9 may 2021

Reseña: Late in the Day, de Tessa Hadley

Tessa Hadley, Late in the Day (Londres: Jonathan Cape, 2019). 281 páginas.

Serenata de Schubert

Estaban escuchando música cuando sonó el teléfono. Era una tarde de verano, las nueve en punto. Habían terminado de cenar y Christine estaba escuchando intensamente, sentada en el sillón, con los pies metidos debajo de ella; reconocía la música, aunque no sabía de quién era. La había elegido Alex, no la había consultado y ahora ella, tozuda, no quería preguntárselo – a él le daba demasiado gusto saber lo que ella no sabía. Alex estaba echado en el sofá junto a la ventana en mirador con un libro abierto en la mano, sin leerlo, el libro descansando en el pecho; estaba mirando el cielo en el exterior. Tenían un piso en la primera planta que daba a una ancha calle bordeada de plátanos. Una bandada de pericos cruzó la calle desde el parque; los oscuros tonos morados y marrones de la haya roja de la casa de al lado destacaban frente al cielo turquesa y engullían las últimas luces del día. Sobre una de sus ramas se apreciaba la silueta de un mirlo con el pico abierto; debía de estar cantando, pero la grabación lo silenciaba.

Era el teléfono fijo el que estaba sonando. Christine se fue olvidando de la música; se puso en pie y echó un vistazo a su alrededor, buscando dónde habían dejado el teléfono cuando lo habían usado por última vez – seguramente por allí, entre los montones de libros y papeles. ¿O en la cocina, cerca de los platos y cubiertos sucios? Alex no le hacía caso al teléfono, o únicamente demostraba ser consciente de él mediante un pequeña muestra de tensa irritación en su rostro – una cara siempre líquidamente expresiva, extranjera, pues sus ojos eran tan oscuros, esbozados como si hubiesen sido pintados. Era un efecto que se estaba tornando más llamativo a medida que envejecía y su pelo, que solía ser de un dorado fosco y deslustrado, se iba desprendiendo de la brillantez.

Era más probable que al teléfono estuviese su madre en vez de la de Alex – o bien sería su hija Isobel, y Christine quería hablar con ella. Tras renunciar a localizar el inalámbrico, y sin molestarse en calzarse los pies descalzos con unas alpargatas, subió las escaleras de prisa, de dos en dos escalones – todavía podía hacerlo – hasta el lugar donde estaba la extensión telefónica, en el dormitorio del ático. La música seguía sin ella en la habitación que dejaba detrás, era Schubert o algo similar, y mientras Christine se dejaba caer en la cama y respondía al teléfono casi sin aliento, era consciente de la dulzura que dejaban caer las notas descendientes encadenadas. Esta habitación, que habían hecho construir debajo de los cerrados ángulos del tejado, guardaba el calor del día y estaba repleta de olores – el humo del tráfico, la madreselva del jardín, la moqueta polvorienta, los libros, sus perfumes y la crema facial, el leve olor a rancio de las sábanas. Las litografías, foros y dibujos que colgaban de las paredes – algunos de ellos eran obras suyas – estaban ya escondidas, borradas entre la penumbra, y solamente el patrón de las formas enmarcadas se dejaban ver sobre la pintura blanca. A través de la claraboya podía oírse el canto del mirlo.

Qué maravilla. (1-3, mi traducción)

Así comienza Late in the Day. La llamada telefónica trae una terrible noticia que va a desencadenar cambios tajantes en la vida de las personas a las que va a afectar la muerte repentina de Zachary. Es Lydia, su mujer, la que llama. Lydia y Christine han sido mejores amigas desde su juventud. Zachary y Alex han mantenido también una profunda amistad desde muy jóvenes. Son dos parejas de clase media alta, bien acomodadas en el Londres de principios del siglo XXI.

De hecho, cuando los cuatro se conocieron, los devaneos eran un poco diferentes. Lydia estaba casi obsesionada con Alex (en un principio profesor de francés en la universidad tanto de ella como de Christine). Esta mantenía una relación más o menos formal con Zachary, aunque las ataduras no eran tan fuertes como para mantenerla y poder seguir siendo buenos amigos una vez ella se dio cuenta de que Zachary adoraba a Lydia.

Cualquiera puede permitirse comprar bienes raíces en Londres, ¿verdad?
St Mark's Church, Clerkenwell. Fotografía de John Salmon.
La faceta artística de Christine impactó en Zachary, quien tras recibir una importante suma en herencia opta por comprar una vieja capilla en Clerkenwell, en el centro de Londres, y convertirla en galería de arte. Lydia es la menos intelectual de los cuatro: sabe del poder de su belleza y su atractivo, y agenciarse a Zachary le asegura el bienestar de por vida.

Tras el deceso de Zachary, Alex y Christine invitan a Lydia a quedarse con ellos. Y ella lo hace por un tiempo prudencial, releyendo los viejos poemas de Alex, de cuando eran jóvenes. ¿Fue Lydia la que propició el divorcio de Alex? No es algo evidente. Pero el hecho es que al regresar de un viaje a Escocia para llevar a Grace (la hija de Zachary y Lydia) de vuelta a sus estudios, Alex no regresa a su casa y se va directamente a la galería. Al borde la histeria, Christine llama a Lydia a las tantas de la madrugada para compartir su inquietud con Lydia. Ella le responde con perfecta ecuanimidad y le dice que Alex está con ella. Extrañada, indaga la razón: «No sé qué decir. No sé cómo decírtelo.»

