1 dic 2017

Reseña: The Butt, de Will Self

Will Self, The Butt (Londres: Bloomsbury, 2008). 355 páginas.

El estadounidense Tom Brodzinski está a punto de terminar sus vacaciones en un país innombrado cuando decide salir al balcón del apartamento y disfrutar de su último cigarrillo. Ha tomado la sabia decisión de dejar el tabaco para siempre, en un lugar donde las leyes han marginado al fumador a zonas muy claramente demarcadas (y que recuerda mucho a la realidad australiana). Terminado el cigarrillo, Tom inadvertidamente lanza la colilla todavía encendida, y por mala suerte cae en la cabeza pelada de un hombre ya mayor que estaba en el patio con su joven esposa. La colilla le provoca una quemadura aparentemente sin importancia.

Aparentemente solo. Ese será el comienzo de una pesadilla para Tom. Las leyes se aplican de manera inexorable en este extraño país sin nombre, y a la mañana siguiente Tom ya ha sido identificado, y una posible orden de arresto es solo cuestión de minutos. La colilla ha atravesado el espacio público y Tom no estaba respetando las distancias marcadas para los fumadores. Para empeorar todavía más las cosas, la joven esposa de la víctima pertenece a una de las tribus del país, y por ello las leyes autóctonas relativas a castigos y compensaciones serán de aplicación.

Tom organiza el regreso de su familia a los EE. UU., pero debe permanecer en el país a la espera del juicio. Lo que debiera ser un simple trámite administrativo se convierte en un intricado litigio, cuya resolución implicará a Tom en un viaje al interior del país, envuelto en conflictos domésticos que bien pudieran reflejar el Iraq posterior a esa intervención ‘salvadora’ de las potencias democráticas (y otros países adláteres venidos a menos cuyos líderes se cursaron invitación a las Azores). Uno trata de escribir en modo ironía, eh; por si acaso, que quede claro.

En su viaje Tom habrá de ir acompañado de un tipejo al que supone un despreciable pederasta, un ¿inglés? llamado Brian Prentice. Las extraordinarias distancias que han de recorrer son ciertamente tediosas – la hipérbole no funciona en este caso: quien haya cruzado Australia sabe que los números que menciona Self, aunque estén próximos, no se ajustan a la realidad. Pero, además, la meticulosidad que despliega el autor para la descripción de chocantes sistemas legales y sutilezas procedimentales de muy dudosa credibilidad puede que importune más que entretenga al lector.

La cuestión, a fin de cuentas, es saber qué narices de misión ha de acometer Brodzinski en el interior de ese país de paisaje inhóspito y pobladores que solo parecen buscar aprovecharse de él y exprimirle la tarjeta de crédito al máximo. ¿Es su cometido eliminar a Prentice – y de paso llevarse los jugosos beneficios de la tontina que han suscrito antes del viaje? ¿O es en realidad el juguete de otros que mueven los hilos, cabeza de turco y víctima propiciatoria, y todo como consecuencia del lanzamiento de su última colilla?
¿Y si se hubiesen escrito tantas novelas como colillas hayan sido lanzadas al aire por esas personas cegadas por el humo? Fotografía de Stefan-Xp.
Self vuelve a demostrar su gran capacidad inventiva para escribir ficción de alto calibre. The Butt reúne elementos de la novela distópica y de gesta de carretera: son los ecos de El corazón de las tinieblas de Conrad. Pero como en sus libros anteriores, es la sátira lo que predomina. El colonialismo, tanto el decimonónico como el actual (no menos brutal por menos obvio que sea), esa industria legal tan en boga de la compensación jurídica que ha devenido en explotación de cualquier subterfugio por parte de letrados sin escrúpulos, la industria de la ayuda humanitaria… todos estos temas quedan retratados en la novela, y ninguno sale bien parado.

Con personajes tan sutilmente retratados a través de sus palabras como el cónsul honorario, Winnie, o el abogado Jethro Swai-Phillips, un letrado local de pelo ensortijado, que viste camisas hawaianas y hace gala de una portentosa ambigüedad moral y profesional, The Butt tiene todos los elementos para hacer disfrutar a los fans de Self. La única pega, como ya he mencionado, es la posiblemente innecesaria longitud de la narración del viaje.

14 nov 2017

Han Kang's The Vegetarian: A Review

Han Kang, The Vegetarian (London: Portobello Books, 2015). 183 pages. Translated from the Korean by Deborah Smith.
The number of articles and essays outlining the ever-increasing risks of eating the meat of chickens and other animals that are being treated with antibiotics and/or chemical substances is alarming. The presence of microplastics and fibres in ocean-caught fish has been proven and is yet another threat to any attempts to live a healthy life. Even the most widely used herbicide, glyphosate, appears to leave dangerous levels of residues in vegetables and fruits. It’s enough to drive one crazy, isn’t it? Should we eat only what we grow ourselves? Should we eat anything at all?

The premise of Han Kang’s novel is not too dissimilar: Yeong-hye, married to boring office worker Mr Cheong, wakes up one morning after having had a dream. Hers is nothing like Martin Luther King’s, though. Whatever her dream may have been, what it means is that she will no longer eat meat. The couple’s fridge and freezer are promptly emptied of all meats and fish (much to her husband’s wrath). When a few days later they have to attend a corporate dinner with the families of his bosses and other employees, Yeong-hye refuses to eat and is disparaged and sneered by every person at the table.

Her own family cannot understand or even accept why she has turned vegetarian. During a family reunion, Yeong-hye’s father reacts violently to her refusal to eat the many dishes that have been prepared. After he tries to force-feed her, she slashes her wrists. The commotion is of course huge, and as a result her marriage will soon be over. Yeong-hye goes down in a spiral of violence, psychosis and suicidal thoughts compounded by anorexia.

The novel is in fact a series of shorter narratives. The first one is narrated by Cheong in the first person; this provides the story with a rich point of view while allowing Kang to depict Korean society as coldly patriarchal and man-centred. Cheong describes his vegetarian wife as unattractive and uninteresting when he met her, reasons for which he sought to marry her. Go figure.

