butt (Londres: Bloomsbury, 2008). 355 páginas.
El estadounidense
Tom Brodzinski está a punto de terminar sus vacaciones en un país innombrado
cuando decide salir al balcón del apartamento y disfrutar de su último
cigarrillo. Ha tomado la sabia decisión de dejar el tabaco para siempre, en un
lugar donde las leyes han marginado al fumador a zonas muy claramente
demarcadas (y que recuerda mucho a la realidad australiana). Terminado el
cigarrillo, Tom inadvertidamente lanza la colilla todavía encendida, y por mala
suerte cae en la cabeza pelada de un hombre ya mayor que estaba en el patio con
su joven esposa. La colilla le provoca una quemadura aparentemente sin
importancia.
Aparentemente
solo. Ese será el comienzo de una pesadilla para Tom. Las leyes se aplican de
manera inexorable en este extraño país sin nombre, y a la mañana siguiente Tom
ya ha sido identificado, y una posible orden de arresto es solo cuestión de
minutos. La colilla ha atravesado el espacio público y Tom no estaba respetando
las distancias marcadas para los fumadores. Para empeorar todavía más las
cosas, la joven esposa de la víctima pertenece a una de las tribus del país, y
por ello las leyes autóctonas relativas a castigos y compensaciones serán de
aplicación.
Tom organiza el
regreso de su familia a los EE. UU., pero debe permanecer en el país a la
espera del juicio. Lo que debiera ser un simple trámite administrativo se
convierte en un intricado litigio, cuya resolución implicará a Tom en un viaje
al interior del país, envuelto en conflictos domésticos que bien pudieran
reflejar el Iraq posterior a esa intervención ‘salvadora’ de las potencias
democráticas (y otros países adláteres venidos a menos cuyos líderes se
cursaron invitación a las Azores). Uno trata de escribir en modo ironía, eh;
por si acaso, que quede claro.
En su viaje Tom
habrá de ir acompañado de un tipejo al que supone un despreciable pederasta, un
¿inglés? llamado Brian Prentice. Las extraordinarias distancias que han de
recorrer son ciertamente tediosas – la hipérbole no funciona en este caso:
quien haya cruzado Australia sabe que los números que menciona Self, aunque
estén próximos, no se ajustan a la realidad. Pero, además, la meticulosidad que
despliega el autor para la descripción de chocantes sistemas legales y
sutilezas procedimentales de muy dudosa credibilidad puede que importune más
que entretenga al lector.
La cuestión, a
fin de cuentas, es saber qué narices de misión ha de acometer Brodzinski en el
interior de ese país de paisaje inhóspito y pobladores que solo parecen buscar
aprovecharse de él y exprimirle la tarjeta de crédito al máximo. ¿Es su
cometido eliminar a Prentice – y de paso llevarse los jugosos beneficios de la
tontina que han suscrito antes del viaje? ¿O es en realidad el juguete de otros
que mueven los hilos, cabeza de turco y víctima propiciatoria, y todo como
consecuencia del lanzamiento de su última colilla?
¿Y si se hubiesen escrito tantas novelas como colillas hayan sido lanzadas al aire por esas personas cegadas por el humo? Fotografía de Stefan-Xp. |
Self vuelve a
demostrar su gran capacidad inventiva para escribir ficción de alto calibre. The Butt reúne elementos de la novela
distópica y de gesta de carretera: son los ecos de El corazón de las tinieblas de Conrad. Pero como en sus libros
anteriores, es la sátira lo que predomina. El colonialismo, tanto el
decimonónico como el actual (no menos brutal por menos obvio que sea), esa
industria legal tan en boga de la compensación jurídica que ha devenido en
explotación de cualquier subterfugio por parte de letrados sin escrúpulos, la
industria de la ayuda humanitaria… todos estos temas quedan retratados en la
novela, y ninguno sale bien parado.
Con personajes
tan sutilmente retratados a través de sus palabras como el cónsul honorario, Winnie,
o el abogado Jethro Swai-Phillips, un letrado local de pelo ensortijado, que
viste camisas hawaianas y hace gala de una portentosa ambigüedad moral y
profesional, The Butt tiene todos los
elementos para hacer disfrutar a los fans de Self. La única pega, como ya he
mencionado, es la posiblemente innecesaria longitud de la narración del viaje.