Hadley cuenta la historia entrelazada de estos cuatro personajes en un vaivén continuo entre el pasado y el presente. El punto clave temporal que divide la trama es la llamada telefónica del comienzo de la novela. Los capítulos se alternan, profundizando en los orígenes de la confusión a la que se han abocado sus vidas ya en su madurez, cuando nada hacía presagiar las sacudidas que sus vidas han dado.

Late in the Day añade una nueva hoja al ya notable currículo de Tessa Hadley (cuatro de sus libros ya han sido reseñados en este blog: The Past, The London Train, Bad Dreams and Other Stories, Clever Girl). Como en sus obras anteriores, Hadley explora las relaciones de pareja y las dinámicas de poder que se desarrollan en ellas; cómo las perspectivas vitales cambian con el paso de los años; el peso de la conciencia o su ausencia. Y lo hace con una prosa siempre comedida, elegante. Es una narradora sumamente perceptiva, que entiende de la falibilidad humana y muestra las contradicciones de sus personajes sin incurrir en lo excesivamente melodramático.

10/05/2021: Curiosament, aquesta mateixa setmana estarà a les llibreries Cap al tard, publicada per Edicions de 1984, amb traducció al català de Mercè Ubach.

5 may 2021

Laurent Binet's HHhH: A Review

 

Laurent Binet, HHhH (London: Vintage, 2012). [unpaged] Translated from the French by Sam Taylor.

Reinhard Heydrich, who could have been strategically nurtured to become Hitler’s successor, was killed after an attack on his car in Prague in 1942. His nickname among the Czech people was ‘the Butcher of Prague’. It would seem obvious he had few friends among them. Was his assassination an event that entirely changed the course of WWII and therefore History? Perhaps it was.

Heydrich. (Photograph by Heinrich Hoffmann - Deutsches Bundesarchiv)

Speculating with what might have been seems pointless, does it not? Still, many believe the perpetrators of the attack should be praised for ridding the world of such a cruel, evil person. And I would tend to wholeheartedly agree. After all, he was one of the brains behind the so-called Final Solution. The fateful day in the streets of Prague is the subject of Laurent Binet’s novel, which won him a big literary prize in France, the Goncourt.

Binet, however, does not want to write a historical novel. Obviously, he does not want to write history either. He’s no historian. He thinks that the invention of facts or characters in a novel about a true event is nothing short of a crime: fabricating evidence, more or less. I bet he dislikes books such as Wolf Hall or Bring up the Bodies so much that he would refuse to read them point blank! Oh well: his loss.

Being such an astonishing story of bravery and self-sacrifice, the plot (i.e., the conspiracy to kill the monstrous Heydrich) should be narrated with tantalizing detail. Except that Binet does not have any verifiable new data he could use with absolute certainty. His struggle is with the limitations of the novel as a genre. HHhH, Binet decides, has to tell a story-within-a-story: the author’s obsession with how to approach and tell a story about true events for which verified information is scant or non-existent. Moreover, instead of numbering the pages, the publisher numbers the parts (you can hardly call them chapters, can you?).

The Mercedes (possibly this very car, but who knows? And who cares?). Photograph by FunkMonk (Michael B. H.) 

The heroes’ names were Jozef Gabčík and Jan Kubiš. They were trained in England and parachuted over Czech land. The resistance helped them prepare the assassination, which funnily enough almost failed at the last moment: Gabčík’s gun got stuck and stopped working, and therefore plan B was quickly activated. It was Kubiš who threw a hand grenade into Heydrich’s Mercedes. The infections caused by the wounds killed Heydrich about a week later. Mission accomplished?

Yes, but the Nazi retaliation was brutal, as could have been predicted. Lidice, a village near Prague, was completely destroyed. Their inhabitants were either murdered or sent to a concentration camp, where most of them eventually died. The Czech heroes hid, together with five other members of the resistance, in a Prague church. Betrayed by one of their own, they were found and attacked. They lasted many hours and drove the German soldiers and their commanders spare. None of them were captured alive.

The Lidice Memorial reminds us all of what kind of bestiality the Nazis were capable of.
The biggest objection I have in regard to this book is Binet’s obsession with his own obsessiveness. It constantly gets in the way of the story itself. That may be fanciful and fun to begin with, yes. But Binet overuses the device. His authorial presence is more than an attendance: it can become a burden! I did not think this book is as accomplished as The 7th Function of Language, but I’m looking forward to reading his new publication, Civilizations.

Hoping to read you soon again, Laurent. Photograph by G. Garitan. 

12 abr 2021

Marble Arch Walk

 

El Parque Nacional Deua se encuentra en el este de Nueva Gales del Sur, entre la costa meridional y las suaves colinas y llanos cercanos a Canberra. La caminata propuesta te lleva desde el campamento de Berlang, donde es posible acampar mediante el permiso correspondiente, hasta la cueva que fue bautizada como Marble Arch, quizás en imitación de otras cuevas del mismo nombre en Irlanda del Norte. Sea como fuere, resulta absurdo mantener un nombre colonialista para el paraje, habiendo como hay una infinidad de nombres indígenas que identifican lugares cercanos o similares.