The second part is narrated in the third person, and tells of how Yeong-hye’s sister’s husband, an unsuccessful visual artist, convinces her to get her whole painted with flowers and act, together with a colleague of his, in a profoundly erotic video. When her brother-in-law suggests they perform actual sex, his colleague feels insulted and leaves. Yeong-hye shows enthusiasm for the sensations flowery skin arouse in her, so he gets painted by a former lover and returns hours later to film the sex video. They are found a few hours later by the artist’s wife and Yeong-hye’s sister. A birthmark in Yeong-hye’s buttocks gives this second part the title: ‘The Mongolian Mark’.

The third and final part adopts the protagonist’s sister’s point of view. Some time has passed since her sister kicked out her artist husband, and Yeong-hye is now in a residence for mental patients. She now refuses to eat: nothing at all will make its way into her stomach and an intravenous drip has been attached to her emaciated and fast-deteriorating body.

This is not a story about vegetarianism, which in any case is always a completely respectable ethical choice these days. The Vegetarian shows the clash between a dreadfully traditional society and the search for personal freedom of a woman trapped within the strictures of such a society. It is also a thought-provoking tale on death and the right to put an end to one’s life. Although there is no actual justification for Yeong-hye’s stubborn descent into emaciation and physical and mental ruin other than her insistence on avoiding contact with animals and loving trees, the question is asked: why is dying such a bad thing?

Personally, I’ve never given vegetarianism much of a thought. I still remember the most delicious bife con papas I’ve ever had, in a place called Energía in the province of Buenos Aires. If only all meats were this good!
The place is called Energia. The beef was superb! Photograph by
luis1977. 
The Vegetarian was awarded the 2016 Man Booker International Prize for literature translated into English. If you feel like reading further about it, I recommend this insightful article by Tim Parks, who raises some meaningful questions about Deborah Smith’s prized job. Naturally, the book has now been translated into many other languages. But is it really such a worthy winner? Hard to say.

11 nov 2017

Reseña: She Will Build Him a City, de Raj Kamal Jha

Raj Kamal Jha, She Will Build Him a City (Londres: Bloomsbury, 2015). 339 páginas.
Delhi, la milenaria capital de la India, es el escenario de esta curiosa amalgama de historias sobre las vidas de muy diferentes personajes que se relacionan únicamente de manera tangencial entre ellos. Son además personajes sin nombre en una inmensa ciudad cuya área metropolitana ha rebasado ya los 25 millones de habitantes: Hombre, Mujer y Niño constituyen los tres principales ejes narrativos, en episodios tejidos dentro de una más amplia estructura narrativa que a ratos me ha recordado al John Dos Passos de la trilogía USA.

¿Quiénes son? Niño es un bebé abandonado a las puertas de un orfelinato, y al que los gestores de la institución deciden bautizar como Huérfano. En su difícil vida cuenta con dos protectores: la cuidadora del orfelinato, Kalyani, y una perra callejera que se lo lleva cuando el edificio del orfelinato se derrumba durante una tormenta. Mujer es una viuda, madre de una joven que ha huido de casa y cuenta la historia de su vida mientras reza para que la chica regrese. Hombre es un rico psicópata encaprichado con una niña vendedora de globos, cuyo fantasma le incita a volver a asesinar.

El tren se detiene, levantando una ola de aire caliente que surge del túnel y sube hasta el andén. Se abren las puertas, sale la gente desparramándose por la estación. Un olor como de verduras putrefactas, a pan y plátanos que se hayan echado a perder.
A muerte y humedad.
El poeta Gieve Patel es también pintor. Suyo es Hombre bajo la lluvia con pan y plátanos (óleo sobre lienzo, 2001). Es su pintura favorita porque el hombre del cuadro se parece a su padre. Los mismos ojos tristes, las mismas viejas gafas.
Próxima estación: Patel Chowk; las puertas se abrirán a la derecha. Cuidado con introducir el pie entre coche y andén.
Doce paradas más hasta que llegue a casa en el Complejo de Apartamentos, en Ciudad Nueva.
Hombre se queda de pie, y cierra los ojos. (p. 8, mi traducción)
Gieve Patel, Man in the Rain with Bread and Bananas, 2001.


El autor busca mostrarnos a través de estos episodios y viñetas cómo es la realidad en el corazón de Delhi. Pero lo hace introduciendo elementos fantásticos y surrealistas: el gran centro comercial en el centro de la Nueva Delhi es el lugar donde los niños de la calle se reúnen durante la noche a jugar y comer los restos de comida basura que encuentran en las papeleras que no hayan sido vaciadas, y en el interior del complejo de multicines Europa vive una mujer llamada Violets Rose (anagrama de Love Stories) que se hará cargo de Huérfano cuando la perra Bhow lo lleve al gran complejo comercial. Frente a la casa de Mujer aparece entre la niebla una gigantesca figura femenina de cuatro metros de estatura que trata de consolar a la viuda.

Una narración fragmentada en hilos argumentales que se cruzan, sin nunca llegar a confluir en uno solo, She Will Build Him a City me sorprendió con su lenguaje ligeramente mordaz y la dinámica sucesión de episodios. El conjunto, tras la lectura del libro, se ve como una sombría fábula de la India urbana de principios del siglo XXI, en una ciudad donde las autoridades se han visto obligadas a
cancelar las clases en las escuelas primarias por los peligrosos niveles de contaminación atmosférica. Los momentos más memorables de la novela son aquellos en los que interactúan individuos de las élites millonarias con sus subordinados.

Al deshumanizar a los personajes principales, Raj apuesta por encuadrar su historia en una escala que sobrepasa con creces todo lo humano. Las gigantescas dimensiones de los edificios modernos se contraponen al rickshaw del padre de Kalyani, quien apenas gana suficiente para comer lo básico en un oficio que, en pocos años, va a llevarle a la muerte por el aire viciado en el que tiene que trabajar. 

She Will Build Him a City estuvo seleccionada en la lista corta de los libros candidatos al Premio DSC de Literatura del Sur de Asia de 2016.

22 oct 2017

Reseña: El Sistema, de Ricardo Menéndez Salmón

Ricardo Menéndez Salmón, El Sistema (Barcelona: Seix Barral, 2016). 327 páginas.
La palabra sistema (del griego σύστημα ' reunión, conjunto, agregado' — identifica una serie de reglas, estamentos y procedimientos que disponen el funcionamiento de un grupo o colectividad, o en términos generales, la sociedad. En esta novela de Menéndez Salmón, el Sistema es un conjunto (un archipiélago, nos dice el Narrador, el protagonista de El Sistema) en el que hay dos grupos enfrentados. Por una parte, los Propios del Sistema, autoerigidos en legítimos defensores de la civilización; como en toda narrativa que se precie debe haber un antagonista, en este caso ese papel corresponde a los Ajenos, exteriores, bárbaros, peligrosos. Nosotros y ellos. Nada nuevo bajo el sol.

El Narrador lleva cinco años trabajando en una Estación en la costa de una isla llamada Realidad. Su misión es vigilar el litoral y avisar al Sistema de cualquier incidente, especialmente el avistamiento de Ajenos, personas cuya ideología es contraria al Sistema y busca socavarlo. Cuando llegan dos ingenieros que instalan una Caja a la cual le prohíben acceder al Narrador, las cosas empiezan a cambiar rápidamente. Con el paso de los días, el Narrador se derrumba; tras un tratamiento médico, regresa a la Estación y es testigo de la llegada de Ajenos, pero no la reporta. Le asignan un compañero llamado Buena Muerte, comprueba con incredulidad cómo se distancia de su familia y finalmente abandona su puesto.

Un estupendo puesto de vigía para pasar un finde. Acantilados cerca de Garie Beach, al sur de Sydney. Fotografía de Timothy M Roberts.
El resto de la esquematizada trama es una extraña odisea del Narrador, quien es internado en una Academia del Sueño hasta la caída del Sistema y la invasión de Realidad por parte de los Ajenos. De allí se embarca con su celador/doctor, Klein, en una gabarra infernal que los Ajenos conducen hasta el Gran Norte y finalmente hasta otra isla donde hay una absurda estructura arquitectónica denominada la Cosa.

El Sistema es una densa novela de ideas. Son muchas (y desde luego, muy buenas) las que explora el Narrador. Pero son tantas que en ocasiones la estructura novelística se resiente. Menéndez busca examinar el deterioro de la sociedad posmoderna que, según parece, estamos viviendo en estas primeras décadas del siglo XXI. La sociedad que el Sistema defiende por todos los medios — sean lícitos, limpios o justos no parece importarle a nadie — es sin duda ignominiosa, pero no tan distante de la que ha producido, por poner un ejemplo palpable, un 50% de paro juvenil en esa “isla” que Menéndez da en llamar Realidad y que tanto ha defraudado a una generación entera de sus ciudadanos.

El Narrador se ve desde un principio como pieza del mecanismo del Sistema, y sus actos subversivos se recogen en tres cuadernos, que corresponden a las tres primeras partes de El Sistema. En sí, la novela es un gran juego metaliterario — además de las citas que el autor recoge en la nota final del libro, hay una infinidad de ecos literarios, que divertirá sin duda a quien le atraiga esa clase de pasatiempo.

A mi parecer, esta novela del autor de Derrumbe tiene dos problemas. El primero es, obviamente, la patente trabazón conceptual del empeño del autor: son tantas las ideas que la trama se atasca en ellas. El segundo lo identifico en la decisión deliberada del autor de escoger tres puntos de vista para cada una de las cuatro partes. La primera, ‘En la Estación’, nos presenta al Narrador a través de la tercera persona. En la segunda, ‘En la Academia del Sueño’, el Narrador nos habla en primera persona. Ese salto no debiera ser tan importuno si en las otras dos se mantuviera algún atisbo de coherencia. Pero no es así: en la tercera parte el Narrador se habla a sí mismo en segunda persona, un recurso efectista, pero en mi opinión poco exitoso. Por último, en la cuarta parte, ‘En la Cosa’, la narración vuelve a la tercera persona con una voz omnisciente. Si lo que buscaba Menéndez Salmón era sembrar el caos, no hay duda de que se ha acercado al objetivo. Pero su novela flaquea como resultado de esos vaivenes.

La interminable curiosidad por conocer.... y conocernos.
Clave para la interpretación de la novela resulta el cuadro de Rembrandt La lección de anatomía del doctor Tulp. Pienso que Menéndez identifica el cuadro — esto es, la representación artística — como concreción de la belleza en tanto que máxima creación humana. El tema de fondo de El Sistema sería pues la regeneración de la humanidad. En todo caso, esta novela no deja un buen sabor de boca: a ratos uno no tiene claro si está leyendo ficción o un tratado de literatura filosófica. Quizás algún día el Narrador nos lo pueda explicar, pero lo dudo.

14 oct 2017

Reseña: Men in Space, de Tom McCarthy

Tom McCarthy, Men in Space (Nueva York: Vintage, 2012 [2007]). 293 páginas.
En la reseña que colgué aquí hace unos meses de C, la segunda novela de Tom McCarthy, dije que no había podido leer su primera, Men in Space, porque no se encontraba en la biblioteca local. Apenas horas después de publicar la reseña, rellené el formulario en línea que la red de Bibliotecas Públicas de Canberra tiene para sugerencias de los usuarios para adquisiciones, y en un par de semanas… ¡equilicuá! Realmente, los canberranos somos privilegiados por tener estas excelentes bibliotecas tan cerca.

La primera obra de McCarthy, según admite el autor en la página de reconocimientos que sigue al texto, nació a partir de varios textos medio autobiográficos que con el paso del tiempo se fueron convirtiendo en algo de mayor enjundia. La novela se desarrolla en su mayor parte en Praga, en los meses anteriores a la división de la antigua Checoslovaquia en dos estados, suceso – en todos los sentidos de la palabra – que algunos debieran tener presente antes de juzgar precipitadamente otros eventos de – perdón por el cliché, pero en este caso es más que apto – rabiosa actualidad.

Nick Boardaman (nombre suena muy cercano a ‘borderman’ (¿Una especie de centinela fronterizo quizás?) es un joven inglés graduado en Bellas Artes, que está viviendo por cuatro chavos en Praga mientras espera confirmación de una oferta de trabajo en Ámsterdam. Para permitirse unas cuantas copas más, trabaja de vez en cuando posando desnudo para estudiantes checos de arte. En ese entorno conoce a mucha gente: jóvenes artistas, artistas consagrados, representantes, refugiados, y otros expatriados europeos y estadounidenses.