Shoalhaven River at Berlang. Si eres medalla de oro en salto de longitud, podrías intentar pasar sin mojarte. Pero pienso que no tendrías éxito en esta época del año. 

El sendero cubre una distancia de unos 6 km, desde Berlang hasta la cueva. El regreso puede hacerse por el mismo sendero o siguiendo en parte un cortafuegos que corre casi paralelo al sendero un poco al norte. En total son unos 12 km. La guía de los Parques Nacionales asigna unas 5 horas para completarlo, pero puede hacerse perfectamente en apenas 4 horas.

El principal obstáculo que hay que tener en cuenta se encuentra justo al comienzo. A unos 150 metros del campamento de Berlang se encuentra el río Shoalhaven, que en épocas de lluvias puede llevar un respetable caudal. No hay puente alguno, y las rocas que suelen encontrarse para facilitar el vado desaparecen tras las crecidas que sobrevienen tras días de lluvias intensas. En abril de 2021 hubo que vadear el río: conviene llevar chancletas para el cruce, que naturalmente habrá que repetir al regreso.

Típico bosque de la zona.

Semanas después de días de lluvia intensa, el suelo está muy húmedo y la hierba crece con ganas.

Tras cruzar el Shoalhaven, el sendero sube entre eucaliptos y bosque bajo. No se trata de una cuesta con mucha pendiente. En el sendero podrás ver restos de la presencia de wombats y wallabies. Transcurrida una media hora de marcha el sendero te lleva a una gran sima, conocida como The Big Hole, que ya figuró en este blog hace siete años. Junto a la sima hay un mirador donde puedes descansar e hidratarte antes de proseguir la marcha hacia Marble Arch.

La sima atrae a muchos visitantes, quienes después de contemplar el vacío, se dan media vuelta y vuelven al aparcamiento. 

El sendero baja la colina y sigue entre el tipo de bosque habitual en esta zona. Abundan los eucaliptos, que en algunos casos alcanzan los treinta metros de altura. La senda se puede ver claramente, pero aun así hay postes que la marcan cada 500 metros. Tras una hora de camino aproximadamente se llega al cañón horadado por un arroyo, Reedy Creek. Es aquí donde las pendientes son más pronunciadas. El desnivel son apenas 300 metros y el sendero está bien cuidado: cuenta con escalones y zigzaguea hasta alcanzar el lecho del arroyo.

Inicio de la bajada a Reedy Creek.

El arroyo discurre algo de agua bajo, pero ésta desaparece filtrándose entre la arena y las rocas que forman la cueva. Las aguas se unen al otro lado con otro arroyo, Moodong Creek. Subir de nuevo al sendero es un ascenso exigente. Como siempre en el bush australiano, hay que hidratarse y reponer fuerzas, algo que se puede hacer en la cueva antes de regresar al coche.

En el interior de la cueva. Las guías recomiendan llevar linternas.


Helechos gigantes crecen con facilidad en la umbría del lecho del arroyo.

La senda está muy bien formada. Siempre y cuando no te apartes del camino, es difícil perderse.

La entrada a Berlang se encuentra en la carretera que une Braidwood con Cooma, a unos 40 minutos al sur de Braidwood, un tranquilo pueblo que cruza la Kings Highway y que es parada obligatoria para quienes van desde Canberra hasta las playas del este de Nueva Gales del Sur los fines de semana.

Ejemplo perfecto de resiliencia. Del árbol caído siguen saliendo brotes verdes. 

11 abr 2021

Ressenya: Terminally Poetic, d'Ouyang Yu

Ouyang Yu. Terminally Poetic (Port Adelaide: Ginninderra Press, 2020). 184 pàgines.

Publicat l’any passat, aquest volum de poemes del australià-xinés Ouyang Yu veu la llum un parell de dècades més tard que els va escriure l’autor resident a Melbourne. Com ell mateix confessa a un article aparegut a la revista Overland, que duu per títol ‘Mistakes make poetry’, Terminally Poetic “és una col·lecció de poesia que ja a l’any 2000 havia enllestit per a presentar a una editorial. Després de nombrosos rebuigs per tot arreu el món, vaig deixar-la de banda i la havia oblidat totalment fins a la fi del 2019, quan la vaig trobar per accident mentre buscava altres arxius en l’ordinador, i vaig pensar: Per què no? A la primera editorial en línia que vaig trobar mig a cegues els vaig enviar el manuscrit per correu electrònic. Al dia següent vaig rebre com resposta l’acceptació de l’editorial per a publicar-la, l’acceptació més ràpida que mai no he tingut en la meva vida”.

I aquest aspecte és significatiu a l’hora de valorar aquest llibret, un valenta recopilació de poemes presentada en ordre alfabètic. De la A fins a la W, Ouyang deixa anar les seves apreciacions, basades en experiències i vivències com a poeta que escriu en una llengua adoptiva en un país adoptiu, reflexionant sobre l’acte d’escriure, els rebuigs editorials, els festivals literaris, l’entramat econòmic que domina no només la industria del llibre a Austràlia sinó també el petit i incestuós món de les revistes literàries australianes.