El hilo conductor de esta narración deliberadamente disociada y fragmentaria es una pintura bizantina, un icono robado en la capital búlgara Sofía. Anton Markov, árbitro de fútbol retirado que tiene conexiones con una mafia búlgara, convence a un artista local, Ivan Manasek, para que haga una reproducción del cuadro. Ivan le tiene alquilada una habitación a Nick, y por la casa pasan toda una serie de personajes bohemios, algunos más extravagantes que otros, y por supuesto figurantes de todo tipo.

Por encima de todo esto hay dos niveles: por un lado, la policía secreta que le sigue la pista al cuadro robado; y por otro (el título no es una casualidad) el cosmonauta soviético que quedó varado en su nave en el espacio tras la desintegración de la URSS (historia que me hizo recordar al protagonista de ‘L’home més sol del món’, en Contes russos, el divertidísimo cuento de Francesc Serés, quien apenas hace una semana mandó, con toda la razón, al ya claramente reaccionario EL PAÍS a freír espárragos. ¡Bien hecho, Francesc!

Men in Space está narrada desde múltiples perspectivas, con varias voces narrativas: por ejemplo, la del informe de un agente secreto de la policía checoslovaca, quien conforme avanza la trama va perdiendo la noción de la realidad al tiempo que pierde el sentido del oído. McCarthy usa el telón del inminente cambio político más como un arreglo accesorio que como tema en sí mismo. No es ese el tema que le interesa.

Todos los personajes principales (y son muchos, a decir verdad) son individuos frágiles, perdidos en Praga. Anton sueña con recuperar a los hijos de su esposa y llevarse a toda la familia a vivir en los EE. UU., y no duda en pedirle a Nick que le corrija las cartas que escriben a las autoridades para tratar de conseguir un veredicto favorable. Joost, el marchante de arte holandés, que descubre el talento de Ivan y decide ofrecerle la oportunidad de exhibir en otras ciudades europeas, y cuya visión de esta historia nos viene dada a través de las cartas que le escribe a su compañero en Ámsterdam. El mismo Nick, inseguro de su porvenir, o la joven Heidi, norteamericana profesora de inglés que no sabe muy bien qué busca en Praga.

“Se trata de un pequeño laberinto a poca distancia del parque. Hay incluso un canal aquí. Gabina sabía exactamente dónde está la calle: justo detrás del muro de John Lennon. Ella se sumó a las vigilias en ese mismo lugar cada día durante la revolución. Nick ha visto las fotos: una Gabina con los ojos como platos, sosteniendo una vela en la mano, con una bandana en la frente, una hippy adolescente. El muro cuenta con un enorme retrato del gran Beatle; debajo de éste, cientos de pequeños mensajes garabateados y doblados, embutidos en botellas o colocados debajo de las piedras. Y mientras Nick pasa por delante de ellos, camino de la casa de la madre de Ivan Manasek, le vuelve a rondar la cabeza esa tonada que estuvieron tocando los músicos callejeros en la fiesta en la casa de Jean-Luc, aunque con letra imprecisa: algo sobre malos vuelos, teléfonos desconectados y maletas por deshacer, y un país desencajado…” (p. 184-5, mi traducción) John Lennon Wall, fotografía de Another Believer.
Los temas, prácticamente obsesivos para McCarthy, como se puede ver en la brillantísima Remainder y en C, son, por un lado, la noción del arte como réplica, copia, simulacro y falsificación. Toda manifestación artística es la inauténtica reproducción de otra, en una serie infinita que lleva al absurdo. Y, por otro lado, Men in Space incide en las estrictas jerarquías inherentes en los sistemas y estructuras de la sociedad moderna, tema que desarrolla sutilmente en los fragmentos del informe del policía que termina completamente sordo y enajenado.

Jugando con elementos de la novela de misterio y de detectives, McCarthy construye un relato que no solo divierte; al contar con un armazón que une distintas historias en un raro calidoscopio, el lector nunca termina de tener una base sólida, un punto de anclaje. McCarthy te deja como flotando: un lector en el espacio.

Men in Space está ya publicada en castellano: Hombres en el espacio (Editorial Pálido Fuego), traducida por José Luis Amores en 2017.

3 oct 2017

Reseña novienvre, de Luis Rodríguez

Luis Rodríguez, novienvre (Barcelona: Tropo, 2016). 170 páginas.
¿Qué cabe esperar de un libro cuyo título supone toda una declaración de intenciones transgresoras? La errata de novienvre es deliberada, pero no parece ser una señal en dirección a nada en particular dentro de esta paradójica novela de Luis Rodríguez, cántabro radicado en Benicàssim que hasta la fecha (que yo sepa) ha publicado tres novelas.

La historia de novienvre está narrada en primera persona, pero Rodríguez no hace ninguna concesión al lector convencional. Más bien es lo contrario. Diríase que el autor disfruta abriendo amplias lagunas temporales en la historia, que no tiene ninguna intención de revisitar o aclarar. El protagonista se llama Luis Rodríguez, como el autor. Cuando acude a Torrelavega con su madre para una revisión médica, le extraña oír su nombre pronunciado en voz alta en una ciudad donde nadie le conoce.

En el pueblo montañés donde nace y crece Luis, las jerarquías son las evidentes y palmarias: se articulan por medio de las bofetadas que reparten a diestro y siniestro el maestro de la escuela o el sargento de la Guardia Civil, según corresponda. Hay otros niños y niñas, con quienes Luis se lleva mejor o peor. Pero un día aparece un muchacho al que nadie conoce, y que es bien distinto del resto: se llama Genaro.

La dinámica social de los niños del pueblo cambia tras la llegada de Genaro. Construyen un caseto en el monte: “Recibimos pocas visitas. […] Nadie nos roba ni nos lo tira; le tienen miedo a Genaro” (p. 28) Luis rememora su infancia a través de breves episodios: no son vivencias extraordinarias ni singulares, son momentos inconfundibles de una infancia repleta de ese tipo de aventuras normales (o quizás no tanto) en cualquier muchacho criado en la parte final de la dictadura franquista: el primer contacto con la muerte; el descubrimiento del sexo; el primer cigarrillo; la confesión de una espantosa traición por parte de un hombre del pueblo.