Són versos plens de vitalitat, mesclada amb amargura, ironia, sarcasme, ingeni i humor. Versos curts que es combinen amb versos extremadament llargs. Queda clar que, en la seva poesia, ni la forma ni el contingut no segueixen regles. Un exemple d’aquesta rebel·lió oberta el trobem a ‘can you write a bad poem’, del qual tradueixo els primers versos:

“pots escriure un poema dolent

com una cara lletja

de manera intencionada

 

un de dolent, que no contingui flors ni dones formoses

un que no inclogui cap metàfora grata

un que no evoqui cap referència a grans noms de persones o indrets

un que es vulgui mantenir fred o fresc

una mica com tot just després de fer una bona cagada

un que no vulgui exigir ser un bon poema

un que repugni tots els editors del món

perquè senzillament per a ells no funciona segons les seves

teories

o gusts

personals

...”

(p. 26, la meva traducció)

Les temàtiques dins de Terminally Poetic són, tanmateix, molt variades. Hi ha poemes sobre el racisme que pateixen els asiàtics a Austràlia (un assumpte que toca Ouyang al seu Diari íntim d’un editor), com ara ‘Letter to the cross-cultural judging panel’ o ‘No racism’. Hi ha molts poemes que tracten del procés d’escriptura, i voldria destacar aquest, que es titula ‘A conversation’:

“Una conversa

el novel·lista diu:

 

què ets tu?

poeta?

tot el que saps fer

és manejar unes quantes línies

 

el poeta diu,

no tens completament la raó

de fet

jo només manejo una línia

 

què és això?

diu el novel·lista que guanya milions de dòlars amb el mateix número

de paraules

 

la línia entre la vida + la mort

diu el poeta”

(p. 32, la meva traducció)

Tot i que l’anglès no sigui la seva llengua, Ouyang fa constantment jocs de paraules, subvertint i pervertint l’idioma. Al poema titulat ‘Inquiry letter to a literary editor’ es troben aquests versos:

what sort of stuff would you like

mild or wild or child

mad or sad or just bad or simply sallad or ballad

...

I conclou amb

“what if

i attempt to

unwrite”

(p. 68)

La qüestió és que Ouyang es plenament conscient del poder de la paraula per poder destorbar o fins i tot destruir el seu significat original i incitar el lector a re-escriure el poema segons els seus desitjos propis mentre fa la lectura. Eixe procés ho realitza amb la manipulació ortogràfica, o també sintàctica. Un excel·lent exemple de la primera es troba a ‘This poem has not been revised’:

[...]

I thought of the slogan in my yang days:

Down with the Soviet revisionism!

I thought of my own devised slogan in my middle-aged days:

Down with the Australian revisionism!

I thought of so many breast revising themselves throughout

the world

at the time of writing

I thought yang should be ‘young’ and ‘breast’ should be ‘breasts’

and ‘advise’ should be ‘advice’

[...]” (p. 150)

El Riu Groc [黃河] a Lanzhou. Fotografia de Colegota.

En Terminally Poetic el poeta es fa moltes preguntes sobre què vol dir l’art i en què consisteix el procés creatiu, però també qüestiona la posició massa sovint defensiva en la qual l’autor es troba. Trobem al poema que porta per títol ‘I don’t want to write’ [No vull escriure] una confessió terrible:

sometimes you’d think poetry is like shit

once stuck in it you’d never wash it clean like the yellow river

(p. 60)

Terminally Poetic és poesia sense ornaments, paraules sense límits, denunciacions d’un estat d’afers de l’escena literària australiana que premia uns i ignora d’altres per raons mai no diàfanes. I per a concloure aquesta ressenya, et convido a llegir un altre poema d’en Ouyang:

Escriptura dolenta

em rebutges perquè escric malament

em rebutges perquè escric lleig

em rebutges perquè escric inintel·ligiblement

em rebutges perquè escric agramaticalment fins i tot inelegantment

em rebutges perquè estàs cagat de por amb la meva escriptura dolenta

perquè et fa capgirar l’estómac

fa pudor, sí, quina ferum tot just sota el teu nas

jo tendeixo a estar d’acord amb tu

ets massa bo per a mi, fotudament bo per a mi

massa bona carabassa per a mi

tu i eixa fotuda meravella teva que anomenes art literatura o poesia

que escrius massa bé en anglès

jo duc dos-cents anys escrivint malament no ho saps això

duc fent servir el teu fotut anglès per escriure malament no ho saps això

el teu anglès amb què és tan fàcil fotre però tan difícil de fer servir

el teu anglès que et fa guanyar ‘gardons’ tot i que em fot una merda

el teu anglès que ens exclou i extrudeix a nosaltres els dolents de la peli

els “xinesos dolents” recordes que va dir el Bulletin fa cent anys?

el chinglish dolent, eixe soc jo i la meva escriptura dolenta

escrita al teu mur

i a la teva cara”

(p. 20, la meva traducció)

Un llibre imprescindible per poder entendre si tan sols una mica de l’escena literària australiana de principis d’aquest segle.


2 abr 2021

Reseña: The Plains, de Gerald Murnane

Gerald Murnane, The Plains (Melbourne: Text, 2017 [1982]). 174 páginas.

Publicada por primera vez en 1982, The Plains está en la línea de los otro cuatro libros de Murnane que he leído hasta la fecha (Tamarisk Row, Barley Patch, Invisible Yet Enduring Lilacs y A Lifetime On Clouds), un autor ciertamente idiosincrático y excepcional.

Un joven con aspiraciones creativas o artísticas llega a un pequeño pueblo de las llanuras del interior de Australia. Después de unos días o semanas (no termina de quedarme muy claro cuánto tiempo, ni si tal plazo es algo relevante) consigue que un terrateniente lo contrate para llevar a cabo su proyecto cinematográfico.

Su propósito es, según dice, estudiar las creencias, los comportamientos, sueños y cultura de las personas que habitan esas llanuras. Pero la narración que produce el cineasta es en realidad una especie de elucubración sobre la posibilidad de que un estudio tal pudiera ser factible, y que sirviera de algo

Los personajes no tienen nombre. El narrador no tiene nombre. Los lugares no tienen nombre. Es una manera de hacerlos incognoscibles y mantener un aura de misterio sobre todos ellos, por supuesto. Pero es también una curiosa estrategia narrativa: el autor logra ocultarse en y de la narración misma.

En The Plains no hay apenas una trama. Además, la falta de referenciación de los personajes que apenas se vislumbran convierte el libro en algo mítico: es una suerte de laberinto del que el lector sale prácticamente tan desconcertado como había entrado, mas le queda la sensación de haber intuido algo singular, poético, muy elaborado. Murnane dijo de sí mismo en una entrevista escrita que “Mis oraciones son las mejor formadas de todas las oraciones escritas por un escritor de ficción en lengua inglesa” hasta ese momento.

Sin embargo, también cabría especular con la posibilidad de otra lectura: que todo en The Plains es un juego, un envite completamente paradójico a costa del narrador protagonista primeramente, y en última instancia, también del lector. La figura del explorador perdido en el estéril interior de Australia ha dado pie a numerosas ficciones (la mejor, en mi opinión, es Voss, de Patrick White). Las llanuras que nos propone explorar Murnane son “una tierra plana a mi alrededor que parecía más y más un lugar que solamente yo podía interpretar.” (p. 3)

Una llanura como cualquier otra de las muchas que hay en Australia. Red Rock. Fotografía de Peterdownunder 
El libro concluye con el cineasta declarando su renuncia a producir la película que había ideado. En cierto modo, es la guinda con que Murnane adorna un texto opaco por su deliberada falta de definición, de referenciación. Las diversiones intertextuales son autorreferenciales: no van a ninguna parte. Si aceptas entrar en este laberinto, parece proponer el autor, los guiños y reflejos no te van a ayudar a encontrar un camino. ¿Para qué quieres una salida de esto, en cualquier caso? Disfruta del caos:

Antes de guardar los libros y los papeles que estaban en el escritorio en la maleta, marqué una carpeta con un rótulo que decía: ÚLTIMOS PENSAMIENTOS ANTES DE COMENZAR EL GUIÓN PROPIAMENTE DICHO. Después, en una hoja limpia dentro de la carpeta, escribí lo siguiente:

“En todas las semanas desde que arribé aquí solamente me he asomado a mirar desde el balcón dos veces. Habría sido algo sencillo explorar esas llanuras que empiezan al final de casi todas las calles de este pueblo. ¿Pero cómo hubiera podido poseerlas del modo que siempre he querido poseer un terreno en las llanuras?

Esta noche me colocaré por fin a la vista de sus llanuras. Empiezan ya por fin a revelárseme las primeras escenas de la película, El interior. Ahora solamente me queda poner mis notas en orden y escribirlo.

Mas vuelve una vieja duda. ¿Hay alguna llanura en alguna parte que pudiera representarse mediante una sencilla imagen? ¿Qué palabras, qué cámara, podría revelar las llanuras dentro de las llanuras de las que tan frecuentemente he oído hablar en estas últimas semanas?

La vista desde el balcón -ahora, igual que un nativo de las llanuras, ya no veo una tierra sólida sino una calima oscilante que oculta una cierta mansión en cuya poco iluminada biblioteca una joven mujer mira fijamente la imagen de otra joven mujer que se sienta leyendo un libro que le hace pensar en alguna llanura que está ahora fuera del campo de visión.

Sospecho que, estando en estados de ánimo así, todos los hombres pueden viajar hacia el corazón de alguna remota llanura privada. ¿Puedo siquiera hacerles una descripción a los demás de los pocos cientos de millas que atravesé para alcanzar este pueblo? Y aun así, ¿Por qué tratar de mostrarlas como tierra y pastos cuando alguien a mucha distancia pudiera verlas ahora como solamente una señal de algo, sea lo que sea que esté a punto de descubrir?

Y a estas horas, su padre le habrá dicho que estoy en camino hacia ella. (pp. 82-83, mi traducción)

The Plains está disponible en castellano (en traducción de Carles Andreu) y en català (amb traducció a càrrec de Marta Hernández i Pibernat), ambas publicadas por Minúscula. 