Llegado el momento, Luis debe irse del pueblo para proseguir con sus estudios. Logra una beca para estudiar banca en una academia de Calatayud. Cambia de escenario, pero no se zafa de las relaciones jerárquicas que marcan territorios y derechos. Acude a Madrid a las pruebas de selección y le dan trabajo en un banco, donde al poco tiempo empezará a hacer pequeñas sisas. Descontento, inconforme y desconectado de la capital, deja el trabajo y regresa a Santander.

"Compro un ciclomotor de segunda mano. Me sirve para constatar una reacción mental curiosa: hay cosas que mi cerebro no asimila. No consigo aislarlo, descubrir qué lo motiva. Circulo por Madrid: paro si paran los vehículos y salgo cuando los demás. Para mí, los semáforos son jeroglíficos. Lo de la moto dura poco; un día, en La Castellana, se me sale la cadena, aparco en la acera y me voy andando." (p. 58). Fotografía de Alex Proimos.
La vida del Luis Rodríguez que nos cuenta Luis Rodríguez es la andanza vital de un hombre que nunca termina de adaptarse a la sociedad en la que ha tocado vivir. Si hace cosas tan absurdas como hacerse unas fotos tamaño carné y poco después presentarse como policía de paisano a una señora en la calle y mostrarle una para preguntarle si lo ha visto, es porque su explicación del mundo choca diametralmente con la realidad.

Hacia el final de la historia, reaparece Genaro como una presencia en las sombras. El desenlace es sorprendente, y muy acorde con la concepción de la narrativa que propone el autor. Es una narración fragmentaria, repleta de enormes huecos y lagunas que invitan u obligan al lector a concebir rellenos y sacar conclusiones.

Mención aparte merece el tercer capítulo: se trata de un catálogo de títulos esparcidos verticalmente sobre el papel. Un listado de lecturas de formación, de una sucinta manera de contar el paso de la adolescencia a la juventud y la madurez. Personalmente, no obstante, no lo encontré demasiado atractivo ni interesante en su presentación. Se infrautiliza el espacio que ofrece la página, y estéticamente no aporta nada.

novienvre no deja de ser una curiosa incógnita, una rara e infrecuente propuesta entre la mayoritariamente acomodaticia narrativa española actual; el autor presenta curiosos retos para el lector. Merecerá la pena seguirle la pista a este escritor en los próximos años.

1 oct 2017

Reseña: Liver, de Will Self

Will Self, Liver (Londres: Penguin, 2008). 276 páginas.
Uno de los platos que solía comer de pequeño, cuando allá por la década de los 70 la crisis económica cambió las dietas de muchas familias, eran buenos filetes de hígado de ternera. Nos decían que era rico en hierro y vitaminas, y que nos ayudaba a crecer. Ciertamente, con ajo y perejil, a la plancha con un buen aceite de oliva no resultaba desagradable.

El hígado es el órgano que da título a este cuarteto de nouvelles de Self. La primera es Foie Humaine, foie-gras humano, y se desarrolla casi en su totalidad en el Plantation Club de Soho, el cual parece a ratos una versión actualizada del Sealink Club, escenario de una obra anterior de Will Self, The Sweet Smell of Psychosis. A los clientes habituales del Plantation Club los vamos a conocer por sus motes, que son de lo más soez y variopinto: el Marciano, el Extra, el Coño y el Maricón, entre otros. El antro es un bebedero regido por Val, que siempre se refiere a todos y cada uno de los clientes con la misma palabra: ‘cunt’.

Los personajes son harto estrafalarios, grotescas caricaturas, (arque)tipos habituales en las novelas y relatos de Self. Val está practicando su sutil versión del gavage, esa práctica de alimentación forzosa de las ocas habitual en la Dordoña francesa; la víctima es Hilary, el camarero, cuyo vaso de cerveza recibe una inyección de vodka cada vez que se gira. Pasados los años, y con Val ya moribundo, es Hilary quien adopta el extraño hábito con el nuevo subalterno del club. El desenlace de este relato es más que sorprendente: estrambótico, implausible e hilarante.

La segunda nouvelle del libro, Leberknödel, se sitúa en Zúrich. Enferma de un cáncer de hígado irreversible, Joyce Beddoes sale de Inglaterra para poner fin a sus días en una de las clínicas suizas donde está permitido el suicidio asistido. La acompaña su alcoholizada hija Isobel (parroquiana del Plantation Club, qué casualidad). En el último instante, Joyce decide no tomar la dosis que pondría fin a su vida. Manda a su hija a tomar viento, decide quedarse en Suiza y, contra todos los pronósticos y diagnósticos médicos, parece empezar a recuperarse. En Zúrich entabla amistad con un grupo de católicos locales, quienes sugieren que podría tratarse de un milagro. Escéptica por naturaleza, Joyce optará por destruir la ilusión de los que se agarran a la fe como a un clavo ardiendo.

En el tercer relato, Prometheus, Self retorna a Londres, donde un moderno Prometeo trabaja para la agencia de publicidad propiedad del padre de la chica con la que está saliendo. A cambio de obtener la pericia y el genio necesarios para lograr el éxito de las más difíciles campañas publicitarias, el muchacho permite que un buitre le abra un tajo en el costado y le arranque un trozo de hígado cada cierto tiempo. En este tercer relato, la calidad de la narración decae sobremanera. Self riza el rizo de lo que es medianamente aguantable, abusa del recurso a imágenes mitológicas y sobrenaturales hasta el hartazgo; el lector se pierde.

Cierra el libro Birdy Num Num, narrado por el virus de la hepatitis C: soy uno y muchos, soy legión, dice la voz narradora que nos lleva al apartamento de un yonqui donde se lleva a cabo la venta y entrega diaria de heroína y crack. Alguno de los personajes es también parroquiano del Plantation Club, lo cual sirve de vago nexo entre las cuatro historias. También hace acto de aparición Cal Devenish, quien un par de años antes jugaba un papel secundario en The Book of Dave. Uno de los residentes, Billy, entre pinchazo y pinchazo, revive en su imaginación la inolvidable película The Party (El guateque), con el genial Peter Sellers en el papel de Hrundi V. Bakshi.

"Birdy Num Num"

En busca de la sátira despiadada, Self construye (infra)mundos muy creíbles, pero en el caso de Liver, solamente la historia de Joyce Beddoes alcanza los niveles de verosimilitud que sostienen la ficción. Las otras tres terminan por convertirse en meras figuraciones grotescas, en torno a temas ya tratados ya en sus libros anteriores: la adicción a las drogas, el alcoholismo, la enfermedad, la decadencia moral. Siempre está el sello Self, por supuesto, pero no todos los relatos deslumbran, y alguno, como Prometheus, incluso cansa.

21 sept 2017

Reseña: Days without End, de Sebastian Barry

Sebastian Barry, Days without End (Nueva York: Viking, 2016). 259 páginas.
El jovencísimo Thomas McNulty, quien con apenas 11 tiernos años de edad ha escapado de la hambruna en Irlanda que ha matado a toda su familia, conoce a John Cole, otro joven huido de la miseria, en algún lugar de Missouri. Podrían haberse enzarzado en una pelea a navajazos o a puñetazos, pero se hacen amigos y empiezan a compartirlo todo.

En su deambular llegan a una ciudad minera del medio-oeste, en donde encuentran un cartel en un salón-bar que ofrece trabajo a “chicos limpios”. El trabajo consiste en disfrazarse y maquillarse de mujeres, cantar delante de los mineros que no han visto a una mujer en años, y luego bailar con ellos. No es mal trabajo para quien no tiene oficio y sí mucha hambre.

Pero los años no pasan en balde – ni siquiera para dos adolescentes que se ganan la vida como travestis de salón – y tan pronto les salen los primeros pelos faciales el dueño del negocio tiene que deshacerse de ellos. En mitad del siglo XIX, las grandes planicies del centro de los Estados Unidos están abiertas a la aventura – la fiebre del oro está atrayendo a millones hacia el oeste del país, y para Thomas y John alistarse en el ejército no representa un gran dilema moral. En un mundo en el que “Los que no intenten robarme me darán de comer. Así es en América” (p. 258), ese sentido de la aventura está guiado por el instinto por la supervivencia.
Fort Laramie (ca. 1858-1860), en un cuadro de Alfred Jacob Miller (Walters Art Museum).
Thomas y su idolatrado John Cole viajan al oeste y participan en las campañas contra las naciones indígenas. El relato de estos combates es espeluznante. Thomas describe la injusticia, la brutalidad, las matanzas en uno y otro bando con una nota de realismo honesto, con significativa equidistancia respecto a la violencia propia de los ejércitos. Su narrativa está ribeteada de momentos líricos sobre elementos que, quizás en otros relatos, no se harían merecedores de ellos: el calor apabullante de las marchas por los llanos en verano, el frío mortífero de las ventiscas y heladas que deben soportar los soldados montados en escuálidos caballos, la suciedad y el hedor de los campamentos donde pernoctan.

Benvinguts al poble de Fort Laramie! 250 persones bones i sis rondinaires. Fotografía de Phil Nickell.  .
De la guerra contra los indios Thomas y John regresan con los bolsillos casi vacíos, como era de esperar, pero acompañados de Winona, hija de un jefe sioux, a la que tratarán desde entonces como a una hija. Vuelven a trabajar entre candilejas, y esta vez es Winona la que encandila al público. Pero entonces estalla la guerra civil entre Norte y Sur; Thomas y John vuelven a alistarse, dejando a su hija bajo los cuidados de su patrón y amigos. Tras varias batallas, descritas con todo lujo de detalles, pero siempre con el mismo tono ecuánime, son capturados y llevados al campo de prisioneros de Andersonville en Georgia. A algunos prisioneros los confederados los ejecutan sin más: a los de raza negra y a los que les prestan ayuda a los anteriores.

Monumento a los prisioneros de guerra en Andersonville (Georgia). Fotografía de David F. Ellrod. 
Concluida la guerra marchan a Tennessee a vivir y trabajar en la granja de un viejo amigo, aunque en el camino tendrán que hacer frente a una banda de forajidos sureños. ¿Habrán alcanzado por fin el sosiego que les permitirá vivir tranquilos? Para nada. Una mañana aparece Starling Carlton, viejo conocido de las campañas contra los sioux, que viene a llevarse a Winona para hacer un trueque de prisioneros. La hija de Thomas y John Cole por la hija del mayor Neale, que ha sido secuestrada por los indios.

La novela avanza hacia su desenlace a ritmo certero. Los giros y sorpresas son constantes, y no deja nunca de cebar la curiosidad del lector. Una historia que abarca veinte años de la historia del país cuya posterior influencia en el mundo sería decisiva, y del cual John Cole comenta (y podría comentar ahora): “Everything bad gets shot at in America . . . and everything good too [En América le disparan a todo lo que es malo… Y a todo lo que es bueno también].” Ahí tienes una idea que, aparte de actual e innegable, da muchísimo que pensar.

Lo que le otorga una excelente homogeneidad y coherencia textual a Days without End es la voz del narrador que crea Sebastian Barry. El verbo de Thomas McNulty tiene ese acento natural tan peculiar, un verosímil registro que uno puede todavía escuchar en partes de los EE.UU. – aunque se esté perdiendo en la neblina de los tiempos – y que a mí me recuerda a las películas de John Ford, en especial al posiblemente irrepetible John Wayne.

Ahora que el tuitero narcisista quiere prohibir que personas transgénero presten servicio en el ejército, viene de perillas esta obra de ficción en la que dos hombres mantienen su relación a lo largo de un largo tiempo en que el horror y el salvajismo que entraña toda guerra podría haberlos separado, y salen no solo vivos sino formando una familia con una joven víctima de algo en lo que ambos han participado.

Esta es una obra que debería quedar en esas odiosas listas de mejores creaciones literarias de esta década. De momento, Days without End fue galardonada con el Costa Novel Award de 2016, y recientemente estuvo en la lista larga de preseleccionados para el Man Booker, aunque no ha pasado el corte: Barry no está entre los seis finalistas.

6/1/2022: El libro está publicado en castellano como Días sin fin, en Alianza, con traducción a cargo de Susana de la Higuera Glynne-Jones.