15 mar 2021

Reseña: In the Garden of the Fugitives, de Ceridwen Dovey

Ceridwen Dovey, In the Garden of the Fugitives (Australia: Penguin, 2018). 305 páginas.
No es casualidad que Dovey escogiese el llamado “Jardín de los Fugitivos” de Pompeya como motivo y germen para esta novela, construida en torno al intercambio de correspondencia entre un hombre en el umbral de la muerte, Royce, y una mujer, Vita, que diecisiete años antes le había conminado a cesar en su comunicación con ella. Le dice en la segunda carta:

“Mi último contacto voluntario contigo, hace diecisiete años – no puedes haberlo olvidado – fue una carta en la que te decía que no quería volver a saber de ti nunca más. Un ruego que has escogido ignorar. No podía permitirme el lujo de desvanecerme por completo, y arriesgarme a perder esos cheques extra con tu firma enmarañada que me llegaban puntualmente cada dos años, como un reloj. De manera que nunca corté por lo sano, y tú siempre supiste dónde encontrarme. Cuando los cheques dejaron de llevar, exactamente diez años después de mi graduación, continuaron llegándome las tarjetas de felicitación por mi cumpleaños, y me preguntabas si estaba prosperando.” (p. 4, mi traducción)

Inmortalizados en el desastre. Orto dei Fuggiaschi, Pompei.
Fotografía de Lancevortex.

Y reitero que no es casualidad porque ese lugar en las ruinas de la ciudad destruida por el volcán Vesubio en el año 79 es más que simbólico: los moldes de yeso generados tras las excavaciones muestran las posiciones exactas en las que quedaron los cuerpos enterrados por las cenizas volcánicas. El jardín nos muestra perfectamente una escena del pasado, mientras que tanto Royce como Vita tratan respectivamente de explicarse a sí mismos sus propios pasados.

"El mismo deseo que conjuraba Pompeya en la mayoría de los hombres que ingresaban en el recinto tras cruzar sus muros, tentados por la lascivia del arte y los sórdidos jardines secretos y los patios interiores, todos ellos espacios oscurecidos y ocultos a la vista. ¿Por qué, si no, es el Lupanar, un burdel con unas salas tan pequeñas como las celdas de una cárcel, el lugar más visitado en toda Pompeya? Anhelamos levantarle las faldas al pasado, penetrarlo, hacernos dueños de él." (p. 269, mi traducción)
Un fresco en el 'Lupanare'. Fotografía de Miguel Hermoso Cuesta. 

En el caso de Royce, lo hace porque a sus 70 años, siente la proximidad de la muerte y ha “comenzado a excavar” en sus recuerdos de Kitty, la arqueóloga de la que estuvo enamorado y que pereció en un accidente en el cráter del Vesubio. Para Vita, por su parte, recontar el pasado es también una forma de terapia. Nacida en la Sudáfrica del apartheid, se pregunta repetidamente si está libre de culpa. ¿Es una consciente participación (que no necesariamente voluntaria) la nuestra cuando crecemos o vivimos en un sistema represivo? Como ciudadanos de un estado en el que vivimos y a cuya consolidación diaria contribuimos con nuestro trabajo y nuestros impuestos, ¿Qué grado de responsabilidad asumimos? Escribe Dovey (a través de Vita) en las páginas 159-60:

“[…] Se suponía que era lista, pues acababa de graduarme de una universidad de elite, pero ese verano me sentía como si me hicieran avergonzarme de admitir que en realidad era una imbécil.

Y entonces comenzó un ajuste de cuentas más incómodo. Encontraba dificil criticar América. ¿Cómo podía cuadrar mi experiencia de la generosidad americana (cuatro años de educación gratuita, un sistema de humanidades diseñado para producir pensadores creativos; amigos y amigas a quienes quería, cuyas familias me habían acogido en sus propios hogares) con este otro sórdido aspecto del país, la ira que estaba invadiendo a algunos de sus ciudadanos? ¿Por qué me sentía de igual modo incapaz de criticar Australia, con su propia historia vergonzosa de aniquilación y racismo, su creciente intolerancia hacia extranjeros de ciertas clases y colores? ¿Por qué me sentía yo incapaz de criticar ningún país que no fuera la Sudáfrica del apartheid de mi infancia, sus pecados ahora supuestamente borrados por las asombrosas hazañas morales de 1994?

Me recordaba los estrictos límites de empatía que mi padre se había autoimpuesto. Los pobres de Australia no le conmovían en absoluto, pero los de Sudáfrica le causaban un dolor realmente físico, le creaban un agujero sangrante en el pecho. También yo parecía haber compartimentado el mundo en dos categorías: aquellos que podía censurar y aquellos que no.” (mi traducción)

Cabe recalcar que la autora de la inmensa Blood Kin y de Only the Animals comparte con su personaje muchos datos biográficos. Nació en Sudáfrica en 1980 y se mudó a Australia cuando era muy joven. Estudió en los Estados Unidos (Harvard) y regresó (como Vita en la novela) a su tierra natal con el propósito de filmar un estudio antropológico sobre las relaciones laborales en las bodegas del país.

Un lugar para que Vita se pierda en sus sentimientos, caminando hacia ninguna parte. Vista de Ciudad del Cabo.

In the Garden of the Fugitives nos lleva a realizar un peculiar recorrido por el mundo: países, ciudades, yacimientos arqueológicos, plantaciones de viñedos en Sudáfrica y de olivares en Nueva Gales del Sur. Los lugares y sus nombres no son más que el pretexto para delinear las historias de los personajes y las intricadas relaciones de las personas con esos lugares y los hechos del pasado que los unen a ellos al tiempo que los persiguen en sus conciencias. Es por eso por lo que, en su regreso a Sudáfrica, Vita concentra su cámara en aspectos materiales, no humanos: el proceso de la producción vinícola; y lo hace sin superponer sentimiento alguno en ese estudio. Es la tierra a la que pertenece, pero ya no la siente suya. La rehúsa.