17 sept 2017

Reseña: Bad Dreams and Other Stories, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, Bad Dreams and Other Stories (Nueva York: Harper Collins, 2017). 225 páginas.
La virtud o brillantez de un buen relato corto no estriba en una resolución sorprendente o extravagante, sino, como ha demostrado la Premio Nobel Alice Munro, en el planteamiento de una trama compleja y a la vez sobria en unas pocas páginas que recojan los dilemas, dramas y tragedias de personajes cuyas vidas sufren cambios ya sean éstos causados por terceros, ya sean autoinfligidos — reflejados en aparentemente gestos o anécdotas intrascendentes.

La autora canadiense ha sido ya reconocida como maestra indiscutible del género. Pero no es la única, desde luego. La inglesa Tessa Hadley — autora de brillantes novelas como Clever Girl o la más reciente The Past — no desmerece en absoluto. Este volumen de cuentos recoge siete relatos que ya habían aparecido en The New Yorker (donde es una colaboradora habitual) y otros cuatro publicados en otros medios.

Once cuentos pues. Y no sobra ninguno de ellos. El primero, ‘An Abduction [Un secuestro]’, Jane, una quinceañera aburrida durante sus vacaciones de verano se sube sin pensárselo dos veces al coche de un grupo de tres chicos jóvenes bebidos y drogados. De camino a la casa de uno de ellos la convencerán para que robe alcohol en una tienda; más tarde se dejará seducir por uno de ellos, Daniel. Cuando despierta por la mañana descubre a Daniel en otro dormitorio, en brazos de otra joven. Años después Jane relatará esta historia a su psicólogo. El lector se queda con la interrogante: ¿fue aquel episodio de adolescencia el secuestro y abuso sexual de una menor, o formó parte de un proceso más amplio de la formación de una persona adulta?

‘The Stain [La mancha]’ tiene como protagonista a Marina, una mujer joven casada que ha encontrado trabajo cuidando de un anciano sudafricano. El anciano empieza a tomarle cariño y termina ofreciéndose a resolverle la vida a Marina económicamente; pero el hombre no ha sido trigo limpio a lo largo de su vida. Su pasado contiene muchos puntos oscuros y apunta a crueldades y posiblemente delitos muy graves. Cuando el hombre muere de pronto una mañana tras la fiesta de su 80 cumpleaños, Marina se encontrará con un inesperado legado. ¿Está su porvenir ensuciado por ese legado?

La mayoría de los protagonistas adultos en los cuentos de Bad Dreams son de la clase media inglesa, pero lo realmente llamativo de estos relatos es el rol central, primordial que juegan las adolescentes (e incluso niñas) en las historias que escribe Hadley. Así, en ‘One Saturday Morning’, es Carrie, que ronda los doce años, quien estando sola en casa recibe la sorpresiva visita de un amigo de sus padres. El hombre está pasando por un terrible momento tras la repentina muerte de su esposa, y mientras espera el regreso de sus padres, que han salido a comprar para una pequeña fiesta que organizan en la casa esa noche, Carrie no sabe qué hacer para entretenerle. Tras enterarse de la noticia, la niña siente un enorme peso en la conciencia.

En ‘Her Share of Sorrow [El pesar que a ella le toca]’ es Ruby, de diez años y “que no podía vivir sin wifi y odiaba el sol”, quien descubre el amor por la literatura durante unas vacaciones en la casa de unos amigos de la familia. Pero los libros que empieza a leer son sentimentaloides novelitas del siglo XIX de tipo melodramático, literatura de bajísima calidad. Cuando regresa a la rutina diaria, Ruby sorprende a su familia emprendiendo la escritura de una novela. Tras la inicial reacción de admiración y adulación de sus padres, su hermano le arrebata el manuscrito y empieza a leerlo en voz alta. Naturalmente, los semblantes de los padres cambian al instante. Ruby se encierra en su cuarto y reescribe el final de su novela, finiquitando cruelmente a todos los personajes con diversas enfermedades y males.

La niña protagonista del cuento que da título a la colección decide no compartir un mal sueño que ha tenido sobre el desenlace de uno de sus libros favoritos porque “una vez que dijera las palabras en voz alta, ya nunca más podría desembarazarse de ellas; era mejor mantenerlas ocultas.” En mitad de la noche decide llevar a cabo un desbarajuste en la sala de estar, tirando sillas al suelo y creando un absurdo desorden. Cuando por la mañana su madre encuentra el desastre y lo achaca a un berrinche de su marido, decide reordenar la sala y guardar silencio y nunca mencionárselo: un ilusorio as guardado en la manga que pudiera destruir la armonía familiar en el futuro.

La debilidad de la naturaleza humana queda perfectamente dibujada en ‘Flight’ (título que podría traducirse como ‘La huida’, o simplemente como ‘El vuelo’). Claire lleva años viviendo en los EE.UU., y decide aprovechar un viaje de trabajo a Londres para visitar a la familia de su hermana, con quien tuvo una fuerte disputa tras la muerte de los padres. Llega a Leeds ilusionada por verlos, cargada de regalos para todos; pero su hermana se niega a hablar con ella. Durante la noche, Claire esconde el regalo que le había comprado a su hermana en el bolso de ésta. Al deshacer la maleta de regreso en Londres encuentra el regalo que creía haber dejado a hurtadillas en Leeds para su hermana.

Tessa Hadley: sus palabras dicen mucho, mucho más de lo que parecen decir. Fotografía de Mark Vessey para The British Council.
Hadley tiene el don de saber hacer llegarle al lector el objeto de su crítica sutil. Conoce perfectamente la psicología de esa Inglaterra que sigue agarrándose con fuerza a su tácito sistema de clases y al rechazo, cortés de palabra, pero rudo en su esencia, a todo lo que huela a extranjero. En sus relatos, Tessa Hadley bosqueja finamente un subtexto crítico, tejiendo hilo a hilo una estampa de esa sociedad en la que la hipocresía juega una parte primordial, y que por desgracia es también una de las muchas maneras de ser inglés. Una excelente colección de relatos, muy recomendable.

14 sept 2017

Reseña: Black Rock, White City, de A.S. Patrić

A.S. Patrić, Black Rock, White City (Melbourne: Transit Lounge, 2015). 248 páginas.
Una de las amargas consecuencias del desplazamiento de refugiados desde países en conflicto a otros donde se les da acogida es la imposibilidad de que esas personas puedan continuar con sus carreras profesionales, y en muchos casos terminen realizando trabajos humillantes, mal pagados y para nada acordes con su nivel educativo. Otro daño colateral más, supongo.

Es el caso de Jovan, refugiado serbio de la guerra de los Balcanes y poeta y exprofesor de literatura en una universidad de Sarajevo. Junto con su esposa, Suzana, Jovan llegó a Melbourne a finales del siglo XX. Llevan poco más de dos años en Australia; Jovan se gana la vida como limpiador y hombre de los recados en un hospital suburbano, mientras que Suzana gana un dinero extra ayudando a familias de clase media alta en un barrio costero de la metrópolis del sur de Australia llamado Black Rock.

Una casa cerca del mar en Black Rock, Melbourne. Fotografía de Cassandra Fahey. 
Ambos han huido del trauma de la guerra y de la pérdida de sus dos hijos en la antigua Yugoslavia, tras la ingestión de comida envenenada. El mismo Jovan salvó la vida por poco menos que un milagro médico, pero Suzana no probó bocado aquella noche. ¿Podrán rehacer sus vidas en Australia? ¿Podrán salvar su matrimonio después del intento de suicidio sin éxito de Suzana?

Las cosas se enredan para Jovan de dos maneras diferentes: por un lado, la dentista Tammie, quien está más interesada en otras partes del cuerpo de Jovan que en las caries que corroen sus muelas. Ah, la carne es débil. Por otro lado, en el hospital han comenzado a aparecer grafitis en los lugares más insospechados. Los empleados bautizan a su autor (hay incluso cierta admiración por el elemento artístico e intelectual que aportan las pintadas) como Dr. Graffito. Y no contento con los grafitis, el inquietante artiste provocateur rellena la garrafa de un dispensador de agua con grasa humana, y graba con el bisturí un obsceno mensaje en el cadáver de una paciente recientemente fallecida.

Para Jovan es un problema añadido porque es él quien, a fin de cuentas, tiene que borrar las pintadas, arreglar los desaguisados del ínclito doctor y limpiar los desechos varios que dejan sus fechorías. La trama adquiere mayor suspense cuando Jovan se da cuenta de que el doctor Graffito le ha estado dejando mensajes a él: en la puerta de los baños públicos aparecen las palabras “Limpieza ética”.

Naturalmente, el estrés empieza a pasarles factura, y la relación de Jovan con Suzana se resquebraja como consecuencia, hasta el punto de que ella se marcha y se aloja en un motel durante una semana. Patrić maneja con destreza los retornos, intercalados en la narración, a la vida de la pareja en Sarajevo, las atrocidades cometidas por uno y otro bando, la violencia indiscriminada, la desesperanza. El suspense adquiere un crescendo temeroso, con detención errónea e indebida de Jovan por parte de la policía.

El paseo del muelle de Frankston, Melbourne, por donde Jovan terminará paseando a Charlemagne, el perro de su vecino. Fotografía de Harley Calvert.
La caracterización de los dos protagonistas es, a mi parecer, un poco desigual. Mientras que Suzana queda perfilada como una mujer fría y calculadora, atormentada por el pasado, la caracterización de Jovan que realiza Patrić roza en mi opinión la perfección. Dos ejemplos: 1) el Jovan poeta y 2) el Jovan refugiado/inmigrante.

1) “Ella sabe que Jovan acostumbraba a poder convertir casi cualquier cosa desde una nueva perspectiva, ver algo más profundo y positivo, más hermoso, aunque fuese también más penoso. Era lo que hacía de él tan magnífico poeta allá en Yugoslavia. Y lo que a ella todavía le quita el resuello, una verdadera bocanada de aire con todas sus fuerzas, cuando piensa en lo crucial que resultaba la poesía para él. Cómo solía despertarse por las mañanas y la poesía brotaba de él como una rapsodia. Cómo solía impulsarle, cómo se apoyaba en la mesilla de noche y escribía con ojos que apenas podían mantenerse despiertos y una mano adormilada, poesía que eludía todas las sandeces habituales que conformaban la poesía, la mediocridad habitual, y revelaba nuevas formas de sentir, de ver, de comprender y de ser. Y ahora, nada. Ya no escribe, y es como si nunca lo hubiese hecho.” (p. 89, mi traducción)
2) “Se estira para coger la toalla de la puerta abierta del armarito empotrado en el cuarto de baño. Se seca el abundante pelo negro, que el año pasado empezó a dejar ver alguna que otra cana. Se seca el torso, luego brazos y piernas, y sale del cuarto de baño bien limpio. Qué extraño es lo bien poco que su cuerpo muestra las evidencias de lo que ha sido su vida. Qué pocas veces han quedado marcadas sus carnes por la catástrofe. Casi ninguna prueba en forma de cicatrices, salvo unas marcas indeterminadas de quemaduras en la espalda. El pelo de la barba se ha vuelto canoso. Le parece curioso. Cuando se afeita, se convierte en otro hombre más que lleva una vida tranquila en los barrios de Melbourne.” (p. 48, mi traducción)
Black Rock, White City (Belgrado significa en serbio “ciudad blanca”) tiene interesantes elementos de thriller, incluso de muy gótica novela negra, con un desenlace que te tiene en vilo. Pero es, ante todo, una indagación inteligente en el drama de la inmigración forzada, la experiencia de los refugiados en un país que los está rechazando y maltratando asquerosamente, una certera novela que pregunta para qué pueden servir las palabras cuando se subvierte su sentido (si es que tal cosa fuese posible). Quizás lo único decepcionante – al menos para mi gusto – es el final feliz que propone el autor. Los finales felices rara vez tiene lugar en la vida real.

Black Rock, White City fue galardonada con el Miles Franklin de 2016, el principal premio literario de ficción en Australia.

Posts més visitats/Lo más visto en los últimos 30 días/Most-visited posts in last 30 days

¿Quién escribe? Who writes? Qui escriu?

Mi foto
Ngunnawal land, Australia