Por su parte, Royce rememora el deseo por Kitty, su obsesión por ella y la creciente manipulación que ejerció sobre ella mediante el dinero y su influencia. En el intercambio epistolar entre ambos se va formando la imagen de un hombre caprichoso, posesivo y calculador, que se escondía tras una fachada de benefactor de prometedores y brillantes estudiantes. El pasado surge en nuestra conciencia igual que las formas de los muertos en el jardín de las ruinas de Pompeya aparecen durante las excavaciones.

Esta es una brillante novela construida en un formato que es dificil ejecutar sin faltas. Aunque los relatos confesionales de Vita sobre su terapia en Ciudad del Cabo, y la obsesión en la que cae por Magdalene, la psicoterapeuta, le quitan algo de ritmo al total, en conjunto el resultado es óptimo.

4 mar 2021

Reseña: Vampires in the Lemon Grove, de Karen Russell

Karen Russell, Vampires in the Lemon Grove (Nueva York: Alfred A. Knopf, 2013) 243 páginas.

El comienzo de esta colección de cuentos de la estadounidense Karen Russell (la autora de Swamplandia!) le exige al lector sentir un poco de compasión por una pareja de vampiros, casados durante siglos y que con el paso del tiempo han terminado por estar obsesionados con saciar su sed con líquidos que no sean la sangre. ¿Para qué sacrificar vidas de jóvenes vírgenes cuando una limonada puede servirte y mantenerte en la vida eterna con un sabor inigualable? Él, Clyde, describe así su primer sorbo de la deliciosa bebida:

“Cuando arribamos a Sorrento, estaba escéptico. El jarro de limonada que pedimos tenía un aspecto turbio, adulterado. El azúcar se amontonaba en el fondo. Pegué un trago y un pequeño limón se me quedó atascado en la boca; no hay ninguna palabra lo bastante hermosa para ese primer sabor, la primera sensación que tuve al clavarle los colmillos a ese limón. Era tonificante y amargo, con una leve insinuación a sal marina. Después de un escozor inicial – una especie de efervescencia química a lo largo de las encías – desde la punta de cada uno de los colmillos un reconfortante vacío se desplazó hasta mi cerebro enfebrecido. Estos limones son el analgésico perfecto para un vampiro.” (p. 7-8, mi traducción)

Más refrescante que una pinta de sangre, ¿no? Fotografía de Prasad SR 

En todos los cuentos hace acto de presencia un aspecto fantástico o sobrenatural, que deja al lector perplejo y constantemente a la espera de una solución más lógica, no necesariamente convencional, que cuando llega te deja casi siempre satisfecho.

Por ejemplo, ‘Reeling for the Empire’ nos lleva a una especie de fábrica de seda en el Japón imperial, en la que residen unas chicas muy jóvenes a las que han esclavizado tras haberlas transformado en gusanos de seda mediante la ingestión de una pócima mágica.

De los ocho relatos del libro, quiero destacar dos. El primero es ‘Proving up’, en el que un chico de 11 años, Miles, ha de transportar una ventana de vidrio a través de los llanos de Nebraska para demostrar que la casa construida por una familia local, los Sticksel, cumple con el requisito de contar con una ventana y lograr así el título de propiedad del gobierno en Washington. La ventana ha de estar en su sitio cuando el inspector federal haga su visita. La casa de sus amigos es, posiblemente, idéntica a la que ha construido su padre: “Es nuestro hogar, aunque parezca un jadeo de la tierra. El piso está hecho con terrones de tierra; el tejado está hecho de terrones de tierra, endurecida por el sol de Nebraska – y si alguna vez volviera a llover, entrará la lluvia y nos caerá en la cabeza durante días. El colchón está alzado sobre una caja hecha de postes de madera de ciruelo silvestre. Mi madre cubre el fogón con el envejecido mantel de lino de mi abuela para que no caigan en nuestra cena las lagartijas, los ratones de campo, los topos, las serpientes de cascabel y las arañas amarillentas.” (p. 88, mi traducción)

Campos de trigo de Nebraska.
Aunque a sus once años Miles está deseando demostrar su madurez y hombría, nada más ponerse en marcha una ventisca intempestiva le hace extraviarse y, para colmo, pierde el caballo. ¿Con quién se encontrará en medio de la nieve? ¿Llegará a tiempo de prestarle la ventana a los Sticksel?

El otro relato que, en mi opinión, es especialmente destacable, es ‘The Graveless Doll of Eric Mutis’ que narra un hombre ya maduro que rememora cómo él y sus amigos en la escuela secundaria agredían y acosaban a un chico más pequeño que ellos, Eric Mutis. Meses después de que Eric haya desaparecido de sus vidas, encuentran en una sima del parque a donde van a beber cerveza una especie de espantapájaros que parece una copia o una imitación de Eric. Lo que sigue es la confesión de los execrables actos de tortura y tormento que llevaron a cabo los jóvenes, y cómo el narrador llega a entablar una incierta amistad con Eric y lleva a cabo una traición vergonzosa.

‘The New Veterans’ plantea que la masajista que está tratando a un soldado traumatizado tras la guerra de Iraq de la terapia puede manipular las emociones del hombre desplazando los elementos de un enorme tatuaje que lleva en la espalda, el cual rememora el día en que un compañero, Arlo, murió tras un ataque con bomba en el arcén. Russell ejecuta un detallado estudio en torno a los efectos de la memoria en nuestras emociones, apuntando algo bien sabido: que la narración del trauma no solamente recrea los hechos, sino que ayuda a superarlos.

Pero no todos los cuentos me han parecido tan redondos como los anteriores. Dos de ellos son entretenimientos que rozan lo absurdo: ‘The Barn at the End of Our Term’ coloca a un conjunto de expresidentes de los EE. UU. reencarnados en cuerpos de caballos en una granja, mientras que ‘Dougbert Shackleton’s Rules for Antarctic Tailgating’ narra en clave de humor deportivo las opíparas comilonas de kril que disfrutan las ballenas todos los años en las aguas cercanas a la Antártida.

Como recopilación de cuentos, Vampires in the Lemon Grove no decepciona de ninguna manera. Russell tiene la habilidad de pasar de un sencillo boceto psicológico a lo fantástico y rociarlo todo con una visión global humorística muy necesaria en estos tiempos que nos ha tocado sobrevivir. Una buena propuesta para quien guste del cuento bien ejecutado.

Vampires in the Lemon Grove lo publicó Tusquets a finales de 2014 en castellano, con el bastante ridículo título de Vampiros y limones, en traducción de Victoria Alonso Blanco.

21 feb 2021

Reseña: The Only Story, de Julian Barnes

Julian Barnes, The Only Story (Londres: Jonathan Cape, 2018). 213 páginas.

Al comienzo de esta novela, Barnes te pregunta a ti, lector o lectora, si es preferible amar más y sufrir más, o amar menos y por ende sufrir menos. Inmediatamente, en el siguiente párrafo, te dice: “Puede que [me] adviertas – y estarías en lo cierto – que no se trata de una pregunta de verdad. Porque no tenemos elección alguna. Si la tuviéramos, entonces no habría pregunta alguna. Pero no es así, de manera que no la hay. ¿Quién puede controlar cuánto ama? Si puedes controlarlo, entonces no es amor. No sé cómo llamarlo, pero no es amor” (p. 3, mi traducción)

La trama de esta mayormente dolorosa historia gira en torno a un joven estudiante universitario, Paul, quien con 19 años conoce a una mujer mucho mayor que él, Susan, en el club de tenis del pueblo del sudeste de Inglaterra donde viven sus padres. Ella está casada con un tipo odioso y violento; él carece de experiencia y el apasionamiento guía sus acciones y decisiones.

Con el paso de los meses, está claro que lo que parecía ser un breve idilio veraniego es mucho más. Tras sufrir un ataque brutal por parte del marido, Susan (con unos cuantos dientes menos) se va de casa y se instala en Londres con Paul. Es la década de los 60: por muchos Beatles que haya, ciertas convenciones sociales no han caducado. El escándalo que en el pueblecito solamente acarrea la expulsión del club de tenis puede pasar mejor desapercibido en una gran metrópolis.

Be always proper, please!
 Tunbridge Wells Lawn Tennis Club. Fotografía de Nigel Chadwick.
Pero no todo van a ser alegrías. Rara vez lo son, ¿no? De hecho, Susan padece una enfermedad muy mala y dificil de tratar: alcoholismo. Paul narra cómo trata de salvar una relación enfrentándose a un enemigo invisible, tenaz y prácticamente imbatible.

La novela está estructurada en tres partes. No hace falta repetir que Barnes es hábil en el manejo de la trama y de los puntos de vista narrativos. Tanto es así que en cada una de las tres secciones predomina una persona diferente. Al principio, Paul narra la historia en primera persona. En la segunda sección, en cambio, Barnes decide emplear la segunda persona, convirtiendo la narración en una especie de ajuste de cuentas, o al menos en un intento por exigir que Paul rinda (¿A sí mismo o al lector?) cuentas.

En la tercera parte, el narrador adopta la tercera persona y se convierte en una voz omnisciente, la voz del hombre ya mayor que reflexiona sobre su vida, sus vivencias, aciertos y errores, la soledad y los recuerdos de lo que fue el amor de su vida. La única historia posible.

El contraste entre los recuerdos del joven Paul y la perspectiva del hombre ya mayor, curtido por el tiempo y los acontecimientos tanto personales como sociales de su época, es enriquecedor. De alguna manera, Barnes parece estar reciclando conceptos y materiales ya contemplados en The Sense of an Ending, y lo hace, en mi opinión, con muy buen gusto. La idea de que la memoria siempre constituye una narración desconfiable es reforzada por la inestabilidad que provoca la combinación de primera, segunda o la tercera personas, a veces en unas pocas páginas.

La idea en la que insiste el título, la noción de que solamente hay una historia, puede que sea, en todo caso, una ilusión. Yo digo que es un poco como las meigas gallegas, y que historias hay muchas. Haberlas, haylas, y hace falta encontrarlas. Otro buen libro de Julian Barnes.

The Only Story, publicada en 2018, se ha publicado tanto en castellano (La única historia, en Anagrama en 2019, en traducción de Jaime Zulaika) com en català (L'única història, en Angle Editorial també l’any 2019, traduïda per Alexandre Gombau i Arnau).

Posts més visitats/Lo más visto en los últimos 30 días/Most-visited posts in last 30 days

¿Quién escribe? Who writes? Qui escriu?

Mi foto
Ngunnawal land, Australia